/ viernes 5 de agosto de 2022

"Maten al ingeniero Gilling"; Ella es Adelina Villaseñor, la secretaria de la mafia

En 1949, el ingeniero ganó una concesión millonaria, pero una mujer, con vínculos en el gobierno y que había acordado "en la sombra" dar el contrato a otros, ordenó su muerte

Durante un mes, para la familia Gilling Tohen todo fue incertidumbre. David Gilling había salido el 18 de septiembre de 1949, como siempre, rumbo a su trabajo, a su rutina, pero cuando llegó la hora de que regresara a casa, éste no apareció.

Era un hombre de negocios que, decían, no tenía problemas con nadie y, salvo las usuales escapadas con socios o amigos a reuniones de trabajo que se prolongaban, nada en su vida representaba peligro.

No obstante, todo cambió cuando luego de un mes, en octubre de 1949, recibieron la noticia de que habían capturado a los presuntos asesinos del hombre de familia.

La noticia para ellos fue doblemente brutal, puesto que no sabían, en primera instancia que su consanguíneo había fallecido; y, en segundo lugar, que su muerte se debía a un posible asesinato.

Capturas por el crimen de Chalco

La Prensa, El Diario de las Mayorías, dio a conocer en su edición del 19 de 1949 que “los dos individuos que asesinaron al ingeniero David Gilling González, así como tres de sus encubridores, fueron aprehendidos por agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS)”. Fue el 18 de octubre cuando los detenidos fueron puestos a disposición de la Procuraduría del Distrito, según se reportó; sin embargo, luego se turnó el caso a las autoridades judiciales del Estado de México, puesto que el crimen ocurrió en la jurisdicción de la municipalidad de Chalco.

Este dato importante en la secuencia de acontecimientos sería determinante durante la investigación, pues si de facto el caso representaba un enigma cuya dificultad se antojaba imposible de resolver, se añadió la inexactitud para determinar a qué jurisdicción le correspondía llevar el caso, como se verá más adelante.

Los asesinos respondían a los nombres de Ramón Muñoz Peza y Juan Limón Paz y, pese a que el caso –decían las autoridades– “está completamente aclarado”, en la DFS se guardó un hermetismo absoluto.

Muñoz Peza y Juan Limón confesaron que cometieron el homicidio, pero fue por instrucciones de una mujer que respondía al nombre de Adelina Villaseñor, quien al parecer tenía conexiones con un círculo de hombres acaudalados, así como con autoridades y políticos.

En ese sentido, se sostuvo una primera hipótesis, cuyo propósito fue el de cerrar el caso de inmediato, para evitar que se relacionara con algún atentado de perfiles políticos o de una cuestión en que estuvieran en juego muchos millones de pesos.

Antecedentes del caso

El ingeniero David Gilling desapareció misteriosamente la noche del 18 de agosto de 1949. Ese día, como de costumbre, salió de su domicilio en Klondike 6 a las 8:00 horas. Fue a su despacho y platicó con sus socios Raúl Valdés y Sócrates Piñera y Rueda.

Luego, se le vio en un café ya entrada la noche, y después de pagar la cuenta y salir del lugar, abordó un auto para regresar a casa, pero, a partir de ese instante, ya no se supo nada de él.

La esposa del ingeniero, Emma Tohen, acudió a la jefatura de policía, donde les explicó que sospechaba que algo trágico había tras su desaparición. Por su parte, Piñera y Rueda aconsejó a Emma que juntos fueran a denunciar el caso ante la Dirección Federal de Seguridad, puesto que su desaparición causó alarma por la forma en que se suscitaron los hechos.

Desde entonces, la DFS se encargó de hacer las investigaciones del caso, empero todas las pesquisas resultaban inútiles, pues ningún agente podía dar con el paradero de Gilling. Sin embargo, su muerte comenzó a ponerse en claro cuando un chofer del estado de Puebla, al transitar con su vehículo por la carretera de Cuautla, vio el cadáver de un hombre tirado en el arroyo vehicular.

Cinco detenidos

En su momento, cuando el chofer dio aviso sobre el hallazgo, el cadáver no pudo ser identificado, pues no portaba alguna credencial que pudiera esclarecer su identidad, por lo cual se procedió a enterrarlo en el panteón de Chalco, en calidad de desconocido.

Durante ese tiempo, mientras el cuerpo del ingeniero se hallaba bajo tierra, su familia publicó un aviso durante 15 días seguidos, en el cual se ofrecía una gratificación de 10 mil pesos a quien diera algún detalle que llevara a su localización.

El chofer, que vio el cuerpo del desconocido en la carretera de Cuautla, al ver la fotografía de una persona por quien se interesaba el aviso publicado por la familia, inmediatamente lo reconoció como el mismo que había encontrado días antes.

Con esos datos y siguiendo la pista sobre los últimos momentos de la víctima, los agentes de la DFS lograron capturar a los asesinos, así como a cuatro personas más que se enteraron del atentado y no dieron parte a las autoridades.

La noche del martes 18 de octubre de 1949, en la Procuraduría del Distrito, los periodistas fueron informados de que Ramón Muñoz Peza y Juan Limón Paz declararon en la DFS que fueron ellos quienes mataron al ingeniero Gilling y que cometieron el crimen por órdenes de la señora Villaseñor.

Se informó también que durante la tarde de ese mismo día, se turnaron las diligencias al procurador de Justicia de Toluca, poniendo a su disposición a los seis detenidos, quiénes -según se informó- habían llegado a la capital del Estado de México. Aunque otra historia se desarrollaría en torno al paradero de los malhechores.

En busca de la verdad

La muerte del ingeniero David Gilling estuvo rodeada del más profundo misterio en todo momento y, pese a que se conoció y capturó a los asesinos, el caso estaba lejos de quedar resuelto.

La versión que pudo conocerse debido a la investigación del reportero de LA PRENSA, fue que los dos asesinos y sus encubridores no habían sido trasladados al Estado de México, pues el propio procurador de Justicia de esa entidad lo declaró así.

En la edición del 19 de octubre de 1949, se dijo que Juan Limón y Ramón Muñoz, presuntos asesinos del ingeniero Gilling (así como las otras personas involucradas en el homicidio), habían sido puestos a disposición del agente del Ministerio Público en turno de la Procuraduría del Distrito por la Dirección Federal de Seguridad.

Se informó también que la Procuraduría había enviado las diligencias a Toluca, en vista de que los hechos se habían registrado en jurisdicción del Estado de México y que, por tal motivo, eran las autoridades judiciales de este lugar las encargadas de ventilar el proceso correspondiente.

Con tales informes, el redactor de la prensa Luis C. Márquez entrevistó al licenciado Julio Ortiz Álvarez, procurador de Justicia del Estado de México, quién categóricamente manifestó: "No he recibido ningún escrito por medio del cual se ponga a mi disposición a los presuntos asesinos del ingeniero Gilling, ni las diligencias que se practicaron en la Dirección Federal de Seguridad".

En relación con este crimen, el 19 de octubre de 1949, informó la DFS que durante la mañana, dicha dependencia estaba en condiciones de dar una verdad oficial acerca de la misteriosa muerte del ingeniero; no obstante, esta “verdad” no se conoció, sino que hubo pequeñas verdades que aclaraban y confundían cada vez a las autoridades. O, quizás, no había prisa por resolverlo...

Aunque sólo en ciertos aspectos, el 20 de octubre de 1949 se informó que la muerte del ingeniero David Gilling González estaba aclarada. Lo que se supo en ese momento, fue que lo asesinaron de cuatro balazos la noche del 18 de septiembre de 1949, a la altura del kilómetro 45 de la carretera México-Puebla.

Luego de que fueron aprehendidos los responsables, sólo se precisaba saber quién o quiénes habían orquestado el hecho de sangre. Existían datos suficientes para pensar que los detenidos no habían dicho la verdad, sino que se concretaron a despistar a las autoridades, apareciendo ellos como los únicos autores intelectuales.

La noche del 18 de septiembre de 1949, el ingeniero Gilling cenó con algunos supuestos amigos en el restaurante Naty, situado en la calle López. A las 21:00 horas se despidió de ellos y, desde ese momento, nadie más supo de él.

Quiénes fueron los asesinos

La DFS reveló información sobre los asesinos del ingeniero; estos eran Ramón Muñoz Peza y Juan Limón Paz. En calidad de cómplices del homicidio, fueron capturados Nicanor Ancona Vales, Celso Garduño, Roberto Rodríguez Muñoz alias "El Texano" y Álvaro Cervera Monsreal alias "El Pájaro".

Ramón Muñoz, según antecedentes policiacos, fue un consumado estafador. Por mucho tiempo fue protegido del ingeniero Gilling, pero cuando éste le retiró su amistad, planeó su muerte, contando con la complicidad de Juan Limón, que era su concuño. Primero pensó matar a Gilling atropellándolo con su coche Lincoln, placas F-123-54, modelo 1937. Falló el golpe, pero la noche del 18 de septiembre de 1949, los dos llevaron al ingeniero a bordo del mismo auto hasta el lugar en que lo ultimaron.

De acuerdo con las investigaciones realizadas, se supo que Ramón contrató los servicios de Celso Garduño, otro de los detenidos, para que lo acompañara en el atentado.

La noche del crimen, Ramón habló con el ingeniero Gilling a las puertas del restaurante Naty y lo invitó a subir a su coche. Como estaban algo disgustados, dijo a su futura víctima que deseaba una reconciliación.

David Gilling cayó en el engaño y, a continuación, fue llevado hasta un lugar conocido como El Corazón, donde fue arteramente baleado.

Por su parte, Juan Limón Paz es un pistolero de profesión. Se supo que fue guardaespaldas del tristemente célebre Tomás Garrido Canabal, quien fue gobernador de Tabasco.

Tenía amistad con el ingeniero, pero a últimas fechas, también había tenido un serio disgusto por cuestiones de negocios. Juntamente con Ramón Muñoz Peza quiso matar por atropellamiento al ingeniero.

Limón Paz habló con Jorge Martínez Argüelles alias "El Ojitos" para que los ayudara en el crimen. Nicanor Ancona fue a la vez que encubridor, testigo de cargo, pues declaró que sabía perfectamente que Muñoz y Limón planeaban la muerte del ingeniero. Dio toda clase de detalles acerca del crimen. Celso Garduño Contreras manifestó que Muñoz Peza fue quien lo contrató para matar a Gilling, y agregó que rechazó el "negocio", pero que no se le ocurrió dar parte a la autoridad. Se le considera encubridor.

Roberto Rodríguez Muñoz "El Texano" dijo que sabía todo lo que se tramaba contra la vida del ingeniero Gilling y manifestó también que Muñoz Peza y Limón lo odiaban por rivalidades en negocios.

El último de los detenidos, Álvaro Cervera Monsreal, acusado de encubridor, declaró que durante varios días acompañó a los asesinos, habiéndose enterado de todo lo que estos pensaban en relación con el ingeniero.

Una "influyente" en el ajo

Con base en la información de las ediciones del 19 y 20 de octubre de 1949, hubo sospechas de que tras este crimen se escondían intereses inconfesables. Por otra parte, se reiteró que de este hecho sangriento no era ajena la señora Adelina Villaseñor, pues se comprobó que ella, valiéndose de una posición de "confianza" en las altas esferas, estuvo haciendo gestiones ante la Secretaría de Gobernación a fin de que esta dependencia deportara al ingeniero Gilling, creyendo que era extranjero.

El licenciado Sócrates Piñera y Rueda, socios del ingeniero asesinado, manifestó a los periodistas que era rigurosamente cierta la versión de que estaban por obtener una concesión para exportar madera al extranjero por una suma de 160 millones de pesos. Ese era un fuerte móvil en el caso, puesto que con Gilling fuera del negocio, la concesión sería para alguien más, alguien que tuviera el favor de Adelina.

Otra de las circunstancias que mantuvo este crimen en un verdadero misterio, fue el hecho de que los detenidos no aparecían por ningún lado, luego de que se dijo que serían enviados a Toluca, aun cuando el procurador de aquel estado negó que eso fuera cierto.

Perdidos los chacales

Cuando en la capital se tuvo conocimiento de la aprehensión de los asesinos y sus cómplices, corrió la versión de que habían sido internados en el Campo Militar No. 1, por lo cual se le preguntó a la DFS y ésta se negó a contestar las preguntas de los periodistas, arguyendo que era la Procuraduría del Distrito la encargada de dar tales informes.

Entrevistado un alto funcionario de la Procuraduría, dijo que sólo había recibido un oficio, pero que los detenidos se habían quedado en la DFS. Es decir, en la Procuraduría, ningún funcionario llegó a conocer a los detenidos. Por tal motivo, según se nos dijo extraoficialmente, esta dependencia turnó el caso a las autoridades del Estado de México.

Cinco días después de que ya se había dado la versión de la captura y confesión de los seis presuntos responsables de la muerte de Gilling, nadie podía dar informes exactos acerca del lugar en que éstos se encontraban.


Se dijo oficialmente que ya estaban en Toluca, después se declaró que habían sido trasladados hacia Chalco y, más tarde, las autoridades del Estado de México informaron que la pandilla había sido llevada a la cárcel municipal de El Oro, en vista de que allá había más seguridad y se evitaba así una posible fuga.

Fue el 21 de octubre cuando LA PRENSA por fin pudo dar con el paradero de los criminales. Los acusados se encontraban bajo custodia en la cárcel de la población de El Oro, del Estado de México, adonde fueron llevados por órdenes del licenciado Ortiz Álvarez, en vista de que la prisión toluqueña se encontraba en reparación y no ofrecía seguridades.

Fue hasta el domingo 23 cuando LA PRENSA pudo entrevistar a los pistoleros en una larga entrevista con ellos.

Juan Limón era un tipo delgado, bastante nervioso y hábil al hablar. Se expresaba con cinismo cuando se refería al delito que cometió. "Yo disparé primero sobre el ingeniero -dice-. Enseguida hizo lo mismo Ramón. Éste fue el encargado de matarlo. En esta forma, lo aventamos al paraje cercano a El Corazón, donde fue descubierto el cadáver. ¡Quién sabe por qué motivo fue encontrado desatado!"

Enseguida, el asesino pasó a relatar aspectos que ya eran ampliamente conocidos por los lectores de El Periódico que Dice lo que Otros Callan.

“Desconozco los motivos por los cuales la señorita Adelina Villaseñor nos mandó matar al ingeniero, solamente me concreté a cumplir sus órdenes. Tanto a mí como a Ramón, la Villaseñor nos ofreció que nada nos pasaría, que ella arreglaría todo, a fin de que no tuviéramos ningún lío con la policía. Pero ahora vemos que no cumplió con su palabra; nos dejó 'clavados'. Ni modo, es la de malas."

Por su parte, Ramón Muñoz Pérez habló con más reservas. Dijo que temía por su vida y por eso no quería "cantar" con toda claridad. Al igual que Limón Paz, recalcó que en la Dirección Federal de Seguridad fue golpeado, no obstante de que había dicho toda la verdad.

Después, refiriéndose a Adelina Villaseñor, dijo: "Es cierto que yo tuve algunos negocios con ella. Y, a propósito, ¿dónde está la señorita Villaseñor? ¿Qué habrá sido de ella? Estuvo con nosotros detenida en el Campo Militar, pero no sé en qué lugar se encuentra”.

Coyotaje e influencias

Álvaro Cervera declaró: "Con ellos hice muchos negocios, unos derechos y otros chicos. Pero todos nos dejaban buenas ganancias. Para hacerlos, contábamos con las influencias de la señorita Villaseñor, ella nos protegía siempre".

El yucateco Nicanor Ancona relató que tenía negocios con los dos asesinos. Al respecto, agregó: "Siempre de acuerdo con ellos, me dedicaba a la compraventa de automóviles". No quiso seguir hablando. Manifestó que la "cosa" era muy peligrosa para él. Se notaba muy preocupado y también temía por su vida.

En cuanto a Roberto Rodríguez, dijo lo siguiente: "Juan Limón y Ramón Muñoz siempre andaban de fantoches. Yo escuché varias veces cuando a voz en cuello gritaban que iban a matar al ingeniero Gilling y que nada les pasaría. En realidad, no creí que consumaran el crimen, por eso fue que no los delaté ante la policía".

Celso Garduño manifestó que tenía variados negocios con Limón Paz y Ramón Muñoz. "No niego tales negocios -aclaró-. Nos fue bien. En lo personal, nada tengo que decir de eso. En cuanto al crimen del ingeniero Gilling, juro que nada sé. Muchas veces, Limón y Muñoz me dijeron que todos los negocios salían bien porque la señorita Adelina Villaseñor estaba de por medio y, debido a sus influencias, todo se arreglaba satisfactoriamente. Pero nada tengo que decir más".

Cuando los cuatro cómplices habían sido entrevistados por LA PRENSA, Álvaro Cervera se acercó al reportero y dijo: "Limón Paz y Muñoz Peza tenían un despacho donde tramitaban toda clase de negocios. Sé que los protegía la señorita Villaseñor. Recuerdo que hace unos meses, Juan Limón hizo una fiesta en su casa, en la calle de Aguascalientes. Allí estuvo presente la Villaseñor. Ese día, los tres hablaron de un negocio en que danzaban millones de pesos. Cuando estuvimos detenidos en el Campo Militar, la Villaseñor fue careada con nosotros, en presencia de los agentes de la DFS. En los momentos en que me preguntaron si la conocía, yo respondí afirmativamente. Entonces, ella se puso a llorar y ya no pudo decir una sola palabra".

Se retractan los asesinos

El 24 de octubre de 1949 el caso dio un giro inesperado cuando los asesinos negaron hoy haber declarado en relación con el crimen de Chalco. Cuando se les mostró el expediente en que aparecía el texto de sus declaraciones ante el agente del Ministerio Público y el juez penal, calzado con sus firmas, dijeron que "por la fuerza se les había obligado a firmar dicho documento sin que se enteraran del contenido del mismo".

Por la mañana de aquel día, fueron presentados ante el juez primero de lo penal para que rindieran su declaración preparatoria.


Ramón Muñoz Peza empezó diciendo que fue obligado a firmar sin permitirle examinar el contenido del documento en que estaban asentadas sus declaraciones y que, por consiguiente, no reconocía como suya tal declaración. Dijo que lo que a él le constaba es que la señorita Angelina Villaseñor estaba empeñada en la desaparición del ingeniero Gilling y llegó a proponerle, a él y a Juan Limón Paz, que lo atropellaran con su automóvil, cosa que no logró y que, entonces, les reprochó su cobardía y los amenazó.

Por tal motivo, ellos se retiraron prudentemente hasta que se enteraron de la desaparición del ingeniero Gilling, siendo detenidos por la policía. Así pues, no podían ser culpables, ni capaces, de tal monstruosidad, ya que no tuvieron absolutamente nada que ver en el asesinato.

Finalmente, dijo que desconocía los móviles del crimen, presumiendo que la víctima había desaparecido debido a que por alguna fuerte estafa, prefirió esconderse y se enteró de que lo habían asesinado hasta que se encontró el cadáver. Por su parte, Juan Limón Paz declaró prácticamente lo mismo.

Formal prisión para los asesinos

Sin embargo, el juez Nicolás Badillo encontró pruebas suficientes para proceder en contra de los señalados como asesinos del ingeniero David Gilling González. De tal manera que se decretó el auto de formal prisión para los dos hampones por el delito de homicidio calificado.

De nada sirvió a los inculpados haberse retractado de las declaraciones originales, pues la sagacidad de los justicieros hizo que cayeran en una serie de contradicciones, quedando al descubierto su cadena de mentiras.

La declaración preparatoria de los dos hampones, así como sus contradicciones y titubeos dieron la base para encontrar los elementos acusatorios. Y si no hubiera sido suficiente el cúmulo de mentiras dichas por los asesinos para descubrir su culpabilidad, el juez contaba con las declaraciones del resto de los inculpados.

Los testigos y encubridores dijeron que no habían tenido participación alguna en el asesinato del ingeniero Gilling, y que se enteraron de los proyectos del crimen de Muñoz Peza y Limón Paz, pues durante sus borracheras lo pregonaban a toda voz, diciendo que le iban a dar en la "chapa al ingeniero".

No creyeron en el crimen

Los declarantes dijeron que a pesar de que Muñoz Peza y Limón Paz se mostraban decididos a cometer el asesinato en la persona del ingeniero, ellos no llegaron a creerlo por considerar que los homicidas bromeaban, pero en el momento de enterarse del crimen de Chalco, no les cupo duda de que ambos habían llevado a cabo sus propósitos.

Respecto a la desaparición del ingeniero antes de que se supiera de su asesinato, dijeron que habiendo efectuado "una de sus estafas, habría huido de la metrópoli para evitarse dificultades". En esto se ve claramente que también los cómplices encubridores del crimen tenían mala voluntad con la víctima, quizás influenciados por los dos criminales.

Los dos asesinos palidecieron cuando a las 13:30 horas del 25 de octubre de 1949 les fue notificado el auto de formal prisión, pues de seguro serían enterados de la forma en que el Código Penal del Estado castiga esta clase de delitos, ya que en esa entidad la sentencia era la pena de muerte.

Los acusados restantes, formalmente presos también, tuvieron la prerrogativa de poder obtener su libertad bajo fianza, que constaba de veinte mil pesos cada uno.

La Villaseñor, prófuga

En relación con el más oscuro de los punto de este negro crimen, o sea Adelina Villaseñor, se sabía con certeza que en cuanto fueron capturados los asesinos del ingeniero Gilling, fue también detenida y conducida al Campo Militar No. 1; después llevada a su domicilio para que arreglara sus maletas y conducida hasta San Antonio, Texas, en calidad de deportada, ya que tenía la doble nacionalidad.

Sobre esta mujer había una larga historia de arbitrariedades, pues pasando por influyente, lucraba en diversas dependencias oficiales; imponía recomendados; desacreditaba a quienes la protegían, como en este último caso; además de que, dijeron algunas de las personas que se vieron precisadas a tratarla, hacía gala de un despotismo inaudito.

El caso del ingeniero David Gilling llegaba a su final, una vez que los asesinos quedaron tras las rejas y quizás con la pena de muerte. No obstante, el último elemento para aclarar todo el enigmático caso se dio cuando al mediodía del 26 de octubre de 1946, se recibió una “clásica” denuncia en el juzgado primero de distrito en materia penal, en el sentido de que la señorita Adelina Villaseñor estaba secuestrada.

La denuncia contenía un amparo para la desaparecida y agregaba que ésta “fue detenida en su domicilio de la calle Cádiz 83, de la vecina población de Mixcoac”.

En la demanda, se asentó que la señora Villaseñor se encontraba secuestrada. Además, se asentó que no estaba comprobado que hubiera cometido algún delito, por lo tanto, su familia pasaba graves trastornos, ya que ignoraba en qué lugar se encontraba internada.

El juez primero de distrito en materia penal, licenciado Javier Aguayo, dio entrada a la demanda, y solicitó desde luego los informes correspondientes a la Dirección Federal de Seguridad.

A los Estados Unidos

Según los datos que se dieron a conocer cuando fue descubierto el asesinato del ingeniero Gilling, la Villaseñor también fue detenida y, como se informó previamente, llevada a los Estados Unidos por agentes de la policía, al parecer de la propia DFS, llegándose a precisar que, en calidad de deportada, la trasladaron hasta San Antonio, Texas, pues no obstante que pasaba por "influyente" en los medios oficiales, resultó estar nacionalizada norteamericana, según la versión que se propaló.

Por su parte, la DFS declaró categóricamente que la señora Adelina VIllaseñor no se encontraba detenida ni menos "secuestrada" en las oficinas de dicha dependencia. Además, informó que la Villaseñor fue interrogada en relación con el crimen del ingeniero, pero de ninguna manera fue detenida.

Asimismo, la DFS informó que nada tenía que decir acerca de la desaparición de la VIllaseñor, en vista de que sólo se concretó a detener a los culpables del crimen, así como a sus cómplices, a quienes puso a disposición de la Procuraduría del Distrito, como era de rigor.

A la Villaseñor se la tragó la tierra

El paradero de la señora Adelina Villaseñor continuó en el más profundo misterio hasta para sus mismos familiares, según se informó. Lo último que se supo, como en el caso del ingeniero Gilling, fue que salió de su casa el domingo 16 de octubre de 1949, diciendo que iba a Coyoacán y jamás se supo de su paradero otra vez.

Fue cierto que estuvo detenida en el Campo Militar No. 1, dónde fue interrogada respecto a la muerte del ingeniero Gilling. Al salir de allí, nadie más supo a qué lugar fue llevada o si se fue por su propia voluntad. Corrió la versión de que fue sacada del país, pero tal dato no pudo ser confirmado en ninguna de las dependencias que tuvieron a su cargo las investigaciones del crimen.

El 26 de octubre, un reportero de LA PRENSA estuvo en la casa de Cádiz 83, en Mixcoac, donde vivía la desaparecida. Allí, una doméstica le informó que el domingo 16 había salido y después de eso ya no supo más de ella; inclusive, se le dijo al reportero que ni siquiera había hablado por teléfono, lo cual era indicio de que algo grave le había sucedido sucedió.

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Últimas consideraciones

Todo el caso representó un enigma. Tras un misterio revelado, otro más se presentaba y era como una sucesión de tragedias. Por una parte, la principal, el asesinato del ingeniero Gilling; luego, la ruina de su familia, pues con su deceso todos sus negocios se fueron a la quiebra.

Después, se suscitó el hallazgo del cadáver –el cual, según los criminales, debió haber quedado sepultado en el olvido-, que desencadenó toda la investigación, la cual estuvo plagada de anomalías y demoras, pero finalmente se pudo revelar parte de la verdad.

Tras conocerse las declaraciones en torno a la corrupción, no sólo de la señora Villaseñor, ya que respondía a intereses más elevados y fuerzas que desconocía, quizás obró la maquinaria del crimen en todo su esplendor para no dejar cabos sueltos.

Por una parte, una vez condenados y sentenciados a muerte los asesinos, nadie más podría hablar del caso (a pesar de que los cómplices saldrían en libertad, el escarmiento con las muertes de Limón y Muñoz sería suficiente para mantenerlos con la boca cerrada).

Y, finalmente, como la única que podía revelar todas las conexiones en torno a los turbios negocios era la Villaseñor, lo mejor habría sido desaparecerla. Y ya fuera que la deportaran a Estados Unidos o que la sepultaran bajo tierra, la única verdad quedaría sin ser descubierta.

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Durante un mes, para la familia Gilling Tohen todo fue incertidumbre. David Gilling había salido el 18 de septiembre de 1949, como siempre, rumbo a su trabajo, a su rutina, pero cuando llegó la hora de que regresara a casa, éste no apareció.

Era un hombre de negocios que, decían, no tenía problemas con nadie y, salvo las usuales escapadas con socios o amigos a reuniones de trabajo que se prolongaban, nada en su vida representaba peligro.

No obstante, todo cambió cuando luego de un mes, en octubre de 1949, recibieron la noticia de que habían capturado a los presuntos asesinos del hombre de familia.

La noticia para ellos fue doblemente brutal, puesto que no sabían, en primera instancia que su consanguíneo había fallecido; y, en segundo lugar, que su muerte se debía a un posible asesinato.

Capturas por el crimen de Chalco

La Prensa, El Diario de las Mayorías, dio a conocer en su edición del 19 de 1949 que “los dos individuos que asesinaron al ingeniero David Gilling González, así como tres de sus encubridores, fueron aprehendidos por agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS)”. Fue el 18 de octubre cuando los detenidos fueron puestos a disposición de la Procuraduría del Distrito, según se reportó; sin embargo, luego se turnó el caso a las autoridades judiciales del Estado de México, puesto que el crimen ocurrió en la jurisdicción de la municipalidad de Chalco.

Este dato importante en la secuencia de acontecimientos sería determinante durante la investigación, pues si de facto el caso representaba un enigma cuya dificultad se antojaba imposible de resolver, se añadió la inexactitud para determinar a qué jurisdicción le correspondía llevar el caso, como se verá más adelante.

Los asesinos respondían a los nombres de Ramón Muñoz Peza y Juan Limón Paz y, pese a que el caso –decían las autoridades– “está completamente aclarado”, en la DFS se guardó un hermetismo absoluto.

Muñoz Peza y Juan Limón confesaron que cometieron el homicidio, pero fue por instrucciones de una mujer que respondía al nombre de Adelina Villaseñor, quien al parecer tenía conexiones con un círculo de hombres acaudalados, así como con autoridades y políticos.

En ese sentido, se sostuvo una primera hipótesis, cuyo propósito fue el de cerrar el caso de inmediato, para evitar que se relacionara con algún atentado de perfiles políticos o de una cuestión en que estuvieran en juego muchos millones de pesos.

Antecedentes del caso

El ingeniero David Gilling desapareció misteriosamente la noche del 18 de agosto de 1949. Ese día, como de costumbre, salió de su domicilio en Klondike 6 a las 8:00 horas. Fue a su despacho y platicó con sus socios Raúl Valdés y Sócrates Piñera y Rueda.

Luego, se le vio en un café ya entrada la noche, y después de pagar la cuenta y salir del lugar, abordó un auto para regresar a casa, pero, a partir de ese instante, ya no se supo nada de él.

La esposa del ingeniero, Emma Tohen, acudió a la jefatura de policía, donde les explicó que sospechaba que algo trágico había tras su desaparición. Por su parte, Piñera y Rueda aconsejó a Emma que juntos fueran a denunciar el caso ante la Dirección Federal de Seguridad, puesto que su desaparición causó alarma por la forma en que se suscitaron los hechos.

Desde entonces, la DFS se encargó de hacer las investigaciones del caso, empero todas las pesquisas resultaban inútiles, pues ningún agente podía dar con el paradero de Gilling. Sin embargo, su muerte comenzó a ponerse en claro cuando un chofer del estado de Puebla, al transitar con su vehículo por la carretera de Cuautla, vio el cadáver de un hombre tirado en el arroyo vehicular.

Cinco detenidos

En su momento, cuando el chofer dio aviso sobre el hallazgo, el cadáver no pudo ser identificado, pues no portaba alguna credencial que pudiera esclarecer su identidad, por lo cual se procedió a enterrarlo en el panteón de Chalco, en calidad de desconocido.

Durante ese tiempo, mientras el cuerpo del ingeniero se hallaba bajo tierra, su familia publicó un aviso durante 15 días seguidos, en el cual se ofrecía una gratificación de 10 mil pesos a quien diera algún detalle que llevara a su localización.

El chofer, que vio el cuerpo del desconocido en la carretera de Cuautla, al ver la fotografía de una persona por quien se interesaba el aviso publicado por la familia, inmediatamente lo reconoció como el mismo que había encontrado días antes.

Con esos datos y siguiendo la pista sobre los últimos momentos de la víctima, los agentes de la DFS lograron capturar a los asesinos, así como a cuatro personas más que se enteraron del atentado y no dieron parte a las autoridades.

La noche del martes 18 de octubre de 1949, en la Procuraduría del Distrito, los periodistas fueron informados de que Ramón Muñoz Peza y Juan Limón Paz declararon en la DFS que fueron ellos quienes mataron al ingeniero Gilling y que cometieron el crimen por órdenes de la señora Villaseñor.

Se informó también que durante la tarde de ese mismo día, se turnaron las diligencias al procurador de Justicia de Toluca, poniendo a su disposición a los seis detenidos, quiénes -según se informó- habían llegado a la capital del Estado de México. Aunque otra historia se desarrollaría en torno al paradero de los malhechores.

En busca de la verdad

La muerte del ingeniero David Gilling estuvo rodeada del más profundo misterio en todo momento y, pese a que se conoció y capturó a los asesinos, el caso estaba lejos de quedar resuelto.

La versión que pudo conocerse debido a la investigación del reportero de LA PRENSA, fue que los dos asesinos y sus encubridores no habían sido trasladados al Estado de México, pues el propio procurador de Justicia de esa entidad lo declaró así.

En la edición del 19 de octubre de 1949, se dijo que Juan Limón y Ramón Muñoz, presuntos asesinos del ingeniero Gilling (así como las otras personas involucradas en el homicidio), habían sido puestos a disposición del agente del Ministerio Público en turno de la Procuraduría del Distrito por la Dirección Federal de Seguridad.

Se informó también que la Procuraduría había enviado las diligencias a Toluca, en vista de que los hechos se habían registrado en jurisdicción del Estado de México y que, por tal motivo, eran las autoridades judiciales de este lugar las encargadas de ventilar el proceso correspondiente.

Con tales informes, el redactor de la prensa Luis C. Márquez entrevistó al licenciado Julio Ortiz Álvarez, procurador de Justicia del Estado de México, quién categóricamente manifestó: "No he recibido ningún escrito por medio del cual se ponga a mi disposición a los presuntos asesinos del ingeniero Gilling, ni las diligencias que se practicaron en la Dirección Federal de Seguridad".

En relación con este crimen, el 19 de octubre de 1949, informó la DFS que durante la mañana, dicha dependencia estaba en condiciones de dar una verdad oficial acerca de la misteriosa muerte del ingeniero; no obstante, esta “verdad” no se conoció, sino que hubo pequeñas verdades que aclaraban y confundían cada vez a las autoridades. O, quizás, no había prisa por resolverlo...

Aunque sólo en ciertos aspectos, el 20 de octubre de 1949 se informó que la muerte del ingeniero David Gilling González estaba aclarada. Lo que se supo en ese momento, fue que lo asesinaron de cuatro balazos la noche del 18 de septiembre de 1949, a la altura del kilómetro 45 de la carretera México-Puebla.

Luego de que fueron aprehendidos los responsables, sólo se precisaba saber quién o quiénes habían orquestado el hecho de sangre. Existían datos suficientes para pensar que los detenidos no habían dicho la verdad, sino que se concretaron a despistar a las autoridades, apareciendo ellos como los únicos autores intelectuales.

La noche del 18 de septiembre de 1949, el ingeniero Gilling cenó con algunos supuestos amigos en el restaurante Naty, situado en la calle López. A las 21:00 horas se despidió de ellos y, desde ese momento, nadie más supo de él.

Quiénes fueron los asesinos

La DFS reveló información sobre los asesinos del ingeniero; estos eran Ramón Muñoz Peza y Juan Limón Paz. En calidad de cómplices del homicidio, fueron capturados Nicanor Ancona Vales, Celso Garduño, Roberto Rodríguez Muñoz alias "El Texano" y Álvaro Cervera Monsreal alias "El Pájaro".

Ramón Muñoz, según antecedentes policiacos, fue un consumado estafador. Por mucho tiempo fue protegido del ingeniero Gilling, pero cuando éste le retiró su amistad, planeó su muerte, contando con la complicidad de Juan Limón, que era su concuño. Primero pensó matar a Gilling atropellándolo con su coche Lincoln, placas F-123-54, modelo 1937. Falló el golpe, pero la noche del 18 de septiembre de 1949, los dos llevaron al ingeniero a bordo del mismo auto hasta el lugar en que lo ultimaron.

De acuerdo con las investigaciones realizadas, se supo que Ramón contrató los servicios de Celso Garduño, otro de los detenidos, para que lo acompañara en el atentado.

La noche del crimen, Ramón habló con el ingeniero Gilling a las puertas del restaurante Naty y lo invitó a subir a su coche. Como estaban algo disgustados, dijo a su futura víctima que deseaba una reconciliación.

David Gilling cayó en el engaño y, a continuación, fue llevado hasta un lugar conocido como El Corazón, donde fue arteramente baleado.

Por su parte, Juan Limón Paz es un pistolero de profesión. Se supo que fue guardaespaldas del tristemente célebre Tomás Garrido Canabal, quien fue gobernador de Tabasco.

Tenía amistad con el ingeniero, pero a últimas fechas, también había tenido un serio disgusto por cuestiones de negocios. Juntamente con Ramón Muñoz Peza quiso matar por atropellamiento al ingeniero.

Limón Paz habló con Jorge Martínez Argüelles alias "El Ojitos" para que los ayudara en el crimen. Nicanor Ancona fue a la vez que encubridor, testigo de cargo, pues declaró que sabía perfectamente que Muñoz y Limón planeaban la muerte del ingeniero. Dio toda clase de detalles acerca del crimen. Celso Garduño Contreras manifestó que Muñoz Peza fue quien lo contrató para matar a Gilling, y agregó que rechazó el "negocio", pero que no se le ocurrió dar parte a la autoridad. Se le considera encubridor.

Roberto Rodríguez Muñoz "El Texano" dijo que sabía todo lo que se tramaba contra la vida del ingeniero Gilling y manifestó también que Muñoz Peza y Limón lo odiaban por rivalidades en negocios.

El último de los detenidos, Álvaro Cervera Monsreal, acusado de encubridor, declaró que durante varios días acompañó a los asesinos, habiéndose enterado de todo lo que estos pensaban en relación con el ingeniero.

Una "influyente" en el ajo

Con base en la información de las ediciones del 19 y 20 de octubre de 1949, hubo sospechas de que tras este crimen se escondían intereses inconfesables. Por otra parte, se reiteró que de este hecho sangriento no era ajena la señora Adelina Villaseñor, pues se comprobó que ella, valiéndose de una posición de "confianza" en las altas esferas, estuvo haciendo gestiones ante la Secretaría de Gobernación a fin de que esta dependencia deportara al ingeniero Gilling, creyendo que era extranjero.

El licenciado Sócrates Piñera y Rueda, socios del ingeniero asesinado, manifestó a los periodistas que era rigurosamente cierta la versión de que estaban por obtener una concesión para exportar madera al extranjero por una suma de 160 millones de pesos. Ese era un fuerte móvil en el caso, puesto que con Gilling fuera del negocio, la concesión sería para alguien más, alguien que tuviera el favor de Adelina.

Otra de las circunstancias que mantuvo este crimen en un verdadero misterio, fue el hecho de que los detenidos no aparecían por ningún lado, luego de que se dijo que serían enviados a Toluca, aun cuando el procurador de aquel estado negó que eso fuera cierto.

Perdidos los chacales

Cuando en la capital se tuvo conocimiento de la aprehensión de los asesinos y sus cómplices, corrió la versión de que habían sido internados en el Campo Militar No. 1, por lo cual se le preguntó a la DFS y ésta se negó a contestar las preguntas de los periodistas, arguyendo que era la Procuraduría del Distrito la encargada de dar tales informes.

Entrevistado un alto funcionario de la Procuraduría, dijo que sólo había recibido un oficio, pero que los detenidos se habían quedado en la DFS. Es decir, en la Procuraduría, ningún funcionario llegó a conocer a los detenidos. Por tal motivo, según se nos dijo extraoficialmente, esta dependencia turnó el caso a las autoridades del Estado de México.

Cinco días después de que ya se había dado la versión de la captura y confesión de los seis presuntos responsables de la muerte de Gilling, nadie podía dar informes exactos acerca del lugar en que éstos se encontraban.


Se dijo oficialmente que ya estaban en Toluca, después se declaró que habían sido trasladados hacia Chalco y, más tarde, las autoridades del Estado de México informaron que la pandilla había sido llevada a la cárcel municipal de El Oro, en vista de que allá había más seguridad y se evitaba así una posible fuga.

Fue el 21 de octubre cuando LA PRENSA por fin pudo dar con el paradero de los criminales. Los acusados se encontraban bajo custodia en la cárcel de la población de El Oro, del Estado de México, adonde fueron llevados por órdenes del licenciado Ortiz Álvarez, en vista de que la prisión toluqueña se encontraba en reparación y no ofrecía seguridades.

Fue hasta el domingo 23 cuando LA PRENSA pudo entrevistar a los pistoleros en una larga entrevista con ellos.

Juan Limón era un tipo delgado, bastante nervioso y hábil al hablar. Se expresaba con cinismo cuando se refería al delito que cometió. "Yo disparé primero sobre el ingeniero -dice-. Enseguida hizo lo mismo Ramón. Éste fue el encargado de matarlo. En esta forma, lo aventamos al paraje cercano a El Corazón, donde fue descubierto el cadáver. ¡Quién sabe por qué motivo fue encontrado desatado!"

Enseguida, el asesino pasó a relatar aspectos que ya eran ampliamente conocidos por los lectores de El Periódico que Dice lo que Otros Callan.

“Desconozco los motivos por los cuales la señorita Adelina Villaseñor nos mandó matar al ingeniero, solamente me concreté a cumplir sus órdenes. Tanto a mí como a Ramón, la Villaseñor nos ofreció que nada nos pasaría, que ella arreglaría todo, a fin de que no tuviéramos ningún lío con la policía. Pero ahora vemos que no cumplió con su palabra; nos dejó 'clavados'. Ni modo, es la de malas."

Por su parte, Ramón Muñoz Pérez habló con más reservas. Dijo que temía por su vida y por eso no quería "cantar" con toda claridad. Al igual que Limón Paz, recalcó que en la Dirección Federal de Seguridad fue golpeado, no obstante de que había dicho toda la verdad.

Después, refiriéndose a Adelina Villaseñor, dijo: "Es cierto que yo tuve algunos negocios con ella. Y, a propósito, ¿dónde está la señorita Villaseñor? ¿Qué habrá sido de ella? Estuvo con nosotros detenida en el Campo Militar, pero no sé en qué lugar se encuentra”.

Coyotaje e influencias

Álvaro Cervera declaró: "Con ellos hice muchos negocios, unos derechos y otros chicos. Pero todos nos dejaban buenas ganancias. Para hacerlos, contábamos con las influencias de la señorita Villaseñor, ella nos protegía siempre".

El yucateco Nicanor Ancona relató que tenía negocios con los dos asesinos. Al respecto, agregó: "Siempre de acuerdo con ellos, me dedicaba a la compraventa de automóviles". No quiso seguir hablando. Manifestó que la "cosa" era muy peligrosa para él. Se notaba muy preocupado y también temía por su vida.

En cuanto a Roberto Rodríguez, dijo lo siguiente: "Juan Limón y Ramón Muñoz siempre andaban de fantoches. Yo escuché varias veces cuando a voz en cuello gritaban que iban a matar al ingeniero Gilling y que nada les pasaría. En realidad, no creí que consumaran el crimen, por eso fue que no los delaté ante la policía".

Celso Garduño manifestó que tenía variados negocios con Limón Paz y Ramón Muñoz. "No niego tales negocios -aclaró-. Nos fue bien. En lo personal, nada tengo que decir de eso. En cuanto al crimen del ingeniero Gilling, juro que nada sé. Muchas veces, Limón y Muñoz me dijeron que todos los negocios salían bien porque la señorita Adelina Villaseñor estaba de por medio y, debido a sus influencias, todo se arreglaba satisfactoriamente. Pero nada tengo que decir más".

Cuando los cuatro cómplices habían sido entrevistados por LA PRENSA, Álvaro Cervera se acercó al reportero y dijo: "Limón Paz y Muñoz Peza tenían un despacho donde tramitaban toda clase de negocios. Sé que los protegía la señorita Villaseñor. Recuerdo que hace unos meses, Juan Limón hizo una fiesta en su casa, en la calle de Aguascalientes. Allí estuvo presente la Villaseñor. Ese día, los tres hablaron de un negocio en que danzaban millones de pesos. Cuando estuvimos detenidos en el Campo Militar, la Villaseñor fue careada con nosotros, en presencia de los agentes de la DFS. En los momentos en que me preguntaron si la conocía, yo respondí afirmativamente. Entonces, ella se puso a llorar y ya no pudo decir una sola palabra".

Se retractan los asesinos

El 24 de octubre de 1949 el caso dio un giro inesperado cuando los asesinos negaron hoy haber declarado en relación con el crimen de Chalco. Cuando se les mostró el expediente en que aparecía el texto de sus declaraciones ante el agente del Ministerio Público y el juez penal, calzado con sus firmas, dijeron que "por la fuerza se les había obligado a firmar dicho documento sin que se enteraran del contenido del mismo".

Por la mañana de aquel día, fueron presentados ante el juez primero de lo penal para que rindieran su declaración preparatoria.


Ramón Muñoz Peza empezó diciendo que fue obligado a firmar sin permitirle examinar el contenido del documento en que estaban asentadas sus declaraciones y que, por consiguiente, no reconocía como suya tal declaración. Dijo que lo que a él le constaba es que la señorita Angelina Villaseñor estaba empeñada en la desaparición del ingeniero Gilling y llegó a proponerle, a él y a Juan Limón Paz, que lo atropellaran con su automóvil, cosa que no logró y que, entonces, les reprochó su cobardía y los amenazó.

Por tal motivo, ellos se retiraron prudentemente hasta que se enteraron de la desaparición del ingeniero Gilling, siendo detenidos por la policía. Así pues, no podían ser culpables, ni capaces, de tal monstruosidad, ya que no tuvieron absolutamente nada que ver en el asesinato.

Finalmente, dijo que desconocía los móviles del crimen, presumiendo que la víctima había desaparecido debido a que por alguna fuerte estafa, prefirió esconderse y se enteró de que lo habían asesinado hasta que se encontró el cadáver. Por su parte, Juan Limón Paz declaró prácticamente lo mismo.

Formal prisión para los asesinos

Sin embargo, el juez Nicolás Badillo encontró pruebas suficientes para proceder en contra de los señalados como asesinos del ingeniero David Gilling González. De tal manera que se decretó el auto de formal prisión para los dos hampones por el delito de homicidio calificado.

De nada sirvió a los inculpados haberse retractado de las declaraciones originales, pues la sagacidad de los justicieros hizo que cayeran en una serie de contradicciones, quedando al descubierto su cadena de mentiras.

La declaración preparatoria de los dos hampones, así como sus contradicciones y titubeos dieron la base para encontrar los elementos acusatorios. Y si no hubiera sido suficiente el cúmulo de mentiras dichas por los asesinos para descubrir su culpabilidad, el juez contaba con las declaraciones del resto de los inculpados.

Los testigos y encubridores dijeron que no habían tenido participación alguna en el asesinato del ingeniero Gilling, y que se enteraron de los proyectos del crimen de Muñoz Peza y Limón Paz, pues durante sus borracheras lo pregonaban a toda voz, diciendo que le iban a dar en la "chapa al ingeniero".

No creyeron en el crimen

Los declarantes dijeron que a pesar de que Muñoz Peza y Limón Paz se mostraban decididos a cometer el asesinato en la persona del ingeniero, ellos no llegaron a creerlo por considerar que los homicidas bromeaban, pero en el momento de enterarse del crimen de Chalco, no les cupo duda de que ambos habían llevado a cabo sus propósitos.

Respecto a la desaparición del ingeniero antes de que se supiera de su asesinato, dijeron que habiendo efectuado "una de sus estafas, habría huido de la metrópoli para evitarse dificultades". En esto se ve claramente que también los cómplices encubridores del crimen tenían mala voluntad con la víctima, quizás influenciados por los dos criminales.

Los dos asesinos palidecieron cuando a las 13:30 horas del 25 de octubre de 1949 les fue notificado el auto de formal prisión, pues de seguro serían enterados de la forma en que el Código Penal del Estado castiga esta clase de delitos, ya que en esa entidad la sentencia era la pena de muerte.

Los acusados restantes, formalmente presos también, tuvieron la prerrogativa de poder obtener su libertad bajo fianza, que constaba de veinte mil pesos cada uno.

La Villaseñor, prófuga

En relación con el más oscuro de los punto de este negro crimen, o sea Adelina Villaseñor, se sabía con certeza que en cuanto fueron capturados los asesinos del ingeniero Gilling, fue también detenida y conducida al Campo Militar No. 1; después llevada a su domicilio para que arreglara sus maletas y conducida hasta San Antonio, Texas, en calidad de deportada, ya que tenía la doble nacionalidad.

Sobre esta mujer había una larga historia de arbitrariedades, pues pasando por influyente, lucraba en diversas dependencias oficiales; imponía recomendados; desacreditaba a quienes la protegían, como en este último caso; además de que, dijeron algunas de las personas que se vieron precisadas a tratarla, hacía gala de un despotismo inaudito.

El caso del ingeniero David Gilling llegaba a su final, una vez que los asesinos quedaron tras las rejas y quizás con la pena de muerte. No obstante, el último elemento para aclarar todo el enigmático caso se dio cuando al mediodía del 26 de octubre de 1946, se recibió una “clásica” denuncia en el juzgado primero de distrito en materia penal, en el sentido de que la señorita Adelina Villaseñor estaba secuestrada.

La denuncia contenía un amparo para la desaparecida y agregaba que ésta “fue detenida en su domicilio de la calle Cádiz 83, de la vecina población de Mixcoac”.

En la demanda, se asentó que la señora Villaseñor se encontraba secuestrada. Además, se asentó que no estaba comprobado que hubiera cometido algún delito, por lo tanto, su familia pasaba graves trastornos, ya que ignoraba en qué lugar se encontraba internada.

El juez primero de distrito en materia penal, licenciado Javier Aguayo, dio entrada a la demanda, y solicitó desde luego los informes correspondientes a la Dirección Federal de Seguridad.

A los Estados Unidos

Según los datos que se dieron a conocer cuando fue descubierto el asesinato del ingeniero Gilling, la Villaseñor también fue detenida y, como se informó previamente, llevada a los Estados Unidos por agentes de la policía, al parecer de la propia DFS, llegándose a precisar que, en calidad de deportada, la trasladaron hasta San Antonio, Texas, pues no obstante que pasaba por "influyente" en los medios oficiales, resultó estar nacionalizada norteamericana, según la versión que se propaló.

Por su parte, la DFS declaró categóricamente que la señora Adelina VIllaseñor no se encontraba detenida ni menos "secuestrada" en las oficinas de dicha dependencia. Además, informó que la Villaseñor fue interrogada en relación con el crimen del ingeniero, pero de ninguna manera fue detenida.

Asimismo, la DFS informó que nada tenía que decir acerca de la desaparición de la VIllaseñor, en vista de que sólo se concretó a detener a los culpables del crimen, así como a sus cómplices, a quienes puso a disposición de la Procuraduría del Distrito, como era de rigor.

A la Villaseñor se la tragó la tierra

El paradero de la señora Adelina Villaseñor continuó en el más profundo misterio hasta para sus mismos familiares, según se informó. Lo último que se supo, como en el caso del ingeniero Gilling, fue que salió de su casa el domingo 16 de octubre de 1949, diciendo que iba a Coyoacán y jamás se supo de su paradero otra vez.

Fue cierto que estuvo detenida en el Campo Militar No. 1, dónde fue interrogada respecto a la muerte del ingeniero Gilling. Al salir de allí, nadie más supo a qué lugar fue llevada o si se fue por su propia voluntad. Corrió la versión de que fue sacada del país, pero tal dato no pudo ser confirmado en ninguna de las dependencias que tuvieron a su cargo las investigaciones del crimen.

El 26 de octubre, un reportero de LA PRENSA estuvo en la casa de Cádiz 83, en Mixcoac, donde vivía la desaparecida. Allí, una doméstica le informó que el domingo 16 había salido y después de eso ya no supo más de ella; inclusive, se le dijo al reportero que ni siquiera había hablado por teléfono, lo cual era indicio de que algo grave le había sucedido sucedió.

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Últimas consideraciones

Todo el caso representó un enigma. Tras un misterio revelado, otro más se presentaba y era como una sucesión de tragedias. Por una parte, la principal, el asesinato del ingeniero Gilling; luego, la ruina de su familia, pues con su deceso todos sus negocios se fueron a la quiebra.

Después, se suscitó el hallazgo del cadáver –el cual, según los criminales, debió haber quedado sepultado en el olvido-, que desencadenó toda la investigación, la cual estuvo plagada de anomalías y demoras, pero finalmente se pudo revelar parte de la verdad.

Tras conocerse las declaraciones en torno a la corrupción, no sólo de la señora Villaseñor, ya que respondía a intereses más elevados y fuerzas que desconocía, quizás obró la maquinaria del crimen en todo su esplendor para no dejar cabos sueltos.

Por una parte, una vez condenados y sentenciados a muerte los asesinos, nadie más podría hablar del caso (a pesar de que los cómplices saldrían en libertad, el escarmiento con las muertes de Limón y Muñoz sería suficiente para mantenerlos con la boca cerrada).

Y, finalmente, como la única que podía revelar todas las conexiones en torno a los turbios negocios era la Villaseñor, lo mejor habría sido desaparecerla. Y ya fuera que la deportaran a Estados Unidos o que la sepultaran bajo tierra, la única verdad quedaría sin ser descubierta.

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