/ sábado 16 de octubre de 2021

Reiteración de las ideas

Con cierta frecuencia se me ha preguntado si en un discurso es válido reiterar las ideas. Siempre contesto que la Oratoria es una de las más altas expresiones de la pedagogía, y que si queremos que el auditorio se lleve grabado nuestro mensaje necesitamos repetir las ideas fundamentales.

Es necesario reiterar las ideas centrales del discurso, pero no en forma textual; cada amanecer tiene algo que lo hace diferente, irrepetible. Reiterar las ideas en forma idéntica provoca tedio; la sensación de caminar en círculo, sin avanzar, agota, desespera, rompe el vínculo entre el orador y el auditorio.

En estas líneas del espacio que generosamente me brinda el periódico LA PRENSA semanalmente, hoy le agradezco que me permita tocar un punto muy importante de la Oratoria. Varias veces se me ha preguntado sobre este tema, a mucha gente le es extraño que los oradores a veces repitan sus ideas. Y es que esos oradores tienen en el centro de su interés dejar asentadas con toda claridad, con toda precisión las ideas que consideran básicas, por eso las repiten y tienen la razón.

La repetición de las ideas centrales es un elemento insustituible de los buenos discursos; elocuencia es reiteración. Una idea se puede expresar de muchas formas; la imaginación es una cantera que no acaba. En la lectura de un documento, de un libro, de una revista, si algo no queda claro existe la oportunidad de releer las líneas no comprendidas. Esta ventaja no la tenemos al escuchar un discurso, una conferencia, una clase, a no ser que el orador generosamente repita los puntos fundamentales de su exposición.

Es necesario apuntalar los conceptos abstractos con ejemplos concretos, con casos evidentes y claros. Los mejores oradores apoyan sus ideas principales con fábulas, con cuentos, con parábolas, con anécdotas, toman trozos de la vida real, ejemplifican con pasajes de la trayectoria de prestigiados personajes, evocan los recuerdos y atisban el porvenir.

Mucho del quehacer del orador está en decir con claridad lo difícil de comprender, con belleza lo común, con sabor lo que parece insípido. Para convencer hay que estar convencido. El orador sólo puede despertar interés en lo que dice, si el primer interesado es él mismo. Y por eso su necesidad de reiterar los puntos básicos de su discurso.

josedavalosmorales@yahoo.com.mx

Con cierta frecuencia se me ha preguntado si en un discurso es válido reiterar las ideas. Siempre contesto que la Oratoria es una de las más altas expresiones de la pedagogía, y que si queremos que el auditorio se lleve grabado nuestro mensaje necesitamos repetir las ideas fundamentales.

Es necesario reiterar las ideas centrales del discurso, pero no en forma textual; cada amanecer tiene algo que lo hace diferente, irrepetible. Reiterar las ideas en forma idéntica provoca tedio; la sensación de caminar en círculo, sin avanzar, agota, desespera, rompe el vínculo entre el orador y el auditorio.

En estas líneas del espacio que generosamente me brinda el periódico LA PRENSA semanalmente, hoy le agradezco que me permita tocar un punto muy importante de la Oratoria. Varias veces se me ha preguntado sobre este tema, a mucha gente le es extraño que los oradores a veces repitan sus ideas. Y es que esos oradores tienen en el centro de su interés dejar asentadas con toda claridad, con toda precisión las ideas que consideran básicas, por eso las repiten y tienen la razón.

La repetición de las ideas centrales es un elemento insustituible de los buenos discursos; elocuencia es reiteración. Una idea se puede expresar de muchas formas; la imaginación es una cantera que no acaba. En la lectura de un documento, de un libro, de una revista, si algo no queda claro existe la oportunidad de releer las líneas no comprendidas. Esta ventaja no la tenemos al escuchar un discurso, una conferencia, una clase, a no ser que el orador generosamente repita los puntos fundamentales de su exposición.

Es necesario apuntalar los conceptos abstractos con ejemplos concretos, con casos evidentes y claros. Los mejores oradores apoyan sus ideas principales con fábulas, con cuentos, con parábolas, con anécdotas, toman trozos de la vida real, ejemplifican con pasajes de la trayectoria de prestigiados personajes, evocan los recuerdos y atisban el porvenir.

Mucho del quehacer del orador está en decir con claridad lo difícil de comprender, con belleza lo común, con sabor lo que parece insípido. Para convencer hay que estar convencido. El orador sólo puede despertar interés en lo que dice, si el primer interesado es él mismo. Y por eso su necesidad de reiterar los puntos básicos de su discurso.

josedavalosmorales@yahoo.com.mx

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