Tener todo en la vida no es garantía para que alguien sea bueno, bondadoso y correcto. Hay quienes no tienen mucho o tienen nada y son más virtuosos que algunos millonarios.
Tal ocurrió con el rico hacendado Carlos Gutiérrez Marié que, naciendo en buena cuna, fue una oveja descarriada y a pesar de recibir una cuantiosa fortuna cuando su padre falleció y agrandar sus arcas con varios negocios, no le bastó y terminó como líder de una organización criminal dedicada a robar coches, que en 1950 tuvo su auge fugaz.
Así lo informó LA PRENSA el lunes 4 de diciembre de 1950 y fue el jefe de la policía metropolitana, general Othón León Lobato, quien una vez que tuvo en su poder los datos relacionados con las actividades de la organización que se dedicaba a robar vehículos, ordenó al coronel Silvestre Fernández, jefe del Servicio Secreto, que se encargara de la investigación, en colaboración con el capitán Manuel Mendoza, a fin de procurar la captura de Carlos Gutiérrez Marié, mismo que desde inicios de 1950 se dedicaba a robar carros último modelo.
No sólo se apoderaba de lo ajeno, sino que después se lo llevaba a Papantla, Veracruz, para cambiarle pintura, alterar los números de los motores y modificar su aspecto original, a fin de que pareciera otro.
Realizadas estas operaciones, los vendía al mejor postor y a muy buen precio, pues sólo rebajaba de mil a dos mil pesos sobre el valor real, lo que hacía con el fin de evitar sospechas.
Cómo fue detenido el empresario jarocho
Tanto el coronel Silvestre Fernández como el capitán Mendoza Domínguez se dirigieron a Poza Rica, Veracruz, al enterarse que Gutiérrez Marié se encontraba allí, pues se había localizado el garaje en donde se encontraba un carro Mercury, modelo 1949, mismo donde también existía un taller de hojalatería y pintura.
Los sabuesos llegaron allí en el preciso momento en que el carro Mercury, cuyo color original era verde metálico, estaba siendo repintado de marrón. Después de una breve espera, se presentó Gutiérrez Marié, enchamarrado -con su sombrero texano a la cabeza y una pistola escuadra al cinto- y pagó determinada cantidad de dinero por el trabajo.
En ese momento, los detectives tuvieron un descuido y no lograron capturarlo de inmediato, puesto que no hubo coordinación cuando se montó el operativo. Más tarde, el inculpado reconoció que el auto era supuestamente de su propiedad y lo había comprado en la capital veracruzana, pero después confesó que se lo había vendido un amigo; así que debido a estas contradicciones levantó sospechas.
Sin perder el tiempo, los sabuesos optaron por detener al Carlos y, a bordo del mismo Mercury sospechoso, regresaron al entonces Distrito Federal para continuar con las indagatorias.
Así pues, el 4 de diciembre de 1950, el empresario confesó que era el cabecilla de una banda de criminales dedicados al robo de vehículos y que, hacía aproximadamente un mes, había robado el coche por el que lo habían detenido.
La investigación; más de un millón robado
Como el maleante manifestó que al cometer sus fechorías era ayudado por otros sujetos, el día posterior a su detención algunos agentes del Servicio Secreto se dirigieron nuevamente rumbo a Papantla, con el objetivo de continuar las investigaciones, así como recuperar la mercancía robada y detener a los cómplices de Gutiérrez Marié, el capitán de la banda de automóviles.
Conforme el interrogatorio prosiguió y medianamente el implicado develaba datos precisos sobre sus operaciones, el Servicio Secreto reveló a LA PRENSA que estos sujetos habían logrado apoderarse, de manera ilícita, de por lo menos 25 autos en la capital del país, los cuales en conjunto sumaban poco más de un millón de pesos de aquel entonces; luego los vendían -una vez repintados y alterados los números del motor- en Papantla, Poza Rica, Gutiérrez Zamora y Tuxpan, Veracruz, así como en Tulancingo, Hidalgo.
Su influyentismo le ayudó a delinquir
El coronel Fernández tuvo noticia de que un Mercury modelo 1950 había sido sacado del Distrito Federal para ser trasladado al estado de Veracruz. Así pues, decididos a dar con los responsables, fue el capitán Mendoza quien se dirigió -en compañía de un grupo selecto de agentes- al estado de Veracruz, donde visitó varias ciudades hasta que en Poza Rica tuvo un indicio de que el vehículo sustraído estaba en un taller de pinturas.
El coronel Silvestre Fernández y el detective Jorge Obregón Lima dijeron que en el garaje Riaño, de Gutiérrez Zamora, Veracruz, había varios motores de automóvil, remarcados por el cirujano dentista Jorge Flores Alatorre, quien dejó su profesión para transformarse en “vulgar delincuente”.
Tras seguir la pista y dar con la ubicación del taller, se encontró con un grupo de hojalateros que trabajaban con premura en el Mercury, el cual estaban por repintar de color marrón sobre el verde metálico de fábrica.
Por lo que pudieron observar los agentes antes de intervenir, se apreciaba que los hojalateros batallaban a marchas forzadas para cambiar la fisonomía del vehículo con la finalidad de vender gato por liebre y que las autoridades no se percataran del ilícito.
Así pues, se montó un operativo para esperar el momento en que llegara el sospechoso. Sin embargo, el capitán Mendoza ya previamente había interrogado a los hojalateros y había acordado con ellos que le hicieran una seña en cuanto se apareciera el supuesto dueño.
Era el capitán de los ladrones
Tan pronto como los agentes del Servicio Secreto arribaron a Papantla -lugar del centro de operaciones de la banda de robacoches-, sin perder el tiempo, como agudos sabuesos siguieron el rastro de los secuaces de Gutiérrez Marié.
Entre los miembros que lograron ser capturados figuraban maleantes de renombre en la capital metropolitana, no obstante, el caso más sorprendente de los pandilleros fue el de un dentista miembro del Ejército mexicano con grado de teniente, cuyo oficio ejercía al margen de sus actividades delincuenciales.
Paulatinamente fueron detenidos también Oscar Cervantes González, Eduardo Montesinos Margáin, Ernesto Bauzá Serrallondo, Luis González Córdova, Homero Barrios y Fernando Montesinos Hinojosa.
Así pues, en total, se logró la captura de siete integrantes, además de dos mujeres que eran amantes de algunos de estos criminales y encubrían sus actividades turbias.
A Gutiérrez Marié no le faltaba el dinero, pero era un despilfarrador. Era dueño de las haciendas vainilleras-ganaderas Río Verde, Alaska, Aguacate, Tenixtepec, Carrizal y Santa Águeda, la cual tenía 1800 hectáreas y en ésta pastaba ganado tanto para engorda como para explotación de leche y derivados; y no sólo eso, pues en un espacio de esa propiedad además sembraba vainilla.
Gutiérrez Marié se había dedicado, durante los últimos años de su vida, a despilfarrar su fortuna en un estilo como de príncipe. Por lo cual, este sujeto se dedicó a viajar alrededor del orbe, visitando las principales ciudades de Europa, Asia, India y Estados Unidos; sin embargo, a pesar de poseer una fortuna considerable, todavía se dedicó a organizar una banda de delincuentes para duplicar sus ganancias, debido a que en su último viaje -según aseguró- se había gastado aproximadamente medio millón de pesos.
Ya confeso, al delincuente capitán no le faltó el apoyo de algunos personajes influyentes, quienes manifestaron querer ayudarlo, ya que siempre fue un contribuidor en sus campañas políticas; además, ofreció una cuantiosa suma a los reporteros que cubrían la fuente policiaca para que le dieran buen trato a la información y no se generara demasiado escándalo en torno al caso.
Hábil ladrón, pero no tanto
Ya en anteriores ocasiones el Servicio Secreto había logrado desmantelar otras bandas de robacoches; sin embargo, hasta ese momento ninguna como la que lideraba Carlos Gutiérrez Marié, quien había reclutado a verdaderas joyas del hampa capitalina.
Pero lo cierto es que aquella época de mediados del siglo pasado se distinguió por la labor de verdaderos detectives, que se dedicaban incansablemente a resolver los casos más insólitos.
De tal suerte que los agentes Silvestre Fernández y Manuel Mendoza, con todo su grupo de compañeros, lograron la captura no sólo del acaudalado exportador de vainilla, sino de los miembros escurridizos de su pandilla; además, se había logrado la recuperación de la mayoría de los automotores robados.
Esa cacería se desató a consecuencia del incremento de la desaparición misteriosa de coches en la capital del país, fundamentalmente, por lo cual el general León Othón Lobato encomendó a los detectives antes citados llevar a buen puerto el caso para poder resolverlo y llevar ante la justicia a los responsables.
Entonces, casi como por azar, los detectives tuvieron un primer indicio –ya que hasta entonces prácticamente habían perseguido quimeras-, cuando el propietario de un Mercury 1950 notificó la desaparición de su automóvil y, derivado de las primeras indagatorias que se realizaron, se tuvo conocimiento que el automóvil había sido visto con rumbo al estado de Veracruz.
Así pues, sin demora, el capitán Mendoza se dirigió hacia allá tras ese indicio que se antojaba la punta de la madeja que resolvería el caso; aunque antes tuvo que visitar varias ciudades.
Luego de una larga espera en los alrededores del taller, los agentes del Servicio Secreto se percataron de que un joven de fisonomía fornida y atuendo cuidado se acercaba al lugar e ingresaba al taller junto con otro sujeto.
En ese preciso momento, los trabajadores hicieron una seña a los agentes, de la cual no se percataron, pues quizá no fue lo suficientemente clara debido a los nervios por la situación en la que se veían envueltos.
Entonces, los efectivos no reaccionaron, pues no tenían la indudable certeza de que el inculpado era el mismo que se alejaba.
Y a quien los detectives miraron perderse entre las callejuelas tras abandonar el taller no fue otro sino que el empresario Gutiérrez Marié.
Una vez pasado el marasmo, el capitán Mendoza y su grupo ingresaron nuevamente al sitio adonde acababa de salir el joven fornido para interrogar a los trabajadores, quienes pudieron confirmar sin duda que se trataba del supuesto dueño del vehículo, mismo que había ordenado y pagado por el trabajo realizado en el Mercury.
Para ese momento, el perspicaz detective Mendoza ya tenía conocimiento acerca de la fama del acaudalado millonario, un verdadero “hombre de horca y cuchillo”, como solían decir en Papantla, quien lo mismo ponía un agente de policía que quitaba un presidente municipal.
Aunque, finalmente, no quedaba duda que estuvieran tras la persona indicada. Momentos más tarde, cuando lo arrestaron, éste no opuso resistencia y tampoco dijo nada ni utilizó su arma calibre .45, pues comprendió en ese instante que se encontraba ante un grupo de agentes dispuestos a todo para lograr la justicia.
Carlos Gutiérrez era rico agricultor y consumado delincuente; encabezaba una bien organizada banda de ladrones de automóviles en el Estado de Veracruz... Así lo informó LA PRENSA el lunes 4 de diciembre de 1950, con el estilo de la época, en que invariablemente las investigaciones “las instrumentaba el jefe de la Policía” y las detenciones las realizaban agentes del Servicio Secreto...
De esta manera se dijo: “Un nuevo triunfo se acaba de anotar el Servicio Secreto de la Jefatura de Policía del Distrito Federal, al lograr la aprehensión del jefe de una bien organizada banda de ladrones de automóviles, misma que desde hace varios meses venía operando en la metrópoli. Se trata de Carlos Gutiérrez Marié, rico hacendado y explotador de vainilla, de Papantla, Veracruz”.
El jefe de la Policía Metropolitana, Othón León Lobato, dijo a LA PRENSA: “una vez que tuvo en su poder los datos relacionados con las operaciones de dicho sujeto, ordenó al coronel Silvestre Fernández, jefe del Servicio Secreto, para que se encargara de la investigación, en unión del primer comandante de agentes, capitán Manuel Mendoza Domínguez y procurar la captura de Carlos Gutiérrez Marié, mismo que desde hace varios meses se dedicaba a robar automóviles último modelo.
“Después de que el maleante se apoderaba de un vehículo, lo llevaba a Papantla, Veracruz, para cambiarle pintura y alterar los número de los motores. Realizadas estas operaciones, los vendía al mejor postor y a muy buen precio, pues sólo rebajaba de mil a dos mil pesos sobre el valor real del coche, lo que hacía con el fin de evitar sospechas de que el vehículo fuese robado”.
En realidad, en este caso se distinguió, por las averiguaciones, el detective Jorge Obregón Lima, especialista en investigación de robo de vehículos. Fueron sus “contactos” quienes le facilitaron el asunto.
En Poza Rica, Veracruz, se localizó un garaje donde se ubicó un auto Mercury, modelo 1949. En el mismo sitio funcionaba un taller de hojalatería. Los detectives llegaron allí en momentos decisivos: el auto, de color original verde metálico, era pintado de marrón.
"Vulgar delincuente"
Después de corto tiempo de espera, se presentó Gutiérrez Marié, enchamarrado, portando sombrero texano, con una pistola escuadra al cinto y pagó determinada cantidad de dinero por el trabajo. Los custodios de Gutiérrez no pudieron impedir que los agentes secretos detuvieran al millonario, quien reconoció que el auto marrón “se lo había vendido un amigo”.
En el auto Mercury fue trasladado Gutiérrez a la ciudad de México, mientras sus guardaespaldas se daban a la fuga.
Cabe hacer notar que en el parabrisas del auto, a manera de permiso provisional para circular, se encontraba un engomado con los versos de la canción “Quinto Patio”.
Se supo inicialmente que Gutiérrez Marié y socios (se había negado por el momento a dar nombres de sus cómplices) habían robado no menos de 25 automóviles de diferentes marcas y modelos recientes, los cuales tenían un valor total de más de un millón de pesos y habían sido vendidos en Papantla, Poza Rica, Gutiérrez Zamora, Tuxpan y Veracruz, así como en Tulancingo, Hidalgo.
También dijo el millonario que además de ser terrateniente y potentado en Papantla, se dedicaba al acaparamiento de cereales y vainilla y que gracias a su dinero había adquirido gran poder en la población, donde se le consideraba amo y señor, pues era quien nombraba a las autoridades locales que se veían comprometidas con él a cambio de favores políticos.
La Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros había expresado que muchos de sus integrantes habían reportado constantemente robos de auto en el Distrito Federal y otras entidades.
Se negó a dar los nombres de sus cómplices; de daba vida de rey
Paulatinamente fueron detenidos para investigación Carlos Gutiérrez Marié, el dentista Jorge Torres Alatorre, Oscar Cervantes González, Eduardo Montesinos Margáin, Ernesto Bauzá Serrallondo, Luis González Córdova, Homero Barrios y Fernando Montesinos Hinojosa.
El coronel Silvestre Fernández y el detective Jorge Obregón Lima dijeron que en el garaje Riaño, de Gutiérrez Zamora, Veracruz, había varios motores de automóvil, remarcados por el cirujano dentista Jorge Flores Alatorre, quien dejó su profesión para transformarse en “vulgar delincuente”.
En 1950 “uno de los triunfos más meritorios de la Jefatura de Policía, fue la detención de los pandilleros robacoches, pues no sólo se había evitado que siguieran cometiendo fechorías, sino que se había logrado recuperar la mayor parte de vehículos que robaron en el DF”. Se supo que el dentista era teniente del Ejército y dos mujeres fueron detenidas porque encubrían a la banda.
El diarista Luis Cantón Márquez escribió que Carlos Gutiérrez Marié era dueño de las haciendas vainilleras-ganaderas denominadas Río Verde, Alaska, Aguacate, Tenixtepec, Carrizal y Santa Agueda. Esta última tenía una superficie de 1,800 hectáreas. La cuarta parte estaba sembrada de vainilla, en el resto de terreno pastaban 800 cabezas de ganado de engorda, y otras 200 reses dedicadas a la explotación de leche y derivados.
Los millones de Carlos Gutiérrez le permitieron viajar como príncipe por las principales ciudades de Europa, Asia, India y otros países como Estados Unidos. El último paseo le significó un gasto de medio millón de pesos. Nueva York le resultaba familiar por tantas ocasiones que fue a las importantes compañías vainilleras que tenían oficinas instaladas en aquella ciudad.
Y a pesar de poseer tan cuantiosa fortuna, todavía se dedicó a capitanear la banda de robacoches, para duplicar su dinero. Convicto y confeso, tenía tras de sí a influyentes de todos los calibres, que deseaban ayudarlo.
(Y lo lograron, pues fue liberado a principios de 1951. Antes, había ofrecido 51,000 pesos a diaristas para que le trataran “bien” en sus respectivos medios de información).
Gutiérrez Marié nació en Papantla, Veracruz, en el año 1919. Su padre fue honrado agricultor que más tarde obtuvo grado de capitán en una de las más prestigiadas academias militares de Estados Unidos. Se trataba de Angel Gutiérrez Reyes; su esposa era Elena Marié Bustillos. Carlos tuvo ocho hermanos mayores que él. Todos con sólido prestigio de personas honestas en la región.
Hacía algunos años que Carlos comenzó a gastar la herencia que le correspondió. El vainillero hizo buenos negocios con la perfumada mercancía y, en poco tiempo, llegó a ser uno de los más ricos habitantes de Papantla.
Inesperadamente trató de traficar con drogas, pues de Turquía trajo la idea de sembrar amapola para surtir de opio no sólo a México, sino otros países. También intentó comprar dólares falsos para hacerlos circular en nuestro país. No lo hizo, pero a cambio llegó al DF para ponerse en contacto con ladrones de autos, de los mejores, como Oscar Cervantes González “El Soldadito” y Eduardo Montecinos Margáin, quienes antes daban simples “cristalazos” a vehículos, hasta que se percataron que era fácil llevárselos.
Los autos eran traslados a la Plaza de Toros de Papantla, propiedad de Carlos Gutiérrez Marié, y el dentista militar Jorge Flores Alatorre les borraba la numeración a los motores.
Pudieron más sus millones
Y poco a poco el estado de Veracruz fue “infestado” de automóviles robados. El “procedimiento” que empleaba el millonario para cubrir sus ilícitas actividades podía resumirse así:
Recibía el auto robado, de manos de sus cómplices. Lo pasaba a manos del dentista militar, quien alteraba los números del motor. En una imprenta obtenía machotes de factura y los llenaba. En otras ocasiones, compraba autos en agencias especializadas del Distrito Federal, las que entregaban facturas “derechas”. En Papantla, el vainillero hacía levantar actas por las cuales se certificaba que las facturas originales se habían extraviado.
Enviaba copias de las actas a las agencias y solicitaba copias de las facturas. Con las copias ya estaba en condiciones de “legalizar” algunos autos robados. Mientras tanto, el auto comprado en la agencia podía circular libremente en Papantla, Veracruz.
Frente a periodistas policiacos, dijo el acaudalado individuo que no creía haber cometido un delito muy grave, pues comprar autos robados o dirigir una banda de robacoches no era cosa del otro mundo. A continuación, pidió a los reporteros que “no hicieran demasiado escándalo”, no quería que “callaran la noticia”, pero tampoco que “lo maltrataran”...
Curiosamente, generales y diputados trataron de interponer influencias para salvar de prisión a Gutiérrez Marié, quien en un pasado reciente había “ayudado” con dinero a candidatos políticos. Lo que no quería confesar era el contrabando de plomo, que por millares de toneladas, envió a Estados Unidos, disfrazando todo con cargamentos de vainilla.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el vainillero ganó millones de pesos, fletando convoyes enteros de ferrocarril, que le servían para mandar a muy bajo costo, el plomo que se necesitaba para los proyectiles de combate.
Así las cosas... ¿qué importaba lo que hubiera hecho en México, si había beneficiado al imperio norteamericano? Sería dejado en libertad en 1951. Como dato interesante, debemos consignar que al reclamar un auto, el señor Augusto Aureoles Sánchez, comentó que el vehículo era manejado hacía dos años por el taxista Luis Alcántara.
Fue asaltado por tres hampones, quienes lo llevaron hasta Lechería, Estado de México, donde lo apuñalaron para robarle el auto. Jamás imaginó el dueño que volvería a ver el carro, tras la captura del vainillero Carlos Gutiérrez Marié.
Obviamente, le fueron “cargados” muchos asuntos: por ejemplo, que era culpable de un asalto a mano armada en la joyería Rubí y, además, que era responsable de por lo menos 20 homicidios en agravio de vainilleros pobres, quienes le confiaban su dinero para que se los “guardara” y en la primera oportunidad los hacía “desaparecer” para quedarse con los billetes.
Dizque también pedía millones de pesos en cereales y luego hacía “quebrar” el negocio, defraudando así a los comerciantes que le fiaban mercancía.
El caso es que a principios de 1951 fue liberado el vainillero, millonario y ¿delincuente?... Pudieron más sus millones que cualquier intento de “justicia” en la capital de la República Mexicana. No tenemos más datos sobre la historia del veracruzano, quien habría sido contrabandista de plomo, jefe de una “banda de robacoches”, presunto autor intelectual de 20 homicidios, pero cuya libertad no fue afectada más que unos cuantos días.