/ viernes 17 de febrero de 2023

Trágico final: De un balazo en la cabeza, Andrés asesinó a su novia, a quien cubrió con rosas rojas

Cuando Lidia Denis festejó su cumpleaños en 1966, algo inesperado la sorprendió; aquella noche, su amante acabó con su vida

Lidia Denis nunca imaginó su trágico final. Su buena fortuna hasta antes del fatídico momento le hacía tener confianza en un futuro largo; sin embargo, tenía 38 años de edad cuando el sábado 18 de junio de 1966 su cadáver fue cubierto de rosas en el comedor de un lujoso departamento de la zona residencial de Coyoacán.

El reportero Jorge Herrera Valenzuela informó que Lidia fue asesinada de un tiro en la nuca por su amante, Andrés Martínez Vega, quien al parecer huyó hacia Acapulco.

Con la muerte de Lidia, terminó en la madrugada de aquel día la fiesta que la atractiva cubana organizó con motivo de su cumpleaños. No menos de 70 personas asistieron a la Avenida Taxqueña 50, interior 403, para celebrar su onomástico y presenciaron la puesta en escena de su asesinato.


Agentes judiciales detuvieron a ocho mujeres y a tres hombres. Entre ellos estaba la cubana Amparo Celestrin, muy conocida por los jefes policiacos de aquel entonces.

De acuerdo con las primeras investigaciones, se supo que Andrés se molestó cuando el conjunto rocanrolero llamado Los Sleepers, contratado para amenizar el evento, interpretó "Las Mañanitas" en honor de Lidia.

En esos momentos, Andrés se opuso y discutió con un invitado llamado Jorge, sobre el cual disparó con una pistola escuadra calibre .22 milímetros; no obstante, Lidia se interpuso entre los dos y la bala penetró en la cabeza de la infortunada festejada.

Todos salieron en tropel, quedando derribados los muebles del departamento; quedaron muchos vasos rotos y copas semivacías de licor.

Lidia Denis Fleitas era una mujer de buen gusto, muy alegre y bullanguera. Quiso estar rodeada de todos sus amigos en ese día tan especial e hizo las amonestaciones vía telefónica desde la mañana. Andrés parecía estar muy contento e incluso colaboró en la organización de aquella fiesta.

La modelo de televisión, Cristina González, describió un buen ambiente aquella noche.

-No se podía bailar porque éramos muchos. Todo transcurrió normalmente. Oíamos música, platicábamos. Disfrutábamos de algunas copas de ron –dijo en sus primeras declaraciones-. Todo el mundo estaba contento. No conocía a Lidia más que de vista, pero la vi muy feliz. De pronto, oímos una discusión y ¡un disparo! y todos salimos corriendo, gritando y salimos a la calle –dijo al momento que parecía reconstruir aquel instante en su memoria.

Una amiga de Lidia, María Elena, sostuvo en sus brazos a la mujer malherida, hasta que expiró. Luego, le colocó una almohada bajo la cabeza y le acomodó los brazos sobre el pecho. Lidia estaba tendida sobre la alfombra del comedor. Y ella había sido quien la cubrió con rosas rojas. La duda fue inmensa: ¿por qué lo hizo?

A dos metros del cadáver se hallaban regadas las rosas rojas que alguien le llevó de regalo a Lidia, pero el florero de barro donde las habían colocado, estaba roto.

Cuando la policía llegó, María Elena y los demás invitados habían desaparecido, sólo rondaban por el departamento la sueca Kerstin Hardner y la cubana Amparo Celestrin.

Los amigos de Lidia y hasta los rocanroleros que amenizaron la fiesta fueron interrogados tiempo después.

Se supo que desde el momento en que llegaron los músicos, Andrés se mostró muy molesto y su furia se acrecentó mientras la alegría de los demás aumentaba; parecía como si su deseo fuera verlos infelices o, quizás, sentía que no tenía el mérito suficiente para complacer a su pareja y temía perderla.

Como ejemplo de la inquina del hombre, en un momento en que la banda tocaba, Andrés les desconectó sus aparatos para evitar que el sonido fuera mayor, y no faltó quien se quejara de aquella acción.

Y fue la brasileña Paola Monti y la propia festejada quienes intervinieron en ese momento para calmar al colérico enamorado, pues ambas le pidieron que permitiera la actuación de Los Sleepers.

Andrés fue a su recámara y ahí permaneció algunos minutos. Luego reapareció vestido con una gabardina; debajo llevaba una pistola. Seguramente ya había pensado en cometer el crimen, no precisamente en agravio de Lidia.

Andrés se abrió paso entre los invitados, a quienes empujaba. Para ese momento ya estaba muy trastornado por el alcohol y, como es fama, no hay nada más insoportable que un borracho sin juicio.

El desarrollo de los hechos

Jorge fue el primero que se enfrentó a Andrés, quien gritaba que no deseaba escuchar más música y que estaba en su casa, donde se hacía lo que él mandaba. Por su parte, Jorge le hizo ver que no tenía nada de malo que hubiera música y que después de "Las Mañanitas", los músicos se retirarían.

-¡Yo estoy en mi casa, te callas y se callan todos! –gritaba Andrés encolerizado.

La escena desconcertó a todos, pues no creyeron que se tratara de algo grave y serio, sino de un episodio que pronto pasaría, ya que le habían dicho que lo tomara con calma. Sin embargo, continuó con sus gritos:

-¡Al que no le parezca, que se largue...! ¡Fuera, fuera todos!

Todavía hubo un intento de Jorge para entrar en razón al alcoholizado e iracundo Andrés, pero la discusión fue muy acalorada, hasta que donde se encontraban ellos llegó Lidia, quien pidió cordura a ambos invitados.

Jorge había llegado con otros amigos y tal vez eso lo hizo envalentonarse para darle un fuerte empellón a Andrés.

Eso fue la culminación de la riña, pues Andrés rápidamente sacó la pistola y disparó contra Jorge, quien milagrosamente se salvó de ser alcanzado por la bala, ya que Lidia se interpuso entre los dos rijosos.

Durante algunos segundos el silencio reinó en el departamento después de la detonación y enseguida una mujer lanzó un grito:

-¡La mató!... ¡La mató!

Lidia se desplomó cerca de la mesa del comedor. Y al tiempo que caía sobre la alfombra, sus invitados comenzaron a huir aterrorizados, bajando los cuatro pisos a toda prisa.

Andrés, pistola en mano y caminando de espaldas a las paredes del departamento, llegó hasta la cocina y salió por la puerta de servicio para darse a la fuga.

Nadie hizo el menor intento de detenerlo. Se supo que varios de sus amigos le facilitaron la fuga, pues lo acompañaron en un automóvil para alejarse. Jorge también huyó con sus amigos.

La misma mujer que vio morir a Lidia Denis Fleitas se encargó de avisar de lo ocurrido. Hizo varias llamadas telefónicas antes de abandonar el departamento; una de esas llamadas fue a la cubana Amparo Celestrin, quien se encontraba en su casa junto con la sueca Kerstin.

A Amparo se le avisó que Lidia estaba herida y la cubana, quien había acudido a otra fiesta, insistió para hacerse acompañar de la sueca. Las dos salieron del departamento 3 de Río Hudson 11, en la colonia Cuauhtémoc hacia el departamento de Lidia.

Cuando llegaron a Taxqueña 50 esquina con Artistas, a unos 300 metros del Monumento a Obregón, vieron varias patrullas de la Policía Preventiva, luego subieron al departamento y vieron que no era posible entrar.

Las dos mujeres fueron a la agencia del Ministerio Público en compañía de los patrulleros y el titular de esa oficina autorizó a los uniformados para violar la cerradura del departamento y pasar “para enterarse de lo que había ocurrido”.

Sin embargo, resultó inquietante saber que se debió a la intervención de las dos mujeres que acudieron a denunciar el posible delito por lo que la policía actuó y no antes, sobre todo por el gran barullo que hubo.

Alrededor de las 4:30 horas llegaron los agentes a la escena del crimen y comenzaron a auscultar para descifrar la verdad, para lo cual delimitaron labores con la intención de saber quiénes habían acusado al evento para poder interrogarlos.

Aquel lugar parecía el escenario de una batalla campal. Todo estaba en desorden; discos esparcidos por el suelo y muebles, vasos rotos, líquido regado, sillas derribadas, cojines fuera de su lugar. Todo el mobiliario era de lujo. Lidia y Andrés habían destinado una de las habitaciones para guardar costosos objetos.

Sobre el piso alfombrado la policía encontró monedas de 5, 10 y 20 centavos cerca del cadáver. Las había también en la recámara de Andrés y junto a la puerta del closet de la recámara de Lidia.

Se explicó que cuando los cubanos se reúnen tienen la costumbre de depositar sus monedas en algún sitio de la casa donde se celebra la reunión.

En el librero había un espacio que ocupaba la figura de un Buda de porcelana y en la base de madera estaban perfectamente acomodadas 20 monedas de cobre. En el siguiente espacio, arriba de la estatuilla, había una vela y una Virgen del Cobre tallada en cera.

Como dato curioso, se encontró una tarántula junto a una de las patas de la mesa, y no faltó quien dijo que Andrés había querido matar a Lidia colocándole el arácnido en el cuerpo. No obstante, un agente dijo que había sido la sueca Kerstin quien llevó al insecto al departamento y luego se encontró con él en la delegación.

Kerstin Hardner, en Gobernación

Tres agentes de Inspección Migratoria, de la Secretaría de Gobernación se encargaron de intervenir en el caso, dado que había extranjeros involucrados en la investigación policiaca.

La sueca Kerstin Hardner fue custodiada en dicha dependencia y se esperaba que también fuera puesta a disposición la cubana Amparo Celestrin.

Lo anterior obedecía a que las autoridades migratorias, en aquellos días, querían precisar cuál era la situación de los extranjeros en México, cuando intervenían en sucesos que daban margen a investigaciones policiales.

La extranjera dijo que tenía 28 años y desde el 1959 se había establecido en nuestro país, donde se casó con un ingeniero petrolero llamado Baltasar Díaz, quien trabajaba para Pemex. No manifestó preocupación, debido a que, según afirmó con certeza, su situación migratoria en el país estaba en orden.

Kerstin -a quien sus amigas llamaban Cristina- dijo que estaba invitada a la fiesta de Lidia, pero no pudo asistir porque estuvo en otra reunión acompañada de Amparo Celestrin; después de esa cita fueron a un restaurante ubicado en la glorieta de Insurgentes Sur y Chilpancingo.

Más tarde llegaron las dos a su domicilio y siguieron tomando alcohol. Después, a consecuencia del llamado telefónico, Kerstin acompañó a Amparo a la casa donde murió Lidia.

Otro misterio en coche de Lidia

La policía consideró necesario detener el automóvil de la víctima debido a varios factores. El primero de ellos fue que el auto fue pagado de contado, no obstante, el seguro estaba a nombre de una empresa.

Por otra parte, en el interior de éste fue hallado un casquillo del mismo calibre que el que fue recogido junto a la víctima por los detectives; además, había restos de botellas rotas y un penetrante olor a alcohol.

¿Acaso se trataba de otra escena del crimen o simplemente el prófugo, en su intento de evadir la justicia, accidentalmente disparó el arma dentro del coche y por ello había un casquillo?

Seguramente, éstas y otras interrogantes debieron ser dilucidadas por las autoridades.

Asimismo, por asombroso que pudiera parecer, nadie reclamó el cuerpo de Lidia, por lo cual a las 20 horas del 19 de junio fue cerrada el acta iniciada en Álvaro Obregón.

El doctor Tomás Mancilla informó que Lidia sufrió una herida de bala en la región occipital y el proyectil quedó incrustado en la cavidad craneana. La herida era mortal de necesidad.

La policía desconocía si la cubana tenía familia en nuestro país, pero al parecer por una misiva fechada el 24 de marzo de 1966, remitida a su hermana Migdala Denis Fleitas, que vivía en La Habana, Cuba, se infería que Lidia esperaría a su familiar, junto con sus hijos, en un futuro próximo.

De acuerdo con las autoridades migratorias, Lidia residía en México desde hacía al menos diez años, no obstante, tendrían también que aclarar esa situación y tomar todas las medidas pertinentes.

Prófugo

El diarista Jorge Herrera Valenzuela escribió el 21 de junio de 1966 que a la misma hora en que la modelo cubana Lidia Denis Fleitas era sepultada, el hombre que le quitó la vida, Andrés Martínez, era buscado en el Estado de México por más de 20 agentes policiacos.

Se precisó que el homicida era originario de Santa Clara, Estado de México. Los detectives supieron que se trataba de un vividor antes de ligarse a la vida de la guapa cubana.

La policía clasificaba también a Andrés Martínez como un explotador de mujeres y afecto a las drogas. Cuando Lidia conoció a Andrés, éste trabajaba entonces en lienzos charros; era una especie de caballerango.

La mayoría de las amistades de Lidia no aceptaba a Andrés en su círculo social. Le llamaban El Indio. Pero Lidia se enamoró profundamente de aquel hombre, celoso y violento.

Se suponía que Andrés aún llevaba en su fuga la pistola con la que dio muerte a la mujer que durante más de un año lo amó intensamente.

Y se manejó también la posibilidad de que un influyente protegía al homicida. Los agentes creían que Andrés estaba refugiado al lado de algún sujeto de costumbres raras.

De ser cierta cualquiera de esas dos versiones, aumentaba la idea de que el homicida pudiera ser presentado por un amparo.

Según los investigadores, todo se encontraba a favor de Andrés y hasta había quienes se atrevieron a manifestar que dicho individuo era responsable de un homicidio imprudencial, ya que su intención nunca fue cortarle la vida a la atractiva cubana.

La apreciación de los agentes se derivaba de las declaraciones que rindieron más de 10 personas, en el sentido de que Andrés reñía con un tal Jorge y que cuando éste le dio un empellón fue cuando el amante de Lidia hizo uso de su pistola.

También las amistades de Lidia indicaron que ésta se interpuso entre los dos rijosos y por eso fue lesionada mortalmente, pero que Andrés no tenía la intención de darle muerte a ella, además de que estaba en estado de ebriedad, según testigos.

Otro de los factores que la policía consideraba a favor de Andrés era que muchas personas prefirieron guardar silencio, por lo que sólo se tomó en cuenta el testimonio de una cuantas personas que voluntariamente declararon.

Pese a que la policía hizo las anteriores consideraciones, los agentes secretos y judiciales siguieron buscando a Andrés.

Continuaban establecidas al mismo tiempo las vigilancias en los lugares donde se suponía que Andrés podía llegar a pedir ayuda económica o protección durante unos días.

No se sabía que el homicida hubiera tramitado un amparo por medio de algún amigo o de un abogado. La idea casi quedó descartada porque se supo que el prófugo no contaba con recursos necesarios para cubrir los honorarios de un defensor.

Los sabuesos policiacos andaban en busca de los parientes más cercanos de Andrés, con el propósito de conseguir de ellos la ayuda para que el joven homicida se presentara ante la policía y respondiera por los cargos que existían en su contra.

Y en las oficinas de la Policía Judicial seguían desfilando personas que asistieron a la fiesta trágica que Lidia Denis había organizado para festejar su cumpleaños.

Los comandantes Carlos Casamadrid y Jesús Gracia Jiménez, de la Policía Judicial y del Servicio Secreto, respectivamente, tenían muchas esperanzas de capturar, en breve tiempo, al homicida de la modelo.

Se solicitó la colaboración de las policías de Morelos y Guerrero, ya que se presumía también que Andrés pudo seguir esos rumbos.

Y mientras continuaba la búsqueda del homicida de la guapa Lidia Denis, la policía supo que hijas de diplomáticos, políticos, policías, civiles y conocidos abogados estuvieron presentes en la trágica fiesta orgiástica con que Lidia festejaba su cumpleaños.

Los investigadores se negaron a revelar los nombres de las personalidades que estuvieron la noche de aquel viernes fatídico en el departamento de Taxqueña 50, en Coyoacán.

Y este asunto, amigo lector, fue conocido y documentado en aquella época como "El caso del cadáver cubierto con rosas rojas".

Lidia Denis nunca imaginó su trágico final. Su buena fortuna hasta antes del fatídico momento le hacía tener confianza en un futuro largo; sin embargo, tenía 38 años de edad cuando el sábado 18 de junio de 1966 su cadáver fue cubierto de rosas en el comedor de un lujoso departamento de la zona residencial de Coyoacán.

El reportero Jorge Herrera Valenzuela informó que Lidia fue asesinada de un tiro en la nuca por su amante, Andrés Martínez Vega, quien al parecer huyó hacia Acapulco.

Con la muerte de Lidia, terminó en la madrugada de aquel día la fiesta que la atractiva cubana organizó con motivo de su cumpleaños. No menos de 70 personas asistieron a la Avenida Taxqueña 50, interior 403, para celebrar su onomástico y presenciaron la puesta en escena de su asesinato.


Agentes judiciales detuvieron a ocho mujeres y a tres hombres. Entre ellos estaba la cubana Amparo Celestrin, muy conocida por los jefes policiacos de aquel entonces.

De acuerdo con las primeras investigaciones, se supo que Andrés se molestó cuando el conjunto rocanrolero llamado Los Sleepers, contratado para amenizar el evento, interpretó "Las Mañanitas" en honor de Lidia.

En esos momentos, Andrés se opuso y discutió con un invitado llamado Jorge, sobre el cual disparó con una pistola escuadra calibre .22 milímetros; no obstante, Lidia se interpuso entre los dos y la bala penetró en la cabeza de la infortunada festejada.

Todos salieron en tropel, quedando derribados los muebles del departamento; quedaron muchos vasos rotos y copas semivacías de licor.

Lidia Denis Fleitas era una mujer de buen gusto, muy alegre y bullanguera. Quiso estar rodeada de todos sus amigos en ese día tan especial e hizo las amonestaciones vía telefónica desde la mañana. Andrés parecía estar muy contento e incluso colaboró en la organización de aquella fiesta.

La modelo de televisión, Cristina González, describió un buen ambiente aquella noche.

-No se podía bailar porque éramos muchos. Todo transcurrió normalmente. Oíamos música, platicábamos. Disfrutábamos de algunas copas de ron –dijo en sus primeras declaraciones-. Todo el mundo estaba contento. No conocía a Lidia más que de vista, pero la vi muy feliz. De pronto, oímos una discusión y ¡un disparo! y todos salimos corriendo, gritando y salimos a la calle –dijo al momento que parecía reconstruir aquel instante en su memoria.

Una amiga de Lidia, María Elena, sostuvo en sus brazos a la mujer malherida, hasta que expiró. Luego, le colocó una almohada bajo la cabeza y le acomodó los brazos sobre el pecho. Lidia estaba tendida sobre la alfombra del comedor. Y ella había sido quien la cubrió con rosas rojas. La duda fue inmensa: ¿por qué lo hizo?

A dos metros del cadáver se hallaban regadas las rosas rojas que alguien le llevó de regalo a Lidia, pero el florero de barro donde las habían colocado, estaba roto.

Cuando la policía llegó, María Elena y los demás invitados habían desaparecido, sólo rondaban por el departamento la sueca Kerstin Hardner y la cubana Amparo Celestrin.

Los amigos de Lidia y hasta los rocanroleros que amenizaron la fiesta fueron interrogados tiempo después.

Se supo que desde el momento en que llegaron los músicos, Andrés se mostró muy molesto y su furia se acrecentó mientras la alegría de los demás aumentaba; parecía como si su deseo fuera verlos infelices o, quizás, sentía que no tenía el mérito suficiente para complacer a su pareja y temía perderla.

Como ejemplo de la inquina del hombre, en un momento en que la banda tocaba, Andrés les desconectó sus aparatos para evitar que el sonido fuera mayor, y no faltó quien se quejara de aquella acción.

Y fue la brasileña Paola Monti y la propia festejada quienes intervinieron en ese momento para calmar al colérico enamorado, pues ambas le pidieron que permitiera la actuación de Los Sleepers.

Andrés fue a su recámara y ahí permaneció algunos minutos. Luego reapareció vestido con una gabardina; debajo llevaba una pistola. Seguramente ya había pensado en cometer el crimen, no precisamente en agravio de Lidia.

Andrés se abrió paso entre los invitados, a quienes empujaba. Para ese momento ya estaba muy trastornado por el alcohol y, como es fama, no hay nada más insoportable que un borracho sin juicio.

El desarrollo de los hechos

Jorge fue el primero que se enfrentó a Andrés, quien gritaba que no deseaba escuchar más música y que estaba en su casa, donde se hacía lo que él mandaba. Por su parte, Jorge le hizo ver que no tenía nada de malo que hubiera música y que después de "Las Mañanitas", los músicos se retirarían.

-¡Yo estoy en mi casa, te callas y se callan todos! –gritaba Andrés encolerizado.

La escena desconcertó a todos, pues no creyeron que se tratara de algo grave y serio, sino de un episodio que pronto pasaría, ya que le habían dicho que lo tomara con calma. Sin embargo, continuó con sus gritos:

-¡Al que no le parezca, que se largue...! ¡Fuera, fuera todos!

Todavía hubo un intento de Jorge para entrar en razón al alcoholizado e iracundo Andrés, pero la discusión fue muy acalorada, hasta que donde se encontraban ellos llegó Lidia, quien pidió cordura a ambos invitados.

Jorge había llegado con otros amigos y tal vez eso lo hizo envalentonarse para darle un fuerte empellón a Andrés.

Eso fue la culminación de la riña, pues Andrés rápidamente sacó la pistola y disparó contra Jorge, quien milagrosamente se salvó de ser alcanzado por la bala, ya que Lidia se interpuso entre los dos rijosos.

Durante algunos segundos el silencio reinó en el departamento después de la detonación y enseguida una mujer lanzó un grito:

-¡La mató!... ¡La mató!

Lidia se desplomó cerca de la mesa del comedor. Y al tiempo que caía sobre la alfombra, sus invitados comenzaron a huir aterrorizados, bajando los cuatro pisos a toda prisa.

Andrés, pistola en mano y caminando de espaldas a las paredes del departamento, llegó hasta la cocina y salió por la puerta de servicio para darse a la fuga.

Nadie hizo el menor intento de detenerlo. Se supo que varios de sus amigos le facilitaron la fuga, pues lo acompañaron en un automóvil para alejarse. Jorge también huyó con sus amigos.

La misma mujer que vio morir a Lidia Denis Fleitas se encargó de avisar de lo ocurrido. Hizo varias llamadas telefónicas antes de abandonar el departamento; una de esas llamadas fue a la cubana Amparo Celestrin, quien se encontraba en su casa junto con la sueca Kerstin.

A Amparo se le avisó que Lidia estaba herida y la cubana, quien había acudido a otra fiesta, insistió para hacerse acompañar de la sueca. Las dos salieron del departamento 3 de Río Hudson 11, en la colonia Cuauhtémoc hacia el departamento de Lidia.

Cuando llegaron a Taxqueña 50 esquina con Artistas, a unos 300 metros del Monumento a Obregón, vieron varias patrullas de la Policía Preventiva, luego subieron al departamento y vieron que no era posible entrar.

Las dos mujeres fueron a la agencia del Ministerio Público en compañía de los patrulleros y el titular de esa oficina autorizó a los uniformados para violar la cerradura del departamento y pasar “para enterarse de lo que había ocurrido”.

Sin embargo, resultó inquietante saber que se debió a la intervención de las dos mujeres que acudieron a denunciar el posible delito por lo que la policía actuó y no antes, sobre todo por el gran barullo que hubo.

Alrededor de las 4:30 horas llegaron los agentes a la escena del crimen y comenzaron a auscultar para descifrar la verdad, para lo cual delimitaron labores con la intención de saber quiénes habían acusado al evento para poder interrogarlos.

Aquel lugar parecía el escenario de una batalla campal. Todo estaba en desorden; discos esparcidos por el suelo y muebles, vasos rotos, líquido regado, sillas derribadas, cojines fuera de su lugar. Todo el mobiliario era de lujo. Lidia y Andrés habían destinado una de las habitaciones para guardar costosos objetos.

Sobre el piso alfombrado la policía encontró monedas de 5, 10 y 20 centavos cerca del cadáver. Las había también en la recámara de Andrés y junto a la puerta del closet de la recámara de Lidia.

Se explicó que cuando los cubanos se reúnen tienen la costumbre de depositar sus monedas en algún sitio de la casa donde se celebra la reunión.

En el librero había un espacio que ocupaba la figura de un Buda de porcelana y en la base de madera estaban perfectamente acomodadas 20 monedas de cobre. En el siguiente espacio, arriba de la estatuilla, había una vela y una Virgen del Cobre tallada en cera.

Como dato curioso, se encontró una tarántula junto a una de las patas de la mesa, y no faltó quien dijo que Andrés había querido matar a Lidia colocándole el arácnido en el cuerpo. No obstante, un agente dijo que había sido la sueca Kerstin quien llevó al insecto al departamento y luego se encontró con él en la delegación.

Kerstin Hardner, en Gobernación

Tres agentes de Inspección Migratoria, de la Secretaría de Gobernación se encargaron de intervenir en el caso, dado que había extranjeros involucrados en la investigación policiaca.

La sueca Kerstin Hardner fue custodiada en dicha dependencia y se esperaba que también fuera puesta a disposición la cubana Amparo Celestrin.

Lo anterior obedecía a que las autoridades migratorias, en aquellos días, querían precisar cuál era la situación de los extranjeros en México, cuando intervenían en sucesos que daban margen a investigaciones policiales.

La extranjera dijo que tenía 28 años y desde el 1959 se había establecido en nuestro país, donde se casó con un ingeniero petrolero llamado Baltasar Díaz, quien trabajaba para Pemex. No manifestó preocupación, debido a que, según afirmó con certeza, su situación migratoria en el país estaba en orden.

Kerstin -a quien sus amigas llamaban Cristina- dijo que estaba invitada a la fiesta de Lidia, pero no pudo asistir porque estuvo en otra reunión acompañada de Amparo Celestrin; después de esa cita fueron a un restaurante ubicado en la glorieta de Insurgentes Sur y Chilpancingo.

Más tarde llegaron las dos a su domicilio y siguieron tomando alcohol. Después, a consecuencia del llamado telefónico, Kerstin acompañó a Amparo a la casa donde murió Lidia.

Otro misterio en coche de Lidia

La policía consideró necesario detener el automóvil de la víctima debido a varios factores. El primero de ellos fue que el auto fue pagado de contado, no obstante, el seguro estaba a nombre de una empresa.

Por otra parte, en el interior de éste fue hallado un casquillo del mismo calibre que el que fue recogido junto a la víctima por los detectives; además, había restos de botellas rotas y un penetrante olor a alcohol.

¿Acaso se trataba de otra escena del crimen o simplemente el prófugo, en su intento de evadir la justicia, accidentalmente disparó el arma dentro del coche y por ello había un casquillo?

Seguramente, éstas y otras interrogantes debieron ser dilucidadas por las autoridades.

Asimismo, por asombroso que pudiera parecer, nadie reclamó el cuerpo de Lidia, por lo cual a las 20 horas del 19 de junio fue cerrada el acta iniciada en Álvaro Obregón.

El doctor Tomás Mancilla informó que Lidia sufrió una herida de bala en la región occipital y el proyectil quedó incrustado en la cavidad craneana. La herida era mortal de necesidad.

La policía desconocía si la cubana tenía familia en nuestro país, pero al parecer por una misiva fechada el 24 de marzo de 1966, remitida a su hermana Migdala Denis Fleitas, que vivía en La Habana, Cuba, se infería que Lidia esperaría a su familiar, junto con sus hijos, en un futuro próximo.

De acuerdo con las autoridades migratorias, Lidia residía en México desde hacía al menos diez años, no obstante, tendrían también que aclarar esa situación y tomar todas las medidas pertinentes.

Prófugo

El diarista Jorge Herrera Valenzuela escribió el 21 de junio de 1966 que a la misma hora en que la modelo cubana Lidia Denis Fleitas era sepultada, el hombre que le quitó la vida, Andrés Martínez, era buscado en el Estado de México por más de 20 agentes policiacos.

Se precisó que el homicida era originario de Santa Clara, Estado de México. Los detectives supieron que se trataba de un vividor antes de ligarse a la vida de la guapa cubana.

La policía clasificaba también a Andrés Martínez como un explotador de mujeres y afecto a las drogas. Cuando Lidia conoció a Andrés, éste trabajaba entonces en lienzos charros; era una especie de caballerango.

La mayoría de las amistades de Lidia no aceptaba a Andrés en su círculo social. Le llamaban El Indio. Pero Lidia se enamoró profundamente de aquel hombre, celoso y violento.

Se suponía que Andrés aún llevaba en su fuga la pistola con la que dio muerte a la mujer que durante más de un año lo amó intensamente.

Y se manejó también la posibilidad de que un influyente protegía al homicida. Los agentes creían que Andrés estaba refugiado al lado de algún sujeto de costumbres raras.

De ser cierta cualquiera de esas dos versiones, aumentaba la idea de que el homicida pudiera ser presentado por un amparo.

Según los investigadores, todo se encontraba a favor de Andrés y hasta había quienes se atrevieron a manifestar que dicho individuo era responsable de un homicidio imprudencial, ya que su intención nunca fue cortarle la vida a la atractiva cubana.

La apreciación de los agentes se derivaba de las declaraciones que rindieron más de 10 personas, en el sentido de que Andrés reñía con un tal Jorge y que cuando éste le dio un empellón fue cuando el amante de Lidia hizo uso de su pistola.

También las amistades de Lidia indicaron que ésta se interpuso entre los dos rijosos y por eso fue lesionada mortalmente, pero que Andrés no tenía la intención de darle muerte a ella, además de que estaba en estado de ebriedad, según testigos.

Otro de los factores que la policía consideraba a favor de Andrés era que muchas personas prefirieron guardar silencio, por lo que sólo se tomó en cuenta el testimonio de una cuantas personas que voluntariamente declararon.

Pese a que la policía hizo las anteriores consideraciones, los agentes secretos y judiciales siguieron buscando a Andrés.

Continuaban establecidas al mismo tiempo las vigilancias en los lugares donde se suponía que Andrés podía llegar a pedir ayuda económica o protección durante unos días.

No se sabía que el homicida hubiera tramitado un amparo por medio de algún amigo o de un abogado. La idea casi quedó descartada porque se supo que el prófugo no contaba con recursos necesarios para cubrir los honorarios de un defensor.

Los sabuesos policiacos andaban en busca de los parientes más cercanos de Andrés, con el propósito de conseguir de ellos la ayuda para que el joven homicida se presentara ante la policía y respondiera por los cargos que existían en su contra.

Y en las oficinas de la Policía Judicial seguían desfilando personas que asistieron a la fiesta trágica que Lidia Denis había organizado para festejar su cumpleaños.

Los comandantes Carlos Casamadrid y Jesús Gracia Jiménez, de la Policía Judicial y del Servicio Secreto, respectivamente, tenían muchas esperanzas de capturar, en breve tiempo, al homicida de la modelo.

Se solicitó la colaboración de las policías de Morelos y Guerrero, ya que se presumía también que Andrés pudo seguir esos rumbos.

Y mientras continuaba la búsqueda del homicida de la guapa Lidia Denis, la policía supo que hijas de diplomáticos, políticos, policías, civiles y conocidos abogados estuvieron presentes en la trágica fiesta orgiástica con que Lidia festejaba su cumpleaños.

Los investigadores se negaron a revelar los nombres de las personalidades que estuvieron la noche de aquel viernes fatídico en el departamento de Taxqueña 50, en Coyoacán.

Y este asunto, amigo lector, fue conocido y documentado en aquella época como "El caso del cadáver cubierto con rosas rojas".

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