/ viernes 28 de julio de 2023

Luz Rolón, la primera mujer que se fugó de Lecumberri

Una historia de 1934, en la que los celos, las balas y un temperamento irascible entramaron el primer escape de esta mujer que asesinó a su exmarido

Fríamente resuelta, la hermosa señora María de la Luz Rolón Farías, de carácter enérgico hasta lo insoportable, vació la carga de una pequeña pistola Brownie sobre su exesposo, el zapatero Julio Martínez Navarro, dándole muerte e hiriendo de gravedad a un infortunado niño de 10 años, quien iba a cumplir un mandado de sus padres.

Así dio a conocer LA PRENSA, primero, el drama conyugal ocurrido en céntricas calles de la creciente ciudad de México en 1934, para después dar paso a una historia que trascendió la barrera del desamor, cuando María vio la luz al final del túnel al escapar de “todas sus prisiones”.

¿Qué sucedió entre Luz y Julio?

En 1931, Luz y Julio contrajeron nupcias y “el nacimiento de una nenita coronó las alegrías de una felicidad pasajera”, escribió el redactor de la nota original.

La pareja se llevó bien durante los primeros meses, pero después Julio empezó a notar que su mujer era de carácter irascible, heredado de su madre. Luz Rolón quería imponerse en todo y hasta llegó muchas veces a “desobedecer” a su esposo para irse a bailar a los cabarets y a otras fiestas mundanas.

Los disgustos entre los esposos comenzaron, disgustos que eran acicateados por la suegra de Julio, quien también quería imponer su voluntad en la propia casa del yerno.

Llegó el momento en que el zapatero no pudo más y se separó de su esposa, entablando en el juzgado 8o. de lo Civil un juicio de divorcio, que fue fallado a su favor y condenando a María de la Luz Rolón a perder la patria potestad de su pequeña hija.

Julio había acusado a su mujer de frecuentar algunos centros impropios, de desobediencia al mandato marital y de otros motivos sin importancia. El fallo fue dictado el 6 de agosto de 1934, casi un mes antes de la tragedia.

Julio se enamora de Antonieta y la rapta

Durante los constantes disgustos familiares, el zapatero se ausentaba del hogar y “encontró una compensación en los brazos de una bella mujer, de cabello rubio y de talle juncal”, llamada Antonieta Campos.

Al separarse Julio de Luz y entablar el divorcio consiguiente, no pudo soportar más su soledad y optó por raptar a Antonieta, a quien llevó a vivir al número 123 de la calle Jesús Carranza, donde estableció un nuevo hogar.

Inmediatamente, los padres de la joven mujer entablaron juicio y lo acusaron de rapto. Julio fue detenido e internado en la Penitenciaría.

Estando el zapatero en la prisión de Lecumberri, recibió el fallo del juzgado, en el cual se le participaba que era libre de contraer nuevas nupcias.

Inmediatamente juró casarse con Antonieta y obtuvo su libertad. Apenas abandonó los gruesos y elevados muros del máximo penal, corrió hasta su nido de amor y después de unos días de trámites, esperó la mañana del martes 4 de septiembre de 1934 para ir al juzgado, acompañado de Antonieta Campos, para desposarse.

Los festejos fueron parcos, como la bolsa del zapatero. Se bebió a la salud de los desposados. Pasados los momentos de alegría, “Julio volvió a su taller para aprovechar la tarde, pues necesitaba trabajar con intensidad y ganarse el sustento que llevaría a su nuevo hogar”.

Luz Rolón Farías, no menos atractiva que Antonieta, vigilaba desde lejos. Sabía perfectamente cuando salía su exmarido de la cárcel, no en vano había investigado y seguía sus pasos muy de cerca.

De manera que entre sus planes estaba la adquisición de un arma, prefirió una Brownie calibre .25, la cual jamás abandonó hasta la noche del mortal suceso planeado.

Luz busca asesina a su exmarido

La celosa mujer fue a buscarlo a las puertas de Lecumberri, pero Julio había abandonado por otra puerta la prisión. Una pequeña demora de Luz había frustrado el atentado.

Entonces, la señora Rolón volvió a su casa para seguir planeando su “venganza”.

El lunes 3 de septiembre de 1934, la María de la Luz había visitado a su excuñada, Natividad Martínez, y dejó un amenazante recado para el zapatero: “Tú no te puedes casar con tu güerita porque te vas a acordar de tu chata que te quiso tanto. Luz Rolón”.

Incluso, la celosa mujer mostró el arma calibre .25 que llevaba medio oculta entre sus pertenencias; no obstante, la hermana de Julio descreyó que aquella fuera capaz de cumplir su palabra.

Luz fue a atisbar el bodorrio; “escondida frente al juzgado vio pasar a la pareja, pero no pudo acercarse lo suficiente para no fallar los disparos”. Esperó la caída de la tarde y, acompañada de su madre, Anselma Farías, y de su prima, Sofía Martínez, se dirigió hasta el pequeño taller del exesposo.

Hortensia Cardoso, testigo de la tragedia, dijo haber visto cuando llegaron las mujeres. Anselma estaba furiosa y se encaró contra el que había sido su yerno, llenándolo de graves ofensas.

Como una fiera, Anselma se abalanzó contra el infortunado zapatero, quien se encontraba en su trabajo, y lo “jaloneó” hasta acercarlo a la puerta, donde se encontraba Luz.

Inmediatamente, ésta lo felicitó por su casamiento y, con la .25, le hizo varios disparos, mientras Sofía pedía que lo matara “porque no merecía otra cosa”.

Le vació toda la carga de la pistola

Ya herido de muerte, el zapatero corrió hacia el centro de la calle, seguido de cerca por Luz. Un hermano del trabajador desarmó a la irascible mujer, aunque la pistola estaba ya descargada.

Cuando Luz disparaba contra su exesposo, acertó a pasar por dicho lugar el niño Enrique González, quien recibió un balazo en medio del pecho.

Ya en el Ministerio Público, Luz Rolón dijo que había comprado en 18 pesos la pistola .25, “en cuanto se enteró que ya era una persona divorciada”.

Aunque molesta aún por “la traición” de Julio, la señora trató de engañar a las autoridades al decir que “sólo había ido a la zapatería para demandar que Julio le devolviera a la niña, pero que Julio la zarandeó y no tuvo más remedio que hacer fuego”.

En la Primera Delegación, ubicada en Plaza del Estudiante, cerca del cine Florida, informaron que antes de matar al zapatero, Luz preguntó si podía ser válido el matrimonio de Julio Martínez con Antonieta.

Lo que nadie podía explicar era que si la señora agotó la carga de la pistola, el infortunado trabajador sólo presentaba dos heridas: una en el costado derecho y otra en la región axilar izquierda.

Los peritos comentaban que por el coraje y a pesar de que disparó casi a quemarropa, Luz falló la mayoría de los disparos.

Ya en el Jardín del Departamento de Mujeres de la cárcel de Lecumberri, Luz Rolón, sentada sobre enorme piedra, vestida con ropa negra dijo que había matado porque llegó a la que había sido su casa y encontró que “festejaban el nuevo matrimonio de su exmarido”.

Maté por celos, por despecho, porque no me quería entregar a mi hija, en fin, que no puedo decir por qué maté

Y no olvidó disculpar a su madre y a su amiga, “pobres gentes que no podían saber lo que pasaba en el fondo de mi alma, no tienen culpa”, dijo.

Expresó que en días pasados llegó a la casa 4 de la calle Tenochtitlán, donde habitaba Natividad Martínez, su excuñada, para pedirle que le entregara a la niña, Julieta Martínez Rolón.

Afirmó que en mayo de 1934 había abandonado el hogar “porque Julio le daba mala vida y a menudo la golpeaba”. La historia que se repetía en los hogares de muchas mujeres que se casaban con un macho represor.

La excuñada le informó que no podía entregar a su sobrina y que Julio iba a salir de la Penitenciaría porque pensaba contraer nupcias con Antonieta Campos, por lo que “ella, Luz, podía encontrar otro hombre que la hiciera feliz”.

Afirmó que sólo quería preguntar a su exesposo qué significaba “patria potestad” porque no lo comprendía, así que fue al taller, acompañada de su madre y de su prima Sofía Martínez, quien estudiaba preparatoria.

Frente a la casa 123 de la calle Jesús Carranza, Sofía se aventuró a pasar porque se escuchaba el ruido de una fiesta; Julio amenazó con sacar a su suegra “a empujones” y entonces montó en cólera María de la Luz y disparó sin acertar.

El zapatero trató de escapar hacia la calle Héroe de Granaditas y luego retornó -según la nueva versión de la homicida- para sacar papeles que probaran su calidad de divorciado.

La fiesta comenzó a extinguirse por el escándalo “familiar” y cuando varias personas se dirigían a la Plaza del Carmen o del Estudiante, los exesposos comenzaron a discutir sobre la “patria potestad” de la pequeña Julieta.


El zapatero habría dicho que “ni cien gendarmes lo obligarían a devolverla a un hogar desintegrado” y luego “exigió” que Luz volviera a dispararle, lo que ella hizo “sin titubear, por los celos y el rencor”.

La exsuegra de Luz declaró que, previamente, la señora había dicho que si Julio volvía a casarse, lo mataría. Y la testigo, Hortensia Cardoso de Romero, dijo que la joven estudiante Sofía Martínez, prima de Luz, le dio la pistola para que matara al zapatero y decía: “Dale, dale”...

En cuanto al pequeño lesionado, Enrique, salvó la vida y la homicida fue consignada a la cárcel de Lecumberri.

Encierran a Luz Rolón en Lecumberri, pero se fuga

El sábado 8 de septiembre de 1934 María de la Luz Rolón recibió el auto de formal prisión y sus familiares aseguraron que presentarían pruebas para demostrar que efectivamente la muchacha era víctima de malos tratos y amenazas por parte de su exmarido, a quien Luz, ya presa, seguía arrojando cien sobre su memoria.

Pasó más de un año de reclusión, cuando María de la Luz Rolón Farías se convirtió en la primera mujer que se fugaba del Palacio Negro de Lecumberri. ¿Cómo lo hizo? Con gran facilidad.

Como pueden lograrlo las infractoras a quienes la naturaleza dotó de belleza poco común: utilizando la seducción calculada para cegar a un custodio, tras pometerle “un paraíso sexual”.

No obstante, por el escándalo que originó su salida de la Penitenciaría del Distrito Federal, la mujer prefirió volver para pagar su deuda con la sociedad, o sea, una sentencia de 14 años de prisión por homicidio calificado.

María de la Luz, presa en Lecumberri, intencionalmente o no, despertó la pasión del celador Juan Montaño.

Por la noche del domingo 15 de diciembre de 1935, las autoridades reconocieron que María de la Luz “se había fugado”, según la denuncia de la celadora Soledad Cota, quien avisó al general Félix Andalón, director de Lecumberri.

Se informó más tarde que aquel día se recibió una orden en la Penitenciaría reclamando a María de la Luz Rolón “para una diligencia urgente”.

Esa orden chocó inmediatamente por tratarse de horas en que no era costumbre que los juzgados despacharan sus asuntos, pero por tratarse de una autoridad federal que podía actuar en cualquier momento, se dieron instrucciones para que María de la Luz saliera del Palacio Negro, acompañada solamente de la celadora Soledad Cota, ya entrada en años, pero desconocedora de los peligros que acechaban en la ciudad de México.

Ya en la calle se presentó ante María de la Luz Rolón y la celadora Cota, el guardián Juan Montaño, quien “como no queriendo” se ofreció a acompañar a las dos mujeres en su recorrido.

Intencionalmente, Juan Montaño obligó a la celadora Soledad Cota para que caminaran de “aquí para allá”, haciendo algunas compras y dando un paseo. Como a las doce de la noche se pensó en el regreso y los tres se detuvieron en Donceles y Brasil, en espera de un automóvil, no sin convencerse antes de que “no era necesaria la presencia de María de la Luz en los juzgados del Distrito”.

Cerca de la esquina citada, una mujer humilde atizaba el fuego de un anafre, en el que tostaba castañas, que después anunciaba a los transeúntes con estentórea voz.

Y de pronto, un automóvil cerrado barrió el asfalto de la calle al detenerse frente a las tres personas mencionadas.

Rápidamente subió Luz Rolón y quiso seguirla la celadora, pero Juan le dio un empellón y la señora Cota fue a caer sobre el anafre de la vendedora de castañas. Juan subió también al auto no identificado y el vehículo partió a gran velocidad.

Algunas quemaduras menores habían hecho perder tiempo a la celadora, quien denunció todo en Lecumberri, arriesgándose incluso a una sanción injusta.

Montaño prestaba sus servicios a las puertas de la Ampliación de Mujeres, en la Penitenciaría. Fue ahí, al ver pasar a Luz, cuando se interesó por ella, haciéndole regalos y después declarándole su amor.

Luz, enredada en un nuevo idilio de amor

Obviamente, María de la Luz, joven y nada fea, aceptó la aventura y “fue tanto el descaro de los enamorados, que se hizo público el idilio, determinándose entonces que Montaño fuera relevado del servicio y pasara en calidad de comisionado a la Dirección del penal”.

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Se creía que a través de su nuevo puesto, Montaño falsificó documentos en favor de María de la Luz, corriendo pronto los trámites que dizque se necesitaban para la salida de algún reo. Fue así como logró realizar la evasión de la homicida.

El lunes 16 de diciembre de 1935, se publicó que “la señora Rolón volvió a la cárcel”. Y que “ante la sorpresa de los empleados de la Penitenciaría del Distrito, a las seis de la tarde llegaron la señora y el padre del guardia Juan Montaño”.

El señor Montaño comentó que al tener noticia de la maniobra desarrollada por su hijo Juan, la había reprobado y conocedor de algunos lugares que su vástago visitaba, se dio a la tarea de buscarlo, tropezando al fin con él, invitándolo a que reconsiderara su conducta. El celador finalmente obedeció a su padre.

Montaño hijo señaló que su plan era escapar del Distrito Federal en compañía de la señora. El celador quedó a disposición del Ministerio Público, aunque no por delito grave, apenas si “protección de fuga sin violencia”.

María de la Luz Rolón, quien por celos mató a su exmarido y posteriormente aceptó sin titubear “el amor” de Montaño, volvió a su celda y, sin convencer a las autoridades, expresó que sólo fue a ver a su hija de seis años de edad, a quien extrañaba mucho.

Montaño juró que “habiendo sido llamada la Rolón para una diligencia en relación con la riña que hacía poco tiempo sostuvieron dos internas, se le comisionó para que la llevara, pero la señora en el polígono de la Penitenciaría le suplicó que también la acompañara a ver a su hija, a la que los familiares de su exesposo no le permitían ver desde que fue recluida en Lecumberri”.

Entonces aceptó el celador, pero “con la condición de que al día siguiente se presentarían nuevamente en la prisión”.

No se supo si la mujer logró ver a su hija y tampoco si su evasión le trajo una ampliación de sentencia, en aquel diciembre de 1935.

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Fríamente resuelta, la hermosa señora María de la Luz Rolón Farías, de carácter enérgico hasta lo insoportable, vació la carga de una pequeña pistola Brownie sobre su exesposo, el zapatero Julio Martínez Navarro, dándole muerte e hiriendo de gravedad a un infortunado niño de 10 años, quien iba a cumplir un mandado de sus padres.

Así dio a conocer LA PRENSA, primero, el drama conyugal ocurrido en céntricas calles de la creciente ciudad de México en 1934, para después dar paso a una historia que trascendió la barrera del desamor, cuando María vio la luz al final del túnel al escapar de “todas sus prisiones”.

¿Qué sucedió entre Luz y Julio?

En 1931, Luz y Julio contrajeron nupcias y “el nacimiento de una nenita coronó las alegrías de una felicidad pasajera”, escribió el redactor de la nota original.

La pareja se llevó bien durante los primeros meses, pero después Julio empezó a notar que su mujer era de carácter irascible, heredado de su madre. Luz Rolón quería imponerse en todo y hasta llegó muchas veces a “desobedecer” a su esposo para irse a bailar a los cabarets y a otras fiestas mundanas.

Los disgustos entre los esposos comenzaron, disgustos que eran acicateados por la suegra de Julio, quien también quería imponer su voluntad en la propia casa del yerno.

Llegó el momento en que el zapatero no pudo más y se separó de su esposa, entablando en el juzgado 8o. de lo Civil un juicio de divorcio, que fue fallado a su favor y condenando a María de la Luz Rolón a perder la patria potestad de su pequeña hija.

Julio había acusado a su mujer de frecuentar algunos centros impropios, de desobediencia al mandato marital y de otros motivos sin importancia. El fallo fue dictado el 6 de agosto de 1934, casi un mes antes de la tragedia.

Julio se enamora de Antonieta y la rapta

Durante los constantes disgustos familiares, el zapatero se ausentaba del hogar y “encontró una compensación en los brazos de una bella mujer, de cabello rubio y de talle juncal”, llamada Antonieta Campos.

Al separarse Julio de Luz y entablar el divorcio consiguiente, no pudo soportar más su soledad y optó por raptar a Antonieta, a quien llevó a vivir al número 123 de la calle Jesús Carranza, donde estableció un nuevo hogar.

Inmediatamente, los padres de la joven mujer entablaron juicio y lo acusaron de rapto. Julio fue detenido e internado en la Penitenciaría.

Estando el zapatero en la prisión de Lecumberri, recibió el fallo del juzgado, en el cual se le participaba que era libre de contraer nuevas nupcias.

Inmediatamente juró casarse con Antonieta y obtuvo su libertad. Apenas abandonó los gruesos y elevados muros del máximo penal, corrió hasta su nido de amor y después de unos días de trámites, esperó la mañana del martes 4 de septiembre de 1934 para ir al juzgado, acompañado de Antonieta Campos, para desposarse.

Los festejos fueron parcos, como la bolsa del zapatero. Se bebió a la salud de los desposados. Pasados los momentos de alegría, “Julio volvió a su taller para aprovechar la tarde, pues necesitaba trabajar con intensidad y ganarse el sustento que llevaría a su nuevo hogar”.

Luz Rolón Farías, no menos atractiva que Antonieta, vigilaba desde lejos. Sabía perfectamente cuando salía su exmarido de la cárcel, no en vano había investigado y seguía sus pasos muy de cerca.

De manera que entre sus planes estaba la adquisición de un arma, prefirió una Brownie calibre .25, la cual jamás abandonó hasta la noche del mortal suceso planeado.

Luz busca asesina a su exmarido

La celosa mujer fue a buscarlo a las puertas de Lecumberri, pero Julio había abandonado por otra puerta la prisión. Una pequeña demora de Luz había frustrado el atentado.

Entonces, la señora Rolón volvió a su casa para seguir planeando su “venganza”.

El lunes 3 de septiembre de 1934, la María de la Luz había visitado a su excuñada, Natividad Martínez, y dejó un amenazante recado para el zapatero: “Tú no te puedes casar con tu güerita porque te vas a acordar de tu chata que te quiso tanto. Luz Rolón”.

Incluso, la celosa mujer mostró el arma calibre .25 que llevaba medio oculta entre sus pertenencias; no obstante, la hermana de Julio descreyó que aquella fuera capaz de cumplir su palabra.

Luz fue a atisbar el bodorrio; “escondida frente al juzgado vio pasar a la pareja, pero no pudo acercarse lo suficiente para no fallar los disparos”. Esperó la caída de la tarde y, acompañada de su madre, Anselma Farías, y de su prima, Sofía Martínez, se dirigió hasta el pequeño taller del exesposo.

Hortensia Cardoso, testigo de la tragedia, dijo haber visto cuando llegaron las mujeres. Anselma estaba furiosa y se encaró contra el que había sido su yerno, llenándolo de graves ofensas.

Como una fiera, Anselma se abalanzó contra el infortunado zapatero, quien se encontraba en su trabajo, y lo “jaloneó” hasta acercarlo a la puerta, donde se encontraba Luz.

Inmediatamente, ésta lo felicitó por su casamiento y, con la .25, le hizo varios disparos, mientras Sofía pedía que lo matara “porque no merecía otra cosa”.

Le vació toda la carga de la pistola

Ya herido de muerte, el zapatero corrió hacia el centro de la calle, seguido de cerca por Luz. Un hermano del trabajador desarmó a la irascible mujer, aunque la pistola estaba ya descargada.

Cuando Luz disparaba contra su exesposo, acertó a pasar por dicho lugar el niño Enrique González, quien recibió un balazo en medio del pecho.

Ya en el Ministerio Público, Luz Rolón dijo que había comprado en 18 pesos la pistola .25, “en cuanto se enteró que ya era una persona divorciada”.

Aunque molesta aún por “la traición” de Julio, la señora trató de engañar a las autoridades al decir que “sólo había ido a la zapatería para demandar que Julio le devolviera a la niña, pero que Julio la zarandeó y no tuvo más remedio que hacer fuego”.

En la Primera Delegación, ubicada en Plaza del Estudiante, cerca del cine Florida, informaron que antes de matar al zapatero, Luz preguntó si podía ser válido el matrimonio de Julio Martínez con Antonieta.

Lo que nadie podía explicar era que si la señora agotó la carga de la pistola, el infortunado trabajador sólo presentaba dos heridas: una en el costado derecho y otra en la región axilar izquierda.

Los peritos comentaban que por el coraje y a pesar de que disparó casi a quemarropa, Luz falló la mayoría de los disparos.

Ya en el Jardín del Departamento de Mujeres de la cárcel de Lecumberri, Luz Rolón, sentada sobre enorme piedra, vestida con ropa negra dijo que había matado porque llegó a la que había sido su casa y encontró que “festejaban el nuevo matrimonio de su exmarido”.

Maté por celos, por despecho, porque no me quería entregar a mi hija, en fin, que no puedo decir por qué maté

Y no olvidó disculpar a su madre y a su amiga, “pobres gentes que no podían saber lo que pasaba en el fondo de mi alma, no tienen culpa”, dijo.

Expresó que en días pasados llegó a la casa 4 de la calle Tenochtitlán, donde habitaba Natividad Martínez, su excuñada, para pedirle que le entregara a la niña, Julieta Martínez Rolón.

Afirmó que en mayo de 1934 había abandonado el hogar “porque Julio le daba mala vida y a menudo la golpeaba”. La historia que se repetía en los hogares de muchas mujeres que se casaban con un macho represor.

La excuñada le informó que no podía entregar a su sobrina y que Julio iba a salir de la Penitenciaría porque pensaba contraer nupcias con Antonieta Campos, por lo que “ella, Luz, podía encontrar otro hombre que la hiciera feliz”.

Afirmó que sólo quería preguntar a su exesposo qué significaba “patria potestad” porque no lo comprendía, así que fue al taller, acompañada de su madre y de su prima Sofía Martínez, quien estudiaba preparatoria.

Frente a la casa 123 de la calle Jesús Carranza, Sofía se aventuró a pasar porque se escuchaba el ruido de una fiesta; Julio amenazó con sacar a su suegra “a empujones” y entonces montó en cólera María de la Luz y disparó sin acertar.

El zapatero trató de escapar hacia la calle Héroe de Granaditas y luego retornó -según la nueva versión de la homicida- para sacar papeles que probaran su calidad de divorciado.

La fiesta comenzó a extinguirse por el escándalo “familiar” y cuando varias personas se dirigían a la Plaza del Carmen o del Estudiante, los exesposos comenzaron a discutir sobre la “patria potestad” de la pequeña Julieta.


El zapatero habría dicho que “ni cien gendarmes lo obligarían a devolverla a un hogar desintegrado” y luego “exigió” que Luz volviera a dispararle, lo que ella hizo “sin titubear, por los celos y el rencor”.

La exsuegra de Luz declaró que, previamente, la señora había dicho que si Julio volvía a casarse, lo mataría. Y la testigo, Hortensia Cardoso de Romero, dijo que la joven estudiante Sofía Martínez, prima de Luz, le dio la pistola para que matara al zapatero y decía: “Dale, dale”...

En cuanto al pequeño lesionado, Enrique, salvó la vida y la homicida fue consignada a la cárcel de Lecumberri.

Encierran a Luz Rolón en Lecumberri, pero se fuga

El sábado 8 de septiembre de 1934 María de la Luz Rolón recibió el auto de formal prisión y sus familiares aseguraron que presentarían pruebas para demostrar que efectivamente la muchacha era víctima de malos tratos y amenazas por parte de su exmarido, a quien Luz, ya presa, seguía arrojando cien sobre su memoria.

Pasó más de un año de reclusión, cuando María de la Luz Rolón Farías se convirtió en la primera mujer que se fugaba del Palacio Negro de Lecumberri. ¿Cómo lo hizo? Con gran facilidad.

Como pueden lograrlo las infractoras a quienes la naturaleza dotó de belleza poco común: utilizando la seducción calculada para cegar a un custodio, tras pometerle “un paraíso sexual”.

No obstante, por el escándalo que originó su salida de la Penitenciaría del Distrito Federal, la mujer prefirió volver para pagar su deuda con la sociedad, o sea, una sentencia de 14 años de prisión por homicidio calificado.

María de la Luz, presa en Lecumberri, intencionalmente o no, despertó la pasión del celador Juan Montaño.

Por la noche del domingo 15 de diciembre de 1935, las autoridades reconocieron que María de la Luz “se había fugado”, según la denuncia de la celadora Soledad Cota, quien avisó al general Félix Andalón, director de Lecumberri.

Se informó más tarde que aquel día se recibió una orden en la Penitenciaría reclamando a María de la Luz Rolón “para una diligencia urgente”.

Esa orden chocó inmediatamente por tratarse de horas en que no era costumbre que los juzgados despacharan sus asuntos, pero por tratarse de una autoridad federal que podía actuar en cualquier momento, se dieron instrucciones para que María de la Luz saliera del Palacio Negro, acompañada solamente de la celadora Soledad Cota, ya entrada en años, pero desconocedora de los peligros que acechaban en la ciudad de México.

Ya en la calle se presentó ante María de la Luz Rolón y la celadora Cota, el guardián Juan Montaño, quien “como no queriendo” se ofreció a acompañar a las dos mujeres en su recorrido.

Intencionalmente, Juan Montaño obligó a la celadora Soledad Cota para que caminaran de “aquí para allá”, haciendo algunas compras y dando un paseo. Como a las doce de la noche se pensó en el regreso y los tres se detuvieron en Donceles y Brasil, en espera de un automóvil, no sin convencerse antes de que “no era necesaria la presencia de María de la Luz en los juzgados del Distrito”.

Cerca de la esquina citada, una mujer humilde atizaba el fuego de un anafre, en el que tostaba castañas, que después anunciaba a los transeúntes con estentórea voz.

Y de pronto, un automóvil cerrado barrió el asfalto de la calle al detenerse frente a las tres personas mencionadas.

Rápidamente subió Luz Rolón y quiso seguirla la celadora, pero Juan le dio un empellón y la señora Cota fue a caer sobre el anafre de la vendedora de castañas. Juan subió también al auto no identificado y el vehículo partió a gran velocidad.

Algunas quemaduras menores habían hecho perder tiempo a la celadora, quien denunció todo en Lecumberri, arriesgándose incluso a una sanción injusta.

Montaño prestaba sus servicios a las puertas de la Ampliación de Mujeres, en la Penitenciaría. Fue ahí, al ver pasar a Luz, cuando se interesó por ella, haciéndole regalos y después declarándole su amor.

Luz, enredada en un nuevo idilio de amor

Obviamente, María de la Luz, joven y nada fea, aceptó la aventura y “fue tanto el descaro de los enamorados, que se hizo público el idilio, determinándose entonces que Montaño fuera relevado del servicio y pasara en calidad de comisionado a la Dirección del penal”.

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Se creía que a través de su nuevo puesto, Montaño falsificó documentos en favor de María de la Luz, corriendo pronto los trámites que dizque se necesitaban para la salida de algún reo. Fue así como logró realizar la evasión de la homicida.

El lunes 16 de diciembre de 1935, se publicó que “la señora Rolón volvió a la cárcel”. Y que “ante la sorpresa de los empleados de la Penitenciaría del Distrito, a las seis de la tarde llegaron la señora y el padre del guardia Juan Montaño”.

El señor Montaño comentó que al tener noticia de la maniobra desarrollada por su hijo Juan, la había reprobado y conocedor de algunos lugares que su vástago visitaba, se dio a la tarea de buscarlo, tropezando al fin con él, invitándolo a que reconsiderara su conducta. El celador finalmente obedeció a su padre.

Montaño hijo señaló que su plan era escapar del Distrito Federal en compañía de la señora. El celador quedó a disposición del Ministerio Público, aunque no por delito grave, apenas si “protección de fuga sin violencia”.

María de la Luz Rolón, quien por celos mató a su exmarido y posteriormente aceptó sin titubear “el amor” de Montaño, volvió a su celda y, sin convencer a las autoridades, expresó que sólo fue a ver a su hija de seis años de edad, a quien extrañaba mucho.

Montaño juró que “habiendo sido llamada la Rolón para una diligencia en relación con la riña que hacía poco tiempo sostuvieron dos internas, se le comisionó para que la llevara, pero la señora en el polígono de la Penitenciaría le suplicó que también la acompañara a ver a su hija, a la que los familiares de su exesposo no le permitían ver desde que fue recluida en Lecumberri”.

Entonces aceptó el celador, pero “con la condición de que al día siguiente se presentarían nuevamente en la prisión”.

No se supo si la mujer logró ver a su hija y tampoco si su evasión le trajo una ampliación de sentencia, en aquel diciembre de 1935.

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