/ viernes 10 de marzo de 2023

Reyerta mortal: Víctor Manuel asesinó a dos mujeres en defensa de su bebé

El homicida, muchacho de unos 25 años, fue llevado a la Penitenciaría para comparecer ante uno de los jueces de la Primera Corte Penal

En el año 1938, en la tranquila y naciente colonia Roma, se desarrolló una historia de enredo amoroso, de celos y de traición durante la mañana del sábado 6 de agosto. Los amantes Víctor Manuel Navarro Romo y Amelia Mayer García se disputaban la posesión de un niño de seis meses, a quien habían concebido luego de un encuentro pasional y fugaz.

No obstante, tras desavenencias y congojas debido a que lo suyo había sido romance y no amor profundo, se originó una vulgar reyerta frente a la casa 17 de la calle de Coahuila, en donde intervinieron Angelina García de Mayer, madre adoptiva de la muchacha, y el detective particular Agustín Alarcón, quien recibió el primero varios balazos, los cuales a la postre dieron muerte a las dos señoras.

Y mientras el drama tomaba un cause sanguinario, el bebé lloraba a lágrima viva, tirado dentro del piso de un automóvil, con quemaduras de pólvora en su cabecita. Luego, con piedad lo recogieron unos vecinos, que habían acudido atraídos por la curiosidad y quienes lo entregaron a las autoridades de la octava delegación.

El homicida, muchacho de unos 25 años, fue llevado a la Penitenciaría para comparecer ante uno de los jueces de la Primera Corte Penal.

Por datos que se obtuvieron en el día de los hechos, se tuvo noticia de que hacía algún tiempo se unieron para hacer vida marital Amelia, quien contaba con unos 24 años de edad, y Víctor Manuel Navarro, ocupando la vivienda número 22 de la casa 17 de la calle de Coahuila, donde llegó en calidad de doméstica María Guadalupe Aguilar Borjas.

Y si no bastaran los dichos del vecindario para hacer saber que los amores entre los amantes se habían convertido en un enconado odio, ahí estaba la declaración de la fámula, quien aseguraba que los disgustos entre Amelia y Víctor Manuel eran continuos y molestos, a grado tal que la noche del viernes 5 de agosto, un día antes de la tragedia, el muchacho golpeó a la chica e incluso sacó una pistola para amenazarla, anunciando que estaba dispuesto a abandonarla, pero llevándose consigo al niño, hijo de ambos, rumbo a Torreón, Coahuila, donde él pensaba radicar.

Todo parecía indicar que en esas relaciones contribuyó mucho la influencia de la madre de Víctor Manuel, señora Rosa Romo de Navarro, y de la madre adoptiva de Amelia, señora Angelina García, para hacerse esa situación más tirante, puesto que ambas “suegras” se miraban con malos ojos, despreciando la señora Romo a las segundas, por considerarlas de inferior posición social…

Ella, que el día de los hechos comentaba a media voz que pertenecía a una distinguida familia, de paso muy influyente, exigió que se tratara a su hijo con toda clase de consideraciones.

Después del disgusto del viernes, llegó hasta la casa de Coahuila 17 la señora Rosa Romo de Navarro, y con ella se quejó Víctor Manuel al decir:

-Esta mujer -refiriéndose a Amelia- me ha encajado un gran coraje.

Pero como ya era una hora avanzada, las cosas no siguieron adelante y los amantes disgustados procuraron descansar de la mejor manera posible.

Al día siguiente por la mañana -dijo la sirvienta-, se levantó Amelia y ya medio arreglada la llamó para decirle que fuera en busca de su mamá adoptiva, señora Angelina García, indicándole de paso que corría un gran peligro, pues que su amante, Víctor Manuel, trataba de llevarse al niño, a la vez que había hecho graves amenazas.

La sirvienta fue en busca de la citada señora como se le había ordenado y cuando ambas se encontraban cerca de la casa, ya estaban en la calle los dos amantes, llevando Víctor Manuel al niño en brazos.

En este punto la declaración, era un tanto confusa la doméstica Guadalupe Aguilar, pues sin precisar, solamente dijo que Víctor Manuel disparó contra las dos señoras, Angelina y Amelia, interviniendo el detective particular Agustín Alarcón para quitar la pistola al homicida y entregarlo en manos de la policía oficial.

Armado con su revólver, fue a matar

Y fue el detective Agustín Alarcón quien pudo proporcionar datos más concretos y reveladores de lo que ocurrió.

Dijo que la tarde del viernes 5 de agosto de 1938 fue llamado por la señora Angelina García para que se presentara en la calle de Coahuila 17 e investigara, con la portera o con la doméstica Guadalupe, si Víctor Manuel se había llevado al niño.

Y tras cumplir con ese cometido, informó en sentido negativo, transmitiéndole el recado a la señora Angelina.

Y, al día siguiente, cerca de las 8:00 horas -agregó el detective Alarcón- fue a buscarlo la señora Angelina García a su casa para que la acompañara ante Víctor Manuel, a fin de que lo convenciera para que se presentara ante la octava delegación y que las autoridades resolvieran en poder de quién quedaba el pequeño al separarse él de Amelia y anunciar que se marchaba a la ciudad de Torreón, Coahuila.

Alarcón agregó que subió hasta la vivienda de los amantes en la calle Coahuila y, al cambiar algunas palabras con Víctor Manuel, éste le preguntó:

-Y usted, ¿quién es?

A lo que él repuso:

-Un agente policiaco particular.

Entonces, un poco envalentonado, Navarro siguió preguntando:

-¿Y trae usted orden para llevarme a la delegación?

Alarcón tuvo que batirse en retirada y, al salir a la calle, donde se reunió con la señora Angelina García, indicó a ésta la conveniencia de que gestionara una orden de presentación en la oficina ya citada.

Fue en esos precisos momentos cuando aparecieron en la puerta de la casa Víctor Manuel y Amelia, llevando el primero y en brazos al pequeñito que lloriqueaba.

Víctor Manuel detuvo la marcha de un automóvil de alquiler y, entonces, Amelia, alarmada y dirigiéndose a Alarcón, exclamó llena de angustia:

-¡Vea usted que me roba al niño!

Alarcón dijo que trató de intervenir entonces, acercándose al coche que ya ocupaban los dos amantes con el niño.

Víctor Manuel no esperó más; desenfundó la pistola e hizo fuego, aun cuando no dio en el blanco. Y enseguida apuntó a las señoras a las que sí hirió mortalmente, tanto, que la señora Angelina quedó ahí, en el interior del coche, ya sin vida, y a Amelia la recogió una ambulancia de la Cruz Roja, agonizante, para expirar momentos después en el hospital de las calles de Monterrey y Durango.

Hasta entonces, afirmó el policía privado, se arrojó sobre Víctor Manuel para desarmarlo, entablándose un forcejeo en el que por fin él se apoderó del arma que, instantes después, entregó en poder de la policía.

Por su parte, Víctor Manuel pintó los hechos de otra manera.

Dijo que a las nueve horas salió de su vivienda con el niño y con su amante Amelia. Y que, al subir a un automóvil que tomó en alquiler, se le acercó el policía particular Agustín Alarcón y le dijo en tono áspero: “usted no se lleva al niño”, y, posteriormente, lo amenazó con una pistola, tratando de abrir la portezuela del coche.

Víctor Manuel dijo que sujetó la manecilla que aseguraba la puerta del vehículo, pero comprendiendo que le faltaban las fuerzas, sacó a su vez la pistola y Alarcón le sujetó una pierna, se la estiró, sin dejarlo de amenazar con el arma. En el forcejeo se produjeron los disparos.

Aclaró Víctor Manuel que él no apuntó a persona alguna, ya que si sacó la pistola fue para defenderse. Mientras tanto, el niño rodó por el piso del coche; mientras que Alarcón insultaba a Víctor, pues las señoras se concretaron a golpearlo.

En el examen que se hizo de testigos, Florentino Sánchez Arenas informó que trabajaba con Agustín Alarcón, al que acompañó, y que cuando se encontraban frente a la casa 17 de la calle Coahuila salió Víctor Manuel con el niño en brazos, pero llevando ya preparada en la diestra la pistola, exclamando: “si me quitan al niño, mejor lo mato...”

Al subir al coche Víctor Manuel, seguido de Amelia, los persiguió el detective Alarcón, entablándose entre éstos un forcejeo, escuchándose varios disparos, por lo que él, comprendiendo que corría grave peligro, saltó del vehículo. Y cuando todo pasó, regresó a enterarse de lo que había sucedido.

Los cadáveres de la señora Angelina García y el de Amelia Mayer fueron trasladados al Hospital Juárez, donde se les practicó la autopsia de rigor.

El cuerpo de la señora García fue identificado por su esposo, Rodolfo Mayer, estadounidense, de 78 años, y por su primo, José González Sada. Presentaba una herida de arma de fuego en el hemitórax derecho, otra en el brazo izquierdo y, además, la fractura del húmero izquierdo.

En cuanto al cuerpo de Amelia, éste tenía dos heridas de arma de fuego en el hemitórax derecho. Y como resultado de esta tragedia, el niño, hijo de Víctor Manuel y de Amelia, fue a parar a manos de la madre del primero, Rosa Romo de Navarro, quien se comprometió ante la autoridad a cuidarlo.

Menores intrascendentes

Víctor Manuel Navarro Romo narró a LA PRENSA la historia de sus amores con Amelia Mayer. Relató que fue por el mes de noviembre de 1936 cuando vino a esta metrópoli, procedente del estado de Chihuahua, descorazonado, sin empleo, alojándose en una casa de huéspedes de la calle de Niza, que regenteaba la señora Mayer, quien siempre se vio como familiar de los Navarro. Conviviendo así, fue como trabó relaciones de amistad con Amelia, de la que murmuraban las domésticas de aquella hospedería...

La noche del último día del año de 1936, él, sin dinero y un tanto desilusionado, aceptó concurrir con Amelia a la misa de gallo en un templo de Calzada de la Piedad.

Ya en el amanecer del nuevo año, los dos caminaban de regreso a las calles de Niza por una calleja oscura, donde brotaron las primeras caricias, los primeros besos, que los orillaron a buscar refugio en una casa de discretos de las calles de Dinamarca.

Después de esa aventura, Víctor Manuel analizó su conciencia y, entonces, según dijo, comprendió que había ido demasiado aprisa, pues lo que él sentía hacia la muchacha no podía traducirse en un cariño que se desbordara y que le hiciera entrever algo firme en el futuro... en un plano sentimental.

Al correr el tiempo no pudo preocuparse más de esa íntima entrevista, porque cayó enfermo de fiebre intestinal, permaneciendo en cama por varios días, cuando pudo volver a la vida diaria, su mayor ahínco era encontrar un pronto acomodo en la burocracia para no constituir un peso en su familia.

En marzo de 1936 obtuvo al fin el codiciado empleo, por influencias del general Marciano González, amigo de sus familiares.

Sin embargo, por los tratos que había tenido con Amelia en la casa de huéspedes, le suponían novio de la joven, y él, molesto por las murmuraciones que corrían en el local, en el sentido de que ella era muy afecta a visitar las habitaciones de los inquilinos, resolvió tomar nuevos rumbos, hacia otra casa, situada en las calles de Jalapa 72, colonia Roma.

Por unas semanas, Víctor Manuel no vio más a Amelia, hasta que en una ocasión, al pasar por las calles de Niza, encontró a la muchacha que salía a dejar a una visita a quien esperaba un coche.

Al día siguiente, un telefonazo de aquella chica a quien él no sabía catalogar, lo invitó a una entrevista urgente. Amelia imploró en esa conversación que desechara toda mala impresión que le hubieran causado los cuentos de las sirvientas y continuara tratándola por lo menos en calidad de amiga.

Criminal confesó con áspera crudeza

Él tuvo presente que Amelia tenía una hijita llamada Clara, hija de un enredo con Víctor Arreola y, considerándola como una mujer a quien asaeteaba la vida, sintió por ella cierta piedad.

Una sesión de cine a la que asistieron al correr de los días, estableció entre ellos una positiva reconciliación, viéndose sólo de vez en cuando y sin mayores compromisos. Pero por el mes de junio de ese año ella se le presentó apesadumbrada, y tras algunos rodeos le planteó la situación, diciéndole que estaba en vísperas de ser madre.

El, dijo, imaginó en un principio que era una farsa en la que se le quería tomar el pelo, pues había tomado toda clase de precauciones para que aquellas entrevistas no tuvieran un resultado comprometedor.

Fueron tantas las protestas de Amelia que él, sin aceptar ser el padre de la criatura, se consideró obligado a brindar su apoyo a la mujer, aun cuando sostuvo que, examinando bien su conciencia, tampoco se encontró con que tuviera cariño por la muchacha.

Ella no siguió el camino de muchas otras, pues nunca le aceptó dinero y apenas si en el mes de julio le llamó por teléfono para suplicarle que la llevara a consulta con un médico.

Entrevistado el facultativo en las calles de Violeta, éste aseguró que vendría al mundo un pequeñuelo, al conversar ambos amantes sobre este punto ella le insinuó que esperaba cubriera él los gastos que originaría la maternidad, mostrándose él conforme, si bien no llegó a dar cumplimiento a la palabra empeñada, por el giro que tomaron los acontecimientos.

Contra todo lo que él esperaba, no volvió a tener noticias de Amelia, e indagando aquí y allá supo por una carta que recibió de ella en el mes de enero de 1938, que estaba encerrada en un convento de monjas en la ciudad de Puebla.

Fue en busca de la señora Angelina García, madre adoptiva de Amelia, para rogarle que lo llevara donde estaba la muchacha y desengañarse si el chico en realidad era su hijo. Pensaba Víctor Manuel, según dijo, confirmar esas dudas al contemplar al bebé.

Pero con gran sorpresa escuchó de labios de la señora García que por nada del mundo entregaría al niño, si antes no se casaba él con Amelia. De lo contrario, prefería mejor regalar al recién nacido.

Ante esa actitud y dominado por la incertidumbre, resolvió hacer un viaje a la Angelópolis y, por fortuna para él, tropezó con un chofer que le llevó a una casa de maternidad, con aspecto de fortaleza, a la que se llegaba tras pasar un amplio jardín. Ahí encontró a una enfermera, a quien manifestó que “como hermano de Amelia Mayer” iba en su seguimiento, sin más trámites se le permitió el acceso a una sala donde encontró en cama Amelia, que le recibió con enorme gusto.

Una rápida mirada al niño que reposaba en una cunita le hizo comprender al minuto que Amelia no había mentido, que aquel bebé era su hijo. Tenía, dijo, toda la cara de los Navarro... una desgracia o una dicha, él no lo podía precisar, pero lo que sí se estableció en su ánimo fue que el niñito que le miraba con sus pupilas llenas de inocencia. Ninguna culpa tenía de venir a padecer a este mundo y lo quiso desde aquel momento.

Hacia Amelia, aseguró Víctor Manuel, no sentía mayor sentimiento por aquel incidente; casi la consideraba como una desconocida.

Sin embargo, ya de regreso en esta capital, trazó varias cartas para Amelia, sin que ella le contestara ninguna. Habló por teléfono y le dijeron que hacía días que la muchacha había salido de aquel establecimiento. Entrevista a la señora Angelina García y ésta le salía con la misma exigencia: o se casaba, o debía dar como perdido al chico, con la circunstancia de que en su casa, en la de doña Angelina, no podía entrar el pequeñuelo, porque no lo consideraba moral.

Le hizo firmar esta señora una carta en la que se comprometía a no molestar en lo más mínimo, siempre y cuando le permitieran ver diariamente al niño.

Se supo que en la relación de Víctor Manuel y Amelia influyeron sobremanera las madres de ambos; por una parte, la mamá de él, despreciaba a Amelia y a su madre adoptiva por considerarlas de baja posición social; en tanto la señora Angelina García continuamente hacía la situación más tirante entre los amantes.

Pero Víctor Manuel estaba deseoso de encontrar a Amelia y al bebé.

Tres versiones del doble homicidio; un solo culpable

Un telefonazo de larga distancia, procedente de Puebla, le hizo luz en el asunto, porque la propia Amelia se puso al aparato, diciéndole que, contra lo que pensaba su madre adoptiva, ella no quería dejar sin padre por ningún motivo al pequeño.

Y él se apresuró a ir en pos de la muchacha y del niño, proponiendo que se unieran para hacer los preparativos del casamiento, ya que él también, por su parte, estaba dispuesto a todo.

Con disgusto se enteró que ante el Registro Civil una monja y el portero de la Casa de Maternidad, que para él era un convento, habían testimoniado que el niño era hijo natural de Amelia, poniéndole el nombre de Jesús Mayer.

En esta metrópoli pararon en el Hotel Unión; de ahí pasaron a una casa de huéspedes de la calle de Liverpool. Al visitar a su mamá, Rosa Romo de Navarro, y tener al niño en brazos, exclamó:

-No tiene remedio; este niño es Navarro...

Y no con mucho agrado, le aconsejó que legalizara su situación.

Ya encarrilado todo para el matrimonio, un sábado, día en que siempre le ocurrieron los hechos más trascendentales de su vida, encontrándose en su trabajo, le habló Amelia para suplicarle que la llevara a un salón de belleza.

Él, en el camino, compró flores, sorprendiéndose al llegar al hogar, que la muchacha había desaparecido.

Víctor Manuel aceptó que era de muy mal carácter, que se traducía en algunos momentos con actos de violencia, y al saber de la ausencia de Amelia montó en cólera, resignándose en final de cuentas a buscar el olvido soterrado en un rancho.

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Para ello solicitó un permiso del Departamento Central, donde trabajaba, y se marchó para Torreón, donde permaneció por más de una semana.

Un tanto calmado, regresó a esta metrópoli, y al consultar con un abogado respecto a la situación del niño, el profesionista le contestó que estando registrado a nombre de la mamá, a ésta correspondía la patria potestad.

En una ocasión, al salir con sus padres de un restaurante, se encontró de frente con Amelia y Angelina. Al preguntarles: “¿Qué pasó con ustedes?”, la madre adoptiva de la muchacha se desató en denuestos, diciendo que quien era culpable de todo era la propia señora Romo de Navarro, pues cuando ellas desaparecieron fue porque tuvieron noticias de que se planeaba el robo del niño...

De aquella entrevista nada se sacó en arreglo, conviniendo él en que abandonaría la situación del chico, pues muchos otros hombres tenían hijos naturales. Pero más tarde por una llamada telefónica de Amelia, supo que doña Angelina trataba en verdad de regalar al niño, indicándole que en todo caso ella estaba resuelta a entregarle al bebé.

A bordo de un coche fue en busca de Amelia, consultando el caso con un abogado, éste propuso que se nombrara un tutor al pequeño y enseguida se hiciera el reconocimiento de la criatura por ellos. Tal como se pensó se hizo, con gran disgusto de doña Angelina, quien entonces puso a su hija adoptiva en la calle.

De nueva cuenta, Amelia tuvo que resignarse al recorrido de casas de huéspedes, alejándose en la calle de Durango, donde él se vio atacado de una nueva enfermedad, de la que ella le curó con todo esmero, admirablemente.

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Doña Angelina se presentó un buen día e hizo las paces con él, viéndose entonces precisado a abandonar aquella casa el último día de mayo de ese año.

Ya instalados en el departamento de la calle Coahuila, el día 2 de julio, de nueva cuenta lo abandonó Amelia.

En el curso de ese mes, él se encontraba en el departamento de unas vecinas, acompañado de su hermano. Les habían invitado a tomar una copa, de pronto una de aquellas señoras invitó a Víctor Manuel a que mirara por la ventana, enterándose que entraba al patio la propia Amelia con el niño.

Él no pudo resistir el impulso y se arrojó sobre el chico para llenarlo de besos. Juntos otra vez, se reanudó la vida de incertidumbre y disgustos, hasta llegar el momento en que esa situación se resolvió trágicamente por la intervención del policía privado, Agustín Alarcón, quedando muerta doña Angelina y Amelia, iniciándose así uno de los procesos más apasionantes en aquella época.

Nada se supo más adelante de la suerte de Víctor Manuel Romo. De acuerdo con los registros, éste quedó bien preso en una de las frías celdas del Palacio Negro de Lecumberri, pero sin conocerse el tiempo de su condena.

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En el año 1938, en la tranquila y naciente colonia Roma, se desarrolló una historia de enredo amoroso, de celos y de traición durante la mañana del sábado 6 de agosto. Los amantes Víctor Manuel Navarro Romo y Amelia Mayer García se disputaban la posesión de un niño de seis meses, a quien habían concebido luego de un encuentro pasional y fugaz.

No obstante, tras desavenencias y congojas debido a que lo suyo había sido romance y no amor profundo, se originó una vulgar reyerta frente a la casa 17 de la calle de Coahuila, en donde intervinieron Angelina García de Mayer, madre adoptiva de la muchacha, y el detective particular Agustín Alarcón, quien recibió el primero varios balazos, los cuales a la postre dieron muerte a las dos señoras.

Y mientras el drama tomaba un cause sanguinario, el bebé lloraba a lágrima viva, tirado dentro del piso de un automóvil, con quemaduras de pólvora en su cabecita. Luego, con piedad lo recogieron unos vecinos, que habían acudido atraídos por la curiosidad y quienes lo entregaron a las autoridades de la octava delegación.

El homicida, muchacho de unos 25 años, fue llevado a la Penitenciaría para comparecer ante uno de los jueces de la Primera Corte Penal.

Por datos que se obtuvieron en el día de los hechos, se tuvo noticia de que hacía algún tiempo se unieron para hacer vida marital Amelia, quien contaba con unos 24 años de edad, y Víctor Manuel Navarro, ocupando la vivienda número 22 de la casa 17 de la calle de Coahuila, donde llegó en calidad de doméstica María Guadalupe Aguilar Borjas.

Y si no bastaran los dichos del vecindario para hacer saber que los amores entre los amantes se habían convertido en un enconado odio, ahí estaba la declaración de la fámula, quien aseguraba que los disgustos entre Amelia y Víctor Manuel eran continuos y molestos, a grado tal que la noche del viernes 5 de agosto, un día antes de la tragedia, el muchacho golpeó a la chica e incluso sacó una pistola para amenazarla, anunciando que estaba dispuesto a abandonarla, pero llevándose consigo al niño, hijo de ambos, rumbo a Torreón, Coahuila, donde él pensaba radicar.

Todo parecía indicar que en esas relaciones contribuyó mucho la influencia de la madre de Víctor Manuel, señora Rosa Romo de Navarro, y de la madre adoptiva de Amelia, señora Angelina García, para hacerse esa situación más tirante, puesto que ambas “suegras” se miraban con malos ojos, despreciando la señora Romo a las segundas, por considerarlas de inferior posición social…

Ella, que el día de los hechos comentaba a media voz que pertenecía a una distinguida familia, de paso muy influyente, exigió que se tratara a su hijo con toda clase de consideraciones.

Después del disgusto del viernes, llegó hasta la casa de Coahuila 17 la señora Rosa Romo de Navarro, y con ella se quejó Víctor Manuel al decir:

-Esta mujer -refiriéndose a Amelia- me ha encajado un gran coraje.

Pero como ya era una hora avanzada, las cosas no siguieron adelante y los amantes disgustados procuraron descansar de la mejor manera posible.

Al día siguiente por la mañana -dijo la sirvienta-, se levantó Amelia y ya medio arreglada la llamó para decirle que fuera en busca de su mamá adoptiva, señora Angelina García, indicándole de paso que corría un gran peligro, pues que su amante, Víctor Manuel, trataba de llevarse al niño, a la vez que había hecho graves amenazas.

La sirvienta fue en busca de la citada señora como se le había ordenado y cuando ambas se encontraban cerca de la casa, ya estaban en la calle los dos amantes, llevando Víctor Manuel al niño en brazos.

En este punto la declaración, era un tanto confusa la doméstica Guadalupe Aguilar, pues sin precisar, solamente dijo que Víctor Manuel disparó contra las dos señoras, Angelina y Amelia, interviniendo el detective particular Agustín Alarcón para quitar la pistola al homicida y entregarlo en manos de la policía oficial.

Armado con su revólver, fue a matar

Y fue el detective Agustín Alarcón quien pudo proporcionar datos más concretos y reveladores de lo que ocurrió.

Dijo que la tarde del viernes 5 de agosto de 1938 fue llamado por la señora Angelina García para que se presentara en la calle de Coahuila 17 e investigara, con la portera o con la doméstica Guadalupe, si Víctor Manuel se había llevado al niño.

Y tras cumplir con ese cometido, informó en sentido negativo, transmitiéndole el recado a la señora Angelina.

Y, al día siguiente, cerca de las 8:00 horas -agregó el detective Alarcón- fue a buscarlo la señora Angelina García a su casa para que la acompañara ante Víctor Manuel, a fin de que lo convenciera para que se presentara ante la octava delegación y que las autoridades resolvieran en poder de quién quedaba el pequeño al separarse él de Amelia y anunciar que se marchaba a la ciudad de Torreón, Coahuila.

Alarcón agregó que subió hasta la vivienda de los amantes en la calle Coahuila y, al cambiar algunas palabras con Víctor Manuel, éste le preguntó:

-Y usted, ¿quién es?

A lo que él repuso:

-Un agente policiaco particular.

Entonces, un poco envalentonado, Navarro siguió preguntando:

-¿Y trae usted orden para llevarme a la delegación?

Alarcón tuvo que batirse en retirada y, al salir a la calle, donde se reunió con la señora Angelina García, indicó a ésta la conveniencia de que gestionara una orden de presentación en la oficina ya citada.

Fue en esos precisos momentos cuando aparecieron en la puerta de la casa Víctor Manuel y Amelia, llevando el primero y en brazos al pequeñito que lloriqueaba.

Víctor Manuel detuvo la marcha de un automóvil de alquiler y, entonces, Amelia, alarmada y dirigiéndose a Alarcón, exclamó llena de angustia:

-¡Vea usted que me roba al niño!

Alarcón dijo que trató de intervenir entonces, acercándose al coche que ya ocupaban los dos amantes con el niño.

Víctor Manuel no esperó más; desenfundó la pistola e hizo fuego, aun cuando no dio en el blanco. Y enseguida apuntó a las señoras a las que sí hirió mortalmente, tanto, que la señora Angelina quedó ahí, en el interior del coche, ya sin vida, y a Amelia la recogió una ambulancia de la Cruz Roja, agonizante, para expirar momentos después en el hospital de las calles de Monterrey y Durango.

Hasta entonces, afirmó el policía privado, se arrojó sobre Víctor Manuel para desarmarlo, entablándose un forcejeo en el que por fin él se apoderó del arma que, instantes después, entregó en poder de la policía.

Por su parte, Víctor Manuel pintó los hechos de otra manera.

Dijo que a las nueve horas salió de su vivienda con el niño y con su amante Amelia. Y que, al subir a un automóvil que tomó en alquiler, se le acercó el policía particular Agustín Alarcón y le dijo en tono áspero: “usted no se lleva al niño”, y, posteriormente, lo amenazó con una pistola, tratando de abrir la portezuela del coche.

Víctor Manuel dijo que sujetó la manecilla que aseguraba la puerta del vehículo, pero comprendiendo que le faltaban las fuerzas, sacó a su vez la pistola y Alarcón le sujetó una pierna, se la estiró, sin dejarlo de amenazar con el arma. En el forcejeo se produjeron los disparos.

Aclaró Víctor Manuel que él no apuntó a persona alguna, ya que si sacó la pistola fue para defenderse. Mientras tanto, el niño rodó por el piso del coche; mientras que Alarcón insultaba a Víctor, pues las señoras se concretaron a golpearlo.

En el examen que se hizo de testigos, Florentino Sánchez Arenas informó que trabajaba con Agustín Alarcón, al que acompañó, y que cuando se encontraban frente a la casa 17 de la calle Coahuila salió Víctor Manuel con el niño en brazos, pero llevando ya preparada en la diestra la pistola, exclamando: “si me quitan al niño, mejor lo mato...”

Al subir al coche Víctor Manuel, seguido de Amelia, los persiguió el detective Alarcón, entablándose entre éstos un forcejeo, escuchándose varios disparos, por lo que él, comprendiendo que corría grave peligro, saltó del vehículo. Y cuando todo pasó, regresó a enterarse de lo que había sucedido.

Los cadáveres de la señora Angelina García y el de Amelia Mayer fueron trasladados al Hospital Juárez, donde se les practicó la autopsia de rigor.

El cuerpo de la señora García fue identificado por su esposo, Rodolfo Mayer, estadounidense, de 78 años, y por su primo, José González Sada. Presentaba una herida de arma de fuego en el hemitórax derecho, otra en el brazo izquierdo y, además, la fractura del húmero izquierdo.

En cuanto al cuerpo de Amelia, éste tenía dos heridas de arma de fuego en el hemitórax derecho. Y como resultado de esta tragedia, el niño, hijo de Víctor Manuel y de Amelia, fue a parar a manos de la madre del primero, Rosa Romo de Navarro, quien se comprometió ante la autoridad a cuidarlo.

Menores intrascendentes

Víctor Manuel Navarro Romo narró a LA PRENSA la historia de sus amores con Amelia Mayer. Relató que fue por el mes de noviembre de 1936 cuando vino a esta metrópoli, procedente del estado de Chihuahua, descorazonado, sin empleo, alojándose en una casa de huéspedes de la calle de Niza, que regenteaba la señora Mayer, quien siempre se vio como familiar de los Navarro. Conviviendo así, fue como trabó relaciones de amistad con Amelia, de la que murmuraban las domésticas de aquella hospedería...

La noche del último día del año de 1936, él, sin dinero y un tanto desilusionado, aceptó concurrir con Amelia a la misa de gallo en un templo de Calzada de la Piedad.

Ya en el amanecer del nuevo año, los dos caminaban de regreso a las calles de Niza por una calleja oscura, donde brotaron las primeras caricias, los primeros besos, que los orillaron a buscar refugio en una casa de discretos de las calles de Dinamarca.

Después de esa aventura, Víctor Manuel analizó su conciencia y, entonces, según dijo, comprendió que había ido demasiado aprisa, pues lo que él sentía hacia la muchacha no podía traducirse en un cariño que se desbordara y que le hiciera entrever algo firme en el futuro... en un plano sentimental.

Al correr el tiempo no pudo preocuparse más de esa íntima entrevista, porque cayó enfermo de fiebre intestinal, permaneciendo en cama por varios días, cuando pudo volver a la vida diaria, su mayor ahínco era encontrar un pronto acomodo en la burocracia para no constituir un peso en su familia.

En marzo de 1936 obtuvo al fin el codiciado empleo, por influencias del general Marciano González, amigo de sus familiares.

Sin embargo, por los tratos que había tenido con Amelia en la casa de huéspedes, le suponían novio de la joven, y él, molesto por las murmuraciones que corrían en el local, en el sentido de que ella era muy afecta a visitar las habitaciones de los inquilinos, resolvió tomar nuevos rumbos, hacia otra casa, situada en las calles de Jalapa 72, colonia Roma.

Por unas semanas, Víctor Manuel no vio más a Amelia, hasta que en una ocasión, al pasar por las calles de Niza, encontró a la muchacha que salía a dejar a una visita a quien esperaba un coche.

Al día siguiente, un telefonazo de aquella chica a quien él no sabía catalogar, lo invitó a una entrevista urgente. Amelia imploró en esa conversación que desechara toda mala impresión que le hubieran causado los cuentos de las sirvientas y continuara tratándola por lo menos en calidad de amiga.

Criminal confesó con áspera crudeza

Él tuvo presente que Amelia tenía una hijita llamada Clara, hija de un enredo con Víctor Arreola y, considerándola como una mujer a quien asaeteaba la vida, sintió por ella cierta piedad.

Una sesión de cine a la que asistieron al correr de los días, estableció entre ellos una positiva reconciliación, viéndose sólo de vez en cuando y sin mayores compromisos. Pero por el mes de junio de ese año ella se le presentó apesadumbrada, y tras algunos rodeos le planteó la situación, diciéndole que estaba en vísperas de ser madre.

El, dijo, imaginó en un principio que era una farsa en la que se le quería tomar el pelo, pues había tomado toda clase de precauciones para que aquellas entrevistas no tuvieran un resultado comprometedor.

Fueron tantas las protestas de Amelia que él, sin aceptar ser el padre de la criatura, se consideró obligado a brindar su apoyo a la mujer, aun cuando sostuvo que, examinando bien su conciencia, tampoco se encontró con que tuviera cariño por la muchacha.

Ella no siguió el camino de muchas otras, pues nunca le aceptó dinero y apenas si en el mes de julio le llamó por teléfono para suplicarle que la llevara a consulta con un médico.

Entrevistado el facultativo en las calles de Violeta, éste aseguró que vendría al mundo un pequeñuelo, al conversar ambos amantes sobre este punto ella le insinuó que esperaba cubriera él los gastos que originaría la maternidad, mostrándose él conforme, si bien no llegó a dar cumplimiento a la palabra empeñada, por el giro que tomaron los acontecimientos.

Contra todo lo que él esperaba, no volvió a tener noticias de Amelia, e indagando aquí y allá supo por una carta que recibió de ella en el mes de enero de 1938, que estaba encerrada en un convento de monjas en la ciudad de Puebla.

Fue en busca de la señora Angelina García, madre adoptiva de Amelia, para rogarle que lo llevara donde estaba la muchacha y desengañarse si el chico en realidad era su hijo. Pensaba Víctor Manuel, según dijo, confirmar esas dudas al contemplar al bebé.

Pero con gran sorpresa escuchó de labios de la señora García que por nada del mundo entregaría al niño, si antes no se casaba él con Amelia. De lo contrario, prefería mejor regalar al recién nacido.

Ante esa actitud y dominado por la incertidumbre, resolvió hacer un viaje a la Angelópolis y, por fortuna para él, tropezó con un chofer que le llevó a una casa de maternidad, con aspecto de fortaleza, a la que se llegaba tras pasar un amplio jardín. Ahí encontró a una enfermera, a quien manifestó que “como hermano de Amelia Mayer” iba en su seguimiento, sin más trámites se le permitió el acceso a una sala donde encontró en cama Amelia, que le recibió con enorme gusto.

Una rápida mirada al niño que reposaba en una cunita le hizo comprender al minuto que Amelia no había mentido, que aquel bebé era su hijo. Tenía, dijo, toda la cara de los Navarro... una desgracia o una dicha, él no lo podía precisar, pero lo que sí se estableció en su ánimo fue que el niñito que le miraba con sus pupilas llenas de inocencia. Ninguna culpa tenía de venir a padecer a este mundo y lo quiso desde aquel momento.

Hacia Amelia, aseguró Víctor Manuel, no sentía mayor sentimiento por aquel incidente; casi la consideraba como una desconocida.

Sin embargo, ya de regreso en esta capital, trazó varias cartas para Amelia, sin que ella le contestara ninguna. Habló por teléfono y le dijeron que hacía días que la muchacha había salido de aquel establecimiento. Entrevista a la señora Angelina García y ésta le salía con la misma exigencia: o se casaba, o debía dar como perdido al chico, con la circunstancia de que en su casa, en la de doña Angelina, no podía entrar el pequeñuelo, porque no lo consideraba moral.

Le hizo firmar esta señora una carta en la que se comprometía a no molestar en lo más mínimo, siempre y cuando le permitieran ver diariamente al niño.

Se supo que en la relación de Víctor Manuel y Amelia influyeron sobremanera las madres de ambos; por una parte, la mamá de él, despreciaba a Amelia y a su madre adoptiva por considerarlas de baja posición social; en tanto la señora Angelina García continuamente hacía la situación más tirante entre los amantes.

Pero Víctor Manuel estaba deseoso de encontrar a Amelia y al bebé.

Tres versiones del doble homicidio; un solo culpable

Un telefonazo de larga distancia, procedente de Puebla, le hizo luz en el asunto, porque la propia Amelia se puso al aparato, diciéndole que, contra lo que pensaba su madre adoptiva, ella no quería dejar sin padre por ningún motivo al pequeño.

Y él se apresuró a ir en pos de la muchacha y del niño, proponiendo que se unieran para hacer los preparativos del casamiento, ya que él también, por su parte, estaba dispuesto a todo.

Con disgusto se enteró que ante el Registro Civil una monja y el portero de la Casa de Maternidad, que para él era un convento, habían testimoniado que el niño era hijo natural de Amelia, poniéndole el nombre de Jesús Mayer.

En esta metrópoli pararon en el Hotel Unión; de ahí pasaron a una casa de huéspedes de la calle de Liverpool. Al visitar a su mamá, Rosa Romo de Navarro, y tener al niño en brazos, exclamó:

-No tiene remedio; este niño es Navarro...

Y no con mucho agrado, le aconsejó que legalizara su situación.

Ya encarrilado todo para el matrimonio, un sábado, día en que siempre le ocurrieron los hechos más trascendentales de su vida, encontrándose en su trabajo, le habló Amelia para suplicarle que la llevara a un salón de belleza.

Él, en el camino, compró flores, sorprendiéndose al llegar al hogar, que la muchacha había desaparecido.

Víctor Manuel aceptó que era de muy mal carácter, que se traducía en algunos momentos con actos de violencia, y al saber de la ausencia de Amelia montó en cólera, resignándose en final de cuentas a buscar el olvido soterrado en un rancho.

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Para ello solicitó un permiso del Departamento Central, donde trabajaba, y se marchó para Torreón, donde permaneció por más de una semana.

Un tanto calmado, regresó a esta metrópoli, y al consultar con un abogado respecto a la situación del niño, el profesionista le contestó que estando registrado a nombre de la mamá, a ésta correspondía la patria potestad.

En una ocasión, al salir con sus padres de un restaurante, se encontró de frente con Amelia y Angelina. Al preguntarles: “¿Qué pasó con ustedes?”, la madre adoptiva de la muchacha se desató en denuestos, diciendo que quien era culpable de todo era la propia señora Romo de Navarro, pues cuando ellas desaparecieron fue porque tuvieron noticias de que se planeaba el robo del niño...

De aquella entrevista nada se sacó en arreglo, conviniendo él en que abandonaría la situación del chico, pues muchos otros hombres tenían hijos naturales. Pero más tarde por una llamada telefónica de Amelia, supo que doña Angelina trataba en verdad de regalar al niño, indicándole que en todo caso ella estaba resuelta a entregarle al bebé.

A bordo de un coche fue en busca de Amelia, consultando el caso con un abogado, éste propuso que se nombrara un tutor al pequeño y enseguida se hiciera el reconocimiento de la criatura por ellos. Tal como se pensó se hizo, con gran disgusto de doña Angelina, quien entonces puso a su hija adoptiva en la calle.

De nueva cuenta, Amelia tuvo que resignarse al recorrido de casas de huéspedes, alejándose en la calle de Durango, donde él se vio atacado de una nueva enfermedad, de la que ella le curó con todo esmero, admirablemente.

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Doña Angelina se presentó un buen día e hizo las paces con él, viéndose entonces precisado a abandonar aquella casa el último día de mayo de ese año.

Ya instalados en el departamento de la calle Coahuila, el día 2 de julio, de nueva cuenta lo abandonó Amelia.

En el curso de ese mes, él se encontraba en el departamento de unas vecinas, acompañado de su hermano. Les habían invitado a tomar una copa, de pronto una de aquellas señoras invitó a Víctor Manuel a que mirara por la ventana, enterándose que entraba al patio la propia Amelia con el niño.

Él no pudo resistir el impulso y se arrojó sobre el chico para llenarlo de besos. Juntos otra vez, se reanudó la vida de incertidumbre y disgustos, hasta llegar el momento en que esa situación se resolvió trágicamente por la intervención del policía privado, Agustín Alarcón, quedando muerta doña Angelina y Amelia, iniciándose así uno de los procesos más apasionantes en aquella época.

Nada se supo más adelante de la suerte de Víctor Manuel Romo. De acuerdo con los registros, éste quedó bien preso en una de las frías celdas del Palacio Negro de Lecumberri, pero sin conocerse el tiempo de su condena.

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Policiaca

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