/ viernes 3 de febrero de 2023

Reyerta mortal: María urdió un plan para asesinar a la esposa de su amante y a sus hijos

Había urdido durante meses el crimen y, en su mente, parecía el plan perfecto para quedarse con el objeto de su deseo y al mismo tiempo liberarlo de cualquier otro compromiso

“Una secretaria y cajera de importante negociación mató de dos tiros a la esposa de su amigo e hirió brutalmente a martillazos a uno de los cuatro pequeños hijos de su víctima”, se informó el sábado 22 de abril de 1972 en LA PRENSA.

María de Lourdes Garibay Castro disparó a escasos dos metros de distancia contra María Amparo Álvarez. Los proyectiles privaron instantáneamente de la vida a la señora, pues los dos tiros que recibió, acertaron en la cabeza y el corazón, respectivamente.

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Previo al asesinato de María Amparo, la presunta homicida golpeó con un martillo de bola, y de manera brutal, al niño Ernesto Alejandro Mora Álvarez.

El menor resultó mortalmente herido, pues sufrió hundimiento del hueso frontal, de la base del cráneo y occipital. Tan pronto como fue posible, lo trasladaron al Centro Médico Nacional.

El drama tuvo como escenario la casa 212 de la calle Cerro del Águila, Fraccionamiento Balcones del Valle, Tlalnepantla, Estado de México.

Ernesto Mora González, propagandista médico, fue el tercer actor de la tragedia y causa directa del mortal conflicto, cuyo fatídico término dejó en la orfandad a cuatro criaturas, debido a que había sostenido un prolongado romance que, al cabo del tiempo, fue la causa de que los celos de una mujer cegada por un amor no correspondido como ella quería, la condujeran a dar muerte a la desventurada madre de los niños.

María conoció a Ernesto en la Roma

María de Lourdes Garibay laboraba en una casa comercial de las Torres de Satélite, cuando conoció al señor Mora. El primer encuentro fue frente a un supermercado, ubicado en Álvaro Obregón y Oaxaca, Colonia Roma, en 1969. Las relaciones se estrecharon pronto y Ernesto veía a su amiga casi a diario.

La joven lo llevó a su domicilio de Sonora 90, colonia Condesa, donde lo presentó a su madre, Carmen Castro de Garibay, como “su prometido”.

En varias ocasiones, la señora De Garibay le preguntó a su hija si pensaba contraer matrimonio con Ernesto y ella contestaba afirmativamente, pero le ocultaba que era casado y tenía cuatro hijos pequeños.


María de Lourdes y Ernesto parecían felices, paseaban a la ciudad de Toluca o a Ecatepec. En uno de esos viajes y mientras su novio arreglaba algunos asuntos relacionados con su trabajo, María de Lourdes encontró casualmente en el auto una tarjeta en la que estaba anotado el domicilio de su enamorado.

La dirección la grabó en la memoria. La mujer continuó un tiempo con su diaria rutina: cumplía su trabajo en forma eficaz y asistía con regularidad a la Escuela de Artesanías Número 10, ubicada en avenida Mazatlán 10, colonia Condesa.

Lee también: Gánsteres de pacotilla: Asaltaron un auto del Banco Internacional, pero terminan en prisión

Crimen deliberado

Pese a que todo estaba en su contra, María de Lourdes pensó que incluso con un plan fallido, aún podría salirse con la suya alegando un episodio de demencia en el que no recordaba lo sucedido

El jueves 20 de abril, María de Lourdes llegó a su domicilio después de cumplir su horario de trabajo. Y mientras Ernesto se encontraba de viaje, ella se tomó un respiro para descansar, aunque una vez en su recámara, apareció en sus pensamientos María Amparo y, entonces, comenzó a concebir un plan: eliminarla “ya que era un obstáculo para su completa felicidad”.

El proyecto tomó forma rápidamente, no había tiempo que perder para regocijarse en el pleno amor sin barreras, por lo cual, al día siguiente, el 21 de abril de 1972, pediría permiso a Gustavo Gómez Obregón, gerente de la negociación en Torres de Satélite, donde trabajaba como secretaria, para ausentarse por dos horas, para ir al banco y comprar algunas medicinas.

En efecto, así lo hizo. Llegó a las 9:00 horas a su empleo, dejó pasar hora y media y consiguió el permiso. Abordó un taxi y solicitó al chofer que la condujera a la calle Cerro del Águila 212, Fraccionamiento Balcones del Valle.

Sentada en el taxi, con el objetivo claro, su bolso a un costado y sobre éste su mano, casi palpando a través de éste la una pistola calibre .380, marca Trejo, y un martillo que guardaba. Además llevaba una peluca oscura y unos guantes de piel.

Una vez en el domicilio de Ernesto, llamó a la puerta. Por una ventana se asomó Ernesto Alejandro, el pequeño de 11 años. María de Lourdes le preguntó por su mamá y el chiquillo le contestó que no se encontraba en casa.

La mujer apeló a la compasión del chiquillo y le pidió un vaso con agua, pues dijo que le dolía la cabeza y necesitaba tomarse unos sedantes. Ernesto Alejandro se encontraba acompañado de su amigo y vecino José Luis González, así como de su hermanito Edgar, de tres años.

La desconocida apuró el vaso con agua y luego le dijo a José Luis que fuera a comprarle una cajetilla de cigarrillos, pues su intención era quedarse a solas con los hijos de Ernesto y María Amparo.

Cuando al fin se fue José Luis, la desconocida se caló los guantes de piel y la peluca. A continuación, sacó de su bolso el martillo y descargó los primeros golpes en la cabeza del pequeño.


La criatura empezó a gritar y a correr por toda la casa, como pollo descabezado, seguido de su agresora. Asustado, trató de refugiarse en el baño, pero hasta allí lo alcanzó la mujer para golpearlo sin compasión.

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Cuando criminal se disponía a abandonar la casa -posiblemente horrorizada por lo que había hecho-, apareció la madre del pequeño.

María Amparo vio las huellas de la absurda, violenta y sanguinaria persecución reflejada en la ropa de la intrusa y tal vez comprendió lo sucedido. Un grito sórdido escapó de su boca, quizás el último: “¡Mi hijo!”

Las acciones fueron tan abruptas y concatenadas a lo inmediato que cuando aún perduraba el grito de Amparo, la asesina con la pistola en la mano ya accionaba el gatillo...

Se escucharon dos detonaciones y luego el cuerpo de María Amparo tendido pesadamente sobre el piso.

La homicida se quitó la peluca y los guantes y salió precipitadamente de la casa, pero antes tuvo la precaución de apoderarse de un suéter de la víctima, para cubrirse y ocultar los indicios de la agresión. Al salir de la escena del crimen, se cruzó con José Luis, a quien ya no le dio importancia.

Por otra parte, las detonaciones llamaron la atención de vecinos, quienes vieron cuando la mujer desconocida salía a toda prisa. José Luis, por su parte, al llegar a la casa y encontrar a la madre de su amigo tendida en el piso, corrió en busca de policías.

Por poco asesina al policía que la desarmó

Pronto dio con el guardián Servando Guerra, placa 172, comisionado para vigilar el fraccionamiento. El policía fue a buscar a la mujer, a la que no tardó en encontrar, sólo que María de Lourdes estuvo a punto de darle muerte, ya que le apuntó con la pistola que llevaba oculta en la peluca, sin embargo, fue desarmada.

Una vez ante el comandante de la Policía Judicial del Estado, Martín Román Guerrero, María de Lourdes confesó que todo su plan estaba encaminado a lograr un “crimen perfecto”.

-El cabello me lo teñí de rubio con el objeto de no ser reconocida, ya que una vez cometido el crimen me despojaría de la peluca oscura y los testigos que hubiere, en este caso Ernesto Alejandro y su amigo José Luis, proporcionarían las señas de una mujer con cabello negro.

Además, mi plan era perfecto. Yo solicité en mi trabajo dos horas de permiso, tiempo suficiente para realizar mi cometido y regresar a mis labores.

También usé los guantes para en caso de que me investigaran y practicaran la prueba parafinoscópica, ésta no revelara huellas de pólvora en mis manos.

Y así fue como, a grandes rasgos, había configurado su plan la homicida.

-Jamás he derramado lágrimas, me es imposible llorar -comenzó su relato para LA PRENSA-. Tal vez por ello es difícil que me crean, pero estoy sinceramente arrepentida, lo juro por mi madrecita, que es lo más sagrado que poseo, mi madrecita…

Su relato no parecía convincente, pero ella quería dar la impresión de que todo había sido a consecuencia de un momento de locura.

-Voy a decir toda la verdad con la esperanza de que las autoridades me traten con benevolencia y, sobre todo, ayuden a mi madre, ya que soy su único sostén -declaró la homicida.

Luego permaneció un instante en silencio, como meditando, remontándose hacia las causas, hacia el por qué. Luego continuó con una historia no prevista en su vida, pues jamás estuvo lista para enamorarse como ocurrió aquel día de marzo de 1969 cuando salió de su domicilio a comprar algunos medicamentos y vio por primera vez a Ernesto y éste la siguió, de tal suerte que ese mismo día entablaron conversación y el resto fue una intriga de amor e infidelidad.

Hacía aproximadamente seis años había arribado al entonces Distrito Federal, ya que residió durante mucho tiempo en Michoacán, y durante todo ese tiempo no se interesó más que por su madre y por su trabajo.

Lee también: Conmoción por el rapto y asesinato de Aldito, un bebé recién nacido, en Lindavista

El aguijón de la envidia

Como se mencionó anteriormente, en marzo de 1969, María de Lourdes vio por primera vez al agente de ventas Ernesto Mora, de quien se enamoró a primera vista. Surgió un idilio que habría de terminar trágicamente.

Por un tiempo, Ernesto ocultó su estado civil, hasta que no tuvo más remedio que expresar que por “nada ni nadie lo harían separarse de su mujer y cuatro hijos”. Esa fue la segunda ocasión que María de Lourdes sintió que la vida la agraviaba, pues hacía un año antes había muerto su cuarto novio de manera trágica, pero también de forma misteriosa, supuestamente víctima de una “penosa enfermedad”. Ambos habían acordado contraer nupcias en cuanto se recuperara, lo cual no sucedió.

Finalmente, ella se resignó a “vivir en la oscuridad, como los delincuentes” y pareció conformarse con su intranquila existencia, aunque en ese tránsito se cruzó Ernesto en su camino.

Sin embargo, luego de conocer la verdad sobre su enamorado, consideró de manera seria terminar con el romance, y no pudo, pues la mordida de ese perro infernal llamado amor ya la había contagiado con su mortal rabia.

Mientras vivía clara de ignorarlo, todo parecía idílico. Había ocasiones en que lo acompañaba en viajes de corta duración y “le hurtaba felicidad a la vida”, según dijo.

Una vez hablaron sobre el pasado de Ernesto y luego jamás volvieron a tocar el tema sobre su esposa e hijos. No obstante, María de Lourdes sintió el aguijón de la envidia mortal.

Sabía que la señora y sus vástagos adoraban al jefe de familia y él era verdaderamente feliz en su compañía, algo que Lulú jamás podría igualar y mucho menos superar. Ante ello, los celos corroyeron su corazón, se incubó el rencor y el odio, para manifestarse en el deseo de acabar con aquello que se oponía a su deseo.

Fin del crimen pasional

Acorralada, sin la posibilidad de tener a Ernesto de su lado ni su libertada; había perdido todo por una pasión no correspondida de forma recíproca; María de Lourdes perdió las ganas de vivir

Durante la noche del día 20 y madrugada del 21 de abril, la joven no pudo dormir. La imagen de una mujer y cuatro pequeños crecía por momentos hasta parecerle amenazadora. Entonces urdió su macabro plan.

Su intención primordial consistía en acabar con María Amparo y, quizás, adoptaría a los cuatro chiquillos para criarlos junto a Ernesto, aunque no era muy halagüeña esa opción.

María de Lourdes buscó el papel donde había anotado la dirección de su amante y la guardó en un bolso azul, donde también ocultó unos guantes de piel negros.

Luego sacó un martillo de bola, al que había cortado el mango para utilizarlo en la Escuela de Artesanías, y una pistola calibre .380 que poseía para su protección.

Se calzó una de sus pelucas de color negro y ocultó su cabello teñido. Más tarde pidió permiso en su trabajo para llegar dos horas más tarde y se encaminó al domicilio del agente de ventas. Durante el trayecto, maduró su plan, afinó detalles, se preparó para lo inesperado con la esperanza de que todo saliera según lo planeado para que su crimen fuera perfecto.

En cuanto el hijo de Ernesto la dejó pasar a su casa, la mujer cortó cartucho y volvió a guardar el arma. Después examinó los retratos familiares que estaban colgados en las paredes o en portarretratos en los muebles.

De pronto, su mirada se detuvo en una fotografía del matrimonio. Se veían llenos de alegría. Y, de golpe, comprendió la señora que jamás podría competir con la verdadera esposa e hijos de su amante.

Entonces estallaron los celos y la envidia letal y, en fracción de segundos, perdió el control. Fuera de sí, se abalanzó sobre el pequeño Ernestito y comenzó a golpearlo a martillazos; en ese momento entró María Amparo y, dijo, “la reconocí, era la misma de la fotografía”.

“María Amparo gritó en demanda de auxilio. Hice uno o dos disparos, mi rival se desplomó y después fui detenida por un policía”.

Contradicciones de la homicida

El sábado 22 de abril de 1972, María de Lourdes Garibay Castro fue puesta a disposición del agente del Ministerio Público por el homicidio de María Amparo y por haber herido a Ernesto Alejandro, de tan sólo 11 años.

Dijo que el arma se la vendió el velador de la empresa donde trabajaba. También reconoció que “no fue un plan relámpago”, sino que en noviembre de 1971 adquirió la pistola marca Trejo, calibre .380, con la cual se presentó en el domicilio de María Amparo para darle muerte, en ausencia de Ernesto.

Pero antes de culminar su plan, antes ya había intentado llevar a cabo su cometido criminal. Hacia finales de noviembre de 1971, María de Lourdes visitó por primera vez a su víctima, con quien conversó e incluso bebieron un refresco juntas.

Aquella visita tuvo como finalidad sondear el terreno aunque ya iba preparada con el arma por si la situación era favorable. No obstante, no finalizar el acto en aquella ocasión, debido sobre todo a la presencia de otra persona además de que se encontraba el hijo mayor del matrimonio. Pero pudo reconocer el terreno en el que posteriormente llevaría a cabo el homicidio.

Y, por otra parte, mientras la criminal permanecía bajo custodia, en el Centro Médico Nacional esperaban la autorización paterna para intervenir en la sala de urgencias craneales al menor lesionado.

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Intentó suicidarse

Posteriormente, la policía dijo que María de Lourdes intentó suicidarse, pero fue sorprendida cuando ataba sus medias “con la intención” de colgarse.

Constantemente hablaba de querer morir, pues “atravesaba por frecuentes periodos febriles que la obsesionaban y le provocaban desvaríos encaminados al suicidio”.

Finalmente, la detenida, ya asesorada por un abogado penalista, decía que “nada recordaba”, “no sabía qué pasó” y “le dolía mucho la cabeza”.

Pensaba aparecer en el juicio como “autora de un crimen por ofuscación”. Estaba en riesgo de ser sentenciada a 30 años de prisión. Reconocía haber tenido cinco novios, pero ninguna boda.

Y sí, recordaba su afición por las pelucas, de las cuales tenía 10 en su departamento.

María de Lourdes Garibay y Ernesto Mora fueron protagonistas de un romance ilícito que culminó en tragedia pasional.

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“Una secretaria y cajera de importante negociación mató de dos tiros a la esposa de su amigo e hirió brutalmente a martillazos a uno de los cuatro pequeños hijos de su víctima”, se informó el sábado 22 de abril de 1972 en LA PRENSA.

María de Lourdes Garibay Castro disparó a escasos dos metros de distancia contra María Amparo Álvarez. Los proyectiles privaron instantáneamente de la vida a la señora, pues los dos tiros que recibió, acertaron en la cabeza y el corazón, respectivamente.

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Previo al asesinato de María Amparo, la presunta homicida golpeó con un martillo de bola, y de manera brutal, al niño Ernesto Alejandro Mora Álvarez.

El menor resultó mortalmente herido, pues sufrió hundimiento del hueso frontal, de la base del cráneo y occipital. Tan pronto como fue posible, lo trasladaron al Centro Médico Nacional.

El drama tuvo como escenario la casa 212 de la calle Cerro del Águila, Fraccionamiento Balcones del Valle, Tlalnepantla, Estado de México.

Ernesto Mora González, propagandista médico, fue el tercer actor de la tragedia y causa directa del mortal conflicto, cuyo fatídico término dejó en la orfandad a cuatro criaturas, debido a que había sostenido un prolongado romance que, al cabo del tiempo, fue la causa de que los celos de una mujer cegada por un amor no correspondido como ella quería, la condujeran a dar muerte a la desventurada madre de los niños.

María conoció a Ernesto en la Roma

María de Lourdes Garibay laboraba en una casa comercial de las Torres de Satélite, cuando conoció al señor Mora. El primer encuentro fue frente a un supermercado, ubicado en Álvaro Obregón y Oaxaca, Colonia Roma, en 1969. Las relaciones se estrecharon pronto y Ernesto veía a su amiga casi a diario.

La joven lo llevó a su domicilio de Sonora 90, colonia Condesa, donde lo presentó a su madre, Carmen Castro de Garibay, como “su prometido”.

En varias ocasiones, la señora De Garibay le preguntó a su hija si pensaba contraer matrimonio con Ernesto y ella contestaba afirmativamente, pero le ocultaba que era casado y tenía cuatro hijos pequeños.


María de Lourdes y Ernesto parecían felices, paseaban a la ciudad de Toluca o a Ecatepec. En uno de esos viajes y mientras su novio arreglaba algunos asuntos relacionados con su trabajo, María de Lourdes encontró casualmente en el auto una tarjeta en la que estaba anotado el domicilio de su enamorado.

La dirección la grabó en la memoria. La mujer continuó un tiempo con su diaria rutina: cumplía su trabajo en forma eficaz y asistía con regularidad a la Escuela de Artesanías Número 10, ubicada en avenida Mazatlán 10, colonia Condesa.

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Crimen deliberado

Pese a que todo estaba en su contra, María de Lourdes pensó que incluso con un plan fallido, aún podría salirse con la suya alegando un episodio de demencia en el que no recordaba lo sucedido

El jueves 20 de abril, María de Lourdes llegó a su domicilio después de cumplir su horario de trabajo. Y mientras Ernesto se encontraba de viaje, ella se tomó un respiro para descansar, aunque una vez en su recámara, apareció en sus pensamientos María Amparo y, entonces, comenzó a concebir un plan: eliminarla “ya que era un obstáculo para su completa felicidad”.

El proyecto tomó forma rápidamente, no había tiempo que perder para regocijarse en el pleno amor sin barreras, por lo cual, al día siguiente, el 21 de abril de 1972, pediría permiso a Gustavo Gómez Obregón, gerente de la negociación en Torres de Satélite, donde trabajaba como secretaria, para ausentarse por dos horas, para ir al banco y comprar algunas medicinas.

En efecto, así lo hizo. Llegó a las 9:00 horas a su empleo, dejó pasar hora y media y consiguió el permiso. Abordó un taxi y solicitó al chofer que la condujera a la calle Cerro del Águila 212, Fraccionamiento Balcones del Valle.

Sentada en el taxi, con el objetivo claro, su bolso a un costado y sobre éste su mano, casi palpando a través de éste la una pistola calibre .380, marca Trejo, y un martillo que guardaba. Además llevaba una peluca oscura y unos guantes de piel.

Una vez en el domicilio de Ernesto, llamó a la puerta. Por una ventana se asomó Ernesto Alejandro, el pequeño de 11 años. María de Lourdes le preguntó por su mamá y el chiquillo le contestó que no se encontraba en casa.

La mujer apeló a la compasión del chiquillo y le pidió un vaso con agua, pues dijo que le dolía la cabeza y necesitaba tomarse unos sedantes. Ernesto Alejandro se encontraba acompañado de su amigo y vecino José Luis González, así como de su hermanito Edgar, de tres años.

La desconocida apuró el vaso con agua y luego le dijo a José Luis que fuera a comprarle una cajetilla de cigarrillos, pues su intención era quedarse a solas con los hijos de Ernesto y María Amparo.

Cuando al fin se fue José Luis, la desconocida se caló los guantes de piel y la peluca. A continuación, sacó de su bolso el martillo y descargó los primeros golpes en la cabeza del pequeño.


La criatura empezó a gritar y a correr por toda la casa, como pollo descabezado, seguido de su agresora. Asustado, trató de refugiarse en el baño, pero hasta allí lo alcanzó la mujer para golpearlo sin compasión.

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Cuando criminal se disponía a abandonar la casa -posiblemente horrorizada por lo que había hecho-, apareció la madre del pequeño.

María Amparo vio las huellas de la absurda, violenta y sanguinaria persecución reflejada en la ropa de la intrusa y tal vez comprendió lo sucedido. Un grito sórdido escapó de su boca, quizás el último: “¡Mi hijo!”

Las acciones fueron tan abruptas y concatenadas a lo inmediato que cuando aún perduraba el grito de Amparo, la asesina con la pistola en la mano ya accionaba el gatillo...

Se escucharon dos detonaciones y luego el cuerpo de María Amparo tendido pesadamente sobre el piso.

La homicida se quitó la peluca y los guantes y salió precipitadamente de la casa, pero antes tuvo la precaución de apoderarse de un suéter de la víctima, para cubrirse y ocultar los indicios de la agresión. Al salir de la escena del crimen, se cruzó con José Luis, a quien ya no le dio importancia.

Por otra parte, las detonaciones llamaron la atención de vecinos, quienes vieron cuando la mujer desconocida salía a toda prisa. José Luis, por su parte, al llegar a la casa y encontrar a la madre de su amigo tendida en el piso, corrió en busca de policías.

Por poco asesina al policía que la desarmó

Pronto dio con el guardián Servando Guerra, placa 172, comisionado para vigilar el fraccionamiento. El policía fue a buscar a la mujer, a la que no tardó en encontrar, sólo que María de Lourdes estuvo a punto de darle muerte, ya que le apuntó con la pistola que llevaba oculta en la peluca, sin embargo, fue desarmada.

Una vez ante el comandante de la Policía Judicial del Estado, Martín Román Guerrero, María de Lourdes confesó que todo su plan estaba encaminado a lograr un “crimen perfecto”.

-El cabello me lo teñí de rubio con el objeto de no ser reconocida, ya que una vez cometido el crimen me despojaría de la peluca oscura y los testigos que hubiere, en este caso Ernesto Alejandro y su amigo José Luis, proporcionarían las señas de una mujer con cabello negro.

Además, mi plan era perfecto. Yo solicité en mi trabajo dos horas de permiso, tiempo suficiente para realizar mi cometido y regresar a mis labores.

También usé los guantes para en caso de que me investigaran y practicaran la prueba parafinoscópica, ésta no revelara huellas de pólvora en mis manos.

Y así fue como, a grandes rasgos, había configurado su plan la homicida.

-Jamás he derramado lágrimas, me es imposible llorar -comenzó su relato para LA PRENSA-. Tal vez por ello es difícil que me crean, pero estoy sinceramente arrepentida, lo juro por mi madrecita, que es lo más sagrado que poseo, mi madrecita…

Su relato no parecía convincente, pero ella quería dar la impresión de que todo había sido a consecuencia de un momento de locura.

-Voy a decir toda la verdad con la esperanza de que las autoridades me traten con benevolencia y, sobre todo, ayuden a mi madre, ya que soy su único sostén -declaró la homicida.

Luego permaneció un instante en silencio, como meditando, remontándose hacia las causas, hacia el por qué. Luego continuó con una historia no prevista en su vida, pues jamás estuvo lista para enamorarse como ocurrió aquel día de marzo de 1969 cuando salió de su domicilio a comprar algunos medicamentos y vio por primera vez a Ernesto y éste la siguió, de tal suerte que ese mismo día entablaron conversación y el resto fue una intriga de amor e infidelidad.

Hacía aproximadamente seis años había arribado al entonces Distrito Federal, ya que residió durante mucho tiempo en Michoacán, y durante todo ese tiempo no se interesó más que por su madre y por su trabajo.

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El aguijón de la envidia

Como se mencionó anteriormente, en marzo de 1969, María de Lourdes vio por primera vez al agente de ventas Ernesto Mora, de quien se enamoró a primera vista. Surgió un idilio que habría de terminar trágicamente.

Por un tiempo, Ernesto ocultó su estado civil, hasta que no tuvo más remedio que expresar que por “nada ni nadie lo harían separarse de su mujer y cuatro hijos”. Esa fue la segunda ocasión que María de Lourdes sintió que la vida la agraviaba, pues hacía un año antes había muerto su cuarto novio de manera trágica, pero también de forma misteriosa, supuestamente víctima de una “penosa enfermedad”. Ambos habían acordado contraer nupcias en cuanto se recuperara, lo cual no sucedió.

Finalmente, ella se resignó a “vivir en la oscuridad, como los delincuentes” y pareció conformarse con su intranquila existencia, aunque en ese tránsito se cruzó Ernesto en su camino.

Sin embargo, luego de conocer la verdad sobre su enamorado, consideró de manera seria terminar con el romance, y no pudo, pues la mordida de ese perro infernal llamado amor ya la había contagiado con su mortal rabia.

Mientras vivía clara de ignorarlo, todo parecía idílico. Había ocasiones en que lo acompañaba en viajes de corta duración y “le hurtaba felicidad a la vida”, según dijo.

Una vez hablaron sobre el pasado de Ernesto y luego jamás volvieron a tocar el tema sobre su esposa e hijos. No obstante, María de Lourdes sintió el aguijón de la envidia mortal.

Sabía que la señora y sus vástagos adoraban al jefe de familia y él era verdaderamente feliz en su compañía, algo que Lulú jamás podría igualar y mucho menos superar. Ante ello, los celos corroyeron su corazón, se incubó el rencor y el odio, para manifestarse en el deseo de acabar con aquello que se oponía a su deseo.

Fin del crimen pasional

Acorralada, sin la posibilidad de tener a Ernesto de su lado ni su libertada; había perdido todo por una pasión no correspondida de forma recíproca; María de Lourdes perdió las ganas de vivir

Durante la noche del día 20 y madrugada del 21 de abril, la joven no pudo dormir. La imagen de una mujer y cuatro pequeños crecía por momentos hasta parecerle amenazadora. Entonces urdió su macabro plan.

Su intención primordial consistía en acabar con María Amparo y, quizás, adoptaría a los cuatro chiquillos para criarlos junto a Ernesto, aunque no era muy halagüeña esa opción.

María de Lourdes buscó el papel donde había anotado la dirección de su amante y la guardó en un bolso azul, donde también ocultó unos guantes de piel negros.

Luego sacó un martillo de bola, al que había cortado el mango para utilizarlo en la Escuela de Artesanías, y una pistola calibre .380 que poseía para su protección.

Se calzó una de sus pelucas de color negro y ocultó su cabello teñido. Más tarde pidió permiso en su trabajo para llegar dos horas más tarde y se encaminó al domicilio del agente de ventas. Durante el trayecto, maduró su plan, afinó detalles, se preparó para lo inesperado con la esperanza de que todo saliera según lo planeado para que su crimen fuera perfecto.

En cuanto el hijo de Ernesto la dejó pasar a su casa, la mujer cortó cartucho y volvió a guardar el arma. Después examinó los retratos familiares que estaban colgados en las paredes o en portarretratos en los muebles.

De pronto, su mirada se detuvo en una fotografía del matrimonio. Se veían llenos de alegría. Y, de golpe, comprendió la señora que jamás podría competir con la verdadera esposa e hijos de su amante.

Entonces estallaron los celos y la envidia letal y, en fracción de segundos, perdió el control. Fuera de sí, se abalanzó sobre el pequeño Ernestito y comenzó a golpearlo a martillazos; en ese momento entró María Amparo y, dijo, “la reconocí, era la misma de la fotografía”.

“María Amparo gritó en demanda de auxilio. Hice uno o dos disparos, mi rival se desplomó y después fui detenida por un policía”.

Contradicciones de la homicida

El sábado 22 de abril de 1972, María de Lourdes Garibay Castro fue puesta a disposición del agente del Ministerio Público por el homicidio de María Amparo y por haber herido a Ernesto Alejandro, de tan sólo 11 años.

Dijo que el arma se la vendió el velador de la empresa donde trabajaba. También reconoció que “no fue un plan relámpago”, sino que en noviembre de 1971 adquirió la pistola marca Trejo, calibre .380, con la cual se presentó en el domicilio de María Amparo para darle muerte, en ausencia de Ernesto.

Pero antes de culminar su plan, antes ya había intentado llevar a cabo su cometido criminal. Hacia finales de noviembre de 1971, María de Lourdes visitó por primera vez a su víctima, con quien conversó e incluso bebieron un refresco juntas.

Aquella visita tuvo como finalidad sondear el terreno aunque ya iba preparada con el arma por si la situación era favorable. No obstante, no finalizar el acto en aquella ocasión, debido sobre todo a la presencia de otra persona además de que se encontraba el hijo mayor del matrimonio. Pero pudo reconocer el terreno en el que posteriormente llevaría a cabo el homicidio.

Y, por otra parte, mientras la criminal permanecía bajo custodia, en el Centro Médico Nacional esperaban la autorización paterna para intervenir en la sala de urgencias craneales al menor lesionado.

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Intentó suicidarse

Posteriormente, la policía dijo que María de Lourdes intentó suicidarse, pero fue sorprendida cuando ataba sus medias “con la intención” de colgarse.

Constantemente hablaba de querer morir, pues “atravesaba por frecuentes periodos febriles que la obsesionaban y le provocaban desvaríos encaminados al suicidio”.

Finalmente, la detenida, ya asesorada por un abogado penalista, decía que “nada recordaba”, “no sabía qué pasó” y “le dolía mucho la cabeza”.

Pensaba aparecer en el juicio como “autora de un crimen por ofuscación”. Estaba en riesgo de ser sentenciada a 30 años de prisión. Reconocía haber tenido cinco novios, pero ninguna boda.

Y sí, recordaba su afición por las pelucas, de las cuales tenía 10 en su departamento.

María de Lourdes Garibay y Ernesto Mora fueron protagonistas de un romance ilícito que culminó en tragedia pasional.

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