/ viernes 21 de octubre de 2022

La Ogresa de la Roma destazaba a recién nacidos y sus restos los lanzaba al caño

En un estanquillo de la colonia Roma los vecinos hicieron un hallazgo estremecedor, lo que al parecer eran dos piernitas de un recién nacido y muchos algodones con manchas hemáticas que hicieron taparse los caños

Decrépita, cabizbaja y sin llorar, sino perdida y vuelta hacia el pasado inmediato que la ensimismaba así como la aniquilaba, Felícitas vivía sus últimos días, luego de unos meses que fueron la antesala del infierno cuando se supo lo que hacía.

Su oficio reportaba la muerte de infantes, pero ella creía que hacía algo por los demás, más allá del crimen en que ya consistía el mero acto. Su devenir estuvo fuera de las rejas físicas; no obstante, la prisión que se construyó a su alrededor fue quizá el motivo por el cual lentamente fue perdiendo la razón, la cordura, el ánimo de vivir y, ya sin esperanza, decidió renunciar a la vida.

La historia del crimen de Felícitas es un capítulo oscuro en cuanto a los hechos, pero también en cuanto a las consecuencias, las penas y los castigos, ya que éstos quedaron lejos de ser lo que exigía una sociedad que condenó desde el primer instante en que se destapó, literal y metafóricamente, la cloaca.

Todo ocurrió la mañana del 8 de abril de 1941 cuando a la redacción del periódico LA PRENSA llamó un ciudadano para solicitar que un reportero se presentara en Cerrada de Salamanca número 9, ya que se había descubierto algo, al parecer, tétrico. Y como se había dado parte a las autoridades sin que se atendiera el llamado, lo mejor fue acudir con quien “dijera lo que otros callaban”.

Éste es el relato de aquella conversación:

-Sí, bueno, ¿quién habla?...

-Habla el sr. “Juan N”.

-¿Y qué se le ofrecía?

-Necesitamos un reportero, pero luego. Hay una nota policiaca importante.

-¿En dónde?...

-En Cerrada de Salamanca 9…

Los emisarios de LA PRENSA salieron casi corriendo del edificio para dirigirse al sitio donde se les requería. En cuestión de unos cuantos minutos llegaron y un señor, chaparro, gordo y con lentes, les hizo señas.

-Aquí… ¿Ustedes vienen de LA PRENSA?

-Sí, señor…

-Yo les hablé. Es un asunto importante. Se trata de una mujer que parece bruja; compra chueco, ha tenido relaciones con la policía, hace algún tiempo su nombre salió en los periódicos por la venta de un niño…

-¿Y ahora?...

-Ahora se ha descubierto una cosa espantosa… Vean…

Los reporteros bajaron la vista para poder enterarse bien.

-¿Y esto…!

-Es el remiendo del piso recién abierto, pero mejor que yo, es el señor quien puede explicarles bien de lo que se trata.

Detrás del mostrador del estanquillo La Imperial estaba un hombre joven de ojos claros y nariz aguileña. Señalándolo, el informante dijo:

-Él vio todo, puede atestiguarlo ante las autoridades…

-¿Y qué paso aquí…? –se le preguntó al que estaba tras el mostrador.

-Pues que encontramos dos piernitas, al parecer, correspondientes a niños distintos.

-¿Y cómo se explica usted el hallazgo?…

Destazaba a recién nacidos

Don Francisco Páez era dueño del estanquillo La Imperial, situado en la casa número 9 de la Cerrada de Salamanca, de la colonia Roma, el cual estaba situado precisamente abajo del departamento que ocupaba Felícitas Sánchez, que en ocasiones anteriores había sido buscada por la policía. Aquella mujer fue durante muchos meses la comidilla de las mujeres y los niños de su calle.

-¡Es como una bruja! –dijo alguien.

-Sí, como una bruja –repitió otro.

-¡Tiene los ojos casi fuera de sus órbitas y con sólo mirarla infunde temor! Sin embargo –agregó alguien más-, visita las casas ricas y da muerte a los niños que...

-Yo no hablo sino de lo que me consta, de lo que he visto –dijo don Francisco.

-[¿Cómo así]…?...

-Hace un mes se taparon los caños del drenaje, que salen por aquí, hasta la calle.

Y señaló el lugar recién tapado con cemento, que aún se estaba fresco.

-En aquella vez –continuó diciendo- yo pagué la compostura; me cobraron diez pesos. Fue entonces cuando me enteré de que la obstrucción de los caños obedecía a que echaban por la taza del WC del tercer piso grandes pedazos de algodón y algunas otras cosas que me hicieron pensar en el control de la natalidad… Y apenas había transcurrido el mes, cuando los caños volvieron a taparse, por lo que di aviso al cobrador de la casa, quien ordenó que volviera a abrirse el piso y que se desazolvara el caño.

-Anteayer –continuó diciendo el señor Páez- vinieron unos albañiles, rompieron nuevamente el piso y… ¡qué cosa más horrible! El caño olía tanto que era imposible permanecer dentro de la tienda. Mi mujer vio también, ¿verdad?…

La señora, que había entrado al estanquillo, procedente de las habitaciones interiores, asintió con la cabeza y luego dijo:

-Sí, me consta… Los albañiles sacaron dos piernitas de niño; una de ellas estaba deshaciéndose casi, por lo que dedujimos que correspondía a otra criatura…

-Le dimos parte al cobrador de la casa y vino a ver… Nos quejamos porque no era posible soportar el mal olor que despedían. El cobrador subió a ver a la partera, pero ella había recogido sus cosas y se las llevó quién sabe a dónde…

-¡No es partera! –exclamó alguien más.

-Pues yo no sé… Lo que me consta –agregó el señor Páez- es que, en efecto, lo que obstruía el caño que por aquí sale, era eso… las piernitas de niño.

-Pronto cundió la noticia –dijo- y el vecindario se alarmó. Las señoras ya sabían de lo que era capaz la “partera”, pues era público y notorio que sus trabajos no son limpios y el escándalo fue creciendo. Por este motivo, yo pedí consejo al ingeniero X, y éste les habló a LA PRENSA, ya que habiéndonos dirigido a la Delegación de Policía, no nos hicieron caso, pues nadie vino ni se interesó por investigar lo que hay en el fondo de este asunto.

De lo que escucharon los reporteros de El Diario de las Mayorías, sacaron sus propias conclusiones, que la partera Felícitas Sánchez era culpable; no obstante, no habían escuchado la opinión de los agentes ministeriales, pero para el caso de que hubiera delito que perseguir, se llamó a la policía por teléfono.

-0-6… 0-6…

-Radiopatrullas, ¿qué se ofrece?

Los reporteros explicaron a la oficina de control en unas cuantas palabras lo que ocurría y "esperamos, pero aún no habíamos puesto nuestro brazo sobre el mostrador, cuando los chiquillos que había a las puertas del estanquillo dijeron casi a coro":

-Ya viene la patrulla…

Cuando salieron a la puerta, el carro de servicio en el sector 3, a las órdenes del teniente José López, se detuvo.

Los radiopatrulleros descendieron del vehículo para informarse y tanto el dueño del estanquillo, señor Páez, como su esposa, la señora Delia C. de Páez, y una vecina de nombre Eutiquia Gutiérrez viuda de Cárdenas, manifestaron lo que sobre la denuncia del ingeniero X sabían y les constaba.

-¿Y dónde vive la “partera”?…

-Aquí arriba, en el tercer piso.

-Por aquí, por aquí se sube…

Y un grupo de chiquillos se puso delante de los patrulleros para mostrarles la casa donde habita Felícitas Sánchez.

Un estanquillo de parapeto

Como los radiopatrulleros no encontraron a Felícitas Sánchez en su casa, investigaron que podrían hallarla en una tiendita que tenía en la calle de Guadalajara y, minutos después, llegaron allí.

La dependiente, María González, informó que había salido de allí desde las seis de la mañana, pero algunas otras personas manifestaron a los investigadores haberla visto quince minutos antes de la denuncia.

Se pensó, y con razón, que Felícitas Sánchez mataba a los recién nacidos, los partía en cuartos para que cupieran por la taza del WC y después arrojaba a las criaturas hechas pedazos para que la corriente del albañal los arrastrara hasta el Gran Canal sin riesgo a ser sorprendida; o bien, sepultaba los cuerpecitos clandestinamente o los tiraba en botes de basura de la calle.

De acuerdo con apuntes de los reporteros, en ese entonces, la policía había recogido fetos o niños recién nacidos de varios lugares de la colonia Roma, sin que se supiera cómo o de dónde provenían ni quién era responsable de esos actos.

Se busca a la fiera

Hasta la noche del 8 de abril, la policía no había podido localizar a la “partera” Felícitas Sánchez, quien provocó verdadera indignación entre el vecindario de Cerrada de Salamanca y calles cercanas, a tal grado que pronto la llamaron La Fiera.

Sin embargo, según se pudo saber extraoficialmente, se montó una vigilancia especial para que en cuanto llegara o se acercara a su casa o al estanquillo La Quebrada, “se le echara el guante”, pues las autoridades estaban empeñadas en saber en qué lugar había enterrado los despojos hallados bajo el piso del estanquillo La Imperial, para saber después qué madres fueron las que permitieron que sus hijos fuera destazados en forma tan espantosa, sólo para ocultar “su pecado”.

Tanto Sofía Sánchez, la inquilina de la “partera” Felícitas, como la dependiente María González, convinieron al ser interrogadas en que atendía a las señoras que la llamaban porque se encontraban encinta o en vísperas de dar a luz.

María González, a quien se entrevistó en La Quebrada, se mostró sorprendida y triste, aunque quiso aparentar tranquilidad.

Le preguntaron los reporteros:

-¿Su patrona es comerciante?…

-No, se dedica a la medicina.

-¿Y tiene título?…

-No sé…

-¿Pero dónde consulta?…

-Quién sabe… Posiblemente en su casa… En casas particulares.

No dijo nada más, pero su mentira en el sentido de que desde las seis de la mañana había salido de la tienda su patrona, cuado la habían visto quince minutos antes, hizo pensar que María González sabía más de lo que a simple vista parecía, a propósito de la “descuartizadora”.

Fue hasta el sábado 12 de abril de 1941 cuando los agentes, entre ellos el detective Jesús Galindo y sus subordinados José Acosta Suárez y Eduardo Gutiérrez Cortés, aprehendieron a Felícitas Sánchez, en el momento en que salía de una casa en la calle de Bélgica, colonia Buenos Aires, con destino al puerto de Veracruz, donde esperaba esconderse.

Durante 15 años había practicado abortos clandestinos, según ella, especializándose en los alumbramientos prematuros. Conforme se conocía más del caso, surgían nuevos datos, aunque no por ello verídicos o certeros, ya que aún no interrogaban a La Descuartizadora; sin embargo, mientras se ponía en claro todo el caso, en los periódicos se contaba la historia de que “ponía los fetos en el cómodo, los rociaba de gasolina, les prendía fuego y luego arrojaba las cenizas al boiler; otras veces destazaba a los niños y los echaba por la coladera, siendo por esto que llegó a taparse el caño del desagüe de la casa número 9 de la cerrada de Salamanca, lo que dio origen a la denuncia que se formuló en su contra y, posteriormente, a la persecución que culminó con su captura”.

Un muchacho despepitó todo

Después de que las radiopatrullas se presentaron en el número 9 de la Cerrada de Salamanca, requeridas por el reportero de policía de LA PRENSA, y como Felícitas Sánchez se había dado a la fuga al darse cuenta que era buscada, el detective Jesús Galindo estableció una estrecha vigilancia no sólo en la casa de Salamanca, sino en la tienda La Quebrada y en algunas otras casas, hasta lograr la detención de “la hiena”.

El hilo de esta investigación fue cogido por la policía gracias a un telefonazo de Manuel Conde Santos, quien telefoneó a Radiopatrullas, advirtiendo la presencia de Roberto Sánchez Rebollar, amante de “la bruja”, en cierto lugar de la calle de Guadalajara, donde a los pocos minutos fue detenido.

Roberto se negó a declarar en contra de su amasia, pero el muchacho dijo todo lo que sabía. Manifestó que conoció a la Sánchez en 1939, porque entró a prestar sus servicios con ella, requerido por su tío Carlos Conde, que entonces era esposo de la cruel mujer matadora de niños.

-Me consta porque lo vi -dijo-, que Roberto, Felícitas y un individuo apodado El Güero se llevaban a los fetos o los niños en un automóvil y los iban a tirar lejos.

Felícitas fue tildada como una mujer de “malos instintos”, debido a que según se contó, había regalado a sus hijos, entre ellos a dos muchachitas que en ese entonces tendrían hasta catorce y dieciséis años. El regalo fue hecho a familias acomodadas, pero aquellas criaturas ignoraban, por supuesto, que eran hijas de La Descuartizadora.

El drama se pintaba sombrío y sórdido; en un cruel relato en el que Felícitas hizo creer al marido que primero una y después la otra, sus dos hijas, habían muerto.

La cadena de los crímenes de Felícitas era tan larga, que la multitud agolpada a las puertas del número 9 de la Cerrada de Salamanca la hubieran linchado el día en que se presentaron allí las patrullas sino se hubiera escapado con la intención de no pagar por sus crímenes.

Cincuenta asesinatos

Felícitas Sánchez Aguillón o Neira, a quien llamaron “traficante y asesina de niños”, se vio en serios aprietos cuando los agentes de la Jefatura de Policía, José Acosta Suárez y Eduardo Gutiérrez Cortés, localizaron a una antigua sirvienta que le ayudaba a quemar los niños o a tirarlos en algunas de las principales calles de la colonia Roma.

Isabel Baños, quien ayudaba a Felícitas en su macabra tarea, fue localizada en la casa número 779 de Bolívar, en la colona Álamos, domicilio de la familia Flores, cuyo jefe era un prominente funcionario de la Cámara de Diputados.

Isabel, alias La Chata, trabajaba como doméstica y, rara coincidencia, cuando llegaron los detectives, se encontraron con una seria dificultad para llevársela detenida, pues según se dijo, se encontraba en cama víctima de un agudo ataque de apendicitis y no podía articular una sola palabra.

La Chata, según se sabía, estaba dispuesta a decir todo lo que sabía en relación con las criminales actividades que se desarrollaban en la maternidad disimulada que existía en la Cerrada de Salamanca número 6. Pero por el grave estado en que se encontraba, fue imposible que rindiera una amplia declaración; los médicos que la atendían expresaron que de no operarse inmediatamente sufriría peritonitis, pudiendo fallecer en el término de unas cuantas horas.

Finalmente, se determinó enviarla al Puesto Central de Socorros de la Cruz Verde, en donde se le practicó la delicada operación. Y no obstante la situación en que se hallaba, pudo decir que ella había visto matar a más de 50 niños durante todo el tiempo que trabajó como doméstica en la maternidad de Felícitas Sánchez Aguillón.

Se le preguntó si había tomado parte en la matanza de niños, pero contestó con grandes dificultades que sólo trabajaba como doméstica y que, aunque se daba cuenta de los crímenes que se cometían, nunca se atrevió a poner una denuncia ante las autoridades por miedo a perder la vida, porque Felícitas le había dicho que la mataría el día en que la acusara ante la policía.

El relato más espeluznante sobre el caso lo hizo el plomero Salvador Martínez Nieves, quien también se fue detenido. Martínez Nieves relató a los periodistas que frecuentemente era llamado por doña Felícitas para destapar la cañería de la casa de Salamanca 6, y que eran fragmentos de los niños recién nacidos los que obstruían los tubos. En la primera ocasión se negó a seguir trabajando, pero la señora le dijo que si la denunciaba a las autoridades, éstas lo aprehenderían como cómplice.

-Además –le dijo Felícitas-, a usted nada le cuesta callarse la boca, pues ya ve que en cambio de sus servicios y de su silencio tiene buena paga.

Hace algunos días (dos antes de descubrirse todo), Martínez Nieves recibió un telefonema de Felícitas:

-Maestro, quiero que venga a hacer un trabajo de los que usted ya sabe.

-No tenga cuidado, ya sabe que no diré nada a nadie.

Y en esta forma, el plomero siguió sacando pequeños cráneos envueltos aún en carne putrefacta; piernas, bracitos y vísceras de las cloacas de la criminal maternidad.

Durante cerca de tres años estuvo trabajando en la casa de Felícitas, acudiendo a ella mujeres encinta pertenecientes a todas las clases sociales. Y, según cuenta el pequeño Carlos Conde Santos, quien sirvió como mocito en una tienda cercana a la maternidad, veía frecuentemente que entraban señoras en estado interesante y, a los pocos días, salían sin defecto físico alguno, esbeltas; pero tampoco sacaban niño alguno.

Por otra parte, el mismo Conde Santos fue testigo de que tanto Felícitas como la criada Isabel Baños y el amante de ésta, Fernando o Armando Domínguez Rivero, salían en el automóvil de este último a recorrer las principales calles de la colonia Roma, en donde arrojaban pequeños bultos que no eran otrs que los fetos que no podían quemar en el boiler del baño, o bien, que eran sumamente grandes para descuartizarlos y arrojarlos por las cloacas.

Una vez deshecha toda la trama que se había forjado sobre las punibles actividades, quedaron detenidos en los separos de la Sexta Delegación el jovencito Carlos Conde Santos, quien trabajó al servicio de Felícitas Sánchez Aguillón; Agustina Palomares, Fernando o Armando Domínguez Rivero; Salvaros Martínez Nieves, el plomero, y Alberto o Roberto Sánchez, amante de Felícitas.

Todos ellos serían consignados a la Penitenciaría del Distrito Federal, en donde quedarían a disposición de un juez penal para que se les castigara por los infanticidios cometidos durante tres años y, además, por otros varios delitos, como asociación delictuosa, clandestinaje, etcétera.

"La Hiena" declara

La descuartizadora siguió tranquila en su calabozo de la Sexta Delegación de Policía. Su cuerpo rechoncho y sus ojos saltones fueron objeto de duro comentario de los compañeros de ya entonces apodada “Ogresa”.

El 15 de abril de 1941, el coronel Leopoldo Treviño Garza, jefe de los Servicios Secretos de la Jefatura de Policía, tomaría declaración a Felícitas y sus cómplices, obedeciendo instrucciones que le fueron dadas por el general Miguel Z. Martínez.

Obviamente, negaba todos los cargos que se le formularon y se antojaba imposible que se resolviera a confesar.

A medida que surgía la verdad, ya fuera por testimonios o por lo que la propia Felícitas declaraba a cuentagotas, sobre el caso el público quería saber más, los mórbidos detalles, los por qué, los quiénes.

A juzgar por lo que de “dientes para fuera”, como se dice vulgarmente, declaró Felícitas, ésta hacía aparecer como señoritas en su rudimentario consultorio, muchachas de todas las clases sociales y, principalmente, burócratas.

El escándalo social se avecinaba y en consecuencia se calculaba de magnitudes insospechadas, porque según se difundió con firmeza y fuerza, entre las mujeres que la visitaron había personas relacionadas con la política, con gente adinerada, de quien obviamente se buscaba mantener en el anonimato.

La policía conoció los nombres de muchas de aquellas chicas y mujeres y supo también las direcciones y los nombres de médicos y parteras que se dedicaban al mismo negocio a que se dedicaba Felícitas, por lo que, según se dijo, también serían aprehendidos.

Desfile de testigos

El comandante Jesús Galindo hizo llevar a la Sala de Agentes a todos los testigos de cargo en su contra; desde el dueño de la tienda La Quebrada, señor Páez, hasta el mozo encargado de ir a tirar los despojos infantiles a basureros y otros lugares de la ciudad.

Concepción Zamora Saldívar declaró que Felícitas “había dejado pasar su alumbramiento” y que por eso su hijita nació muerta; agregó que cuando estaba encamada vio a otro niño recién nacido en un cómodo y escuchó cuando Felícitas ordenó a su criada que lo enterrara en una maceta.

Declaró también Eufrosina Saldívar, pero Felícitas señaló a las dos como gentes interesadas en perjudicarla por tener parentesco con su amante Carlos Conde que, según ella, fue el que intrigó para que se la metiera a la cárcel.

Fausto Gómez, de dieciséis años, dijo que, efectivamente, él iba a tirar unos bultos que le encomendaba Felícitas, pero que no sabía su contenido, mas aclaró que en múltiples veces, la mujer le había aconsejado que no se dejara ver por la policía al tiempo de arrojar esos bultos en las viñas o botes para basura.

Se aclaró asimismo que era el doctor Edmundo Bonequi, quien preparaba los cuerpecitos que luego recibía Felícitas y enterraba por su cuenta.

Luz Cárdenas dijo ante el comandante Jesús Galindo haber visto las dos piernitas que obstruían el albañal que pasa bajo el piso de la tienda La Quebrada y Felícitas la desmintió; aseguró asimismo haber visto a la misma Felícitas envolver en unos periódicos esos despojos para llevárselos, y este cargo fue igualmente desmentido.

Felícitas contó parte de su vida, pero se guardó muchas infamias. Sin embargo, confesó la muerte y entierro clandestino de cuatro infelices criaturas; dos en unas grutas de Tacubaya, uno que fue arrojado al Gran Canal y otra más en Río Frío.

En huelga de hambre

Fue verdaderamente lastimoso el estado en que se encontraba Felícitas, a quien llamaban ya de muchas formas: “la mujer hiena”, “la descuartizadora”, “ogresa”, “fiera”. En un rincón de uno de los pequeños patios de los separos de la guardia especial, tirada boca arriba encima de unos sarapes, con el rostro desfigurado por un rictus que no podía decirse si era de terror, de rabia o de dolor, Felícitas parecía haber llegado al final de sus días.

Los ojos saltones los abría y los cerraba con dificultad y en las comisuras de su boca se advertían resecos espumarajos en tanto que su cuerpo se debatía en violentas convulsiones.

-¡No quiero estar aquí! –decía con voz queda y las manos en su vientre.

Se dijo que la criminal mujer estaba envenenada, pero enseguida uno de los detectives de servicio de la guardia especial nos informó que Felícitas Sánchez Aguillón no había querido probar alimento desde hacía cinco días.

Entonces, Felícitas quiso incorporarse, pero solamente pudo hincarse recargándose en la pared.

-No me dan de comer- balbuceó y se desplomó.

Mas lo cierto es que “la mujer hiena” no quiso comer durante varios días. En su celda se encontraron varias canastas con comida y pan, y esto confirmó plenamente que Felícitas se declaró en huelga de hambre, seguramente para que, cuando compareciera ante su juez, alegara que por tormento fue obligada a confesar crímenes que no cometió.

Cínica confesión

Finalmente, el sábado 26 de abril de 1945, a mediodía, se pudo tomar la declaración preparatoria de Felícitas Sánchez Aguillón, acusada de infinidad de infanticidios.

Los licenciados Clemente Castellanos y Fernando González, juez y secretario del Juzgado Tercero de la Primera Corte Penal, respectivamente, acompañados de los abogados defensores de Felícitas, señores Roberto Enríquez y Salvador Martínez Mendoza y del letrado Juan Carballedo, que patrocinó a Carlos Conde, amante de La Ogresa, estuvieron el jueves 24 de abril por la noche en el sitio donde se hallaba la acusada, con el deseo de efectuar la diligencia, no habiéndolo hecho así porque la mujer no estaba en condiciones físicas de poder contestar al interrogatorio.

¡En libertad...!

La Descuartizadora, sentada en el único camastro con que contaba la enfermería de la Ampliación para Mujeres, recibió fríamente al juez y a sus defensores. En su horripilante rostro se notaban las huellas de los sufrimientos pasados, tal vez por los remordimientos de haber quitado la vida a las inocentes víctimas que cayeron en su poder.

Durante el interrogatorio hubo momentos en que sufrió o aparentó sufrir leves desvanecimientos. Con palabra leve y reposada, contestó a las preguntas que le formularon, procurando siempre no incurrir en faltas que le ocasionaran serios perjuicios.

Al ver penetrar a los personajes que intervinieron en la diligencia, exclamó:

“Todo es mentira… pura mentira. Si declaré en la forma que lo hice en la policía, se debió únicamente a que Carlos Conde me dijo que sólo así era la manera en que saldría menos comprometida.”

El juez que le instruyó el proceso, inició interrogatorio preguntando a Felícitas sobre su participación en el delito de los abortos que se le imputaban.

“Efectivamente, atendí muchas veces a mujeres que llegaban a mi casa. Las atendí de las fuertes hemorragias que tenían, algunas provocadas por golpes y la mayoría de ellas por serios trastornos ocasionados por haber ingerido sustancias especiales para el aborto…Me encargaba de las personas que requerían mis servicios, y una vez que cumplía en mis trabajos de obstetricia, arrojaba los fetos por el caño del WC.

“Los cientos de infanticidios que se me achacan son puras fantasías. Puras falsedades. No es cierto que haya arrojado al caño fetos de siete y ocho meses, como aseguran… Cuando más, tiré por este sitio a aquellos pequeñitos de uno o dos meses. De estos casos he tenido infinidad”.

¡Saldrá sin castigo...!

La parte final sobre el escandaloso descubrimiento hecho por la Policía en días previos encontró inexplicable desenlace al ser conocida la determinación del licenciado Clemente Castellanos, juez tercero de la Primera Corte Penal, que decretó formal prisión y la de Carlos Conde, únicamente por el delito violación a la Ley de Inhumación pasando por alto los otros punibles actos y que consistían en los delitos de abortos, asociación delictuosa y responsabilidad médica y técnica.

Por lo tanto, tal vez quedarían en el misterio las actividades delictuosas a que se dedicaban, como también quedaría oculto para siempre entre el juez y los defensores de los acusados las componendas que determinaron tan inexplicable dictamen.

El reportero de LA PRENSA escribió: “Ojalá se lograra descorrer el velo que entraña todo este misterio en beneficio de la sociedad, que pugna porque sean castigados los delitos de tal magnitud”.

Puntos resolutivos

El domingo 27 de abril de 1941, en El Diario de las Mayorías se publicó con precisión la resolución a que habían llegado el día previo el licenciado Castellanos y el secretario auxiliar del Juzgado Tercero de la Primera Corte Penal, licenciado Fernando B. González, quienes habían estudiado el voluminoso expediente para fallar si se decretaba la formal prisión o la libertad de los inculpados en los escandalosos hechos.

A las 14:00 horas se dio a conocer el dictamen, conteniendo los siguientes puntos resolutivos:

1.o- Se decreta la formal prisión o preventiva a Felícitas Sánchez Neira o Aguillón y Carlos Conde, como presuntos responsables del delito de violación a las Leyes de Inhumación.

2.o- Se decreta la libertad por falta de méritos, con las reservas de ley, de Felícitas Sánchez Neira, Isabel Baños Peña y Aurelia González Torres, como presuntos responsables del delito de aborto.

3.o- Se decreta la libertad, por falta de méritos y con las reservas de ley, de Isabel Peña, Carlos Conde Reyes y Felícitas Sánchez Aguillón, por lo que hace al delito de asociación delictuosa.

4.o- Se decreta la libertad con las reservas de ley de Felícitas Sánchez Neira o Aguillón, por lo que hace al delito de responsabilidad médica y técnica y

5.o- Se decreta la libertad por la falta de méritos, con las reservas de ley, de Salvador Martínez Reyes o Nieves y Gustavo Aguilar Vargas, por el delito de encubrimiento.

Hasta aquí llegaron los puntos resolutivos. En cada uno hay notables aberraciones, máxime si se toma la nota de la declaración preparatoria que rindió el viernes en la mañana La Descuartizadora en la enfermería de la Ampliación para Mujeres de la Penitenciaría, ante el mismo licenciado Castellanos.

Solo faltas leves

Lo más increíble fue que quizás el mismo 28 de abril de 1941 saliera libre La Ogresa bajo fianza, quien se encontraba acusada de los delitos de provocar alumbramientos, asociación delictuosa, responsabilidad médica y técnica y violaciones a la Ley de Inhumación.

Se ignoraba a qué se debió que entre las acusaciones no figurara el delito de infanticidio en un infante desconocido de ocho o nueve meses, y cuyos miembros fueron encontrados obstruyendo la cañería de la casa de la Cerrada de Salamanca número 9.

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Inexplicablemente se omitió con todo dolo la consignación del hecho que por sí solo hubiera bastado para castigar severamente a Felícitas, máxime que según declaración rendida por el plomero Salvador Martínez, no fue una vez sino varias las ocasiones en que fueron requeridos sus servicios para destapar el conducto del WC a las cañerías de la calle, obstruido con desperdicios e inmundicias.

No hubo una conclusión del caso, más allá de la satisfacción que requería la sociedad al pedir la muerte de La Ogresa, quien salió tiempo después de prisión al pagar la fianza que se había fijado. Luego, el destino fue despiadado con ella, pues al parecer la gravedad del asunto mermó su mente, la hizo regresar a su infernal pasado, resucitó fantasmas que quizás la persiguieron hasta su muerte, acaecida el 16 de junio de 1941, por sobredosis de nembutal.

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Decrépita, cabizbaja y sin llorar, sino perdida y vuelta hacia el pasado inmediato que la ensimismaba así como la aniquilaba, Felícitas vivía sus últimos días, luego de unos meses que fueron la antesala del infierno cuando se supo lo que hacía.

Su oficio reportaba la muerte de infantes, pero ella creía que hacía algo por los demás, más allá del crimen en que ya consistía el mero acto. Su devenir estuvo fuera de las rejas físicas; no obstante, la prisión que se construyó a su alrededor fue quizá el motivo por el cual lentamente fue perdiendo la razón, la cordura, el ánimo de vivir y, ya sin esperanza, decidió renunciar a la vida.

La historia del crimen de Felícitas es un capítulo oscuro en cuanto a los hechos, pero también en cuanto a las consecuencias, las penas y los castigos, ya que éstos quedaron lejos de ser lo que exigía una sociedad que condenó desde el primer instante en que se destapó, literal y metafóricamente, la cloaca.

Todo ocurrió la mañana del 8 de abril de 1941 cuando a la redacción del periódico LA PRENSA llamó un ciudadano para solicitar que un reportero se presentara en Cerrada de Salamanca número 9, ya que se había descubierto algo, al parecer, tétrico. Y como se había dado parte a las autoridades sin que se atendiera el llamado, lo mejor fue acudir con quien “dijera lo que otros callaban”.

Éste es el relato de aquella conversación:

-Sí, bueno, ¿quién habla?...

-Habla el sr. “Juan N”.

-¿Y qué se le ofrecía?

-Necesitamos un reportero, pero luego. Hay una nota policiaca importante.

-¿En dónde?...

-En Cerrada de Salamanca 9…

Los emisarios de LA PRENSA salieron casi corriendo del edificio para dirigirse al sitio donde se les requería. En cuestión de unos cuantos minutos llegaron y un señor, chaparro, gordo y con lentes, les hizo señas.

-Aquí… ¿Ustedes vienen de LA PRENSA?

-Sí, señor…

-Yo les hablé. Es un asunto importante. Se trata de una mujer que parece bruja; compra chueco, ha tenido relaciones con la policía, hace algún tiempo su nombre salió en los periódicos por la venta de un niño…

-¿Y ahora?...

-Ahora se ha descubierto una cosa espantosa… Vean…

Los reporteros bajaron la vista para poder enterarse bien.

-¿Y esto…!

-Es el remiendo del piso recién abierto, pero mejor que yo, es el señor quien puede explicarles bien de lo que se trata.

Detrás del mostrador del estanquillo La Imperial estaba un hombre joven de ojos claros y nariz aguileña. Señalándolo, el informante dijo:

-Él vio todo, puede atestiguarlo ante las autoridades…

-¿Y qué paso aquí…? –se le preguntó al que estaba tras el mostrador.

-Pues que encontramos dos piernitas, al parecer, correspondientes a niños distintos.

-¿Y cómo se explica usted el hallazgo?…

Destazaba a recién nacidos

Don Francisco Páez era dueño del estanquillo La Imperial, situado en la casa número 9 de la Cerrada de Salamanca, de la colonia Roma, el cual estaba situado precisamente abajo del departamento que ocupaba Felícitas Sánchez, que en ocasiones anteriores había sido buscada por la policía. Aquella mujer fue durante muchos meses la comidilla de las mujeres y los niños de su calle.

-¡Es como una bruja! –dijo alguien.

-Sí, como una bruja –repitió otro.

-¡Tiene los ojos casi fuera de sus órbitas y con sólo mirarla infunde temor! Sin embargo –agregó alguien más-, visita las casas ricas y da muerte a los niños que...

-Yo no hablo sino de lo que me consta, de lo que he visto –dijo don Francisco.

-[¿Cómo así]…?...

-Hace un mes se taparon los caños del drenaje, que salen por aquí, hasta la calle.

Y señaló el lugar recién tapado con cemento, que aún se estaba fresco.

-En aquella vez –continuó diciendo- yo pagué la compostura; me cobraron diez pesos. Fue entonces cuando me enteré de que la obstrucción de los caños obedecía a que echaban por la taza del WC del tercer piso grandes pedazos de algodón y algunas otras cosas que me hicieron pensar en el control de la natalidad… Y apenas había transcurrido el mes, cuando los caños volvieron a taparse, por lo que di aviso al cobrador de la casa, quien ordenó que volviera a abrirse el piso y que se desazolvara el caño.

-Anteayer –continuó diciendo el señor Páez- vinieron unos albañiles, rompieron nuevamente el piso y… ¡qué cosa más horrible! El caño olía tanto que era imposible permanecer dentro de la tienda. Mi mujer vio también, ¿verdad?…

La señora, que había entrado al estanquillo, procedente de las habitaciones interiores, asintió con la cabeza y luego dijo:

-Sí, me consta… Los albañiles sacaron dos piernitas de niño; una de ellas estaba deshaciéndose casi, por lo que dedujimos que correspondía a otra criatura…

-Le dimos parte al cobrador de la casa y vino a ver… Nos quejamos porque no era posible soportar el mal olor que despedían. El cobrador subió a ver a la partera, pero ella había recogido sus cosas y se las llevó quién sabe a dónde…

-¡No es partera! –exclamó alguien más.

-Pues yo no sé… Lo que me consta –agregó el señor Páez- es que, en efecto, lo que obstruía el caño que por aquí sale, era eso… las piernitas de niño.

-Pronto cundió la noticia –dijo- y el vecindario se alarmó. Las señoras ya sabían de lo que era capaz la “partera”, pues era público y notorio que sus trabajos no son limpios y el escándalo fue creciendo. Por este motivo, yo pedí consejo al ingeniero X, y éste les habló a LA PRENSA, ya que habiéndonos dirigido a la Delegación de Policía, no nos hicieron caso, pues nadie vino ni se interesó por investigar lo que hay en el fondo de este asunto.

De lo que escucharon los reporteros de El Diario de las Mayorías, sacaron sus propias conclusiones, que la partera Felícitas Sánchez era culpable; no obstante, no habían escuchado la opinión de los agentes ministeriales, pero para el caso de que hubiera delito que perseguir, se llamó a la policía por teléfono.

-0-6… 0-6…

-Radiopatrullas, ¿qué se ofrece?

Los reporteros explicaron a la oficina de control en unas cuantas palabras lo que ocurría y "esperamos, pero aún no habíamos puesto nuestro brazo sobre el mostrador, cuando los chiquillos que había a las puertas del estanquillo dijeron casi a coro":

-Ya viene la patrulla…

Cuando salieron a la puerta, el carro de servicio en el sector 3, a las órdenes del teniente José López, se detuvo.

Los radiopatrulleros descendieron del vehículo para informarse y tanto el dueño del estanquillo, señor Páez, como su esposa, la señora Delia C. de Páez, y una vecina de nombre Eutiquia Gutiérrez viuda de Cárdenas, manifestaron lo que sobre la denuncia del ingeniero X sabían y les constaba.

-¿Y dónde vive la “partera”?…

-Aquí arriba, en el tercer piso.

-Por aquí, por aquí se sube…

Y un grupo de chiquillos se puso delante de los patrulleros para mostrarles la casa donde habita Felícitas Sánchez.

Un estanquillo de parapeto

Como los radiopatrulleros no encontraron a Felícitas Sánchez en su casa, investigaron que podrían hallarla en una tiendita que tenía en la calle de Guadalajara y, minutos después, llegaron allí.

La dependiente, María González, informó que había salido de allí desde las seis de la mañana, pero algunas otras personas manifestaron a los investigadores haberla visto quince minutos antes de la denuncia.

Se pensó, y con razón, que Felícitas Sánchez mataba a los recién nacidos, los partía en cuartos para que cupieran por la taza del WC y después arrojaba a las criaturas hechas pedazos para que la corriente del albañal los arrastrara hasta el Gran Canal sin riesgo a ser sorprendida; o bien, sepultaba los cuerpecitos clandestinamente o los tiraba en botes de basura de la calle.

De acuerdo con apuntes de los reporteros, en ese entonces, la policía había recogido fetos o niños recién nacidos de varios lugares de la colonia Roma, sin que se supiera cómo o de dónde provenían ni quién era responsable de esos actos.

Se busca a la fiera

Hasta la noche del 8 de abril, la policía no había podido localizar a la “partera” Felícitas Sánchez, quien provocó verdadera indignación entre el vecindario de Cerrada de Salamanca y calles cercanas, a tal grado que pronto la llamaron La Fiera.

Sin embargo, según se pudo saber extraoficialmente, se montó una vigilancia especial para que en cuanto llegara o se acercara a su casa o al estanquillo La Quebrada, “se le echara el guante”, pues las autoridades estaban empeñadas en saber en qué lugar había enterrado los despojos hallados bajo el piso del estanquillo La Imperial, para saber después qué madres fueron las que permitieron que sus hijos fuera destazados en forma tan espantosa, sólo para ocultar “su pecado”.

Tanto Sofía Sánchez, la inquilina de la “partera” Felícitas, como la dependiente María González, convinieron al ser interrogadas en que atendía a las señoras que la llamaban porque se encontraban encinta o en vísperas de dar a luz.

María González, a quien se entrevistó en La Quebrada, se mostró sorprendida y triste, aunque quiso aparentar tranquilidad.

Le preguntaron los reporteros:

-¿Su patrona es comerciante?…

-No, se dedica a la medicina.

-¿Y tiene título?…

-No sé…

-¿Pero dónde consulta?…

-Quién sabe… Posiblemente en su casa… En casas particulares.

No dijo nada más, pero su mentira en el sentido de que desde las seis de la mañana había salido de la tienda su patrona, cuado la habían visto quince minutos antes, hizo pensar que María González sabía más de lo que a simple vista parecía, a propósito de la “descuartizadora”.

Fue hasta el sábado 12 de abril de 1941 cuando los agentes, entre ellos el detective Jesús Galindo y sus subordinados José Acosta Suárez y Eduardo Gutiérrez Cortés, aprehendieron a Felícitas Sánchez, en el momento en que salía de una casa en la calle de Bélgica, colonia Buenos Aires, con destino al puerto de Veracruz, donde esperaba esconderse.

Durante 15 años había practicado abortos clandestinos, según ella, especializándose en los alumbramientos prematuros. Conforme se conocía más del caso, surgían nuevos datos, aunque no por ello verídicos o certeros, ya que aún no interrogaban a La Descuartizadora; sin embargo, mientras se ponía en claro todo el caso, en los periódicos se contaba la historia de que “ponía los fetos en el cómodo, los rociaba de gasolina, les prendía fuego y luego arrojaba las cenizas al boiler; otras veces destazaba a los niños y los echaba por la coladera, siendo por esto que llegó a taparse el caño del desagüe de la casa número 9 de la cerrada de Salamanca, lo que dio origen a la denuncia que se formuló en su contra y, posteriormente, a la persecución que culminó con su captura”.

Un muchacho despepitó todo

Después de que las radiopatrullas se presentaron en el número 9 de la Cerrada de Salamanca, requeridas por el reportero de policía de LA PRENSA, y como Felícitas Sánchez se había dado a la fuga al darse cuenta que era buscada, el detective Jesús Galindo estableció una estrecha vigilancia no sólo en la casa de Salamanca, sino en la tienda La Quebrada y en algunas otras casas, hasta lograr la detención de “la hiena”.

El hilo de esta investigación fue cogido por la policía gracias a un telefonazo de Manuel Conde Santos, quien telefoneó a Radiopatrullas, advirtiendo la presencia de Roberto Sánchez Rebollar, amante de “la bruja”, en cierto lugar de la calle de Guadalajara, donde a los pocos minutos fue detenido.

Roberto se negó a declarar en contra de su amasia, pero el muchacho dijo todo lo que sabía. Manifestó que conoció a la Sánchez en 1939, porque entró a prestar sus servicios con ella, requerido por su tío Carlos Conde, que entonces era esposo de la cruel mujer matadora de niños.

-Me consta porque lo vi -dijo-, que Roberto, Felícitas y un individuo apodado El Güero se llevaban a los fetos o los niños en un automóvil y los iban a tirar lejos.

Felícitas fue tildada como una mujer de “malos instintos”, debido a que según se contó, había regalado a sus hijos, entre ellos a dos muchachitas que en ese entonces tendrían hasta catorce y dieciséis años. El regalo fue hecho a familias acomodadas, pero aquellas criaturas ignoraban, por supuesto, que eran hijas de La Descuartizadora.

El drama se pintaba sombrío y sórdido; en un cruel relato en el que Felícitas hizo creer al marido que primero una y después la otra, sus dos hijas, habían muerto.

La cadena de los crímenes de Felícitas era tan larga, que la multitud agolpada a las puertas del número 9 de la Cerrada de Salamanca la hubieran linchado el día en que se presentaron allí las patrullas sino se hubiera escapado con la intención de no pagar por sus crímenes.

Cincuenta asesinatos

Felícitas Sánchez Aguillón o Neira, a quien llamaron “traficante y asesina de niños”, se vio en serios aprietos cuando los agentes de la Jefatura de Policía, José Acosta Suárez y Eduardo Gutiérrez Cortés, localizaron a una antigua sirvienta que le ayudaba a quemar los niños o a tirarlos en algunas de las principales calles de la colonia Roma.

Isabel Baños, quien ayudaba a Felícitas en su macabra tarea, fue localizada en la casa número 779 de Bolívar, en la colona Álamos, domicilio de la familia Flores, cuyo jefe era un prominente funcionario de la Cámara de Diputados.

Isabel, alias La Chata, trabajaba como doméstica y, rara coincidencia, cuando llegaron los detectives, se encontraron con una seria dificultad para llevársela detenida, pues según se dijo, se encontraba en cama víctima de un agudo ataque de apendicitis y no podía articular una sola palabra.

La Chata, según se sabía, estaba dispuesta a decir todo lo que sabía en relación con las criminales actividades que se desarrollaban en la maternidad disimulada que existía en la Cerrada de Salamanca número 6. Pero por el grave estado en que se encontraba, fue imposible que rindiera una amplia declaración; los médicos que la atendían expresaron que de no operarse inmediatamente sufriría peritonitis, pudiendo fallecer en el término de unas cuantas horas.

Finalmente, se determinó enviarla al Puesto Central de Socorros de la Cruz Verde, en donde se le practicó la delicada operación. Y no obstante la situación en que se hallaba, pudo decir que ella había visto matar a más de 50 niños durante todo el tiempo que trabajó como doméstica en la maternidad de Felícitas Sánchez Aguillón.

Se le preguntó si había tomado parte en la matanza de niños, pero contestó con grandes dificultades que sólo trabajaba como doméstica y que, aunque se daba cuenta de los crímenes que se cometían, nunca se atrevió a poner una denuncia ante las autoridades por miedo a perder la vida, porque Felícitas le había dicho que la mataría el día en que la acusara ante la policía.

El relato más espeluznante sobre el caso lo hizo el plomero Salvador Martínez Nieves, quien también se fue detenido. Martínez Nieves relató a los periodistas que frecuentemente era llamado por doña Felícitas para destapar la cañería de la casa de Salamanca 6, y que eran fragmentos de los niños recién nacidos los que obstruían los tubos. En la primera ocasión se negó a seguir trabajando, pero la señora le dijo que si la denunciaba a las autoridades, éstas lo aprehenderían como cómplice.

-Además –le dijo Felícitas-, a usted nada le cuesta callarse la boca, pues ya ve que en cambio de sus servicios y de su silencio tiene buena paga.

Hace algunos días (dos antes de descubrirse todo), Martínez Nieves recibió un telefonema de Felícitas:

-Maestro, quiero que venga a hacer un trabajo de los que usted ya sabe.

-No tenga cuidado, ya sabe que no diré nada a nadie.

Y en esta forma, el plomero siguió sacando pequeños cráneos envueltos aún en carne putrefacta; piernas, bracitos y vísceras de las cloacas de la criminal maternidad.

Durante cerca de tres años estuvo trabajando en la casa de Felícitas, acudiendo a ella mujeres encinta pertenecientes a todas las clases sociales. Y, según cuenta el pequeño Carlos Conde Santos, quien sirvió como mocito en una tienda cercana a la maternidad, veía frecuentemente que entraban señoras en estado interesante y, a los pocos días, salían sin defecto físico alguno, esbeltas; pero tampoco sacaban niño alguno.

Por otra parte, el mismo Conde Santos fue testigo de que tanto Felícitas como la criada Isabel Baños y el amante de ésta, Fernando o Armando Domínguez Rivero, salían en el automóvil de este último a recorrer las principales calles de la colonia Roma, en donde arrojaban pequeños bultos que no eran otrs que los fetos que no podían quemar en el boiler del baño, o bien, que eran sumamente grandes para descuartizarlos y arrojarlos por las cloacas.

Una vez deshecha toda la trama que se había forjado sobre las punibles actividades, quedaron detenidos en los separos de la Sexta Delegación el jovencito Carlos Conde Santos, quien trabajó al servicio de Felícitas Sánchez Aguillón; Agustina Palomares, Fernando o Armando Domínguez Rivero; Salvaros Martínez Nieves, el plomero, y Alberto o Roberto Sánchez, amante de Felícitas.

Todos ellos serían consignados a la Penitenciaría del Distrito Federal, en donde quedarían a disposición de un juez penal para que se les castigara por los infanticidios cometidos durante tres años y, además, por otros varios delitos, como asociación delictuosa, clandestinaje, etcétera.

"La Hiena" declara

La descuartizadora siguió tranquila en su calabozo de la Sexta Delegación de Policía. Su cuerpo rechoncho y sus ojos saltones fueron objeto de duro comentario de los compañeros de ya entonces apodada “Ogresa”.

El 15 de abril de 1941, el coronel Leopoldo Treviño Garza, jefe de los Servicios Secretos de la Jefatura de Policía, tomaría declaración a Felícitas y sus cómplices, obedeciendo instrucciones que le fueron dadas por el general Miguel Z. Martínez.

Obviamente, negaba todos los cargos que se le formularon y se antojaba imposible que se resolviera a confesar.

A medida que surgía la verdad, ya fuera por testimonios o por lo que la propia Felícitas declaraba a cuentagotas, sobre el caso el público quería saber más, los mórbidos detalles, los por qué, los quiénes.

A juzgar por lo que de “dientes para fuera”, como se dice vulgarmente, declaró Felícitas, ésta hacía aparecer como señoritas en su rudimentario consultorio, muchachas de todas las clases sociales y, principalmente, burócratas.

El escándalo social se avecinaba y en consecuencia se calculaba de magnitudes insospechadas, porque según se difundió con firmeza y fuerza, entre las mujeres que la visitaron había personas relacionadas con la política, con gente adinerada, de quien obviamente se buscaba mantener en el anonimato.

La policía conoció los nombres de muchas de aquellas chicas y mujeres y supo también las direcciones y los nombres de médicos y parteras que se dedicaban al mismo negocio a que se dedicaba Felícitas, por lo que, según se dijo, también serían aprehendidos.

Desfile de testigos

El comandante Jesús Galindo hizo llevar a la Sala de Agentes a todos los testigos de cargo en su contra; desde el dueño de la tienda La Quebrada, señor Páez, hasta el mozo encargado de ir a tirar los despojos infantiles a basureros y otros lugares de la ciudad.

Concepción Zamora Saldívar declaró que Felícitas “había dejado pasar su alumbramiento” y que por eso su hijita nació muerta; agregó que cuando estaba encamada vio a otro niño recién nacido en un cómodo y escuchó cuando Felícitas ordenó a su criada que lo enterrara en una maceta.

Declaró también Eufrosina Saldívar, pero Felícitas señaló a las dos como gentes interesadas en perjudicarla por tener parentesco con su amante Carlos Conde que, según ella, fue el que intrigó para que se la metiera a la cárcel.

Fausto Gómez, de dieciséis años, dijo que, efectivamente, él iba a tirar unos bultos que le encomendaba Felícitas, pero que no sabía su contenido, mas aclaró que en múltiples veces, la mujer le había aconsejado que no se dejara ver por la policía al tiempo de arrojar esos bultos en las viñas o botes para basura.

Se aclaró asimismo que era el doctor Edmundo Bonequi, quien preparaba los cuerpecitos que luego recibía Felícitas y enterraba por su cuenta.

Luz Cárdenas dijo ante el comandante Jesús Galindo haber visto las dos piernitas que obstruían el albañal que pasa bajo el piso de la tienda La Quebrada y Felícitas la desmintió; aseguró asimismo haber visto a la misma Felícitas envolver en unos periódicos esos despojos para llevárselos, y este cargo fue igualmente desmentido.

Felícitas contó parte de su vida, pero se guardó muchas infamias. Sin embargo, confesó la muerte y entierro clandestino de cuatro infelices criaturas; dos en unas grutas de Tacubaya, uno que fue arrojado al Gran Canal y otra más en Río Frío.

En huelga de hambre

Fue verdaderamente lastimoso el estado en que se encontraba Felícitas, a quien llamaban ya de muchas formas: “la mujer hiena”, “la descuartizadora”, “ogresa”, “fiera”. En un rincón de uno de los pequeños patios de los separos de la guardia especial, tirada boca arriba encima de unos sarapes, con el rostro desfigurado por un rictus que no podía decirse si era de terror, de rabia o de dolor, Felícitas parecía haber llegado al final de sus días.

Los ojos saltones los abría y los cerraba con dificultad y en las comisuras de su boca se advertían resecos espumarajos en tanto que su cuerpo se debatía en violentas convulsiones.

-¡No quiero estar aquí! –decía con voz queda y las manos en su vientre.

Se dijo que la criminal mujer estaba envenenada, pero enseguida uno de los detectives de servicio de la guardia especial nos informó que Felícitas Sánchez Aguillón no había querido probar alimento desde hacía cinco días.

Entonces, Felícitas quiso incorporarse, pero solamente pudo hincarse recargándose en la pared.

-No me dan de comer- balbuceó y se desplomó.

Mas lo cierto es que “la mujer hiena” no quiso comer durante varios días. En su celda se encontraron varias canastas con comida y pan, y esto confirmó plenamente que Felícitas se declaró en huelga de hambre, seguramente para que, cuando compareciera ante su juez, alegara que por tormento fue obligada a confesar crímenes que no cometió.

Cínica confesión

Finalmente, el sábado 26 de abril de 1945, a mediodía, se pudo tomar la declaración preparatoria de Felícitas Sánchez Aguillón, acusada de infinidad de infanticidios.

Los licenciados Clemente Castellanos y Fernando González, juez y secretario del Juzgado Tercero de la Primera Corte Penal, respectivamente, acompañados de los abogados defensores de Felícitas, señores Roberto Enríquez y Salvador Martínez Mendoza y del letrado Juan Carballedo, que patrocinó a Carlos Conde, amante de La Ogresa, estuvieron el jueves 24 de abril por la noche en el sitio donde se hallaba la acusada, con el deseo de efectuar la diligencia, no habiéndolo hecho así porque la mujer no estaba en condiciones físicas de poder contestar al interrogatorio.

¡En libertad...!

La Descuartizadora, sentada en el único camastro con que contaba la enfermería de la Ampliación para Mujeres, recibió fríamente al juez y a sus defensores. En su horripilante rostro se notaban las huellas de los sufrimientos pasados, tal vez por los remordimientos de haber quitado la vida a las inocentes víctimas que cayeron en su poder.

Durante el interrogatorio hubo momentos en que sufrió o aparentó sufrir leves desvanecimientos. Con palabra leve y reposada, contestó a las preguntas que le formularon, procurando siempre no incurrir en faltas que le ocasionaran serios perjuicios.

Al ver penetrar a los personajes que intervinieron en la diligencia, exclamó:

“Todo es mentira… pura mentira. Si declaré en la forma que lo hice en la policía, se debió únicamente a que Carlos Conde me dijo que sólo así era la manera en que saldría menos comprometida.”

El juez que le instruyó el proceso, inició interrogatorio preguntando a Felícitas sobre su participación en el delito de los abortos que se le imputaban.

“Efectivamente, atendí muchas veces a mujeres que llegaban a mi casa. Las atendí de las fuertes hemorragias que tenían, algunas provocadas por golpes y la mayoría de ellas por serios trastornos ocasionados por haber ingerido sustancias especiales para el aborto…Me encargaba de las personas que requerían mis servicios, y una vez que cumplía en mis trabajos de obstetricia, arrojaba los fetos por el caño del WC.

“Los cientos de infanticidios que se me achacan son puras fantasías. Puras falsedades. No es cierto que haya arrojado al caño fetos de siete y ocho meses, como aseguran… Cuando más, tiré por este sitio a aquellos pequeñitos de uno o dos meses. De estos casos he tenido infinidad”.

¡Saldrá sin castigo...!

La parte final sobre el escandaloso descubrimiento hecho por la Policía en días previos encontró inexplicable desenlace al ser conocida la determinación del licenciado Clemente Castellanos, juez tercero de la Primera Corte Penal, que decretó formal prisión y la de Carlos Conde, únicamente por el delito violación a la Ley de Inhumación pasando por alto los otros punibles actos y que consistían en los delitos de abortos, asociación delictuosa y responsabilidad médica y técnica.

Por lo tanto, tal vez quedarían en el misterio las actividades delictuosas a que se dedicaban, como también quedaría oculto para siempre entre el juez y los defensores de los acusados las componendas que determinaron tan inexplicable dictamen.

El reportero de LA PRENSA escribió: “Ojalá se lograra descorrer el velo que entraña todo este misterio en beneficio de la sociedad, que pugna porque sean castigados los delitos de tal magnitud”.

Puntos resolutivos

El domingo 27 de abril de 1941, en El Diario de las Mayorías se publicó con precisión la resolución a que habían llegado el día previo el licenciado Castellanos y el secretario auxiliar del Juzgado Tercero de la Primera Corte Penal, licenciado Fernando B. González, quienes habían estudiado el voluminoso expediente para fallar si se decretaba la formal prisión o la libertad de los inculpados en los escandalosos hechos.

A las 14:00 horas se dio a conocer el dictamen, conteniendo los siguientes puntos resolutivos:

1.o- Se decreta la formal prisión o preventiva a Felícitas Sánchez Neira o Aguillón y Carlos Conde, como presuntos responsables del delito de violación a las Leyes de Inhumación.

2.o- Se decreta la libertad por falta de méritos, con las reservas de ley, de Felícitas Sánchez Neira, Isabel Baños Peña y Aurelia González Torres, como presuntos responsables del delito de aborto.

3.o- Se decreta la libertad, por falta de méritos y con las reservas de ley, de Isabel Peña, Carlos Conde Reyes y Felícitas Sánchez Aguillón, por lo que hace al delito de asociación delictuosa.

4.o- Se decreta la libertad con las reservas de ley de Felícitas Sánchez Neira o Aguillón, por lo que hace al delito de responsabilidad médica y técnica y

5.o- Se decreta la libertad por la falta de méritos, con las reservas de ley, de Salvador Martínez Reyes o Nieves y Gustavo Aguilar Vargas, por el delito de encubrimiento.

Hasta aquí llegaron los puntos resolutivos. En cada uno hay notables aberraciones, máxime si se toma la nota de la declaración preparatoria que rindió el viernes en la mañana La Descuartizadora en la enfermería de la Ampliación para Mujeres de la Penitenciaría, ante el mismo licenciado Castellanos.

Solo faltas leves

Lo más increíble fue que quizás el mismo 28 de abril de 1941 saliera libre La Ogresa bajo fianza, quien se encontraba acusada de los delitos de provocar alumbramientos, asociación delictuosa, responsabilidad médica y técnica y violaciones a la Ley de Inhumación.

Se ignoraba a qué se debió que entre las acusaciones no figurara el delito de infanticidio en un infante desconocido de ocho o nueve meses, y cuyos miembros fueron encontrados obstruyendo la cañería de la casa de la Cerrada de Salamanca número 9.

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Inexplicablemente se omitió con todo dolo la consignación del hecho que por sí solo hubiera bastado para castigar severamente a Felícitas, máxime que según declaración rendida por el plomero Salvador Martínez, no fue una vez sino varias las ocasiones en que fueron requeridos sus servicios para destapar el conducto del WC a las cañerías de la calle, obstruido con desperdicios e inmundicias.

No hubo una conclusión del caso, más allá de la satisfacción que requería la sociedad al pedir la muerte de La Ogresa, quien salió tiempo después de prisión al pagar la fianza que se había fijado. Luego, el destino fue despiadado con ella, pues al parecer la gravedad del asunto mermó su mente, la hizo regresar a su infernal pasado, resucitó fantasmas que quizás la persiguieron hasta su muerte, acaecida el 16 de junio de 1941, por sobredosis de nembutal.

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