El Ford negro, modelo 1946, lucía impecable –eran los típicos autos que se compraban los hombre de negocios, los artistas y los gánsteres, digamos, una clase de lujos que se daban ese tipo de personas.
El coche se dirigía por la calzada Ferrocarril de Cintura; en su interior viajaban los empleados del Banco Internacional S. A., señor Federico Chávez Arroyo y el chofer, un joven de nombre Mario González Cuevas.
Ambos iban despreocupados, cumplían con una jornada más de trabajo, la cual consistía en recoger los depósitos de sus clientes, entre ellos, algunas casas comerciales que operaban fuertes cantidades de dinero.
Eran las 13:00 horas del martes 5 de agosto de 1952 y, en la radio, una voz grave decía: “Amigos, ésta es la XEW, la voz de América Latina desde México”. Comenzó el noticiero vespertino y en él, el locutor daba cuenta de un espeluznante crimen: el cadáver del comerciante sirio libanés Samuel Birch Nemat había sido encontrado esa mañana debajo del asiento trasero de su lujoso Cadillac, por los rumbos de la colonia Lindavista.
Aquel día, Federico Chávez y Mario González habían empezado muy temprano su ruta; después de visitar a varios clientes regresaron a las oficinas centrales del banco ubicadas en Paseo de la Reforma número 1 para depositar el dinero recaudado.
Alrededor del mediodía, cuando salían de nuevo para continuar con su derrotero, se encontraron con un compañero de trabajo llamado Agustín Roque Chavarría, un cajero ambulante al igual que Federico que llevaba más de 10 años laborando en la corporación.
Después de saludarse y bromear un poco, Agustín les invitó un refresco a sus compañeros en las orchaterías del Hotel del Prado, a cambio de que le dieran un aventón cerca de su casa, situada por Calzada de los Misterios.
Como les quedaba de paso, Federico y Mario aceptaron. Una hora más tarde, después de haber pasado con algunos clientes, los tres empleados bancarios se despedían en la Glorieta de Peralvillo, lugar donde dejaron a su compañero Agustín Roque.
Para ese momento, Federico Chávez y Mario González llevaban en un maletín alrededor de 150 mil pesos, 75 mil en efectivo, el resto en pagarés, cheques y letras. El recorrido se había conformado por recoger depósitos en Almacenes SYR, sucursal Alameda Central; Comercial Herdez, ubicada en la calle de Degollado número 184; luego tomaron rumbo hacia la Calzada de Guadalupe para dirigirse a la Pasteurizadora El Perujo; ahí recogieron varios cheques y dinero en efectivo. Fue ahí, cuando se despidieron de su compañero y continuaron con su camino.
Así que Mario González dio vuelta en la Glorieta de Peralvillo para tomar camino hacia Ferrocarril de Cintura para llegar hasta la fábrica La Moderna, cerca de la Penitenciaría de Lecumberri.
"Somos policías decentes"
Sobre dicha calzada iban los dos empleados del Banco Internacional, cuando otro auto Ford, de modelo más antiguo se les emparejó. A bordo viajaban cinco sujetos, todos trajeados y con corbata, dos de ellos usaban sombrero.
El que viajaba como copiloto ordenó al chofer Mario González que detuviera la marcha del vehículo. Éste, algo molesto, no hizo caso a las indicaciones del otro hombre y bajó la velocidad. Los cinco tipos volvieron a emparejarse a los empleados del banco y repitieron la advertencia. Entonces Mario no tuvo opción, así que detuvo la marcha y se orilló.
Dos tipos bajaron rápidamente y se acercaron a las ventanillas del auto bancario. Uno de ellos, quien vestía camisa blanca y corbata roja dijo con un acento extraño al cajero Federico Chávez Arroyo: “Somos agentes de la Policía Judicial”, al momento que sacó una placa de la corporación y se las enseñó. “Somos policías decentes. No tienen nada que temer”.
Entonces Chávez Arroyo preguntó al supuesto agente, cuál era el motivo de la detención, a lo que respondió: “Tenemos una orden de aprehensión en contra de los tripulantes del auto Ford con placas 53-739 del Distrito Federal”.
Mientras los dos empleados bancarios intercambiaban miradas, ya que se encontraban extrañados de lo que aquel sujeto les acababa de decir, éste desplegó un papel que portaba en la bolsa interior de su saco y, en efecto, se trataba de una orden de aprehensión con los datos del auto bancario, la cual afirmaba que habían atropellado unos días antes, a una niña en la colonia Guerrero.
Sorprendido, Federico Chávez dijo al tipo de la corbata roja que estaban dispuestos a ir a la delegación de policía que hiciera falta para deslindar responsabilidades, pero afirmaba que se trataba de un error, pues ellos no habían atropellado a niña alguna.
Cuando tal asunto sucedía, los otros tres tipos ya habían rodeado el auto bancario y asumían una posición de alerta.
Quinteto de pacotilla
Así que uno de los sujetos de sombrero ordenó a los empleados bancarios que se pasaran a la parte trasera del vehículo, entre ellos se colocó otro supuesto agente policiaco.
Chávez Arroyo abrazaba el maletín que contenía el dinero con todas sus fuerzas y con actitud de gran temor a perderlo o que le fuera arrebatado por alguno de los desconocidos.
De esta forma, los tres presuntos policías y los dos empleados del Banco Internacional se enfilaron con rumbo a la colonia Morelos, mientras en el otro auto, eran seguidos por dos hombres más.
Llegaron a la colonia 20 de Noviembre donde dieron vueltas por varias de sus calles por espacio de 25 minutos, entonces, al cajero Federico Chávez lo empezó a invadir el miedo, se encontraba desconcertado y no entendía por qué los supuestos policías los habían llevado a esa colonia, y por qué daban sólo vueltas sin dirigirse a ningún lugar en específico.
-¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué damos tantas vueltas? Les pido que nos lleven a la sucursal del Banco Internacional para entregar el dinero recaudado, ya que nos están esperando.<EP,1>El hombre de la corbata roja pronunció entonces las siguientes palabras, que más que una contestación, sonaron como una advertencia:
-Acaso, amigo, ¿ustedes creen que nosotros somos ladrones o algo parecido?
Chávez Arroyo y Mario González ya no supieron qué contestar, pero no se atrevieron a confesar que estaban seguros de que se trataba de un asalto.
Tienen pinta de gánsters
El tipo del sombrero que conducía el auto bancario pisó el acelerador y tomó la Calzada Nonoalco, llegó a la calle de Moctezuma y se internó en la angosta calle de Aldama, ahí bajó la velocidad y dijo a los secuestrados: “Vamos a ir al domicilio de la niña que atropellaron, si los reconocen, entonces estarán en problemas y los llevaremos a la delegación”.
El sujeto de la corbata roja descendió y llegó hasta la entrada de una vecindad. Desde el auto, los demás observaron cómo interrogaba a una señora y a un joven, quienes movieron la cabeza en sentido negativo.
Después, caminó unos metros más, se detuvo en un taller mecánico donde un hombre lleno de grasa y aceite repitió el mismo gesto ante los cuestionamientos.
Así que el supuesto agente regresó al auto y ordenó a los detenidos que se bajaran. El cajero se aferró al maletín lo más que pudo, pero el tipo de corbata roja se dirigió hacia él: “Bájate sin el maletín, no lo vas a necesitar, además, mi compañero lo cuidará muy bien”. Pero Federico ya no confiaba en esos sujetos, así que apretó con todas sus fuerzas la valija, el sudor le escurría por la frente, se recargó del auto y cerró los ojos. “Hemos dicho que baje sin la petaca, y así lo hará”, reclamó el otro sujeto, mientras le arrancaba el maletín de los brazos.
Los dos empleados sintieron pánico y no hicieron más que obedecer. Torciéndoles el brazo, en una especie de llave luchística, Federico y Mario fueron conducidos hasta el zaguán de una vecindad.
Entonces, el chofer del banco forcejeó con su captor, trató de zafarse: “¡Lo sabía, qué policías ni qué la chingada, ustedes son unos pinches ladrones!”.
En una maniobra veloz, el tipo de la corbata roja despojó a Federico de una pistola que portaba en un cintillo entre la camisa y su saco, después, apuntó el arma contra ellos, mientras el resto de sus compañeros, ya se encontraban armados y listos para disparar. Antes de emprender la huida, el supuesto agente policiaco propinó una patada en el vientre a Federico que lo mandó al suelo. Amenazándolos con sus armas, los cinco sujetos abordaron los autos y se dieron a la fuga por las calles de la Colonia Guerrero.
Temblando de miedo, Federico Chávez y Mario González tardaron unos segundos en reaccionar, en tratar de asimilar lo sucedido, entonces caminaron hacia la Avenida Insurgentes y ahí se toparon con un motopatrullero, a quien le solicitaron ayuda y contaron la forma en cómo los despojaron del dinero.
En compañía de varios agentes de policía, los empleados se dirigieron al Banco Internacional sucursal número 1, en Paseo de la Reforma número 1, donde narraron a sus superiores la manera infame en cómo los habían despojado del dinero recaudado. Acto seguido, el abogado del banco Felipe Gómez Monto acudió con los dos empleados al Ministerio Público para levantar la denuncia correspondiente. Ante las autoridades, Federico Chávez y Mario González fueron interrogados por el jefe del Servicio Secreto, el coronel Joaquín Foullón, quien después de tener conocimiento de los hechos, solicitó al general Leandro Sánchez Salazar, jefe de la Policía Preventiva del Distrito Federal, para que recurriera a sus mejores hombres y dar con el paradero de la peligrosa banda de asaltantes.
La cual, al parecer y por lo narrado por los dos empleados bancarios, se trataba de una agrupación integrada por centroamericanos, debido al acento muy peculiar que tenían dos de ellos al hablar.
Abandonaron auto y maletín
Al día siguiente, muy temprano alrededor de las cuatro de la madrugada, los policías preventivos Demetrio Bernal Neri y Alfredo Delgadillo realizaban su rondín por las calles de Bernal Díaz del Castillo y Puente de Alvarado, cuando vieron un Ford, con características muy similares a las del auto bancario reportado como robado; lo inspeccionaron, abrieron las portezuelas y la cajuela, donde encontraron la tarjeta de circulación y otros documentos que comprobaban que, en efecto, se trataba del Ford placas 53-739, del Distrito Federal, propiedad del Banco Internacional.
De inmediato, las autoridades trasladaron el vehículo a la Jefatura de Policía, donde el cajero Federico Chávez y el chofer Mario Vargas, lo identificaron plenamente, como el auto en el cual se trasladaban todos los días para realizar su trabajo.
Pero los hallazgos no terminaron ahí, porque alrededor de las 8:00 horas, agentes del Servicio Secreto hallaron flotando un maletín en la fuente del jardín del antiguo edificio de la Tabacalera, entre las calles de Ignacio Mariscal y Ramos Arizpe. Hasta ese lugar se trasladó el jefe de dicha corporación, Joaquín Foullón, para recoger él mismo la valija.
Cuando la abrió, se encontraban nueve bolsas de lona, dos de éstas pertenecían a las pasteurizadoras El Perujo y La Moderna. Dichas bolsas fueron cortadas con tijeras, lo que demostró que los hampones no quisieron perder tiempo en desatarlas y optaron por darse prisa para llevarse el dinero.
En el interior del maletín también se encontró la libreta del cajero Federico Chávez, donde apuntaba las cantidades de dinero que recibía de los clientes, así como un sello fechador. Ante estas pruebas, las autoridades se encontraban muy optimistas, y aseguraron a los medios de comunicación, que pronto darían con el paradero de la peligrosa banda de asaltantes.
Por otra parte, el jueves 7 de agosto, los empleados bancarios fueron citados en las oficinas del Servicio Secreto, donde les fueron proporcionadas las fichas de los más peligrosos asaltantes de aquellos años, con el fin de que pudieran identificarlos y dar pistas más precisas sobre los cinco sujetos que los habían despojado del dinero.
Sin embargo, aquel día, cuando Federico y Mario terminaron de revisar los perfiles y fotos de aquellos delincuentes, no pudieron identificar a ninguno, lo que reafirmaba la hipótesis de la policía: de que se trataba de una banda conformada por elementos mexicanos y extranjeros que operaba al más puro estilo gansteril.
Una corporación delictiva bien organizada que al parecer, pretendía sembrar el terror en los ciudadanos de una urbe que prosperaba a pasos agigantados, en aquella incipiente década de los 50 del siglo pasado.
Un trabajo interno
No muy lejos de las oficinas de LA PRENSA, en la colonia Guerrero, como se ha mencionado, ocurrió uno de los atracos más elaborados de que se tenga noticia, ya que los asaltantes presentaban documentación oficial y se hicieron pasar como agentes de la policía.
Sin embargo, luego de una búsqueda llevada a cabo tanto por el Servicio Secreto como por la policía, se logró dar con el paradero de dos de los responsables, quienes confesaron todos los pormenores respecto al golpe dado a un cajero y el chofer del Banco Internacional.
Cabe mencionar que en ese momento se pensó que se estaban frente a una banda de gánsteres -tal como lo informó El Periódico que Dice lo que Otros Callan-, puesto que el día posterior al atraco consumado en las calles de Moctezuma y Aldama (cerca de donde ahora se ubica la Biblioteca Vasconcelos y a espaldas de las oficinas de la Dirección General del ISSSTE), al parecer los mismos facinerosos asaltaron con lujo de violencia al doctor Juan Solares Espino a plena luz del día sobre Paseo de la Reforma.
De lo poco que pudo recordar el doctor Solares, un automóvil se le emparejó y de éste descendieron cuatro individuos y uno más permaneció al volante. Como el doctor Solares les preguntó por qué lo detenían irrespetuosamente, los maleantes sólo acertaron a golpearlo hasta dejarlo inconsciente, para después despojarlo de sus pertenencias, no así del vehículo.
Tan pronto como se dio a conocer este suceso, de inmediato se hicieron algunas conexiones en relación con ambos casos, en los cuales se trataba de un grupo de cinco individuos que viajaban a bordo de un auto, luego se les emparejaban a sus objetivos, para finalmente desapoderarlos de sus pertenencias.
Así pues, al conocerse las inferencias que el redactor de LA PRENSA, Luis C. Márquez, manifestaba en torno a estos eventos que comenzaban a asolar a la ciudad, pronto el Servicio Secreto ordenó la resolución de estos atracos.
De tal suerte, se despachó a un grupo de agentes hacia la frontera norte del país, con base en que posiblemente algunos de los asaltantes estuvieran fichados en la frontera norte, donde posiblemente ya hubieran delinquido, toda vez que en la capital no se contaba con un registro de éstos; y también con base en las declaraciones de los empleados del banco, quienes señalaron que los maleantes tenían acento extranjero.
Por su parte, el representante del Banco Internacional, licenciado Gómez Mont, precisó que las suposiciones en torno a un autorrobo estaban completamente infundadas, puesto que los empleados tenían un registro impecable y ambos eran personas honradas y no era la primera vez que éstos manejaban fuertes sumas de dinero y nunca cayeron en la tentación.
Y, por su parte, los representantes de la autoridad afirmaron de manera rotunda que oficialmente no se había informado nada respecto a un posible autorrobo, aunque, seguramente, se trataba de rumores que buscaban despistar, puesto que el Servicio Secreto estaba presto a resolver el caso.
Prófugos, cómplices y un empleado coludido
Para el sábado 9 de agosto de 1952, se informaba sobre la captura de dos de los cinco miembros de la banda gansteril que causó revuelo en esos primeros días del mes al dar un golpe extraordinario al Banco Internacional. Sin embargo, otros tres integrantes de los hampones lograron evadir a la justicia.
Pero, para ese momento, con base en las declaraciones de los detenidos, se especulaba que al momento de que cerrara la edición del 10 de agosto de ese año, con seguridad la policía tendría capturados a los hampones; tal era la confianza que se tenía en la autoridad, a pesar de que incrementaba la delincuencia. Una cuestión más que sobresalió fue el hecho de que uno de los empleados del propio banco estuvo relacionado con el caso.
Fueron 10 los elementos del Servicio Secreto los que trabajaron sin conocer el descanso hasta solucionar este caso; para lo cual siguieron cada pista que tuvieron frente a ellos: las bolsas de lona vacías, un sello fechador, una libreta de notas, el coche abandonado cerca del Frontón México, así como las declaraciones de los empleados y del doctor Juan Solares Espino.
Entonces, cuando el jefe de la policía interrogó a los dos gánsteres capturados, éstos cedieron en el interrogatorio, aunque no sin intentar evadir su culpa, por lo cual ante sus versiones coincidió lo que habían señalado los empleados del banco, el chofer González Cuevas y el cajero Chávez Arrollo. Y ante un panorama en prisión, terminaron confesando el crimen y aportando elementos importantes para poder detener a toda la banda de hampones.
Cantó el cajero
El domingo 10 de agosto de 1952 se logró capturar a los prófugos, como lo había anticipado LA PRENSA en su edición de un día previo, así como al empleado implicado en el atraco y relacionado con los maleantes.
Agustín Roque Chavarría fue quien se encargaba de informar a los malandrines los pormenores de los movimientos del cajero y el chofer del banco, ya que también fungía como cajero de la institución. El par aprehendido en la capital, que aportó datos para la captura de los demás implicados, respondía a los nombres de Jaime Omar Toledo y Mario Berenguer Sosa. Por otra parte, a los otros criminales se les detuvo en diferentes estados de la república.
Al jefe de la banda, Conrado Arturo Villanueva González “El Peludo”, se le capturó en Veracruz, así como a Félix Córdova y “El Chino” Del Río; y, en Tehuacán, Puebla, a Juan Feces Sánchez, el único extranjero.
Luego de su detención, fueron transportados de regreso a la capital para confrontarlos con el empleado del banco implicado y con los dos primeros detenidos.
Una indiscreción fue lo que llevó a su captura
Resulta que el día de los hechos, aquél que manejó el auto propiedad del banco, Jaime Omar, no soportó la presión y, lleno de miedo, ya no quiso conducir. Así pues, luego de aparcar sobre Puente de Alvarado, el jefe le entregó dos fajos de billetes -uno para él y otro para Mario Berenguer, quien se quedó a la zaga con el vehículo en el que se hicieron pasar como agentes- y Omar bajó del automóvil.
Este hecho no pasó desapercibido por los transeúntes ávidos de chisme, por lo cual notificaron de inmediato a la policía y casi instantáneamente se logró su captura.
De este modo, pronto comenzó a tejerse una red de implicados. Entre éstos, el empleado del banco Agustín Roque Chavarría, quien declaró que hacía unos meses conoció a la banda, pero creyó que se trataba de gente decente.
No obstante, luego de compartir la copa con esos sujetos en varias ocasiones, aquél a quien apodaban “El Peludo” le propuso asaltar a uno de los cajeros ambulantes del Banco Internacional.
Al principio, declaró el sospechoso, se negó, pero pronto le encontraron su punto débil. Bien dicen que mueve más un par de piernas que un ejército; y, en efecto, a Agustín le dieron lo que buscan muchos hombres, placeres ciegos.
Bajo el influjo del alcohol y la efervescencia de las bellas mujeres que lo seducían, nuevamente “El Peludo” lo convidó a que participara en el atraco; pero al negarse el cajero, según declaró Agustín Roque, el malandrín lo amenazó de muerte si no los ayudaba.
Se desentraña el caso
Pero como la agudeza de los detectives era incisiva, se logró determinar que el día de los hechos, el citado Agustín Roque -previamente Roque había sido suspendido por conductas indebidas- fue quien les invitó un refresco a los otros empleados del banco; so pretexto de que no tenía nada que hacer y pedía un aventón a su casa.
En algún punto del recorrido, descendió del coche de la empresa bancaria y se dirigió a un estanquillo donde habló por teléfono, posiblemente para dar el pitazo a los maleantes. En todo momento, este sujeto que se decía inocente preguntaba al cajero cuánto dinero era el que llevaban y los lugares que les faltaba por visitar.
Entonces, a pesar de negar su participación, las cosas se fueron acomodando de manera natural hasta que conforme declararon todos los implicados se pudo constatar la participación de todos y cada uno de ellos.
Convictor y confesos
Finalmente, cuando se logró armar el rompecabezas del crimen, y luego de que las versiones coincidieran en sus puntos más fundamentales, se concluyó que la banda estaba conformada por sujetos provenientes de Veracruz y todos habían asistido juntos a la preparatoria, excepto el cajero del banco.
Por otra parte, a quien llamaban “El Chino” era miembro de una familia renombrada, pero como en un caso también de Archivos Policiacos, el del millonario líder de una banda de robacoches, Carlos Gutiérrez Marié, también decidió seguir por la senda del crimen y lo pagó con la vergüenza y la prisión.