/ viernes 21 de julio de 2023

José Gallostra, el agente franquista ejecutado a tiros

En 1950, el representante de Francisco Franco en México (se decía que era un espía) fue asesinado por el cubanoespañol Gabriel Fleitas Rouco, quien le disparó dos tiros a quemarropa

En LA PRENSA, “Diario Ilustrado de la Mañana”, se informó el 20 de febrero de 1950 que José Gallostra Coello de Portugal, representante de Francisco Franco en México y Ministro Plenipotenciario de España en Bolivia, fue asesinado a las 13:00 horas por el cubano-español Gabriel Salvador Fleitas Rouco, quien le disparó dos tiros a quemarropa, el último como de gracia en la sien derecha.

Gallostra acababa de salir del edificio de la Latinoamericana -situado en la esquina del Paseo de la Reforma y la calle Ignacio Ramírez- y se dirigía al bar Pennsylvania -que abría sus puertas en la primera calle de las Artes, hoy, del maestro Antonio Caso-, donde iba a reunirse con un grupo de amigos, como solía hacerlo la mayor parte de los días de la semana.

El criminal presentó la coartada de que “teniendo dignidad”, no pudo soportar que Gallostra se expresara mal de México y de toda América, y que como además su víctima hizo intento de sacar alguna arma, se le adelantó y le dio dos balazos, por lo que “actuó en defensa propia”.

La agresión premeditada se desarrolló en el momento de mayor tránsito tanto de personas como de vehículos por esa vialidad a esa hora. El asesino, cínico y nervioso, aun cuando en los instantes que siguieron al crimen se mostró sereno, no opuso resistencia cuando los agentes de Tránsito Adolfo Aguilar Zepeda y Eduardo Coutolenc Cortés -placas 95 y 105- lo detuvieron, le quitaron la pistola calibre .9 milímetros y lo llevaron a la Procuraduría de Justicia del Distrito, junto con el presunto cómplice, Antonio Benítez del Pozo, quien acompañaba al asesino y que con seguridad, a criterio de los sabuesos, tenía participación en el crimen pues también iba armado.

El mundo entero se convulsionó tras el homicidio, tanto detractores del franquismo como simpatizantes; no obstante, el general Francisco Franco sin dilaciones decidió enviar otro diplomático de prestigio: José Félix Lequerica.

Tres fueron los principales rumores “lógicos” que circularon en aquella época en el sentido del cargo que ocupaba Gallostra: la primera, que estaba gestionando la devolución del tesoro del “Vita” (“esfumado”, aparentemente, entre los líderes de refugiados, quienes iban a ser los beneficiados, inicialmente); la segunda, que aceleraba el acercamiento entre México y España para la reanudación de relaciones diplomáticas; y el tercero, que tenía el “visto bueno” de Francisco Franco para platicar con representantes rusos, en México, con la intención de comprar trigo soviético por millones de toneladas.

En el sentido del homicidio se gesticularon dos hipótesis: la primera que Gabriel Salvador obedeció instrucciones de enemigos del general Franco para suprimir a Gallostra; y la segunda, que el generalísimo buscaba un afanoso acercamiento con Stalin, lo cual no era del agrado de los elementos “rojos”.

Fleitas Rouco insistió en que era de ideas anarquistas, simpatizante del comunismo, pero detestaba tanto la dictadura de Franco como de Stalin y que era “ácrata”. El criminal -un sujeto singular de unos 40 años y metro y medio de estatura- explicó que “había ido a tramitar un pasaporte para un amigo suyo -el documento estaba burdamente falsificado- y que el funcionario comenzó a insultar al pueblo mexicano y a los españoles republicanos y refugiados, luego se metió la mano al bolsillo: “Creí que iba a sacar una pistola y me adelanté, simplemente”, dijo el homicida.

El otro detenido había sufrido un desmayo al ver la tragedia y, ante la policía, seguía temblando como asustado, jurando que “él nunca supo las intenciones del cubano anarquista”.

Aparentemente, el chaparro y delgado individuo luchó durante la Revolución Española en la División 26, columna formada en su mayor parte por anarquistas que combatían contra Francisco Franco.

Era un individuo cínico -según informes policiacos- impetuoso, gritón, mujeriego y asiduo concurrente a cantinas, cabaret, cafés de chinos, restaurantes, así como el Centro Ibero-Mexicano, ubicado en las calles Venustiano Carranza.

Los demás diplomáticos protestaron airadamente por la supuesta calumnia del presunto Fleitas Rouco y preguntaban:

-¿Cómo un señor diplomático de carrera, todo cortesía y educación, iba a expresarse en la forma que decía Fleitas?

Abatido por refugiado cubano-español

Enrique Cugat, hermano del célebre catalán Xavier Cugat, declaró que el 29 de febrero de 1944, en La Habana, Cuba, abordó un avión donde le tocó de compañero “Gabriel Salvador Fleitas Rouco”, quien despotricaba contra todos y aseguró que en la isla trabajó en la Iglesia del Ángel, una de las más famosas de la capital cubana, templo situado frente al Palacio Nacional.

Un domingo, a mediodía, volvió a ver a “Gabriel”, a la salida del café Tupinamba, iba con dos mujeres hermosas y elegantes y abordaron un auto Buick 1946 azul, que manejó con destreza el individuo para alejarse del centro de la ciudad de México.

De pronto, mientras la policía mexicana se perdía en las complejidades aparentes del asesinato de José Gallostra Coello de Portugal, la agencia internacional de noticias United Press ganó una exclusiva internacional al indicar que la víctima tenía una carta comprometedora en los bolsillos y que, estando aún caliente el cadáver, la policía había efectuado un registro.

Era de temerse -se enfatizaba- “que se diesen a la publicidad las líneas, pues que los juicios en el documento podían perjudicar al diplomático español recientemente asesinado”.

Pero lo cierto es que se publicaron y su contenido dejó al desnudo el trasfondo del sentir del diplomático, ya que de aquellas líneas se desprendía el aroma del racismo; asimismo, desenmascaraban, en cierta forma, las actividades subterráneas de quienes se consideraban “diplomáticos honestos, caballerosos, educados y respetuosos de la opinión ajena”.

Por su parte, la policía española, en respuesta a una pregunta policiaca mexicana, decidió colaborar ampliamente e identificó a plenitud al homicida: se llamó Juan Huertas Trafalgar, y era un expósito (huérfano) que fue depositado en el Hospicio de Teruel por Pascual Moya Díaz, vecino de Abaduy; Juan nació precisamente el 26 de diciembre de 1910.

Las hábiles averiguaciones policiacas locales siempre llegaron a un callejón sin salida (la aparente realidad es que un sujeto de 1.50 metros de estatura y poco peso jamás dijo el por qué del atentado mortal) y un juez penal cortó por lo sano al sentenciar a 16 años de prisión a Juan Huertas Trafalgar o Gabriel Salvador Fleitas Rouco.

El mismo funcionario liberó “por falta de pruebas” al presunto cómplice del español, Antonio Benítez del Pozo, que se hacía pasar como cubano.

Entonces, con esa agudeza que la mayoría de los hombres bajos desarrollan para defenderse en la vida de los abusos de los hombres altos, Juan se hizo amigo de los hermanos Izquierdo Ebrard, célebres gatilleros veracruzanos y, con su apoyo, el 28 de abril de 1955, el “chaparrín” salió tranquilamente de la dizque “inexpugnable” cárcel de Lecumberri. Apenas había cumplido 4 años y 10 meses de prisión.

Como siempre, la policía se hacía cruces sobre el sendero tomado por Juan Huertas Trafalgar para eludir la vigilancia armada, que cuidaba el penal 24 horas al día y todos los días del año.

Sin embargo, en la primera decena de enero de 1956, Juan Huertas se descuidó y una nube de agentes, alertados por amigas del aventurero homicida, lo arrestó sin violencia.

En medio de sollozos (“son lágrimas de hombre, conste”, decía) declaró que había escapado por sus hijos y por ellos fue detenido otra vez... “la cárcel no me importa, me faltan como 11 años que no son una eternidad”, decía a LA PRENSA.

El atentado

Todo inició en diciembre de 1949, cuando gente misteriosa amenazó de muerte, por teléfono, al diplomático español, quien realmente era representante “oficioso” del general Franco en México, pero, en los dos años y fracción que disfrutó de nuestra hospitalidad, había acumulado una gran influencia.

Y se dice que tenía autorización de Franco para dialogar con diplomáticos rusos en nuestro país.

El señor Gallostra hizo caso omiso de las advertencias Trafalmortales y jamás alteró su rutina: por la mañana, un trabajar intenso y, como a las 13:00 horas, a disfrutar la “hora del amigo” con muchos periodistas de la época, a quienes jamás les permitía pagar su consumo, “yo lo hago, pero, conste, a título personal, sólo por nuestra gran amistad, que agradezco profundamente”, señalaba.

Así, salió del edificio de la Latinoamericana -rentaba un lujoso departamento en el quinto piso- y encontró en la calle a los dos sujetos que poco tiempo antes le habían pedido, de favor, que les otorgara la visa para un tercer individuo, “que deseaba ganarse la vida y no podía, por carecer de papeles”...

El acompañante de Juan Huertas Trafalgar no atinaba a comentar sobre algo que interesara a esa hora al sonriente diplomático español.

El “chaparro” entonces sacó su pistola, y apartando de un manotazo a su amigo, disparó al abdomen de Gallostra y, mientras caía, mediante un tiro rapidísimo, destrozó el cráneo del hispano, quien sobrevivió apenas lo suficiente para ser llevado en ambulancia a la Cruz Roja (Durango y Monterrey), a donde llegó sin vida.

Fue cuando los policías se apoderaron de algunas pertenencias personales del diplomático José Gallostra, entre las que se encontraba la carta-informe para el general Francisco Franco, o los superiores en España de la víctima.

En los centros españoles y otros sectores de la ciudad de México se trató de poner una “cortina de hierro”, por la que no pudieran filtrarse diferentes versiones distorsionadas por la pasión.

También se decía que si “Franco tenía las puertas abiertas en Washington, no tardarían en reanudarse las relaciones diplomáticas con México y probablemente el tesoro del ‘Vita’ retornaría a España”...

Y el miércoles 22 de febrero de 1950, ingresó a prisión Juan Huertas Trafalgar. Y el cuerpo del señor Gallostra fue depositado -temporalmente- en la cripta de Pedro Peláez y Teresa, en el Panteón Español, en espera de su traslado al país que lo vio nacer.

Otra versión surgió al calor de las especulaciones:

Juan era un agente infiel de Gallostra y cuya misión era tenerle bien informado, proporcionándole todos los datos relativos, aun los más mínimos, acerca del movimiento anarcosindicalista español y también del movimiento republicano en general.

Mientras tanto, centenares de estudiantes iberos, portando banderas y carteles, recorrieron en manifestación varias calles de Madrid, en señal de protesta por el asesinato del diplomático José Gallostra.

En el grupo había representantes de todas las facultades universitarias de Madrid. El ministro de Estado, Martín Atrajo, salió del balcón y gritó: “¡José Gallostra!” La multitud contestó con un estentóreo: “¡Presente!”

La United Press informó que en todos los periódicos matutinos se dedicó amplio espacio para informar acerca del asesinato de José Gallostra, “víctima de la reacción soviética; el crimen fue ordenado por el Cominform y planeado en una reunión celebrada en Budapest con asistencia de Vicente Lombardo Toledano”, coincidían los comentarios editoriales.

En tanto, seguían surgiendo detalles sobre la turbulenta vida del criminal, quien había viajado al Continente Africano, Cuba, España, Santo Domingo, Francia, Estados Unidos y México.

El mercenario dijo estar del “lado del pueblo y de los humildes” y recalcó que es “un libre pensador, un soldado de las libertades humanas”.

De pronto, cometió un error al declarar su presunto salario en la Iglesia del Ángel -15 dólares a la semana- y afirmar que en 1944 marchó a México “con 7,000 dólares en efectivo y algunas joyas”.

Entonces pidió que borraran sus declaraciones, que “iba a decir la verdad”... y no volvió a tocar el tema. Pero no pudo negar que en 1937 fue detenido en España por un atentado y poco después estuvo preso en la ciudad de México, en la misma penitenciaría donde entonces se alojaba. No sin antes decir que las balas .9 milímetros debieron matar al general Franco, en vez del diplomático Gallostra.

Juan Huertas no volvió a abrir la boca para informar sobre su caso... tal vez mientras se fugaba.

LA PRENSA informó el viernes 10 de marzo de 1950 que nadie estaba a salvo del vitriolo en el informe a Franco encontrado en el bolsillo de Gallostra, “el documento contiene incalificables insultos para México”.

En la carta, escrita de su puño y letra -según peritajes caligráficos mexicanos e hispanos-, incluía una breve síntesis de la vida mexicana, incluyendo datos acerca de la forma en cómo vivían en México los españoles.

Realmente no se sabía a quién había dirigido su “opinión”, pero era una especie de confidencia destinada a las altas autoridades del régimen que imperaba en España.

Definía a la antigua aristocracia como un conglomerado de “pergaminos y chocolates”; que se reunía en comidas ostentosas, “pero su sangre está algo mezclada, y sus cuentas bancarias también, gracias a los dólares americanos”.

En México, existen matrimonios mixtos de mexicanos y yanquis, que tenían casa en Cuernavaca con piscina, donde se jugaban grandes partidas de barajas en que se cruzaban buenas sumas y se ingerían grandes cantidades de cocteles y whisky, morfina, cocaína, marihuana, “y los divorcios suelen ser entremeses”...

Declaraciones hirientes en una carta

Al referirse a los políticos mexicanos, Gallostra decía que eran “aristócratas de la Revolución; sombrero texano, chamarra y pistola. Pero están dejando esta indumentaria para vestir como cristianos, pero aún queda el sombrero y la pistola, que se emplea aquí como en España el palillo de dientes. Ellos, los políticos mexicanos, tenían grandes negocios, grandes fortunas, grandes casas, enormes coches y enormes ‘amigas’, recolectadas principalmente entre las estrellas de cine”.

-La sociedad antigua -decía el manuscrito de Gallostra- trataba de revivir con sus blasones, los tiempos pasados de “nuestra monarquía”, auténticos “criollos” blancos sin mezcla. Más chocolate en imitación de la grandeza aristocrática de París, Francia. Alta burguesía en su tiempo acomodada, juega baraja mostrándonos sus escudos nobiliarios de Caballeros de San Lázaro, del Santo Sepulcro, damas de ídem que levantan la vista al cielo y suspiran por un rey...

Los ricos de Cuernavaca son, en el ambiente de las piscinas, “señoritas bien” y niños mal “de casas bien”. Se habla de preferencia el inglés y el francés”...

Los políticos tienen villas suntuosas en las playas de Acapulco, canoa, automóvil, balandros y cementerio propio al cuidado de pistoleros a sueldo. Su lema es vivir y dejar vivir mientras no molesten, porque forman parte del andamiaje de una superestructura que sin ellos, que son el aglutinante, se vendría abajo como cualquier cuadrilla de gangsters de Chicago.

Las esposas legítimas se conocen a la legua. Orondas y gordas, se transportan de un lado a otro de un salón, envueltas en terciopelos o sedas espolvoreadas de oro y plata, mientras sus cabezas ondean bosques de plumas chillonas de avestruz y garzas; católicas practicantes mientras sus maridos -todos masones oyen misa a hurtadillas, aseguraba en su carta José Gallostra, documento que al publicarse causó escándalo en diversas esferas de la sociedad mexicana.

Luego criticó a los militares, algunos de los cuales eran verdaderos revolucionarios, pero “unos y otros metidos en negocios fabulosos, monopolios fantásticos; en algunos estados son verdaderos señores feudales de horca y pistola, administrando ‘su justicia’ nociva para disfrutar de lo que les da la gana”. Los obreros hacen lo que les mandan los líderes venales, las huelgas estallan o terminan según la cuantía con que sea “untada” la mano de los dirigentes.

El campo, religioso y católico, es indiferente a lo que ocurre en las capitales de los estados, se dedica sólo a mal vivir de lo que obtiene; va a misa los domingos, por la tarde se emborracha con tequila y luego larga una puñalada al más pintado.

La colonia Española se dividía en tres categorías -continuaba el relato de Gallostra-, la que colabora en “negocios” con el gobierno, la segunda es un gran bloque nacionalista.

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Y los refugiados, conglomerado dividido, amargado y sin ilusión. Algunos van a los cafés Tupinamba, El Papagayo y Campoamor, esperando día y noche a sabiendas que su embajada es un fantasma, que su gobierno no existe... mientras toman café con leche que les escancian “amigas de hacer favores” y camareras indígenas.

Soy amigo personal del ministro de la Guerra, Comunicaciones, Gobernación, Hacienda, Economía. Relaciones Exteriores no nos quiere ni oler. No admiten invitaciones ni desean verse en público con nosotros. Soy íntimo del general Hernández Cházaro, quien siempre acompaña al presidente. Viene con frecuencia a la casa y me ha hecho socio de honor de su club.

Además -concluye el informe “confidencial”-, Gallostra decía ser amigo de los banqueros, de los religiosos influyentes, de la colonia Española, que le permitía presidir todos sus actos en el Casino Español, Centro Gallego, Centro Leonés y Centro Montañés.

En cuanto a la prensa en general, compuesta en su mayoría por refugiados, contaba con su amistad; lo invitaban a todas sus reuniones. En resumen, José Gallostra se decía amigo hasta de artistas célebres como Cantinflas, Dolores del Río y Jorge Negrete y cultivaba amistad con los dueños de grandes hoteles y con muchos médicos especialistas...

Y fue el contenido de esa carta, encontrada en uno de los bolsillos del diplomático español, victimado en Paseo de la Reforma, lo que causó profunda indignación, quizás incluso mayor al de su muerte, aquella tarde de febrero de 1950.


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En LA PRENSA, “Diario Ilustrado de la Mañana”, se informó el 20 de febrero de 1950 que José Gallostra Coello de Portugal, representante de Francisco Franco en México y Ministro Plenipotenciario de España en Bolivia, fue asesinado a las 13:00 horas por el cubano-español Gabriel Salvador Fleitas Rouco, quien le disparó dos tiros a quemarropa, el último como de gracia en la sien derecha.

Gallostra acababa de salir del edificio de la Latinoamericana -situado en la esquina del Paseo de la Reforma y la calle Ignacio Ramírez- y se dirigía al bar Pennsylvania -que abría sus puertas en la primera calle de las Artes, hoy, del maestro Antonio Caso-, donde iba a reunirse con un grupo de amigos, como solía hacerlo la mayor parte de los días de la semana.

El criminal presentó la coartada de que “teniendo dignidad”, no pudo soportar que Gallostra se expresara mal de México y de toda América, y que como además su víctima hizo intento de sacar alguna arma, se le adelantó y le dio dos balazos, por lo que “actuó en defensa propia”.

La agresión premeditada se desarrolló en el momento de mayor tránsito tanto de personas como de vehículos por esa vialidad a esa hora. El asesino, cínico y nervioso, aun cuando en los instantes que siguieron al crimen se mostró sereno, no opuso resistencia cuando los agentes de Tránsito Adolfo Aguilar Zepeda y Eduardo Coutolenc Cortés -placas 95 y 105- lo detuvieron, le quitaron la pistola calibre .9 milímetros y lo llevaron a la Procuraduría de Justicia del Distrito, junto con el presunto cómplice, Antonio Benítez del Pozo, quien acompañaba al asesino y que con seguridad, a criterio de los sabuesos, tenía participación en el crimen pues también iba armado.

El mundo entero se convulsionó tras el homicidio, tanto detractores del franquismo como simpatizantes; no obstante, el general Francisco Franco sin dilaciones decidió enviar otro diplomático de prestigio: José Félix Lequerica.

Tres fueron los principales rumores “lógicos” que circularon en aquella época en el sentido del cargo que ocupaba Gallostra: la primera, que estaba gestionando la devolución del tesoro del “Vita” (“esfumado”, aparentemente, entre los líderes de refugiados, quienes iban a ser los beneficiados, inicialmente); la segunda, que aceleraba el acercamiento entre México y España para la reanudación de relaciones diplomáticas; y el tercero, que tenía el “visto bueno” de Francisco Franco para platicar con representantes rusos, en México, con la intención de comprar trigo soviético por millones de toneladas.

En el sentido del homicidio se gesticularon dos hipótesis: la primera que Gabriel Salvador obedeció instrucciones de enemigos del general Franco para suprimir a Gallostra; y la segunda, que el generalísimo buscaba un afanoso acercamiento con Stalin, lo cual no era del agrado de los elementos “rojos”.

Fleitas Rouco insistió en que era de ideas anarquistas, simpatizante del comunismo, pero detestaba tanto la dictadura de Franco como de Stalin y que era “ácrata”. El criminal -un sujeto singular de unos 40 años y metro y medio de estatura- explicó que “había ido a tramitar un pasaporte para un amigo suyo -el documento estaba burdamente falsificado- y que el funcionario comenzó a insultar al pueblo mexicano y a los españoles republicanos y refugiados, luego se metió la mano al bolsillo: “Creí que iba a sacar una pistola y me adelanté, simplemente”, dijo el homicida.

El otro detenido había sufrido un desmayo al ver la tragedia y, ante la policía, seguía temblando como asustado, jurando que “él nunca supo las intenciones del cubano anarquista”.

Aparentemente, el chaparro y delgado individuo luchó durante la Revolución Española en la División 26, columna formada en su mayor parte por anarquistas que combatían contra Francisco Franco.

Era un individuo cínico -según informes policiacos- impetuoso, gritón, mujeriego y asiduo concurrente a cantinas, cabaret, cafés de chinos, restaurantes, así como el Centro Ibero-Mexicano, ubicado en las calles Venustiano Carranza.

Los demás diplomáticos protestaron airadamente por la supuesta calumnia del presunto Fleitas Rouco y preguntaban:

-¿Cómo un señor diplomático de carrera, todo cortesía y educación, iba a expresarse en la forma que decía Fleitas?

Abatido por refugiado cubano-español

Enrique Cugat, hermano del célebre catalán Xavier Cugat, declaró que el 29 de febrero de 1944, en La Habana, Cuba, abordó un avión donde le tocó de compañero “Gabriel Salvador Fleitas Rouco”, quien despotricaba contra todos y aseguró que en la isla trabajó en la Iglesia del Ángel, una de las más famosas de la capital cubana, templo situado frente al Palacio Nacional.

Un domingo, a mediodía, volvió a ver a “Gabriel”, a la salida del café Tupinamba, iba con dos mujeres hermosas y elegantes y abordaron un auto Buick 1946 azul, que manejó con destreza el individuo para alejarse del centro de la ciudad de México.

De pronto, mientras la policía mexicana se perdía en las complejidades aparentes del asesinato de José Gallostra Coello de Portugal, la agencia internacional de noticias United Press ganó una exclusiva internacional al indicar que la víctima tenía una carta comprometedora en los bolsillos y que, estando aún caliente el cadáver, la policía había efectuado un registro.

Era de temerse -se enfatizaba- “que se diesen a la publicidad las líneas, pues que los juicios en el documento podían perjudicar al diplomático español recientemente asesinado”.

Pero lo cierto es que se publicaron y su contenido dejó al desnudo el trasfondo del sentir del diplomático, ya que de aquellas líneas se desprendía el aroma del racismo; asimismo, desenmascaraban, en cierta forma, las actividades subterráneas de quienes se consideraban “diplomáticos honestos, caballerosos, educados y respetuosos de la opinión ajena”.

Por su parte, la policía española, en respuesta a una pregunta policiaca mexicana, decidió colaborar ampliamente e identificó a plenitud al homicida: se llamó Juan Huertas Trafalgar, y era un expósito (huérfano) que fue depositado en el Hospicio de Teruel por Pascual Moya Díaz, vecino de Abaduy; Juan nació precisamente el 26 de diciembre de 1910.

Las hábiles averiguaciones policiacas locales siempre llegaron a un callejón sin salida (la aparente realidad es que un sujeto de 1.50 metros de estatura y poco peso jamás dijo el por qué del atentado mortal) y un juez penal cortó por lo sano al sentenciar a 16 años de prisión a Juan Huertas Trafalgar o Gabriel Salvador Fleitas Rouco.

El mismo funcionario liberó “por falta de pruebas” al presunto cómplice del español, Antonio Benítez del Pozo, que se hacía pasar como cubano.

Entonces, con esa agudeza que la mayoría de los hombres bajos desarrollan para defenderse en la vida de los abusos de los hombres altos, Juan se hizo amigo de los hermanos Izquierdo Ebrard, célebres gatilleros veracruzanos y, con su apoyo, el 28 de abril de 1955, el “chaparrín” salió tranquilamente de la dizque “inexpugnable” cárcel de Lecumberri. Apenas había cumplido 4 años y 10 meses de prisión.

Como siempre, la policía se hacía cruces sobre el sendero tomado por Juan Huertas Trafalgar para eludir la vigilancia armada, que cuidaba el penal 24 horas al día y todos los días del año.

Sin embargo, en la primera decena de enero de 1956, Juan Huertas se descuidó y una nube de agentes, alertados por amigas del aventurero homicida, lo arrestó sin violencia.

En medio de sollozos (“son lágrimas de hombre, conste”, decía) declaró que había escapado por sus hijos y por ellos fue detenido otra vez... “la cárcel no me importa, me faltan como 11 años que no son una eternidad”, decía a LA PRENSA.

El atentado

Todo inició en diciembre de 1949, cuando gente misteriosa amenazó de muerte, por teléfono, al diplomático español, quien realmente era representante “oficioso” del general Franco en México, pero, en los dos años y fracción que disfrutó de nuestra hospitalidad, había acumulado una gran influencia.

Y se dice que tenía autorización de Franco para dialogar con diplomáticos rusos en nuestro país.

El señor Gallostra hizo caso omiso de las advertencias Trafalmortales y jamás alteró su rutina: por la mañana, un trabajar intenso y, como a las 13:00 horas, a disfrutar la “hora del amigo” con muchos periodistas de la época, a quienes jamás les permitía pagar su consumo, “yo lo hago, pero, conste, a título personal, sólo por nuestra gran amistad, que agradezco profundamente”, señalaba.

Así, salió del edificio de la Latinoamericana -rentaba un lujoso departamento en el quinto piso- y encontró en la calle a los dos sujetos que poco tiempo antes le habían pedido, de favor, que les otorgara la visa para un tercer individuo, “que deseaba ganarse la vida y no podía, por carecer de papeles”...

El acompañante de Juan Huertas Trafalgar no atinaba a comentar sobre algo que interesara a esa hora al sonriente diplomático español.

El “chaparro” entonces sacó su pistola, y apartando de un manotazo a su amigo, disparó al abdomen de Gallostra y, mientras caía, mediante un tiro rapidísimo, destrozó el cráneo del hispano, quien sobrevivió apenas lo suficiente para ser llevado en ambulancia a la Cruz Roja (Durango y Monterrey), a donde llegó sin vida.

Fue cuando los policías se apoderaron de algunas pertenencias personales del diplomático José Gallostra, entre las que se encontraba la carta-informe para el general Francisco Franco, o los superiores en España de la víctima.

En los centros españoles y otros sectores de la ciudad de México se trató de poner una “cortina de hierro”, por la que no pudieran filtrarse diferentes versiones distorsionadas por la pasión.

También se decía que si “Franco tenía las puertas abiertas en Washington, no tardarían en reanudarse las relaciones diplomáticas con México y probablemente el tesoro del ‘Vita’ retornaría a España”...

Y el miércoles 22 de febrero de 1950, ingresó a prisión Juan Huertas Trafalgar. Y el cuerpo del señor Gallostra fue depositado -temporalmente- en la cripta de Pedro Peláez y Teresa, en el Panteón Español, en espera de su traslado al país que lo vio nacer.

Otra versión surgió al calor de las especulaciones:

Juan era un agente infiel de Gallostra y cuya misión era tenerle bien informado, proporcionándole todos los datos relativos, aun los más mínimos, acerca del movimiento anarcosindicalista español y también del movimiento republicano en general.

Mientras tanto, centenares de estudiantes iberos, portando banderas y carteles, recorrieron en manifestación varias calles de Madrid, en señal de protesta por el asesinato del diplomático José Gallostra.

En el grupo había representantes de todas las facultades universitarias de Madrid. El ministro de Estado, Martín Atrajo, salió del balcón y gritó: “¡José Gallostra!” La multitud contestó con un estentóreo: “¡Presente!”

La United Press informó que en todos los periódicos matutinos se dedicó amplio espacio para informar acerca del asesinato de José Gallostra, “víctima de la reacción soviética; el crimen fue ordenado por el Cominform y planeado en una reunión celebrada en Budapest con asistencia de Vicente Lombardo Toledano”, coincidían los comentarios editoriales.

En tanto, seguían surgiendo detalles sobre la turbulenta vida del criminal, quien había viajado al Continente Africano, Cuba, España, Santo Domingo, Francia, Estados Unidos y México.

El mercenario dijo estar del “lado del pueblo y de los humildes” y recalcó que es “un libre pensador, un soldado de las libertades humanas”.

De pronto, cometió un error al declarar su presunto salario en la Iglesia del Ángel -15 dólares a la semana- y afirmar que en 1944 marchó a México “con 7,000 dólares en efectivo y algunas joyas”.

Entonces pidió que borraran sus declaraciones, que “iba a decir la verdad”... y no volvió a tocar el tema. Pero no pudo negar que en 1937 fue detenido en España por un atentado y poco después estuvo preso en la ciudad de México, en la misma penitenciaría donde entonces se alojaba. No sin antes decir que las balas .9 milímetros debieron matar al general Franco, en vez del diplomático Gallostra.

Juan Huertas no volvió a abrir la boca para informar sobre su caso... tal vez mientras se fugaba.

LA PRENSA informó el viernes 10 de marzo de 1950 que nadie estaba a salvo del vitriolo en el informe a Franco encontrado en el bolsillo de Gallostra, “el documento contiene incalificables insultos para México”.

En la carta, escrita de su puño y letra -según peritajes caligráficos mexicanos e hispanos-, incluía una breve síntesis de la vida mexicana, incluyendo datos acerca de la forma en cómo vivían en México los españoles.

Realmente no se sabía a quién había dirigido su “opinión”, pero era una especie de confidencia destinada a las altas autoridades del régimen que imperaba en España.

Definía a la antigua aristocracia como un conglomerado de “pergaminos y chocolates”; que se reunía en comidas ostentosas, “pero su sangre está algo mezclada, y sus cuentas bancarias también, gracias a los dólares americanos”.

En México, existen matrimonios mixtos de mexicanos y yanquis, que tenían casa en Cuernavaca con piscina, donde se jugaban grandes partidas de barajas en que se cruzaban buenas sumas y se ingerían grandes cantidades de cocteles y whisky, morfina, cocaína, marihuana, “y los divorcios suelen ser entremeses”...

Declaraciones hirientes en una carta

Al referirse a los políticos mexicanos, Gallostra decía que eran “aristócratas de la Revolución; sombrero texano, chamarra y pistola. Pero están dejando esta indumentaria para vestir como cristianos, pero aún queda el sombrero y la pistola, que se emplea aquí como en España el palillo de dientes. Ellos, los políticos mexicanos, tenían grandes negocios, grandes fortunas, grandes casas, enormes coches y enormes ‘amigas’, recolectadas principalmente entre las estrellas de cine”.

-La sociedad antigua -decía el manuscrito de Gallostra- trataba de revivir con sus blasones, los tiempos pasados de “nuestra monarquía”, auténticos “criollos” blancos sin mezcla. Más chocolate en imitación de la grandeza aristocrática de París, Francia. Alta burguesía en su tiempo acomodada, juega baraja mostrándonos sus escudos nobiliarios de Caballeros de San Lázaro, del Santo Sepulcro, damas de ídem que levantan la vista al cielo y suspiran por un rey...

Los ricos de Cuernavaca son, en el ambiente de las piscinas, “señoritas bien” y niños mal “de casas bien”. Se habla de preferencia el inglés y el francés”...

Los políticos tienen villas suntuosas en las playas de Acapulco, canoa, automóvil, balandros y cementerio propio al cuidado de pistoleros a sueldo. Su lema es vivir y dejar vivir mientras no molesten, porque forman parte del andamiaje de una superestructura que sin ellos, que son el aglutinante, se vendría abajo como cualquier cuadrilla de gangsters de Chicago.

Las esposas legítimas se conocen a la legua. Orondas y gordas, se transportan de un lado a otro de un salón, envueltas en terciopelos o sedas espolvoreadas de oro y plata, mientras sus cabezas ondean bosques de plumas chillonas de avestruz y garzas; católicas practicantes mientras sus maridos -todos masones oyen misa a hurtadillas, aseguraba en su carta José Gallostra, documento que al publicarse causó escándalo en diversas esferas de la sociedad mexicana.

Luego criticó a los militares, algunos de los cuales eran verdaderos revolucionarios, pero “unos y otros metidos en negocios fabulosos, monopolios fantásticos; en algunos estados son verdaderos señores feudales de horca y pistola, administrando ‘su justicia’ nociva para disfrutar de lo que les da la gana”. Los obreros hacen lo que les mandan los líderes venales, las huelgas estallan o terminan según la cuantía con que sea “untada” la mano de los dirigentes.

El campo, religioso y católico, es indiferente a lo que ocurre en las capitales de los estados, se dedica sólo a mal vivir de lo que obtiene; va a misa los domingos, por la tarde se emborracha con tequila y luego larga una puñalada al más pintado.

La colonia Española se dividía en tres categorías -continuaba el relato de Gallostra-, la que colabora en “negocios” con el gobierno, la segunda es un gran bloque nacionalista.

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Y los refugiados, conglomerado dividido, amargado y sin ilusión. Algunos van a los cafés Tupinamba, El Papagayo y Campoamor, esperando día y noche a sabiendas que su embajada es un fantasma, que su gobierno no existe... mientras toman café con leche que les escancian “amigas de hacer favores” y camareras indígenas.

Soy amigo personal del ministro de la Guerra, Comunicaciones, Gobernación, Hacienda, Economía. Relaciones Exteriores no nos quiere ni oler. No admiten invitaciones ni desean verse en público con nosotros. Soy íntimo del general Hernández Cházaro, quien siempre acompaña al presidente. Viene con frecuencia a la casa y me ha hecho socio de honor de su club.

Además -concluye el informe “confidencial”-, Gallostra decía ser amigo de los banqueros, de los religiosos influyentes, de la colonia Española, que le permitía presidir todos sus actos en el Casino Español, Centro Gallego, Centro Leonés y Centro Montañés.

En cuanto a la prensa en general, compuesta en su mayoría por refugiados, contaba con su amistad; lo invitaban a todas sus reuniones. En resumen, José Gallostra se decía amigo hasta de artistas célebres como Cantinflas, Dolores del Río y Jorge Negrete y cultivaba amistad con los dueños de grandes hoteles y con muchos médicos especialistas...

Y fue el contenido de esa carta, encontrada en uno de los bolsillos del diplomático español, victimado en Paseo de la Reforma, lo que causó profunda indignación, quizás incluso mayor al de su muerte, aquella tarde de febrero de 1950.


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