/ viernes 16 de diciembre de 2022

La mansión de los horrores: Robert Arnold martirizaba a su esposa y sirvientes

En 1945 Robert Arnold llegó a México, donde se instaló para repetir los horrores de los que había huido por la Segunda Guerra Mundialc

De un tremendo drama, incubado en un cerebro enfermo, empapado en ideas inquisitoriales, tuvo conocimiento LA PRENSA, al conocerse la espeluznante acusación contra el ingeniero de aviación, Robert Arnold, de nacionalidad checoslovaca, quien en su lujosa y sombría mansión hizo pasar horas de terror y pánico a su esposa, a quien balaceó en repetidas ocasiones, sujetándola a otras muchas torturas, haciendo lo mismo con una bella y joven sirvienta, a quien no conforme con haberla hecho su amante por la fuerza, a diario la sometía a inenarrables tormentos, teniéndola encadenada, desnuda y hambrienta, haciendo lo propio con el mozo de su casa.

Y aunque ambos fueron rescatados por la policía, habiéndolos encontrado con grilletes y completamente desnudos, la resaca de todo lo vivido permanecería intacta en sus mentes como el recuerdo de un tatuaje psicológico.

Arnold, para encubrir sus crímenes, fingía ser presa del delirio de persecución. El despiadado hombre fue detenido en su mansión de la avenida San Ángel 26 el viernes 2 de noviembre de1945, de donde se rescató a Teresa Jiménez Romo y al mozo Ricardo Aldana Gama.

El reportero policial Rafael Pérez Martín del Campo dio amplia cobertura a este caso que indignó a la sociedad.

Encadenaba a la esposa y a la amante, juntas

Teresa Jiménez contaba con 19 años. Dijo que el 2 de septiembre de 1941 entró a servir a la casa del extranjero y de su esposa Gerda, pero que al poco tiempo la hizo su amante por la fuerza y, el 8 de marzo de 1943, tuvo una hija de él -Alicia-, quien no podía ni hablar, pues era objeto de maltrato.

Algunas noches, a Gerda y a Teresa las desnudaba y las encadenaba, dejándolas sin comer. Por su parte, el mozo Ricardo Aldana dijo que Arnold padecía delirio de persecución.

-Su casa la tiene con rejas y siempre me indicaba que vigilara, sobre todo cuando se estacionaban coches frente a la puerta o se paraban individuos en las cercanías de la finca.

El viernes 2 de noviembre, a las 8:00 horas llegó Arnold a la casa y pasó al mozo al despacho, y cuando menos lo esperó, aquél lo golpeó en la cabeza y perdió el conocimiento. Al recobrarlo, se encontró en el cuarto -donde ya estaba Teresa-, sin ropa y encadenado, hasta que fue salvado por agentes del Servicio Secreto.

En este caso se supo que el ingeniero de aviación había cometido más delitos con otras muchachas; su largo historial, aunque poco conocido, era amplio y variado.

Por otra parte, la casa de la avenida San Ángel presentaba un gran misterio. Se hablaba de un personaje de novela con características diversas.

Robert Arnold tenía diploma de ingeniero de aviación. Llevaba a cabo papeles centrales: desde el científico que era aceptado en el mundo de los negocios, hasta el de hábil estafador, villano y sádico, émulo del Sátiro de Duesseldorff o un Barba Azul de la época.

Su negra personalidad lo llevó a cometer los peores crímenes. A sus hijas, Dorothy y Alicia -la primera de 18 años y la segunda de casi tres-, las sometió a actos horripilantes con los que él se divertía. Su esposa Gerda Schwartz estaba internada en un sanatorio, a consecuencia del balazo que sufrió en el costado izquierdo y que le fue disparado por el ingeniero desquiciado.

Teresa Jiménez, la bella amante, era atendida en el Hospital Juárez de las heridas que recibió al ser atormentada y vejada por el sádico inquisidor.

Los crímenes del inquisidor eran negros. Las huellas que presentaba Teresa Jiménez, sirvienta de La Casa de los Tormentos, y a quien forzó para convertirla en su amante, no podían mentir.

Su espalda, cara y muñecas mostraban huellas de los grilletes que llevó por mucho tiempo. El pueblo indignado pedía severo castigo para El Chacal de San Ángel, como lo comenzaron a llamar.

Demente infernal

Pero había más víctimas del infernal Arnold. En esta ciudad y sus cercanías había jóvenes muchachas que conservaban cicatrices del despiadado trato que les dio el checoslovaco, quien a una de ellas le ofreció hasta 10 mil dólares para que fuera su amante.

De los fraudes, se contaban numerosas víctimas, que inocentemente se dejaron engatusar, según para participar de algunos inventos, perdiendo cantidades que ascendían a seiscientos mil pesos.

Y un personaje de nacionalidad alemana trató de interponer sus influencias y dinero para rescatar de la cárcel al acusado, pero las autoridades de Villa Álvaro Obregón no estaban dispuestas a que La Bestia de San Ángel, como también se le llamó, se burlara de la justicia. Y hasta se pensó en el Manicomio de La Castañeda para alojarlo.

La casa de la avenida San Ángel 26 era de estilo californiano y tenía un pasaje que comunicaba a un palacete en Avenida del Desierto, donde Arnold organizaba bacanales para aliviar su locura.

En los primeros momentos de la investigación afloró el negro perfil del ingeniero de aviación, quien ejercía gran poder en su esposa y su joven amante, a quienes atormentaba. Las mujeres estaban enfermas de pánico. Durante años lo obedecieron ciegamente.

Gerda Schwartz soportó que, en París, Arnold la tuviera viviendo con otras cinco mujeres a las que daba igual trato que a ella. Comían en la misma mesa. Un día salía con una y otras veces elegía a la que más le gustaba para exhibirlas por los Campos Elíseos y otros lugares donde se daba cita con la élite.

Gran misterio encerraba la vida del checoslovaco. Vino a México escapando de tierras europeas azotadas por los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando los alemanes se aproximaron a París, Arnold aseguró a su esposa y a su hija Dorothy y marchó a Portugal, de donde se trasladó a Cuba. Quiso entrar a Estados Unidos, pero sus secretos de aviación no le sirvieron para nada.

Cuando nuestro reportero visitó a Teresa Jiménez en el Hospital Juárez, se encontró con una jovencita de rostro delicado, maltratado por los golpes. No tenía características de haber trabajado como sirvienta. Su tez apiñonada y cejas pobladas acentuaban su belleza. Era accesible y amable; durante la entrevista dijo ser de Aguascalientes.

Se le notaron inmediatamente las huellas del encadenamiento que sufrió. Las muñecas de sus brazos presentaban moretones. Sus piernas y espalda igual. Las fotografías no mentían.

Relató que a los pocos días de haber entrado a trabajar a la mansión de San Ángel, Arnold la hizo su amante. La señora Gerda no dijo nada, seguramente por el temor a su esposo. Y las dos fueron amigas.

-Como había muchas habitaciones en la casona, cada quien ocupaba recámaras diferentes. En cuatro años, la señora Gerda apenas si era tratada por el checoslovaco, que no la miraba bien, porque ya no era joven, pero en cambio a mí sí.

Apuntó Teresa que en 1944 acompañó a su amante a Argentina; y hasta le tomó cariño. Pero ese sentimiento quedó enterrado por las atrocidades de las que fue víctima tiempo después.

Lo único que quería Teresa era tranquilidad, pues sólo deseaba dedicarse a su hijita Alicia.

Dijo la joven hospitalizada que a Gerda y a ella las tenía amenazadas de muerte el ingeniero.

Decía que lo traicionaban y no les permitía que salieran de la mansión o que observaran la calle a través de la ventana.

El chofer de planta dijo que Arnold era un sujeto que se daba vida de príncipe y que cuando utilizaba autos de alquiler le daba al ruletero de 30 a 50 pesos por la dejada.

Por otros conductos este diario supo que el "inventor" hacía frecuentes viajes al extranjero, llevando de compañía a mujeres mexicanas y de otras nacionalidades.

También se dijo que era un tipo "muy influyente".

Respecto a las residencias -comunicadas por un pasaje- del extranjero nacionalizado mexicano, podemos anotar que estaban instaladas a todo lujo y tenían alfombras de cinco centímetros de espesor. Los muebles eran de inmejorable calidad. Contaban con aparatos costosísimos de calefacción y para cambiar el aire.

Robert Arnold logró reunir joyas y obras de gran valor, entre ellas un cuadro de Rembrandt, del que se dijo, tenía un costo de millón y medio de dólares y que guardaba celosamente en el Banco de México.

A eso atribuía que gente misteriosa se moviera por las cercanías de San Ángel, sospechando de sus intenciones para robarle. Por ello cuando viajaba en autos de alquiler, cambiaba de camino y rodeaba para llegar al lugar deseado.

Así atormentaba a sus víctimas Roberto Arnold

Había sido ya descubierta la azarosa vida del inquisidor. Mucho del misterio en torno a la personalidad del fugitivo de la guerra iba aclarándose. Robert Arnold permanecía en la Cárcel de Villa Álvaro Obregón. Los presos lo bautizaron como El Monje Blanco, porque para eludir las cámaras fotográficas se cubría con una sábana blanca.

Arnold tenía 54 años de edad. Era blanco y de ojos azules; de cara enjuta, delgado y caído de hombros. "Antes era gordo y fornido", dijo su chofer.

En la Cárcel de San Ángel se notaba gran expectación, y poco a poco la gente iba llegando a las afueras de esa prisión en espera de ver a tan siniestro personaje. Arnold confiaba en que sus poderosos contactos lo salvaran del "atropello que se cometía con él".

El juez no le concedió libertad bajo fianza en virtud de los muchos delitos por los que se le acusaba, siendo entre ellos los de lesiones, secuestro con tormento, disparo de arma de fuego y otros.

El ser diabólico llevaba a varias de sus numerosas víctimas ala cámara de los suplicios, en su mansión. Las encerraba en un cuarto de madera y hierro, donde las sometía a tormentos infernales, tales como hacer caer por una claraboya una gota de agua constantemente, y por ese mismo lugar les bajaba, una vez en veinticuatro horas, una pieza de pan amarrada con un hilo que subía o bajaba cuando iban a cogerla, sólo para gozar de la desesperación de sus víctimas.

Los actos de sadismo que cometía en sus jóvenes y bellas sirvientas eran para "descansar" de sus experimentos científicos y sus trabajos como estafador que llevaba a cabo.

Su esposa Gerda Schwartz fue una de las primeras víctimas del desequilibrado sujeto, a quien le echaba lodo una vez detenido, imputándole que lo engañaba con docenas de amantes.

El aventurero confesó que había secuestrado, lesionado, disparado y encadenado a sus víctimas, pero según él, eso no tenía importancia comparándolo con las amenazas de muerte de sus muchos enemigos, "quienes quisieron eliminarlo para quedarse con sus inventos"...

Monstruo de San Ángel habla de sus atrocidades

Las autoridades de la demarcación Álvaro Obregón averiguaban los crímenes y desmanes cometidos por el repulsivo chacal... Avaricia, bajas pasiones, intrigas, audacia, fantasía, pero más que nada una exhibición de desequilibrio mental es lo que se destacaba en la diligencia del lunes 5 de noviembre de 1945.

Robert Arnold dijo estar enfermo y se había negado rotundamente a salir de la infecta celda que ocupaba, sin embargo, durante los interrogatorios dijo que tenía enemigos y que todos trataron de asesinarlo.

Entró en contradicciones y confesó haber golpeado a sus víctimas, pero aseguró que todo fue por sus nervios.

A pregunta del juez acerca del momento en que sedujo a Teresa Jiménez, el chacal se alteró, explicando que en un banco tenía documentos que demostraban que la muchacha había sido violentada por su propio padre y con la ayuda de su madre, cuando Teresa tenía cinco años de edad.

Al terminar la diligencia, los reporteros entraron a la celda del chacal y cruzaron unas palabras con él, mientras los fotógrafos fracasaban una y otra vez en sus propósitos de retratar al detenido, quien a su vez, mascullaba maldiciones.

La guarida de una fiera

La mansión de San Ángel tenía un aspecto tranquilo, aunque por dentro el ambiente era tenebroso, sobre todo en las mazmorras en las que Robert Arnold torturaba a sus víctimas.

El demente europeo había convertido una parte de la casona en cámaras de tortura, donde castigaba en sus explosiones demenciales a empleados, sirvientes, familiares y hasta a su inocente hija.

En aquella casa vivía también María Teresa Jiménez, convertida a la fuerza en amante del sádico, que la sometía a torturas inquisitoriales y le propinaba bárbaras palizas.

Nadie creía, al pasar por aquella aristocrática avenida, en 1945, y contemplar el exterior de la mansión, casi bucólico, que albergaría entre sus muros a una bestia humana, capaz de cometerlas más atroces violencias y los más execrables atentados contra débiles mujeres e infelices criaturas.

Para cometer sus ignominiosos atropellos, contaba Arnold con una casita pequeña, convertida en sucursal del infierno, a la que se trasladaba misteriosamente por un pasadizo secreto.

El despreciable sujeto tenía el cerebro deformado para el mal. Dicen que por efecto de un accidente de aviación. Y cuidaba de asegurarse declaraciones favorables, dictando cartas a su amante Teresa, que era al mismo tiempo su víctima.

Con Arnold preso, el capítulo de las torturas estaba ya bien aclarado.

Se supo que el extranjero defraudó a cuanta persona tuvo oportunidad y constituyó un pequeño campo de concentración en la fatídica finca de San Ángel.

Hundido ante el rigor de la justicia

La posesión de la casa 26 de la Avenida San Ángel dio lugar a movidas diligencias en las que Robert Arnold se mostraba extremadamente exaltado, pues a toda costa quería que se le llevara a su fortaleza, para ver el estado en que se encontraba.

Ya le habían informado que los ladrones habían visitado su mansión.

Gerda Schwartz, quien durante años tuvo que compartir sus habitaciones con las amantes de su marido, pedía al juez entrar en posesión de la mansión, pero de momento no obtuvo nada por carecer de papeles legales, por lo que se permitió al chacal nombrar depositarios.

Arnold, quien se cubría el cuello con una toalla y estaba cada día más delgado, se mostraba disgustado porque no se le permitía ir a su casa. Estaba hundido y recluido en una fría celda. Apenas tenía lucidez para recordar los horrores de sus actos en perjuicio de inocentes víctimas.

El chacal se enfrentaba a la rígida voz de la justicia. Las sociedad de 1945 exigía todo el peso de la ley contra el inquisidor de San Ángel.

Robert Arnold se daba cuenta, a medida que pasaban las horas y los días que su carrera como inquisidor había terminado. Encerrado como fiera asustada, no tenía a nadie en quien volcar su furia, aquella ira incontenible que lo convirtió en un ser despreciable dentro de su mansión.

Amante y esposa, unidad en su odio contra el chacal

Gerda Schwartz, una de las protagonistas principales del drama, mostraba las huellas de la mala vida que le dio el chacal. Sus ojos se alegraban por momentos -aquel jueves 8 de noviembre de 1945- porque tenía la confianza de que terminarían sus penas, una vez encarcelado su despiadado esposo.

Lo único que deseaba era cuidar a su hijita Dorothy, quien nunca había pisado una escuela, ya que siempre tuvo maestros en casa, y a falta de amiguitas y de un trato cariñoso de parte de su padre, se debía que era enfermiza. A su edad sólo sabía de fuetazos y de la ira de Arnold.

Por extraños vuelcos de la vida, Gerda y Teresa Jiménez entablaron un amigable plan de conformidad, en defensiva camaradería. El odio contenido hacia El Chacal de San Ángel las había unido en su contra.

En este caso, la tragedia común las hizo pensar igual y unirse en sus odios contra el monstruo. Durante las diligencias, la amante y la esposa reían por momentos. Gerda llegó a tomar la mano derecha de Teresa y la retuvo un momento entre las suyas. Sentían consuelo y un gran desahogo ante tanto resentimiento contra el hombre perverso que las torturó por años.

Robert Arnold golpeaba despiadadamente a su esposa Gerda, quien vivía en la planta alta de la casa. Teresa en la planta baja. Después la esposa y la amante veían llegar a otras inexpertas muchachas a la casona, y poco a poco cayeron en las manos del sádico, quien las golpeó e hizo con ellas lo que quiso en la fatídica cámara de los suplicios de la casa de Avenida del Desierto, comunicada por un pasadizo con la casona de Avenida San Ángel.

También se supo que Gerda escribía un diario, pero a lo que parecía, era obligada por el sátiro Arnold, quien le dictó varios nombres a su esposa, con el fin de que cuando esos documentos cayeran en poder de las autoridades judiciales, se viera que la señora estaba cometiendo el delito de adulterio.

La joven María Teresa Jiménez y el velador Ricardo Aldana fueron las principales víctimas del repugnante extranjero, Robert Arnold, llamado también, entre otros motes, La Bestia de San Ángel por sus monstruosidades. Ambos sufrieron tormentos que los dejaron en lamentable estado.

Formal prisión al inquisidor

Robert Arnold Berhart, "El Chacal de San Ángel", comprendía que habían terminado ya para siempre sus placeres sádicos y sus estafas desvergonzadas. En su celda aparecía decaído, esperando la larga condena a la que sería sentenciado. Su rostro comenzaba a denotar el abatimiento que dan las conciencias atormentadas.

Mientras tanto, María Teresa Jiménez Romo, la doméstica seducida, besaba con ternura a su nenita, Alicia Arnold Jiménez, también maltratada por el sádico extranjero. Acababa la pesadilla en aquella mansión.

El juez, Juan José González, negó el amparo que había solicitado el preso.

Se le dictó auto de formal prisión. Pero antes, Teresa y su sádico inquisidor fueron careados. La examante estuvo serena y se mantuvo en sus acusaciones, respecto del trato dado a ella, a Gerda y a varias sirvientas, así como a las niñas Dorothy y Alicia, a las que fueteó en forma inmisericorde.

Y así, el feroz inquisidor, que tenía establecida en San Ángel una pequeña sucursal de un campo de concentración nazi, reflexionaba y comprendía por fin que la justicia había puesto punto final a sus bestialidades. Comenzó a obnubilarse, para no recordar varios de sus delitos que cometió durante sus arranques de locura.

Varias de sus víctimas lo hundieron con sus declaraciones. Se presentaban en el juzgado personas estafadas por Arnold.

Pasaría mucho tiempo antes de que sus víctimas olvidaran las infernales noches que pasaron en las garras del monstruo, encerradas en una especie de sótano lúgubre, que hacía la vez de mazmorra medieval.

Las últimas investigaciones detectivescas dejaron al descubierto la negra personalidad de aquel infame sujeto, poseedor de una audacia tremenda.

En el interior de su estrecha celda, Robert Arnold pagaba muy caro sus fechorías. Nadie lo visitaba. Ni altos funcionarios, ni las mujeres con las que viajó al extranjero.

En la cárcel le tenían miedo y los celadores optaron por encerrarlo con enorme candado.

Ya no gozaba de su lujosa y confortable cama y por buró tenía unos ladrillos. Se le veía cabizbajo y en voz baja repetía que los nazis lo perseguían. Con el tiempo, Robert Arnold se perdió en la soledad de su oscura conciencia.

De un tremendo drama, incubado en un cerebro enfermo, empapado en ideas inquisitoriales, tuvo conocimiento LA PRENSA, al conocerse la espeluznante acusación contra el ingeniero de aviación, Robert Arnold, de nacionalidad checoslovaca, quien en su lujosa y sombría mansión hizo pasar horas de terror y pánico a su esposa, a quien balaceó en repetidas ocasiones, sujetándola a otras muchas torturas, haciendo lo mismo con una bella y joven sirvienta, a quien no conforme con haberla hecho su amante por la fuerza, a diario la sometía a inenarrables tormentos, teniéndola encadenada, desnuda y hambrienta, haciendo lo propio con el mozo de su casa.

Y aunque ambos fueron rescatados por la policía, habiéndolos encontrado con grilletes y completamente desnudos, la resaca de todo lo vivido permanecería intacta en sus mentes como el recuerdo de un tatuaje psicológico.

Arnold, para encubrir sus crímenes, fingía ser presa del delirio de persecución. El despiadado hombre fue detenido en su mansión de la avenida San Ángel 26 el viernes 2 de noviembre de1945, de donde se rescató a Teresa Jiménez Romo y al mozo Ricardo Aldana Gama.

El reportero policial Rafael Pérez Martín del Campo dio amplia cobertura a este caso que indignó a la sociedad.

Encadenaba a la esposa y a la amante, juntas

Teresa Jiménez contaba con 19 años. Dijo que el 2 de septiembre de 1941 entró a servir a la casa del extranjero y de su esposa Gerda, pero que al poco tiempo la hizo su amante por la fuerza y, el 8 de marzo de 1943, tuvo una hija de él -Alicia-, quien no podía ni hablar, pues era objeto de maltrato.

Algunas noches, a Gerda y a Teresa las desnudaba y las encadenaba, dejándolas sin comer. Por su parte, el mozo Ricardo Aldana dijo que Arnold padecía delirio de persecución.

-Su casa la tiene con rejas y siempre me indicaba que vigilara, sobre todo cuando se estacionaban coches frente a la puerta o se paraban individuos en las cercanías de la finca.

El viernes 2 de noviembre, a las 8:00 horas llegó Arnold a la casa y pasó al mozo al despacho, y cuando menos lo esperó, aquél lo golpeó en la cabeza y perdió el conocimiento. Al recobrarlo, se encontró en el cuarto -donde ya estaba Teresa-, sin ropa y encadenado, hasta que fue salvado por agentes del Servicio Secreto.

En este caso se supo que el ingeniero de aviación había cometido más delitos con otras muchachas; su largo historial, aunque poco conocido, era amplio y variado.

Por otra parte, la casa de la avenida San Ángel presentaba un gran misterio. Se hablaba de un personaje de novela con características diversas.

Robert Arnold tenía diploma de ingeniero de aviación. Llevaba a cabo papeles centrales: desde el científico que era aceptado en el mundo de los negocios, hasta el de hábil estafador, villano y sádico, émulo del Sátiro de Duesseldorff o un Barba Azul de la época.

Su negra personalidad lo llevó a cometer los peores crímenes. A sus hijas, Dorothy y Alicia -la primera de 18 años y la segunda de casi tres-, las sometió a actos horripilantes con los que él se divertía. Su esposa Gerda Schwartz estaba internada en un sanatorio, a consecuencia del balazo que sufrió en el costado izquierdo y que le fue disparado por el ingeniero desquiciado.

Teresa Jiménez, la bella amante, era atendida en el Hospital Juárez de las heridas que recibió al ser atormentada y vejada por el sádico inquisidor.

Los crímenes del inquisidor eran negros. Las huellas que presentaba Teresa Jiménez, sirvienta de La Casa de los Tormentos, y a quien forzó para convertirla en su amante, no podían mentir.

Su espalda, cara y muñecas mostraban huellas de los grilletes que llevó por mucho tiempo. El pueblo indignado pedía severo castigo para El Chacal de San Ángel, como lo comenzaron a llamar.

Demente infernal

Pero había más víctimas del infernal Arnold. En esta ciudad y sus cercanías había jóvenes muchachas que conservaban cicatrices del despiadado trato que les dio el checoslovaco, quien a una de ellas le ofreció hasta 10 mil dólares para que fuera su amante.

De los fraudes, se contaban numerosas víctimas, que inocentemente se dejaron engatusar, según para participar de algunos inventos, perdiendo cantidades que ascendían a seiscientos mil pesos.

Y un personaje de nacionalidad alemana trató de interponer sus influencias y dinero para rescatar de la cárcel al acusado, pero las autoridades de Villa Álvaro Obregón no estaban dispuestas a que La Bestia de San Ángel, como también se le llamó, se burlara de la justicia. Y hasta se pensó en el Manicomio de La Castañeda para alojarlo.

La casa de la avenida San Ángel 26 era de estilo californiano y tenía un pasaje que comunicaba a un palacete en Avenida del Desierto, donde Arnold organizaba bacanales para aliviar su locura.

En los primeros momentos de la investigación afloró el negro perfil del ingeniero de aviación, quien ejercía gran poder en su esposa y su joven amante, a quienes atormentaba. Las mujeres estaban enfermas de pánico. Durante años lo obedecieron ciegamente.

Gerda Schwartz soportó que, en París, Arnold la tuviera viviendo con otras cinco mujeres a las que daba igual trato que a ella. Comían en la misma mesa. Un día salía con una y otras veces elegía a la que más le gustaba para exhibirlas por los Campos Elíseos y otros lugares donde se daba cita con la élite.

Gran misterio encerraba la vida del checoslovaco. Vino a México escapando de tierras europeas azotadas por los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando los alemanes se aproximaron a París, Arnold aseguró a su esposa y a su hija Dorothy y marchó a Portugal, de donde se trasladó a Cuba. Quiso entrar a Estados Unidos, pero sus secretos de aviación no le sirvieron para nada.

Cuando nuestro reportero visitó a Teresa Jiménez en el Hospital Juárez, se encontró con una jovencita de rostro delicado, maltratado por los golpes. No tenía características de haber trabajado como sirvienta. Su tez apiñonada y cejas pobladas acentuaban su belleza. Era accesible y amable; durante la entrevista dijo ser de Aguascalientes.

Se le notaron inmediatamente las huellas del encadenamiento que sufrió. Las muñecas de sus brazos presentaban moretones. Sus piernas y espalda igual. Las fotografías no mentían.

Relató que a los pocos días de haber entrado a trabajar a la mansión de San Ángel, Arnold la hizo su amante. La señora Gerda no dijo nada, seguramente por el temor a su esposo. Y las dos fueron amigas.

-Como había muchas habitaciones en la casona, cada quien ocupaba recámaras diferentes. En cuatro años, la señora Gerda apenas si era tratada por el checoslovaco, que no la miraba bien, porque ya no era joven, pero en cambio a mí sí.

Apuntó Teresa que en 1944 acompañó a su amante a Argentina; y hasta le tomó cariño. Pero ese sentimiento quedó enterrado por las atrocidades de las que fue víctima tiempo después.

Lo único que quería Teresa era tranquilidad, pues sólo deseaba dedicarse a su hijita Alicia.

Dijo la joven hospitalizada que a Gerda y a ella las tenía amenazadas de muerte el ingeniero.

Decía que lo traicionaban y no les permitía que salieran de la mansión o que observaran la calle a través de la ventana.

El chofer de planta dijo que Arnold era un sujeto que se daba vida de príncipe y que cuando utilizaba autos de alquiler le daba al ruletero de 30 a 50 pesos por la dejada.

Por otros conductos este diario supo que el "inventor" hacía frecuentes viajes al extranjero, llevando de compañía a mujeres mexicanas y de otras nacionalidades.

También se dijo que era un tipo "muy influyente".

Respecto a las residencias -comunicadas por un pasaje- del extranjero nacionalizado mexicano, podemos anotar que estaban instaladas a todo lujo y tenían alfombras de cinco centímetros de espesor. Los muebles eran de inmejorable calidad. Contaban con aparatos costosísimos de calefacción y para cambiar el aire.

Robert Arnold logró reunir joyas y obras de gran valor, entre ellas un cuadro de Rembrandt, del que se dijo, tenía un costo de millón y medio de dólares y que guardaba celosamente en el Banco de México.

A eso atribuía que gente misteriosa se moviera por las cercanías de San Ángel, sospechando de sus intenciones para robarle. Por ello cuando viajaba en autos de alquiler, cambiaba de camino y rodeaba para llegar al lugar deseado.

Así atormentaba a sus víctimas Roberto Arnold

Había sido ya descubierta la azarosa vida del inquisidor. Mucho del misterio en torno a la personalidad del fugitivo de la guerra iba aclarándose. Robert Arnold permanecía en la Cárcel de Villa Álvaro Obregón. Los presos lo bautizaron como El Monje Blanco, porque para eludir las cámaras fotográficas se cubría con una sábana blanca.

Arnold tenía 54 años de edad. Era blanco y de ojos azules; de cara enjuta, delgado y caído de hombros. "Antes era gordo y fornido", dijo su chofer.

En la Cárcel de San Ángel se notaba gran expectación, y poco a poco la gente iba llegando a las afueras de esa prisión en espera de ver a tan siniestro personaje. Arnold confiaba en que sus poderosos contactos lo salvaran del "atropello que se cometía con él".

El juez no le concedió libertad bajo fianza en virtud de los muchos delitos por los que se le acusaba, siendo entre ellos los de lesiones, secuestro con tormento, disparo de arma de fuego y otros.

El ser diabólico llevaba a varias de sus numerosas víctimas ala cámara de los suplicios, en su mansión. Las encerraba en un cuarto de madera y hierro, donde las sometía a tormentos infernales, tales como hacer caer por una claraboya una gota de agua constantemente, y por ese mismo lugar les bajaba, una vez en veinticuatro horas, una pieza de pan amarrada con un hilo que subía o bajaba cuando iban a cogerla, sólo para gozar de la desesperación de sus víctimas.

Los actos de sadismo que cometía en sus jóvenes y bellas sirvientas eran para "descansar" de sus experimentos científicos y sus trabajos como estafador que llevaba a cabo.

Su esposa Gerda Schwartz fue una de las primeras víctimas del desequilibrado sujeto, a quien le echaba lodo una vez detenido, imputándole que lo engañaba con docenas de amantes.

El aventurero confesó que había secuestrado, lesionado, disparado y encadenado a sus víctimas, pero según él, eso no tenía importancia comparándolo con las amenazas de muerte de sus muchos enemigos, "quienes quisieron eliminarlo para quedarse con sus inventos"...

Monstruo de San Ángel habla de sus atrocidades

Las autoridades de la demarcación Álvaro Obregón averiguaban los crímenes y desmanes cometidos por el repulsivo chacal... Avaricia, bajas pasiones, intrigas, audacia, fantasía, pero más que nada una exhibición de desequilibrio mental es lo que se destacaba en la diligencia del lunes 5 de noviembre de 1945.

Robert Arnold dijo estar enfermo y se había negado rotundamente a salir de la infecta celda que ocupaba, sin embargo, durante los interrogatorios dijo que tenía enemigos y que todos trataron de asesinarlo.

Entró en contradicciones y confesó haber golpeado a sus víctimas, pero aseguró que todo fue por sus nervios.

A pregunta del juez acerca del momento en que sedujo a Teresa Jiménez, el chacal se alteró, explicando que en un banco tenía documentos que demostraban que la muchacha había sido violentada por su propio padre y con la ayuda de su madre, cuando Teresa tenía cinco años de edad.

Al terminar la diligencia, los reporteros entraron a la celda del chacal y cruzaron unas palabras con él, mientras los fotógrafos fracasaban una y otra vez en sus propósitos de retratar al detenido, quien a su vez, mascullaba maldiciones.

La guarida de una fiera

La mansión de San Ángel tenía un aspecto tranquilo, aunque por dentro el ambiente era tenebroso, sobre todo en las mazmorras en las que Robert Arnold torturaba a sus víctimas.

El demente europeo había convertido una parte de la casona en cámaras de tortura, donde castigaba en sus explosiones demenciales a empleados, sirvientes, familiares y hasta a su inocente hija.

En aquella casa vivía también María Teresa Jiménez, convertida a la fuerza en amante del sádico, que la sometía a torturas inquisitoriales y le propinaba bárbaras palizas.

Nadie creía, al pasar por aquella aristocrática avenida, en 1945, y contemplar el exterior de la mansión, casi bucólico, que albergaría entre sus muros a una bestia humana, capaz de cometerlas más atroces violencias y los más execrables atentados contra débiles mujeres e infelices criaturas.

Para cometer sus ignominiosos atropellos, contaba Arnold con una casita pequeña, convertida en sucursal del infierno, a la que se trasladaba misteriosamente por un pasadizo secreto.

El despreciable sujeto tenía el cerebro deformado para el mal. Dicen que por efecto de un accidente de aviación. Y cuidaba de asegurarse declaraciones favorables, dictando cartas a su amante Teresa, que era al mismo tiempo su víctima.

Con Arnold preso, el capítulo de las torturas estaba ya bien aclarado.

Se supo que el extranjero defraudó a cuanta persona tuvo oportunidad y constituyó un pequeño campo de concentración en la fatídica finca de San Ángel.

Hundido ante el rigor de la justicia

La posesión de la casa 26 de la Avenida San Ángel dio lugar a movidas diligencias en las que Robert Arnold se mostraba extremadamente exaltado, pues a toda costa quería que se le llevara a su fortaleza, para ver el estado en que se encontraba.

Ya le habían informado que los ladrones habían visitado su mansión.

Gerda Schwartz, quien durante años tuvo que compartir sus habitaciones con las amantes de su marido, pedía al juez entrar en posesión de la mansión, pero de momento no obtuvo nada por carecer de papeles legales, por lo que se permitió al chacal nombrar depositarios.

Arnold, quien se cubría el cuello con una toalla y estaba cada día más delgado, se mostraba disgustado porque no se le permitía ir a su casa. Estaba hundido y recluido en una fría celda. Apenas tenía lucidez para recordar los horrores de sus actos en perjuicio de inocentes víctimas.

El chacal se enfrentaba a la rígida voz de la justicia. Las sociedad de 1945 exigía todo el peso de la ley contra el inquisidor de San Ángel.

Robert Arnold se daba cuenta, a medida que pasaban las horas y los días que su carrera como inquisidor había terminado. Encerrado como fiera asustada, no tenía a nadie en quien volcar su furia, aquella ira incontenible que lo convirtió en un ser despreciable dentro de su mansión.

Amante y esposa, unidad en su odio contra el chacal

Gerda Schwartz, una de las protagonistas principales del drama, mostraba las huellas de la mala vida que le dio el chacal. Sus ojos se alegraban por momentos -aquel jueves 8 de noviembre de 1945- porque tenía la confianza de que terminarían sus penas, una vez encarcelado su despiadado esposo.

Lo único que deseaba era cuidar a su hijita Dorothy, quien nunca había pisado una escuela, ya que siempre tuvo maestros en casa, y a falta de amiguitas y de un trato cariñoso de parte de su padre, se debía que era enfermiza. A su edad sólo sabía de fuetazos y de la ira de Arnold.

Por extraños vuelcos de la vida, Gerda y Teresa Jiménez entablaron un amigable plan de conformidad, en defensiva camaradería. El odio contenido hacia El Chacal de San Ángel las había unido en su contra.

En este caso, la tragedia común las hizo pensar igual y unirse en sus odios contra el monstruo. Durante las diligencias, la amante y la esposa reían por momentos. Gerda llegó a tomar la mano derecha de Teresa y la retuvo un momento entre las suyas. Sentían consuelo y un gran desahogo ante tanto resentimiento contra el hombre perverso que las torturó por años.

Robert Arnold golpeaba despiadadamente a su esposa Gerda, quien vivía en la planta alta de la casa. Teresa en la planta baja. Después la esposa y la amante veían llegar a otras inexpertas muchachas a la casona, y poco a poco cayeron en las manos del sádico, quien las golpeó e hizo con ellas lo que quiso en la fatídica cámara de los suplicios de la casa de Avenida del Desierto, comunicada por un pasadizo con la casona de Avenida San Ángel.

También se supo que Gerda escribía un diario, pero a lo que parecía, era obligada por el sátiro Arnold, quien le dictó varios nombres a su esposa, con el fin de que cuando esos documentos cayeran en poder de las autoridades judiciales, se viera que la señora estaba cometiendo el delito de adulterio.

La joven María Teresa Jiménez y el velador Ricardo Aldana fueron las principales víctimas del repugnante extranjero, Robert Arnold, llamado también, entre otros motes, La Bestia de San Ángel por sus monstruosidades. Ambos sufrieron tormentos que los dejaron en lamentable estado.

Formal prisión al inquisidor

Robert Arnold Berhart, "El Chacal de San Ángel", comprendía que habían terminado ya para siempre sus placeres sádicos y sus estafas desvergonzadas. En su celda aparecía decaído, esperando la larga condena a la que sería sentenciado. Su rostro comenzaba a denotar el abatimiento que dan las conciencias atormentadas.

Mientras tanto, María Teresa Jiménez Romo, la doméstica seducida, besaba con ternura a su nenita, Alicia Arnold Jiménez, también maltratada por el sádico extranjero. Acababa la pesadilla en aquella mansión.

El juez, Juan José González, negó el amparo que había solicitado el preso.

Se le dictó auto de formal prisión. Pero antes, Teresa y su sádico inquisidor fueron careados. La examante estuvo serena y se mantuvo en sus acusaciones, respecto del trato dado a ella, a Gerda y a varias sirvientas, así como a las niñas Dorothy y Alicia, a las que fueteó en forma inmisericorde.

Y así, el feroz inquisidor, que tenía establecida en San Ángel una pequeña sucursal de un campo de concentración nazi, reflexionaba y comprendía por fin que la justicia había puesto punto final a sus bestialidades. Comenzó a obnubilarse, para no recordar varios de sus delitos que cometió durante sus arranques de locura.

Varias de sus víctimas lo hundieron con sus declaraciones. Se presentaban en el juzgado personas estafadas por Arnold.

Pasaría mucho tiempo antes de que sus víctimas olvidaran las infernales noches que pasaron en las garras del monstruo, encerradas en una especie de sótano lúgubre, que hacía la vez de mazmorra medieval.

Las últimas investigaciones detectivescas dejaron al descubierto la negra personalidad de aquel infame sujeto, poseedor de una audacia tremenda.

En el interior de su estrecha celda, Robert Arnold pagaba muy caro sus fechorías. Nadie lo visitaba. Ni altos funcionarios, ni las mujeres con las que viajó al extranjero.

En la cárcel le tenían miedo y los celadores optaron por encerrarlo con enorme candado.

Ya no gozaba de su lujosa y confortable cama y por buró tenía unos ladrillos. Se le veía cabizbajo y en voz baja repetía que los nazis lo perseguían. Con el tiempo, Robert Arnold se perdió en la soledad de su oscura conciencia.

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