/ viernes 21 de enero de 2022

La bomba, una historia de amor y muerte

En 1954, Carlos Andrade planeó enviar al esposo de su amante un paquete explosivo para hacerlo volar en mil pedazos

Esta historia ocurrió en el año de 1954. Se trata de un caso en el que se conjuga el albur del amor, las raspaduras de los celos, dudas, venganza, manipulación y lo ridículo.

En esta historia -que no se pudo esclarecer cabalmente, aunque hubo un sentenciado y dos culpables-, un alcohólico enamoradizo fabricó lo que en ese momento el reportero de LA PRENSA llamó un “aparato infernal”, que no era más que una bomba casera, cuya base explosiva era la dinamita.

Con tal dispositivo pretendía dar mortal divorcio al esposo de su amante, para quedarse con ella y con los bienes del cónyuge, que era un empresario industrial adinerado; no obstante, cuando se conocieron los pormenores del caso, todo cuanto se suscitaba en él dejaba dudas.

Así pues, el día 21 de enero de 1954 se dio a conocer en las páginas de LA PRENSA que en Cuernavaca, Morelos, había sido detenido un despistado que olvidó un paquete en un camión de pasajeros y regresó a buscarlo dos días más tarde; sin embargo, ese paquete ocultaba una oscura verdad.

Fue debido a la “oportuna intervención” de la Policía Judicial del estado -apuntó el reportero de “El Diario de las Mayorías”-, así como “al olvido de un borrachín”, que los agentes lograron capturar a un sujeto a quien en ese momento identificaron como un émulo de los dinamiteros Arellano y Sierra, que años antes habían intentado volar en pedazos un avión con todo y pasajeros, en un caso que acaso se conoció como Post Mortem S. A.

De acuerdo con la información que proporcionó el jefe de la Policía Judicial del estado de Morelos, Fernando Tourrent Chávez, se supo que el final de esta historia de amor y muerte había comenzado el lunes 18 de enero de 1954, ya que en la población de Jojutla detuvieron a un sujeto llamado Carlos Andrade Macías de 25 años.

Tan pronto como fue llevado a la sala de interrogatorios, Andrade Macías confesó que se encontraba perdidamente enamorado de Guillermina Porta, pero que lamentablemente la mujer estaba casada y había rechazado en diversas ocasiones sus “requerimientos amorosos”.

No obstante las constantes negativas de Guillermina, de acuerdo con las primeras versiones de su declaración, Carlos continuó enamorado de ella, pero como consideraba que su marido era un obstáculo que impedía la realización de su amor, entonces tomó la determinación de deshacerse de él, asesinándolo y, por ello, se le ocurrió construir una bomba.

Con base en el elaborado plan fallido, pensaba Carlos enviar por correo la bomba, de manera que al recibir el paquete y abrirlo, éste estallara haciendo volar a su enemigo en pedazos.

Otro de los movimientos para no dejar rastro sobre su origen y la participación de los confabuladores, consistía en enviar el paquete desde una localidad distinta, fuera del Distrito Federal, y fue así como decidió viajar a Jojutla, donde tenía familiares y, so pretexto de visitarlos, aprovecharía para hacer el envío en el más completo anonimato.

Sin embargo, como era alcohólico y aplacaba los nervios con la bebida, que además le brindaba poder y seguridad, durante el trayecto compró una botella que consumió; y al cabo del viaje, llegó ebrio.

De tal suerte que olvidó todo o parte del plan, así como el artefacto infernal. Luego, los representantes de la terminal de autobuses encontraron el misterioso paquete y lo entregaron a la policía del estado que, a su vez, lo enviaron con la policía capitalina para que investigara quién había sido el constructor del siniestro aparato.


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Mátalo como quieras...

"Durante los días posteriores a su detención, se fueron recabando indicios sobre el suceso en el que Carlos Andrade haría estallar una bomba para asesinar al esposo de su amante.

Finalmente, el 28 de enero de 1954 fue trasladado del estado de Morelos a la Penitenciaría del Distrito Federal. Y la única certeza que se tenía en relación con los motivos de Carlos era que se ostentaba como amante de la señora Guillermina Porta desde mayo de 1953.

Acerca de si tenía un deseo oscuro y quería dar muerte al industrial por negarse a concederle el divorcio a Guillermina para que ésta pudiera huir con él, no existió certeza. Los personajes de esta historia han desaparecido y la verdad que se conoció en ese entonces quizá no fue la totalidad de lo que en realidad pasó.

Ella le susurró la idea al oído

Ante funcionarios de la Procuraduría General de la República, Andrade confesó que Guillermina Porta le había sugerido que conectara la bomba al sistema de encendido del automóvil del señor Reynaud; sin embargo, Andrade -inspirado según sus propias palabras en las experiencias de Paco Sierra, Emilio Arellano y Alfredo del Valle- prefirió enviar por correo el aparato explosivo que llegaría a las manos de la víctima en su fábrica de Toluca.

Pero como quiera que el destino actúa es un misterio, por lo tanto, el señor Reynaud milagrosamente no murió destrozado, porque Andrade olvidó la bomba en un camión de pasajeros en Jojutla.

En ese momento, el reportero de LA PRENSA -que seguía el caso y conocía los hechos en torno Paco Sierra- llamó a Andrade “digno discípulo de los dinamiteros”, cuyo ejemplo trataba de seguir. No obstante, se supo que era todo un aficionado a las bebidas alcohólicas, por lo que al dirigirse a Jojutla, ya iba ebrio y olvidó el envoltorio que contenía la bomba montada dentro de una caja de madera.

De cómo detuvieron al torpe enamorado

El 17 de enero de 1954, el presunto enamorado Carlos Andrade abordó el camión número 31 de la línea México-Zacatepec. Al final del viaje, el chofer y el cobrador se dieron cuenta de que alguien había olvidado un paquete.

Su primera reacción consistió en guardar el objeto en caso de que su dueño regresara a reclamarlo. Pero como el cobrador de la unidad, Francisco Nava González, notó algo extraño que lo hizo sospechar, decidió abrirlo para ver qué había en su interior.

Al percatarse de que se trataba de un aparato explosivo, horrorizado se dirigió al chofer Salvador Ortiz y le dijo de qué se trataba. Muy pronto la línea de autobuses dio aviso a las autoridades y éstas enviaron un destacamento de sus agentes más hábiles, quienes pronto recabaron valiosos datos con la tripulación del camión, así como con algunos testigos.

Debido a ellos, se supo que en la lista de pasajeros un sujeto había descendido en Jojutla y ese individuo respondía al Carlos Andrade Macías.

Por desgracia, Carlos había olvidado otro elemento importante en el plan para asesinar a don Enrique Reynaud, y ese elemento era indispensable, la discreción. Al realizar el viaje, debía utilizar otro nombre, hacerse pasar por alguien más, fingir, pero como iba bajo los influjos del alcohol, todo cuando había de perfección en el plan se vino abajo.

Así pues, con este único dato concreto, los agentes federales no tardaron mucho en localizar al que buscaban, quien no tuvo el menor inconveniente en reconocer la propiedad de la bomba y, aunque al principio trató de dar otras explicaciones sobre lo que se proponía hacer con ella, acabó confesando de plano sus satánicos propósitos.

Dudas de celos que opacaban la verdad

Andrade, que dijo vivir en la calle Sebastián del Piombo número 30, interior 13, Mixcoac, afirmó que desde mediados del año 1953 sostenía relaciones ilícitas con Guillermina Porta.

Pero después de ese tiempo él quería sólo estar con ella y que ella fuera sólo para él. Sin embargo, como pensaba que ella “estaba dejando de quererlo”, había resuelto inicialmente suicidarse con los cartuchos de dinamita que compró en la colonia Merced Gómez.

Aunque con esta declaración los agentes no estaban del todo convencidos, continuaron el interrogatorio hasta que de un momento a otro Andrade cambió su versión.

Dijo que la bomba estaba destinada a su examante, Irene Salgado, que vivía en la Calle 8 número 32 de la Colonia Independencia. Además, aseguró que abrigaba en su pecho un odio violento contra su exesposa, pues lo había abandonado, llevándose a su hija de dos años.

Como eran constantes las contradicciones, los investigadores pusieron mayor severidad en el interrogatorio, por lo cual Andrade no tuvo más remedio que decir la verdad con todos sus detalles: “La bomba -confesó- era para matar al señor Enrique Reynaud Tron, esposo de Guillermina Porta”.

Enseguida agregó que Guillermina y él “se amaban apasionadamente”, pero ella no era libre, porque el esposo se mostraba reacio a conceder el divorcio.

Ella negó su participación

Aunque las investigaciones llevadas a cabo se habían mantenido inexplicablemente en secreto, el reportero de LA PRENSA logró enterarse de que Guillermina Porta había sido detenida para que respondiera a las acusaciones.

De tal manera que que la interrogaron en la Procuraduría General y ella confesó plenamente acerca de sus relaciones ilícitas con Andrade, aduciendo que, en efecto, “estaba muy enamorada de él”; aunque negó categóricamente que hubiera participado de manera alguna en el diabólico plan para asesinar a su esposo.

Se estimaba que el caso, dadas las características y los culpables en manos de la ley, que de un día para otro, Carlos Andrade fuera procesado por el licenciado J. Refugio Rocha Alba, juez tercero de la primera Corte Penal, quien giró una orden de aprehensión contra Guillermina Porta.

En el expediente de este sensacional proceso figuró una felicitación de Navidad que Guillermina dirigió a Andrade el 24 de diciembre de 1953. La tarjeta dice: “Carlos, que yo sea siempre lo que tú más quieras y me hagas feliz. Para todos nosotros siempre tengas un lugar en tu corazón. Que tú seas siempre el amor de mi vida. Que el año entrante Dios nos permita estar juntos, queriéndonos cada día más”.

Al enfrentarse con el juez, en su declaración preparatoria Carlos Andrade manifestó que era falso todo lo que había declarado en la Procuraduría General antes, pues lo realmente verdadero era que lo habían atormentado los agentes; sin embargo, no pudo mostrar una sola huella de violencia exterior.

Refiriéndose a la bomba, dijo que era un artefacto fabricado efectivamente por él para pescar en un río del Estado de Morelos, donde tiene familiares

A medida que se ahondaban las investigaciones tendientes a esclarecer lo relacionado con el fallido atentado dinamitero de que iba a ser víctima el acaudalado industrial don Enrique Reynaud Tron, surgieron mayores responsabilidades para la esposa de éste, Guillermina Porta, a tal grado que la consideraban como la mente maestra de la tenebrosa trama y, por otra parte, se perfilaba como una manipuladora que vio en Carlos Andrade Macías la oportunidad de utilizarlo a su antojo como un juguete entre sus manos.

En relación con su amorío, Guillermina declaró: “Es verdad que he venido sosteniendo relaciones ilícitas a espaldas de mi esposo, con Carlos Andrade Macías, desde mayo del año pasado. Hice esto por las dificultades que tenía en mi vida conyugal. Hace tres meses, Carlos me encontró llorando. A sus preguntas respondí que acababa de tener un disgusto. Entonces, él me respondió que estaba dispuesto a matarlo y yo respondí que no estaba en condiciones de seguir queriendo a un hombre que iba a convertirse en el asesino de mi propio esposo”.

Por su parte, el nuevo dinamitero, tercer hombre de fatídico triángulo, declaró: “Guillermina me dijo que yo buscara la forma de matar a su esposo para que no estorbara nuestro idilio. Yo pensaba en construir una bomba y mandársela por correo para que al destapar la caja hiciera explosión y volara en mil pedazos. Le platiqué mis planes y ella estuvo de acuerdo, de tal manera que todo lo hice con su anuencia y aún con estímulo”.

El explosivo debía estallar en Toluca

De acuerdo con el plan que habían planteado Carlos y Guillermina, ésta le dijo que necesitaban poner de remitente a alguien que conociera su marido, para que al recibir el paquete, lo abriera sin dilación. Por tal motivo, Guillermina sugirió el nombre de Víctor Manuel Tron, ya que era un pariente cercano con quien Enrique tenía una estrecha relación y seguramente no dudaría en abrir el paquete si sabía que provenía de él. Punto por punto los detalles del plan adquirían una dimensión casi perfecta, sólo debía Carlos recordar todo, incluso cuando Guillermina le dijo que debía enviar la caja conteniendo la bomba a la fábrica Carbonato de Calcio S. A., situada a la entrada de Toluca.

Para finalizar y quizá con la intención de que Carlos no se retractara, Guillermina le aseguró a su amante que no tuviera cuidado de nada, porque una vez que don Enrique volara hecho pedazos al estallarle en sus manos la bomba y luego de dejar que las aguas se calmaran, entre los dos disfrutarían de todos los bienes del industrial, comenzando por unos 60 mil pesos que tenía en el Banco de Comercio.

Luego del atentado, Guille desapareció

Guillermina Porta fue citada por el jefe de averiguaciones previas para que rindiera declaración. En un principio, la mujer se ausentó de manera inexplicable, hasta que el 4 de febrero de 1954 reapareció ya asesorada por algunos abogados.

Al rendir su declaración manifestó lo siguiente: “Hace años conocí a Carlos Andrade. Lo dejé de ver por mucho tiempo. Hace dos años aproximadamente volví a verlo. Esto fue casual, su madre Pascuala vive con sus hijos, Ramón, Hermelinda, Teresa y el propio Carlos. Una vez fui a visitar a la familia Andrade porque me habían pedido que yo recomendara en una casa comercial a una pariente. Y como conseguí trabajo a ésta fui a avisarles. A Carlos lo he tratado superficialmente, pero nada más”.

Como abiertamente negaba los amoríos con Carlos, se le hizo ver que éste había entregado cuatro cartas firmadas por ella, tres recados, una fotografía de ella, dos pañuelitos muy perfumados y tarjetas de felicitación, todo lo cual demostraba que existía el triángulo amoroso. Y ante tal prueba, Guillermina dijo:

“Sí, es cierto que desde el mes de mayo sostengo relaciones ilícitas con Carlos a espaldas de mi esposo. Soy adúltera, pero no dinamitera. Yo no dije a Carlos que matan a mi esposo, esas son cosas de él.

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Libre por falta de méritos

El jueves 4 de febrero de 1954, la historia del los dinamiteros fallidos, Guillermina y Carlos, que intentaron acabar con la vida de Enrique Reynaud, terminó cuando a la mujer la declararon libre luego de que pesaba sobre ella la acusación de intento de homicidio.

Aunque todo apuntaba a que era la mente maestra, la que tomaba las decisiones, lo único que se pudo comprobar, con base en la evidencia, fue que Carlos se enamoró y perdió la noción de la realidad. Si fue manipulado o no, sólo en la esfera de la suposición se puede conjeturar.

Todo apunta a que, en efecto, ella era quien daba la pauta para realizar cada movimiento y él, un alcohólico enamoradizo, como un perro seguía las indicaciones de su ama y señora.

Aunque las cartas que ella le escribió eran un atisbo para establecer una posible conexión con las intenciones que ella pudo haber tenido, no fue suficiente evidencia para plantear una duda razonable.

Por lo cual, la única certeza que pudo corroborarse fue que Carlos había construido el aparato explosivo, “la máquina infernal”, con la cual pensaba o pensaban dar muerte a una persona.

Otra de las incógnitas que le daba fuerza al planteamiento de que ella había confeccionado el plan, versaba en la duda acerca de la cual ¿por qué ella habría de dejar su vida de lujos y casi como reina para escapar con un sujeto que no tenía ni petate en qué dormir?

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Esta historia ocurrió en el año de 1954. Se trata de un caso en el que se conjuga el albur del amor, las raspaduras de los celos, dudas, venganza, manipulación y lo ridículo.

En esta historia -que no se pudo esclarecer cabalmente, aunque hubo un sentenciado y dos culpables-, un alcohólico enamoradizo fabricó lo que en ese momento el reportero de LA PRENSA llamó un “aparato infernal”, que no era más que una bomba casera, cuya base explosiva era la dinamita.

Con tal dispositivo pretendía dar mortal divorcio al esposo de su amante, para quedarse con ella y con los bienes del cónyuge, que era un empresario industrial adinerado; no obstante, cuando se conocieron los pormenores del caso, todo cuanto se suscitaba en él dejaba dudas.

Así pues, el día 21 de enero de 1954 se dio a conocer en las páginas de LA PRENSA que en Cuernavaca, Morelos, había sido detenido un despistado que olvidó un paquete en un camión de pasajeros y regresó a buscarlo dos días más tarde; sin embargo, ese paquete ocultaba una oscura verdad.

Fue debido a la “oportuna intervención” de la Policía Judicial del estado -apuntó el reportero de “El Diario de las Mayorías”-, así como “al olvido de un borrachín”, que los agentes lograron capturar a un sujeto a quien en ese momento identificaron como un émulo de los dinamiteros Arellano y Sierra, que años antes habían intentado volar en pedazos un avión con todo y pasajeros, en un caso que acaso se conoció como Post Mortem S. A.

De acuerdo con la información que proporcionó el jefe de la Policía Judicial del estado de Morelos, Fernando Tourrent Chávez, se supo que el final de esta historia de amor y muerte había comenzado el lunes 18 de enero de 1954, ya que en la población de Jojutla detuvieron a un sujeto llamado Carlos Andrade Macías de 25 años.

Tan pronto como fue llevado a la sala de interrogatorios, Andrade Macías confesó que se encontraba perdidamente enamorado de Guillermina Porta, pero que lamentablemente la mujer estaba casada y había rechazado en diversas ocasiones sus “requerimientos amorosos”.

No obstante las constantes negativas de Guillermina, de acuerdo con las primeras versiones de su declaración, Carlos continuó enamorado de ella, pero como consideraba que su marido era un obstáculo que impedía la realización de su amor, entonces tomó la determinación de deshacerse de él, asesinándolo y, por ello, se le ocurrió construir una bomba.

Con base en el elaborado plan fallido, pensaba Carlos enviar por correo la bomba, de manera que al recibir el paquete y abrirlo, éste estallara haciendo volar a su enemigo en pedazos.

Otro de los movimientos para no dejar rastro sobre su origen y la participación de los confabuladores, consistía en enviar el paquete desde una localidad distinta, fuera del Distrito Federal, y fue así como decidió viajar a Jojutla, donde tenía familiares y, so pretexto de visitarlos, aprovecharía para hacer el envío en el más completo anonimato.

Sin embargo, como era alcohólico y aplacaba los nervios con la bebida, que además le brindaba poder y seguridad, durante el trayecto compró una botella que consumió; y al cabo del viaje, llegó ebrio.

De tal suerte que olvidó todo o parte del plan, así como el artefacto infernal. Luego, los representantes de la terminal de autobuses encontraron el misterioso paquete y lo entregaron a la policía del estado que, a su vez, lo enviaron con la policía capitalina para que investigara quién había sido el constructor del siniestro aparato.


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"Durante los días posteriores a su detención, se fueron recabando indicios sobre el suceso en el que Carlos Andrade haría estallar una bomba para asesinar al esposo de su amante.

Finalmente, el 28 de enero de 1954 fue trasladado del estado de Morelos a la Penitenciaría del Distrito Federal. Y la única certeza que se tenía en relación con los motivos de Carlos era que se ostentaba como amante de la señora Guillermina Porta desde mayo de 1953.

Acerca de si tenía un deseo oscuro y quería dar muerte al industrial por negarse a concederle el divorcio a Guillermina para que ésta pudiera huir con él, no existió certeza. Los personajes de esta historia han desaparecido y la verdad que se conoció en ese entonces quizá no fue la totalidad de lo que en realidad pasó.

Ella le susurró la idea al oído

Ante funcionarios de la Procuraduría General de la República, Andrade confesó que Guillermina Porta le había sugerido que conectara la bomba al sistema de encendido del automóvil del señor Reynaud; sin embargo, Andrade -inspirado según sus propias palabras en las experiencias de Paco Sierra, Emilio Arellano y Alfredo del Valle- prefirió enviar por correo el aparato explosivo que llegaría a las manos de la víctima en su fábrica de Toluca.

Pero como quiera que el destino actúa es un misterio, por lo tanto, el señor Reynaud milagrosamente no murió destrozado, porque Andrade olvidó la bomba en un camión de pasajeros en Jojutla.

En ese momento, el reportero de LA PRENSA -que seguía el caso y conocía los hechos en torno Paco Sierra- llamó a Andrade “digno discípulo de los dinamiteros”, cuyo ejemplo trataba de seguir. No obstante, se supo que era todo un aficionado a las bebidas alcohólicas, por lo que al dirigirse a Jojutla, ya iba ebrio y olvidó el envoltorio que contenía la bomba montada dentro de una caja de madera.

De cómo detuvieron al torpe enamorado

El 17 de enero de 1954, el presunto enamorado Carlos Andrade abordó el camión número 31 de la línea México-Zacatepec. Al final del viaje, el chofer y el cobrador se dieron cuenta de que alguien había olvidado un paquete.

Su primera reacción consistió en guardar el objeto en caso de que su dueño regresara a reclamarlo. Pero como el cobrador de la unidad, Francisco Nava González, notó algo extraño que lo hizo sospechar, decidió abrirlo para ver qué había en su interior.

Al percatarse de que se trataba de un aparato explosivo, horrorizado se dirigió al chofer Salvador Ortiz y le dijo de qué se trataba. Muy pronto la línea de autobuses dio aviso a las autoridades y éstas enviaron un destacamento de sus agentes más hábiles, quienes pronto recabaron valiosos datos con la tripulación del camión, así como con algunos testigos.

Debido a ellos, se supo que en la lista de pasajeros un sujeto había descendido en Jojutla y ese individuo respondía al Carlos Andrade Macías.

Por desgracia, Carlos había olvidado otro elemento importante en el plan para asesinar a don Enrique Reynaud, y ese elemento era indispensable, la discreción. Al realizar el viaje, debía utilizar otro nombre, hacerse pasar por alguien más, fingir, pero como iba bajo los influjos del alcohol, todo cuando había de perfección en el plan se vino abajo.

Así pues, con este único dato concreto, los agentes federales no tardaron mucho en localizar al que buscaban, quien no tuvo el menor inconveniente en reconocer la propiedad de la bomba y, aunque al principio trató de dar otras explicaciones sobre lo que se proponía hacer con ella, acabó confesando de plano sus satánicos propósitos.

Dudas de celos que opacaban la verdad

Andrade, que dijo vivir en la calle Sebastián del Piombo número 30, interior 13, Mixcoac, afirmó que desde mediados del año 1953 sostenía relaciones ilícitas con Guillermina Porta.

Pero después de ese tiempo él quería sólo estar con ella y que ella fuera sólo para él. Sin embargo, como pensaba que ella “estaba dejando de quererlo”, había resuelto inicialmente suicidarse con los cartuchos de dinamita que compró en la colonia Merced Gómez.

Aunque con esta declaración los agentes no estaban del todo convencidos, continuaron el interrogatorio hasta que de un momento a otro Andrade cambió su versión.

Dijo que la bomba estaba destinada a su examante, Irene Salgado, que vivía en la Calle 8 número 32 de la Colonia Independencia. Además, aseguró que abrigaba en su pecho un odio violento contra su exesposa, pues lo había abandonado, llevándose a su hija de dos años.

Como eran constantes las contradicciones, los investigadores pusieron mayor severidad en el interrogatorio, por lo cual Andrade no tuvo más remedio que decir la verdad con todos sus detalles: “La bomba -confesó- era para matar al señor Enrique Reynaud Tron, esposo de Guillermina Porta”.

Enseguida agregó que Guillermina y él “se amaban apasionadamente”, pero ella no era libre, porque el esposo se mostraba reacio a conceder el divorcio.

Ella negó su participación

Aunque las investigaciones llevadas a cabo se habían mantenido inexplicablemente en secreto, el reportero de LA PRENSA logró enterarse de que Guillermina Porta había sido detenida para que respondiera a las acusaciones.

De tal manera que que la interrogaron en la Procuraduría General y ella confesó plenamente acerca de sus relaciones ilícitas con Andrade, aduciendo que, en efecto, “estaba muy enamorada de él”; aunque negó categóricamente que hubiera participado de manera alguna en el diabólico plan para asesinar a su esposo.

Se estimaba que el caso, dadas las características y los culpables en manos de la ley, que de un día para otro, Carlos Andrade fuera procesado por el licenciado J. Refugio Rocha Alba, juez tercero de la primera Corte Penal, quien giró una orden de aprehensión contra Guillermina Porta.

En el expediente de este sensacional proceso figuró una felicitación de Navidad que Guillermina dirigió a Andrade el 24 de diciembre de 1953. La tarjeta dice: “Carlos, que yo sea siempre lo que tú más quieras y me hagas feliz. Para todos nosotros siempre tengas un lugar en tu corazón. Que tú seas siempre el amor de mi vida. Que el año entrante Dios nos permita estar juntos, queriéndonos cada día más”.

Al enfrentarse con el juez, en su declaración preparatoria Carlos Andrade manifestó que era falso todo lo que había declarado en la Procuraduría General antes, pues lo realmente verdadero era que lo habían atormentado los agentes; sin embargo, no pudo mostrar una sola huella de violencia exterior.

Refiriéndose a la bomba, dijo que era un artefacto fabricado efectivamente por él para pescar en un río del Estado de Morelos, donde tiene familiares

A medida que se ahondaban las investigaciones tendientes a esclarecer lo relacionado con el fallido atentado dinamitero de que iba a ser víctima el acaudalado industrial don Enrique Reynaud Tron, surgieron mayores responsabilidades para la esposa de éste, Guillermina Porta, a tal grado que la consideraban como la mente maestra de la tenebrosa trama y, por otra parte, se perfilaba como una manipuladora que vio en Carlos Andrade Macías la oportunidad de utilizarlo a su antojo como un juguete entre sus manos.

En relación con su amorío, Guillermina declaró: “Es verdad que he venido sosteniendo relaciones ilícitas a espaldas de mi esposo, con Carlos Andrade Macías, desde mayo del año pasado. Hice esto por las dificultades que tenía en mi vida conyugal. Hace tres meses, Carlos me encontró llorando. A sus preguntas respondí que acababa de tener un disgusto. Entonces, él me respondió que estaba dispuesto a matarlo y yo respondí que no estaba en condiciones de seguir queriendo a un hombre que iba a convertirse en el asesino de mi propio esposo”.

Por su parte, el nuevo dinamitero, tercer hombre de fatídico triángulo, declaró: “Guillermina me dijo que yo buscara la forma de matar a su esposo para que no estorbara nuestro idilio. Yo pensaba en construir una bomba y mandársela por correo para que al destapar la caja hiciera explosión y volara en mil pedazos. Le platiqué mis planes y ella estuvo de acuerdo, de tal manera que todo lo hice con su anuencia y aún con estímulo”.

El explosivo debía estallar en Toluca

De acuerdo con el plan que habían planteado Carlos y Guillermina, ésta le dijo que necesitaban poner de remitente a alguien que conociera su marido, para que al recibir el paquete, lo abriera sin dilación. Por tal motivo, Guillermina sugirió el nombre de Víctor Manuel Tron, ya que era un pariente cercano con quien Enrique tenía una estrecha relación y seguramente no dudaría en abrir el paquete si sabía que provenía de él. Punto por punto los detalles del plan adquirían una dimensión casi perfecta, sólo debía Carlos recordar todo, incluso cuando Guillermina le dijo que debía enviar la caja conteniendo la bomba a la fábrica Carbonato de Calcio S. A., situada a la entrada de Toluca.

Para finalizar y quizá con la intención de que Carlos no se retractara, Guillermina le aseguró a su amante que no tuviera cuidado de nada, porque una vez que don Enrique volara hecho pedazos al estallarle en sus manos la bomba y luego de dejar que las aguas se calmaran, entre los dos disfrutarían de todos los bienes del industrial, comenzando por unos 60 mil pesos que tenía en el Banco de Comercio.

Luego del atentado, Guille desapareció

Guillermina Porta fue citada por el jefe de averiguaciones previas para que rindiera declaración. En un principio, la mujer se ausentó de manera inexplicable, hasta que el 4 de febrero de 1954 reapareció ya asesorada por algunos abogados.

Al rendir su declaración manifestó lo siguiente: “Hace años conocí a Carlos Andrade. Lo dejé de ver por mucho tiempo. Hace dos años aproximadamente volví a verlo. Esto fue casual, su madre Pascuala vive con sus hijos, Ramón, Hermelinda, Teresa y el propio Carlos. Una vez fui a visitar a la familia Andrade porque me habían pedido que yo recomendara en una casa comercial a una pariente. Y como conseguí trabajo a ésta fui a avisarles. A Carlos lo he tratado superficialmente, pero nada más”.

Como abiertamente negaba los amoríos con Carlos, se le hizo ver que éste había entregado cuatro cartas firmadas por ella, tres recados, una fotografía de ella, dos pañuelitos muy perfumados y tarjetas de felicitación, todo lo cual demostraba que existía el triángulo amoroso. Y ante tal prueba, Guillermina dijo:

“Sí, es cierto que desde el mes de mayo sostengo relaciones ilícitas con Carlos a espaldas de mi esposo. Soy adúltera, pero no dinamitera. Yo no dije a Carlos que matan a mi esposo, esas son cosas de él.

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Libre por falta de méritos

El jueves 4 de febrero de 1954, la historia del los dinamiteros fallidos, Guillermina y Carlos, que intentaron acabar con la vida de Enrique Reynaud, terminó cuando a la mujer la declararon libre luego de que pesaba sobre ella la acusación de intento de homicidio.

Aunque todo apuntaba a que era la mente maestra, la que tomaba las decisiones, lo único que se pudo comprobar, con base en la evidencia, fue que Carlos se enamoró y perdió la noción de la realidad. Si fue manipulado o no, sólo en la esfera de la suposición se puede conjeturar.

Todo apunta a que, en efecto, ella era quien daba la pauta para realizar cada movimiento y él, un alcohólico enamoradizo, como un perro seguía las indicaciones de su ama y señora.

Aunque las cartas que ella le escribió eran un atisbo para establecer una posible conexión con las intenciones que ella pudo haber tenido, no fue suficiente evidencia para plantear una duda razonable.

Por lo cual, la única certeza que pudo corroborarse fue que Carlos había construido el aparato explosivo, “la máquina infernal”, con la cual pensaba o pensaban dar muerte a una persona.

Otra de las incógnitas que le daba fuerza al planteamiento de que ella había confeccionado el plan, versaba en la duda acerca de la cual ¿por qué ella habría de dejar su vida de lujos y casi como reina para escapar con un sujeto que no tenía ni petate en qué dormir?

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