/ viernes 10 de febrero de 2023

Odio a muerte: Juan Duarte asesinó a su compatriota Antonio Rexach por traicionar a España

Ignoraba cuántos tiros acertó contra Rexach en 1955 frente al Hotel Toledo; entre el plomo y la víctima medió por un instante la mujer, pero fue en vano

Esta es la historia de dos hombres que se odiaron a muerte, a través de los años. Sus diferencias comenzaron en España, donde nacieron, y las embarcaron hacia nuestro país, tras la guerra.

Se refugiaron en territorio mexicano y el destino los enfrentó la tarde del jueves 29 de septiembre de 1955, alrededor de las dos de la tarde frente al edificio de la Confederación Nacional Campesina, en la calle de López número 22, justo a las puertas del Hotel Toledo, donde se hospedó Juan Duarte con la intención de mover cielo y tierra hasta que le aplicaran el artículo 33 a su paisano, Antonio.

En la violenta reyerta resultó muerto, de cuatro impactos de bala, el capitán piloto aviador, Antonio Rexach Fernández de la Parga, quien en esos momentos iba acompañado de su esposa, la estadounidense Katherine Randolph.

Con base en la primera versión de los hechos, el asesino habría disparado por la espalda a su compatriota, a quien le tenía un odio enconado. En la edición del 30 de septiembre se mencionó que el duelo se debió a “cuestiones personales”, de las cuales se derivó el odio a muerte.

En el instante en que se desarrolló el pleito, Kathernie quiso evitar que ambos hombres pelearan, por lo cual se interpuso entre su marido y el también ibero Juan Duarte Camacho, quien aprovechó esa circunstancia para vaciar la carga de su pistola contra su detestado rival.

Todo fue tan súbito y veloz que al instante ulterior a que Antonio cayó muerto, su esposa abofeteó al homicida y, de acuerdo con la nota que redactó el reportero de LA PRENSA en aquel entonces, Carlos Borbolla, la mujer gritó “de haber tenido una pistola a la mano, hubiera tomado desquite”, pues se notaba en su expresión que sería capaz de todo.

Juan Duarte fue detenido minutos después por agentes del Servicio Secreto que andaban por el lugar, teniendo aún en sus manos el arma homicida. Se entregó sin temor, seguro de sí mismo, afirmando que había hecho un bien a España y a México al victimar a su oponente.

-Era un sujeto muy peligroso, un “pájaro de cuenta”, traidor, desertor y ladrón, merecía morir. Yo le tenía mucho miedo, en varias ocasiones me había amenazado de muerte. Pensé que iba a sacar su pistola y por eso lo “quemé”. Siempre andaba armado, no se quitaba la pistola ni para dormir.

Estas y otras afirmaciones lanzó el próspero empresario Juan Duarte, quien dijo tener su residencia en La Paz, Baja California, y que se dedicaba al negocio de la construcción, en lo que le iba muy bien. Informó que su esposa radicaba en España y que, en la entidad norteña, hacía vida marital con una dama mexicana.

Con su característico acento español, silbando las eses y hablando en voz muy alta, que molestaba a los empleados de la Sexta Delegación de Policía, indicó haber nacido en Jerez de la Frontera, de la provincia de Cádiz, ser de 56 años y haber llegado a México como refugiado, luego de concluida la Guerra Civil Española.

Para justificar el crimen cometido contra Rexach, presentó varios documentos y exclamó:

-Dije que era un traidor a la patria, un desertor en tiempo de guerra y un ladrón del tesoro nacional de España, sí, señor. Era “un pájaro de cuidado”, pues en 1929, el gobierno español le entregó 24 millones de pesetas en oro para que comprara armas, aviones y refacciones y se llevó este dinero juntamente con otro piloto.

Refirió que el citado capitán se internó subrepticiamente en Francia y después se fue a La Habana, donde tuvo un altercado con otro ibero y luego de reñir fieramente con aquél, se hizo presente la policía que al intentar detenerlo, retrocedió unos pasos, sacó su pistola y mató a dos uniformados, dándose rápidamente a la fuga.

De ahí, marchó a Venezuela, país en el que liquidó a otro español, por una reyerta sin importancia, para salir apresuradamente y con credencial de turista internarse en México, documento que tenía años de habérsele vencido, por lo que se encontraba aquí en forma ilegal.

No supo cuántos tiros acertó

Cuando llegó la Cruz Verde a brindar auxilio al agredido, establecieron que era frágil, pero aún conservaba un poco de vida, no obstante, debido a tres heridas mortales, ya no logró llegar a tiempo para evitar su muerte.

-Es un asesino -gritó Katherine Randolph tan pronto como recobró la cordura y, acto seguido, informó a los agentes sobre aspectos de su vida.

Refirió que también radicaban en La Paz, Baja California Sur, donde vivía el homicida, quien tenía sus negocios de construcción allá.

Respecto a los hechos, la norteamericana relató que mientras caminaba con su esposo por las calles citadas, se encontraron, al parecer repentinamente, con el otro gachupín. Entonces, la señora Randolph dijo:

-Sin que hubiera motivo, le gritó a mi esposo que era un tal… y éste, enfurecido por el insulto, se le quiso echar encima y golpearlo para darle su merecido, pero yo me interpuse entre los dos y lo jalé para que no le hiciera nada, mientras el otro seguía injuriándolo.

No obstante, concluyó la señora Catherine que cuando su marido logró zafarse y se dio la vuelta para contraatacar a su enemigo, éste sacó su pistola y le disparó a traición.

Por su parte, mucho interés había en las autoridades judiciales y del Servicio Secreto (de la Jefatura de Policía) acerca de todo lo que decía Juan Duarte.

Al ser interrogado, recalcó que para su desgracia, hacía unos tres o cuatro años, había llegado a vivir a La Paz, donde se encontró con su paisano Antonio Rexach y, para colmo de males, había comprado una casa contigua a la suya.

-¿A qué vino a la Ciudad de México? -le interrogó el coronel Manuel Mendoza Domínguez, jefe del Servicio Secreto.

-Llegué a México el lunes pasado para ponerme en manos de mi médico, pues estoy algo enfermo y tenía el propósito de regresar el sábado o el domingo.

El hábil policía no se tragó esa explicación del acusado y le insistió que manifestara a qué había venido a la Ciudad de México y, ante tanta presión e indicarle unos agentes que lo llevarían al “Pocito” (caballerizas y sitio de tortura policiaca al norte del Distrito Federal), donde le sacarían toda la verdad, el peninsular se dio por vencido y con su ronca voz, hablando de prisa y confusamente, sin vocalizar, confesó:

-En realidad vine para entrevistarme con autoridades de la Secretaría de Gobernación o con el presidente de la república. Mire, había venido haciendo gestiones para que al capitán Rexach se le aplicara el artículo 33 constitucional, que es el de la deportación de los extranjeros indeseables. Estaba dispuesto a abordar al presidente durante algunas de sus giras para entregarle documentos en los que consta que Rexach era un pillo, un ilegal, traidor, desertor y ladrón.

Comentó Juan Duarte que hacía meses los policías de Migración ya tenían detenido al mencionado capitán para deportarlo a España; ya estaban los papeles listos para sacarlo del país y, a última hora, todo el trámite quedó frenado, pues según se amparaba con una tarjeta de turista, aunque ya estaba vencida.

Indicó el homicida que, al parecer, un compadre de Rexach era muy amigo de un alto funcionario del gobierno mexicano e intervino para que no fuera enviado de regreso a España.

La voz del ibérico se escuchó colérica.

-Fíjese, coronel, que a ese tipo lo protegían las autoridades, porque, según mis informantes, le dijeron que abandonara por tres o cuatro días la Ciudad de México y que pasado ese tiempo regresara por Estados Unidos, Guatemala o Cuba como refugiado político y entonces se le daría estancia legal en el país; claro, todo eso debería costarle muchísimo dinero.

En relación con el crimen, Juan Duarte relató lo siguiente al coronel Mendoza Domínguez.

-Mire, señor, me encontraba en el lobby del hotel Toledo, en López 22, frente al inmueble de la Confederación Nacional Campesina. En eso me percaté que pasaba una pareja por la calle y me di cuenta que se trataba de mi enemigo acérrimo y de su esposa; me miraron de arriba abajo y se echaron a reír. Siguieron de frente, lo que me alegró, porque siempre le tuve miedo a Rexach. Me quedé otro rato sentado y, de nueva cuenta, transcurridos unos minutos, desfilaron frente al hotel. Esta segunda vez, el capitán se dirigió a mí y me insultó, me retó a pelear. Recordé que hacía unos meses, mientras yo me encontraba en Europa, en Lisboa, aprovechando mi ausencia se introdujo en mi casa y me robó varios objetos...

"Disparé toda la carga de mi pistola"

Agregó el acusado que días después de su regreso de Europa y tras darse cuenta del hurto, se topó con el capitán; lo retó a pelear y aquél huyó el pleito.

Asimismo añadió que ya para esas fechas se había comprado una pistola porque sabía que en cualquier momento podría suceder algo grave, lo cual así aconteció.

Al señalarle el jefe del Servicio Secreto que aquel se estaba desviando de la pregunta sobre cómo habían sucedido los hechos, el victimario español continuó:

-Mire, señor policía, cuando Rexach me reclamó y me amenazó de muerte otra vez, hizo el intento de meterse al hotel, pero desistió porque las puertas se abren para afuera. Salí a la calle y, al estar frente a él, me recriminó el porqué andaba tramitando ante las autoridades que le aplicaran el 33 constitucional. Me ofendió una vez más y quiso golpearme; yo francamente le tenía mucho miedo, más sabiendo que ya había asesinado a otras personas. Su esposa trató de detenerlo y se interpuso entre nosotros. Sin embargo, como era muy fuerte y alto, logró zafarse de su mujer y se dio la vuelta para abalanzarse contra mí, al tiempo que hacía el intento de sacar algo de la cintura. Reaccioné de inmediato al ver mi vida en peligro y lo “quemé”, disparé toda la carga de la pistola en el momento en que se daba la vuelta, no sé cuántos tiros le acerté.

Con estos y otros datos aportados por el detenido, el agente del Ministerio Público de la Sexta Delegación de Policía elaboró la consignación por homicidio y lo remitió a la vieja Cárcel Preventiva, allá en Eduardo Molina, en la Colonia Morelos.

Desde la Procuraduría, sus defensores Fernando Gómez Mont, Sergio Vela Treviño y Luis Loredo persistieron ante el Ministerio Público en que el hispano habría obrado en legítima defensa por miedo grave a su contrincante.


Al comparecer la esposa del capitán piloto aviador, Katherine Randolph, declaró que antes de que disparara Juan Duarte contra su esposo, y tras insultarse mutuamente, ella lo abofeteó y se interpuso para que cesara el pleito, al que calificó de cobarde, ya que le había disparado a quemarropa, según manifestó ante las autoridades; aunque cuando le preguntaron los reporteros si ella había visto cuando le disparó directamente, ella, dudosa, contestó que sólo vio desplomarse el cuerpo de su marido.

Reporteros de la fuente policiaca se las ingeniaron para conocer la opinión de personas vinculadas por los dos españoles y se hicieron presentes en la embajada de España en México, negándose a emitir declaración alguna el cónsul general de esa nación. Por su parte, el Jefe de Seguridad de esa misión diplomática, Antonio Pérez, al responder sobre quién era el difunto capitán Rexach, sin ambages, afirmó:

-Sí, todo el mundo lo sabe, ese capitán era un matón de fama y un traidor, ya que en 1929, cuando el gobierno español le encomendó comprar armas, se apoderó de 22 millones de pesetas y ese año estuvo a punto de perder la vida en un lance con un oficial de la Guardia Civil. Era un tipo indeseable para la sociedad y su matador es de la misma calaña. Hubiera sido preferible que se hubiesen matado los dos.

Ya hospedado en el Palacio Negro de Lecumberri, el también acaudalado constructor Juan Duarte Camacho, al comparecer ante la Quinta Corte Penal, señaló que comenzó a sentir el rigor de la gélida prisión y que los presos mexicanos no lo veían con buenos ojos; le entró gran temor y pidió protección; aunque ese aspecto contrastó con lo afable que se mostró cuando después fue entrevistado por el reportero de LA PRENSA.

De la Parga fue traidor, desertor y un ladrón

Al rendir su declaración ante el juzgador, Juan Duarte exclamó:

-Sí, arrepentido, arrepentidísimo, pero lo hice impulsado por un miedo cerval; no sé ni cuántos tiros acerté, ni cómo sucedieron los hechos; su mujer me pegó en la cara. Le juro que vi que el capitán hizo un ademán como si fuera a sacar su pistola y fue cuando lo “quemé”, pero era un asesino... -repitió una vez más el acusado.

Asimismo, el acusado daba la impresión de que, pese a la adversidad, se conservaba tranquilo, despreocupado mientras un bolero le lustraba el calzado en la crujía de turno.

Sin inconveniente para hablar con los periodistas, Duarte continuaba relatando más sucesos.

-Era un traidor a la patria, un desertor en tiempo de guerra y un ladrón del tesoro nacional de España.

Luego uno de los reporteros comenta que la deserción en etapa bélica se castiga severamente y el homicida responde:

-Se paga con la última… como la que le dieron ayer.

Sonrió irónico y luego ratificó que su rival mató al en La Habana y se batió a tiros con la policía de aquel país, donde dejó lesionados a dos.

Mientras tanto, el cónsul general de la embajada de España en México, Salvador Echeverría, se abstuvo de opinar sobre la tragedia: y cuando lo entrevistó el reportero de LA PRENSA, dijo que no estaba enterado de nada y que por lo demás era un asunto de tipo policiaco.

Se llevaron a cabo las diligencias de rigor, los defensores trataron por todos los medios de justificar el homicidio y antes que el juez dictara sentencia, surgió un gravísimo problema respecto al dictamen de los peritos.

Mientras los doctores Pascual Morones y Armando Sánchez Núñez, habían dictaminado que el victimario había disparado por la espalda a su enemigo, cuatro balazos que le perforaron diversos órganos, los médicos legistas que posteriormente examinaron el cuerpo, concluyeron que los disparos habían sido hechos de frente, aunque una de las balas le había dado en sedal, según el peritaje de los legistas Armando Zárate y Antonio Díaz.

En sus conclusiones, el Ministerio Público demandó se aplicara la pena máxima en 1955 (30 años de cárcel) contra el refugiado español, en tanto sus abogados pidieron su absoluta libertad o una condena menor de cinco años, alegando la legítima defensa por temor grave.

El juez, al estudiar las constancias procesales, encontró elementos suficientes para condenar a Juan Duarte Camacho a 23 años de encierro, resolución que fue compartida por sus compañeros de la Sexta Corte Penal.

El sentenciado apeló de la resolución judicial ante los magistrados del Tribunal Superior, quienes confirmaron la pena impuesta por los jueces.

Los informes recabados indican que el reo cumplió la sentencia impuesta y, en su oportunidad, por disposición de la Secretaría de Gobernación, fue deportado a España, con la advertencia de que jamás debía retornar a México.

Así concluyó el caso que fue conocido como “el homicidio del refugiado español” y que atrajo la atención durante varios meses, tanto de la colonia española y de los mexicanos como, incluso, de hispanos de la Península Ibérica por las implicaciones políticas que generó, ya que en ese país europeo también había actas penales levantadas contra el capitán Antonio Rexach Fernández de la Parga, quien tuvo una vida azarosa y vivió más violentamente, después de haberse embolsado los millones de pesetas en oro que le había confiado el gobierno español para la adquisición de armas e implementos de guerra.


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Esta es la historia de dos hombres que se odiaron a muerte, a través de los años. Sus diferencias comenzaron en España, donde nacieron, y las embarcaron hacia nuestro país, tras la guerra.

Se refugiaron en territorio mexicano y el destino los enfrentó la tarde del jueves 29 de septiembre de 1955, alrededor de las dos de la tarde frente al edificio de la Confederación Nacional Campesina, en la calle de López número 22, justo a las puertas del Hotel Toledo, donde se hospedó Juan Duarte con la intención de mover cielo y tierra hasta que le aplicaran el artículo 33 a su paisano, Antonio.

En la violenta reyerta resultó muerto, de cuatro impactos de bala, el capitán piloto aviador, Antonio Rexach Fernández de la Parga, quien en esos momentos iba acompañado de su esposa, la estadounidense Katherine Randolph.

Con base en la primera versión de los hechos, el asesino habría disparado por la espalda a su compatriota, a quien le tenía un odio enconado. En la edición del 30 de septiembre se mencionó que el duelo se debió a “cuestiones personales”, de las cuales se derivó el odio a muerte.

En el instante en que se desarrolló el pleito, Kathernie quiso evitar que ambos hombres pelearan, por lo cual se interpuso entre su marido y el también ibero Juan Duarte Camacho, quien aprovechó esa circunstancia para vaciar la carga de su pistola contra su detestado rival.

Todo fue tan súbito y veloz que al instante ulterior a que Antonio cayó muerto, su esposa abofeteó al homicida y, de acuerdo con la nota que redactó el reportero de LA PRENSA en aquel entonces, Carlos Borbolla, la mujer gritó “de haber tenido una pistola a la mano, hubiera tomado desquite”, pues se notaba en su expresión que sería capaz de todo.

Juan Duarte fue detenido minutos después por agentes del Servicio Secreto que andaban por el lugar, teniendo aún en sus manos el arma homicida. Se entregó sin temor, seguro de sí mismo, afirmando que había hecho un bien a España y a México al victimar a su oponente.

-Era un sujeto muy peligroso, un “pájaro de cuenta”, traidor, desertor y ladrón, merecía morir. Yo le tenía mucho miedo, en varias ocasiones me había amenazado de muerte. Pensé que iba a sacar su pistola y por eso lo “quemé”. Siempre andaba armado, no se quitaba la pistola ni para dormir.

Estas y otras afirmaciones lanzó el próspero empresario Juan Duarte, quien dijo tener su residencia en La Paz, Baja California, y que se dedicaba al negocio de la construcción, en lo que le iba muy bien. Informó que su esposa radicaba en España y que, en la entidad norteña, hacía vida marital con una dama mexicana.

Con su característico acento español, silbando las eses y hablando en voz muy alta, que molestaba a los empleados de la Sexta Delegación de Policía, indicó haber nacido en Jerez de la Frontera, de la provincia de Cádiz, ser de 56 años y haber llegado a México como refugiado, luego de concluida la Guerra Civil Española.

Para justificar el crimen cometido contra Rexach, presentó varios documentos y exclamó:

-Dije que era un traidor a la patria, un desertor en tiempo de guerra y un ladrón del tesoro nacional de España, sí, señor. Era “un pájaro de cuidado”, pues en 1929, el gobierno español le entregó 24 millones de pesetas en oro para que comprara armas, aviones y refacciones y se llevó este dinero juntamente con otro piloto.

Refirió que el citado capitán se internó subrepticiamente en Francia y después se fue a La Habana, donde tuvo un altercado con otro ibero y luego de reñir fieramente con aquél, se hizo presente la policía que al intentar detenerlo, retrocedió unos pasos, sacó su pistola y mató a dos uniformados, dándose rápidamente a la fuga.

De ahí, marchó a Venezuela, país en el que liquidó a otro español, por una reyerta sin importancia, para salir apresuradamente y con credencial de turista internarse en México, documento que tenía años de habérsele vencido, por lo que se encontraba aquí en forma ilegal.

No supo cuántos tiros acertó

Cuando llegó la Cruz Verde a brindar auxilio al agredido, establecieron que era frágil, pero aún conservaba un poco de vida, no obstante, debido a tres heridas mortales, ya no logró llegar a tiempo para evitar su muerte.

-Es un asesino -gritó Katherine Randolph tan pronto como recobró la cordura y, acto seguido, informó a los agentes sobre aspectos de su vida.

Refirió que también radicaban en La Paz, Baja California Sur, donde vivía el homicida, quien tenía sus negocios de construcción allá.

Respecto a los hechos, la norteamericana relató que mientras caminaba con su esposo por las calles citadas, se encontraron, al parecer repentinamente, con el otro gachupín. Entonces, la señora Randolph dijo:

-Sin que hubiera motivo, le gritó a mi esposo que era un tal… y éste, enfurecido por el insulto, se le quiso echar encima y golpearlo para darle su merecido, pero yo me interpuse entre los dos y lo jalé para que no le hiciera nada, mientras el otro seguía injuriándolo.

No obstante, concluyó la señora Catherine que cuando su marido logró zafarse y se dio la vuelta para contraatacar a su enemigo, éste sacó su pistola y le disparó a traición.

Por su parte, mucho interés había en las autoridades judiciales y del Servicio Secreto (de la Jefatura de Policía) acerca de todo lo que decía Juan Duarte.

Al ser interrogado, recalcó que para su desgracia, hacía unos tres o cuatro años, había llegado a vivir a La Paz, donde se encontró con su paisano Antonio Rexach y, para colmo de males, había comprado una casa contigua a la suya.

-¿A qué vino a la Ciudad de México? -le interrogó el coronel Manuel Mendoza Domínguez, jefe del Servicio Secreto.

-Llegué a México el lunes pasado para ponerme en manos de mi médico, pues estoy algo enfermo y tenía el propósito de regresar el sábado o el domingo.

El hábil policía no se tragó esa explicación del acusado y le insistió que manifestara a qué había venido a la Ciudad de México y, ante tanta presión e indicarle unos agentes que lo llevarían al “Pocito” (caballerizas y sitio de tortura policiaca al norte del Distrito Federal), donde le sacarían toda la verdad, el peninsular se dio por vencido y con su ronca voz, hablando de prisa y confusamente, sin vocalizar, confesó:

-En realidad vine para entrevistarme con autoridades de la Secretaría de Gobernación o con el presidente de la república. Mire, había venido haciendo gestiones para que al capitán Rexach se le aplicara el artículo 33 constitucional, que es el de la deportación de los extranjeros indeseables. Estaba dispuesto a abordar al presidente durante algunas de sus giras para entregarle documentos en los que consta que Rexach era un pillo, un ilegal, traidor, desertor y ladrón.

Comentó Juan Duarte que hacía meses los policías de Migración ya tenían detenido al mencionado capitán para deportarlo a España; ya estaban los papeles listos para sacarlo del país y, a última hora, todo el trámite quedó frenado, pues según se amparaba con una tarjeta de turista, aunque ya estaba vencida.

Indicó el homicida que, al parecer, un compadre de Rexach era muy amigo de un alto funcionario del gobierno mexicano e intervino para que no fuera enviado de regreso a España.

La voz del ibérico se escuchó colérica.

-Fíjese, coronel, que a ese tipo lo protegían las autoridades, porque, según mis informantes, le dijeron que abandonara por tres o cuatro días la Ciudad de México y que pasado ese tiempo regresara por Estados Unidos, Guatemala o Cuba como refugiado político y entonces se le daría estancia legal en el país; claro, todo eso debería costarle muchísimo dinero.

En relación con el crimen, Juan Duarte relató lo siguiente al coronel Mendoza Domínguez.

-Mire, señor, me encontraba en el lobby del hotel Toledo, en López 22, frente al inmueble de la Confederación Nacional Campesina. En eso me percaté que pasaba una pareja por la calle y me di cuenta que se trataba de mi enemigo acérrimo y de su esposa; me miraron de arriba abajo y se echaron a reír. Siguieron de frente, lo que me alegró, porque siempre le tuve miedo a Rexach. Me quedé otro rato sentado y, de nueva cuenta, transcurridos unos minutos, desfilaron frente al hotel. Esta segunda vez, el capitán se dirigió a mí y me insultó, me retó a pelear. Recordé que hacía unos meses, mientras yo me encontraba en Europa, en Lisboa, aprovechando mi ausencia se introdujo en mi casa y me robó varios objetos...

"Disparé toda la carga de mi pistola"

Agregó el acusado que días después de su regreso de Europa y tras darse cuenta del hurto, se topó con el capitán; lo retó a pelear y aquél huyó el pleito.

Asimismo añadió que ya para esas fechas se había comprado una pistola porque sabía que en cualquier momento podría suceder algo grave, lo cual así aconteció.

Al señalarle el jefe del Servicio Secreto que aquel se estaba desviando de la pregunta sobre cómo habían sucedido los hechos, el victimario español continuó:

-Mire, señor policía, cuando Rexach me reclamó y me amenazó de muerte otra vez, hizo el intento de meterse al hotel, pero desistió porque las puertas se abren para afuera. Salí a la calle y, al estar frente a él, me recriminó el porqué andaba tramitando ante las autoridades que le aplicaran el 33 constitucional. Me ofendió una vez más y quiso golpearme; yo francamente le tenía mucho miedo, más sabiendo que ya había asesinado a otras personas. Su esposa trató de detenerlo y se interpuso entre nosotros. Sin embargo, como era muy fuerte y alto, logró zafarse de su mujer y se dio la vuelta para abalanzarse contra mí, al tiempo que hacía el intento de sacar algo de la cintura. Reaccioné de inmediato al ver mi vida en peligro y lo “quemé”, disparé toda la carga de la pistola en el momento en que se daba la vuelta, no sé cuántos tiros le acerté.

Con estos y otros datos aportados por el detenido, el agente del Ministerio Público de la Sexta Delegación de Policía elaboró la consignación por homicidio y lo remitió a la vieja Cárcel Preventiva, allá en Eduardo Molina, en la Colonia Morelos.

Desde la Procuraduría, sus defensores Fernando Gómez Mont, Sergio Vela Treviño y Luis Loredo persistieron ante el Ministerio Público en que el hispano habría obrado en legítima defensa por miedo grave a su contrincante.


Al comparecer la esposa del capitán piloto aviador, Katherine Randolph, declaró que antes de que disparara Juan Duarte contra su esposo, y tras insultarse mutuamente, ella lo abofeteó y se interpuso para que cesara el pleito, al que calificó de cobarde, ya que le había disparado a quemarropa, según manifestó ante las autoridades; aunque cuando le preguntaron los reporteros si ella había visto cuando le disparó directamente, ella, dudosa, contestó que sólo vio desplomarse el cuerpo de su marido.

Reporteros de la fuente policiaca se las ingeniaron para conocer la opinión de personas vinculadas por los dos españoles y se hicieron presentes en la embajada de España en México, negándose a emitir declaración alguna el cónsul general de esa nación. Por su parte, el Jefe de Seguridad de esa misión diplomática, Antonio Pérez, al responder sobre quién era el difunto capitán Rexach, sin ambages, afirmó:

-Sí, todo el mundo lo sabe, ese capitán era un matón de fama y un traidor, ya que en 1929, cuando el gobierno español le encomendó comprar armas, se apoderó de 22 millones de pesetas y ese año estuvo a punto de perder la vida en un lance con un oficial de la Guardia Civil. Era un tipo indeseable para la sociedad y su matador es de la misma calaña. Hubiera sido preferible que se hubiesen matado los dos.

Ya hospedado en el Palacio Negro de Lecumberri, el también acaudalado constructor Juan Duarte Camacho, al comparecer ante la Quinta Corte Penal, señaló que comenzó a sentir el rigor de la gélida prisión y que los presos mexicanos no lo veían con buenos ojos; le entró gran temor y pidió protección; aunque ese aspecto contrastó con lo afable que se mostró cuando después fue entrevistado por el reportero de LA PRENSA.

De la Parga fue traidor, desertor y un ladrón

Al rendir su declaración ante el juzgador, Juan Duarte exclamó:

-Sí, arrepentido, arrepentidísimo, pero lo hice impulsado por un miedo cerval; no sé ni cuántos tiros acerté, ni cómo sucedieron los hechos; su mujer me pegó en la cara. Le juro que vi que el capitán hizo un ademán como si fuera a sacar su pistola y fue cuando lo “quemé”, pero era un asesino... -repitió una vez más el acusado.

Asimismo, el acusado daba la impresión de que, pese a la adversidad, se conservaba tranquilo, despreocupado mientras un bolero le lustraba el calzado en la crujía de turno.

Sin inconveniente para hablar con los periodistas, Duarte continuaba relatando más sucesos.

-Era un traidor a la patria, un desertor en tiempo de guerra y un ladrón del tesoro nacional de España.

Luego uno de los reporteros comenta que la deserción en etapa bélica se castiga severamente y el homicida responde:

-Se paga con la última… como la que le dieron ayer.

Sonrió irónico y luego ratificó que su rival mató al en La Habana y se batió a tiros con la policía de aquel país, donde dejó lesionados a dos.

Mientras tanto, el cónsul general de la embajada de España en México, Salvador Echeverría, se abstuvo de opinar sobre la tragedia: y cuando lo entrevistó el reportero de LA PRENSA, dijo que no estaba enterado de nada y que por lo demás era un asunto de tipo policiaco.

Se llevaron a cabo las diligencias de rigor, los defensores trataron por todos los medios de justificar el homicidio y antes que el juez dictara sentencia, surgió un gravísimo problema respecto al dictamen de los peritos.

Mientras los doctores Pascual Morones y Armando Sánchez Núñez, habían dictaminado que el victimario había disparado por la espalda a su enemigo, cuatro balazos que le perforaron diversos órganos, los médicos legistas que posteriormente examinaron el cuerpo, concluyeron que los disparos habían sido hechos de frente, aunque una de las balas le había dado en sedal, según el peritaje de los legistas Armando Zárate y Antonio Díaz.

En sus conclusiones, el Ministerio Público demandó se aplicara la pena máxima en 1955 (30 años de cárcel) contra el refugiado español, en tanto sus abogados pidieron su absoluta libertad o una condena menor de cinco años, alegando la legítima defensa por temor grave.

El juez, al estudiar las constancias procesales, encontró elementos suficientes para condenar a Juan Duarte Camacho a 23 años de encierro, resolución que fue compartida por sus compañeros de la Sexta Corte Penal.

El sentenciado apeló de la resolución judicial ante los magistrados del Tribunal Superior, quienes confirmaron la pena impuesta por los jueces.

Los informes recabados indican que el reo cumplió la sentencia impuesta y, en su oportunidad, por disposición de la Secretaría de Gobernación, fue deportado a España, con la advertencia de que jamás debía retornar a México.

Así concluyó el caso que fue conocido como “el homicidio del refugiado español” y que atrajo la atención durante varios meses, tanto de la colonia española y de los mexicanos como, incluso, de hispanos de la Península Ibérica por las implicaciones políticas que generó, ya que en ese país europeo también había actas penales levantadas contra el capitán Antonio Rexach Fernández de la Parga, quien tuvo una vida azarosa y vivió más violentamente, después de haberse embolsado los millones de pesetas en oro que le había confiado el gobierno español para la adquisición de armas e implementos de guerra.


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