/ viernes 8 de abril de 2022

El Gio, la caída de un secuestrador

Como en su propia Odisea, el pequeño Ulises escapó de sus captores, comandados por El Psicólogo, a quien le gustaba jugar con la mente de sus víctimas

La noche del 26 de noviembre de 2008, mientras todo permanecía en calma en una casa de seguridad de presuntos secuestradores, llena de ruidos peculiares, en la cual parecía como si se celebrara una fiesta improvisada, un niño de tan sólo 15 años logró escapar de sus captores, quienes desde hacía aproximadamente dos meses lo habían mantenido privado de su libertad.

La desesperación se había apoderado de él, se sentía asustado, estaba cansado de no saber de su familia, de permanecer alejado de la vida que solía llevar, porque sus plagiarios constantemente le recordaban que de milagro estaba vivo y que sólo esperaban a que su padre pagara lo que debía pagar por él si esperaban volver a verlo, pero aquél se rehusaba. “¿Acaso no te quiere?”, le decía una voz cuyo aliento era como el golpe de una cloaca abierta.

A pesar de que lo tenían incomunicado y con los ojos vendados, las piernas atadas y las manos esposadas, en una lucha desesperada por sobrevivir, por escapar y recobrar su libertad, logró -primero- descubrirse los ojos, y, poco a poco, del interior desvencijado del colchón en donde lo obligaban a acostarse, comenzó a sacar un alambre con el cual trató de abrir las esposas que lo aprisionaban a la cama.

Su persistencia fue tan grande que logró destrabarlas sin saber exactamente cuánto tiempo había invertido en doblegar la cerradura; e inmediatamente después, se desamarró los pies. Y aunque no tenía consciencia del tiempo, pudo inferir que quizá era de madrugada, ya para ese momento en el que veía de cerca la libertad.

Intentó incorporarse, pero no pudo debido a sus piernas debilitadas por la inactividad y la postración en cama, aunado a la náusea y el vértigo. No se rindió, sin embargo, esperó lo que consideró el tiempo suficiente para ponerse en pie.

No muy lejos del fétido cuarto donde se encontraba el pequeño Ulises, una radio sonaba a volumen alto. Allí, dos mujeres y un hombre dormían, por lo cual no se dieron cuenta de la huida del pequeño, ni cuándo salió al patio y, mucho menos, cuándo abrió el zaguán y salió a la calle, alejándose furtivamente, aunque hubiera querido hacerlo a toda prisa en una carrera interminable.

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Avanzó quizá unos cincuenta metros y sintió un dolor insoportable en las rodillas, aunque continuó su andar y, al cabo de unas cuadras, comenzó a divisar a algunas personas. Al acercarse a pedir auxilio, éstas se negaron a atender su llamado, por indiferencia o por temor; lo mismo ocurrió con unos taxistas y cuando entró en una vinatería y una taquería, lo mismo, indiferencia. Nadie le prestaba atención, parecía como un alma en pena a quien no veían ni oían. ¿O sería acaso que aquellas personas de los alrededores conocían sobre los ilícitos de la banda de secuestradores liderada por El Psicólogo y ninguno estaba dispuesto a arriesgarse?

Desolado, el pequeño Ulises caminó sin saber hasta dónde llegaría. Entonces, como una diminuta luz al final de un túnel kilométrico, se percató de la presencia de una patrulla.

En el cruce de las avenidas Ermita Iztapalapa y La Quebradora, los policías preventivos Heriberto García Lara y Moisés Luján Morales, tripulantes de la unidad P50-38, hacían su rondín. Sin perder el tiempo, les hizo señas para que se detuvieran.


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HUYÓ SIN RUMBO… A LA LIBERTAD

Sucedió mientras se dirigía rumbo a la escuela. Como cada día, abordaría en el Metro Aragón. Iba inmerso en pensamientos intrascendentes, como cualquier jovencillo, cuando abruptamente un Jetta blanco se detuvo, casi derrapando, y de éste descendieron varios sujetos, quienes lo interceptaron, luego lo golpearon y amenazaron para que guardara silencio y permaneciera inmóvil.

Ulises no se dejó vencer por el miedo, a pesar la situación; no bien trató de escapar de aquellos hombres, al final consiguieron su propósito. Sobre la calle sólo dejaron una estela de polvo y el par de tenis que el pequeño Ulises perdió en la batalla.

Sin siquiera imaginarlo, ese detalle tendría un trascendencia mayor, pues representó para El Psicólogo y sus secuaces el error que llevaría a unir las piezas para su posterior captura, ya que en ese lugar, justo en los instantes en que se llevaba a cabo el secuestro, unas vecinas presenciaron toda la acción. Al notar la presencia de las mujeres, los agresores espetaron: “¡Váyanse de aquí, somos de la policía!”; no obstante, una de ellas recordó hechos evidentes como las características del auto, la matrícula, el color, cuántos hombres eran, entre otros detalles.

Sin demora, tan vertiginoso como había trascendido todo, aquella mujer corrió hasta la casa de don Ulises; allí, le narró despaciosamente lo ocurrido. Un relámpago sintió aquel padre al escuchar la noticia respecto al secuestro de su hijo; y, en ese momento, casi desfalleció y perdió la vertical, aunque alcanzó a recobrar el aliento y salió con rumbo a la avenida que le había indicado su vecina, pero al llegar sólo la calle vacía atestiguaba el incierto y los tenis abandonados de Ulises como huella del delito.

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Quizá transcurrieron entre diez y quince minutos, cuando don Ulises recibió la primera llamada desde el celular de su hijo; no obstante, quien hablaba era un desconocido que, de manera tosca, le dio la noticia, ya sabida, e indicó un monto que serviría para la liberación del pequeño: “¡Ya sabemos que tienes las placas del carro, y si se las das a la policía matamos a tu hijo y te lo regresamos descuartizado!”, escuchó sórdidamente.

El golpe psicológico del secuestrador destanteó a don Ulises, que le respondió casi por reflejo, como cuando un mosco inserta su pincho dentro de la piel y se da un manotazo para espantarlo, que no tenía el dinero.

El plagiario espetó nuevamente con violencia: “No te hagas el loco, sabemos que tienes casas, terrenos, autos, y que mandas dinero a los Estados Unidos; pero si te opones, matamos a tu chavo; por haberle echado huevos, te va a salir en un millón de pesos, y no te hagas, me voy a quedar con tus puestos, sabemos que tienes muchos. Que te quede claro, te voy a mandar en pedazos a tu hijo si no pagas, me voy a meter a tu casa y voy a matar a...”.

No hubo en ese momento más diálogo sino el suspenso del devenir, luego vinieron otras llamadas que multiplicaron el horror de la familia de Ulises.

Los días se esfumaron en la incertidumbre, el miedo, la angustia y las negociaciones no fructificaban. Finalmente, El Psicólogo le dijo a la víctima: “Mira, tu papá le está jugando mucho al loco, dice que no tiene dinero, pero yo sé que sí tiene mucho dinero, tiene casas y terrenos, pero no te quiere sacar de aquí, ya se olvidó de ti; pero voy a dejar que le hables tú y le digas que ya pague”.

El pequeño Ulises habló con su padre y le dijo: “Ya sácame de aquí, ya los extraño un montón, ya quiero estar con ustedes y con mis hermanos”, pero como no era lo que le habían indicado decirle, El Giovanni le arrebató el teléfono, colgó y le dio un golpe.

ULISES CUENTA SU HAZAÑA Y POLIS ENTRAN EN ACCIÓN

Ya bajo el resguardo de los policías, tras escapar del nefasto lugar donde lo habían privado de su libertad, Ulises recordaba cómo fue el golpe de El Psicólogo, luego de que se lo llevaron en el Jetta, y cuando llegaron a la casa de seguridad cómo fue vendado de los ojos y cómo lo amarraron de manos y pies y, al final, lo acostaron en un colchón sucio y maloliente.

También la voz de dos mujeres, quienes se encargaron de alimentarlo durante la penuria, y, sobre todo, recordaba lo que una le había preguntado: “¿Pues quién te puso, chavo?, de seguro es alguien que les tenía mucha envidia”. Y Ulises pensaba en quién habría sido capaz.

Estaba débil, con frío y hambre, quizá las lágrimas querían escurrirle por las mejillas. Los policías permanecían atentos a su narración y, de ese modo, escucharon cómo había sido secuestrado en septiembre, pero apenas un par de horas, quizá menos, acababa de escapar.

Los oficiales solicitaron apoyo y de inmediato respondieron algunos de sus compañeros, junto con quienes se dirigieron al domicilio señalado y, en un golpe certero pero precavido, entraron a la casa donde aún el zaguán permanecía abierto, justo como quedó tras la salida del pequeño.

Cuando los policías penetraron en las habitaciones, los cómplices de El Psicólogo dormían, por lo cual fueron sorprendidos. Al cabo de la detención, uno de los policías que llevó a cabo la captura, declaró que una fémina que respondía al nombre de Isabel Baltazar llevaba consigo dos aparatos móviles, de los cuales luego se descubrió que fueron realizadas las llamadas intimidatorias. Los otros dos detenidos respondían a los nombres de Agustín y Alejandra, parientes de Isabel.

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Se trataba de su hijo y su nuera, Agustín González Baltazar de 21 años y Alejandra Mercado Maldonado de 20 años, quienes, según afirmaba Isabel, vivían en un asentamiento irregular de Los Reyes La Paz, Estado de México, y habían llegado alrededor de las 23:00 horas del día previo a que escapó Ulises.

Supuestamente, ellos ignoraban todo respecto al secuestro y sólo habían ido porque la mañana siguiente acudirían a una cita médica en un hospital cercano a la Vocacional 7, pues Alejandra recientemente había sido operada.

Al revisar el cuarto donde el niño había estado secuestrado, el agente vio que en la cama estaban las esposas, así como los vendajes que tenía en su cabeza para taparle los ojos, “el lugar se encontraba en completo desorden y en el piso se apreciaban residuos fecales, pues el agraviado tenía que hacer sus necesidades fisiológicas en el mismo lugar, además de una radiograbadora que [al parecer] estaba prendida día y noche”, aseveró.

Con base en las declaraciones de los detenidos, que operaban bajo las órdenes de El Psicólogo, relataron que éste daba por hecho que el rescate sería pagado, y con su parte se daría la buena vida que imaginaba: autos, joyas, casas y bellas mujeres.

Luigi Giovanni les dijo a sus secuaces que no se preocuparan por el dinero, ya que el padre de Ulises pagaría la suma solicitada, pero conforme pasaban los días y aumentaban las llamadas sin llegar a un acuerdo, El Giovanni repetía la perorata amenazante: “¿Ya tienes mi dinero?”, “¡No te hagas el loco!”, “¡Te voy a mandar destazado a tu hijo!”, expresiones con las cuales jugaba con la mente de un padre desesperado.

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CACERÍA CONTRA EL PSICÓLOGO

Isabel Baltazar Santiago, dueña de la casa de seguridad donde ocultaron al pequeño Ulises, dijo que por medio de una mujer llamada Teresa “N” -mejor conocida como La Camelia, que se dedicaba a la venta de drogas en el rumbo de Iztapalapa- fue que conoció a Luigi Giovanni.

Ambos delincuentes la convencieron para que se ganara “un cambio”, a lo cual ella aceptó sin saber con certeza en qué consistía la labor. De acuerdo con lo que narró, le dijeron: “Vamos a llevar un carro a guardar, es de unos bueyes que nos la deben”, a lo cual les respondió: “Tengo miedo”, pero La Camelia insistió: “No pasa nada”.

La mañana del 10 de septiembre de 2008 llegaron dos hombres y una mujer a bordo del auto con un muchachito esposado en el asiento trasero, a lo cual Isabel expresó que La Camelia le había dicho que se trataba de un coche y no le aclaró que también incluía un secuestrado, por lo cual, ella dijo: “la verdad a esto no le atoro”. No obstante, La Camelia sentenció: “¡Pues ya te chingaste y tienes que cooperar, porque ya no se pueden hacer las cosas así nada más por hacerlas, y si te pasas de lista y dejas ir al muchacho me las vas a pagar. Tienen que atorarle, o de lo contrario los pagadores van a ser tu esposo y tus hijos”.

Ante las amenazas de Teresa “N”, Isabel no tuvo otra opción más que obedecer, además le ofreció 10 mil pesos por tenerlo en su casa. El día en que llegaron con el pequeño, Isabel se dedicó a limpiarle la sangre que llevaba en el dorso de la mano, también le quitó la cinta canela que llevaba en los ojos y en su lugar lo cubrió con una franela.

Pasaron tres días sin que nadie fuera a aquella casa, pero luego llegaron varios sujetos, quienes la intimidaron, ya que no deseaba continuar albergando al niño, por lo cual amagaron con hacerla responsable de lo que pasara.

Días después, Isabel buscó a La Camelia, pero lo único que le pudieron decir respecto a su paradero fue que se había marchado a Guadalajara, y no supo nada más de ella.

Luego, durante el interrogatorio, Isabel Baltazar pudo reconocer a quien orquestaba todo lo turbio y que ella conocía como El Psicólogo, Luigi Giovanni López Barrera. Y, a partir de entonces, comenzó la cacería contra este peligroso delincuente, a quien se le atribuían ya alrededor de 10 secuestros.

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EL ARTE DE MENTIR

Secuestró hasta a la tía de su novia y a vecinos, afirmaron testigos, pero él lo negó casi con lágrimas en los ojos, pues vio el fin de su carrera criminal. Luego de que el 26 de noviembre de 2008 cayeran los cómplices del Luigi Giovanni -Isabel Baltazar Santiago, Alejandra Mercado Maldonado y Agustín González Baltazar-, a quienes sorprendieron mientras dormían en la casa de seguridad donde tenían preso a Ulises, comenzó la cacería contra el líder de la banda Los Giovanni.

Tras un largo y árduo trabajo de campo e investigaciones, aunado a las confesiones de sus compinches, la Policía Judicial buscó durante poco más de seis meses a El Chino. La captura de este sujeto, de acuerdo con lo que se publicó en LA PRENSA, ocurrió el 1o. de junio de 2009, justo cuando fue ubicado por agentes judiciales capitalinos en colaboración con autoridades mexiquenses, que ya lo tenían ubicado.

Con base en lo que relataron los agentes Alberto Mora González, Armando Lozano Sánchez, Walberto Castellano Mora, César Flores Molina -bajo el mando del comandante Juan Felipe García Aponte- se estableció lo siguiente:

“Realizábamos las investigaciones en la colonia Portales de Chalco, en el municipio de Chalco, Estado de México, cuando nos percatamos que en la calle Portal del Cielo esquina con Portal del Agua, circulaba un vehículo Pontiac rojo, que era conducido por un sujeto con todas las características físicas del requerido (en compañía de Yuliana Guadalupe Robles Rodríguez); le marcamos el alto, pero hizo caso omiso, intentó huir y dio marcha en reversa a su vehículo, estrellándose con la parte delantera de la patrulla de la marcha Chevrolet y placas 749-EGT”.

Así pues, al quedar atrapado les dijo a los agentes: “Ya estuvo, yo soy Luigi Giovanni, no disparen, estoy a sus órdenes”. Luego, en un intento por evadir la justicia, ella mentiría al decir que sólo eran novios y tenían poco tiempo de conocerse. Sin embargo, cobardemente, ya que no pensaba caer solo, El Psicólogo delató a sus cómplices, quienes fueron cayendo uno por uno: El Botas, El Toto, El Fede, El Samurai.

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REFUNDIDO EN PRISIÓN POR EL RESTO DE SU VIDA

A pesar de que al principio se declaró culpable, luego apeló a que había sido sometido a tortura y por ello había confesado crímenes que no cometió. Durante el careo entre el pequeño Ulises y éste, intentó una vez más emplear la psicología para confundir al pequeño y le dijo: “Leí y escuché todas tus declaraciones, ¿me puedes decir por qué me haces todo este daño? Te invito a que te acerques y me veas bien y te des cuenta que estás equivocado; ni siquiera reconoces a las personas que te secuestraron [...]".

Sin embargo, el valiente Ulises, que no temía ni tenía la remota sensación de confusión, le dijo a Luigi Giovanni ante el juez: “Te reconozco por la voz y porque te vi cuando tu amigo me quiso subir al carro, en ese momento estaba oscuro, pero sí alcancé a distinguirte, porque no tuvieron la precaución, ya que estaban ahí los postes de luz; no me acuerdo qué ropa llevabas, pero sí te vi la cara, porque tu amigo no me pudo subir y te bajaste tú a subirme al carro, y arriba ibas apuntándome con una pistola”.

Y esas no fueron las únicas palabras lapidarias que terminaron de hundir al plagiario, sino que todavía alcanzó a decir: “No sólo por la voz te puedo reconocer, ya que tú tienes las manos como de mujer, tú eras el que me iba a apretar las esposas”.

Para el líder del grupo de secuestradores de El Giovanni y sus secuaces fue el final en la historia del increíble mundo del crimen, y todo debido a la hazaña del pequeño Ulises que logró escapar y llevó a la captura de los cómplices, así como de sus padres, que padecieron el tormento psicológico de casi perder a su hijo. Finalmente, el cabecilla, que pensó que el crimen no se paga, alcanzó una sentencia de más de cien años de prisión.

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La noche del 26 de noviembre de 2008, mientras todo permanecía en calma en una casa de seguridad de presuntos secuestradores, llena de ruidos peculiares, en la cual parecía como si se celebrara una fiesta improvisada, un niño de tan sólo 15 años logró escapar de sus captores, quienes desde hacía aproximadamente dos meses lo habían mantenido privado de su libertad.

La desesperación se había apoderado de él, se sentía asustado, estaba cansado de no saber de su familia, de permanecer alejado de la vida que solía llevar, porque sus plagiarios constantemente le recordaban que de milagro estaba vivo y que sólo esperaban a que su padre pagara lo que debía pagar por él si esperaban volver a verlo, pero aquél se rehusaba. “¿Acaso no te quiere?”, le decía una voz cuyo aliento era como el golpe de una cloaca abierta.

A pesar de que lo tenían incomunicado y con los ojos vendados, las piernas atadas y las manos esposadas, en una lucha desesperada por sobrevivir, por escapar y recobrar su libertad, logró -primero- descubrirse los ojos, y, poco a poco, del interior desvencijado del colchón en donde lo obligaban a acostarse, comenzó a sacar un alambre con el cual trató de abrir las esposas que lo aprisionaban a la cama.

Su persistencia fue tan grande que logró destrabarlas sin saber exactamente cuánto tiempo había invertido en doblegar la cerradura; e inmediatamente después, se desamarró los pies. Y aunque no tenía consciencia del tiempo, pudo inferir que quizá era de madrugada, ya para ese momento en el que veía de cerca la libertad.

Intentó incorporarse, pero no pudo debido a sus piernas debilitadas por la inactividad y la postración en cama, aunado a la náusea y el vértigo. No se rindió, sin embargo, esperó lo que consideró el tiempo suficiente para ponerse en pie.

No muy lejos del fétido cuarto donde se encontraba el pequeño Ulises, una radio sonaba a volumen alto. Allí, dos mujeres y un hombre dormían, por lo cual no se dieron cuenta de la huida del pequeño, ni cuándo salió al patio y, mucho menos, cuándo abrió el zaguán y salió a la calle, alejándose furtivamente, aunque hubiera querido hacerlo a toda prisa en una carrera interminable.

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Avanzó quizá unos cincuenta metros y sintió un dolor insoportable en las rodillas, aunque continuó su andar y, al cabo de unas cuadras, comenzó a divisar a algunas personas. Al acercarse a pedir auxilio, éstas se negaron a atender su llamado, por indiferencia o por temor; lo mismo ocurrió con unos taxistas y cuando entró en una vinatería y una taquería, lo mismo, indiferencia. Nadie le prestaba atención, parecía como un alma en pena a quien no veían ni oían. ¿O sería acaso que aquellas personas de los alrededores conocían sobre los ilícitos de la banda de secuestradores liderada por El Psicólogo y ninguno estaba dispuesto a arriesgarse?

Desolado, el pequeño Ulises caminó sin saber hasta dónde llegaría. Entonces, como una diminuta luz al final de un túnel kilométrico, se percató de la presencia de una patrulla.

En el cruce de las avenidas Ermita Iztapalapa y La Quebradora, los policías preventivos Heriberto García Lara y Moisés Luján Morales, tripulantes de la unidad P50-38, hacían su rondín. Sin perder el tiempo, les hizo señas para que se detuvieran.


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HUYÓ SIN RUMBO… A LA LIBERTAD

Sucedió mientras se dirigía rumbo a la escuela. Como cada día, abordaría en el Metro Aragón. Iba inmerso en pensamientos intrascendentes, como cualquier jovencillo, cuando abruptamente un Jetta blanco se detuvo, casi derrapando, y de éste descendieron varios sujetos, quienes lo interceptaron, luego lo golpearon y amenazaron para que guardara silencio y permaneciera inmóvil.

Ulises no se dejó vencer por el miedo, a pesar la situación; no bien trató de escapar de aquellos hombres, al final consiguieron su propósito. Sobre la calle sólo dejaron una estela de polvo y el par de tenis que el pequeño Ulises perdió en la batalla.

Sin siquiera imaginarlo, ese detalle tendría un trascendencia mayor, pues representó para El Psicólogo y sus secuaces el error que llevaría a unir las piezas para su posterior captura, ya que en ese lugar, justo en los instantes en que se llevaba a cabo el secuestro, unas vecinas presenciaron toda la acción. Al notar la presencia de las mujeres, los agresores espetaron: “¡Váyanse de aquí, somos de la policía!”; no obstante, una de ellas recordó hechos evidentes como las características del auto, la matrícula, el color, cuántos hombres eran, entre otros detalles.

Sin demora, tan vertiginoso como había trascendido todo, aquella mujer corrió hasta la casa de don Ulises; allí, le narró despaciosamente lo ocurrido. Un relámpago sintió aquel padre al escuchar la noticia respecto al secuestro de su hijo; y, en ese momento, casi desfalleció y perdió la vertical, aunque alcanzó a recobrar el aliento y salió con rumbo a la avenida que le había indicado su vecina, pero al llegar sólo la calle vacía atestiguaba el incierto y los tenis abandonados de Ulises como huella del delito.

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Quizá transcurrieron entre diez y quince minutos, cuando don Ulises recibió la primera llamada desde el celular de su hijo; no obstante, quien hablaba era un desconocido que, de manera tosca, le dio la noticia, ya sabida, e indicó un monto que serviría para la liberación del pequeño: “¡Ya sabemos que tienes las placas del carro, y si se las das a la policía matamos a tu hijo y te lo regresamos descuartizado!”, escuchó sórdidamente.

El golpe psicológico del secuestrador destanteó a don Ulises, que le respondió casi por reflejo, como cuando un mosco inserta su pincho dentro de la piel y se da un manotazo para espantarlo, que no tenía el dinero.

El plagiario espetó nuevamente con violencia: “No te hagas el loco, sabemos que tienes casas, terrenos, autos, y que mandas dinero a los Estados Unidos; pero si te opones, matamos a tu chavo; por haberle echado huevos, te va a salir en un millón de pesos, y no te hagas, me voy a quedar con tus puestos, sabemos que tienes muchos. Que te quede claro, te voy a mandar en pedazos a tu hijo si no pagas, me voy a meter a tu casa y voy a matar a...”.

No hubo en ese momento más diálogo sino el suspenso del devenir, luego vinieron otras llamadas que multiplicaron el horror de la familia de Ulises.

Los días se esfumaron en la incertidumbre, el miedo, la angustia y las negociaciones no fructificaban. Finalmente, El Psicólogo le dijo a la víctima: “Mira, tu papá le está jugando mucho al loco, dice que no tiene dinero, pero yo sé que sí tiene mucho dinero, tiene casas y terrenos, pero no te quiere sacar de aquí, ya se olvidó de ti; pero voy a dejar que le hables tú y le digas que ya pague”.

El pequeño Ulises habló con su padre y le dijo: “Ya sácame de aquí, ya los extraño un montón, ya quiero estar con ustedes y con mis hermanos”, pero como no era lo que le habían indicado decirle, El Giovanni le arrebató el teléfono, colgó y le dio un golpe.

ULISES CUENTA SU HAZAÑA Y POLIS ENTRAN EN ACCIÓN

Ya bajo el resguardo de los policías, tras escapar del nefasto lugar donde lo habían privado de su libertad, Ulises recordaba cómo fue el golpe de El Psicólogo, luego de que se lo llevaron en el Jetta, y cuando llegaron a la casa de seguridad cómo fue vendado de los ojos y cómo lo amarraron de manos y pies y, al final, lo acostaron en un colchón sucio y maloliente.

También la voz de dos mujeres, quienes se encargaron de alimentarlo durante la penuria, y, sobre todo, recordaba lo que una le había preguntado: “¿Pues quién te puso, chavo?, de seguro es alguien que les tenía mucha envidia”. Y Ulises pensaba en quién habría sido capaz.

Estaba débil, con frío y hambre, quizá las lágrimas querían escurrirle por las mejillas. Los policías permanecían atentos a su narración y, de ese modo, escucharon cómo había sido secuestrado en septiembre, pero apenas un par de horas, quizá menos, acababa de escapar.

Los oficiales solicitaron apoyo y de inmediato respondieron algunos de sus compañeros, junto con quienes se dirigieron al domicilio señalado y, en un golpe certero pero precavido, entraron a la casa donde aún el zaguán permanecía abierto, justo como quedó tras la salida del pequeño.

Cuando los policías penetraron en las habitaciones, los cómplices de El Psicólogo dormían, por lo cual fueron sorprendidos. Al cabo de la detención, uno de los policías que llevó a cabo la captura, declaró que una fémina que respondía al nombre de Isabel Baltazar llevaba consigo dos aparatos móviles, de los cuales luego se descubrió que fueron realizadas las llamadas intimidatorias. Los otros dos detenidos respondían a los nombres de Agustín y Alejandra, parientes de Isabel.

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Se trataba de su hijo y su nuera, Agustín González Baltazar de 21 años y Alejandra Mercado Maldonado de 20 años, quienes, según afirmaba Isabel, vivían en un asentamiento irregular de Los Reyes La Paz, Estado de México, y habían llegado alrededor de las 23:00 horas del día previo a que escapó Ulises.

Supuestamente, ellos ignoraban todo respecto al secuestro y sólo habían ido porque la mañana siguiente acudirían a una cita médica en un hospital cercano a la Vocacional 7, pues Alejandra recientemente había sido operada.

Al revisar el cuarto donde el niño había estado secuestrado, el agente vio que en la cama estaban las esposas, así como los vendajes que tenía en su cabeza para taparle los ojos, “el lugar se encontraba en completo desorden y en el piso se apreciaban residuos fecales, pues el agraviado tenía que hacer sus necesidades fisiológicas en el mismo lugar, además de una radiograbadora que [al parecer] estaba prendida día y noche”, aseveró.

Con base en las declaraciones de los detenidos, que operaban bajo las órdenes de El Psicólogo, relataron que éste daba por hecho que el rescate sería pagado, y con su parte se daría la buena vida que imaginaba: autos, joyas, casas y bellas mujeres.

Luigi Giovanni les dijo a sus secuaces que no se preocuparan por el dinero, ya que el padre de Ulises pagaría la suma solicitada, pero conforme pasaban los días y aumentaban las llamadas sin llegar a un acuerdo, El Giovanni repetía la perorata amenazante: “¿Ya tienes mi dinero?”, “¡No te hagas el loco!”, “¡Te voy a mandar destazado a tu hijo!”, expresiones con las cuales jugaba con la mente de un padre desesperado.

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CACERÍA CONTRA EL PSICÓLOGO

Isabel Baltazar Santiago, dueña de la casa de seguridad donde ocultaron al pequeño Ulises, dijo que por medio de una mujer llamada Teresa “N” -mejor conocida como La Camelia, que se dedicaba a la venta de drogas en el rumbo de Iztapalapa- fue que conoció a Luigi Giovanni.

Ambos delincuentes la convencieron para que se ganara “un cambio”, a lo cual ella aceptó sin saber con certeza en qué consistía la labor. De acuerdo con lo que narró, le dijeron: “Vamos a llevar un carro a guardar, es de unos bueyes que nos la deben”, a lo cual les respondió: “Tengo miedo”, pero La Camelia insistió: “No pasa nada”.

La mañana del 10 de septiembre de 2008 llegaron dos hombres y una mujer a bordo del auto con un muchachito esposado en el asiento trasero, a lo cual Isabel expresó que La Camelia le había dicho que se trataba de un coche y no le aclaró que también incluía un secuestrado, por lo cual, ella dijo: “la verdad a esto no le atoro”. No obstante, La Camelia sentenció: “¡Pues ya te chingaste y tienes que cooperar, porque ya no se pueden hacer las cosas así nada más por hacerlas, y si te pasas de lista y dejas ir al muchacho me las vas a pagar. Tienen que atorarle, o de lo contrario los pagadores van a ser tu esposo y tus hijos”.

Ante las amenazas de Teresa “N”, Isabel no tuvo otra opción más que obedecer, además le ofreció 10 mil pesos por tenerlo en su casa. El día en que llegaron con el pequeño, Isabel se dedicó a limpiarle la sangre que llevaba en el dorso de la mano, también le quitó la cinta canela que llevaba en los ojos y en su lugar lo cubrió con una franela.

Pasaron tres días sin que nadie fuera a aquella casa, pero luego llegaron varios sujetos, quienes la intimidaron, ya que no deseaba continuar albergando al niño, por lo cual amagaron con hacerla responsable de lo que pasara.

Días después, Isabel buscó a La Camelia, pero lo único que le pudieron decir respecto a su paradero fue que se había marchado a Guadalajara, y no supo nada más de ella.

Luego, durante el interrogatorio, Isabel Baltazar pudo reconocer a quien orquestaba todo lo turbio y que ella conocía como El Psicólogo, Luigi Giovanni López Barrera. Y, a partir de entonces, comenzó la cacería contra este peligroso delincuente, a quien se le atribuían ya alrededor de 10 secuestros.

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EL ARTE DE MENTIR

Secuestró hasta a la tía de su novia y a vecinos, afirmaron testigos, pero él lo negó casi con lágrimas en los ojos, pues vio el fin de su carrera criminal. Luego de que el 26 de noviembre de 2008 cayeran los cómplices del Luigi Giovanni -Isabel Baltazar Santiago, Alejandra Mercado Maldonado y Agustín González Baltazar-, a quienes sorprendieron mientras dormían en la casa de seguridad donde tenían preso a Ulises, comenzó la cacería contra el líder de la banda Los Giovanni.

Tras un largo y árduo trabajo de campo e investigaciones, aunado a las confesiones de sus compinches, la Policía Judicial buscó durante poco más de seis meses a El Chino. La captura de este sujeto, de acuerdo con lo que se publicó en LA PRENSA, ocurrió el 1o. de junio de 2009, justo cuando fue ubicado por agentes judiciales capitalinos en colaboración con autoridades mexiquenses, que ya lo tenían ubicado.

Con base en lo que relataron los agentes Alberto Mora González, Armando Lozano Sánchez, Walberto Castellano Mora, César Flores Molina -bajo el mando del comandante Juan Felipe García Aponte- se estableció lo siguiente:

“Realizábamos las investigaciones en la colonia Portales de Chalco, en el municipio de Chalco, Estado de México, cuando nos percatamos que en la calle Portal del Cielo esquina con Portal del Agua, circulaba un vehículo Pontiac rojo, que era conducido por un sujeto con todas las características físicas del requerido (en compañía de Yuliana Guadalupe Robles Rodríguez); le marcamos el alto, pero hizo caso omiso, intentó huir y dio marcha en reversa a su vehículo, estrellándose con la parte delantera de la patrulla de la marcha Chevrolet y placas 749-EGT”.

Así pues, al quedar atrapado les dijo a los agentes: “Ya estuvo, yo soy Luigi Giovanni, no disparen, estoy a sus órdenes”. Luego, en un intento por evadir la justicia, ella mentiría al decir que sólo eran novios y tenían poco tiempo de conocerse. Sin embargo, cobardemente, ya que no pensaba caer solo, El Psicólogo delató a sus cómplices, quienes fueron cayendo uno por uno: El Botas, El Toto, El Fede, El Samurai.

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REFUNDIDO EN PRISIÓN POR EL RESTO DE SU VIDA

A pesar de que al principio se declaró culpable, luego apeló a que había sido sometido a tortura y por ello había confesado crímenes que no cometió. Durante el careo entre el pequeño Ulises y éste, intentó una vez más emplear la psicología para confundir al pequeño y le dijo: “Leí y escuché todas tus declaraciones, ¿me puedes decir por qué me haces todo este daño? Te invito a que te acerques y me veas bien y te des cuenta que estás equivocado; ni siquiera reconoces a las personas que te secuestraron [...]".

Sin embargo, el valiente Ulises, que no temía ni tenía la remota sensación de confusión, le dijo a Luigi Giovanni ante el juez: “Te reconozco por la voz y porque te vi cuando tu amigo me quiso subir al carro, en ese momento estaba oscuro, pero sí alcancé a distinguirte, porque no tuvieron la precaución, ya que estaban ahí los postes de luz; no me acuerdo qué ropa llevabas, pero sí te vi la cara, porque tu amigo no me pudo subir y te bajaste tú a subirme al carro, y arriba ibas apuntándome con una pistola”.

Y esas no fueron las únicas palabras lapidarias que terminaron de hundir al plagiario, sino que todavía alcanzó a decir: “No sólo por la voz te puedo reconocer, ya que tú tienes las manos como de mujer, tú eras el que me iba a apretar las esposas”.

Para el líder del grupo de secuestradores de El Giovanni y sus secuaces fue el final en la historia del increíble mundo del crimen, y todo debido a la hazaña del pequeño Ulises que logró escapar y llevó a la captura de los cómplices, así como de sus padres, que padecieron el tormento psicológico de casi perder a su hijo. Finalmente, el cabecilla, que pensó que el crimen no se paga, alcanzó una sentencia de más de cien años de prisión.

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