/ viernes 23 de septiembre de 2022

El estrangulador de Coyoacán

En 1971, el nieto de Gracia Cuéllar, decido porque la odiaba, se metió a la residencia de su abuela para matarla

El Día de Todos los Santos de 1971, al despuntar la mañana, la nota principal de LA PRENSA causó gran conmoción y alboroto. Una acaudalada sexagenaria y su empleada habían sido asesinadas dentro de la residencia, ubicada en el céntrico Coyoacán.

Con base en lo que declaró María del Refugio Cabello Servín, la otra sirvienta, cuando regresó a la casa de su patrona a las 9:00 horas del domingo 31 de octubre, impactante sorpresa se llevó al encontrar los cadáveres de las dos mujeres.

Tan pronto como se sosegó, dio aviso al chofer y luego llamó a la policía. No de inmediato, pero sin demorar, los agentes del Servicio Secreto se presentaron en la calle de Presidente Carnaza 90.

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El doble crimen, según lo estableció el teniente coronel Rafael Rocha Cordero, subjefe del Servicio Secreto, fue cometido en las primeras horas de la madrugada del domingo 31 de octubre 1971.

La primera hipótesis que surgió con base en las observaciones inmediatas, fue que se trató de un robo que se salió de control. Asimismo, las primeras investigaciones revelaron que el o los asesinos probablemente saltaron una reja y luego desencajaron una puerta para penetrar en la residencia.

Además, trascendió que el o los asesinos debieron usar el coche de la mujer para huir con el botín, integrado especialmente por alhajas.

Por otra parte, de acuerdo con el examen del médico legista, la anciana Gracia Cuéllar viuda de Huerdo, de 68 años, intentó defenderse, pero el victimario ató un lazo de ixtle a su cuello y acabó con su vida.

Varios sospechosos

Fueron dos las corporaciones que iniciaron las investigaciones en torno al caso. Por parte de la Policía Judicial, el capitán Fidel Arteaga Valdez fue quien estuvo al frente y comisionó a los agentes Benito Castro Cabello y Leonel Manzo Méndez.

Por parte del Servicio Secreto, el teniente coronel Rafael Rocha Cordero dirigió las indagatorias que realizaron el mayor J. Jesús García Jiménez, los capitanes Ángel Godinez Guillén y Samuel Mendoza Alvear, así como los detectives Jesús López Miranda y Mario Campa Flores.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Finalmente, tan sólo luego de unas horas de hacerse público el caso, se abrió la posibilidad de que existieran muchas personas sospechosas y que todas serían llamadas a declarar.

En ningún momento se revelaron nombres, pero se supo que el Servicio Secreto contó con la ayuda de la sirvienta María del Refugio y del chofer Ángel Castillo para iniciar sus pesquisas.


Declaró maría del refugio

En la residencia de la anciana Gracia trabajaba, además de María Luisa del Refugio Cabello, el chofer Ángel Castillo, quienes trabajaban de entrada por salida, es decir, llegaban a las 9:00 horas y se retiraban a sus domicilios por la tarde.

María del Refugio, al ser entrevistada el 31 de octubre de 1971, manifestó que diario su patrona la llevaba a su domicilio, en la Calle 3, manzana 9, casa 13, unidad Santa Cruz Meyehualco.

No obstante, el sábado 30 de octubre, debido a que la señora iría al salón de belleza -tal como se constató en los registros-, la sirvienta le pidió que no la llevara hasta su hogar, puesto que se le haría tarde para su cita.

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Alrededor de las 17:00 horas, Enrique Huerdo Cuéllar -uno de los cuatro hijos del matrimonio Huerdo Cuéllar- metía unas maletas a su automóvil para dirigirse rumbo a Acapulco y María del Refugio se retiró a su casa para regresar al día siguiente como era costumbre, a las 9:00 horas.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

“Se me hizo muy raro que la puerta del garaje no estuviera cerrada con llave”, dijo la mujer de 33 años.

Luego, al notar que el automóvil de Gracia no estaba, dijo que pensó que posiblemente la nuera de su patrona -la señora Hortensia, a quién tratan cariñosamente como La Chata- se lo hubiera llevado.

De tal suerte, se dirigió al cuarto del servicio y desde abajo gritó: “¡María Luisa! ¡María Luisa!”

"…Está ahorcada"

Debido a que la niña no contestó, subió al cuarto. Abrió la puerta y allí estaba, tendida sobre la cama, rígida y con un lazo atado al cuello. Entonces, bajó corriendo y buscó a Ángel Castillo, quien trabajaba los domingos con la familia Pablus, frente a la casa de Gracia.

Cuando Ángel llegó al lado de la sirvienta, ésta le dijo:

-¡María Luisa está ahorcada!

-¿Cómo? -contestó el chofer y agregó-: ¿Y la patrona, dónde está?

La fámula dijo que ella se negó a subir a la recámara de la anciana y prefirió buscar al doctor Ramón Alberto Huerdo Cuéllar. La familia Pablus dio permiso a María del Refugio para que llamara al médico, quien al llegar inmediatamente fue a la recámara de su madre y allí expresó:

"¡Ay, Cuca! ¡Mi mamacita! Yo no sé por qué la mataron", descendió y llamó a su hermano Luis, quien vive en Ciudad Satélite.

María del Refugio dijo al capitán Ángel Godinez Guillén, comandante del octavo grupo del Servicio Secreto, que los lazos con que mataron a la señora y a María Luisa nunca los había visto. Supuso que los mismos asesinos llevaban ya los lazos; es más, la policía ignoraba si fueron varios individuos o uno solo, pues debido a la forma en que cometieron el doble crimen, era posible que se tratara de un sujeto nada más.


Conmoción e incertidumbre

Como en la casa no había ningún familiar y quienes llegaron tan pronto como pudieron no se lograban comunicar con los demás, imperó no sólo el desconsuelo, sino la inquietud de quién habría podido asesinar a las dos mujeres.

La empleada María del Refugio explicó que el médico llamó a sus dos otros dos hermanos, Luis y Benjamín; pero no lograron localizar Enrique, pues desconocían en qué hotel se hospedó en Acapulco.

La duda creció debido a que no daban con el paradero de Enrique, tanto como si también hubiera sido víctima, como si posiblemente hubiera participado en el aquelarre.

Por otra parte, la duda acerca de por qué el perro de la señora tenía no ladró en señal de que un intruso irrumpía en la casa. Sin embargo, la doméstica dijo que aunque Pingo ladraba ante personas desconocidas, en cuanto se le hacían caricias, dejaba su actitud agresiva.

Además, la mujer explicó a la policía que los ladrones se pudieron llevar el automóvil porque las llaves estaban pegadas al switch.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Y pese a que no se hizo un inventario sobre lo sustraído el día del crimen, se tuvo la absoluta seguridad de que los asesinos cargaron maletas con objetos de valor y metieron todo en el coche. Luego, con las llaves de la casa halladas sobre la consola, abrieron la puerta de la cochera y huyeron en un Ford Galaxie, modelo 1970, placas KRP-19 color café claro, el cual era utilizado por la ahora extinta para trasladarse en la ciudad con su chofer Ángel Castillo López.

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Buscaron el coche

Según los peritos forenses, el doble homicidio fue perpetrado entre la 1:00 y las 3:00 horas del domingo 31 de octubre de 1970. Después, María del Refugio descubrió los hechos a las 9:00 horas y, una hora más tarde, las autoridades de la Dirección General de Policía y Tránsito enviaron a todas sus unidades las características del vehículo.

Sin embargo, los detectives expresaron que los pillos los aventajaban, por lo menos, con seis horas y que tal vez ya habían huido de la ciudad. Aunque hubo optimismo respecto a la localización del automóvil, pues se enviaron telegramas a diversas ciudades del interior para solicitar a las policías locales cooperación.

El o los ladrones aprovecharon que la anciana se quedó únicamente con su sirvienta María Luisa. Y, según afirmó el agente del Servicio Secreto, muy probablemente conocían los movimientos de la familia y la distribución de la residencia.


¿Quién fue la primera víctima?

El médico legista de Coyoacán, Alfredo Escudero, opinó que la sirvienta María Luisa Sánchez Oseguera, de 15 años, fue la primera víctima de el o los ladrones asesinos.

La afirmación del galeno fue fundamentada con base en el estado de rigidez de ambos cuerpos que en el de la adolescente estaba más marcado a las 14:00 horas.

El cadáver de María Luisa, originaria de Oaxaca, fue hallado completamente vestido y semiarropado por las cobijas de su cama en el cuarto de servicio, localizado en la parte posterior de la casa.

De acuerdo con las hipótesis de los investigadores, los asesinos se habrían dirigido después a la recámara de la anciana para sorprenderla también durante el sueño.

El médico legista apreció en los nudillos de los dedos índice y cordial de la mano derecha de Gracia Cuéllar excoriaciones “que bien pudo causarse al golpear en la boca a uno de sus victimarios", dijo.

El cadáver de la sexagenaria estaba boca arriba sobre la cama, tipo matrimonial; vestía una pijama de dos piezas, amarilla con flores blancas y verdes. Llevaba calcetines de lana grises.

Ambos cuerpos tenían atados lazos de ixtle, que daban hasta dos vueltas en el cuello. La primera de ellas quedó materialmente hundida en la carne.


Sí cerraron la puerta

Durante dos horas permaneció el chofer frente a la sala de belleza mientras a su patrona la peinaban y le hacían la manicura.

Los detectives comprobaron que la señora era sumamente cuidadosa en su persona. Tenía las uñas de las manos pintadas y delineadas. El cabello lo tenía pintado de castaño claro aún cuando del peinado no quedó nada.

Ángel tenía más de un año de trabajar allí. Estaba casado con Martha Ruiz del Castillo y era padre de dos menores. Vivía en Calzada Ermita Iztapalapa 3798, Iztapalapa.

Después de recibir su sueldo, se dirigió a la residencia de la familia Pablus para saber a qué hora presentarse el domingo, pues muchas veces los conduce a Cuernavaca u otro lugar.

Explicó que María del Refugio tenía siete años de laborar en la residencia y que la ahora extinta María Luisa Sánchez Oseguera acababa de entrar hacía mes y medio.

Dijo asimismo que ayer tras recibir su salario, se encamino a la calle seguido por María Luisa, quien llevaba las llaves para cerrar el zaguán de lámina pintado de blanco.

Esto demostró a la policía que los asesinos penetraron escalando la reja del jardín.

Surgió un sospechoso

Un nieto de la anciana estrangulada fue investigado por el Servicio Secreto como principal sospechoso del doble homicidio, perpetrado la madrugada del domingo 31 de octubre de 1971.

Se trató de un joven de 23 años, cuyo nombre no fue revelado al principio, hasta no tener la certeza de su culpabilidad. Se dio a conocer que había ocasionado serios problemas a su familia por el hecho de ser adicto a las drogas.

Pasado un día del escandaloso crimen, la hipótesis del robo fue descartada. El jefe del Servicio Secreto, teniente coronel Rafael Rocha Cordero, se mostró muy optimista y aún cuando no aportó información se supo que pronto resolverían el crimen.

Las pesquisas del Servicio Secreto habían sido dirigidas hacia el nieto de la anciana, puesto que existían dificultades por la herencia, según informes filtrados en esa corporación.

Para los investigadores, uno de los principales dilemas a resolver fue el hecho de que “mataron a dos personas indefensas para robar unos cuantos objetos”, dijeron.

Los detectives consideraron desde un principio que el robo de algunos objetos tuvo como la única finalidad despistar a la policía y ocultar los verdaderos móviles del doble asesinato.

El mayor J. Jesús García Jiménez, encargado de homicidios, interrogó a Enrique Huerdo Cuéllar, que estaba en Acapulco a la hora de los hechos.


Un detenido

Aún cuando la Dirección General de Policía y Tránsito no emitió ninguna información oficial sobre el caso, se filtraron datos sobre un detenido. De acuerdo con esas “fuentes”, el presunto era familiar de Gracia Cuéllar, por lo que no se descartó la posibilidad de que se tratara del nieto.

Desde muy temprana hora del 1 de noviembre de 1971, surgió la versión de que el automóvil marca Ford Galaxie modelo 1970 placas KRP-19 había sido hallado por la policía.

Se mencionó que en la avenida División del Norte se halló el vehículo abandonado por los asesinos, que bien pudo ser uno nada más. Pero también se dijo que el coche se encontró en una barranca de la carretera a Texcoco y que el detenido así lo reveló.

Oficialmente, las versiones fueron desmentidas, pero se consideró que el hallazgo en la carretera "era más factible".

El mayor Gracia Jiménez dijo que sus elementos comenzarían a buscar el vehículo en los estacionamientos y pensiones de la ciudad, aunque no lo dijo muy convencido.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Pese a que el Servicio Secreto guardó absoluto hermetismo respecto al doble de estrangulamiento, se supo que se contaban con magníficas pistas para aclararlo.

De resultar cierta la versión del hallazgo del coche en la carretera, quedaría plenamente demostrado que el Servicio Secreto sabría quiénes fueron los autores del doble asesinato para así aclarar el crimen por completo y llevar a los responsables ante la justicia.


Su nieto la estranguló

El miércoles 3 de noviembre, a través de las páginas de LA PRENSA, se dio a conocer que Jaime Antonio Huerdo Flores, de 21 años, fue quien estranguló a su abuela y a la sirvienta y que quizás lo hizo bajo los influjos de alguna droga.

Un día antes fue detenido alrededor de las 9:00 horas en Guadalajara. Allí confesó que él fue el único autor de los dos asesinatos y que primero mató a Gracia Cuéllar.

El joven vicioso fue detenido en el hotel de segunda categoría denominado Manzanillo, ubicado en Estadio 16, cerca de la central camionera de la capital estatal, junto con su esposa María Luisa Hernández Monraz, de 21 años, con quién contrajo matrimonio hacía una semana.

El presunto doble homicida confesó también a la policía que el automóvil de su abuela lo vendió a Humberto Márquez Corona en cinco mil, pero sin placas de circulación.

Trató de despistar

A las 19:00 horas del 1 de noviembre de 1971, el coche marca Ford Galaxie color café fue localizado en Guadalajara. Durante los primeros interrogatorios, Jaime Antonio trató de despistar a los investigadores y manifestó que él sólo robó y que su amigo El Mongol fue quien cometió los asesinatos.

Inclusive, el joven proporcionó la media filiación del Mongol para exculparse del doble homicidio; sin embargo, ante la insistencia de los detectives, el detenido terminó por confesar que él fue quien mató primero a la anciana y luego a la sirvienta María Luisa Sánchez Oseguera, dato que resultó relevante y contrastó con las primeras observaciones realizadas por los peritos, quienes habían planteado la hipótesis de que la primera víctima fue la empleada y no la patrona.

Dijo que llegó el viernes 29 de octubre a la Ciudad de México, ya que en ese momento radicaba en Guadalajara; se hospedó en un hotel y, al día siguiente, acudió a la residencia de su abuela.

El mismo sábado por la noche regresó a la residencia de Gracia Cuéllar, en la calle de Presidente Carranza número 90, en Coyoacán. Jaime Antonio ya iba con intenciones de dar muerte a su familiar, pues quería robar sus pertenencias.


Cometió los crímenes

Para el 2 de noviembre se tenía clara certeza de quién era el responsable, pues Jaime Antonio confesó plenamente los hechos, desde cómo entró a la residencia a través de la reja del jardín y cómo tuvo la fortuna de hallar las llaves pegadas a una puerta.

De acuerdo con su relato inicial, se dirigió de inmediato hacia la recámara de Gracia, en el primer piso de la residencia, y con un lazo de ixtle la estranguló. Su abuela intentó defenderse, tal como lo revelaron los peritos forenses, quienes hallaron en la mano derecha de la ahora extinta una contusión "como si hubiera dado un puñetazo", dijeron, pero fue inútil.

Luego de acabar con la vida de la anciana, Jaime Antonio se dirigió al cuarto de María Luisa y con otro las o similar le apretó el cuello. Minutos más tarde, se dedicó a saquear la residencia.

Todo lo de valor lo metió en valijas y los subió al automóvil. No parecía tener mucha prisa. Subió al auto, lo echó a andar, salió y cerró nuevamente la puerta para finalmente huir hacia la capital jalisciense.

El detenido confesó también que para darse valor “se atizó”, es decir, fumó marihuana; y lo mismo hizo para emprender el viaje de regreso a La Perla Tapatía.

Al ser interrogado sobre el uso de enervantes, Jaime Antonio indicó que tomaba pastillas de LSD, fumaba marihuana y también se inyectaba morfina.

“Fui yo quien inició a María Luisa -su esposa- en el uso de las drogas”, dijo el presunto responsable.


Trasladado a méxico

Después de que los jefes de la Policía Judicial del Estado de Jalisco supieron que él era el autor de dos muertes, llamaron por la vía telefónica al Servicio Secreto capitalino.

A las 3:50 horas del 2 de noviembre de 1971, el coronel Jorge Obregón Lima, jefe de esa corporación; el mayor J. Jesús Gracia Jiménez y los capitanes Ángel Godinez Guillén y Rosendo Páramo Aguilar fueron por él.

Desde el lunes 1 de noviembre de 1971, el Servicio Secreto capitalino buscó a Jaime Antonio, pues según declaraciones de los familiares de la finada anciana, afirmaban que él era la pista para aclarar el caso.

La policía desconocía si el nieto de la anciana había contado con cómplices, pero suponía que se trataba de un solo individuo, como LA PRENSA lo dijo en su oportunidad.

Las sospechas recayeron sobre Jaime Antonio porque, por sus vicios, causó graves problemas a su familia y en varias ocasiones robó a su abuela.

Los hijos de la occisa dijeron que una vez tuvieron que rescatar un valioso lote de joyas en un hotel de Acapulco, pues Jaime Antonio las había robado para empeñarlas.

También Jaime riñó muchas ocasiones con su abuela, a quien le exigía le entregara la parte de la herencia que le correspondía.

Muy probablemente las autoridades de la Dirección General de Policía y Tránsito presentarían a la pareja de viciosos ante la prensa capitalina.


Brillante investigación

Desde un principio, el Servicio Secreto había establecido que el doble crimen fue producto de la inquina de algún miembro de la familia de la anciana, debido a varios factores, entre los que destacaban el conocimiento que el agresor tenía de la residencia y la saña con que asfixió a la anciana, pese a que ésta pidió clemencia.

La clave, además de las declaraciones de otros familiares, fue la forma en que operó Jaime Antonio dentro de la residencia de su abuela.

Los detectives supieron que sólo una persona que conocía la distribución arquitectónica de la casa, podía haber penetrado y efectuado los asesinatos.

Inclusive, una observación del capitán Ángel Godinez Guillén dio como resultado que no se trataba de un ratero profesional y que en realidad el móvil no fue el robo. Dicha observación fue en el sentido de que Jaime Antonio intentó violentar la cerradura de un closet con un pequeño desarmador.

"Si se hubiese tratado de un ladrón profesional, no usa un desarmador tan insignificante; con uno mayor vuela la cerradura", dijo el capitán.

Además, supieron que era alguien conocido, porque por un botín tan pequeño ningún ratero mata a dos personas. Luego, las hipótesis de los investigadores fueron reforzadas por las declaraciones de los hijos de la anciana, quienes señalaron a Jaime Antonio como drogadicto y capaz de todo.


Triunfo en tres días

Luego de las sospechas que se manifestaron hacia Jaime Antonio, se procedió a buscarlo. Las pesquisas fueron dirigidas por el coronel Jorge Obregón Lima, el teniente coronel Rafael Rocha Cordero, jefe y subjefe de Servicio Secreto, respectivamente.

En las investigaciones participaron también los comandantes Ángel Godinez Guillén y Rosendo Páramo Aguilar, así como los detectives Mario Campa, Gonzalo Balderas y Luis Miranda.


Los agentes en tres días lograron esclarecer la muerte de las dos personas y decomisaron gran parte del botín, incluyendo el automóvil que fue vendido en cinco mil pesos al nieto de un político desaparecido.

Entre los objetos decomisados estaba una chequera del banco de comercio a nombre de la anciana con una haber de 39 mil 336 pesos y 96 centavos.


La asesinó sin clemencia

A pesar de que la millonaria Gracia Cuéllar pidió clemencia a su nieto para que no la matara, éste la estranguló para quitarse el odio acumulado durante años contra ella.

En la oscuridad de la madrugada del domingo 31 de octubre de 1971, el diálogo sostenido entre Jaime Antonio Huerdo Flores y su abuela Gracia fue el siguiente:

-¿Quién es? ¿Qué quiere?

-Soy Carlos. Vine a matarte -Y se abalanzo sobre ella.

-¡Suéltame! ¡Suéltame! -gritó la anciana a la vez que lanzaba manotazos.

Tras el silencio de su víctima, dijo:

-Te doy lo que quieras, pero no me mates.

"Pese a que era una anciana mujer, no podía asesinarla con las manos; entonces, tomé el lazo que llevaba ya sobre los hombros, di dos vueltas alrededor de su cuello y apreté", dijo a los periodistas el doble homicida.

-¿Qué tanta fuerza utilizaste para asesinarla? -preguntaron.

-Me duele aquí del esfuerzo -dijo Jaime Antonio, colocando las manos sobre sus hombros. Sonrió.


"Tuve que matar a la sirvienta"

Jaime Antonio, a quien su abuela llamaba Carlos, pues su nombre no le gustaba, manifestó que apretó hasta que oyó que uno de sus pies azotó contra el suelo.

Explicó que de inmediato salió de la recámara y se dirigió al cuarto de la sirvienta, María Luisa Sánchez Oseguera.

"Al darle muerte a mi abuela, me di cuenta que tenía la necesidad de matar también a la criada. Ella me había visto y no la iba a dejar con vida", relató.

Cuando se le preguntó si llegó a robar, contestó que no. Él, según lo afirmó, llegó con el único propósito de matarla, porque la odiaba desde niño.

Al explicar la forma en que dio muerte a la sirvienta, dijo que ya antes había estado en el cuarto de servicio e, inclusive, había dormido en el suelo con una cobija que le prestó María Luisa.

Por ello, cuando regresó le dijo que le permitiera atarle con un lazo al cuello un recado para su abuela. La niña se negó, pero él logró ponerle el mecate.

Después de eso repitió la operación. Dio dos vueltas al cuello de la muchacha con el lazo y apretó. Los agentes dijeron que a María Luisa le apretó más fuerte que a la anciana.


Por qué la odiaba

Al preguntársele al doble homicida el porqué había asesinado a su abuela paterna, dijo que desde muy niño ella le comenzó a sembrar una semillita de odio.

Afirmaba la mujer que Jaime Antonio no era su nieto, que Luis Huerdo Cuéllar no era su verdadero padre.

Además, explicó el detenido que siempre su abuela lo trató muy mal y que inclusive le había puesto como apodo El Tutifruti.

Todas las veces que trató con su abuela, ella lo discriminaba, según dijo. Cuantas veces le pidió dinero prestado, incluso, garantizándolo con documentos, ella lo negó.

Indicó también que sus tíos Enrique y Benjamín, así como su padre Luis, posiblemente en esos momentos al retrato de él le estarían poniendo veladoras.

Se le preguntó a qué se debía esa expresión y dijo: "Porque gracias a mí, les llegará la 'luz'", se refería a la herencia.

Dicho capital, según el detenido, fluctuaba entre los 6 y 7 millones de pesos.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Un relato detallado

Jaime Antonio hizo un pormenorizado relato de la forma en que penetró en la residencia de su abuela, localizada en la calle de Presidente Carranza 90, Coyoacán.

El joven llegó desde las 18:00 horas a la casa. En esos momentos, su tío Enrique subía maletas y portatrajes a su automóvil, por lo cual él supo que saldría de viaje.

Hasta las 20:30 horas aproximadamente penetró en la residencia. Saltó una barda que daba al jardín anterior y se dirigió de inmediato al cuarto de María Luisa.

Allí estuvo esperando. Dijo que el pensamiento de matar a su abuela giró sin cesar por su mente y que en ocasiones se desanimaba, pero se volvía a dar valor.

Cerca de las 21:00 horas, regresó Gracia Cuéllar a su hogar, acompañada de la sirvienta Sánchez Oseguera. Permanecieron hasta pasada la medianoche viendo la televisión.

Jaime Antonio dijo que él tuvo temor de que la doméstica se quedará a dormir en la casa y no en el cuarto de servicio. "Si eso hubiera sido, no hubiese pasado nada", afirmó.

Después de las 12, la niña llegó a su cuarto y encontró a Jaime Antonio, a quien preguntó: "¿Qué desea?" No gritó, aunque no lo conocía.

El joven dijo que deseaba hablar con su abuela y que había aprovechado la ausencia de su tío, pues él no le hubiera permitido pedir dinero.


Iba bien preparado

Debido a que la sirvienta le manifestó que la señora Gracia tenía las llaves y que hasta el día siguiente se las arrojaría a ella para abrir la puerta, Jaime le dijo que aguardaría.

En el cuarto de servicio hacía calor. Jaime se quitó su chamarra gruesa color rojo y la colocó como almohada sobre el suelo. Se tapó con una cobija.

Tanto la sirvienta como él se dispusieron a dormir. Ella en su cama. Él fingió estar dormido y a las 2 de la mañana se puso su chamarra. Tras verificar que María Luisa dormía, salió.

Jaime dijo que iba bien preparado, pues se vistió de negro para que en la oscuridad de la noche no fuera fácil localizarlo.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Cuando descendió al garaje, el perro de su tío Enrique -llamado Hitler- jugueteaba en el patio. "Hacía mucho ruido y me ponía nervioso", dijo.

Con una llave de las llamadas "pericos", quitó el tornillo de una ventana del patio posterior y, al abrirla, por una falla en las bisagras la hoja cayó e hizo mucho ruido.

El joven tuvo miedo y se agazapó junto a los tanques de gas, pero al descender con rapidez, golpeó uno de los cilindros y se produjo un nuevo ruido.

"Ninguna luz se encendió. Todo permaneció tranquilo. Subí a ver si la criada seguía durmiendo", relató.


"El reloj marcó la hora"

A las 2:30 horas, un reloj comenzó a sonar. Hacía mucho ruido, según dijo Jaime y él aprovechó para penetrar en la casa por la ventana.

Explicó a los periodistas que antes de entrar tuvo la precaución de bajar el switch general de la energía eléctrica para evitar que su abuela encendiera la luz.

"Si la hubiera visto y ella a mí, quizá se me hubiera ido el valor para matarla", manifestó.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Después se introdujo a la recámara con los resultados ya relatados.

Tras matar también a la sirvienta, comenzó el saqueo. Dijo que él únicamente buscaba las escrituras de los bienes de su abuela: facturas y otros documentos de valor, con el fin de quemarlos.

Su deseo era hacer desaparecer todos los documentos de los bienes para que sus tíos y su padre no recibieran ninguna herencia de su abuela.

-¿Había hecho testamento su abuela?

-No lo sé. Tal vez. A lo mejor después me cae por allí una "luz" -dijo el asesino.

Cuando se le pregunto si el perro le había ladrado, dijo que no que "ese animal es el mejor amigo del ratero".


Risa en el estrangulador ante una larga condena

El 10 de noviembre de 1971, antes de que se iniciara el juicio en contra del estrangulador de Coyoacán, Jaime Antonio Huerdo Flores, dijo que no le importaba estar preso 20 años.

Ese mismo día, fue puesto a disposición de un juez penal, quien lo procesó por el doble homicidio. Y mientras permanecía en los separos de la Procuraduría del Distrito, Jaime Antonio repitió la historia, de forma casi maquinal, sobre cómo dio muerte a su familiar.

Destacó que en su última versión, el homicida refirió que cuando realizó los asesinatos estaba bajo los influjos de la mariguana. Anteriormente, había afirmado que no lo había estado, debido a la promesa de “no consumir” que le hizo a su esposa cuando contrajeron nupcias.

Sin embargo, debido al consejo del licenciado que llevó su defensa, tuvo que confesar que, en efecto, sí estuvo bajo los efectos de la mariguana mientras cometió el crimen, para que de esta manera, quizá el juez fuera benévolo con él.

Solo existía para el un temor: que lo enviaran a la Cárcel Preventiva de la Ciudad, pues lo que el deseaba era purgar su condena en la Cárcel de Coyoacán.

Al preguntársele si trataba de escapar de prisión y creía que en Coyoacán sería más fácil, contestó que no, que estaba dispuesto a pagar su deuda con la sociedad, pero que tenía miedo de los internos de Lecumberri.

Finalmente, el martes 16 de noviembre de 1971, sin inmutarse y con una sonrisa irónica, el joven estrangulador Antonio Huerdo Flores escuchó al mediodía el auto de formal prisión que le dictó el juez penal de Coyoacán, licenciado José Luis Rosas Rodríguez.

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Huerdo fue acusado del doble homicidio en agravio de su abuela, la millonaria gracia Cuéllar, y de su sirvienta María Luisa Sánchez Oseguera de 15 años.

De acuerdo con lo que establecía el Código Penal vigente para 1971, el doble homicidio que consumó el joven estrangulador, cometido en las agravantes de premeditación, alevosía y ventaja, era un delito que se castigaba hasta con 40 años de prisión.

El estrangulador tuvo una fama fugaz y su final fue incierto tras ser encarcelado, pues se fugó el 8 de julio de 1972 con rumbo desconocido y su paradero posterior fue incierto. Dicen que se fue hacia Oaxaca a consumir hongos alucinógenos y que jamás regresó de su viaje.

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El Día de Todos los Santos de 1971, al despuntar la mañana, la nota principal de LA PRENSA causó gran conmoción y alboroto. Una acaudalada sexagenaria y su empleada habían sido asesinadas dentro de la residencia, ubicada en el céntrico Coyoacán.

Con base en lo que declaró María del Refugio Cabello Servín, la otra sirvienta, cuando regresó a la casa de su patrona a las 9:00 horas del domingo 31 de octubre, impactante sorpresa se llevó al encontrar los cadáveres de las dos mujeres.

Tan pronto como se sosegó, dio aviso al chofer y luego llamó a la policía. No de inmediato, pero sin demorar, los agentes del Servicio Secreto se presentaron en la calle de Presidente Carnaza 90.

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El doble crimen, según lo estableció el teniente coronel Rafael Rocha Cordero, subjefe del Servicio Secreto, fue cometido en las primeras horas de la madrugada del domingo 31 de octubre 1971.

La primera hipótesis que surgió con base en las observaciones inmediatas, fue que se trató de un robo que se salió de control. Asimismo, las primeras investigaciones revelaron que el o los asesinos probablemente saltaron una reja y luego desencajaron una puerta para penetrar en la residencia.

Además, trascendió que el o los asesinos debieron usar el coche de la mujer para huir con el botín, integrado especialmente por alhajas.

Por otra parte, de acuerdo con el examen del médico legista, la anciana Gracia Cuéllar viuda de Huerdo, de 68 años, intentó defenderse, pero el victimario ató un lazo de ixtle a su cuello y acabó con su vida.

Varios sospechosos

Fueron dos las corporaciones que iniciaron las investigaciones en torno al caso. Por parte de la Policía Judicial, el capitán Fidel Arteaga Valdez fue quien estuvo al frente y comisionó a los agentes Benito Castro Cabello y Leonel Manzo Méndez.

Por parte del Servicio Secreto, el teniente coronel Rafael Rocha Cordero dirigió las indagatorias que realizaron el mayor J. Jesús García Jiménez, los capitanes Ángel Godinez Guillén y Samuel Mendoza Alvear, así como los detectives Jesús López Miranda y Mario Campa Flores.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Finalmente, tan sólo luego de unas horas de hacerse público el caso, se abrió la posibilidad de que existieran muchas personas sospechosas y que todas serían llamadas a declarar.

En ningún momento se revelaron nombres, pero se supo que el Servicio Secreto contó con la ayuda de la sirvienta María del Refugio y del chofer Ángel Castillo para iniciar sus pesquisas.


Declaró maría del refugio

En la residencia de la anciana Gracia trabajaba, además de María Luisa del Refugio Cabello, el chofer Ángel Castillo, quienes trabajaban de entrada por salida, es decir, llegaban a las 9:00 horas y se retiraban a sus domicilios por la tarde.

María del Refugio, al ser entrevistada el 31 de octubre de 1971, manifestó que diario su patrona la llevaba a su domicilio, en la Calle 3, manzana 9, casa 13, unidad Santa Cruz Meyehualco.

No obstante, el sábado 30 de octubre, debido a que la señora iría al salón de belleza -tal como se constató en los registros-, la sirvienta le pidió que no la llevara hasta su hogar, puesto que se le haría tarde para su cita.

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Alrededor de las 17:00 horas, Enrique Huerdo Cuéllar -uno de los cuatro hijos del matrimonio Huerdo Cuéllar- metía unas maletas a su automóvil para dirigirse rumbo a Acapulco y María del Refugio se retiró a su casa para regresar al día siguiente como era costumbre, a las 9:00 horas.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

“Se me hizo muy raro que la puerta del garaje no estuviera cerrada con llave”, dijo la mujer de 33 años.

Luego, al notar que el automóvil de Gracia no estaba, dijo que pensó que posiblemente la nuera de su patrona -la señora Hortensia, a quién tratan cariñosamente como La Chata- se lo hubiera llevado.

De tal suerte, se dirigió al cuarto del servicio y desde abajo gritó: “¡María Luisa! ¡María Luisa!”

"…Está ahorcada"

Debido a que la niña no contestó, subió al cuarto. Abrió la puerta y allí estaba, tendida sobre la cama, rígida y con un lazo atado al cuello. Entonces, bajó corriendo y buscó a Ángel Castillo, quien trabajaba los domingos con la familia Pablus, frente a la casa de Gracia.

Cuando Ángel llegó al lado de la sirvienta, ésta le dijo:

-¡María Luisa está ahorcada!

-¿Cómo? -contestó el chofer y agregó-: ¿Y la patrona, dónde está?

La fámula dijo que ella se negó a subir a la recámara de la anciana y prefirió buscar al doctor Ramón Alberto Huerdo Cuéllar. La familia Pablus dio permiso a María del Refugio para que llamara al médico, quien al llegar inmediatamente fue a la recámara de su madre y allí expresó:

"¡Ay, Cuca! ¡Mi mamacita! Yo no sé por qué la mataron", descendió y llamó a su hermano Luis, quien vive en Ciudad Satélite.

María del Refugio dijo al capitán Ángel Godinez Guillén, comandante del octavo grupo del Servicio Secreto, que los lazos con que mataron a la señora y a María Luisa nunca los había visto. Supuso que los mismos asesinos llevaban ya los lazos; es más, la policía ignoraba si fueron varios individuos o uno solo, pues debido a la forma en que cometieron el doble crimen, era posible que se tratara de un sujeto nada más.


Conmoción e incertidumbre

Como en la casa no había ningún familiar y quienes llegaron tan pronto como pudieron no se lograban comunicar con los demás, imperó no sólo el desconsuelo, sino la inquietud de quién habría podido asesinar a las dos mujeres.

La empleada María del Refugio explicó que el médico llamó a sus dos otros dos hermanos, Luis y Benjamín; pero no lograron localizar Enrique, pues desconocían en qué hotel se hospedó en Acapulco.

La duda creció debido a que no daban con el paradero de Enrique, tanto como si también hubiera sido víctima, como si posiblemente hubiera participado en el aquelarre.

Por otra parte, la duda acerca de por qué el perro de la señora tenía no ladró en señal de que un intruso irrumpía en la casa. Sin embargo, la doméstica dijo que aunque Pingo ladraba ante personas desconocidas, en cuanto se le hacían caricias, dejaba su actitud agresiva.

Además, la mujer explicó a la policía que los ladrones se pudieron llevar el automóvil porque las llaves estaban pegadas al switch.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Y pese a que no se hizo un inventario sobre lo sustraído el día del crimen, se tuvo la absoluta seguridad de que los asesinos cargaron maletas con objetos de valor y metieron todo en el coche. Luego, con las llaves de la casa halladas sobre la consola, abrieron la puerta de la cochera y huyeron en un Ford Galaxie, modelo 1970, placas KRP-19 color café claro, el cual era utilizado por la ahora extinta para trasladarse en la ciudad con su chofer Ángel Castillo López.

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Buscaron el coche

Según los peritos forenses, el doble homicidio fue perpetrado entre la 1:00 y las 3:00 horas del domingo 31 de octubre de 1970. Después, María del Refugio descubrió los hechos a las 9:00 horas y, una hora más tarde, las autoridades de la Dirección General de Policía y Tránsito enviaron a todas sus unidades las características del vehículo.

Sin embargo, los detectives expresaron que los pillos los aventajaban, por lo menos, con seis horas y que tal vez ya habían huido de la ciudad. Aunque hubo optimismo respecto a la localización del automóvil, pues se enviaron telegramas a diversas ciudades del interior para solicitar a las policías locales cooperación.

El o los ladrones aprovecharon que la anciana se quedó únicamente con su sirvienta María Luisa. Y, según afirmó el agente del Servicio Secreto, muy probablemente conocían los movimientos de la familia y la distribución de la residencia.


¿Quién fue la primera víctima?

El médico legista de Coyoacán, Alfredo Escudero, opinó que la sirvienta María Luisa Sánchez Oseguera, de 15 años, fue la primera víctima de el o los ladrones asesinos.

La afirmación del galeno fue fundamentada con base en el estado de rigidez de ambos cuerpos que en el de la adolescente estaba más marcado a las 14:00 horas.

El cadáver de María Luisa, originaria de Oaxaca, fue hallado completamente vestido y semiarropado por las cobijas de su cama en el cuarto de servicio, localizado en la parte posterior de la casa.

De acuerdo con las hipótesis de los investigadores, los asesinos se habrían dirigido después a la recámara de la anciana para sorprenderla también durante el sueño.

El médico legista apreció en los nudillos de los dedos índice y cordial de la mano derecha de Gracia Cuéllar excoriaciones “que bien pudo causarse al golpear en la boca a uno de sus victimarios", dijo.

El cadáver de la sexagenaria estaba boca arriba sobre la cama, tipo matrimonial; vestía una pijama de dos piezas, amarilla con flores blancas y verdes. Llevaba calcetines de lana grises.

Ambos cuerpos tenían atados lazos de ixtle, que daban hasta dos vueltas en el cuello. La primera de ellas quedó materialmente hundida en la carne.


Sí cerraron la puerta

Durante dos horas permaneció el chofer frente a la sala de belleza mientras a su patrona la peinaban y le hacían la manicura.

Los detectives comprobaron que la señora era sumamente cuidadosa en su persona. Tenía las uñas de las manos pintadas y delineadas. El cabello lo tenía pintado de castaño claro aún cuando del peinado no quedó nada.

Ángel tenía más de un año de trabajar allí. Estaba casado con Martha Ruiz del Castillo y era padre de dos menores. Vivía en Calzada Ermita Iztapalapa 3798, Iztapalapa.

Después de recibir su sueldo, se dirigió a la residencia de la familia Pablus para saber a qué hora presentarse el domingo, pues muchas veces los conduce a Cuernavaca u otro lugar.

Explicó que María del Refugio tenía siete años de laborar en la residencia y que la ahora extinta María Luisa Sánchez Oseguera acababa de entrar hacía mes y medio.

Dijo asimismo que ayer tras recibir su salario, se encamino a la calle seguido por María Luisa, quien llevaba las llaves para cerrar el zaguán de lámina pintado de blanco.

Esto demostró a la policía que los asesinos penetraron escalando la reja del jardín.

Surgió un sospechoso

Un nieto de la anciana estrangulada fue investigado por el Servicio Secreto como principal sospechoso del doble homicidio, perpetrado la madrugada del domingo 31 de octubre de 1971.

Se trató de un joven de 23 años, cuyo nombre no fue revelado al principio, hasta no tener la certeza de su culpabilidad. Se dio a conocer que había ocasionado serios problemas a su familia por el hecho de ser adicto a las drogas.

Pasado un día del escandaloso crimen, la hipótesis del robo fue descartada. El jefe del Servicio Secreto, teniente coronel Rafael Rocha Cordero, se mostró muy optimista y aún cuando no aportó información se supo que pronto resolverían el crimen.

Las pesquisas del Servicio Secreto habían sido dirigidas hacia el nieto de la anciana, puesto que existían dificultades por la herencia, según informes filtrados en esa corporación.

Para los investigadores, uno de los principales dilemas a resolver fue el hecho de que “mataron a dos personas indefensas para robar unos cuantos objetos”, dijeron.

Los detectives consideraron desde un principio que el robo de algunos objetos tuvo como la única finalidad despistar a la policía y ocultar los verdaderos móviles del doble asesinato.

El mayor J. Jesús García Jiménez, encargado de homicidios, interrogó a Enrique Huerdo Cuéllar, que estaba en Acapulco a la hora de los hechos.


Un detenido

Aún cuando la Dirección General de Policía y Tránsito no emitió ninguna información oficial sobre el caso, se filtraron datos sobre un detenido. De acuerdo con esas “fuentes”, el presunto era familiar de Gracia Cuéllar, por lo que no se descartó la posibilidad de que se tratara del nieto.

Desde muy temprana hora del 1 de noviembre de 1971, surgió la versión de que el automóvil marca Ford Galaxie modelo 1970 placas KRP-19 había sido hallado por la policía.

Se mencionó que en la avenida División del Norte se halló el vehículo abandonado por los asesinos, que bien pudo ser uno nada más. Pero también se dijo que el coche se encontró en una barranca de la carretera a Texcoco y que el detenido así lo reveló.

Oficialmente, las versiones fueron desmentidas, pero se consideró que el hallazgo en la carretera "era más factible".

El mayor Gracia Jiménez dijo que sus elementos comenzarían a buscar el vehículo en los estacionamientos y pensiones de la ciudad, aunque no lo dijo muy convencido.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Pese a que el Servicio Secreto guardó absoluto hermetismo respecto al doble de estrangulamiento, se supo que se contaban con magníficas pistas para aclararlo.

De resultar cierta la versión del hallazgo del coche en la carretera, quedaría plenamente demostrado que el Servicio Secreto sabría quiénes fueron los autores del doble asesinato para así aclarar el crimen por completo y llevar a los responsables ante la justicia.


Su nieto la estranguló

El miércoles 3 de noviembre, a través de las páginas de LA PRENSA, se dio a conocer que Jaime Antonio Huerdo Flores, de 21 años, fue quien estranguló a su abuela y a la sirvienta y que quizás lo hizo bajo los influjos de alguna droga.

Un día antes fue detenido alrededor de las 9:00 horas en Guadalajara. Allí confesó que él fue el único autor de los dos asesinatos y que primero mató a Gracia Cuéllar.

El joven vicioso fue detenido en el hotel de segunda categoría denominado Manzanillo, ubicado en Estadio 16, cerca de la central camionera de la capital estatal, junto con su esposa María Luisa Hernández Monraz, de 21 años, con quién contrajo matrimonio hacía una semana.

El presunto doble homicida confesó también a la policía que el automóvil de su abuela lo vendió a Humberto Márquez Corona en cinco mil, pero sin placas de circulación.

Trató de despistar

A las 19:00 horas del 1 de noviembre de 1971, el coche marca Ford Galaxie color café fue localizado en Guadalajara. Durante los primeros interrogatorios, Jaime Antonio trató de despistar a los investigadores y manifestó que él sólo robó y que su amigo El Mongol fue quien cometió los asesinatos.

Inclusive, el joven proporcionó la media filiación del Mongol para exculparse del doble homicidio; sin embargo, ante la insistencia de los detectives, el detenido terminó por confesar que él fue quien mató primero a la anciana y luego a la sirvienta María Luisa Sánchez Oseguera, dato que resultó relevante y contrastó con las primeras observaciones realizadas por los peritos, quienes habían planteado la hipótesis de que la primera víctima fue la empleada y no la patrona.

Dijo que llegó el viernes 29 de octubre a la Ciudad de México, ya que en ese momento radicaba en Guadalajara; se hospedó en un hotel y, al día siguiente, acudió a la residencia de su abuela.

El mismo sábado por la noche regresó a la residencia de Gracia Cuéllar, en la calle de Presidente Carranza número 90, en Coyoacán. Jaime Antonio ya iba con intenciones de dar muerte a su familiar, pues quería robar sus pertenencias.


Cometió los crímenes

Para el 2 de noviembre se tenía clara certeza de quién era el responsable, pues Jaime Antonio confesó plenamente los hechos, desde cómo entró a la residencia a través de la reja del jardín y cómo tuvo la fortuna de hallar las llaves pegadas a una puerta.

De acuerdo con su relato inicial, se dirigió de inmediato hacia la recámara de Gracia, en el primer piso de la residencia, y con un lazo de ixtle la estranguló. Su abuela intentó defenderse, tal como lo revelaron los peritos forenses, quienes hallaron en la mano derecha de la ahora extinta una contusión "como si hubiera dado un puñetazo", dijeron, pero fue inútil.

Luego de acabar con la vida de la anciana, Jaime Antonio se dirigió al cuarto de María Luisa y con otro las o similar le apretó el cuello. Minutos más tarde, se dedicó a saquear la residencia.

Todo lo de valor lo metió en valijas y los subió al automóvil. No parecía tener mucha prisa. Subió al auto, lo echó a andar, salió y cerró nuevamente la puerta para finalmente huir hacia la capital jalisciense.

El detenido confesó también que para darse valor “se atizó”, es decir, fumó marihuana; y lo mismo hizo para emprender el viaje de regreso a La Perla Tapatía.

Al ser interrogado sobre el uso de enervantes, Jaime Antonio indicó que tomaba pastillas de LSD, fumaba marihuana y también se inyectaba morfina.

“Fui yo quien inició a María Luisa -su esposa- en el uso de las drogas”, dijo el presunto responsable.


Trasladado a méxico

Después de que los jefes de la Policía Judicial del Estado de Jalisco supieron que él era el autor de dos muertes, llamaron por la vía telefónica al Servicio Secreto capitalino.

A las 3:50 horas del 2 de noviembre de 1971, el coronel Jorge Obregón Lima, jefe de esa corporación; el mayor J. Jesús Gracia Jiménez y los capitanes Ángel Godinez Guillén y Rosendo Páramo Aguilar fueron por él.

Desde el lunes 1 de noviembre de 1971, el Servicio Secreto capitalino buscó a Jaime Antonio, pues según declaraciones de los familiares de la finada anciana, afirmaban que él era la pista para aclarar el caso.

La policía desconocía si el nieto de la anciana había contado con cómplices, pero suponía que se trataba de un solo individuo, como LA PRENSA lo dijo en su oportunidad.

Las sospechas recayeron sobre Jaime Antonio porque, por sus vicios, causó graves problemas a su familia y en varias ocasiones robó a su abuela.

Los hijos de la occisa dijeron que una vez tuvieron que rescatar un valioso lote de joyas en un hotel de Acapulco, pues Jaime Antonio las había robado para empeñarlas.

También Jaime riñó muchas ocasiones con su abuela, a quien le exigía le entregara la parte de la herencia que le correspondía.

Muy probablemente las autoridades de la Dirección General de Policía y Tránsito presentarían a la pareja de viciosos ante la prensa capitalina.


Brillante investigación

Desde un principio, el Servicio Secreto había establecido que el doble crimen fue producto de la inquina de algún miembro de la familia de la anciana, debido a varios factores, entre los que destacaban el conocimiento que el agresor tenía de la residencia y la saña con que asfixió a la anciana, pese a que ésta pidió clemencia.

La clave, además de las declaraciones de otros familiares, fue la forma en que operó Jaime Antonio dentro de la residencia de su abuela.

Los detectives supieron que sólo una persona que conocía la distribución arquitectónica de la casa, podía haber penetrado y efectuado los asesinatos.

Inclusive, una observación del capitán Ángel Godinez Guillén dio como resultado que no se trataba de un ratero profesional y que en realidad el móvil no fue el robo. Dicha observación fue en el sentido de que Jaime Antonio intentó violentar la cerradura de un closet con un pequeño desarmador.

"Si se hubiese tratado de un ladrón profesional, no usa un desarmador tan insignificante; con uno mayor vuela la cerradura", dijo el capitán.

Además, supieron que era alguien conocido, porque por un botín tan pequeño ningún ratero mata a dos personas. Luego, las hipótesis de los investigadores fueron reforzadas por las declaraciones de los hijos de la anciana, quienes señalaron a Jaime Antonio como drogadicto y capaz de todo.


Triunfo en tres días

Luego de las sospechas que se manifestaron hacia Jaime Antonio, se procedió a buscarlo. Las pesquisas fueron dirigidas por el coronel Jorge Obregón Lima, el teniente coronel Rafael Rocha Cordero, jefe y subjefe de Servicio Secreto, respectivamente.

En las investigaciones participaron también los comandantes Ángel Godinez Guillén y Rosendo Páramo Aguilar, así como los detectives Mario Campa, Gonzalo Balderas y Luis Miranda.


Los agentes en tres días lograron esclarecer la muerte de las dos personas y decomisaron gran parte del botín, incluyendo el automóvil que fue vendido en cinco mil pesos al nieto de un político desaparecido.

Entre los objetos decomisados estaba una chequera del banco de comercio a nombre de la anciana con una haber de 39 mil 336 pesos y 96 centavos.


La asesinó sin clemencia

A pesar de que la millonaria Gracia Cuéllar pidió clemencia a su nieto para que no la matara, éste la estranguló para quitarse el odio acumulado durante años contra ella.

En la oscuridad de la madrugada del domingo 31 de octubre de 1971, el diálogo sostenido entre Jaime Antonio Huerdo Flores y su abuela Gracia fue el siguiente:

-¿Quién es? ¿Qué quiere?

-Soy Carlos. Vine a matarte -Y se abalanzo sobre ella.

-¡Suéltame! ¡Suéltame! -gritó la anciana a la vez que lanzaba manotazos.

Tras el silencio de su víctima, dijo:

-Te doy lo que quieras, pero no me mates.

"Pese a que era una anciana mujer, no podía asesinarla con las manos; entonces, tomé el lazo que llevaba ya sobre los hombros, di dos vueltas alrededor de su cuello y apreté", dijo a los periodistas el doble homicida.

-¿Qué tanta fuerza utilizaste para asesinarla? -preguntaron.

-Me duele aquí del esfuerzo -dijo Jaime Antonio, colocando las manos sobre sus hombros. Sonrió.


"Tuve que matar a la sirvienta"

Jaime Antonio, a quien su abuela llamaba Carlos, pues su nombre no le gustaba, manifestó que apretó hasta que oyó que uno de sus pies azotó contra el suelo.

Explicó que de inmediato salió de la recámara y se dirigió al cuarto de la sirvienta, María Luisa Sánchez Oseguera.

"Al darle muerte a mi abuela, me di cuenta que tenía la necesidad de matar también a la criada. Ella me había visto y no la iba a dejar con vida", relató.

Cuando se le preguntó si llegó a robar, contestó que no. Él, según lo afirmó, llegó con el único propósito de matarla, porque la odiaba desde niño.

Al explicar la forma en que dio muerte a la sirvienta, dijo que ya antes había estado en el cuarto de servicio e, inclusive, había dormido en el suelo con una cobija que le prestó María Luisa.

Por ello, cuando regresó le dijo que le permitiera atarle con un lazo al cuello un recado para su abuela. La niña se negó, pero él logró ponerle el mecate.

Después de eso repitió la operación. Dio dos vueltas al cuello de la muchacha con el lazo y apretó. Los agentes dijeron que a María Luisa le apretó más fuerte que a la anciana.


Por qué la odiaba

Al preguntársele al doble homicida el porqué había asesinado a su abuela paterna, dijo que desde muy niño ella le comenzó a sembrar una semillita de odio.

Afirmaba la mujer que Jaime Antonio no era su nieto, que Luis Huerdo Cuéllar no era su verdadero padre.

Además, explicó el detenido que siempre su abuela lo trató muy mal y que inclusive le había puesto como apodo El Tutifruti.

Todas las veces que trató con su abuela, ella lo discriminaba, según dijo. Cuantas veces le pidió dinero prestado, incluso, garantizándolo con documentos, ella lo negó.

Indicó también que sus tíos Enrique y Benjamín, así como su padre Luis, posiblemente en esos momentos al retrato de él le estarían poniendo veladoras.

Se le preguntó a qué se debía esa expresión y dijo: "Porque gracias a mí, les llegará la 'luz'", se refería a la herencia.

Dicho capital, según el detenido, fluctuaba entre los 6 y 7 millones de pesos.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Un relato detallado

Jaime Antonio hizo un pormenorizado relato de la forma en que penetró en la residencia de su abuela, localizada en la calle de Presidente Carranza 90, Coyoacán.

El joven llegó desde las 18:00 horas a la casa. En esos momentos, su tío Enrique subía maletas y portatrajes a su automóvil, por lo cual él supo que saldría de viaje.

Hasta las 20:30 horas aproximadamente penetró en la residencia. Saltó una barda que daba al jardín anterior y se dirigió de inmediato al cuarto de María Luisa.

Allí estuvo esperando. Dijo que el pensamiento de matar a su abuela giró sin cesar por su mente y que en ocasiones se desanimaba, pero se volvía a dar valor.

Cerca de las 21:00 horas, regresó Gracia Cuéllar a su hogar, acompañada de la sirvienta Sánchez Oseguera. Permanecieron hasta pasada la medianoche viendo la televisión.

Jaime Antonio dijo que él tuvo temor de que la doméstica se quedará a dormir en la casa y no en el cuarto de servicio. "Si eso hubiera sido, no hubiese pasado nada", afirmó.

Después de las 12, la niña llegó a su cuarto y encontró a Jaime Antonio, a quien preguntó: "¿Qué desea?" No gritó, aunque no lo conocía.

El joven dijo que deseaba hablar con su abuela y que había aprovechado la ausencia de su tío, pues él no le hubiera permitido pedir dinero.


Iba bien preparado

Debido a que la sirvienta le manifestó que la señora Gracia tenía las llaves y que hasta el día siguiente se las arrojaría a ella para abrir la puerta, Jaime le dijo que aguardaría.

En el cuarto de servicio hacía calor. Jaime se quitó su chamarra gruesa color rojo y la colocó como almohada sobre el suelo. Se tapó con una cobija.

Tanto la sirvienta como él se dispusieron a dormir. Ella en su cama. Él fingió estar dormido y a las 2 de la mañana se puso su chamarra. Tras verificar que María Luisa dormía, salió.

Jaime dijo que iba bien preparado, pues se vistió de negro para que en la oscuridad de la noche no fuera fácil localizarlo.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Cuando descendió al garaje, el perro de su tío Enrique -llamado Hitler- jugueteaba en el patio. "Hacía mucho ruido y me ponía nervioso", dijo.

Con una llave de las llamadas "pericos", quitó el tornillo de una ventana del patio posterior y, al abrirla, por una falla en las bisagras la hoja cayó e hizo mucho ruido.

El joven tuvo miedo y se agazapó junto a los tanques de gas, pero al descender con rapidez, golpeó uno de los cilindros y se produjo un nuevo ruido.

"Ninguna luz se encendió. Todo permaneció tranquilo. Subí a ver si la criada seguía durmiendo", relató.


"El reloj marcó la hora"

A las 2:30 horas, un reloj comenzó a sonar. Hacía mucho ruido, según dijo Jaime y él aprovechó para penetrar en la casa por la ventana.

Explicó a los periodistas que antes de entrar tuvo la precaución de bajar el switch general de la energía eléctrica para evitar que su abuela encendiera la luz.

"Si la hubiera visto y ella a mí, quizá se me hubiera ido el valor para matarla", manifestó.

Foto: Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca Mario Vázquez Raña

Después se introdujo a la recámara con los resultados ya relatados.

Tras matar también a la sirvienta, comenzó el saqueo. Dijo que él únicamente buscaba las escrituras de los bienes de su abuela: facturas y otros documentos de valor, con el fin de quemarlos.

Su deseo era hacer desaparecer todos los documentos de los bienes para que sus tíos y su padre no recibieran ninguna herencia de su abuela.

-¿Había hecho testamento su abuela?

-No lo sé. Tal vez. A lo mejor después me cae por allí una "luz" -dijo el asesino.

Cuando se le pregunto si el perro le había ladrado, dijo que no que "ese animal es el mejor amigo del ratero".


Risa en el estrangulador ante una larga condena

El 10 de noviembre de 1971, antes de que se iniciara el juicio en contra del estrangulador de Coyoacán, Jaime Antonio Huerdo Flores, dijo que no le importaba estar preso 20 años.

Ese mismo día, fue puesto a disposición de un juez penal, quien lo procesó por el doble homicidio. Y mientras permanecía en los separos de la Procuraduría del Distrito, Jaime Antonio repitió la historia, de forma casi maquinal, sobre cómo dio muerte a su familiar.

Destacó que en su última versión, el homicida refirió que cuando realizó los asesinatos estaba bajo los influjos de la mariguana. Anteriormente, había afirmado que no lo había estado, debido a la promesa de “no consumir” que le hizo a su esposa cuando contrajeron nupcias.

Sin embargo, debido al consejo del licenciado que llevó su defensa, tuvo que confesar que, en efecto, sí estuvo bajo los efectos de la mariguana mientras cometió el crimen, para que de esta manera, quizá el juez fuera benévolo con él.

Solo existía para el un temor: que lo enviaran a la Cárcel Preventiva de la Ciudad, pues lo que el deseaba era purgar su condena en la Cárcel de Coyoacán.

Al preguntársele si trataba de escapar de prisión y creía que en Coyoacán sería más fácil, contestó que no, que estaba dispuesto a pagar su deuda con la sociedad, pero que tenía miedo de los internos de Lecumberri.

Finalmente, el martes 16 de noviembre de 1971, sin inmutarse y con una sonrisa irónica, el joven estrangulador Antonio Huerdo Flores escuchó al mediodía el auto de formal prisión que le dictó el juez penal de Coyoacán, licenciado José Luis Rosas Rodríguez.

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Huerdo fue acusado del doble homicidio en agravio de su abuela, la millonaria gracia Cuéllar, y de su sirvienta María Luisa Sánchez Oseguera de 15 años.

De acuerdo con lo que establecía el Código Penal vigente para 1971, el doble homicidio que consumó el joven estrangulador, cometido en las agravantes de premeditación, alevosía y ventaja, era un delito que se castigaba hasta con 40 años de prisión.

El estrangulador tuvo una fama fugaz y su final fue incierto tras ser encarcelado, pues se fugó el 8 de julio de 1972 con rumbo desconocido y su paradero posterior fue incierto. Dicen que se fue hacia Oaxaca a consumir hongos alucinógenos y que jamás regresó de su viaje.

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