/ viernes 7 de octubre de 2022

Doble homicidio en República de El Salvador deja al descubierto inmensa fortuna

La nota fue tan brutal como el mismo crimen. Dos ancianos estrangulados y una mujer anciana con huellas de martirio brutal en el rostro

El jueves 24 de octubre de 1945, al despuntar la mañana, mientras el movimiento rutinario comenzaba a circundar las calles del Centro Histórico, dentro de la casa marcada con el número 66 de República de El Salvador, una tragedia estaba a punto de ser descubierta.

Así lo dio a conocer Gilberto Rod en las páginas de LA PRENSA al día siguiente: “Espantoso doble crimen en Rep. del Salvador: dos ancianos millonarios fueron ahorcados brutalmente y su sexagenaria hermana presenció la trágica escena; el saqueo a la casa quedó totalmente consumado”.

La nota fue tan brutal como el mismo crimen. Dos ancianos estrangulados y una mujer anciana con huellas de martirio brutal en el rostro, encerrada en una indiferencia atroz, incapaz de conmoverse ante los cadáveres de sus hermanos.

Fue como un teatro de horror en donde los reporteros y la policía encontraron las tétricas escenas, extraídas de una pesadilla. La casa marcada con el número 66 de la calle de República de El Salvador, quedó en alboroto: allí se amontonan tibores, porcelanas finas, cristales delicados; allí quedaron las alfombras adornadas con montones de monedas de plata, billetes y joyas abandonadas por una banda de criminales que no pudieron cargar con todo el botín.

Fue también algo peculiar la identidad de las víctimas. Millonarios, dueños de riquezas, pero sin comodidades, sin domésticos que atendieran sus necesidades.

Esos eran los ancianos Villar Lledías, a quienes ahorcaron para despojarlos de sus bienes. Los hermanos Miguel, Ángel y María Villar y Lledías. El primero de 57 años el segundo de 72 y ella de 58, de quines se dijo que hacían una vida de misántropos.

Aquellos quienes los acabaron, tenían un plan criminal perfectamente delineado, quizás cuatro personas –se dijo-, pues penetraron en la residencia de los Villar y dieron muerte a los señores Miguel y Ángel -el primero de ellos ciego-, ahorcándolos salvajemente, aprovechando la oscuridad de la noche.

En cuanto a María Villar Lledías, resultó solamente lesionada y, debido a esa fortuna para ella, fue que se pudo conocer parte de la historia del doble crimen.

Un ruido sospechoso y una agresión

María Villar Lledías declaró que a las 17:30 horas de la noche del martes 23 de octubre se encontraba en su recámara, zurciendo ropas de sus hermanos, cuando Ángel le avisó que saldría a la calle para terminar un asunto telefónicamente; en tanto que Miguel, permaneció en su recámara, dispuesto ya a irse a la cama, pues era su costumbre hacerlo a esas horas.

María continuó refiriendo que, aproximadamente a las 18:20 horas, escuchó ruidos de golpes en el zaguán y, suponiendo que se trataba de su hermano Ángel, no dio importancia al caso ni llegó a exaltarse, pero sí espero la presencia de su pariente; no obstante, como no escuchó que entrara, dejó su asiento, se dirigió hacia la sala e inquirió:

-¿Eres tú, Ángel?...

No tuvo respuesta alguna y repitió la pregunta, pero el resultado fue el mismo silencio. Entonces, comenzó a ser presa de sospechas. Inútilmente buscó en el sitio donde se encontraba de pie algo con qué defenderse por se trataba de un intruso que aprovechó que el zaguán se encontraba abierto para penetrar, y cuando avanzó un tanto hacia el corredor valientemente, sintió un fuerte golpe en la cabeza, lanzó un grito de auxilio, pero una mano vigorosa la sujetó por el cuello y una voz gruesa se hizo escuchar:

-Si pide usted socorro, la mato...

María aseguró que por unos segundos perdió el miedo y se decidió a luchar con el ladrón, por lo que dio fuerte empellón, aunque el criminal respondió con fuertes golpes en la cara y la cabeza hasta dejarla aturdida; luego la llevó a rastras hasta un sillón de la sala y ahí la sujetó con cordeles que llevaba el bandido.

Ángel fue el primero en morir

La testigo del doble homicidio dijo que jamás podría olvidar aquellas escenas de pesadilla, pues la muerte de sus dos hermanos se consumó cerca de ella. Se fijó que los criminales llevaban algo arrastrando. Aquel fardo era Ángel, a quien seguramente –pensó- habrían atacado en el zaguán, cuando regresaba a casa. Lo más seguro fue que los maleantes no quisieron dejar el cuerpo en el corredor y, por tal motivo, lo depositaron sobre el tapete de una de las recámaras.

El hecho de María Villar no hubiera escuchado ningún grito de auxilio por parte de Ángel, se debió a que fue atacado por sorpresa y estrangulado en el umbral del zaguán -o en la escalinata- que daba hacia el segundo piso, donde descansaban las víctimas.

Se infirió que fueron cuatro hombres los que cometieron el doble asesinato, porque María Villar aseguró que oyó cuatro voces diferentes. Asimismo, dijo tuvo la seguridad de que era Ángel a quien arrastraban.

Y como sospechó que quizás sólo estaría aturdido por golpes, gritó:

“¡Ángel, Ángel, ¿qué ha sucedido...?”

Pero no tuvo respuesta y los hombres malos continuaron arrastrando el fardo hasta una de las recámaras.

Miguel murió frente a su hermana

Pero en tanto unos bandidos atacaban sin clemencia a su hermano Ángel, otros se ocupaban de hurgar en las gavetas, armarios, debajo de las camas. Así, todo aquel atraco se consumó en pocos minutos.

Pero ante tal ajetreo, Miguel Villar percibió algunos ruidos para él extraños en la soledad de aquella casa; por lo tanto, dejó su habitación y a empellones salió de su habitación para saber qué ocurría. Entonces, llegó hasta la puerta de la sala que comunica con la recámara que tenía destinada y preguntó:

-¿Qué pasa, María?

Los criminales no le permitieron que interrogara más, pues se abalanzaron sobre él y lo ahorcaron, no sin que hubiera peleado por su vida contra los asesinos.

El cuerpo de Miguel cayó pesadamente en el umbral de la sala, pero fue levantado por los delincuentes y llevado hasta su cama, donde lo dejaron en decúbito dorsal y con los brazos plegados al cuerpo.

María Villar lanzó nuevamente gritos pidiendo auxilio, pero pronto fue amedrentada por uno de los intrusos que le colocó la punta de un puñal en su pecho, diciéndole que si no se callaba, ella sería la tercera víctima. Se desmayó ante la terrible amenaza.

La maldad de uno de los criminales llegó a tal extremo que cuando huía de la casa del crimen, juntamente con sus cómplices, le propinó una bofetada a la hermana de las víctimas, a pesar de encontrarse atada al sillón.

María Villar dijo que los asesinos huyeron del domicilio aproximadamente a las 21:07 horas. Cuando se percató que habían traspasado el zaguán, se dedicó con ansiedad a libertarse de las ligaduras hasta lograrlo.

Lo primero que hizo fue dirigirse hacia las recámaras que se encontraban a oscuras. Sobre el tapete de la de Ángel encontró a éste sin vida, estrangulado y presentando lesiones en la cabeza y otras partes de su cuerpo; luego, corrió adonde Miguel, a quien halló en su cama.

Ahorcados brutalmente

Las autoridades, habituadas a los crímenes, habían examinado un sinnúmero de casos extraños y estaban acostumbrados a escuchar y ver demasiado, pero también, adiestrados para dar orden a lo verdadero y poder asegurar el esclarecimiento de la identidad de los asesinos y la forma en que se consumaron los hechos.

No obstante, la actitud de María Villar fue asaz perturbadora, ya que no mostraba congoja o aflicción, sino más bien se la veía en una actitud como de fastidio, en silencio y como queriendo olvidar pronto el asunto.

Sostuvo María Villar que luego de librarse de las ataduras, salió al balcón que daba hacia la calle, pero no lanzó gritos de ayuda; aunque sí vio a un policía auxiliar, a quien preguntó textualmente:

-¿Ha visto usted salir de mi casa a un grupo de individuos?

El policía contestó negativamente:

-No vi que nadie saliera de su casa, en los pocos momentos que tengo en este sitio.

María Villar “no narró nada del doble crimen al policía”, resaltó en letras versales Gilberto Rod en su nota sobre los hechos ocurridos en el 66 de República de El Salvador. “Nada reveló al auxiliar sobre el trágico suceso y argumenta que no lo hizo por encontrarse muy nerviosa”, escribió el reportero de LA PRENSA.

Una amiga y un carpintero

María relató que le dio una importancia igual a cero a lo que habían robado los hombres; no obstante, se echó sobre la espalda un abrigo y se lanzó a la calle en busca de una amiga.

Al encontrarse con ella, le narró los hechos, pero en vez de ir de inmediato con la policía, ambas buscaron un carpintero y juntos regresaron al 66 de República de El Salvador.

-¿Y por qué el carpintero? –preguntó el reportero de LA PRENSA. La millonaria dijo que fue para romper la chapa de la puerta de la calle, ya que al salir, cerró de golpe y no llevaba consigo la llave.

La acaudalada soltera, acompañada de la amiga y del carpintero, penetró en las habitaciones, encendió las luces y se reveló de golpe una gran cantidad de billetes regados, así como también numerosos muebles caídos, ropas en desorden, roperos fracturados de las chapas.

La millonaria manifestó que lo primero que buscó en el ropero de su alcoba fue la fortuna en joyas que ahí tenía, y no la encontró, considerando que ese lote de joyas, valuadas en 200 mil pesos, fue precisamente el objetivo del doble crimen, pues aun cuando los asesinos lograron llevarse el dinero en efectivo de los muebles de sus hermanos, la suma no llegaba precisamente a igualarse al valor de las alhajas.

Fue la pregunta que desconcertó más a las autoridades, no toda la historia de la búsqueda de su amiga y del carpintero, sino, ¿cuáles fueron las causas para que María Villar diera tan tarde aviso a la policía sobre el doble crimen?

Tal como se constató en el acta, la policía fue notificada pasadas las 24:00 horas y la inspección ocular del agente del Ministerio Público y del personal médico en el lugar del crimen se verificó hasta el amanecer.

En cuanto a los vecinos de las casas próximas a la del 66, manifestaron que por haber ocurrido a temprana hora la fechoría de los cuatro criminales, hubieran visto algún movimiento sospechoso o hubiesen escuchado los gritos de auxilio que dice lanzó dos veces la señorita María y, sin embargo, no llegaron a captar tales gritos.

El procurador general del Distrito, licenciado Castellanos Jr., tan pronto como fue notificado sobre el caso, declaró que se avocaría a la investigación personalmente, llevando como auxiliares al jefe de la Policía Judicial, agentes investigadores y peritos del Departamento de Criminalística de esa dependencia.

Entonces, se dirigió a la casa donde ocurrieron los hechos para hacer una inspección ocular y practicar otras diligencias. Por su parte, el Servicio Secreto también se lanzó en busca de datos para abrir investigaciones.

El silencio de María

Pasados los días, María Villar recibió a las autoridades y a los reporteros en su casa. Sentada en una amplia y vieja poltrona en su recámara, declaró que lo que habían robado le interesaba poco, pues aún le restaba una muy grande fortuna para vivir. Expresó también ser presa del terror de los acontecimientos, y pedía que se la dejase sola.

El procurador Distrito ordenó a sus auxiliares que se hiciera un inventario de todo el dinero que se encontraba esparcido por las habitaciones, para entregarlo oficialmente a la superviviente de aquella carnicería humana.

Se plantearon dos versiones respecto al inicio del suceso. La primera, en la que planteó que María, encontrándose en su habitación, escuchó ruidos y no fue a inquirir inmediatamente, pues supuso que se trataba de su hermano Ángel que había salido y quien tenía llave para evitar molestias. La segunda, que escuchó que llamaban a la puerta del zaguán y, cuando abrió, un individuo desconocido le dijo: “Su hermano Ángel acaba de ser arrollado por un automóvil”. Tras lo cual recibió un fuerte empellón, luego varios golpes en la cara y la cabeza, para luego ser llevada hasta la sala, donde fue maniatada.

Hipótesis del plan

Se formularon también algunas hipótesis sobre la forma en que fue planeado el doble crimen. Una de ellas, que gente que trataba con frecuencia a los hermanos, enterados de que éstos tenían fuertes sumas de dinero, determinaron esperar a que Ángel saliera a la calle.

Se le citó a las 19:30 horas para ultimar un negocio y, al dejar su casa, fue atacado cuando abrió la puerta; su cadáver arrastrado hasta la sala, luego a una recámara, no sin que antes se hubiera adelantado uno de los asesinos para asegurarse de que María no diera problemas.

Entre los numerosos hilos que la policía del Servicio Secreto movió en relación con la doble tragedia, surgió el dato de que hacía seis meses fue separado de su puesto de portero de la casa del crimen, un individuo como de 40 años. Se supo que al dejar la casa, lanzó ciertas amenazas, pero María le dio poca importancia.

Para el viernes 26 de octubre de 1945 parecía que había una clave importante para resolver el caso y ésta se hallaba en el café El Principal, donde se reunían los Villar Lledías; asimismo, se informó que había un detenido, el primero, quien aportaría datos relevantes sobre los asesinos.

Dónde se incubó el crimen

Fueron varias las razones por las cuales El Principal pudo ser el primer capítulo de la tragedia de República de El Salvador 66, pero quizá solo una bastó.

Desde hacía muchos años, los tres hermanos solían comer y cenar en ese restaurante. Poco a poco, fue corriendo a la noticia entre empleados y parroquianos que aquellos solterones poseían una fortuna cuantiosísima, que la avaricia era una de sus características, que no contaban con servidumbre y que, entre los bienes inmuebles que explotaban en México, tenían en su poder en la residencia de las calles de República de El Salvador un lote de joyas cuyo tipo de orfebrería no tenía igual en la urbe.

Por tal motivo, algunos facinerosos del hampa, disfrazados de buenas personas, comenzaron a prestar atención a los hábitos de los viejos y sobre su fortuna, hasta que más tarde alguien concibió la idea de “apretar cuellos y poseer aquel tesoro escondido”.

Hacía aproximadamente cuatro meses, una noche, Ángel Villar se dirigió a una mesera para preguntarle que quiénes eran tres señores que ocupaban una mesa y se dedicaban a examinar sus personas. La mesera manifestó que no los había visto antes.

Con algunas sospechas, los hermanos Villar cambiaron de asientos para pasar más desapercibidos; sin embargo, luego olvidaron el asunto hasta que el crimen encaminó a la policía hacia esa pista, que pronto fue desechada por no conducir hacia el sendero de la verdad y la justicia.

A las primeras horas de la noche del 25 de octubre, se reportó que los agentes de la Judicial llevaron a cabo la detención de un sujeto posiblemente implicado en el crimen. El procurador Castellanos manifestó el deseo de interrogarlo personalmente, teniendo como auxiliar al jefe de la Policía Judicial y al profesor Beltrán.

Para el 27 de octubre, aunque no se precisó si debido a la declaración del detenido el 25, se capturaron a siete hombres y una bailarina, a quienes se creyó implicados.

Sin embargo, ninguna de las pistas ni de los detenidos eran a quienes la policía buscaba, pues todos tenían coartadas sólidas para deslindarse de los homicidios. Sólo María Villar Lledías mantenía un hermetismo inquietante que llamó la atención de la policía.

María -"La Inconmovible", la llamaron- desconcertó a los periodistas al revelar que dejaría México para refugiarse en algún lugar del extranjero. Y más cuando manifestó que fijaría cierta suma de dinero como recompensa para quienes señalarán o capturaran a los asesinos de sus hermanos.

Poco a poco los agentes fijaron su atención en la millonaria sobreviviente de los asesinatos. Los ojos de la sexagenaria no habían derramado lágrimas, ni el día fatídico ni cuando se le notificó en qué sitio habían quedado sepultados sus hermanos.

El 30 de octubre, a las 22:00 horas, la Jefatura de Policía anunció oficialmente que María Villar Lledías había quedado arrestada en su propio domicilio por orden del procurador.

La noticia apareció al día siguiente el las páginas de LA PRENSA, donde se pudo leer: “Hoy, a las 10:00 horas será trasladada a los separos de la Judicial del Distrito y después de interrogársele por parte de los funcionarios de la Procuraduría, será llevada ante los jefes del Servicio Secreto de la Jefatura de Policía para un nuevo interrogatorio, en el que participarán cinco testigos que presenta la propia jefatura”.

Hipótesis de la prensa

Un giro extraordinario tomó el asunto al confirmarse una hipótesis lanzada por LA PRENSA, cuando se indicó que muchos hechos no tenían explicación lógica, suponiendo que María había tomado parte en su desarrollo. Al parecer, los golpes que presentó la superviviente no fueron en modo alguno producidos por los asaltantes, sino por sus propios hermanos en una lucha fratricida que se desarrolló antes de que los viejitos sufrieran estrangulación por parte de los cómplices de su hermana.

El procurador del Distrito declaró que María Villar Lledías estaba a disposición de la Procuraduría, dependencia que desde el principio se abocó a la investigación del doble crimen.

La multimillonaria fue puesta del otro lado, de víctima pasó a victimaria, pues resultó que después de tantas hipótesis, resultó ser encubridora de un chantajista y cómplice de asesinato, según lo informaron todos los periódicos de la capital.

Sin embargo, como el que nada debe, nada teme, la sexagenaria se mostró dispuesta a cooperar en el asunto, sin relevar muchos datos relacionados con personas allegadas a ella que, quizás, estuvieron cerca cuando pasó la tragedia, pero que de ninguna manera estuvieron implicadas.

Autoridades, perdidas

Los días pasaron, las semanas, los meses. Había pocas noticias sobre el avance de la investigación respecto a los acontecimientos. En relación con María Villar, las autoridades no pudieron comprobar su supuesta coautoría del crimen y si más bien la dejó en libertad, fue porque realmente lo era.

Ella nada había tenido que ver en la horrible tragedia y sí, en realidad, fue una víctima a quien confundieron por el hecho de no haber llorado, por ejemplo, o porque dijeron que no mostraba sentimientos respecto a la tragedia.

Tras más de un interrogatorio y varios intentos por hacerla parecer la mente maestra, como si su avaricia fuera aún mayor, pero sin resultados, finalmente a las autoridades no les quedó más que dejarla en libertad y ofrecerle unas disculpas por su incompetencia.

Por otra parte, una vez libre María Villar, los días continuaron acumulándose sin tener noticias sobre el esclarecimiento del asesinato de sus consanguíneos, así como del robo perpetrado en su residencia. Tuvieron que pasar tres meses para que la luz al final del túnel se vislumbrara.

Así lo dio a conocer El Periódico que Dice lo que Otros Callan el miércoles 23 de enero de 1956: “LOS AUTÉNTICOS ASESINOS DE LOS VILLAR, PRESOS”.

Tanto la Policía Judicial como el Servicio Secreto quedaron exhibidos, y más, luego de la pifia que cometieron al relacionar a la millonaria con los delincuentes. El procurador hizo mutis; las autoridades, silentes, dejaron que pasara el tiempo sin dar resultados.

Y lo que no consiguieron los cuerpos policiacos oficiales –salvo el recuento de bienes y monedas-, parece que sí lo logró un agente privado, señor Fernández, detective del Nacional Monte de Piedad, quien echó mano a los asesinos de los hermanos Villar.

Los verdaderos asesinos

Los autores del crimen catalogado como el más sensacional de los últimos tiempos quedaron en manos de la Jefatura de Policía, quien los recibió, “envueltos para regalo”, de manos del jefe del Servicio Secreto del Nacional Monte de Piedad, el detective Fernández.

La historia de la captura, en síntesis, es la siguiente: los abogados José Manuel y Ángel Escalante, ante la infructuosidad de las pesquisas oficiales, decidieron continuar por su cuenta la investigación, para lo cual ratificaron al detective Fernández el ofrecimiento de los cincuenta mil pesos –recompensa ofrecida por María Villar- por la aprehensión de los asesinos.

De tal suerte que el Sherlock Holmes autóctono tras seguir un par de datos, pistas y revolver un poco algunas colmenas en el bajo mundo del hampa, llegó hasta un individuo que afirmó haber sido invitado por alguien a participar en el famoso asalto, oferta que rehusó por aquello de “pobre, pero honrado”.

Sin que lo identificara plenamente, las informaciones sobre este sujeto sirvieron para localizar, en la ciudad de Pachuca, al autor de la macabra invitación.

Estaban en Real del Monte

Ya en Pachuca y auxiliados eficazmente por el gobernador del estado, que puso a sus órdenes al inspector local de la policía, pudieron, no si gran dificultad, encorralar a su buscada presa en algún lugar vecino a Real del Monte y lograron sacarle una declaración plena y circunstanciada de su participación en el crimen.

La confesión fue acompañada de la devolución de algunas alhajas que María Villar reconoció como suyas, lo cual constituyó una prueba contundente sobre los verdaderos responsables y no una falsa pista como hasta entonces las policías se habían enredado con detenidos que ninguna relación tenían en el caso.

El sujeto contaba en su haber con varios ingresos a la Penitenciaría. Y cuando se cometió el crimen, se hallaba disfrutando de una libertad caucional; además de que se le achacaban dos muertes más dentro de la prisión.

La libertad caucional implicaba obligación de presentarse mensualmente ante su juez y la policía para que se tomara nota de su “buena conducta”, pero después del crimen de los Villar, pasó por lo menos dos veces a saludar y después nada se supo de él y las autoridades ni se enteraron porque estaban apuradas en resolver el caso, pero la principal pista se esfumó en sus propias narices.

Pero una vez aprehendido, quiso compartir la prisión con su cómplice –uno, por lo menos, hasta ahora-, para lo cual proporcionó a sus captores los datos necesarios para localizarlo en México.

Los abogados Escalante y el detective Fernández lo localizaron, escondido y atrincherado en un mísero aposento que había convertido en fortaleza inexpugnable. Sin embargo, no tardó en caer en manos de los agentes, aunque el detenido negó toda su participación en el asalto y crimen de la calle de República de El Salvador, aunque su cómplice lo identificó plenamente.

Asesinos presos

Ya en posesión de esos dos pájaros, a quienes tenían a buen recaudo en la capital del estado de Hidalgo, los abogados-detectives decidieron gentilmente invitar a los encargados oficialmente de la investigación, a participar en los honores de la captura de los asesinos más solicitados del momento.

El señor general Jiménez Delgado, con toda actividad, dio órdenes urgentes para el caso y a estas horas, como decimos –digamos la una de la madrugada-, los pájaros vienen volando desde Pachuca hasta su jaula provisional, si es que no están ya en ella, comiendo el alpiste de la eficaz inquisición policiaca.

Y aquí termina la historia de cómo un pacífico notario, dos menos pacíficos abogados defensores y un aguerrido detective particular, consumaron una proeza que oficialmente debiera estar reservada a la Institución Pública, encargada de esos “pequeños” menesteres de capturar a los asesinos de los millonarios Villar.

Esta sensacional información fue proporcionada a LA PRENSA a última hora por personas insospechables por su seriedad y esperamos hoy su plena confirmación, con los detalles completos del apasionante caso.

Finalmente, el viernes 26 de enero de 1946 se conoció la verdad detrás del nefando crimen, tras brutal relato del asalto y muerte de los hermanos Villar Lledías, luego de que los responsables confesaron cínica y detalladamente los pormenores de la tragedia.

Ante los agentes que lo capturaron y en el despacho del jefe de la Policía del Distrito Federal, general Ramón Jiménez Delgado, Lorenzo Reyes Carvajal y Macario Mondragón Bórquez fueron presentados a los periodistas metropolitanos.

Con palabras expresadas claras y llanamente, hizo un relato somero. Dijo que conoció a Macario Mondragón Bórquez en el interior de la Penitenciaría cuando fue a purgar un doble homicidio cometido en Tacubaya, ocurrido por el año de 1931, pero sólo estuvo siete años preso, porque fue puesto en libertad en 1938.

Cómo se incubó el crimen

-¿Fue Macario quien lo invitó al crimen? –inquirieron los reporteros para iniciar el interrogatorio.

-No, señor, quien me invitó directamente fue Fermín Esquerro, a quien también conocí en la Penitenciaría. Fue el quien me dijo que sabía dónde había mucho dinero y alhajas que necesitaban cambiar de propietarios. Una invitación directa al asalto. Yo le dije que no podía acompañarlos, porque no me dedicaba a esas cosas. Jamás me sentí dispuesto a aceptar aquella invitación.

Aquel hombre al parecer agobiado, pero con la resignación de los verdaderos culpables, miraba asustadizo a los reporteros.

-Insistió tercamente Fermín –dijo, reanudando su tétrico relato-, me hizo ver la pobreza en que vivía; me dijo que podría hacerme de dinero fácilmente porque tenían bien estudiado el plan y no había mayores peligros. Yo me dejaba tentar y le hice ver que mi madre habría sufrido mucho durante mi anterior prisión y entonces Fermín me dijo que yo era un estúpido. Y se disgustó aquella tarde ante mi resistencia.

-Bueno, si no quieres venir –dijo Esquerro-, me sobra gente. ¡Yo creía que eras hombre y que vendrías con nosotros!

-¿En qué trabajaba Fermín en aquellos días? –le preguntamos a Lorenzo.

-Se dedicaba a instalaciones eléctricas –aclaró el bandido.

-Después –continuó su interrumpido relato- dejé de verlo algunos días. Yo me dediqué a curarme. Padezco ataques cerebrales y estoy afectado del corazón. Creo que todo es resultado de una enfermedad secreta que no he logrado quitarme de encima y que me tiene frito. Algún tiempo permanecí internado en un hospital de enfermedades tropicales, pero salí casi igual. A la fecha, aún pierdo la cabeza y el alcohol me daña horriblemente. Me fui a mi pueblo unos días y cuando regresé, volví a encontrar a Macario Mondragón. Me dijo que había estado hablando con Fermín y fuimos a la calle de Dr. Arce, domicilio de Macario. Allí comimos y, por la tarde, salimos a la calle. Tomamos un tren de la Penitenciaría. En el Salto del Agua, donde están construyendo un monumento, nos encontramos a Fermín. Platicamos sobre el “asunto”. Yo volví a quitármelos de encima. Les repetí lo de la enfermedad de mi madre y también hice referencia a mis padecimientos y le dije que si tanto empeño tenían, que ellos lo hicieran.

Cómo lo indujeron al asalto

Fermín dijo que tenía bien localizada la casa y que había mucho dinero y poco peligro.

-Dejamos de vernos –dice Reyes Carvajal- durante algún tiempo.

Y luego, mintiendo a sabiendas, tal vez preparando su coartada, dijo que casualmente volvió a encontrar a Fermín allí mismo, en el Salto del Agua.

-Me repitió que era yo un “rajado” y que en ese concepto me tenían los de la palomilla, porque yo no quería acompañarlos a la casa de los viejitos.

-Si no quieres –le dijo Fermín- no nos acompañes, porque al fin y al cabo tú eres el que va a perder la oportunidad. A nosotros nos sobran gentes resueltas.

Acechando a sus víctimas

Y así, insistiendo en su constante negativa, sembrando el campo para afianzar su papel de cómplice obligado, aquel criminal siguió su relato hasta llegar a la víspera del crimen.

-Aquella tare me llevaron dizque a ver la casa. Por la calle de El Salvador, vimos venir una viejecita con varios paquetes.

-Mira –me dijo Fermín-, vamos a esperar un rato para que veas cómo entra y lo fácil que es meternos y darles en la mera torre.

-Al llegar a la puerta –explicó Lorenzo –se le cayó una llave a la ancianita y Fermín, que se le había emparejado, la levantó y se la entregó a la vez que me hacía señales desesperadas para que me acercara. Yo no fui y cuando la viejita se metió, me echó la viga porque no había ido oportunamente.

El día del crimen

-¿Qué bruto eres! ¡No sirves para nada! –me dijo exasperado-. Ahorita mismo podíamos haber entrado.

-Luego discutimos un rato y nos despedimos. Y al día siguiente ocurrió todo. Sin decirme nada, me embriagaron, me llevaron a tomar copas por el rumbo del Salto del Agua y luego me dieron cervezas. Yo me trastorné y cuando me vieron borracho, me amenazaron con matarme si no los acompañaba.

-Con Fermín y con Mondragón y con el albañil Alfredo Castro Araiza estaban también un ayudante de éste al que no conocía (se refiere a un prófugo, Alfonso Jorelo). Salimos a la calle y Fermín me dijo:

-¿Te vas a decidir o no? De una vez, dinos la verdad, porque si no vas con nosotros te damos en la pura torre. Ya sabes que nos sobra gente y no nos haces falta, pero queremos que nos acompañes.

-Yo estaba borracho y les dije que iba a ir, nada más para ver qué pasaba. En la esquina de Isabel la Católica y República de El Salvador nos encontramos a David Rojas haciendo guardia. Yo estaba muy nervioso, y la cabeza me daba vueltas por el efecto del alcohol que había tomado. Quise irme de aquel sitio, pero Araiza me alcanzó y me advirtió que no me fuera.

Completa luz en el caso

Media hora más tarde –agregó el bandidazo relator- vimos salir de la casa a un viejecito. Esperamos otro rato y cuando ya regresaba, Araiza dijo:

-¡Agua, muchachos, ahí viene ya…!

Ellos se adelantaron y cuando aquel buen hombre abrió la puerta y se metió, entraron a la casa David Rojas, Araiza y Esquerro. A mí me empujó Mondragón y entré casi trastabillando. Él cerró la puerta y se fue de aquel sitio. Fue entonces cuando vi que entre Rojas y Araiza se llevaban al viejo, casi a rastras, hacia arriba. Esquerro se adelantó y dijo a la viejecita:

-Señora, ya atropellaron a su hermano; aquí se lo traemos, porque viene herido.

-¡Ay! –exclamó doña María-. ¡Pobrecito de mi hermano, pásenlo por acá por favor.

Fue entonces cuando otro señor se asomó por el corredor y gritó con tono violento:

-¡Qué coche ni qué atropellamiento! ¡Sáquense de aquí, inmediatamente!

Pero nadie le hizo caso y todos subimos. A mí no me quitaban la vista de encima (recordemos que Miguel era ciego) y yo me sentía amenazado. Ya arriba, golpearon al otro viejito y fue a dar contra un jarrón grandote que estaba en la sala. El jarrón cayó casi encima de él y seguro lo golpeó fuerte. Entonces grito:

¡No me peguen! ¡No me peguen! ¡No me peguen! ¡Asesinos bestias!

-David Rojas y Esquerro –afirmó Lorenzo- se encararon entonces con la señora:

-¡Necesitamos que nos entregue inmediatamente cien mil pesos, si no quiere morirse, vieja desgraciada!

-¡Y también las alhajas…! –dijo David.

-Yo no tengo aquí dinero –repuso la señora sin perder la entereza y mirando fijamente a los bandidos-, estamos pobres y lo poquito que nos queda está en el banco. Si quieren, vengan mañana y se los entregaré.

Golpearon a María Villar

-Por toda respuesta, continuó Lorenzo, Rojas se le fue encima y la golpeó rudamente en el rostro. Entre Rojas y el albañil la amordazaron y la amarraron, mientras Esquerro se metía por las otras piezas en busca del dinero y las joyas. Rojas me llamó para que le ayudara a amarrar bien a la señora. Yo obedecí bajo la amenaza de un cuchillo que blandía su ayudante y la sentamos en un sillón. Entonces apagaron las luces y cerraron las puertas, yéndose después por las piezas de adentro en tanto que yo me quedaba cuidando a la vieja. Al poco rato aparecieron nuevamente diciéndome:

-¡Ya estuvo todo listo, vámonos! –ordenó Esquerro en tanto que acomodaba unas bolsa que entregó luego a David y a Araiza.

-¿Y al viejecito quién lo llevó a la cama? –le preguntaron los reporteros.

-¡Ah, se me olvidaba ese detalle! –exclamó Reyes Carvajal-. Fueron el albañil Araiza y su ayudante. Se lo llevaron arrastrando, muy de prisa, ya con ganas de salirse.

-¿Y usted no se guardó dinero? ¿No recogió algo de lo mucho que quedó tirado por ahí? –se le preguntó al bandido.

-¡Ni un centavo! –respondió enfáticamente y agregó-: Lo que ellos me dieron ya esta devuelto, ya entregué todo.

Y casi para terminar su pavoroso relato de infame realismo dijo:

-Yo fui el último en salir, porque ellos llevaban prisa. Cuando ya iba salir, escuché que la vieja me hablaba.

-Oiga, señor –dijo en tono sugerente-, no sea malo, mire que de esta herida me sale mucha sangre. Prenda la luz y desáteme.

-Yo aflojé las ataduras de la señora, pero en eso llegaron a la puerta Esquerro y Araiza y me obligaron a salir. Lo más que alcancé a hacer fue abrir la ventana. Ya abajo, al pretender abrir la puerta, se hicieron bolas con los picaportes y no podíamos salir. Entonces, me dio miedo porque alcancé a oír la voz de la señora, pidiendo auxilio. ¡Creí que allí mismo nos agarrarían!

La apurada fuga

Cuando Rojas pudo meter bien la llave, Araiza le dijo en voz baja:

-No abras porque la vieja está hablando con el vigilante por el balcón.

-Después se asomó Rojas por la puerta apenas entreabierta y le dijo:

-Vámonos pronto, porque el vigilante ya se fue. ¡Ahorita es tiempo!

-Yo quise correr –aseguró Reyes Carbajal-, pero me contuvieron. Me tomó Esquerro por un brazo y nos fuimos a tomar un camión. Calles adelante, bajamos y en un coche de alquiler fuimos a la casa de Mondragón. Esquerro tocó la puerta y tardó en aparecer Mondragón, asomando la cara por el balcón. Abrió y entramos al despacho.

-¡Ya está listo el asunto! –le dijo irónicamente Esquerro. Luego le contó lo que había pasado con los viejitos:

-¡Creo que se quedaron muertos los dos!

-¡Caray, qué mal estuvo eso! –comentó asustado Mondragón.

Esquerro le entregó el veliz con las alhajas y el dinero. Y Mondragón pacientemente se entregó a contarlo y a examinar las joyas. Inmediatamente se hizo reparto de aquello y nos tocaron mil 700 pesos por cabeza en billetes de banco. Las joyas fueron cinco para cada uno, en lo que Mondragón se guardaba una bolsita conteniendo quinientos pesos en plata. Allí nos quedamos a dormir. Mondragón nos preparó una habitación.

-¿Pudo usted dormir esa noche? –inquirieron los reporteros.

-La verdad, no. Yo estaba pensando en mis gentes y de vez en cuando me acordaba de los viejos. Al día siguiente, nos levantamos temprano y fuimos a ver a Alfredo.

-Caray, muchachos –nos dijo-, créanme que estoy arrepentido. Yo creo que se nos pasó la mano y nos las vamos a ver muy fea. Pero ya saben –agregó amenazador-, el que se raje, se muere. Es un juramento que hemos hecho todos y lo cumpliremos.

-Luego, ya más calmado Alfredo, me dijo:

-Mira, yo me traje muchas alhajas. Yo no las puedo esconder bien aquí, y quiero que te las lleves y me las guardes en tu casa del pueblo, porque allá estarán más seguras.

-Yo las envolví en un paliacate, hice el bulto y me fui para Peralvillo. Allí tomé un camión y no paré hasta llegar a mi pueblo. En cuanto pude, las enterré en el patio de la casa y allí se quedaron hasta que las encontró la policía.

-¿No fue usted mismo quien las entregó! -preguntó el reportero de LA PRENSA con cierta sorpresa.

-No, porque yo estaba muy atontado y no las pude localizar. Fue que la policía me aprehendió y los agentes me llevaron amarrado por Real del Monte. Yo no conocía aquellos lugares y me asusté. Creía que me iban a matar. Al principio, me dijeron que yo había matado a un hombre, pero ya sabía que aquello no era cierto y así lo sostuve. Luego me dijeron que iban a echarme al fondo del tiro de una mina, y creí que había llegado mi último momento. Uno de los policías, creo que era un jefe, me dijo:

-Si no hablas claro, vas a sufrir mucho. Lo mejor es que despepites todo lo que sepas de las alhajitas y el dinero.

-Y ya cuando me dijeron de lo que se trataba y me convencí de que no había otro remedio, les dije que iba a decir con claridad todo y a denunciar a mis cómplices. Entonces, me llevaron a un bosquecillo y allí les hice un relato parecido a este, dando los nombres de todos. Regresamos a mi pueblo en el mismo coche y fui a buscar las alhajas, pero no pude encontrarlas, tal vez por el estado de ánimo que yo tenía. Ellos revolvieron toda la casa y como no encontraron nada, se enojaron. Otra vez me sacaron y volvieron a amenazarme, hasta que al fin regresamos, y uno de ellos pudo localizar el sitio en que estaban las alhajas robadas enterradas en el patio. Créame usted –dijo Lorenzo- que entonces respiré…

Al llegar a este punto, Lorenzo Reyes Cabajal tomó aliento. Visiblemente fatigado, hizo un alto y pidió un cigarrillo. Aspiró con fruición el humo y sacudió la cabeza, como si el cansancio lo agobiara.

-¿Y ese abogado que se menciona como jefe de todos ustedes, como el verdadero autor intelectual de este crimen, quién es? –le preguntamos sin darle tiempo a meditar.

-No, eso no es verdad. No hay ningún abogado metido en este lío –afirmó.

-¿Y quién es el licenciado Guevara?

-¡Ah!, vamos –exclamó-. Ahora sí veo claro. Pero el licenciado Miguel Guevara no tiene nada que ver en todo esto. A ese señor lo fuimos a ver a Córdoba hace unos días Esquerro y yo, pero para otro negocio.

-¿Qué clase de negocio?

-Pos para la venta de un terrenito, pero nada tiene que ver en todo lo del crimen.

Y fue aquí en donde las autoridades policiacas cortaron la entrevista. A Lorenzo Reyes Carvajal se le necesitaba para la práctica de nuevas diligencias.

La Suprema Corte de Justicia confirmó una sentencia de 27 años de prisión para los asesinos, quienes –se dice- purgaron condenas de veinte años cada uno. Por su parte, María abandonó la casa donde habían muerto sus hermanos.


El jueves 24 de octubre de 1945, al despuntar la mañana, mientras el movimiento rutinario comenzaba a circundar las calles del Centro Histórico, dentro de la casa marcada con el número 66 de República de El Salvador, una tragedia estaba a punto de ser descubierta.

Así lo dio a conocer Gilberto Rod en las páginas de LA PRENSA al día siguiente: “Espantoso doble crimen en Rep. del Salvador: dos ancianos millonarios fueron ahorcados brutalmente y su sexagenaria hermana presenció la trágica escena; el saqueo a la casa quedó totalmente consumado”.

La nota fue tan brutal como el mismo crimen. Dos ancianos estrangulados y una mujer anciana con huellas de martirio brutal en el rostro, encerrada en una indiferencia atroz, incapaz de conmoverse ante los cadáveres de sus hermanos.

Fue como un teatro de horror en donde los reporteros y la policía encontraron las tétricas escenas, extraídas de una pesadilla. La casa marcada con el número 66 de la calle de República de El Salvador, quedó en alboroto: allí se amontonan tibores, porcelanas finas, cristales delicados; allí quedaron las alfombras adornadas con montones de monedas de plata, billetes y joyas abandonadas por una banda de criminales que no pudieron cargar con todo el botín.

Fue también algo peculiar la identidad de las víctimas. Millonarios, dueños de riquezas, pero sin comodidades, sin domésticos que atendieran sus necesidades.

Esos eran los ancianos Villar Lledías, a quienes ahorcaron para despojarlos de sus bienes. Los hermanos Miguel, Ángel y María Villar y Lledías. El primero de 57 años el segundo de 72 y ella de 58, de quines se dijo que hacían una vida de misántropos.

Aquellos quienes los acabaron, tenían un plan criminal perfectamente delineado, quizás cuatro personas –se dijo-, pues penetraron en la residencia de los Villar y dieron muerte a los señores Miguel y Ángel -el primero de ellos ciego-, ahorcándolos salvajemente, aprovechando la oscuridad de la noche.

En cuanto a María Villar Lledías, resultó solamente lesionada y, debido a esa fortuna para ella, fue que se pudo conocer parte de la historia del doble crimen.

Un ruido sospechoso y una agresión

María Villar Lledías declaró que a las 17:30 horas de la noche del martes 23 de octubre se encontraba en su recámara, zurciendo ropas de sus hermanos, cuando Ángel le avisó que saldría a la calle para terminar un asunto telefónicamente; en tanto que Miguel, permaneció en su recámara, dispuesto ya a irse a la cama, pues era su costumbre hacerlo a esas horas.

María continuó refiriendo que, aproximadamente a las 18:20 horas, escuchó ruidos de golpes en el zaguán y, suponiendo que se trataba de su hermano Ángel, no dio importancia al caso ni llegó a exaltarse, pero sí espero la presencia de su pariente; no obstante, como no escuchó que entrara, dejó su asiento, se dirigió hacia la sala e inquirió:

-¿Eres tú, Ángel?...

No tuvo respuesta alguna y repitió la pregunta, pero el resultado fue el mismo silencio. Entonces, comenzó a ser presa de sospechas. Inútilmente buscó en el sitio donde se encontraba de pie algo con qué defenderse por se trataba de un intruso que aprovechó que el zaguán se encontraba abierto para penetrar, y cuando avanzó un tanto hacia el corredor valientemente, sintió un fuerte golpe en la cabeza, lanzó un grito de auxilio, pero una mano vigorosa la sujetó por el cuello y una voz gruesa se hizo escuchar:

-Si pide usted socorro, la mato...

María aseguró que por unos segundos perdió el miedo y se decidió a luchar con el ladrón, por lo que dio fuerte empellón, aunque el criminal respondió con fuertes golpes en la cara y la cabeza hasta dejarla aturdida; luego la llevó a rastras hasta un sillón de la sala y ahí la sujetó con cordeles que llevaba el bandido.

Ángel fue el primero en morir

La testigo del doble homicidio dijo que jamás podría olvidar aquellas escenas de pesadilla, pues la muerte de sus dos hermanos se consumó cerca de ella. Se fijó que los criminales llevaban algo arrastrando. Aquel fardo era Ángel, a quien seguramente –pensó- habrían atacado en el zaguán, cuando regresaba a casa. Lo más seguro fue que los maleantes no quisieron dejar el cuerpo en el corredor y, por tal motivo, lo depositaron sobre el tapete de una de las recámaras.

El hecho de María Villar no hubiera escuchado ningún grito de auxilio por parte de Ángel, se debió a que fue atacado por sorpresa y estrangulado en el umbral del zaguán -o en la escalinata- que daba hacia el segundo piso, donde descansaban las víctimas.

Se infirió que fueron cuatro hombres los que cometieron el doble asesinato, porque María Villar aseguró que oyó cuatro voces diferentes. Asimismo, dijo tuvo la seguridad de que era Ángel a quien arrastraban.

Y como sospechó que quizás sólo estaría aturdido por golpes, gritó:

“¡Ángel, Ángel, ¿qué ha sucedido...?”

Pero no tuvo respuesta y los hombres malos continuaron arrastrando el fardo hasta una de las recámaras.

Miguel murió frente a su hermana

Pero en tanto unos bandidos atacaban sin clemencia a su hermano Ángel, otros se ocupaban de hurgar en las gavetas, armarios, debajo de las camas. Así, todo aquel atraco se consumó en pocos minutos.

Pero ante tal ajetreo, Miguel Villar percibió algunos ruidos para él extraños en la soledad de aquella casa; por lo tanto, dejó su habitación y a empellones salió de su habitación para saber qué ocurría. Entonces, llegó hasta la puerta de la sala que comunica con la recámara que tenía destinada y preguntó:

-¿Qué pasa, María?

Los criminales no le permitieron que interrogara más, pues se abalanzaron sobre él y lo ahorcaron, no sin que hubiera peleado por su vida contra los asesinos.

El cuerpo de Miguel cayó pesadamente en el umbral de la sala, pero fue levantado por los delincuentes y llevado hasta su cama, donde lo dejaron en decúbito dorsal y con los brazos plegados al cuerpo.

María Villar lanzó nuevamente gritos pidiendo auxilio, pero pronto fue amedrentada por uno de los intrusos que le colocó la punta de un puñal en su pecho, diciéndole que si no se callaba, ella sería la tercera víctima. Se desmayó ante la terrible amenaza.

La maldad de uno de los criminales llegó a tal extremo que cuando huía de la casa del crimen, juntamente con sus cómplices, le propinó una bofetada a la hermana de las víctimas, a pesar de encontrarse atada al sillón.

María Villar dijo que los asesinos huyeron del domicilio aproximadamente a las 21:07 horas. Cuando se percató que habían traspasado el zaguán, se dedicó con ansiedad a libertarse de las ligaduras hasta lograrlo.

Lo primero que hizo fue dirigirse hacia las recámaras que se encontraban a oscuras. Sobre el tapete de la de Ángel encontró a éste sin vida, estrangulado y presentando lesiones en la cabeza y otras partes de su cuerpo; luego, corrió adonde Miguel, a quien halló en su cama.

Ahorcados brutalmente

Las autoridades, habituadas a los crímenes, habían examinado un sinnúmero de casos extraños y estaban acostumbrados a escuchar y ver demasiado, pero también, adiestrados para dar orden a lo verdadero y poder asegurar el esclarecimiento de la identidad de los asesinos y la forma en que se consumaron los hechos.

No obstante, la actitud de María Villar fue asaz perturbadora, ya que no mostraba congoja o aflicción, sino más bien se la veía en una actitud como de fastidio, en silencio y como queriendo olvidar pronto el asunto.

Sostuvo María Villar que luego de librarse de las ataduras, salió al balcón que daba hacia la calle, pero no lanzó gritos de ayuda; aunque sí vio a un policía auxiliar, a quien preguntó textualmente:

-¿Ha visto usted salir de mi casa a un grupo de individuos?

El policía contestó negativamente:

-No vi que nadie saliera de su casa, en los pocos momentos que tengo en este sitio.

María Villar “no narró nada del doble crimen al policía”, resaltó en letras versales Gilberto Rod en su nota sobre los hechos ocurridos en el 66 de República de El Salvador. “Nada reveló al auxiliar sobre el trágico suceso y argumenta que no lo hizo por encontrarse muy nerviosa”, escribió el reportero de LA PRENSA.

Una amiga y un carpintero

María relató que le dio una importancia igual a cero a lo que habían robado los hombres; no obstante, se echó sobre la espalda un abrigo y se lanzó a la calle en busca de una amiga.

Al encontrarse con ella, le narró los hechos, pero en vez de ir de inmediato con la policía, ambas buscaron un carpintero y juntos regresaron al 66 de República de El Salvador.

-¿Y por qué el carpintero? –preguntó el reportero de LA PRENSA. La millonaria dijo que fue para romper la chapa de la puerta de la calle, ya que al salir, cerró de golpe y no llevaba consigo la llave.

La acaudalada soltera, acompañada de la amiga y del carpintero, penetró en las habitaciones, encendió las luces y se reveló de golpe una gran cantidad de billetes regados, así como también numerosos muebles caídos, ropas en desorden, roperos fracturados de las chapas.

La millonaria manifestó que lo primero que buscó en el ropero de su alcoba fue la fortuna en joyas que ahí tenía, y no la encontró, considerando que ese lote de joyas, valuadas en 200 mil pesos, fue precisamente el objetivo del doble crimen, pues aun cuando los asesinos lograron llevarse el dinero en efectivo de los muebles de sus hermanos, la suma no llegaba precisamente a igualarse al valor de las alhajas.

Fue la pregunta que desconcertó más a las autoridades, no toda la historia de la búsqueda de su amiga y del carpintero, sino, ¿cuáles fueron las causas para que María Villar diera tan tarde aviso a la policía sobre el doble crimen?

Tal como se constató en el acta, la policía fue notificada pasadas las 24:00 horas y la inspección ocular del agente del Ministerio Público y del personal médico en el lugar del crimen se verificó hasta el amanecer.

En cuanto a los vecinos de las casas próximas a la del 66, manifestaron que por haber ocurrido a temprana hora la fechoría de los cuatro criminales, hubieran visto algún movimiento sospechoso o hubiesen escuchado los gritos de auxilio que dice lanzó dos veces la señorita María y, sin embargo, no llegaron a captar tales gritos.

El procurador general del Distrito, licenciado Castellanos Jr., tan pronto como fue notificado sobre el caso, declaró que se avocaría a la investigación personalmente, llevando como auxiliares al jefe de la Policía Judicial, agentes investigadores y peritos del Departamento de Criminalística de esa dependencia.

Entonces, se dirigió a la casa donde ocurrieron los hechos para hacer una inspección ocular y practicar otras diligencias. Por su parte, el Servicio Secreto también se lanzó en busca de datos para abrir investigaciones.

El silencio de María

Pasados los días, María Villar recibió a las autoridades y a los reporteros en su casa. Sentada en una amplia y vieja poltrona en su recámara, declaró que lo que habían robado le interesaba poco, pues aún le restaba una muy grande fortuna para vivir. Expresó también ser presa del terror de los acontecimientos, y pedía que se la dejase sola.

El procurador Distrito ordenó a sus auxiliares que se hiciera un inventario de todo el dinero que se encontraba esparcido por las habitaciones, para entregarlo oficialmente a la superviviente de aquella carnicería humana.

Se plantearon dos versiones respecto al inicio del suceso. La primera, en la que planteó que María, encontrándose en su habitación, escuchó ruidos y no fue a inquirir inmediatamente, pues supuso que se trataba de su hermano Ángel que había salido y quien tenía llave para evitar molestias. La segunda, que escuchó que llamaban a la puerta del zaguán y, cuando abrió, un individuo desconocido le dijo: “Su hermano Ángel acaba de ser arrollado por un automóvil”. Tras lo cual recibió un fuerte empellón, luego varios golpes en la cara y la cabeza, para luego ser llevada hasta la sala, donde fue maniatada.

Hipótesis del plan

Se formularon también algunas hipótesis sobre la forma en que fue planeado el doble crimen. Una de ellas, que gente que trataba con frecuencia a los hermanos, enterados de que éstos tenían fuertes sumas de dinero, determinaron esperar a que Ángel saliera a la calle.

Se le citó a las 19:30 horas para ultimar un negocio y, al dejar su casa, fue atacado cuando abrió la puerta; su cadáver arrastrado hasta la sala, luego a una recámara, no sin que antes se hubiera adelantado uno de los asesinos para asegurarse de que María no diera problemas.

Entre los numerosos hilos que la policía del Servicio Secreto movió en relación con la doble tragedia, surgió el dato de que hacía seis meses fue separado de su puesto de portero de la casa del crimen, un individuo como de 40 años. Se supo que al dejar la casa, lanzó ciertas amenazas, pero María le dio poca importancia.

Para el viernes 26 de octubre de 1945 parecía que había una clave importante para resolver el caso y ésta se hallaba en el café El Principal, donde se reunían los Villar Lledías; asimismo, se informó que había un detenido, el primero, quien aportaría datos relevantes sobre los asesinos.

Dónde se incubó el crimen

Fueron varias las razones por las cuales El Principal pudo ser el primer capítulo de la tragedia de República de El Salvador 66, pero quizá solo una bastó.

Desde hacía muchos años, los tres hermanos solían comer y cenar en ese restaurante. Poco a poco, fue corriendo a la noticia entre empleados y parroquianos que aquellos solterones poseían una fortuna cuantiosísima, que la avaricia era una de sus características, que no contaban con servidumbre y que, entre los bienes inmuebles que explotaban en México, tenían en su poder en la residencia de las calles de República de El Salvador un lote de joyas cuyo tipo de orfebrería no tenía igual en la urbe.

Por tal motivo, algunos facinerosos del hampa, disfrazados de buenas personas, comenzaron a prestar atención a los hábitos de los viejos y sobre su fortuna, hasta que más tarde alguien concibió la idea de “apretar cuellos y poseer aquel tesoro escondido”.

Hacía aproximadamente cuatro meses, una noche, Ángel Villar se dirigió a una mesera para preguntarle que quiénes eran tres señores que ocupaban una mesa y se dedicaban a examinar sus personas. La mesera manifestó que no los había visto antes.

Con algunas sospechas, los hermanos Villar cambiaron de asientos para pasar más desapercibidos; sin embargo, luego olvidaron el asunto hasta que el crimen encaminó a la policía hacia esa pista, que pronto fue desechada por no conducir hacia el sendero de la verdad y la justicia.

A las primeras horas de la noche del 25 de octubre, se reportó que los agentes de la Judicial llevaron a cabo la detención de un sujeto posiblemente implicado en el crimen. El procurador Castellanos manifestó el deseo de interrogarlo personalmente, teniendo como auxiliar al jefe de la Policía Judicial y al profesor Beltrán.

Para el 27 de octubre, aunque no se precisó si debido a la declaración del detenido el 25, se capturaron a siete hombres y una bailarina, a quienes se creyó implicados.

Sin embargo, ninguna de las pistas ni de los detenidos eran a quienes la policía buscaba, pues todos tenían coartadas sólidas para deslindarse de los homicidios. Sólo María Villar Lledías mantenía un hermetismo inquietante que llamó la atención de la policía.

María -"La Inconmovible", la llamaron- desconcertó a los periodistas al revelar que dejaría México para refugiarse en algún lugar del extranjero. Y más cuando manifestó que fijaría cierta suma de dinero como recompensa para quienes señalarán o capturaran a los asesinos de sus hermanos.

Poco a poco los agentes fijaron su atención en la millonaria sobreviviente de los asesinatos. Los ojos de la sexagenaria no habían derramado lágrimas, ni el día fatídico ni cuando se le notificó en qué sitio habían quedado sepultados sus hermanos.

El 30 de octubre, a las 22:00 horas, la Jefatura de Policía anunció oficialmente que María Villar Lledías había quedado arrestada en su propio domicilio por orden del procurador.

La noticia apareció al día siguiente el las páginas de LA PRENSA, donde se pudo leer: “Hoy, a las 10:00 horas será trasladada a los separos de la Judicial del Distrito y después de interrogársele por parte de los funcionarios de la Procuraduría, será llevada ante los jefes del Servicio Secreto de la Jefatura de Policía para un nuevo interrogatorio, en el que participarán cinco testigos que presenta la propia jefatura”.

Hipótesis de la prensa

Un giro extraordinario tomó el asunto al confirmarse una hipótesis lanzada por LA PRENSA, cuando se indicó que muchos hechos no tenían explicación lógica, suponiendo que María había tomado parte en su desarrollo. Al parecer, los golpes que presentó la superviviente no fueron en modo alguno producidos por los asaltantes, sino por sus propios hermanos en una lucha fratricida que se desarrolló antes de que los viejitos sufrieran estrangulación por parte de los cómplices de su hermana.

El procurador del Distrito declaró que María Villar Lledías estaba a disposición de la Procuraduría, dependencia que desde el principio se abocó a la investigación del doble crimen.

La multimillonaria fue puesta del otro lado, de víctima pasó a victimaria, pues resultó que después de tantas hipótesis, resultó ser encubridora de un chantajista y cómplice de asesinato, según lo informaron todos los periódicos de la capital.

Sin embargo, como el que nada debe, nada teme, la sexagenaria se mostró dispuesta a cooperar en el asunto, sin relevar muchos datos relacionados con personas allegadas a ella que, quizás, estuvieron cerca cuando pasó la tragedia, pero que de ninguna manera estuvieron implicadas.

Autoridades, perdidas

Los días pasaron, las semanas, los meses. Había pocas noticias sobre el avance de la investigación respecto a los acontecimientos. En relación con María Villar, las autoridades no pudieron comprobar su supuesta coautoría del crimen y si más bien la dejó en libertad, fue porque realmente lo era.

Ella nada había tenido que ver en la horrible tragedia y sí, en realidad, fue una víctima a quien confundieron por el hecho de no haber llorado, por ejemplo, o porque dijeron que no mostraba sentimientos respecto a la tragedia.

Tras más de un interrogatorio y varios intentos por hacerla parecer la mente maestra, como si su avaricia fuera aún mayor, pero sin resultados, finalmente a las autoridades no les quedó más que dejarla en libertad y ofrecerle unas disculpas por su incompetencia.

Por otra parte, una vez libre María Villar, los días continuaron acumulándose sin tener noticias sobre el esclarecimiento del asesinato de sus consanguíneos, así como del robo perpetrado en su residencia. Tuvieron que pasar tres meses para que la luz al final del túnel se vislumbrara.

Así lo dio a conocer El Periódico que Dice lo que Otros Callan el miércoles 23 de enero de 1956: “LOS AUTÉNTICOS ASESINOS DE LOS VILLAR, PRESOS”.

Tanto la Policía Judicial como el Servicio Secreto quedaron exhibidos, y más, luego de la pifia que cometieron al relacionar a la millonaria con los delincuentes. El procurador hizo mutis; las autoridades, silentes, dejaron que pasara el tiempo sin dar resultados.

Y lo que no consiguieron los cuerpos policiacos oficiales –salvo el recuento de bienes y monedas-, parece que sí lo logró un agente privado, señor Fernández, detective del Nacional Monte de Piedad, quien echó mano a los asesinos de los hermanos Villar.

Los verdaderos asesinos

Los autores del crimen catalogado como el más sensacional de los últimos tiempos quedaron en manos de la Jefatura de Policía, quien los recibió, “envueltos para regalo”, de manos del jefe del Servicio Secreto del Nacional Monte de Piedad, el detective Fernández.

La historia de la captura, en síntesis, es la siguiente: los abogados José Manuel y Ángel Escalante, ante la infructuosidad de las pesquisas oficiales, decidieron continuar por su cuenta la investigación, para lo cual ratificaron al detective Fernández el ofrecimiento de los cincuenta mil pesos –recompensa ofrecida por María Villar- por la aprehensión de los asesinos.

De tal suerte que el Sherlock Holmes autóctono tras seguir un par de datos, pistas y revolver un poco algunas colmenas en el bajo mundo del hampa, llegó hasta un individuo que afirmó haber sido invitado por alguien a participar en el famoso asalto, oferta que rehusó por aquello de “pobre, pero honrado”.

Sin que lo identificara plenamente, las informaciones sobre este sujeto sirvieron para localizar, en la ciudad de Pachuca, al autor de la macabra invitación.

Estaban en Real del Monte

Ya en Pachuca y auxiliados eficazmente por el gobernador del estado, que puso a sus órdenes al inspector local de la policía, pudieron, no si gran dificultad, encorralar a su buscada presa en algún lugar vecino a Real del Monte y lograron sacarle una declaración plena y circunstanciada de su participación en el crimen.

La confesión fue acompañada de la devolución de algunas alhajas que María Villar reconoció como suyas, lo cual constituyó una prueba contundente sobre los verdaderos responsables y no una falsa pista como hasta entonces las policías se habían enredado con detenidos que ninguna relación tenían en el caso.

El sujeto contaba en su haber con varios ingresos a la Penitenciaría. Y cuando se cometió el crimen, se hallaba disfrutando de una libertad caucional; además de que se le achacaban dos muertes más dentro de la prisión.

La libertad caucional implicaba obligación de presentarse mensualmente ante su juez y la policía para que se tomara nota de su “buena conducta”, pero después del crimen de los Villar, pasó por lo menos dos veces a saludar y después nada se supo de él y las autoridades ni se enteraron porque estaban apuradas en resolver el caso, pero la principal pista se esfumó en sus propias narices.

Pero una vez aprehendido, quiso compartir la prisión con su cómplice –uno, por lo menos, hasta ahora-, para lo cual proporcionó a sus captores los datos necesarios para localizarlo en México.

Los abogados Escalante y el detective Fernández lo localizaron, escondido y atrincherado en un mísero aposento que había convertido en fortaleza inexpugnable. Sin embargo, no tardó en caer en manos de los agentes, aunque el detenido negó toda su participación en el asalto y crimen de la calle de República de El Salvador, aunque su cómplice lo identificó plenamente.

Asesinos presos

Ya en posesión de esos dos pájaros, a quienes tenían a buen recaudo en la capital del estado de Hidalgo, los abogados-detectives decidieron gentilmente invitar a los encargados oficialmente de la investigación, a participar en los honores de la captura de los asesinos más solicitados del momento.

El señor general Jiménez Delgado, con toda actividad, dio órdenes urgentes para el caso y a estas horas, como decimos –digamos la una de la madrugada-, los pájaros vienen volando desde Pachuca hasta su jaula provisional, si es que no están ya en ella, comiendo el alpiste de la eficaz inquisición policiaca.

Y aquí termina la historia de cómo un pacífico notario, dos menos pacíficos abogados defensores y un aguerrido detective particular, consumaron una proeza que oficialmente debiera estar reservada a la Institución Pública, encargada de esos “pequeños” menesteres de capturar a los asesinos de los millonarios Villar.

Esta sensacional información fue proporcionada a LA PRENSA a última hora por personas insospechables por su seriedad y esperamos hoy su plena confirmación, con los detalles completos del apasionante caso.

Finalmente, el viernes 26 de enero de 1946 se conoció la verdad detrás del nefando crimen, tras brutal relato del asalto y muerte de los hermanos Villar Lledías, luego de que los responsables confesaron cínica y detalladamente los pormenores de la tragedia.

Ante los agentes que lo capturaron y en el despacho del jefe de la Policía del Distrito Federal, general Ramón Jiménez Delgado, Lorenzo Reyes Carvajal y Macario Mondragón Bórquez fueron presentados a los periodistas metropolitanos.

Con palabras expresadas claras y llanamente, hizo un relato somero. Dijo que conoció a Macario Mondragón Bórquez en el interior de la Penitenciaría cuando fue a purgar un doble homicidio cometido en Tacubaya, ocurrido por el año de 1931, pero sólo estuvo siete años preso, porque fue puesto en libertad en 1938.

Cómo se incubó el crimen

-¿Fue Macario quien lo invitó al crimen? –inquirieron los reporteros para iniciar el interrogatorio.

-No, señor, quien me invitó directamente fue Fermín Esquerro, a quien también conocí en la Penitenciaría. Fue el quien me dijo que sabía dónde había mucho dinero y alhajas que necesitaban cambiar de propietarios. Una invitación directa al asalto. Yo le dije que no podía acompañarlos, porque no me dedicaba a esas cosas. Jamás me sentí dispuesto a aceptar aquella invitación.

Aquel hombre al parecer agobiado, pero con la resignación de los verdaderos culpables, miraba asustadizo a los reporteros.

-Insistió tercamente Fermín –dijo, reanudando su tétrico relato-, me hizo ver la pobreza en que vivía; me dijo que podría hacerme de dinero fácilmente porque tenían bien estudiado el plan y no había mayores peligros. Yo me dejaba tentar y le hice ver que mi madre habría sufrido mucho durante mi anterior prisión y entonces Fermín me dijo que yo era un estúpido. Y se disgustó aquella tarde ante mi resistencia.

-Bueno, si no quieres venir –dijo Esquerro-, me sobra gente. ¡Yo creía que eras hombre y que vendrías con nosotros!

-¿En qué trabajaba Fermín en aquellos días? –le preguntamos a Lorenzo.

-Se dedicaba a instalaciones eléctricas –aclaró el bandido.

-Después –continuó su interrumpido relato- dejé de verlo algunos días. Yo me dediqué a curarme. Padezco ataques cerebrales y estoy afectado del corazón. Creo que todo es resultado de una enfermedad secreta que no he logrado quitarme de encima y que me tiene frito. Algún tiempo permanecí internado en un hospital de enfermedades tropicales, pero salí casi igual. A la fecha, aún pierdo la cabeza y el alcohol me daña horriblemente. Me fui a mi pueblo unos días y cuando regresé, volví a encontrar a Macario Mondragón. Me dijo que había estado hablando con Fermín y fuimos a la calle de Dr. Arce, domicilio de Macario. Allí comimos y, por la tarde, salimos a la calle. Tomamos un tren de la Penitenciaría. En el Salto del Agua, donde están construyendo un monumento, nos encontramos a Fermín. Platicamos sobre el “asunto”. Yo volví a quitármelos de encima. Les repetí lo de la enfermedad de mi madre y también hice referencia a mis padecimientos y le dije que si tanto empeño tenían, que ellos lo hicieran.

Cómo lo indujeron al asalto

Fermín dijo que tenía bien localizada la casa y que había mucho dinero y poco peligro.

-Dejamos de vernos –dice Reyes Carvajal- durante algún tiempo.

Y luego, mintiendo a sabiendas, tal vez preparando su coartada, dijo que casualmente volvió a encontrar a Fermín allí mismo, en el Salto del Agua.

-Me repitió que era yo un “rajado” y que en ese concepto me tenían los de la palomilla, porque yo no quería acompañarlos a la casa de los viejitos.

-Si no quieres –le dijo Fermín- no nos acompañes, porque al fin y al cabo tú eres el que va a perder la oportunidad. A nosotros nos sobran gentes resueltas.

Acechando a sus víctimas

Y así, insistiendo en su constante negativa, sembrando el campo para afianzar su papel de cómplice obligado, aquel criminal siguió su relato hasta llegar a la víspera del crimen.

-Aquella tare me llevaron dizque a ver la casa. Por la calle de El Salvador, vimos venir una viejecita con varios paquetes.

-Mira –me dijo Fermín-, vamos a esperar un rato para que veas cómo entra y lo fácil que es meternos y darles en la mera torre.

-Al llegar a la puerta –explicó Lorenzo –se le cayó una llave a la ancianita y Fermín, que se le había emparejado, la levantó y se la entregó a la vez que me hacía señales desesperadas para que me acercara. Yo no fui y cuando la viejita se metió, me echó la viga porque no había ido oportunamente.

El día del crimen

-¿Qué bruto eres! ¡No sirves para nada! –me dijo exasperado-. Ahorita mismo podíamos haber entrado.

-Luego discutimos un rato y nos despedimos. Y al día siguiente ocurrió todo. Sin decirme nada, me embriagaron, me llevaron a tomar copas por el rumbo del Salto del Agua y luego me dieron cervezas. Yo me trastorné y cuando me vieron borracho, me amenazaron con matarme si no los acompañaba.

-Con Fermín y con Mondragón y con el albañil Alfredo Castro Araiza estaban también un ayudante de éste al que no conocía (se refiere a un prófugo, Alfonso Jorelo). Salimos a la calle y Fermín me dijo:

-¿Te vas a decidir o no? De una vez, dinos la verdad, porque si no vas con nosotros te damos en la pura torre. Ya sabes que nos sobra gente y no nos haces falta, pero queremos que nos acompañes.

-Yo estaba borracho y les dije que iba a ir, nada más para ver qué pasaba. En la esquina de Isabel la Católica y República de El Salvador nos encontramos a David Rojas haciendo guardia. Yo estaba muy nervioso, y la cabeza me daba vueltas por el efecto del alcohol que había tomado. Quise irme de aquel sitio, pero Araiza me alcanzó y me advirtió que no me fuera.

Completa luz en el caso

Media hora más tarde –agregó el bandidazo relator- vimos salir de la casa a un viejecito. Esperamos otro rato y cuando ya regresaba, Araiza dijo:

-¡Agua, muchachos, ahí viene ya…!

Ellos se adelantaron y cuando aquel buen hombre abrió la puerta y se metió, entraron a la casa David Rojas, Araiza y Esquerro. A mí me empujó Mondragón y entré casi trastabillando. Él cerró la puerta y se fue de aquel sitio. Fue entonces cuando vi que entre Rojas y Araiza se llevaban al viejo, casi a rastras, hacia arriba. Esquerro se adelantó y dijo a la viejecita:

-Señora, ya atropellaron a su hermano; aquí se lo traemos, porque viene herido.

-¡Ay! –exclamó doña María-. ¡Pobrecito de mi hermano, pásenlo por acá por favor.

Fue entonces cuando otro señor se asomó por el corredor y gritó con tono violento:

-¡Qué coche ni qué atropellamiento! ¡Sáquense de aquí, inmediatamente!

Pero nadie le hizo caso y todos subimos. A mí no me quitaban la vista de encima (recordemos que Miguel era ciego) y yo me sentía amenazado. Ya arriba, golpearon al otro viejito y fue a dar contra un jarrón grandote que estaba en la sala. El jarrón cayó casi encima de él y seguro lo golpeó fuerte. Entonces grito:

¡No me peguen! ¡No me peguen! ¡No me peguen! ¡Asesinos bestias!

-David Rojas y Esquerro –afirmó Lorenzo- se encararon entonces con la señora:

-¡Necesitamos que nos entregue inmediatamente cien mil pesos, si no quiere morirse, vieja desgraciada!

-¡Y también las alhajas…! –dijo David.

-Yo no tengo aquí dinero –repuso la señora sin perder la entereza y mirando fijamente a los bandidos-, estamos pobres y lo poquito que nos queda está en el banco. Si quieren, vengan mañana y se los entregaré.

Golpearon a María Villar

-Por toda respuesta, continuó Lorenzo, Rojas se le fue encima y la golpeó rudamente en el rostro. Entre Rojas y el albañil la amordazaron y la amarraron, mientras Esquerro se metía por las otras piezas en busca del dinero y las joyas. Rojas me llamó para que le ayudara a amarrar bien a la señora. Yo obedecí bajo la amenaza de un cuchillo que blandía su ayudante y la sentamos en un sillón. Entonces apagaron las luces y cerraron las puertas, yéndose después por las piezas de adentro en tanto que yo me quedaba cuidando a la vieja. Al poco rato aparecieron nuevamente diciéndome:

-¡Ya estuvo todo listo, vámonos! –ordenó Esquerro en tanto que acomodaba unas bolsa que entregó luego a David y a Araiza.

-¿Y al viejecito quién lo llevó a la cama? –le preguntaron los reporteros.

-¡Ah, se me olvidaba ese detalle! –exclamó Reyes Carvajal-. Fueron el albañil Araiza y su ayudante. Se lo llevaron arrastrando, muy de prisa, ya con ganas de salirse.

-¿Y usted no se guardó dinero? ¿No recogió algo de lo mucho que quedó tirado por ahí? –se le preguntó al bandido.

-¡Ni un centavo! –respondió enfáticamente y agregó-: Lo que ellos me dieron ya esta devuelto, ya entregué todo.

Y casi para terminar su pavoroso relato de infame realismo dijo:

-Yo fui el último en salir, porque ellos llevaban prisa. Cuando ya iba salir, escuché que la vieja me hablaba.

-Oiga, señor –dijo en tono sugerente-, no sea malo, mire que de esta herida me sale mucha sangre. Prenda la luz y desáteme.

-Yo aflojé las ataduras de la señora, pero en eso llegaron a la puerta Esquerro y Araiza y me obligaron a salir. Lo más que alcancé a hacer fue abrir la ventana. Ya abajo, al pretender abrir la puerta, se hicieron bolas con los picaportes y no podíamos salir. Entonces, me dio miedo porque alcancé a oír la voz de la señora, pidiendo auxilio. ¡Creí que allí mismo nos agarrarían!

La apurada fuga

Cuando Rojas pudo meter bien la llave, Araiza le dijo en voz baja:

-No abras porque la vieja está hablando con el vigilante por el balcón.

-Después se asomó Rojas por la puerta apenas entreabierta y le dijo:

-Vámonos pronto, porque el vigilante ya se fue. ¡Ahorita es tiempo!

-Yo quise correr –aseguró Reyes Carbajal-, pero me contuvieron. Me tomó Esquerro por un brazo y nos fuimos a tomar un camión. Calles adelante, bajamos y en un coche de alquiler fuimos a la casa de Mondragón. Esquerro tocó la puerta y tardó en aparecer Mondragón, asomando la cara por el balcón. Abrió y entramos al despacho.

-¡Ya está listo el asunto! –le dijo irónicamente Esquerro. Luego le contó lo que había pasado con los viejitos:

-¡Creo que se quedaron muertos los dos!

-¡Caray, qué mal estuvo eso! –comentó asustado Mondragón.

Esquerro le entregó el veliz con las alhajas y el dinero. Y Mondragón pacientemente se entregó a contarlo y a examinar las joyas. Inmediatamente se hizo reparto de aquello y nos tocaron mil 700 pesos por cabeza en billetes de banco. Las joyas fueron cinco para cada uno, en lo que Mondragón se guardaba una bolsita conteniendo quinientos pesos en plata. Allí nos quedamos a dormir. Mondragón nos preparó una habitación.

-¿Pudo usted dormir esa noche? –inquirieron los reporteros.

-La verdad, no. Yo estaba pensando en mis gentes y de vez en cuando me acordaba de los viejos. Al día siguiente, nos levantamos temprano y fuimos a ver a Alfredo.

-Caray, muchachos –nos dijo-, créanme que estoy arrepentido. Yo creo que se nos pasó la mano y nos las vamos a ver muy fea. Pero ya saben –agregó amenazador-, el que se raje, se muere. Es un juramento que hemos hecho todos y lo cumpliremos.

-Luego, ya más calmado Alfredo, me dijo:

-Mira, yo me traje muchas alhajas. Yo no las puedo esconder bien aquí, y quiero que te las lleves y me las guardes en tu casa del pueblo, porque allá estarán más seguras.

-Yo las envolví en un paliacate, hice el bulto y me fui para Peralvillo. Allí tomé un camión y no paré hasta llegar a mi pueblo. En cuanto pude, las enterré en el patio de la casa y allí se quedaron hasta que las encontró la policía.

-¿No fue usted mismo quien las entregó! -preguntó el reportero de LA PRENSA con cierta sorpresa.

-No, porque yo estaba muy atontado y no las pude localizar. Fue que la policía me aprehendió y los agentes me llevaron amarrado por Real del Monte. Yo no conocía aquellos lugares y me asusté. Creía que me iban a matar. Al principio, me dijeron que yo había matado a un hombre, pero ya sabía que aquello no era cierto y así lo sostuve. Luego me dijeron que iban a echarme al fondo del tiro de una mina, y creí que había llegado mi último momento. Uno de los policías, creo que era un jefe, me dijo:

-Si no hablas claro, vas a sufrir mucho. Lo mejor es que despepites todo lo que sepas de las alhajitas y el dinero.

-Y ya cuando me dijeron de lo que se trataba y me convencí de que no había otro remedio, les dije que iba a decir con claridad todo y a denunciar a mis cómplices. Entonces, me llevaron a un bosquecillo y allí les hice un relato parecido a este, dando los nombres de todos. Regresamos a mi pueblo en el mismo coche y fui a buscar las alhajas, pero no pude encontrarlas, tal vez por el estado de ánimo que yo tenía. Ellos revolvieron toda la casa y como no encontraron nada, se enojaron. Otra vez me sacaron y volvieron a amenazarme, hasta que al fin regresamos, y uno de ellos pudo localizar el sitio en que estaban las alhajas robadas enterradas en el patio. Créame usted –dijo Lorenzo- que entonces respiré…

Al llegar a este punto, Lorenzo Reyes Cabajal tomó aliento. Visiblemente fatigado, hizo un alto y pidió un cigarrillo. Aspiró con fruición el humo y sacudió la cabeza, como si el cansancio lo agobiara.

-¿Y ese abogado que se menciona como jefe de todos ustedes, como el verdadero autor intelectual de este crimen, quién es? –le preguntamos sin darle tiempo a meditar.

-No, eso no es verdad. No hay ningún abogado metido en este lío –afirmó.

-¿Y quién es el licenciado Guevara?

-¡Ah!, vamos –exclamó-. Ahora sí veo claro. Pero el licenciado Miguel Guevara no tiene nada que ver en todo esto. A ese señor lo fuimos a ver a Córdoba hace unos días Esquerro y yo, pero para otro negocio.

-¿Qué clase de negocio?

-Pos para la venta de un terrenito, pero nada tiene que ver en todo lo del crimen.

Y fue aquí en donde las autoridades policiacas cortaron la entrevista. A Lorenzo Reyes Carvajal se le necesitaba para la práctica de nuevas diligencias.

La Suprema Corte de Justicia confirmó una sentencia de 27 años de prisión para los asesinos, quienes –se dice- purgaron condenas de veinte años cada uno. Por su parte, María abandonó la casa donde habían muerto sus hermanos.


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