El 26 de febrero de 1967, el padre José Soledad de Jesús Torres Castañeda salió de Sonora en su Ford Galaxie 500, modelo 1966, rumbo a Durango para presenciar la cantamisa de su gran amigo, el presbítero Rafael Gaytán Corral.
En Durango estuvo todo el día y dos días más tarde, el 28 de febrero, visitó a su hermana Teresa Torres de Moreno, en Tepehuanes, donde su cuñado Arturo Moreno le obsequió una pistola calibre .38 especial.
Una anécdota significativa y que quizás habría llamado la atención luego de perderle la pista al religioso fue que cuando tuvo a su cargo la parroquia de Tepehuanes, el sacerdote fue agredido por los naturales, muchos de los cuales rechazaban los sermones porque creían que estaba equivocado al defender a sus esposas golpeadas y al prohibir bailes públicos donde corría el alcohol y abundaban las riñas sangrientas.
Pero poco duró la pistola en manos del obispo, pues se la robaron en un taller mecánico, aunque no supo o no quiso precisar cómo, cuándo, dónde y por qué, ya que él no era sino un humilde pastor y creía que sólo Dios era capaz de perdonar a los que obraban mal.
Te recomendamos: La casa de los macetones: Rafael secuestró a su familia durante 18 años
Tras cumplir Torres Castañeda una serie de visitas, abandonó Durango el 4 de marzo de 1967. Fue la última vez que alguno de sus conocidos lo vio con vida. Días después, al percatarse que no regresaba a Ciudad Obregón, donde debía cumplir importantes compromisos, sus familiares se alarmaron.
De los primeros en denunciar la desaparición enigmática fue el corresponsal de LA PRENSA, Rafael Montaño Anaya, quien envió la noticia el 13 de marzo de 1967. Millares de fieles se organizaron para iniciar la búsqueda y posible salvamento del popular y apreciado religioso.
En una operación denominada Pinzas, alrededor de unas dos mil 500 personas se dieron a la tarea de rastrear la pista del desaparecido en el enorme territorio, desde Mazatlán a Durango; mientras que otros tantos individuos lo hacían en sentido contrario.
Asimismo, se ordenó su búsqueda con helicópteros, avionetas, automóviles tipo Jeep, así como autos y camionetas particulares. Su localización era una prioridad en ese momento.
Puedes leer: Crimen en las Lomas: Roseminda fue asesinada con un picahielo por sus empleados
Por su parte, desde los gobiernos, tanto federal como local, enviaron a cientos de soldados, policías; y, desde el clero se acomidieron a la tarea de rescate, sacerdotes, seminaristas, monjas; mientras que de la sociedad civil se dieron cita campesinos, hombres y mujeres de todas las clases sociales.
Todos se sumaron al operativo en apoyo de las brigadas de salvamento en la sierra conocida como El Espinazo del Diablo, famosa por sus impresionantes abismos.
El Vaticano envió radiogramas en busca de información actualizada y precisa, y, por su parte, el Papa Paulo VI, aconsejaba no desmayar en la localización, ni reparar en gastos.
ATISBO DEL PARADERO
Fue cuando aparecieron las maestras Rita Perches, Luvia Hernández, Olga Gutiérrez y Gloria Flores –quienes prontamente dejaron claro que eran liberales-, cuando se tuvo la vaga noticia de su posible paradero, o al menos sobre la pista de éste. Informaron que vieron al obispo Torres Castañeda, aunque se comprobó que en realidad estuvieron con el religioso Felipe Torres Hurtado, insistieron en su confusión.
Las cuatro maestras se burlaron de los católicos al comentar que “no debían escandalizar tanto, pues ellas habían hablado con el religioso en Múzquiz, Coahuila”.
El joven Marcelo López Sagredo, quien trabajaba en una gasolinera de El Salto, en la carretera a Durango, fue presentado por la policía para declarar que el 11 de marzo, dado que había atendido al conductor del Ford Galaxie 500, con quien platicó sobre las nevadas y que lo recordaba bien porque le dio buena propina.
Puedes leer: Escape de Lecumberri: Por 50 mil pesos, coronel ayudó a uruguayo a evadir el encierro
Después, seguro de su declaración y testimonio, lo identificó como el obispo cuando vio su foto en un periódico.
Entonces, se generó una de las polémicas más desconcertantes entre dos instituciones de ámbitos diametralmente opuestos. El clero, que con esperanza confiaba en que su emisario estuviera bien, no obstante con la inquietud sobre su desaparición misteriosa y, por otra parte, el fiscal federal Orencio Brambila que no sólo se atrevió a criticar al clero, sino que oficialmente aseguró que Torres Castañeda “estaba vivo” y lo demostraría con pruebas contundentes.
Por tal motivo, él junto con el agente federal Enrique Martínez Rodríguez se comprometieron a demostrar que “el obispo vivía”.
ASESINADO PARA SER DESPOJADO DE SU AUTO
Sin embargo, lo declarado por los agentes fue un decir que pronto fue desvelado como un craso error. Ya que con el paso del tiempo, que todo aclara, se evidenció que las maestras, el gasolinero y el fiscal estaban totalmente equivocados, puesto que el religioso fue víctima de la ambición y violencia de una banda de asaltantes que decidió despojarlo de su coche para usarlo en un asalto a los pagadores de una presa en construcción que se localizaba sobre el Río Nazas.
Cruel fue la verdad en el caso, puesto que el obispo había sido asesinado de un tiro en la nuca, pero también, al examinar el cuerpo se encontró que presentaba golpes en diferentes partes del tórax.
Y también, no obstante las heridas por arma y los golpes propinados, sus asesinos lo sepultaron desnudo, en la elevada región de El Espinazo del Diablo.
Sin embargo, al ser encontrado, a todos sorprendió la extraña serenidad de su rostro. Parecía dormir en paz y su cuerpo no se había descompuesto tras 20 días de ocurrido el homicidio.
También te puede interesar: El crimen del Pozo: buscatesoros asesinan a un padre y a su hija en la Peralvillo
Las brigadas de rescate encontraron varios automóviles desbarrancados en la carretera Durango-Mazatlán, pero el del religioso Torres no aparecía por ninguna parte.
Aunque finalmente el coche apareció, pero muy alejado de la ruta que había trazado y compartido con quienes lo conocían y a donde tenía compromisos que ya no alcanzó a cumplir.
Lo encontraron el día 20 de marzo en Matamoros, frente a la casa de Florinda Rodríguez Favela, en calle Pabellón 21. La muchacha dijo que dos hombres lo dejaron allí, compraron víveres en una tienda cercana y tomaron un camión que iba al sur.
El vehículo no tenía placas y estaba pintado de diferente color. Tenía dos agujeros de bala en la portezuela de la cajuela.
Te puede interesar: María Concepción le metió cinco balazos a su marido por infiel
SE ACLARÓ EL CRIMEN
Ya no quedó duda de que algo malo le había pasado al religioso. La policía se enteró que durante las numerosas visitas que realizó el obispo en Durango, fue seguido por cuatro hombres que viajaban en un auto compacto rojo Volkswagen tipo escarabajo y que le tomaban fotos desde lejos.
Ese simple indicio fue suficiente para comenzar entonces con la búsqueda de un vochito con las características señaladas.
Un camionero informó que había visto ese coche en el municipio de Peñón Blanco, Durango, en el rancho El Espejo, propiedad de Pascual Nájera Moreno, a quien se tenía por delincuente, aunque nada se le pudo probar hasta entonces.
Sobre Pascual Nájera y Baldomero García pesaba la acusación de que habían asaltado a un taxista en San Luis Potosí y, no obstante que ya lo habían despojado de sus pertenencias, Nájera lo mató a tiros.
La policía se dirigió al sitio donde presuntamente se encontraba aquel auto sospechoso y se llevaron una sorpresa inaudita cuando descubrieron que ya contaba con un reporte de robo.
Entonces, sin demora, los agentes se dieron a la tarea de inspeccionarlo minuciosamente para extraer más pistas que les ayudaran a dar con el paradero del hombre de fe, así como para saber con exactitud la historia sobre su ausencia.
En el interior, los sabuesos encontraron algunas pertenencias del obispo, por lo que allí mismo se detuvo a Pascual. Derivado de lo cual y merced a su confesión, empezó a desentrañarse aquel misterio.
Dijo que había contado con la ayuda de cinco personas para la faena; sus cómplices habían sido Arturo Santos Estevané, Baldomero García, Felipe Medrano, Jesús Castillo y Roberto Antuna.
Unos agentes se pusieron en marcha para capturar a los cómplices del detenido y otros se dirigieron a buscar el cuerpo del religioso. Y no fue sino hasta el 24 de marzo cuando los cazadores Leopoldo Molina y Tomás Santos los llevaron hasta el lugar de la sierra donde encontraron el cadáver desnudo en el hueco de un árbol, derribado años antes por un rayo.
El doctor Adulfo Venegas examinó el cuerpo en el lugar. Dictaminó que el obispo fue golpeado rudamente en la cara y el pecho, que sufrió asfixia y que además le dieron un balazo en la nuca. Asimismo, dijo que el cuerpo permanecía en buen estado debido a las bajas temperaturas del lugar.
Cientos de personas se reunieron en El Espinazo del Diablo; las mujeres lloraban y la carroza fúnebre en que se trasladaban los restos del cura debía detenerse en cada pueblo.
La cantidad de personas que lamentaron la muerte violenta del pastor de almas fue enorme. Su repudio al crimen los llevó a exigir el más severo castigo para los responsables.
Entre la población comenzó a oírse un rumor “si los capturamos, los matamos como escarmiento”. Para algunas autoridades era un hecho que podría desatar la violencia. Se temía un linchamiento.
Los enardecidos feligreses gritaban: “¡Mueran..., mueran!”, al enterarse que uno a uno iban cayendo los culpables. Después de Pascual, Baldomero y Arturo Santos Estevané. Luego Medrano, Castillo y Antuna.
Los detenidos confesaron que habían integrado una pequeña pero peligrosa banda de asaltantes, con la cual pretendían emular al célebre hampón Fidel Corvera Ríos y socios, quienes en 1958 lograron apoderarse del equivalente a dos mil millones de pesos viejos en un asalto a camioneta del Distrito Federal, aunque fueron detenidos tras una balacera.
“A nosotros no nos ocurrirá”, pensaron entonces los criminales.
ASOMBROSOS MILAGROS
TUMULTOS EN SU SEPELIO
Muchas personas de la región recordaban al eclesiástico con afecto y creían que se podían esperar milagros de él o de su voluntad divina, tal como los cuatro que se tenían documentados por hechos supuestamente ocurridos en una iglesia alemana, en dos hogares zacatecanos y en la sierra de Durango.
Después de su muerte, se dieron a conocer varios sucesos asombrosos entre la gente y quedaron testimonios de quienes dieron fe de cuatro milagros adjudicados al apreciado religioso.
En Río Grande, Zacatecas, cuna del obispo mártir Torres Castañeda, el niño Raúl Armando Esqueda Alemán, de nueve años de edad, sufría extraños y dolorosos síntomas que obligaron a sus padres a trasladarlo al Hospital Infantil de México.
Los especialistas diagnosticaron leucemia, por lo que a la familia sólo le quedaba volver a su pueblo y rezarle a su paisano el obispo.
Fue entonces cuando el muchacho comenzó a recuperarse hasta quedar completamente sano. Se dijo que un día fue a ver la tumba del religioso, en la catedral de Ciudad Obregón, donde besó el frío mármol.
Cuando volvieron los Esqueda al Hospital de México los médicos no creían lo ocurrido y dijeron “nos equivocamos”. Raúl disfrutó de su existencia y se dijo que con el paso del tiempo, cuando se hizo un hombre mayor y había quedado libre de la enfermedad, con frecuencia visitaba la tumba de Ciudad Obregón.
Otro de los milagros de los cuales se hablaba, respecto al obispo, consistió en que el vicario arzobispal de Gómez Palacio y por lo menos 150 personas fueron testigos, en 1967, de que en el sitio donde fue asesinado el obispo brotó un manantial de agua dulce y transparente, a manera de “señal divina”...
OTROS MILAGROS
En un documento firmado por monseñor Guillermo María Havers, de la Katholische Gemeinde Deutscher Sprache in México (Parroquia de los Fieles de Habla Alemana) ubicada en la colonia Florida, San Ángel Inn, se hizo constar que la señorita María Weitz, quien tenía 57 años, debía someterse a tres radiaciones semanales en el Instituto de Cancerología.
A mediados de 1968, María empeoraba, estaba demasiado débil y el sucesor del obispo mártir, don Miguel González Ibarra, ofreció una misa ante la tumba del prelado en la Catedral de Ciudad Obregón, pidiendo que intercediera por la curación de la enferma.
Desde ese día, se notó gran mejoría en la mujer y el 19 de noviembre de 1982, cuando se firmó la constancia, la señorita Weitz gozaba de perfecta salud, trabajando al servicio de la Iglesia, en la parroquia del firmante.
En vida de Torres Castañeda, una hija de Godofredo Chávez y su esposa Amparo padeció una cruel enfermedad que la redujo a una difícil existencia vegetativa. La dama rogó al obispo que pidiera a Dios que mejor muriera la niña.
El obispo reflexionó durante 24 horas y comentó a la afligida madre que lo ayudara en el momento de la elevación, pues pediría en misa que la pequeña pudiera descansar en paz.
La enfermera que cuidaba a la infante llegó con Amparo cuando rezaba y le informó que “todo ha terminado”...
“Voy a pedirle un favor, doña Amparo -dijo Torres Castañeda en aquel momento-, cuando yo muera, deseo que en mi tumba aparezca una pequeña leyenda que indique que José Soledad de Jesús Torres Castañeda amó intensamente a todos, pero fue especialmente amigo de los enfermos, de los pobres y defensor de los obreros”.
En el sitio donde los maleantes interceptaron al obispo Torres Castañeda, quien iba a cumplir 49 años de edad el 29 de marzo de 1967, se erigió una ermita.
SU GRAN OBRA
José Soledad de Jesús Torres Castañeda nació en 1918 en Río Grande, Zacatecas.
Fue hijo de María Castañeda y Leovigildo Torres. Se le bautizó en la parroquia de Santa Elena de la Cruz y se ordenó sacerdote en 1943 cuando tenía 25 años; en junio de 1959 se creó la Diócesis de Ciudad Obregón, Sonora y el Papa Juan XXIII lo nombró como primer obispo. Ahora se le considera mártir.
Buen deportista y cantor, excelente declamador, el joven “Torritos” fue un religioso que honró a la Santa Madre Iglesia Católica. Fue párroco en Río Grande, Zacatecas, así como en Tepehuanes y Gómez Palacio, Durango.
Su celo apostólico lo hizo recorrer vastas extensiones duranguenses, visitando a pie y a caballo numerosos pueblos que son tierra de misiones; como obispo de Ciudad Obregón, Sonora, hizo numerosas fundaciones especiales, extendió las ramas de la Acción Católica, apoyó la obra de religiosas de varias congregaciones, fundó el Seminario de la Diócesis, así como el Instituto La Salle de Ciudad Obregón y la Escuela de Clarisas de Huatabampo, Sonora.
También fomentó importantes obras de asistencia social y fue “profundamente amado en todos los pueblos del sur sonorense y los niños lo querían mucho”, indicaron las autoridades eclesiásticas.
EL PLAN ERA ASALTAR MILLONARIA NÓMINA ACABARON ROBANDO OBJETOS DEL OBISPO
DOS DE LOS ASESINOS PIDIERON PERDÓN A DIOS
Los maleantes informaron que su objetivo fundamental y primigenio consistía en saquear las oficinas de la conocida Presa Las Tórtolas que se construía sobre el Río Nazas.
Santos Estevané, quien se consideraba el jefe de la pandilla, se dio a la tarea de conseguir trabajo en la obra, en donde una vez aceptado para laborar, se infiltró en todos los lugares para observar todo y hacer un plan exitoso.
Lo primero de lo que rápidamente se dio cuenta, fue que era mejor asaltar en la carretera Durango-Mazatlán a la camioneta que traía el dinero de la paga de los trabajadores, que era alrededor de un millón de pesos.
Para eso necesitaban un auto grande y potente, porque el vochito que previamente habían robado para tal propósito, no les serviría para escapar y menos aún por la carretera.
La mala suerte quiso que el coche que les gustó para realizar el atraco fuera nada menos que el del obispo. Además, tomaron malas decisiones respecto a la logística, puesto, pues su determinación fue que para evitar ser identificados, debían debían matar al dueño del vehículo.
Por lo cual, una vez que seleccionaron el carro que les serviría a sus propósitos, comenzaron a seguirlo durante varios días en Durango, hasta que el 4 de marzo, Arturo Santos Estevané disfrazado de agente de tránsito federal cruzó el coche rojo al Galaxie 500 del obispo y lo obligó a detenerse.
Torres Castañeda les gritó que era obispo y cuando se dio cuenta que eso no le serviría de nada arrojó al abismo las llaves del coche.
Con gran frialdad los hampones reconstruyeron esos momentos. Dijeron que Baldomero García y Felipe Medrano sacaron sus pistolas mientras Antuna intentó estrangular con una soga al prelado y Castillo lo golpeaba enfurecido en pecho y estómago.
Pascual Nájera no estaba en el lugar. El robusto religioso derribó a Antuna, se quitó la soga e iba a golpear a otro cuando, a traición, Felipe Medrano le disparó en la nuca, relataron los maleantes y dijeron que al desplomarse el obispo, Santos sacó su arma y disparó varias veces contra la chapa de la cajuela donde encontraron cajas con chorizos, quesos, botellas con chiles en vinagre, bolsas de pinole dulce y botellas de vino.
Recordaron cínicamente: “¡es un padrecito, ya lo torcimos!”, dijo Castillo al descubrir entre las cajas de comida las sotanas y joyas sagradas del obispo.
“Ni modo, el plan era matar al dueño del auto”, lo atajó Arturo Santos Estevané con la mayor serenidad y sangre fría.
Por su parte, el jefe se quedó con la cruz pectoral, una cadena de oro y el anillo pastoral. A su esposa Alicia Herrera le regaló la cruz y la sortija se la dio a su amante Irene Pérez. A ambas advirtió: “no abran la boca, si no quieren que les pase lo mismo que al obispo”.
Los bandidos regresaron a Durango y se separaron “por unos días”. Fijaron fecha para el robo a la presa, pero ya no pudieron cumplirla. Pascual Nájera fue capturado en su rancho con el vochito.
A Estevané y Baldomero los agarraron cuando ya habían acordado olvidar el asalto y huir a Torreón. En casa del primero encontraron otras pertenencias del obispo.
Jesús Castillo fue detenido en el Distrito Federal cuando buscaba a su pariente, Manuel Mendoza Zavala, en la Secretaría de Recursos Hidráulicos.
Felipe Medrano fue arrestado a mediados de 1967 y Antuna poco después.
Un juez penal condenó a 30 años de prisión a Santos y Felipe Medrano; a 27 años a Baldomero y Castillo; y a 23 años a Pascual y Antuna.