/ viernes 7 de enero de 2022

El asesinato del millonario Cameron Risby, un crimen sin resolver

Al millonario inglés Cameron Risby o Risly lo tundieron con saña inaudita y le destrozaron el cráneo, causándole una muerte dolorosa y agónica en su propia cama entre sus sábanas blancas teñidas de rojo

La mañana del 27 de noviembre de 1956, recostado sobre su cómoda cama entre crueles sábanas y empapado en sangre y con el cráneo destrozado por los golpes recibidos, fue encontrado en su propia residencia llena de lujos y comodidades, en la colonia Cuauhtémoc, el millonario inglés Cameron Risby Whitehorne.

Éste fue uno de los casos más difíciles a los que se enfrentaron los sabuesos de aquellos años, porque las circunstancias que rodearon el deceso de aquel personaje, tan pronto como salieron a la luz, dotaron de mayor misterio el crimen.

A Cameron lo halló la muerte a los 80 años. Dicen que había tenido una vida llena de bienaventuranza y nunca cometió un crimen que no fuera necesario. Como empresario, sabía que los golpes duros de la vida lo habían hecho el hombre millonario que llegó a ser. Y, “Dios salve a la reina”, jamás imaginó encontrar la muerte en un país donde la idiosincrasia es reírse hasta de la muerte. En su caso, quizá la muerte fue quien se burló de él.

El perito que llegó a la escena del crimen en el frío noviembre determinó que la víctima había luchado con su matador antes de caer abatido para siempre. Y estas observaciones se debían a varios elementos, a saber: el desorden en la alcoba era indicio de una pelea; y, por otra parte, había grandes manchas de sangre salpicadas, tanto en la pared como en la puerta de un closet, lo cual daba a entender para el ojo del perito que debido a la fiereza de los golpes, la sangre había salido disparada en diferentes direcciones.


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Encuentran el cadáver

Cameron Risby Whitehorne contaba con personal que le ayudaba con las tareas domésticas. El principal colaborador era su mayordomo, José Ernesto, quien desde hacía tiempo se encargaba de las labores caseras y vivía en la azotea.

Aquella mañana del 27 de noviembre, Ernesto declaró ante los agentes que había bajado a las 7:00 horas por una escalera de caracol, que conectaba sus aposentos con la mansión, para hacer la limpieza, ya que la noche previa Cameron había tenido una reunión.

Cuando iba a comenzar sus labores sonó el timbre; entonces, se dirigió a la puerta y abrió. Se trataba de la doméstica Carmen Zúñiga Flores, quien entró sonriente y tan pronto como puso un pie adentro de la mansión, comenzaron a platicar. Se dirigieron a la cocina y desayunaron plácidamente.

No les causó extrañeza que el millonario no se mostrara por ninguna parte, e incluso, sentían cierto descanso, ya que en ocasiones el dueño de la mansión se mostraba intratable. Además, casi siempre después de sus reuniones, solía levantarse tarde, porque su costumbre era consumir bebidas embriagantes en exceso.

Así pues, luego de un rato, doña Carmen mandó a Ernesto por los trapeadores para terminar de una vez y cuanto antes con la limpieza. Ernesto obedeció dócilmente y subió, pero al cabo de un instante lanzó un gritó estridente:

-¡Carmen! ¡Carmen! ¡Ven, algo terrible ha pasado…!

La doméstica subió la escalera y encontró a Ernesto como petrificado, quien estaba de pie a la entrada de la recámara de Cameron y sin atreverse a cruzar al interior. Lo que se alcanzaba a distinguir era apenas una cobija tirada y la habitación con señales de desorden.

En el ambiente se sentía una tensión mórbida. Entre ambos intercambiaron impresiones sobre lo que alcanzaban a ver y a comprender, pero al final de cuentas decidieron entrar para saber qué había pasado, por qué todo estaba revuelto y el patrón no respondía.

Cuando cruzaron la puerta, la luz que provenía de las ventanas los deslumbró casi imperceptiblemente y, de pronto, los iluminó un tétrico cuadro de horror: sangre coagulada sobre los muebles y esparcida y salpicada por todas partes. Finalmente, comprendieron lo demás y entonces decidieron llamar sin dilación a la policía. Ambos no paraban de santiguarse.

Horas más tarde se presentó el comandante de la policía del Distrito Federal, Pérez Cervantes, quien realizó las primeras investigaciones.

Una lámpara de metal, con la figura de una escopeta “cuata” y base de pesado bronce, según el ojo agudo del agente, habría sido el arma homicida; ésta había quedado junto al cadáver, asida por la mano izquierda del millonario, a quien comenzaron a llamar “el hombre de costumbres raras”.

Si bien se pensó en que en este crimen entraban en juego lo que se conoce como “las bajas pasiones”, no se descartó la posibilidad de que el móvil hubiera sido, ante todo, el robo, toda vez que hubo saqueo en la rica mansión de la calle Nilo número 24, escenario del cruel crimen.

En las primeras observaciones se aseveró una cuestión: el asesino era conocido del millonario inglés, pues de otra manera no le habría franqueado la entrada cuando el mayordomo –de quien también se le llamó “de costumbres equívocas”- cerró la puerta principal, apagó las luces de la enorme sala y se dirigió a su habitación en la azotea.

Para ese momento, de todo mundo se sospechó, principalmente, claro, de los amigos más cercanos de la víctima, razón por la cual fueron detenidos para la investigación: Antón (Tony) Paul Lonek, norteamericano; el mesero del Hotel María Cristina, Raúl Acevedo Sosa; el mayordomo José Ernesto Vivas Santos y la doméstica Carmen Zúñiga Flores.

El decorador Armando González, también amigo de Cameron, estaba colaborando con la policía para el esclarecimiento del crimen sin que previamente se le hubiera detenido, sino por voluntad propia.

No fue robo el móvil

En ese momento se pensó que el crimen involucraba juegos de bajas pasiones, aunque no se descartó la posibilidad de que se hubiera tratado de un simple robo a casa habitación que había salido mal, puesto que se sospechó -con base en las primeras diligencias tras escudriñar inicialmente el escenario del crimen- que posiblemente habían saqueado la casa, debido al desorden, el cual significó en ese momento para los agentes un indicio de que alguien buscaba algo que quería apoderarse.

Quizá esa única certeza que pudieron haberse planteado, se sustentó en un razonamiento verosímil: el asesino obviamente era conocido del millonario inglés, pues debido a cómo se había suscitado el crimen, no podía ser de otra manera; sólo alguien cercano pudo haber penetrado en la mansión tan profundo como para llegar adonde dormía el millonario sin ser detectado y sin complicaciones.

Cabe recordar que el cuerpo de Risby se encontró en su habitación, recostado sobre su cama y bañado en sangre. Sin embargo, una de las incógnitas más perturbadoras, y que desconcertó a los investigadores, radicó en la ruta del asesino, que entró por una puerta que había permanecido cerrada los últimos días; por lo cual, quien mató al millonario conocía la casa y sus secretos; asimismo, debió saber que allí vivía también el mayordomo, por lo cual el criminal ingresó con sigilo y se esfumó sin que se notara su presencia luego del asesinato.

Luego, el elemento que causó mayor asombró para los detectives fue el arma homicida: una lámpara de metal con la figura de una escopeta “cuata”, cuya base de pesado bronce quedó junto al cadáver y asida por la mano izquierda de éste. Con tal objeto le causaron heridas mortales y, debido a los fuertes impactos y la batalla que se desarrolló allí, resultó incluso incomprensible que el mayordomo no se hubiera percatado. Fue todo un misterio.

Así que como todas las rutas para el esclarecimiento del caso se vislumbraban imposibles, optaron por una de las premisas de la criminología: la respuesta más sencilla por lo general es la correcta.

En ese momento, lo más sencillo -por decirlo de algún modo- era plantear que el principal sospechoso era el mayordomo; aunque a éste se le sumaron los amigos más íntimos de Cameron, con quienes había convivido la noche anterior, razón por la cual detuvieron para la investigación a Antón (Tony) Paul Lonek, norteamericano; un mesero del Hotel María Cristina, Raúl Acevedo Sosa; el mayordomo José Ernesto Vivas Santos y la doméstica Carmen Zúñiga Flores.

Ernesto quiso desmarcarse de las sospechas

Al momento de declarar, el mayordomo dijo que sospechó desde el primer momento de que algo raro había sucedido, puesto que cuando bajó de su habitación encontró las luces de la sala encendidas, no obstante que él había sido el último en estar en ella y las había apagado, ya que esas habían sido las instrucciones de su patrón. Y otra peculiaridad que también lo sorprendió fue ver que las cortinas estaban corridas, puesto que era una costumbre que disgustaba a Cameron.

Conforme sintió confianza, Ernesto fue ampliando los detalles hasta llegar a un punto en el que comentó que su patrón tenía “costumbres raras”. Dijo que Cameron recibía inesperadas e inusuales visitas masculinas a deshoras o sin previa cita. Entonces dio los nombres de algunos de esos visitantes. No obstante, al declarar lo anterior, los agentes sospecharon del mayordomo, puesto que parecía querer desviar las sospechas hacia los otros.

Niegan ser los autores

Tan pronto como Ernesto aportó datos, los agentes de la Policía Judicial salieron en busca de los amigos del millonario. Por tal motivo, de inmediato detuvieron a Tony Lonek y, poco después, a Raúl Acevedo.

Ambos negaron rotundamente desconocer el hecho y ser autores del brutal crimen, aunque aceptaron haber participado en ciertos eventos bochornosos. Tony Lonek declaró ante el comandante Francisco Aguilar Santa Olalla y afirmó que desde hacía 20 años había conocido a Cameron, quien lo había recibido como a un “hijo adoptivo”.

Tony era, junto con Ernesto, uno de los principales sospechosos, y las dudas hacia él se incrementaron debido a que se mostró sumamente nervioso y negó determinados hechos que ya eran harto bien conocidos por la policía.

La escena del crimen

La alcoba donde se encontró el cuerpo constaba de una cama, dos burós, un chifonier y otros muebles. Sobre uno de los burós se encontraba una lámpara encendida; en el otro, además de manchas hemáticas y un radio pequeño de color negro, había otra lámpara con la figura de una escopeta que, no obstante ser de metal, quedó en aparente descompostura junto al cadáver.

La amplia cama estaba llena de sangre y a un costado de ésta había dos pequeños velices, uno de los cuales había sido abierto por la fuerza, lo cual planteaba la hipótesis del robo como móvil del homicidio.

Cuando se descubrió el cadáver a la vista de todos, sólo se apreció una masa informe y sanguinolenta cuya cara, cráneo y mandíbula habían sido destrozadas a golpes.

Misterio en el crimen del extranjero

Tan sólo un par de días después del asesinato se tenían alrededor de 50 pistas que seguir, pero ninguna contundente ni certera y todas desenvolviéndose dentro del mismo círculo, donde las bajas pasiones de sus protagonistas hacían que la policía no supiera en cual enfocarse, pese a sus múltiples pesquisas y, por ende, todo quedaba encubuerto por el velo del misterio.

Lo cierto es que el brutal homicidio del inglés parecía responder al guion de una película inédita, pues mientras sutilmente el agente Francisco Aguilar Santa Olalla movía a su jauría de sabuesos, interrogaba sospechosos y buscaba indicios, los frutos de esa labor arrojaban los siguientes indicios:

Primero, que Anton (Tony) Paul Lonek, el principal sospechoso, se había sumido en un hermetismo obtuso, no propicio al diálogo y sin dar luz sobre algún dato relevante; aunque, eso sí, negó tener culpa en la muerte de su protector, Cameron Risby Whitehorne.

En segundo lugar, fueron detenidos otros tres tipos que, asimismo, clamaban inocencia, pero conforme pasaban los días la investigación tomaba muchos rumbos y se revelaban demasiados nombres de algunos de los muchos amigos que el inglés recibía en su residencia.

En tercer lugar, tras realizar una busqueda en días posteriores al evento funesto, los investigadores concluyeron (con reservas), casi convencidos, que el móvil del crimen no había sido el robo, pues los objetos de mayor valía que había en la casa allí permanecían y sólo faltaban cosas de valor ínfimo.

Cuarto, y quizá lo más impactante, fue que se hallaron decenas de fotografías de jóvenes en diferentes poses y con diferentes ropajes; por lo cual se pensó, aunque no había manera de comprobarlo o confirmarlo, que entre ellos estaba el criminal, si no era que entre alguno de los detenidos.

Y, finalmente, en quinto lugar, surgió una gran esperanza luego de que los peritos encontraran algunas huellas dactilares, al parecer diferentes a las del millonario inglés, en cuyo caso, la investigación tomaría un rumbo quizá capaz de esclarecer el misterio casi sorpresivamente.

Obstáculos en las indagatorias

Escribió el reportero de LA PRENSA en la edición del 29 de noviembre de 1956: “Crímenes como esté muy pocas veces han sido aclarados; cuanto individuo, más si es rico, lleva una vida igual a la del millonario, forman un círculo que sólo puede ser perforado por quienes forman parte del mismo”.

Es decir, el asesino era alguien que se desenvolvía dentro de su círculo, ya que esta clase de personas buscan a quienes son semejantes a ellos, en relación con sus propios intereses. Ahora bien, para la policía todavía no quedaba claro cuáles eran esos intereses ni quiénes los cercanos.

A pesar de ello, el comandante Aguilar Santa Olalla estaba decidido a vencer todos los obstáculos, así como el natural hermetismo de los testigos -quizá por temor a algo o alguien- para descartar las pistas, pero quedarse sólo con la que pudiera aclarar el suceso.

De tal suerte que durante 48 horas se interrogó a Tony Lonek -debido a su cercanía y amor “paternal” que decía profesarle a Cameron Risby, como él mismo había declarado-, quien afirmó y sostuvo en todo momento no ser culpable, por lo cual los investigadores tuvieron que desistir momentáneamente para seguir otras pistas.

Por otra parte, a los detectives les llamó poderosamente la atención tres detalles que, al cabo de plantearlos, practicamente lo relacionaron como sospechoso: el primero, que en todo el tiempo del interrogatorio pudo dominar sus emociones; en segundo lugar, que además del mayordomo, él era el único que tenía un juego de llaves para entrar en la mansión; y, por último, afirmó que iba cotidianamente, pero alegó que esa noche, la del crimen, no asistió, lo cual resultó falso, ya que otros testigos lo vieron allí.

Oficialmente no se revelaron las declaraciones de los detenidos y el caso se mantenía en cierto hermetismo; sin embargo, LA PRENSA pudo saber que Anton reveló que debido a la gran amistad entre ellos, Cameron lo había llevado a vivir a su casa; no obstante, se le olvidó comentar que a causa de ciertas diferencias, éste había tenido que abandonar la recidencia a petición de Risby.

Un último dato planteó la posibilidad formular una una teoría acerca de una red de placeres ciegos entre caballeros. Es decir, Tony aceptó que su protector tenía muchos “amigos”, pero se reservó los nombres de éstos. De tal suerte que esta teoría era apoyada por los cientos de fotos encontradas en la mansión, todas de jóvenes en poses extravagantes y desde los lugares más alejados de México, ya en Londres, Venecia, Saigón, Alemania y Santa Mónica, hasta el grado de que el comandante Santa Olalla exclamó luego de observar por largo tiempo las imágenes: “¡Ya tengo ganas de encontrar una fotografía de mujer!”

El asesino entró por la terraza

Un artista de teatro y televisión, Charles Black, fue uno de los últimos sospechosos, ya que a éste lo había conocido Cameron Risby Whitehorne un par de días antes de ser victimado en su residencia de Río Nilo 24, colonia Cuauhtémoc.

La intriga aumentó, debido que la policía intentó dar con el paradero Charly Black; no obstante, un par de días posteriores al homicidio salió rumbo a Estados Unidos a bordo de su propio automóvil.

Aunque no se presentó una acusación directa, la policía buscaba deslindar responsabilidades al interrogarlo y disipar todas las dudas en torno al caso, ya que Black había sido el último de los “amigos” que conoció a la víctima en una de sus exclusivas fiestas orgiásticas de caballeros.

Las dudas en torno a ese sujeto estaban relacionadas con un supuesto préstamo de dinero que solicitó a Cameron, pero se desconocía si había obtenido la pecunia requerida o no, además, su pronta desaparición hacía que las alarmas se encendieran.

Triángulo pasional

Por otra parte y como epílogo del misterioso caso del brutal homicidio perpetrado a finales de noviembre de 1956, Antonio Paul Lonek terminó por contar la historia de su vida al primer comandante de agentes de la Policía Judicial, Francisco Aguilar Santa Olalla, quien en todo momento estuvo al pendiente las diligencias, pero que cada día que pasaba se alejaba más de la solución.

Quizá un dato trascendente, pero al cual no se le dio importancia, fue que a finales de septiembre de 1956 había ocurrido la muerte del doctor Henry Fiction en la misma casa de Cameron, pero se informó que había sucedido a consecuencia de un ataque al corazón, por lo cual no se indagó más.

Sin embargo, a la luz del nuevo deceso, ocurrido tan sólo un par de meses después, era de llamar la atención que algo extraño ocurría allí, máxime cuando de aquella mansión entraban y salían jovencitos menores de edad y donde hombres mayores les ofrecían vicios y dinero a cambio de ciertos favores.

Por último, conforme relataba Tony, salió a relucir el último gran sospechoso, Paul Birthman, con quien según Lonek, Cameron y aquel formaron, por decirlo así, “un triángulo pasional” en la propia mansión de Cameron y donde la manzana de la discordia era Tony.

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Un ingrediente final en el caso de Cameron Risby Whitehorne giraba en torno al hombre que se robó la llave de la terraza, dato que fue suficiente para dar un giro en la investigación y pudo ser la clave para resolver el espantoso crimen, pero que no lo fue en resumen.

Y fue debido al reportero de LA PRENSA, quien desde el primer día lo señaló, como consecuencia de la entrevista con el mayordomo José Ernesto Vivas Santos, que esa llave había desaparecido.

Este dato publicado en El Diario de las Mayorías encauzó las investigaciones hacia otra ruta, sin que por ello se descartaran otros ángulos que se seguían.

Sin embargo, todas las vías llevaron a los detectives por caminos sin salida, y el caso se fue perdiendo en la memoria mientras en los escritorios de los agentes se acumulaban pilas de nuevos expedientes con otros brutales casos de robos, homicidios, choques y muertes.

El último día de diciembre de 1956, en la contraportada de LA PRENSA se publicó la nota de los crímenes que habían quedado impunes ese año. Uno de ellos fue el de Cameron Risby Whitehorne, cuyo asesinato quedó imbricado entre múltiples sospechas de pasión, amoríos, red de pornografía, tráfico de infantes… Quizás por eso el caso quedó en el olvido, porque nadie quiso destapar la cloaca de la vileza que por ese entonces ocurría en las entrañas del entonces Distrito Federal.

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La mañana del 27 de noviembre de 1956, recostado sobre su cómoda cama entre crueles sábanas y empapado en sangre y con el cráneo destrozado por los golpes recibidos, fue encontrado en su propia residencia llena de lujos y comodidades, en la colonia Cuauhtémoc, el millonario inglés Cameron Risby Whitehorne.

Éste fue uno de los casos más difíciles a los que se enfrentaron los sabuesos de aquellos años, porque las circunstancias que rodearon el deceso de aquel personaje, tan pronto como salieron a la luz, dotaron de mayor misterio el crimen.

A Cameron lo halló la muerte a los 80 años. Dicen que había tenido una vida llena de bienaventuranza y nunca cometió un crimen que no fuera necesario. Como empresario, sabía que los golpes duros de la vida lo habían hecho el hombre millonario que llegó a ser. Y, “Dios salve a la reina”, jamás imaginó encontrar la muerte en un país donde la idiosincrasia es reírse hasta de la muerte. En su caso, quizá la muerte fue quien se burló de él.

El perito que llegó a la escena del crimen en el frío noviembre determinó que la víctima había luchado con su matador antes de caer abatido para siempre. Y estas observaciones se debían a varios elementos, a saber: el desorden en la alcoba era indicio de una pelea; y, por otra parte, había grandes manchas de sangre salpicadas, tanto en la pared como en la puerta de un closet, lo cual daba a entender para el ojo del perito que debido a la fiereza de los golpes, la sangre había salido disparada en diferentes direcciones.


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Encuentran el cadáver

Cameron Risby Whitehorne contaba con personal que le ayudaba con las tareas domésticas. El principal colaborador era su mayordomo, José Ernesto, quien desde hacía tiempo se encargaba de las labores caseras y vivía en la azotea.

Aquella mañana del 27 de noviembre, Ernesto declaró ante los agentes que había bajado a las 7:00 horas por una escalera de caracol, que conectaba sus aposentos con la mansión, para hacer la limpieza, ya que la noche previa Cameron había tenido una reunión.

Cuando iba a comenzar sus labores sonó el timbre; entonces, se dirigió a la puerta y abrió. Se trataba de la doméstica Carmen Zúñiga Flores, quien entró sonriente y tan pronto como puso un pie adentro de la mansión, comenzaron a platicar. Se dirigieron a la cocina y desayunaron plácidamente.

No les causó extrañeza que el millonario no se mostrara por ninguna parte, e incluso, sentían cierto descanso, ya que en ocasiones el dueño de la mansión se mostraba intratable. Además, casi siempre después de sus reuniones, solía levantarse tarde, porque su costumbre era consumir bebidas embriagantes en exceso.

Así pues, luego de un rato, doña Carmen mandó a Ernesto por los trapeadores para terminar de una vez y cuanto antes con la limpieza. Ernesto obedeció dócilmente y subió, pero al cabo de un instante lanzó un gritó estridente:

-¡Carmen! ¡Carmen! ¡Ven, algo terrible ha pasado…!

La doméstica subió la escalera y encontró a Ernesto como petrificado, quien estaba de pie a la entrada de la recámara de Cameron y sin atreverse a cruzar al interior. Lo que se alcanzaba a distinguir era apenas una cobija tirada y la habitación con señales de desorden.

En el ambiente se sentía una tensión mórbida. Entre ambos intercambiaron impresiones sobre lo que alcanzaban a ver y a comprender, pero al final de cuentas decidieron entrar para saber qué había pasado, por qué todo estaba revuelto y el patrón no respondía.

Cuando cruzaron la puerta, la luz que provenía de las ventanas los deslumbró casi imperceptiblemente y, de pronto, los iluminó un tétrico cuadro de horror: sangre coagulada sobre los muebles y esparcida y salpicada por todas partes. Finalmente, comprendieron lo demás y entonces decidieron llamar sin dilación a la policía. Ambos no paraban de santiguarse.

Horas más tarde se presentó el comandante de la policía del Distrito Federal, Pérez Cervantes, quien realizó las primeras investigaciones.

Una lámpara de metal, con la figura de una escopeta “cuata” y base de pesado bronce, según el ojo agudo del agente, habría sido el arma homicida; ésta había quedado junto al cadáver, asida por la mano izquierda del millonario, a quien comenzaron a llamar “el hombre de costumbres raras”.

Si bien se pensó en que en este crimen entraban en juego lo que se conoce como “las bajas pasiones”, no se descartó la posibilidad de que el móvil hubiera sido, ante todo, el robo, toda vez que hubo saqueo en la rica mansión de la calle Nilo número 24, escenario del cruel crimen.

En las primeras observaciones se aseveró una cuestión: el asesino era conocido del millonario inglés, pues de otra manera no le habría franqueado la entrada cuando el mayordomo –de quien también se le llamó “de costumbres equívocas”- cerró la puerta principal, apagó las luces de la enorme sala y se dirigió a su habitación en la azotea.

Para ese momento, de todo mundo se sospechó, principalmente, claro, de los amigos más cercanos de la víctima, razón por la cual fueron detenidos para la investigación: Antón (Tony) Paul Lonek, norteamericano; el mesero del Hotel María Cristina, Raúl Acevedo Sosa; el mayordomo José Ernesto Vivas Santos y la doméstica Carmen Zúñiga Flores.

El decorador Armando González, también amigo de Cameron, estaba colaborando con la policía para el esclarecimiento del crimen sin que previamente se le hubiera detenido, sino por voluntad propia.

No fue robo el móvil

En ese momento se pensó que el crimen involucraba juegos de bajas pasiones, aunque no se descartó la posibilidad de que se hubiera tratado de un simple robo a casa habitación que había salido mal, puesto que se sospechó -con base en las primeras diligencias tras escudriñar inicialmente el escenario del crimen- que posiblemente habían saqueado la casa, debido al desorden, el cual significó en ese momento para los agentes un indicio de que alguien buscaba algo que quería apoderarse.

Quizá esa única certeza que pudieron haberse planteado, se sustentó en un razonamiento verosímil: el asesino obviamente era conocido del millonario inglés, pues debido a cómo se había suscitado el crimen, no podía ser de otra manera; sólo alguien cercano pudo haber penetrado en la mansión tan profundo como para llegar adonde dormía el millonario sin ser detectado y sin complicaciones.

Cabe recordar que el cuerpo de Risby se encontró en su habitación, recostado sobre su cama y bañado en sangre. Sin embargo, una de las incógnitas más perturbadoras, y que desconcertó a los investigadores, radicó en la ruta del asesino, que entró por una puerta que había permanecido cerrada los últimos días; por lo cual, quien mató al millonario conocía la casa y sus secretos; asimismo, debió saber que allí vivía también el mayordomo, por lo cual el criminal ingresó con sigilo y se esfumó sin que se notara su presencia luego del asesinato.

Luego, el elemento que causó mayor asombró para los detectives fue el arma homicida: una lámpara de metal con la figura de una escopeta “cuata”, cuya base de pesado bronce quedó junto al cadáver y asida por la mano izquierda de éste. Con tal objeto le causaron heridas mortales y, debido a los fuertes impactos y la batalla que se desarrolló allí, resultó incluso incomprensible que el mayordomo no se hubiera percatado. Fue todo un misterio.

Así que como todas las rutas para el esclarecimiento del caso se vislumbraban imposibles, optaron por una de las premisas de la criminología: la respuesta más sencilla por lo general es la correcta.

En ese momento, lo más sencillo -por decirlo de algún modo- era plantear que el principal sospechoso era el mayordomo; aunque a éste se le sumaron los amigos más íntimos de Cameron, con quienes había convivido la noche anterior, razón por la cual detuvieron para la investigación a Antón (Tony) Paul Lonek, norteamericano; un mesero del Hotel María Cristina, Raúl Acevedo Sosa; el mayordomo José Ernesto Vivas Santos y la doméstica Carmen Zúñiga Flores.

Ernesto quiso desmarcarse de las sospechas

Al momento de declarar, el mayordomo dijo que sospechó desde el primer momento de que algo raro había sucedido, puesto que cuando bajó de su habitación encontró las luces de la sala encendidas, no obstante que él había sido el último en estar en ella y las había apagado, ya que esas habían sido las instrucciones de su patrón. Y otra peculiaridad que también lo sorprendió fue ver que las cortinas estaban corridas, puesto que era una costumbre que disgustaba a Cameron.

Conforme sintió confianza, Ernesto fue ampliando los detalles hasta llegar a un punto en el que comentó que su patrón tenía “costumbres raras”. Dijo que Cameron recibía inesperadas e inusuales visitas masculinas a deshoras o sin previa cita. Entonces dio los nombres de algunos de esos visitantes. No obstante, al declarar lo anterior, los agentes sospecharon del mayordomo, puesto que parecía querer desviar las sospechas hacia los otros.

Niegan ser los autores

Tan pronto como Ernesto aportó datos, los agentes de la Policía Judicial salieron en busca de los amigos del millonario. Por tal motivo, de inmediato detuvieron a Tony Lonek y, poco después, a Raúl Acevedo.

Ambos negaron rotundamente desconocer el hecho y ser autores del brutal crimen, aunque aceptaron haber participado en ciertos eventos bochornosos. Tony Lonek declaró ante el comandante Francisco Aguilar Santa Olalla y afirmó que desde hacía 20 años había conocido a Cameron, quien lo había recibido como a un “hijo adoptivo”.

Tony era, junto con Ernesto, uno de los principales sospechosos, y las dudas hacia él se incrementaron debido a que se mostró sumamente nervioso y negó determinados hechos que ya eran harto bien conocidos por la policía.

La escena del crimen

La alcoba donde se encontró el cuerpo constaba de una cama, dos burós, un chifonier y otros muebles. Sobre uno de los burós se encontraba una lámpara encendida; en el otro, además de manchas hemáticas y un radio pequeño de color negro, había otra lámpara con la figura de una escopeta que, no obstante ser de metal, quedó en aparente descompostura junto al cadáver.

La amplia cama estaba llena de sangre y a un costado de ésta había dos pequeños velices, uno de los cuales había sido abierto por la fuerza, lo cual planteaba la hipótesis del robo como móvil del homicidio.

Cuando se descubrió el cadáver a la vista de todos, sólo se apreció una masa informe y sanguinolenta cuya cara, cráneo y mandíbula habían sido destrozadas a golpes.

Misterio en el crimen del extranjero

Tan sólo un par de días después del asesinato se tenían alrededor de 50 pistas que seguir, pero ninguna contundente ni certera y todas desenvolviéndose dentro del mismo círculo, donde las bajas pasiones de sus protagonistas hacían que la policía no supiera en cual enfocarse, pese a sus múltiples pesquisas y, por ende, todo quedaba encubuerto por el velo del misterio.

Lo cierto es que el brutal homicidio del inglés parecía responder al guion de una película inédita, pues mientras sutilmente el agente Francisco Aguilar Santa Olalla movía a su jauría de sabuesos, interrogaba sospechosos y buscaba indicios, los frutos de esa labor arrojaban los siguientes indicios:

Primero, que Anton (Tony) Paul Lonek, el principal sospechoso, se había sumido en un hermetismo obtuso, no propicio al diálogo y sin dar luz sobre algún dato relevante; aunque, eso sí, negó tener culpa en la muerte de su protector, Cameron Risby Whitehorne.

En segundo lugar, fueron detenidos otros tres tipos que, asimismo, clamaban inocencia, pero conforme pasaban los días la investigación tomaba muchos rumbos y se revelaban demasiados nombres de algunos de los muchos amigos que el inglés recibía en su residencia.

En tercer lugar, tras realizar una busqueda en días posteriores al evento funesto, los investigadores concluyeron (con reservas), casi convencidos, que el móvil del crimen no había sido el robo, pues los objetos de mayor valía que había en la casa allí permanecían y sólo faltaban cosas de valor ínfimo.

Cuarto, y quizá lo más impactante, fue que se hallaron decenas de fotografías de jóvenes en diferentes poses y con diferentes ropajes; por lo cual se pensó, aunque no había manera de comprobarlo o confirmarlo, que entre ellos estaba el criminal, si no era que entre alguno de los detenidos.

Y, finalmente, en quinto lugar, surgió una gran esperanza luego de que los peritos encontraran algunas huellas dactilares, al parecer diferentes a las del millonario inglés, en cuyo caso, la investigación tomaría un rumbo quizá capaz de esclarecer el misterio casi sorpresivamente.

Obstáculos en las indagatorias

Escribió el reportero de LA PRENSA en la edición del 29 de noviembre de 1956: “Crímenes como esté muy pocas veces han sido aclarados; cuanto individuo, más si es rico, lleva una vida igual a la del millonario, forman un círculo que sólo puede ser perforado por quienes forman parte del mismo”.

Es decir, el asesino era alguien que se desenvolvía dentro de su círculo, ya que esta clase de personas buscan a quienes son semejantes a ellos, en relación con sus propios intereses. Ahora bien, para la policía todavía no quedaba claro cuáles eran esos intereses ni quiénes los cercanos.

A pesar de ello, el comandante Aguilar Santa Olalla estaba decidido a vencer todos los obstáculos, así como el natural hermetismo de los testigos -quizá por temor a algo o alguien- para descartar las pistas, pero quedarse sólo con la que pudiera aclarar el suceso.

De tal suerte que durante 48 horas se interrogó a Tony Lonek -debido a su cercanía y amor “paternal” que decía profesarle a Cameron Risby, como él mismo había declarado-, quien afirmó y sostuvo en todo momento no ser culpable, por lo cual los investigadores tuvieron que desistir momentáneamente para seguir otras pistas.

Por otra parte, a los detectives les llamó poderosamente la atención tres detalles que, al cabo de plantearlos, practicamente lo relacionaron como sospechoso: el primero, que en todo el tiempo del interrogatorio pudo dominar sus emociones; en segundo lugar, que además del mayordomo, él era el único que tenía un juego de llaves para entrar en la mansión; y, por último, afirmó que iba cotidianamente, pero alegó que esa noche, la del crimen, no asistió, lo cual resultó falso, ya que otros testigos lo vieron allí.

Oficialmente no se revelaron las declaraciones de los detenidos y el caso se mantenía en cierto hermetismo; sin embargo, LA PRENSA pudo saber que Anton reveló que debido a la gran amistad entre ellos, Cameron lo había llevado a vivir a su casa; no obstante, se le olvidó comentar que a causa de ciertas diferencias, éste había tenido que abandonar la recidencia a petición de Risby.

Un último dato planteó la posibilidad formular una una teoría acerca de una red de placeres ciegos entre caballeros. Es decir, Tony aceptó que su protector tenía muchos “amigos”, pero se reservó los nombres de éstos. De tal suerte que esta teoría era apoyada por los cientos de fotos encontradas en la mansión, todas de jóvenes en poses extravagantes y desde los lugares más alejados de México, ya en Londres, Venecia, Saigón, Alemania y Santa Mónica, hasta el grado de que el comandante Santa Olalla exclamó luego de observar por largo tiempo las imágenes: “¡Ya tengo ganas de encontrar una fotografía de mujer!”

El asesino entró por la terraza

Un artista de teatro y televisión, Charles Black, fue uno de los últimos sospechosos, ya que a éste lo había conocido Cameron Risby Whitehorne un par de días antes de ser victimado en su residencia de Río Nilo 24, colonia Cuauhtémoc.

La intriga aumentó, debido que la policía intentó dar con el paradero Charly Black; no obstante, un par de días posteriores al homicidio salió rumbo a Estados Unidos a bordo de su propio automóvil.

Aunque no se presentó una acusación directa, la policía buscaba deslindar responsabilidades al interrogarlo y disipar todas las dudas en torno al caso, ya que Black había sido el último de los “amigos” que conoció a la víctima en una de sus exclusivas fiestas orgiásticas de caballeros.

Las dudas en torno a ese sujeto estaban relacionadas con un supuesto préstamo de dinero que solicitó a Cameron, pero se desconocía si había obtenido la pecunia requerida o no, además, su pronta desaparición hacía que las alarmas se encendieran.

Triángulo pasional

Por otra parte y como epílogo del misterioso caso del brutal homicidio perpetrado a finales de noviembre de 1956, Antonio Paul Lonek terminó por contar la historia de su vida al primer comandante de agentes de la Policía Judicial, Francisco Aguilar Santa Olalla, quien en todo momento estuvo al pendiente las diligencias, pero que cada día que pasaba se alejaba más de la solución.

Quizá un dato trascendente, pero al cual no se le dio importancia, fue que a finales de septiembre de 1956 había ocurrido la muerte del doctor Henry Fiction en la misma casa de Cameron, pero se informó que había sucedido a consecuencia de un ataque al corazón, por lo cual no se indagó más.

Sin embargo, a la luz del nuevo deceso, ocurrido tan sólo un par de meses después, era de llamar la atención que algo extraño ocurría allí, máxime cuando de aquella mansión entraban y salían jovencitos menores de edad y donde hombres mayores les ofrecían vicios y dinero a cambio de ciertos favores.

Por último, conforme relataba Tony, salió a relucir el último gran sospechoso, Paul Birthman, con quien según Lonek, Cameron y aquel formaron, por decirlo así, “un triángulo pasional” en la propia mansión de Cameron y donde la manzana de la discordia era Tony.

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Un ingrediente final en el caso de Cameron Risby Whitehorne giraba en torno al hombre que se robó la llave de la terraza, dato que fue suficiente para dar un giro en la investigación y pudo ser la clave para resolver el espantoso crimen, pero que no lo fue en resumen.

Y fue debido al reportero de LA PRENSA, quien desde el primer día lo señaló, como consecuencia de la entrevista con el mayordomo José Ernesto Vivas Santos, que esa llave había desaparecido.

Este dato publicado en El Diario de las Mayorías encauzó las investigaciones hacia otra ruta, sin que por ello se descartaran otros ángulos que se seguían.

Sin embargo, todas las vías llevaron a los detectives por caminos sin salida, y el caso se fue perdiendo en la memoria mientras en los escritorios de los agentes se acumulaban pilas de nuevos expedientes con otros brutales casos de robos, homicidios, choques y muertes.

El último día de diciembre de 1956, en la contraportada de LA PRENSA se publicó la nota de los crímenes que habían quedado impunes ese año. Uno de ellos fue el de Cameron Risby Whitehorne, cuyo asesinato quedó imbricado entre múltiples sospechas de pasión, amoríos, red de pornografía, tráfico de infantes… Quizás por eso el caso quedó en el olvido, porque nadie quiso destapar la cloaca de la vileza que por ese entonces ocurría en las entrañas del entonces Distrito Federal.

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