/ viernes 12 de agosto de 2022

Caso El Cobrador: Lo encontraron flotando en un río después de un mes de su desaparición

Era un hombre bueno, amante y esposo y tenía un cariño inmenso por el hijito de cinco años; la policía no descansaría hasta descubrir a los salvajes criminales que lo sacrificaron

El martes 17 de agosto fue encontrado, mientras flotaba inerte sobre las aguas del río Cuautitlán y dentro de un costal, el cadáver de un hombre que llevaba desaparecido más de un mes, pero que, hasta entonces, se desconocía su paradero.

El cuerpo estaba en estado de gran descomposición y fue rescatado por la autoridad competente, quien luego de realizar una primera inspección, creyó que se trataba del cobrador de la Telefónica Mexicana, Luis Zamudio Toledo.

Esta conclusión no fue sino un indicio, pues se derivó luego de que el presidente municipal de Huehuetoca, Ponciano Basurto, junto con el corresponsal de LA PRENSA, Sotero R. Bautista, se dirigieron hacia la ribera del río, donde -no sin trabajos- se había sacado el costal con aquel cuerpo arrastrado por la corriente.

Tan pronto como estuvo fuera de las turbias aguas, la curiosidad de todos los allí presentes se instaló en la documentación que se encontró dentro de las ropas que cubrían el cadáver; ésta consistía en tarjetas de cobro de la Compañía Telefónica Mexicana, así como un recibo de revisión de facturas de la Compañía Vidriera Mexicana.

Por tal motivo, se estableció la hipótesis de que se trataba de un cobrador. Del mismo modo, se anotó que dentro del costal se encontraron ladrillos y un hacha de carnicero, y que, posiblemente, los colocaron ahí para que el cadáver no flotara, sino que quedara en el fondo.

¿Zamudio Toledo?

Fue LA PRENSA el rotativo que un mes antes, aproximadamente, lanzó exclusivamente la noticia en sus columnas de la desaparición del señor Luis Zamudio Toledo, cobrador de la Compañía Telefónica Mexicana.

Se resaltó en aquella ocasión que lo más probable hubiera sido el crimen como un motivo de su ausencia, ya que los criminales lo habrían despojado de unos dos o tres mil pesos que llevaba en un portafolio; incluso, quizá de una mayor cantidad, pues según así lo manifestó a sus familiares.

Luis Zamudio Toledo prestó sus servicios también como cobrador en una casa importante de Estados Unidos durante algún tiempo. Se sabe que radicó en aquel país, donde adquirió el firme hábito al trabajo, pero también por allá se volvió un creyente en el alcohol; sin embargo, en relación con el trabajo, era una persona asaz responsable, por lo cual se desechó la teoría de que su desaparición pudiera atribuirse a una parranda.

Instalado en la capital mexicana, Luis Zamudio comenzó a trabajar para la Telefónica Mexicana, donde se distinguió por su afán en el cumplimiento de sus obligaciones laborales; y, por tal motivo, en torno a su desaparición surgieron los más variados comentarios, aunque todos ellos en el sentido de que habría caído en manos de asesinos o plagiarios.

Desde mediados de julio, el reportero policiaco de El Periódico que Dice lo que Otros Callan permaneció atento a las investigaciones de la policía, las cuales estuvieron a cargo del detective Ramón Carrillo de Albornoz, quien, pese a que cada día era una desilusión para él, al no dar con el paradero del cobrador, no dejó de buscarlo.

Pero todo cambió con el hallazgo de aquel cadáver que flotaba sobre las aguas del Cuautitlán, pues abrió la posibilidad de que se tratara de quien buscaba, máxime que, según informes recabados, se asentaba como hecho contundente que el cobrador de la Telefónica tenía unos dientes encasquillados en oro, lo cual correspondía a simple vista con el difunto.

Hubo detenidos

Tras la desaparición de Zamudio Toledo, se llevaron a cabo varias detenciones de personas a quienes se suponía mezcladas en el asunto, pero la policía se vio precisada a ponerlas en libertad por falta de pruebas que comprobaran la culpabilidad, desde el momento en que todo se basaba en meras suposiciones y datos muy débiles.

Todo hacía suponer que Luis Zamudio fue secuestrado por una pandilla de criminales que lo tuvieron encerrado, esperando tal vez una ocasión propicia para pedir a sus familiares alguna fuerte suma como rescate.

No obstante, al intervenir la policía, surgió el pánico entre los delincuentes, por lo que tuvieron que conformarse con los miles de pesos que encontraron en el portafolio del empleado; luego, lo asesinaron y después lo arrojaron al río.

Quizá hasta les pareció fácil pensar en destazarlo, de allí la presencia del hacha junto al cuerpo, aunque al final hayan desistido de esa parte del sanguinario plan.

Macabro hallazgo

Una incógnita que se presentó en el caso del cobrador asesinado, fue que, pocos días antes, se halló el cadáver de una mujer en el mismo río. Por sí solo, el asunto habría pasado desapercibido y considerado un cuerpo más en la estadística; no obstante, se descubrió que el pañuelo del occiso estaba lleno de rouge -como llamaban en aquel entonces al lápiz labial-, y apuntó el redactor de LA PRENSA: “como si alguien hubiera limpiado los labios de una mujer”.

En este caso, como en otros tantos, resultó innegable el triunfo que alcanzó LA PRENSA, ya que gracias al seguimiento, descubrió el crimen de que fue víctima el cobrador Luis Zamudio Toledo, de quien no se tenía la menor noticia desde su desaparición el día 12 de julio de 1937.

Los antecedentes

Fue un hecho que causó resonancia. No sólo El Diario de las Mayorías dio la nota, sino que todos los periódicos capitalinos publicaron la misteriosa desaparición del cobrador, quien desde el día 12 de julio no volvió a su domicilio en la calle de Baja California, en la colonia Condesa.

Desde luego, la hipótesis del asesinato quedó establecida, sin lugar a duda. Zamudio Toledo, escribió el reportero: “honrado cobrador de la Telefónica Mexicana, llevaba el día en que desapareció cerca de dos mil pesos en su portafolio, pero había una circunstancia que hacía venir por tierra la idea de un robo. Zamudio tenía en el banco más de tres mil pesos y la compañía tenía la plena seguridad sobre su conducta honrada”.

La cadena de mando en el caso quedó con el primer comandante de agentes, Alfonso Frías, a cargo de todas las investigaciones, quien comisionó al detective Ramón Carrillo de Albornoz para que hiciera el trabajo de campo en el asunto.

Los días pasaron sin que se llegara a la verdad sobre el paradero del desaparecido. Durante ese tiempo, se detuvo a varias personas, pero como nada claro se obtuvo de ellas, se las dejó en libertad.

Y tras una larga espera, el asunto parecía quedar en el olvido, empero los redactores de LA PRENSA y, particularmente, Carrillo de Albornoz, se mantuvieron alerta, esperando de un momento a otro dar con la clave del caso.

En aquel entonces, la labor de los reporteros era casi la misma que la de un detective. Seguían la pista o un indicio, esperaban, buscaban y tenían la paciencia para esperar y escuchar lo que sucedía alrededor y, luego, dar en el blanco de la nota.

El primer indicio

El 16 de agosto llegó correspondencia proveniente de Huehuetoca a la redacción de LA PRENSA. Al parecer, nada inusual, dado que diariamente llegaban cientos de cartas de todos los rincones, pero esa en específico llamó la atención del reportero, pues se trató de una corresponsalía, enviada por Ponciano Basurto.

En apariencia, la noticia carecía de importancia; se trataba de un cadáver que en el río de Cuautitlán se encontró dentro de un saco, pero se agregaba que en el saco de la víctima se habían hallado varios objetos, entre los que destacaban unos recibos por cobrar de la Compañía Telefónica Mexicana y una factura contra la Compañía Vidriera Mexicana, S. A.

Ante tal dato, el reportero inmediatamente sospechó que podía tratarse de Luis Zamudio Toledo, por lo cual tomó el teléfono y se comunicó con el agente Carrillo de Albornoz, a quien le dio cuenta de ese peculiar y significativo detalle.

El detective contestó por el auricular: “Compañero, precisamente ahora acabamos de recibir un telefonema del presidente municipal de Huehuetoca sobre el particular. Inmediatamente vamos a salir para allá y tenga usted la seguridad de que se trata de Zamudio Toledo”.

Hacia Cuautitlán, redactor y fotógrafo

Temprano por la mañana llegaron el reportero y el fotógrafo a la Jefatura de Policía, pero Carrillo de Albornoz ya había salido rumbo a Cuautitlán para proceder a la identificación del cadáver, según les informó el jefe Frías.

Ambos se dirigieron a toda prisa “a aquel pueblecito” -escribió el reportero- y allí se presentaron en el juzgado de primera instancia del lugar, a cargo del licenciado Rafael Velasco.

Al pasar al amplio patio del juzgado, encontraron allí a las autoridades del lugar y al corresponsal, Fernando M. Malváez, quien ya activamente trabajaba tomando los datos del asunto.

Al verlos, Carrillo de Albornoz dijo:

-No me equivoqué, mi hermano; se trata de Zamudio Toledo. Es una cosa horrible, mayor saña no pudieron tener los asesinos.

Sobre el piso del patio habían colocado varias prendas, pertenecientes a la víctima, así como un hacha pequeña, como las que utilizan los carniceros para cortar los huesos de la carne; junto con ella estaba un pedazo de sus tirantes, un pedazo de su camisa, una pluma fuente, un lápiz tinta, un fragmento de su chaleco, varios recibos por cobrar de la Compañía Telefónica y un pañuelo.

Sobre la última prenda, hicieron énfasis tanto el detective como el reportero. Lo que se asentó fue que el pañuelo “tenía huellas indelebles de pintura para los labios de mujer, de rouge, mejor dicho, tal parecía que el muerto u otra persona había limpiado con el pañuelo la boca de alguna dama”.

Un saco de yute con un cadáver

En el juzgado de primera instancia estaban presentes el comandante de policía, Crisóforo Franco, y varios de sus agentes que fueron los que se dirigieron a Huehuetoca para trasladar el cadáver.

-Unos chiquillos fueron quienes nos avisaron del macabro hallazgo –dijo el comandante Franco- e inmediatamente nos fuimos allá a traerlo. Mire usted, el cuerpo del muerto estaba en posición decúbito dorsal y bajo su axila derecha tenía el hacha que usted ha visto y notamos, desde luego, que le faltaba la mano del mismo lado; tal parecía que los asesinos la cercenaron, pues no la encontramos dentro del costal de yute en que venía.

Permaneció un momento como en vilo, con el puño de la mano derecha en su barbilla y el pulgar sobre la quijada; luego prosiguió:

-El saco estaba perfectamente cosido por la boca y a sus lados tenía varios ladrillos.

-Fíjate en esto -terció Carrillo de Albornoz-, pues esos ladrillos fueron para que el saco pesara y quedara en el fondo del río. Además, debes de hacer notar que a no ser por las lianas que detuvieron al costal, éste hubiera seguido entre la corriente quién sabe hasta dónde.

Junto con al agente Albornoz, también fueron a Cuautitlán el señor Raúl M. Lacarra, alto empleado de la Compañía Telefónica Mexicana, así como los cobradores Guillermo M. Aysen y José González Crespo, quienes juntamente con su jefe estuvieron presentes en la identificación del cadáver, llevada a cabo por Albornoz y, al mismo tiempo, para activar todos los trámites y protocolos legales por recomendación de su empresa.

Cuadro desgarrador

El 17 de agosto de 1937, en punto de la 1:45 horas llegó al juzgado de primera instancia la señora Catalina Arias, acompañada de su hermano Octavio, de su hijito de cinco años, Luis, y de la señorita Rebeca Zamudio, prima hermana del occiso.

El ojo del reportero apreció que “poco antes de que la señora Arias bajara del vehículo, la vimos un tanto serena, pero en cuanto pisó tierra, se dio a gritar desgarradoramente”.

De entre todas sus lamentaciones, la injuria que con mayor dolor profirió fue: “Desgraciados, por qué me hicieron esto; se hubieran sólo robado el dinero. Dios mío, ayúdame”.

Acompañada de sus familiares, la viuda entró al juzgado y se sentó como derrotada, aunque aún con fuerza. Nuevamente, el reportero, atento a los detalles, anotó: “El dolor que la abatía ponía en su rostro profundas arrugas que hacían incomprensible su edad, sin embargo, nos parece que es una mujer como de unos 29 años, de rasgos faciales más bien perfectos sin llegar a ser bonita”.

Luego de que la viuda y su pequeño hijo lograron contener las lágrimas y el llanto, dio su declaración, pero nada nuevo a lo ya dicho se pudo agregar, pues más bien se concretó a platicar sobre la vida íntima de ambos, ratificando la buena conducta de su marido.

Sólo se logró saber que llevaban siete años de casados y, durante ese lapso, Luis jamás faltó a sus deberes y ella nunca supo de enemistades que tuviera y menos de malos pasos, nunca sospechó que fuera infiel ni lo llegó a sorprender.

“Lo robaron, lo robaron -repetía llorando- porque llevaba dos mil pesos en su portafolio y nosotros teníamos más de tres mil pesos en el banco. Pobre de mi Luis..., pensar que un día antes que desapareciera yo misma le ayudé a ordenar los recibos para cobrar... Le pedía a Dios que no lloviera ese día para no mojarse... Quería tanto a su hijo, a nuestro hijo”.

Así continuó hablando entrecortadamente y sin ilación de ideas. Luego, la señora Arias permaneció en el juzgado mientras que sus familiares realizaron las diligencias para que les entregaran el cadáver y juntos le dieran sepultura en el panteón del lugar, pues en ese entonces era imposible realizar un traslado hasta la Ciudad de México.

La hipótesis

Puestos sobre el escenario todos los elementos, era hora de que la policía iniciara efectiva y profundamente la investigación sobre lo que le ocurrió a la víctima. Carrillo de Albornoz cerró la jornada con estas palabras:

-No descansaré hasta no dar con los asesinos. Es cuestión de amor propio, compañero.

Para comenzar luego de que el cuerpo del acaecido reposaba en el camposanto, se plantearon dos hipótesis: la primera, que el móvil del crimen fue el robo; y la segunda, que el motivo fue una feroz venganza de alguien que odiaba profundamente a Zamudio y que robó el dinero para despistar a la policía.

La primera de esas hipótesis fue la de mayor aceptación por la viuda de Zamudio, pues aseguró que su marido no tenía rivalidades; la segunda opinión fue acogida por otras personas, pues el dato antes mencionado sobre la pintura de labios que fue encontrada en el pañuelo de la víctima, hacía creer en la existencia de una mujer en el asunto.

Por otra parte, nadie se explicó cómo el cobrador salió del centro de la ciudad, si por voluntad propia o arrastrado por la fuerza, y llevado hasta el río -lugar donde se presume se cometió el crimen atroz-, desprendiéndose de ello que fueron personas conocidas quienes lo llevaron y después le dieron muerte.

Ese fue otro punto oscuro que la policía tendría que dilucidar, además la relación –si es que la hubo- entre el cuerpo hallado aproximadamente diez días antes que el del cobrador en el mismo río. ¿Qué relación podría existir entre este crimen y el de la joven rubia? Esa fue la pregunta que quedó en pie, pues nadie se atrevió a profundizar en esa vertiente, pues pronto comenzaron a surgir indicios que esclarecerían la muerte del cobrador.

¿Crimen pasional?

Para el jueves 19 de agosto de 1937, se informó que la policía ya tenía una pista del horrendo crimen, pues se descubrió que hubo desavenencias conyugales entre el cobrador Zamudio Toledo y su esposa.

Otro particular dato que llamó la atención fue que recibió llamadas por el teléfono el día que desapareció antes de salir; y después, cuando dejó la casa un sujeto chaparrito hizo que abordara un automóvil.

A medida que se ahondaba en las investigaciones, se afirmaba más la creencia de que no fueron los móviles del crimen las ansias de apoderarse de lo ajeno, sino que el o los asesinos obraron impulsados por la más desenfrenada de las pasiones.

Un matrimonio desavenido

Inevitable fue profundizar en la vida de Zamudio Toledo para saber qué clase de individuo era y saber si había algo que pudiera explicar su asesinato. Se tuvo noticia de que pronto cumpliría 29 años, gran parte de los cuales vivió en diversas partes de Estados Unidos, donde se casó, para luego venir a México y establecer su domicilio.

De acuerdo con versiones de algunas personas que fueron interrogadas sobre el caso, afirmaron que el cobrador Zamudio Toledo no encontró la felicidad en su matrimonio y, más aún, en recientes fechas se había registrado una separación con la amenaza de un próximo divorcio.

Claro que con esas declaraciones no se fincaba algún tipo de responsabilidad contra la compañera de Zamudio Toledo; sin embargo, no resultó extraño para la policía establecer un móvil respecto a esa línea argumentativa del crimen. Porque el motivo sería claro: el dinero del marido muerto, tanto de las cuentas en el banco, la pensión del trabajo y todas sus propiedades. Era algo que se debía indagar sin pensar en los sentimientos de la viuda, porque todas las hipótesis eran posibles hasta descartarlas con base en la evidencia.

Capturan al asesino

El miércoles 1 de septiembre de 1937 se informó ampliamente que en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, fue capturado “el asesino de Zamudio Toledo, el joven Aurelio Maya Talavera”.

El corresponsal de LA PRENSA en aquella ciudad añadió que la captura fue llevada a cabo por agentes de la Comisión de Seguridad a cargo del detective Martínez Montoya.

El sanguinario Maya Talavera fue detenido cuando iba a sacar una carta depositada a lista de correos, llevándose a cabo la captura por el agente Carlos Filio, dijo Gustavo M. García.

Más tarde, expresó que inmediatamente Maya Talavera fue llevado a la jefatura de policía regiomontana, donde fue sujeto a un hábil interrogatorio a pesar de que pretendía encerrarse en profundo mutismo, tras afirmar que “nada tenía que ver en el asunto de Zamudio Toledo”.

Según el corresponsal, el interrogatorio fue tan intenso que, “agotado Maya Talavera por el peso de sus remordimientos y ante las pruebas que en su contra se presentaron, acabó por confesar la terrible verdad”.

-Pues bien -dijo el detenido-, yo maté a Luis Zamudio Toledo, ustedes parece que lo saben todo y es inútil que lo niegue, pero quiero hacer la aclaración de que Catalina, la esposa del cobrador, estuvo de acuerdo para efectuar el crimen y ella estuvo de acuerdo conmigo para efectuar el crimen y ella supo perfectamente que yo lo maté con un hacha, la misma que fue encontrada dentro del costal de yute junto con el el cadáver arrojado al río Cuautitlán.

En el Distrito Federal, varios agentes secretos se presentaron en la casa de la familia Zamudio, donde detuvieron a Catalina Arias llevándola a la jefatura de policía. La mujer protestó airadamente su inocencia y se retorcía las manos; aparte de que dejaba ver en su rostro un dolor bien fingido que quien no supiera la verdad policiaca, se hubiera sentido movido a compasión.

Mucho tiempo pasó entre continuas negativas de la señora, juraba y perjuraba que era inocente y aseguraba que todo el tiempo que permaneció al lado de su esposo, le fue absolutamente fiel, sin saber que la jefatura de policía tenía todos los antecedentes de Catalina Arias, “de su vida tormentosa, de las continuas infidelidades de que hizo víctima al cobrador Luis Zamudio Toledo”.

El detective Alfonso Frías dijo que el primer amigo íntimo de Catalina fue un sujeto llamado Miguel Ángel Arcos, conocido como El Güero, con quien tuvo relaciones amorosas mucho tiempo, hasta que el coronel del ejército vino a ocupar su lugar en el tornadizo corazón de la señora.

Como dato importante, expresó el señor Frías que Catalina fue sorprendida en una ocasión con Arcos, habiéndolo amenazado con una pistola. Pero el amigo de Catalina, con “política”, logró calmar la exaltación del marido burlado, llegando ambos a tener un pacto de honor, comprometiéndose El Güero a no ver jamás a Catalina Arias.

Las relaciones con el militar terminaron y fue entonces, dijo Frías: “cuando la señora se enredó con Maya Talavera, cuyas relaciones tuvieron el crimen como macabro final”.

Negaron la culpa, aunque el crimen los persiguío

Pero esa no era toda la historia oscura de la mujer, quien durante la ausencia del cobrador de la Telefónica, “salía al Jardín de Santiago Tlatelolco sin acordarse del pequeño hijo a quien dejaba dormido en la cama y se dedicaba a buscar aventuras, sin estar presionada por la necesidad económica”.

Muchas propietarias de casas “secretas” conocían a la señora Arias y la “recomendaron” ampliamente ante la policía, para que recibiera “el castigo que merecía”.

El Güero Arcos dijo que ella lo asediaba y no lo dejaba ni a sol ni sombra; era una mujer insaciable que decía odiar a Zamudio Toledo porque no se prestaba a los juegos amorosos.

El cobrador le daba todas las comodidades, pero “lo odiaba”. Aparentemente, sólo quedaba por efectuar un careo entre Catalina y Maya Talavera para que todo quedara comprobado.

Un vecino de la colonia donde residió Zamudio Toledo dijo que el ahora extinto había enfermado gravemente en Nueva York, siendo novio de Catalina, quien se casó con el paciente segura de que sucumbiría en una operación quirúrgica que le iban a practicar.

Pero el cobrador se salvó y de regreso en México se percató que Catalina no sólo le llevaba algunos años de edad, sino que “conocía mucho de la vida”.

Luis, al parecer, había conocido en Salvatierra, Guanajuato, a una jovencita hermosa con quien pensaba casarse en cuanto consiguiera el divorcio de Catalina Arias.

Nunca se imaginó el desventurado cobrador que una hacha asesina le iba a privar de su mano derecha y luego sobrevendría una muerte por asfixia en un costal de yute, arrojado criminalmente al río Cuautitlán.

En el tren México-Laredo llegó al Distrito Federal el presunto asesino material, Aurelio Maya Talavera, acompañado de los detectives Carrillo y Filio. En los andenes de la estación ferroviaria Colonia era esperado el criminal por diaristas y agentes de la policía.

-Yo no sé algo del crimen, ni al cobrador ni a su esposa conozco, yo me fui al norte de México porque mi negocio de abarrotes quebró aquí.

Y contra todo lo que se esperaba, la pareja detenida negó tenazmente su responsabilidad en el asesinato del cobrador. Aurelio rechazó en forma contundente que “hubiese confesado todo en Monterrey, Nuevo León”.

Por cierto, dijo, “al cobrador le apodaban El Pirrín, porque se parecía mucho al famoso payaso”.

A regañadientes reconoció que, efectivamente, tuvo relaciones amorosas con Catalina Arias, quien escribió en una libreta que “si se descubría todo, sería de funestas consecuencias para ella”.

La mujer fue encerrada durante 24 horas continuas en los separos de la jefatura de policía, dando lugar a que la reflexión y el arrepentimiento la orillaran a que confesara su enorme responsabilidad, pero nada parecía convencerla de que “dijera la verdad que esperaba la policía”.

Un carnicero comentó ante el Ministerio Público que tres días antes de que Aurelio Maya abandonara su tienda, una noche se encerró y estuvo quemando papeles y “quién sabe cuántas cosas más”:

Personas que habían conocido a Catalina Arias expresaron que la mujer era “pocha” y tenía proyectado irse a Estados Unidos en cuanto terminara “el lío de Zamudio Toledo”.

De él decía Catalina, según los chismosos, que “lo que más le repugnaba de su esposo era su tacañería, pues cuando iban al cine, ni pepitas de calabaza quería comprar para el hijo de ambos”.

Por la muerte violenta del marido, la señora calculaba recibir unos 20 mil pesos con la indemnización de la Telefónica, la cuota del sindicato al que pertenecía y con el cobro de una póliza de seguro de vida.

Finalmente, se dijo aquella ocasión en la jefatura de policía, que al parecer en Huejutla, Hidalgo, se descubrió un auto abandonado que se suponía era el que utilizaron los victimarios de Luis Zamudio Toledo para conducirlo al matadero.

El legendario detective Valente Quintana dijo que el auto había sido ubicado en la ciudad de México, por celadores de la compañía Telefónica, como el mismo vehículo que solía usar en ocasiones el multicitado Zamudio Toledo.

En el juzgado primero de distrito del ramo penal, a través de un abogado, Catalina Arias presentó una solicitud de amparo, porque según ella “se le había aprehendido sin haber cometido delito alguno y se le mantenía incomunicada en los separos de la jefatura de policía”.

Y a pesar de que se buscaron indicios en la tienda de abarrotes que administraba Aurelio Maya Talavera, no fue posible demostrar que había quemado prendas de vestir que pertenecieron al cobrador Luis Zamudio. La tienda estaba ubicada en Baja California y Medellín, en la colonia Roma.

Un supuesto testigo dijo que a fines de julio de 1937 se encontraba con unos amigos en el salón Tenampa de la Plaza Garibaldi, donde llegó un individuo delgado y chaparro, para tomar mucho ponche de granada, y dejó abandonada una mano humana ensangrentada.

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La mano fue enviada al Hospital Juárez para su examen por legistas, quienes debían dictaminar si aquello podría ser parte de una broma macabra o de un crimen.

Por coincidencia en fechas, en julio de 1937 le fue cortada la mano a Luis Zamudio Toledo, antes de introducirlo en un costal de yute (previamente desmayado Zamudio a golpes) que fue arrojado finalmente al río Cuautitlán.

Y otro individuo expresó que el día en que desapareció el cobrador, un camión de la Telefónica Mexicana corría por las cercanías del estadio cuando el conductor observó que un auto viejo, de buen motor, pasaba a unos cuantos metros y que de ese vehículo, por la portezuela asomaba un individuo con la cara ensangrentada, pero el movimiento fue rapidísimo, porque alguien tiró del desconocido y el rostro lesionado desapareció.

El juez penal José Jiménez Sierra, el viernes 10 de septiembre, decretó la libertad de la pareja acusada de asesinato, al considerar que no había datos suficientes para aceptar la culpabilidad de Catalina Arias y Aureliano Maya.

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El martes 17 de agosto fue encontrado, mientras flotaba inerte sobre las aguas del río Cuautitlán y dentro de un costal, el cadáver de un hombre que llevaba desaparecido más de un mes, pero que, hasta entonces, se desconocía su paradero.

El cuerpo estaba en estado de gran descomposición y fue rescatado por la autoridad competente, quien luego de realizar una primera inspección, creyó que se trataba del cobrador de la Telefónica Mexicana, Luis Zamudio Toledo.

Esta conclusión no fue sino un indicio, pues se derivó luego de que el presidente municipal de Huehuetoca, Ponciano Basurto, junto con el corresponsal de LA PRENSA, Sotero R. Bautista, se dirigieron hacia la ribera del río, donde -no sin trabajos- se había sacado el costal con aquel cuerpo arrastrado por la corriente.

Tan pronto como estuvo fuera de las turbias aguas, la curiosidad de todos los allí presentes se instaló en la documentación que se encontró dentro de las ropas que cubrían el cadáver; ésta consistía en tarjetas de cobro de la Compañía Telefónica Mexicana, así como un recibo de revisión de facturas de la Compañía Vidriera Mexicana.

Por tal motivo, se estableció la hipótesis de que se trataba de un cobrador. Del mismo modo, se anotó que dentro del costal se encontraron ladrillos y un hacha de carnicero, y que, posiblemente, los colocaron ahí para que el cadáver no flotara, sino que quedara en el fondo.

¿Zamudio Toledo?

Fue LA PRENSA el rotativo que un mes antes, aproximadamente, lanzó exclusivamente la noticia en sus columnas de la desaparición del señor Luis Zamudio Toledo, cobrador de la Compañía Telefónica Mexicana.

Se resaltó en aquella ocasión que lo más probable hubiera sido el crimen como un motivo de su ausencia, ya que los criminales lo habrían despojado de unos dos o tres mil pesos que llevaba en un portafolio; incluso, quizá de una mayor cantidad, pues según así lo manifestó a sus familiares.

Luis Zamudio Toledo prestó sus servicios también como cobrador en una casa importante de Estados Unidos durante algún tiempo. Se sabe que radicó en aquel país, donde adquirió el firme hábito al trabajo, pero también por allá se volvió un creyente en el alcohol; sin embargo, en relación con el trabajo, era una persona asaz responsable, por lo cual se desechó la teoría de que su desaparición pudiera atribuirse a una parranda.

Instalado en la capital mexicana, Luis Zamudio comenzó a trabajar para la Telefónica Mexicana, donde se distinguió por su afán en el cumplimiento de sus obligaciones laborales; y, por tal motivo, en torno a su desaparición surgieron los más variados comentarios, aunque todos ellos en el sentido de que habría caído en manos de asesinos o plagiarios.

Desde mediados de julio, el reportero policiaco de El Periódico que Dice lo que Otros Callan permaneció atento a las investigaciones de la policía, las cuales estuvieron a cargo del detective Ramón Carrillo de Albornoz, quien, pese a que cada día era una desilusión para él, al no dar con el paradero del cobrador, no dejó de buscarlo.

Pero todo cambió con el hallazgo de aquel cadáver que flotaba sobre las aguas del Cuautitlán, pues abrió la posibilidad de que se tratara de quien buscaba, máxime que, según informes recabados, se asentaba como hecho contundente que el cobrador de la Telefónica tenía unos dientes encasquillados en oro, lo cual correspondía a simple vista con el difunto.

Hubo detenidos

Tras la desaparición de Zamudio Toledo, se llevaron a cabo varias detenciones de personas a quienes se suponía mezcladas en el asunto, pero la policía se vio precisada a ponerlas en libertad por falta de pruebas que comprobaran la culpabilidad, desde el momento en que todo se basaba en meras suposiciones y datos muy débiles.

Todo hacía suponer que Luis Zamudio fue secuestrado por una pandilla de criminales que lo tuvieron encerrado, esperando tal vez una ocasión propicia para pedir a sus familiares alguna fuerte suma como rescate.

No obstante, al intervenir la policía, surgió el pánico entre los delincuentes, por lo que tuvieron que conformarse con los miles de pesos que encontraron en el portafolio del empleado; luego, lo asesinaron y después lo arrojaron al río.

Quizá hasta les pareció fácil pensar en destazarlo, de allí la presencia del hacha junto al cuerpo, aunque al final hayan desistido de esa parte del sanguinario plan.

Macabro hallazgo

Una incógnita que se presentó en el caso del cobrador asesinado, fue que, pocos días antes, se halló el cadáver de una mujer en el mismo río. Por sí solo, el asunto habría pasado desapercibido y considerado un cuerpo más en la estadística; no obstante, se descubrió que el pañuelo del occiso estaba lleno de rouge -como llamaban en aquel entonces al lápiz labial-, y apuntó el redactor de LA PRENSA: “como si alguien hubiera limpiado los labios de una mujer”.

En este caso, como en otros tantos, resultó innegable el triunfo que alcanzó LA PRENSA, ya que gracias al seguimiento, descubrió el crimen de que fue víctima el cobrador Luis Zamudio Toledo, de quien no se tenía la menor noticia desde su desaparición el día 12 de julio de 1937.

Los antecedentes

Fue un hecho que causó resonancia. No sólo El Diario de las Mayorías dio la nota, sino que todos los periódicos capitalinos publicaron la misteriosa desaparición del cobrador, quien desde el día 12 de julio no volvió a su domicilio en la calle de Baja California, en la colonia Condesa.

Desde luego, la hipótesis del asesinato quedó establecida, sin lugar a duda. Zamudio Toledo, escribió el reportero: “honrado cobrador de la Telefónica Mexicana, llevaba el día en que desapareció cerca de dos mil pesos en su portafolio, pero había una circunstancia que hacía venir por tierra la idea de un robo. Zamudio tenía en el banco más de tres mil pesos y la compañía tenía la plena seguridad sobre su conducta honrada”.

La cadena de mando en el caso quedó con el primer comandante de agentes, Alfonso Frías, a cargo de todas las investigaciones, quien comisionó al detective Ramón Carrillo de Albornoz para que hiciera el trabajo de campo en el asunto.

Los días pasaron sin que se llegara a la verdad sobre el paradero del desaparecido. Durante ese tiempo, se detuvo a varias personas, pero como nada claro se obtuvo de ellas, se las dejó en libertad.

Y tras una larga espera, el asunto parecía quedar en el olvido, empero los redactores de LA PRENSA y, particularmente, Carrillo de Albornoz, se mantuvieron alerta, esperando de un momento a otro dar con la clave del caso.

En aquel entonces, la labor de los reporteros era casi la misma que la de un detective. Seguían la pista o un indicio, esperaban, buscaban y tenían la paciencia para esperar y escuchar lo que sucedía alrededor y, luego, dar en el blanco de la nota.

El primer indicio

El 16 de agosto llegó correspondencia proveniente de Huehuetoca a la redacción de LA PRENSA. Al parecer, nada inusual, dado que diariamente llegaban cientos de cartas de todos los rincones, pero esa en específico llamó la atención del reportero, pues se trató de una corresponsalía, enviada por Ponciano Basurto.

En apariencia, la noticia carecía de importancia; se trataba de un cadáver que en el río de Cuautitlán se encontró dentro de un saco, pero se agregaba que en el saco de la víctima se habían hallado varios objetos, entre los que destacaban unos recibos por cobrar de la Compañía Telefónica Mexicana y una factura contra la Compañía Vidriera Mexicana, S. A.

Ante tal dato, el reportero inmediatamente sospechó que podía tratarse de Luis Zamudio Toledo, por lo cual tomó el teléfono y se comunicó con el agente Carrillo de Albornoz, a quien le dio cuenta de ese peculiar y significativo detalle.

El detective contestó por el auricular: “Compañero, precisamente ahora acabamos de recibir un telefonema del presidente municipal de Huehuetoca sobre el particular. Inmediatamente vamos a salir para allá y tenga usted la seguridad de que se trata de Zamudio Toledo”.

Hacia Cuautitlán, redactor y fotógrafo

Temprano por la mañana llegaron el reportero y el fotógrafo a la Jefatura de Policía, pero Carrillo de Albornoz ya había salido rumbo a Cuautitlán para proceder a la identificación del cadáver, según les informó el jefe Frías.

Ambos se dirigieron a toda prisa “a aquel pueblecito” -escribió el reportero- y allí se presentaron en el juzgado de primera instancia del lugar, a cargo del licenciado Rafael Velasco.

Al pasar al amplio patio del juzgado, encontraron allí a las autoridades del lugar y al corresponsal, Fernando M. Malváez, quien ya activamente trabajaba tomando los datos del asunto.

Al verlos, Carrillo de Albornoz dijo:

-No me equivoqué, mi hermano; se trata de Zamudio Toledo. Es una cosa horrible, mayor saña no pudieron tener los asesinos.

Sobre el piso del patio habían colocado varias prendas, pertenecientes a la víctima, así como un hacha pequeña, como las que utilizan los carniceros para cortar los huesos de la carne; junto con ella estaba un pedazo de sus tirantes, un pedazo de su camisa, una pluma fuente, un lápiz tinta, un fragmento de su chaleco, varios recibos por cobrar de la Compañía Telefónica y un pañuelo.

Sobre la última prenda, hicieron énfasis tanto el detective como el reportero. Lo que se asentó fue que el pañuelo “tenía huellas indelebles de pintura para los labios de mujer, de rouge, mejor dicho, tal parecía que el muerto u otra persona había limpiado con el pañuelo la boca de alguna dama”.

Un saco de yute con un cadáver

En el juzgado de primera instancia estaban presentes el comandante de policía, Crisóforo Franco, y varios de sus agentes que fueron los que se dirigieron a Huehuetoca para trasladar el cadáver.

-Unos chiquillos fueron quienes nos avisaron del macabro hallazgo –dijo el comandante Franco- e inmediatamente nos fuimos allá a traerlo. Mire usted, el cuerpo del muerto estaba en posición decúbito dorsal y bajo su axila derecha tenía el hacha que usted ha visto y notamos, desde luego, que le faltaba la mano del mismo lado; tal parecía que los asesinos la cercenaron, pues no la encontramos dentro del costal de yute en que venía.

Permaneció un momento como en vilo, con el puño de la mano derecha en su barbilla y el pulgar sobre la quijada; luego prosiguió:

-El saco estaba perfectamente cosido por la boca y a sus lados tenía varios ladrillos.

-Fíjate en esto -terció Carrillo de Albornoz-, pues esos ladrillos fueron para que el saco pesara y quedara en el fondo del río. Además, debes de hacer notar que a no ser por las lianas que detuvieron al costal, éste hubiera seguido entre la corriente quién sabe hasta dónde.

Junto con al agente Albornoz, también fueron a Cuautitlán el señor Raúl M. Lacarra, alto empleado de la Compañía Telefónica Mexicana, así como los cobradores Guillermo M. Aysen y José González Crespo, quienes juntamente con su jefe estuvieron presentes en la identificación del cadáver, llevada a cabo por Albornoz y, al mismo tiempo, para activar todos los trámites y protocolos legales por recomendación de su empresa.

Cuadro desgarrador

El 17 de agosto de 1937, en punto de la 1:45 horas llegó al juzgado de primera instancia la señora Catalina Arias, acompañada de su hermano Octavio, de su hijito de cinco años, Luis, y de la señorita Rebeca Zamudio, prima hermana del occiso.

El ojo del reportero apreció que “poco antes de que la señora Arias bajara del vehículo, la vimos un tanto serena, pero en cuanto pisó tierra, se dio a gritar desgarradoramente”.

De entre todas sus lamentaciones, la injuria que con mayor dolor profirió fue: “Desgraciados, por qué me hicieron esto; se hubieran sólo robado el dinero. Dios mío, ayúdame”.

Acompañada de sus familiares, la viuda entró al juzgado y se sentó como derrotada, aunque aún con fuerza. Nuevamente, el reportero, atento a los detalles, anotó: “El dolor que la abatía ponía en su rostro profundas arrugas que hacían incomprensible su edad, sin embargo, nos parece que es una mujer como de unos 29 años, de rasgos faciales más bien perfectos sin llegar a ser bonita”.

Luego de que la viuda y su pequeño hijo lograron contener las lágrimas y el llanto, dio su declaración, pero nada nuevo a lo ya dicho se pudo agregar, pues más bien se concretó a platicar sobre la vida íntima de ambos, ratificando la buena conducta de su marido.

Sólo se logró saber que llevaban siete años de casados y, durante ese lapso, Luis jamás faltó a sus deberes y ella nunca supo de enemistades que tuviera y menos de malos pasos, nunca sospechó que fuera infiel ni lo llegó a sorprender.

“Lo robaron, lo robaron -repetía llorando- porque llevaba dos mil pesos en su portafolio y nosotros teníamos más de tres mil pesos en el banco. Pobre de mi Luis..., pensar que un día antes que desapareciera yo misma le ayudé a ordenar los recibos para cobrar... Le pedía a Dios que no lloviera ese día para no mojarse... Quería tanto a su hijo, a nuestro hijo”.

Así continuó hablando entrecortadamente y sin ilación de ideas. Luego, la señora Arias permaneció en el juzgado mientras que sus familiares realizaron las diligencias para que les entregaran el cadáver y juntos le dieran sepultura en el panteón del lugar, pues en ese entonces era imposible realizar un traslado hasta la Ciudad de México.

La hipótesis

Puestos sobre el escenario todos los elementos, era hora de que la policía iniciara efectiva y profundamente la investigación sobre lo que le ocurrió a la víctima. Carrillo de Albornoz cerró la jornada con estas palabras:

-No descansaré hasta no dar con los asesinos. Es cuestión de amor propio, compañero.

Para comenzar luego de que el cuerpo del acaecido reposaba en el camposanto, se plantearon dos hipótesis: la primera, que el móvil del crimen fue el robo; y la segunda, que el motivo fue una feroz venganza de alguien que odiaba profundamente a Zamudio y que robó el dinero para despistar a la policía.

La primera de esas hipótesis fue la de mayor aceptación por la viuda de Zamudio, pues aseguró que su marido no tenía rivalidades; la segunda opinión fue acogida por otras personas, pues el dato antes mencionado sobre la pintura de labios que fue encontrada en el pañuelo de la víctima, hacía creer en la existencia de una mujer en el asunto.

Por otra parte, nadie se explicó cómo el cobrador salió del centro de la ciudad, si por voluntad propia o arrastrado por la fuerza, y llevado hasta el río -lugar donde se presume se cometió el crimen atroz-, desprendiéndose de ello que fueron personas conocidas quienes lo llevaron y después le dieron muerte.

Ese fue otro punto oscuro que la policía tendría que dilucidar, además la relación –si es que la hubo- entre el cuerpo hallado aproximadamente diez días antes que el del cobrador en el mismo río. ¿Qué relación podría existir entre este crimen y el de la joven rubia? Esa fue la pregunta que quedó en pie, pues nadie se atrevió a profundizar en esa vertiente, pues pronto comenzaron a surgir indicios que esclarecerían la muerte del cobrador.

¿Crimen pasional?

Para el jueves 19 de agosto de 1937, se informó que la policía ya tenía una pista del horrendo crimen, pues se descubrió que hubo desavenencias conyugales entre el cobrador Zamudio Toledo y su esposa.

Otro particular dato que llamó la atención fue que recibió llamadas por el teléfono el día que desapareció antes de salir; y después, cuando dejó la casa un sujeto chaparrito hizo que abordara un automóvil.

A medida que se ahondaba en las investigaciones, se afirmaba más la creencia de que no fueron los móviles del crimen las ansias de apoderarse de lo ajeno, sino que el o los asesinos obraron impulsados por la más desenfrenada de las pasiones.

Un matrimonio desavenido

Inevitable fue profundizar en la vida de Zamudio Toledo para saber qué clase de individuo era y saber si había algo que pudiera explicar su asesinato. Se tuvo noticia de que pronto cumpliría 29 años, gran parte de los cuales vivió en diversas partes de Estados Unidos, donde se casó, para luego venir a México y establecer su domicilio.

De acuerdo con versiones de algunas personas que fueron interrogadas sobre el caso, afirmaron que el cobrador Zamudio Toledo no encontró la felicidad en su matrimonio y, más aún, en recientes fechas se había registrado una separación con la amenaza de un próximo divorcio.

Claro que con esas declaraciones no se fincaba algún tipo de responsabilidad contra la compañera de Zamudio Toledo; sin embargo, no resultó extraño para la policía establecer un móvil respecto a esa línea argumentativa del crimen. Porque el motivo sería claro: el dinero del marido muerto, tanto de las cuentas en el banco, la pensión del trabajo y todas sus propiedades. Era algo que se debía indagar sin pensar en los sentimientos de la viuda, porque todas las hipótesis eran posibles hasta descartarlas con base en la evidencia.

Capturan al asesino

El miércoles 1 de septiembre de 1937 se informó ampliamente que en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, fue capturado “el asesino de Zamudio Toledo, el joven Aurelio Maya Talavera”.

El corresponsal de LA PRENSA en aquella ciudad añadió que la captura fue llevada a cabo por agentes de la Comisión de Seguridad a cargo del detective Martínez Montoya.

El sanguinario Maya Talavera fue detenido cuando iba a sacar una carta depositada a lista de correos, llevándose a cabo la captura por el agente Carlos Filio, dijo Gustavo M. García.

Más tarde, expresó que inmediatamente Maya Talavera fue llevado a la jefatura de policía regiomontana, donde fue sujeto a un hábil interrogatorio a pesar de que pretendía encerrarse en profundo mutismo, tras afirmar que “nada tenía que ver en el asunto de Zamudio Toledo”.

Según el corresponsal, el interrogatorio fue tan intenso que, “agotado Maya Talavera por el peso de sus remordimientos y ante las pruebas que en su contra se presentaron, acabó por confesar la terrible verdad”.

-Pues bien -dijo el detenido-, yo maté a Luis Zamudio Toledo, ustedes parece que lo saben todo y es inútil que lo niegue, pero quiero hacer la aclaración de que Catalina, la esposa del cobrador, estuvo de acuerdo para efectuar el crimen y ella estuvo de acuerdo conmigo para efectuar el crimen y ella supo perfectamente que yo lo maté con un hacha, la misma que fue encontrada dentro del costal de yute junto con el el cadáver arrojado al río Cuautitlán.

En el Distrito Federal, varios agentes secretos se presentaron en la casa de la familia Zamudio, donde detuvieron a Catalina Arias llevándola a la jefatura de policía. La mujer protestó airadamente su inocencia y se retorcía las manos; aparte de que dejaba ver en su rostro un dolor bien fingido que quien no supiera la verdad policiaca, se hubiera sentido movido a compasión.

Mucho tiempo pasó entre continuas negativas de la señora, juraba y perjuraba que era inocente y aseguraba que todo el tiempo que permaneció al lado de su esposo, le fue absolutamente fiel, sin saber que la jefatura de policía tenía todos los antecedentes de Catalina Arias, “de su vida tormentosa, de las continuas infidelidades de que hizo víctima al cobrador Luis Zamudio Toledo”.

El detective Alfonso Frías dijo que el primer amigo íntimo de Catalina fue un sujeto llamado Miguel Ángel Arcos, conocido como El Güero, con quien tuvo relaciones amorosas mucho tiempo, hasta que el coronel del ejército vino a ocupar su lugar en el tornadizo corazón de la señora.

Como dato importante, expresó el señor Frías que Catalina fue sorprendida en una ocasión con Arcos, habiéndolo amenazado con una pistola. Pero el amigo de Catalina, con “política”, logró calmar la exaltación del marido burlado, llegando ambos a tener un pacto de honor, comprometiéndose El Güero a no ver jamás a Catalina Arias.

Las relaciones con el militar terminaron y fue entonces, dijo Frías: “cuando la señora se enredó con Maya Talavera, cuyas relaciones tuvieron el crimen como macabro final”.

Negaron la culpa, aunque el crimen los persiguío

Pero esa no era toda la historia oscura de la mujer, quien durante la ausencia del cobrador de la Telefónica, “salía al Jardín de Santiago Tlatelolco sin acordarse del pequeño hijo a quien dejaba dormido en la cama y se dedicaba a buscar aventuras, sin estar presionada por la necesidad económica”.

Muchas propietarias de casas “secretas” conocían a la señora Arias y la “recomendaron” ampliamente ante la policía, para que recibiera “el castigo que merecía”.

El Güero Arcos dijo que ella lo asediaba y no lo dejaba ni a sol ni sombra; era una mujer insaciable que decía odiar a Zamudio Toledo porque no se prestaba a los juegos amorosos.

El cobrador le daba todas las comodidades, pero “lo odiaba”. Aparentemente, sólo quedaba por efectuar un careo entre Catalina y Maya Talavera para que todo quedara comprobado.

Un vecino de la colonia donde residió Zamudio Toledo dijo que el ahora extinto había enfermado gravemente en Nueva York, siendo novio de Catalina, quien se casó con el paciente segura de que sucumbiría en una operación quirúrgica que le iban a practicar.

Pero el cobrador se salvó y de regreso en México se percató que Catalina no sólo le llevaba algunos años de edad, sino que “conocía mucho de la vida”.

Luis, al parecer, había conocido en Salvatierra, Guanajuato, a una jovencita hermosa con quien pensaba casarse en cuanto consiguiera el divorcio de Catalina Arias.

Nunca se imaginó el desventurado cobrador que una hacha asesina le iba a privar de su mano derecha y luego sobrevendría una muerte por asfixia en un costal de yute, arrojado criminalmente al río Cuautitlán.

En el tren México-Laredo llegó al Distrito Federal el presunto asesino material, Aurelio Maya Talavera, acompañado de los detectives Carrillo y Filio. En los andenes de la estación ferroviaria Colonia era esperado el criminal por diaristas y agentes de la policía.

-Yo no sé algo del crimen, ni al cobrador ni a su esposa conozco, yo me fui al norte de México porque mi negocio de abarrotes quebró aquí.

Y contra todo lo que se esperaba, la pareja detenida negó tenazmente su responsabilidad en el asesinato del cobrador. Aurelio rechazó en forma contundente que “hubiese confesado todo en Monterrey, Nuevo León”.

Por cierto, dijo, “al cobrador le apodaban El Pirrín, porque se parecía mucho al famoso payaso”.

A regañadientes reconoció que, efectivamente, tuvo relaciones amorosas con Catalina Arias, quien escribió en una libreta que “si se descubría todo, sería de funestas consecuencias para ella”.

La mujer fue encerrada durante 24 horas continuas en los separos de la jefatura de policía, dando lugar a que la reflexión y el arrepentimiento la orillaran a que confesara su enorme responsabilidad, pero nada parecía convencerla de que “dijera la verdad que esperaba la policía”.

Un carnicero comentó ante el Ministerio Público que tres días antes de que Aurelio Maya abandonara su tienda, una noche se encerró y estuvo quemando papeles y “quién sabe cuántas cosas más”:

Personas que habían conocido a Catalina Arias expresaron que la mujer era “pocha” y tenía proyectado irse a Estados Unidos en cuanto terminara “el lío de Zamudio Toledo”.

De él decía Catalina, según los chismosos, que “lo que más le repugnaba de su esposo era su tacañería, pues cuando iban al cine, ni pepitas de calabaza quería comprar para el hijo de ambos”.

Por la muerte violenta del marido, la señora calculaba recibir unos 20 mil pesos con la indemnización de la Telefónica, la cuota del sindicato al que pertenecía y con el cobro de una póliza de seguro de vida.

Finalmente, se dijo aquella ocasión en la jefatura de policía, que al parecer en Huejutla, Hidalgo, se descubrió un auto abandonado que se suponía era el que utilizaron los victimarios de Luis Zamudio Toledo para conducirlo al matadero.

El legendario detective Valente Quintana dijo que el auto había sido ubicado en la ciudad de México, por celadores de la compañía Telefónica, como el mismo vehículo que solía usar en ocasiones el multicitado Zamudio Toledo.

En el juzgado primero de distrito del ramo penal, a través de un abogado, Catalina Arias presentó una solicitud de amparo, porque según ella “se le había aprehendido sin haber cometido delito alguno y se le mantenía incomunicada en los separos de la jefatura de policía”.

Y a pesar de que se buscaron indicios en la tienda de abarrotes que administraba Aurelio Maya Talavera, no fue posible demostrar que había quemado prendas de vestir que pertenecieron al cobrador Luis Zamudio. La tienda estaba ubicada en Baja California y Medellín, en la colonia Roma.

Un supuesto testigo dijo que a fines de julio de 1937 se encontraba con unos amigos en el salón Tenampa de la Plaza Garibaldi, donde llegó un individuo delgado y chaparro, para tomar mucho ponche de granada, y dejó abandonada una mano humana ensangrentada.

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La mano fue enviada al Hospital Juárez para su examen por legistas, quienes debían dictaminar si aquello podría ser parte de una broma macabra o de un crimen.

Por coincidencia en fechas, en julio de 1937 le fue cortada la mano a Luis Zamudio Toledo, antes de introducirlo en un costal de yute (previamente desmayado Zamudio a golpes) que fue arrojado finalmente al río Cuautitlán.

Y otro individuo expresó que el día en que desapareció el cobrador, un camión de la Telefónica Mexicana corría por las cercanías del estadio cuando el conductor observó que un auto viejo, de buen motor, pasaba a unos cuantos metros y que de ese vehículo, por la portezuela asomaba un individuo con la cara ensangrentada, pero el movimiento fue rapidísimo, porque alguien tiró del desconocido y el rostro lesionado desapareció.

El juez penal José Jiménez Sierra, el viernes 10 de septiembre, decretó la libertad de la pareja acusada de asesinato, al considerar que no había datos suficientes para aceptar la culpabilidad de Catalina Arias y Aureliano Maya.

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