/ viernes 6 de marzo de 2020

La vida que deseamos

Lograr la vida que deseamos, es decir, sentirnos plenos en nuestros derechos para obtener lo que defina nuestra vida, no depende sólo de nosotros, está supeditado a múltiples factores que nos facilitan o nos hacen más difícil o tardado transitar hacia ese objetivo y lograrlo.

Algunos de estos factores no corresponden directamente a nosotros, por ejemplo, las políticas públicas en materia de salud, prevención de delitos y seguridad, educación, actualización de leyes, etc, que corresponden al Gobierno en quien, a través de la vía democrática, hemos delegado estas funciones. Estas serían influencias que vienen “de arriba” para facilitar o dificultar nuestra plenitud como personas.

Sin embargo, hay otras circunstancias que definen las propias sociedades en las que vivimos y que, si bien no son normas escritas, tiene una fuerza que viene de la costumbre y los hábitos, por ejemplo, las prácticas, valores, actitudes y tradiciones culturales que prevalecen en cada región e incluso en cada familia. A estas podríamos llamarles influencias “de abajo”.

Entre estas dos aguas se enmarca uno de los objetivos centrales para el avance humano: la igualdad entre los hombres y las mujeres, entendida como “la igualdad de derechos, responsabilidades y oportunidades de las mujeres y los hombres, y las niñas y los niños” y no, como se suele creer, que las mujeres y los hombres sean lo mismo.

Según la UNESCO, para que esto pueda lograrse es imprescindible que estos dos océanos se conecten: “solo hay igualdad de género cuando las medidas aplicadas ´de arriba a abajo´ se complementan plenamente con el apoyo recibido “de abajo a arriba”.

En pocas palabras: una política de gobierno que apoye la igualdad entre hombres y mujeres no tendrá impacto si las sociedades no están convencidas de que es necesaria y urgente. Igualmente, la fuerza social que apoye la igualdad y empodere a las mujeres poco efecto tendría sin políticas públicas adecuadas.

Por eso es tan importante conocer y entender a qué nos referimos con igualdad entre mujeres y hombres. Igualdad significa que “los derechos, las responsabilidades y las oportunidades no dependen del sexo con el que se nace. La igualdad de género supone que se tengan en cuenta los intereses, las necesidades y las prioridades tanto de las mujeres como de los hombres”.

También es importante estar claros en lo que significa otro término clave: la equidad de género, que se entiende como “la imparcialidad en el trato que reciben mujeres y hombres de acuerdo con sus necesidades respectivas, ya sea con un trato igualitario o con uno diferenciado”. Este trato diferenciado significa que se deben “incorporar medidas para compensar las desventajas históricas y sociales que arrastran las mujeres”, cuestión innegable en un mundo en donde han sido menospreciadas desde tiempos inmemoriales.

De manera que tanto como es exigible a las instancias de gobierno encargadas de diseñar las políticas públicas acciones y resultados claros hacia la igualdad y equidad, hacia la prevención de delitos que afectan mayormente a las mujeres (como el abuso sexual y la trata por mencionar algunos), también es necesario autoexigirnos en la familia y en la sociedad dejar atrás creencias y hábitos que permiten, a nuestros propios padres, hermanos, hijos, esposos, colegas, amigos, seguir actuando con base en la idea de que las mujeres y niñas son inferiores, pueden ser objetos a su disposición o no merecen las mismas oportunidades que los demás miembros de la sociedad. O que pueden ser señaladas, criticadas o calificadas por la forma en que se visten, hablan, viven o desean vivir su vida.


Lograr la vida que deseamos, es decir, sentirnos plenos en nuestros derechos para obtener lo que defina nuestra vida, no depende sólo de nosotros, está supeditado a múltiples factores que nos facilitan o nos hacen más difícil o tardado transitar hacia ese objetivo y lograrlo.

Algunos de estos factores no corresponden directamente a nosotros, por ejemplo, las políticas públicas en materia de salud, prevención de delitos y seguridad, educación, actualización de leyes, etc, que corresponden al Gobierno en quien, a través de la vía democrática, hemos delegado estas funciones. Estas serían influencias que vienen “de arriba” para facilitar o dificultar nuestra plenitud como personas.

Sin embargo, hay otras circunstancias que definen las propias sociedades en las que vivimos y que, si bien no son normas escritas, tiene una fuerza que viene de la costumbre y los hábitos, por ejemplo, las prácticas, valores, actitudes y tradiciones culturales que prevalecen en cada región e incluso en cada familia. A estas podríamos llamarles influencias “de abajo”.

Entre estas dos aguas se enmarca uno de los objetivos centrales para el avance humano: la igualdad entre los hombres y las mujeres, entendida como “la igualdad de derechos, responsabilidades y oportunidades de las mujeres y los hombres, y las niñas y los niños” y no, como se suele creer, que las mujeres y los hombres sean lo mismo.

Según la UNESCO, para que esto pueda lograrse es imprescindible que estos dos océanos se conecten: “solo hay igualdad de género cuando las medidas aplicadas ´de arriba a abajo´ se complementan plenamente con el apoyo recibido “de abajo a arriba”.

En pocas palabras: una política de gobierno que apoye la igualdad entre hombres y mujeres no tendrá impacto si las sociedades no están convencidas de que es necesaria y urgente. Igualmente, la fuerza social que apoye la igualdad y empodere a las mujeres poco efecto tendría sin políticas públicas adecuadas.

Por eso es tan importante conocer y entender a qué nos referimos con igualdad entre mujeres y hombres. Igualdad significa que “los derechos, las responsabilidades y las oportunidades no dependen del sexo con el que se nace. La igualdad de género supone que se tengan en cuenta los intereses, las necesidades y las prioridades tanto de las mujeres como de los hombres”.

También es importante estar claros en lo que significa otro término clave: la equidad de género, que se entiende como “la imparcialidad en el trato que reciben mujeres y hombres de acuerdo con sus necesidades respectivas, ya sea con un trato igualitario o con uno diferenciado”. Este trato diferenciado significa que se deben “incorporar medidas para compensar las desventajas históricas y sociales que arrastran las mujeres”, cuestión innegable en un mundo en donde han sido menospreciadas desde tiempos inmemoriales.

De manera que tanto como es exigible a las instancias de gobierno encargadas de diseñar las políticas públicas acciones y resultados claros hacia la igualdad y equidad, hacia la prevención de delitos que afectan mayormente a las mujeres (como el abuso sexual y la trata por mencionar algunos), también es necesario autoexigirnos en la familia y en la sociedad dejar atrás creencias y hábitos que permiten, a nuestros propios padres, hermanos, hijos, esposos, colegas, amigos, seguir actuando con base en la idea de que las mujeres y niñas son inferiores, pueden ser objetos a su disposición o no merecen las mismas oportunidades que los demás miembros de la sociedad. O que pueden ser señaladas, criticadas o calificadas por la forma en que se visten, hablan, viven o desean vivir su vida.


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