/ viernes 24 de febrero de 2023

Rivalidad mortal: A balazos, maestros se matan en salón de clases de una primaria

Dos profesores dirimieron sus diferencias magisteriales en 1962, dentro de un salón de clases de una primaria, ante la mirada atónita y aterrada de los pequeños estudiantes

El martes 10 de julio de 1962, LA PRENSA informó que dos profesores perdieron la vida en un terrible tiroteo escenificado en el interior de una escuela primaria, donde decenas de niños se asustaron al máximo por el insólito y reprobable suceso.

Añejas rencillas surgidas al calor de la lucha magisterial dieron margen a que los protagonistas de la tragedia entablaran un pleito personal que, por desgracia, culminó dentro de un plantel educativo.

Arístides Zavalza Ortega y Vicente Solís Morales cayeron abatidos, en medio de una lluvia de balas. Los profesores utilizaron la dirección de la escuela Estado de Tamaulipas (situada en Avenida del Taller 344, colonia Obrera) para dirimir sus dificultades.

Dos individuos, ajenos totalmente a ese plantel, llegaron ahí para “auxiliar” a Arístides en los planes que éste tenía para eliminar a Vicente. Ambos fueron identificados como Juan Manuel y Daniel Zavalza, hermanos de Arístides.

Para dar una idea de lo que ocurrió en la escuela, baste decir que fueron localizados 13 impactos de bala en paredes, puertas y ventanas. Las autoridades recogieron un revólver calibre .38 que empleó Arístides y una pistola escuadra que Vicente no dejaba ni en sueños.

La Policía Judicial del Distrito comprobó plenamente que Arístides planeó el asesinato contra su compañero de trabajo. Llevaba poco más de 400 pasos que emplearía para darse a la fuga, pero no contó con que correría con la misma suerte que su enemigo.

Arístides y Vicente eran algunos de los más acérrimos seguidores de Othón Salazar, quien hacía poco más de tres años aún tenía fuerza en el magisterio. (El líder social falleció el 4 de diciembre de 2008).

Pero cuando aquel llamado movimiento revolucionario empezó a decaer, Vicente Solís le volvió la espalda a Othón Salazar. Esto nunca se lo perdonó Arístides Zavalza.

Entonces, los educadores comenzaron a lanzarse indirectas y después fueron insultos hirientes. No les importaba discutir su ideología, a pesar de que se encontraban frente a sus alumnos.

Uno de los aspectos que llamaba la atención de sus conocidos, era el hecho de que sus disgustos se desataban de las más nimias cosas, incluso si nada tenían que ver con el otonismo o el magisterio.

Algunos de sus conocidos los conminaron a que hicieran las paces, pero jamás escucharon las recomendaciones y consejos que sus compañeros o familiares les hacían.

También se dijo que el director de la escuela aludida, David Vega Velázquez, llamó la atención a uno de ellos por andar armado dentro del plantel. Pero ni a su máximo jefe le hicieron caso. A final de cuentas, la riña ya era personal y el odio a muerte.

A un paso de la muerte

El viernes 6 de julio, los profesores organizaron una comida en el restaurante Los Manantiales, en Xochimilco. Por supuesto, acompañaron los alimentos con una buena dosis de alcohol.

Después de la comida, continuaron la borrachera. Los viejos comentarios sobre quién era quién en el gremio de los maestros y qué era lo que debía hacerse, constituyeron el platillo fuerte.

La plática se convirtió en discusión. Claro, los hoy desaparecidos intervinieron y llegó un momento en que se dijeron las peores cosas.

Uno de los profesores, invitado al ágape, informó que Vicente echó mano a su pistola y vació toda la carga sobre su contrincante. Se desconocía si tenía mala puntería o hizo fuego sólo para atemorizar al otro sujeto.

Varias veces se encararon

Aparentemente, todo fue una “llamarada de petate”. Los otros maestros comentaron que el asunto no llegaría a peores consecuencias.

¡Qué equivocados estaban! Arístides se sabía dispuesto a cobrarse el agravio. ¿Cómo? Eliminando de una vez por todas a quien odiaba con toda su alma.

Arístides llegó a su domicilio en Francisco Olaguíbel 144, colonia Morelos, y contó a su esposa Alicia Ramírez el incidente que había tenido. Ella, según se supo, lo instó a que olvidara todo. Pero el aludido profesor fue más allá.

Narró a sus cuatro hermanos que estuvo a punto de perder la vida a manos de Vicente. Dos de ellos -según datos recabados por la policía- estuvieron de acuerdo en que era preciso acabar con Solís antes de que éste “se le adelantara”.

Por lo visto, Arístides y sus hermanos Daniel y Juan Manuel llegaron a la conclusión de que el lunes 9 de julio debían matar a Vicente Solís.

Los planes, según se desprendían de la investigación respectiva, eran en el sentido de que Arístides llegaría armado.

A la una de la tarde aparecerían Daniel y Juan Manuel Zavalza para auxiliar a su consanguíneo y, luego, si todo salía de acuerdo con lo planeado, regresarían todos con la frente en alto.

Había confusión en torno a un hermano homicida

Los detectives de la Policía Judicial tenían entendido que Vicente ya sospechaba lo que le esperaba. Inmediatamente de que checó la tarjeta de entrada, se dirigió a la dirección del plantel, donde conversó con el director David Vega, quien a su vez observó que dos tipos desconocidos andaban nerviosamente por uno de los pasillos. Salió de su despacho y les preguntó qué deseaban.

-Vinimos a inscribir a un niño -respondió uno de los desconocidos, al tiempo que el otro se alejaba del lugar.

-Venga después de las dos de la tarde para tratar ese asunto, porque ahora estoy ocupado -replicó el director de la escuela.

El recién llegado no acató de buena gana la orden de que se retirara. Avanzó hacia la salida, pero después regresó. Por nada se sacó la mano que llevaba metida en la bolsa derecha de su saco. Es de creerse que empuñaba una pistola.

Según dijo entonces el profesor David Vega, en esos instantes escuchó varias detonaciones. Se percató de que provenían de su oficina. Se ocupó de poner fuera de peligro a varios de los 780 niños que empezaban a llegar para recibir sus clases.

Las niñas que estudiaban de las 8:00 a las 13:00 horas, se habían retirado en su mayoría, pero aún quedaban algunas rezagadas. Ningún empleado del plantel fue testigo de la tragedia. Todos se pusieron en lugares donde no pudieran tocarles las balas.

Un individuo, que se creía era Juan Manuel Zavalza, salió a toda prisa con la pistola empuñada. Abordó un taxi, placas 4766 y apuntó a la cabeza del chofer Gregorio Hernández Lima para que lo condujera a un lugar distante de la colonia Obrera.

Luego, decenas de personas se arremolinaron en torno al local que ocupa la dirección de la escuela. Ya estaban muertos los profesores mencionados.

Rápidamente llegaron cuatro agentes del Servicio Secreto, bajo las órdenes del comandante Luis M. Rodríguez.

Aparentemente, Arístides y Vicente se habían matado entre sí y no había delito qué perseguir. Empero, se supo de la huida de Juan Manuel Zavalza y los detectives se lanzaron en su búsqueda.

La agente del Ministerio Público, Carmen Baruch, llegó al escenario del doble homicidio y tuvo ante sí un cuadro de pesadilla: el cadáver de Arístides yacía boca arriba y con la cabeza pegada a la puerta de entrada. Quedó con las piernas extendidas.

La pistola calibre .38 que utilizó estaba sobre el piso y cerca de la axila izquierda del cuerpo. El cuerpo de Vicente Solís yacía de rodillas e inclinado hacia delante; su pistola calibre .38 quedó sobre su cuerpo.

Todavía tenía el índice derecho colocado sobre el llamador. Los peritos localizaron tres impactos en la puerta de entrada, dos en la pared oeste, dos más en el ventanal de la misma pared, tres en los cristales del cancel que servía como pared sur, uno en la pared oriente y otro en la puerta que comunica a la dirección con otro local contiguo.

Embustes tras el homicidio

Cabía hacer notar que los autores de la tragedia estaban en la dirección en el momento en que se dispararon entre sí. Y quien hizo fuego desde el pasillo perforó la humanidad de Arístides.

El cuerpo de este apareció con dos heridas en el omóplato derecho y otro en el izquierdo. Además, se le apreciaron dos heridas en la cabeza y una más en el pecho.

Llamaban la atención, en especial, los impactos que se apreciaron en el cancel del lado sur, pues se vio que alguien los hizo de fuera hacia adentro, es decir, un individuo disparó desde el pasillo.

Entonces, si Juan Manuel había sido quien disparó desde el pasillo, no cabe duda de que mató a su propio hermano, ya que Arístides se baleó de frente con su enemigo. El cadáver de Vicente también presentaba seis heridas de bala.


Rosalino Ramírez Faz, al mando de los agentes Ricardo Castro, Porfirio Chan, Juan Guerra y Miguel Ángel Barrera, se dieron a la investigación del caso. Detuvieron a César Zavalza (un hermano de Arístides) quien se negó a proporcionar mayores detalles. Arístides daba clases a alumnos de sexto y tenía 29 años de edad.

Al día siguiente, se informó en torno a la opinión del Secretario de Educación Pública, doctor Jaime Torres Bodet, en el sentido de que la escuela debía estar por encima de las pasiones de todo orden de quienes han recibido el honroso encargo de impartir enseñanza a los hijos de nuestro pueblo...

Y la necropsia practicada a los cadáveres de los profesores Arístides Zavalza y Vicente Solís no reveló si el primero de ellos fue muerto por su propio hermano de nombre Juan Manuel, quien era buscado activamente por la policía.

Aparentemente, ninguna otra persona lesionó a los protagonistas del drama, sin embargo “todavía había dudas al respecto”.

Algunos investigadores suponían que Juan Manuel pudo haber disparado contra su consanguíneo, sin la intención de herirlo y menos de victimarlo.

Quienes sostenían ese criterio recalcaban que Juan Manuel disparó desde un pasillo hacia la dirección, donde quedaron muertos los educadores.

Y, en efecto, varios impactos se apreciaban en el cancel con cristales que dividía el pasillo y el local aludido.

Pudo ser, decían otros agentes, que Juan Manuel Zavalza hubiese disparado, pero no hizo blanco al registrarse el nutrido tiroteo.

El taxista Gregorio Hernández Lima, entregó dos balas, una calibre .32 y otra .38, que el prófugo de la justicia abandonó dentro del taxi que utilizó para darse a la fuga.

Amenazó al taxista para que siguiera hacia Avenida Francisco Morazán, donde descendió para eludir a la policía. El hecho de que abandonara una bala calibre .38 podría significar que Juan Manuel poseía una pistola del calibre correspondiente. Los médicos legistas corroboraron el dato de que Vicente fue muerto a quemarropa.

De lo anterior se desprende que Arístides llegó hasta el acérrimo enemigo y disparó a unos cuantos centímetros de distancia, no sin que el agredido tuviera tiempo de contestar el fuego.

Se daba por hecho de que Vicente no hubiera salido bien librado. Su crimen fue planeado para que así ocurriera. Si hubiese salido de la dirección del plantel, en el pasillo ya lo esperaba Juan Manuel y, al parecer, también Daniel Zavalza, hermanos de Arístides.

Fueron tres contra uno

Y amparado por un juez, se presentó ante las autoridades Daniel Zavalza Ortega, entonces de 34 años, el 11 de julio de 1962. Obviamente, declaró que su hermano Juan Manuel no era el prófugo. Dijo que a las 15:00 horas del día 9 de julio, llegó a la escuela “para pedir dinero a su hermano Arístides”.

Alguien le preguntó qué hacía en ese lugar y primero dijo que iba a inscribir a uno de sus hijos en las clases de quinto año y, entonces, “comenzó la balacera, me acerqué a los cristales y noté que Vicente me disparaba a través del cancel”...

Daniel sacó su pistola y también disparó a través de los cristales, a la vez que asía a su hermano por la cintura, tratando de sacarlo de la dirección, pero Arístides no podía moverse ya, por lo que Daniel huyó cuando alguien llamaba a la policía. Antes de salir soltó su pistola y se llevó la de su hermano, pues la primera no tenía cartuchos.

Al escapar en el taxi, manejado por Gregorio Hernández, “no supo dónde dejó el arma, cuando se dio cuenta ya estaba en el Bosque de Chapultepec”.

Permaneció escondido en Carolina 126, colonia Nápoles, en espera de un amparo, pues “actuó en defensa de su hermano”.

La agente del Ministerio Público, Gloria Pichardo, hizo preguntas especiales a Daniel Zavalza, quien justificó la portación de arma prohibida “porque en la colonia donde vivía no había seguridad pública”.

Juan Manuel, el hermano buscado por la policía, “nunca estuvo en el lugar de los hechos”. Pidió entonces el amparado que se dejara en libertad a su hermano César Zavalza. Se dijo al embustero que desistiera de su amparo, en su calidad de hombre y conciencia ciudadana, pero se negó porque “le tenía miedo a la cárcel”.

No hubo más remedio que dejar que Daniel Zavalza (sin que significara de ninguna manera que era inocente) saliese tranquilamente de la Procuraduría, porque un juez de Distrito le había concedido amparo provisional mediante fianza de 2,500 pesos.

Entonces, parecía claro que Daniel y no Juan Manuel había disparado a través del cancel, pero un juez por lo menos mal informado le concedió una especie de patente de impunidad, uno más de los amparos que tanto daño le han hecho a la justicia en México.

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A un paso de prisión

Finalmente, se informó que el amparo podría ser revocado y Daniel Zavalza iría a prisión, de la “que se encontraba a un paso”.

De acuerdo con lo que se publicó en LA PRENSA el sábado 14 de julio de 1962, la Procuraduría del DF había reunido los elementos nece-sarios para consignarlos por el delito de homicidio, pese a la negativa de Juan Manuel, respecto a querer deslindarse por completo del incidente. Así pues, los siguientes movimientos de la autoridad fueron ejercer la acción penal contra Juan Manuel y Daniel; y, por otra parte, el rumor más fuerte fue en el sentido de que se revocaría la suspensión provisional que se les había concedido a los hermanos.

En tanto que César declaró que temía ser víctima de una venganza por parte de los parientes de Solís, derivado de la muerte de aquel, aunque también en la reyerta falleció su hermano; no obstante, había algo de culpa en sus palabras, pues ante todo, reconoció que sí sabía de las dificultades que había entre aquel y su hermano.

No se supo si finalmente fue castigado, junto con sus consanguíneos, por sus embustes y por su presunta responsabilidad en la celada que tendieron al profesor Vicente Solís.

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El martes 10 de julio de 1962, LA PRENSA informó que dos profesores perdieron la vida en un terrible tiroteo escenificado en el interior de una escuela primaria, donde decenas de niños se asustaron al máximo por el insólito y reprobable suceso.

Añejas rencillas surgidas al calor de la lucha magisterial dieron margen a que los protagonistas de la tragedia entablaran un pleito personal que, por desgracia, culminó dentro de un plantel educativo.

Arístides Zavalza Ortega y Vicente Solís Morales cayeron abatidos, en medio de una lluvia de balas. Los profesores utilizaron la dirección de la escuela Estado de Tamaulipas (situada en Avenida del Taller 344, colonia Obrera) para dirimir sus dificultades.

Dos individuos, ajenos totalmente a ese plantel, llegaron ahí para “auxiliar” a Arístides en los planes que éste tenía para eliminar a Vicente. Ambos fueron identificados como Juan Manuel y Daniel Zavalza, hermanos de Arístides.

Para dar una idea de lo que ocurrió en la escuela, baste decir que fueron localizados 13 impactos de bala en paredes, puertas y ventanas. Las autoridades recogieron un revólver calibre .38 que empleó Arístides y una pistola escuadra que Vicente no dejaba ni en sueños.

La Policía Judicial del Distrito comprobó plenamente que Arístides planeó el asesinato contra su compañero de trabajo. Llevaba poco más de 400 pasos que emplearía para darse a la fuga, pero no contó con que correría con la misma suerte que su enemigo.

Arístides y Vicente eran algunos de los más acérrimos seguidores de Othón Salazar, quien hacía poco más de tres años aún tenía fuerza en el magisterio. (El líder social falleció el 4 de diciembre de 2008).

Pero cuando aquel llamado movimiento revolucionario empezó a decaer, Vicente Solís le volvió la espalda a Othón Salazar. Esto nunca se lo perdonó Arístides Zavalza.

Entonces, los educadores comenzaron a lanzarse indirectas y después fueron insultos hirientes. No les importaba discutir su ideología, a pesar de que se encontraban frente a sus alumnos.

Uno de los aspectos que llamaba la atención de sus conocidos, era el hecho de que sus disgustos se desataban de las más nimias cosas, incluso si nada tenían que ver con el otonismo o el magisterio.

Algunos de sus conocidos los conminaron a que hicieran las paces, pero jamás escucharon las recomendaciones y consejos que sus compañeros o familiares les hacían.

También se dijo que el director de la escuela aludida, David Vega Velázquez, llamó la atención a uno de ellos por andar armado dentro del plantel. Pero ni a su máximo jefe le hicieron caso. A final de cuentas, la riña ya era personal y el odio a muerte.

A un paso de la muerte

El viernes 6 de julio, los profesores organizaron una comida en el restaurante Los Manantiales, en Xochimilco. Por supuesto, acompañaron los alimentos con una buena dosis de alcohol.

Después de la comida, continuaron la borrachera. Los viejos comentarios sobre quién era quién en el gremio de los maestros y qué era lo que debía hacerse, constituyeron el platillo fuerte.

La plática se convirtió en discusión. Claro, los hoy desaparecidos intervinieron y llegó un momento en que se dijeron las peores cosas.

Uno de los profesores, invitado al ágape, informó que Vicente echó mano a su pistola y vació toda la carga sobre su contrincante. Se desconocía si tenía mala puntería o hizo fuego sólo para atemorizar al otro sujeto.

Varias veces se encararon

Aparentemente, todo fue una “llamarada de petate”. Los otros maestros comentaron que el asunto no llegaría a peores consecuencias.

¡Qué equivocados estaban! Arístides se sabía dispuesto a cobrarse el agravio. ¿Cómo? Eliminando de una vez por todas a quien odiaba con toda su alma.

Arístides llegó a su domicilio en Francisco Olaguíbel 144, colonia Morelos, y contó a su esposa Alicia Ramírez el incidente que había tenido. Ella, según se supo, lo instó a que olvidara todo. Pero el aludido profesor fue más allá.

Narró a sus cuatro hermanos que estuvo a punto de perder la vida a manos de Vicente. Dos de ellos -según datos recabados por la policía- estuvieron de acuerdo en que era preciso acabar con Solís antes de que éste “se le adelantara”.

Por lo visto, Arístides y sus hermanos Daniel y Juan Manuel llegaron a la conclusión de que el lunes 9 de julio debían matar a Vicente Solís.

Los planes, según se desprendían de la investigación respectiva, eran en el sentido de que Arístides llegaría armado.

A la una de la tarde aparecerían Daniel y Juan Manuel Zavalza para auxiliar a su consanguíneo y, luego, si todo salía de acuerdo con lo planeado, regresarían todos con la frente en alto.

Había confusión en torno a un hermano homicida

Los detectives de la Policía Judicial tenían entendido que Vicente ya sospechaba lo que le esperaba. Inmediatamente de que checó la tarjeta de entrada, se dirigió a la dirección del plantel, donde conversó con el director David Vega, quien a su vez observó que dos tipos desconocidos andaban nerviosamente por uno de los pasillos. Salió de su despacho y les preguntó qué deseaban.

-Vinimos a inscribir a un niño -respondió uno de los desconocidos, al tiempo que el otro se alejaba del lugar.

-Venga después de las dos de la tarde para tratar ese asunto, porque ahora estoy ocupado -replicó el director de la escuela.

El recién llegado no acató de buena gana la orden de que se retirara. Avanzó hacia la salida, pero después regresó. Por nada se sacó la mano que llevaba metida en la bolsa derecha de su saco. Es de creerse que empuñaba una pistola.

Según dijo entonces el profesor David Vega, en esos instantes escuchó varias detonaciones. Se percató de que provenían de su oficina. Se ocupó de poner fuera de peligro a varios de los 780 niños que empezaban a llegar para recibir sus clases.

Las niñas que estudiaban de las 8:00 a las 13:00 horas, se habían retirado en su mayoría, pero aún quedaban algunas rezagadas. Ningún empleado del plantel fue testigo de la tragedia. Todos se pusieron en lugares donde no pudieran tocarles las balas.

Un individuo, que se creía era Juan Manuel Zavalza, salió a toda prisa con la pistola empuñada. Abordó un taxi, placas 4766 y apuntó a la cabeza del chofer Gregorio Hernández Lima para que lo condujera a un lugar distante de la colonia Obrera.

Luego, decenas de personas se arremolinaron en torno al local que ocupa la dirección de la escuela. Ya estaban muertos los profesores mencionados.

Rápidamente llegaron cuatro agentes del Servicio Secreto, bajo las órdenes del comandante Luis M. Rodríguez.

Aparentemente, Arístides y Vicente se habían matado entre sí y no había delito qué perseguir. Empero, se supo de la huida de Juan Manuel Zavalza y los detectives se lanzaron en su búsqueda.

La agente del Ministerio Público, Carmen Baruch, llegó al escenario del doble homicidio y tuvo ante sí un cuadro de pesadilla: el cadáver de Arístides yacía boca arriba y con la cabeza pegada a la puerta de entrada. Quedó con las piernas extendidas.

La pistola calibre .38 que utilizó estaba sobre el piso y cerca de la axila izquierda del cuerpo. El cuerpo de Vicente Solís yacía de rodillas e inclinado hacia delante; su pistola calibre .38 quedó sobre su cuerpo.

Todavía tenía el índice derecho colocado sobre el llamador. Los peritos localizaron tres impactos en la puerta de entrada, dos en la pared oeste, dos más en el ventanal de la misma pared, tres en los cristales del cancel que servía como pared sur, uno en la pared oriente y otro en la puerta que comunica a la dirección con otro local contiguo.

Embustes tras el homicidio

Cabía hacer notar que los autores de la tragedia estaban en la dirección en el momento en que se dispararon entre sí. Y quien hizo fuego desde el pasillo perforó la humanidad de Arístides.

El cuerpo de este apareció con dos heridas en el omóplato derecho y otro en el izquierdo. Además, se le apreciaron dos heridas en la cabeza y una más en el pecho.

Llamaban la atención, en especial, los impactos que se apreciaron en el cancel del lado sur, pues se vio que alguien los hizo de fuera hacia adentro, es decir, un individuo disparó desde el pasillo.

Entonces, si Juan Manuel había sido quien disparó desde el pasillo, no cabe duda de que mató a su propio hermano, ya que Arístides se baleó de frente con su enemigo. El cadáver de Vicente también presentaba seis heridas de bala.


Rosalino Ramírez Faz, al mando de los agentes Ricardo Castro, Porfirio Chan, Juan Guerra y Miguel Ángel Barrera, se dieron a la investigación del caso. Detuvieron a César Zavalza (un hermano de Arístides) quien se negó a proporcionar mayores detalles. Arístides daba clases a alumnos de sexto y tenía 29 años de edad.

Al día siguiente, se informó en torno a la opinión del Secretario de Educación Pública, doctor Jaime Torres Bodet, en el sentido de que la escuela debía estar por encima de las pasiones de todo orden de quienes han recibido el honroso encargo de impartir enseñanza a los hijos de nuestro pueblo...

Y la necropsia practicada a los cadáveres de los profesores Arístides Zavalza y Vicente Solís no reveló si el primero de ellos fue muerto por su propio hermano de nombre Juan Manuel, quien era buscado activamente por la policía.

Aparentemente, ninguna otra persona lesionó a los protagonistas del drama, sin embargo “todavía había dudas al respecto”.

Algunos investigadores suponían que Juan Manuel pudo haber disparado contra su consanguíneo, sin la intención de herirlo y menos de victimarlo.

Quienes sostenían ese criterio recalcaban que Juan Manuel disparó desde un pasillo hacia la dirección, donde quedaron muertos los educadores.

Y, en efecto, varios impactos se apreciaban en el cancel con cristales que dividía el pasillo y el local aludido.

Pudo ser, decían otros agentes, que Juan Manuel Zavalza hubiese disparado, pero no hizo blanco al registrarse el nutrido tiroteo.

El taxista Gregorio Hernández Lima, entregó dos balas, una calibre .32 y otra .38, que el prófugo de la justicia abandonó dentro del taxi que utilizó para darse a la fuga.

Amenazó al taxista para que siguiera hacia Avenida Francisco Morazán, donde descendió para eludir a la policía. El hecho de que abandonara una bala calibre .38 podría significar que Juan Manuel poseía una pistola del calibre correspondiente. Los médicos legistas corroboraron el dato de que Vicente fue muerto a quemarropa.

De lo anterior se desprende que Arístides llegó hasta el acérrimo enemigo y disparó a unos cuantos centímetros de distancia, no sin que el agredido tuviera tiempo de contestar el fuego.

Se daba por hecho de que Vicente no hubiera salido bien librado. Su crimen fue planeado para que así ocurriera. Si hubiese salido de la dirección del plantel, en el pasillo ya lo esperaba Juan Manuel y, al parecer, también Daniel Zavalza, hermanos de Arístides.

Fueron tres contra uno

Y amparado por un juez, se presentó ante las autoridades Daniel Zavalza Ortega, entonces de 34 años, el 11 de julio de 1962. Obviamente, declaró que su hermano Juan Manuel no era el prófugo. Dijo que a las 15:00 horas del día 9 de julio, llegó a la escuela “para pedir dinero a su hermano Arístides”.

Alguien le preguntó qué hacía en ese lugar y primero dijo que iba a inscribir a uno de sus hijos en las clases de quinto año y, entonces, “comenzó la balacera, me acerqué a los cristales y noté que Vicente me disparaba a través del cancel”...

Daniel sacó su pistola y también disparó a través de los cristales, a la vez que asía a su hermano por la cintura, tratando de sacarlo de la dirección, pero Arístides no podía moverse ya, por lo que Daniel huyó cuando alguien llamaba a la policía. Antes de salir soltó su pistola y se llevó la de su hermano, pues la primera no tenía cartuchos.

Al escapar en el taxi, manejado por Gregorio Hernández, “no supo dónde dejó el arma, cuando se dio cuenta ya estaba en el Bosque de Chapultepec”.

Permaneció escondido en Carolina 126, colonia Nápoles, en espera de un amparo, pues “actuó en defensa de su hermano”.

La agente del Ministerio Público, Gloria Pichardo, hizo preguntas especiales a Daniel Zavalza, quien justificó la portación de arma prohibida “porque en la colonia donde vivía no había seguridad pública”.

Juan Manuel, el hermano buscado por la policía, “nunca estuvo en el lugar de los hechos”. Pidió entonces el amparado que se dejara en libertad a su hermano César Zavalza. Se dijo al embustero que desistiera de su amparo, en su calidad de hombre y conciencia ciudadana, pero se negó porque “le tenía miedo a la cárcel”.

No hubo más remedio que dejar que Daniel Zavalza (sin que significara de ninguna manera que era inocente) saliese tranquilamente de la Procuraduría, porque un juez de Distrito le había concedido amparo provisional mediante fianza de 2,500 pesos.

Entonces, parecía claro que Daniel y no Juan Manuel había disparado a través del cancel, pero un juez por lo menos mal informado le concedió una especie de patente de impunidad, uno más de los amparos que tanto daño le han hecho a la justicia en México.

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A un paso de prisión

Finalmente, se informó que el amparo podría ser revocado y Daniel Zavalza iría a prisión, de la “que se encontraba a un paso”.

De acuerdo con lo que se publicó en LA PRENSA el sábado 14 de julio de 1962, la Procuraduría del DF había reunido los elementos nece-sarios para consignarlos por el delito de homicidio, pese a la negativa de Juan Manuel, respecto a querer deslindarse por completo del incidente. Así pues, los siguientes movimientos de la autoridad fueron ejercer la acción penal contra Juan Manuel y Daniel; y, por otra parte, el rumor más fuerte fue en el sentido de que se revocaría la suspensión provisional que se les había concedido a los hermanos.

En tanto que César declaró que temía ser víctima de una venganza por parte de los parientes de Solís, derivado de la muerte de aquel, aunque también en la reyerta falleció su hermano; no obstante, había algo de culpa en sus palabras, pues ante todo, reconoció que sí sabía de las dificultades que había entre aquel y su hermano.

No se supo si finalmente fue castigado, junto con sus consanguíneos, por sus embustes y por su presunta responsabilidad en la celada que tendieron al profesor Vicente Solís.

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