/ viernes 30 de junio de 2023

Galeno criminal: Por dinero, Roberto Morales asesinó de tres tiros a su esposa

Roberto sintió una ira incontenible aquella mañana de febrero de 1962 al enterarse que su vida licenciosa llegaba a su fin porque María Cristina terminaba con sus derroches

María Cristina se levantó muy temprano, como era su costumbre, e indicó a la servidumbre que tuviera listo el desayuno para sus hijas, que se iban a la escuela, mientras ella se duchaba.

Minutos después, apareció su marido en la habitación y comenzaron a discutir, como también rutinariamente lo hacían desde hacía tiempo.

Pero aquella mañana las cosas salieron de control en el ánimo del matrimonio, venido a menos por las diferencias irreconciliables que enfrentaban. Entonces, Roberto Morales, eminente cirujano, le dio tres tiros en la cabeza a su esposa, hija del millonario Rafael Rizo Blanco, y la dejó al borde de la muerte, en un atentado que conmovió a los círculos médicos y de alta sociedad a principios de los años sesenta.

Según el reportero policiaco Félix Fuentes Medina, el edificio y todo el equipo de la Central Quirúrgica, ubicado en la calle Zacatecas 236, colonia Roma, así como una residencia valuada en 2 millones de pesos, parecían ser la causa que desencadenó la tragedia.

¿Qué sucedió en febrero de 1962?

Los hechos ocurrieron el martes 27 de febrero de 1962 en el interior de la residencia de Brisas 285, colonia Jardines del Pedregal, San Ángel. Los protagonistas del drama vivían ahí con sus siete hijos.

Las divergencias entre el matrimonio hicieron crisis cuando, por enésima ocasión, la señora reprochó a su esposo el que gastara elevadas sumas de dinero que no le pertenecía.

María Cristina Rizo le recalcó al médico que todo cuanto lograron se los había proporcionado su padre. Además, ya había anunciado que lo despojaría del edificio que ocupaba en la Central Quirúrgica.

La construcción estaba a nombre de ella y de su hermana Alicia Rizo, aunque la totalidad del equipo pertenecía a su esposo, el doctor Roberto Morales Reyes, según afirmación de éste; no obstante, Roberto sentía que todo allí era suyo, incluyendo el edificio, quizás por ser el marido.

El galeno afirmó ser uno de los médicos que atendieron a León Trotsky en 1940, cuando el líder comunista ruso fue agredido en México con un piolet por el español Ramón Mercader del Río, quien se hacía pasar como diplomático belga y exigía ser llamado Jacques Mornard.

El doctor Morales expresó que había tiroteado a su esposa al discutir por problemas meramente familiares. Agregó que su suegra María Luisa Meléndez de Rizo era la causante indirecta de lo que pasó, “porque quiso manejar mi hogar y tuve que lanzarla de mi casa”, dijo.

Además, añadió, “eso no lo soportó mi mujer y desde entonces surgieron los disgustos”.

Por otra parte, también dijo que su suegro, el millonario Rafael Rizo Blanco, lo tenía amenazado de muerte; había querido hundirlo económica y profesionalmente. Quería arrebatarle a los siete niños y hasta ordenó que un auto del doctor fuera parcialmente destruido.

A esas alturas del conflicto, todos repartían culpas e intentaban desmarcarse en cuanto a la responsabilidad de los actos.

Sin embargo, los familiares de la lesionada tacharon al doctor de “individuo sin ética profesional”, de “mal esposo y mal padre” y dijeron que llevaba una vida licenciosa, al grado de que gastaba de 50,000 a 100,000 pesos mensuales en diversiones.

Las mismas personas expresaron que el doctor Morales engañó a su esposa con la artista Gina Baldarno y con otra mujer de nombre Watfa Rubio.

Se dijo que lo acusarían del delito de abuso de confianza en virtud de que se gastó más de un millón de pesos, producto de las rentas del edificio que ocupaba la Central Quirúrgica.

La empleada Teresa Cedillo Ramírez dijo que aquella mañana fatal, María Cristina se dirigió a una estancia para darse un baño. Minutos después llegó hasta ese lugar el doctor Morales, justamente cuando María Cristina salía darse una ducha.

Llevaba puesto un camisón rosa y un sombrero de plástico. Inmediatamente que se vieron comenzó la discusión, porque ya no podían estar tranquilos si permanecían juntos; no obstante, el divorcio no parecía ser la clave para solucionar sus conflictos, sobre todo porque había demasiadas cosas que arreglar y el proceso se antojaba interminable.

Al parecer concluyeron esa reyerta o la pausaron, pero el altercado continuó cuando ambos se encontraron en un antecomedor de la residencia.

Fue un crimen con agravantes

Una mala administración del los negocios, gastos que superaban los ingresos, una vida licenciosa, eso era a lo que María Cristina pondría fin.

El doctor Morales cerró las puertas para que nadie escuchara los insultos que mutuamente se lanzaban, así como para que no lo vieran convertido en violento golpeador, en tirano.

De pronto, Teresa Cedillo escuchó varias detonaciones y vio que el doctor salió apresuradamente y encaminó sus pasos hasta otra residencia cercana, donde vivía un doctor amigo suyo.

Recordó la señorita Cedillo que su jefe llevaba empuñada una pistola. La testigo dio la voz de alarma entre los demás empleados particulares, quienes afirmaron que “nada escucharon”.

Alguno de ellos se comunicó, vía telefónica, a la casa del millonario Rafael Rizo Blanco, en Jardines del Pedregal de San Ángel y los padres de la lesionada llegaron demasiado pronto debido a la circunstancia.

Sin perder el tiempo, trasladaron a María Cristina en taxi a la Central Quirúrgica, donde fue encamada en el cuarto 510.

Los doctores Edmundo Echeverría y Gregorio González se encargaron de proporcionar los primeros auxilios a la mujer que presentaba severas lesiones en la cabeza, de donde manaba la sangre.

Dichos profesionistas afirmaron más tarde que María tenía alojadas tres balas en la cabeza. Una de las lesiones le fue localizada en el mentón, la segunda en la mejilla derecha y la última en la región parietal derecha.

Los médicos esperaban extraer los proyectiles que, por fortuna, no habían lastimado órganos vitales.

“Vengo a entregarme”... dijo con voz grave el agresor Roberto Morales Reyes, de 43 años de edad, al presentarse en la octava delegación.

Posteriormente, el millonario Rafael Rizo dijo que su yerno había cometido la agresión “a sangre fría, con intenciones de matar, de acuerdo con un plan premeditado”.

Se decía que el doctor había perdido su prestigio social. Su hogar fue destruido, perdió esposa, dejó de ser máxima autoridad de la Central Quirúrgica, tal vez perdiera la residencia donde vivía y, lo peor, que quizá no volvería a ver a sus siete hijitos.

“Todo empezó desde mayo de 1961, cuando le reclamamos el dinero que salía de la Central Quirúrgica y que él decía administrar; realmente, desde 1954 se quedaba con las utilidades”, dijo el millonario Rafael Rizo.

"Surgió el enojo cuando le exigí que me pagara"

El dueño de la Central Quirúrgica siempre había sido el señor Rizo, “todo me pertenece -dijo- el edificio está a nombre de mis hijas María Cristina y Alicia, el doctor Morales sólo lo administraba”.

Rafael Rizo había sido introductor de ganado porcino a la Ciudad de México, en gran escala. “Siempre tuvimos buenas relaciones, pero surgió el enojo cuando le exigí que me pagara lo referente a rentas y utilidades”, dijo el michoacano.

Cuarenta y ocho horas antes de estas declaraciones, el doctor Morales había recibido un comunicado del juzgado primero civil, en que se le hacía saber que debía desalojar la Central Quirúrgica.

Definitivamente, no se tenían dudas de que el galeno trató de asesinar a su mujer al ver que era “despojado” del hospital particular. A ello había que añadir los fuertes disgustos que se habían suscitado en el matrimonio, “por la vida licenciosa que llevaba Morales”.

Los familiares de Cristina afirmaban que Morales gustaba de divertirse con “mujeres caras” y que despilfarraba el dinero que no le correspondía. Los millonarios le habían regalado una casa al galeno, en Galileo 360, colonia Polanco, pero el médico la vendió en 280,000 pesos. Luego se dedicó a pasear por Estados Unidos y Europa en compañía de mujeres costosas y de vida fácil. Y cuando hirió a su mujer, cobardemente la abandonó.

Lo que quería era el apoyo de un abogado y sacar el dinero que había ocultado en su despacho privado de la Central Quirúrgica. El doctor Morales quedaría a disposición del juez mixto de primera instancia en Coyoacán, licenciado Ángel Vidal y Vidal.

Le disparó por su "deteriorado estado de salud"

“Fichado con el número 55354/62, el doctor Morales fue enviado a la cárcel de Coyoacán, donde dijo que los disparos los había realizado por su “momentáneamente deteriorado estado de salud mental”.

-Cuando llegué al baño y mi mujer salía, quise evitar una discusión, pero ella empezó otra vez. Le pedí que no me tratara así, que ya no escuchara los consejos de sus padres, pero replicó que antes que a mí los había conocido a ellos y por lo tanto seguiría obedeciéndolos.

Luego guardó silencio, no se sabe si para inventar la historia que contaba o para recrear la escena de lo ocurrido en la mente. Entonces, prosiguió:

-Saqué la pistola y le dije que no era vida, porque hasta en mi hogar debía andar armado. María Cristina retrocedió. Luego me dijo que su padre me iba a destrozar, porque tenía suficiente dinero para hacerlo... me gritaba y yo disparé no sé cuántas veces. Cuando salí le pedí al jardinero que cuidara a los niños. Enfilé a la octava delegación y en el camino tiré la pistola.

Parecía todo muy bien calculado por el doctor para plasmar un momento de obnubilación, un lapso de locura, todo para abrir una brecha en la posibilidad para evadir su responsabilidad criminal.

-Hice dos llamadas al coronel Víctor M. Guajardo, a quien le solicité que cuidara las oficinas para que mi suegro no fuera a cometer un atropello. Es falso que me hubiese apoderado de 100,000 pesos.

Su relato comenzó a hilar pasajes diversos que parecían inconexos, parecía estar preocupado por el dinero oculto en la central quirúrgica.

-El matrimonio funcionaba mal –reconoció-. Un sacerdote, “director espiritual” de Cristina, trató de reconciliarnos, pero ella no quiso. Esto fue una semana antes de la tragedia. El religioso insistía en que María Cristina me tratara como cónyuge, pero ella se quejó en el sentido de que todos parecían darme la razón, sin tomar en cuenta su opinión y la de su padre.

Wilbert Torre Gutiérrez informó el domingo 4 de marzo de 1962, que la señora Cristina “quedaría paralizada de un brazo y sorda”, según los primeros peritajes médicos.

Y mientras se intentaba salvarla, el aspirante a autoviudo actuaba de modo extraño: decía a gritos que temía por su vida, daba muestras de sufrir delirios de persecución y asumía una actitud de desconfianza. También dejó correr algunas lágrimas “al recordar su tragedia”.

Galeno, sin salvación

El peritaje de balística señaló que el médico disparó contra su esposa cuando caía o estaba arrodillada. Asimismo, se comprobó que el doctor hizo varios disparos fallidos, según los impactos que aparecían en la lujosa residencia donde ocurrió el drama.

El día 5 de marzo, el doctor Morales declaró que al disparar sobre su esposa era víctima de “una explosión indefinible de sentimientos que lo hicieron perder el control de sí mismo”.

Sin embargo, el fiscal pensaba que el acusado no tenía salvación, que su declaración se veía empañada por un atisbo de mentira.

Antes, Morales había lanzado cieno sobre su suegro, a quien calificaba como “ebrio” y cuando María Cristina “me dijo que el señor Rizo utilizaría toda su influencia para hundirme, en ese momento terminó mi resistencia, que no es limitada: jalé el gatillo de mi revólver y disparé tres veces consecutivas sobre mi esposa...”.

El fiscal le dijo que era médico y supo que había inferido lesiones graves a su esposa, pero en lugar de auxiliarla como era su deber, la abandonó a su suerte.

-Su intención fue matarla y por ningún momento puede alegar ofuscación, puesto que su comportamiento posterior fue de una persona normal -dijo el agente del Ministerio Público.

Tal vez en un intento por conmover a las autoridades, Morales se remontó a los tiempos de su niñez, cuando tenía dificultades económicas y se trasladó de su natal Guadalajara hacia el Distrito Federal.

En 1949 se casó con María Cristina, pero “mi suegra pretendía decir hasta lo que debían comer los niños”. Y hasta entonces declaró que había sido con una pistola, calibre .32 con la que intentó lastimar a su mujer.

Afirmó que necesitaba andar armado “por las amenazas de muerte que le había lanzado su suegro”, pero había una laguna en su planteamiento: su suegro vivía lejos de donde él y pocas veces se veían.

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El secretario del juzgado le dijo posteriormente: “queda usted formalmente preso por los delitos de homicidio en grado de tentativa, lesiones, disparo de arma de fuego sobre persona y ataque peligroso”.

El acusado movió la cabeza hacia los lados y se alejó, luego de señalar que “sus hijos no debían estar en compañía de sus abuelos”. En ningún momento preguntó por la salud de su mujer, ni mostraba arrepentimiento por la agresión que podía resultar mortal finalmente. Todas sus reacciones y palabras reflejaban rencor.

La hermosa mujer se repuso de sus heridas, afortunadamente, y salió del hospital en mayo de 1962. No arrojó la investigación hemerográfica de la época, en posteriores publicaciones, la suerte que corrió el médico detenido, pero lo más probable es que haya pisado la prisión, aunque quizás con el dinero que había robado pudo pagarse un buen abogado.

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María Cristina se levantó muy temprano, como era su costumbre, e indicó a la servidumbre que tuviera listo el desayuno para sus hijas, que se iban a la escuela, mientras ella se duchaba.

Minutos después, apareció su marido en la habitación y comenzaron a discutir, como también rutinariamente lo hacían desde hacía tiempo.

Pero aquella mañana las cosas salieron de control en el ánimo del matrimonio, venido a menos por las diferencias irreconciliables que enfrentaban. Entonces, Roberto Morales, eminente cirujano, le dio tres tiros en la cabeza a su esposa, hija del millonario Rafael Rizo Blanco, y la dejó al borde de la muerte, en un atentado que conmovió a los círculos médicos y de alta sociedad a principios de los años sesenta.

Según el reportero policiaco Félix Fuentes Medina, el edificio y todo el equipo de la Central Quirúrgica, ubicado en la calle Zacatecas 236, colonia Roma, así como una residencia valuada en 2 millones de pesos, parecían ser la causa que desencadenó la tragedia.

¿Qué sucedió en febrero de 1962?

Los hechos ocurrieron el martes 27 de febrero de 1962 en el interior de la residencia de Brisas 285, colonia Jardines del Pedregal, San Ángel. Los protagonistas del drama vivían ahí con sus siete hijos.

Las divergencias entre el matrimonio hicieron crisis cuando, por enésima ocasión, la señora reprochó a su esposo el que gastara elevadas sumas de dinero que no le pertenecía.

María Cristina Rizo le recalcó al médico que todo cuanto lograron se los había proporcionado su padre. Además, ya había anunciado que lo despojaría del edificio que ocupaba en la Central Quirúrgica.

La construcción estaba a nombre de ella y de su hermana Alicia Rizo, aunque la totalidad del equipo pertenecía a su esposo, el doctor Roberto Morales Reyes, según afirmación de éste; no obstante, Roberto sentía que todo allí era suyo, incluyendo el edificio, quizás por ser el marido.

El galeno afirmó ser uno de los médicos que atendieron a León Trotsky en 1940, cuando el líder comunista ruso fue agredido en México con un piolet por el español Ramón Mercader del Río, quien se hacía pasar como diplomático belga y exigía ser llamado Jacques Mornard.

El doctor Morales expresó que había tiroteado a su esposa al discutir por problemas meramente familiares. Agregó que su suegra María Luisa Meléndez de Rizo era la causante indirecta de lo que pasó, “porque quiso manejar mi hogar y tuve que lanzarla de mi casa”, dijo.

Además, añadió, “eso no lo soportó mi mujer y desde entonces surgieron los disgustos”.

Por otra parte, también dijo que su suegro, el millonario Rafael Rizo Blanco, lo tenía amenazado de muerte; había querido hundirlo económica y profesionalmente. Quería arrebatarle a los siete niños y hasta ordenó que un auto del doctor fuera parcialmente destruido.

A esas alturas del conflicto, todos repartían culpas e intentaban desmarcarse en cuanto a la responsabilidad de los actos.

Sin embargo, los familiares de la lesionada tacharon al doctor de “individuo sin ética profesional”, de “mal esposo y mal padre” y dijeron que llevaba una vida licenciosa, al grado de que gastaba de 50,000 a 100,000 pesos mensuales en diversiones.

Las mismas personas expresaron que el doctor Morales engañó a su esposa con la artista Gina Baldarno y con otra mujer de nombre Watfa Rubio.

Se dijo que lo acusarían del delito de abuso de confianza en virtud de que se gastó más de un millón de pesos, producto de las rentas del edificio que ocupaba la Central Quirúrgica.

La empleada Teresa Cedillo Ramírez dijo que aquella mañana fatal, María Cristina se dirigió a una estancia para darse un baño. Minutos después llegó hasta ese lugar el doctor Morales, justamente cuando María Cristina salía darse una ducha.

Llevaba puesto un camisón rosa y un sombrero de plástico. Inmediatamente que se vieron comenzó la discusión, porque ya no podían estar tranquilos si permanecían juntos; no obstante, el divorcio no parecía ser la clave para solucionar sus conflictos, sobre todo porque había demasiadas cosas que arreglar y el proceso se antojaba interminable.

Al parecer concluyeron esa reyerta o la pausaron, pero el altercado continuó cuando ambos se encontraron en un antecomedor de la residencia.

Fue un crimen con agravantes

Una mala administración del los negocios, gastos que superaban los ingresos, una vida licenciosa, eso era a lo que María Cristina pondría fin.

El doctor Morales cerró las puertas para que nadie escuchara los insultos que mutuamente se lanzaban, así como para que no lo vieran convertido en violento golpeador, en tirano.

De pronto, Teresa Cedillo escuchó varias detonaciones y vio que el doctor salió apresuradamente y encaminó sus pasos hasta otra residencia cercana, donde vivía un doctor amigo suyo.

Recordó la señorita Cedillo que su jefe llevaba empuñada una pistola. La testigo dio la voz de alarma entre los demás empleados particulares, quienes afirmaron que “nada escucharon”.

Alguno de ellos se comunicó, vía telefónica, a la casa del millonario Rafael Rizo Blanco, en Jardines del Pedregal de San Ángel y los padres de la lesionada llegaron demasiado pronto debido a la circunstancia.

Sin perder el tiempo, trasladaron a María Cristina en taxi a la Central Quirúrgica, donde fue encamada en el cuarto 510.

Los doctores Edmundo Echeverría y Gregorio González se encargaron de proporcionar los primeros auxilios a la mujer que presentaba severas lesiones en la cabeza, de donde manaba la sangre.

Dichos profesionistas afirmaron más tarde que María tenía alojadas tres balas en la cabeza. Una de las lesiones le fue localizada en el mentón, la segunda en la mejilla derecha y la última en la región parietal derecha.

Los médicos esperaban extraer los proyectiles que, por fortuna, no habían lastimado órganos vitales.

“Vengo a entregarme”... dijo con voz grave el agresor Roberto Morales Reyes, de 43 años de edad, al presentarse en la octava delegación.

Posteriormente, el millonario Rafael Rizo dijo que su yerno había cometido la agresión “a sangre fría, con intenciones de matar, de acuerdo con un plan premeditado”.

Se decía que el doctor había perdido su prestigio social. Su hogar fue destruido, perdió esposa, dejó de ser máxima autoridad de la Central Quirúrgica, tal vez perdiera la residencia donde vivía y, lo peor, que quizá no volvería a ver a sus siete hijitos.

“Todo empezó desde mayo de 1961, cuando le reclamamos el dinero que salía de la Central Quirúrgica y que él decía administrar; realmente, desde 1954 se quedaba con las utilidades”, dijo el millonario Rafael Rizo.

"Surgió el enojo cuando le exigí que me pagara"

El dueño de la Central Quirúrgica siempre había sido el señor Rizo, “todo me pertenece -dijo- el edificio está a nombre de mis hijas María Cristina y Alicia, el doctor Morales sólo lo administraba”.

Rafael Rizo había sido introductor de ganado porcino a la Ciudad de México, en gran escala. “Siempre tuvimos buenas relaciones, pero surgió el enojo cuando le exigí que me pagara lo referente a rentas y utilidades”, dijo el michoacano.

Cuarenta y ocho horas antes de estas declaraciones, el doctor Morales había recibido un comunicado del juzgado primero civil, en que se le hacía saber que debía desalojar la Central Quirúrgica.

Definitivamente, no se tenían dudas de que el galeno trató de asesinar a su mujer al ver que era “despojado” del hospital particular. A ello había que añadir los fuertes disgustos que se habían suscitado en el matrimonio, “por la vida licenciosa que llevaba Morales”.

Los familiares de Cristina afirmaban que Morales gustaba de divertirse con “mujeres caras” y que despilfarraba el dinero que no le correspondía. Los millonarios le habían regalado una casa al galeno, en Galileo 360, colonia Polanco, pero el médico la vendió en 280,000 pesos. Luego se dedicó a pasear por Estados Unidos y Europa en compañía de mujeres costosas y de vida fácil. Y cuando hirió a su mujer, cobardemente la abandonó.

Lo que quería era el apoyo de un abogado y sacar el dinero que había ocultado en su despacho privado de la Central Quirúrgica. El doctor Morales quedaría a disposición del juez mixto de primera instancia en Coyoacán, licenciado Ángel Vidal y Vidal.

Le disparó por su "deteriorado estado de salud"

“Fichado con el número 55354/62, el doctor Morales fue enviado a la cárcel de Coyoacán, donde dijo que los disparos los había realizado por su “momentáneamente deteriorado estado de salud mental”.

-Cuando llegué al baño y mi mujer salía, quise evitar una discusión, pero ella empezó otra vez. Le pedí que no me tratara así, que ya no escuchara los consejos de sus padres, pero replicó que antes que a mí los había conocido a ellos y por lo tanto seguiría obedeciéndolos.

Luego guardó silencio, no se sabe si para inventar la historia que contaba o para recrear la escena de lo ocurrido en la mente. Entonces, prosiguió:

-Saqué la pistola y le dije que no era vida, porque hasta en mi hogar debía andar armado. María Cristina retrocedió. Luego me dijo que su padre me iba a destrozar, porque tenía suficiente dinero para hacerlo... me gritaba y yo disparé no sé cuántas veces. Cuando salí le pedí al jardinero que cuidara a los niños. Enfilé a la octava delegación y en el camino tiré la pistola.

Parecía todo muy bien calculado por el doctor para plasmar un momento de obnubilación, un lapso de locura, todo para abrir una brecha en la posibilidad para evadir su responsabilidad criminal.

-Hice dos llamadas al coronel Víctor M. Guajardo, a quien le solicité que cuidara las oficinas para que mi suegro no fuera a cometer un atropello. Es falso que me hubiese apoderado de 100,000 pesos.

Su relato comenzó a hilar pasajes diversos que parecían inconexos, parecía estar preocupado por el dinero oculto en la central quirúrgica.

-El matrimonio funcionaba mal –reconoció-. Un sacerdote, “director espiritual” de Cristina, trató de reconciliarnos, pero ella no quiso. Esto fue una semana antes de la tragedia. El religioso insistía en que María Cristina me tratara como cónyuge, pero ella se quejó en el sentido de que todos parecían darme la razón, sin tomar en cuenta su opinión y la de su padre.

Wilbert Torre Gutiérrez informó el domingo 4 de marzo de 1962, que la señora Cristina “quedaría paralizada de un brazo y sorda”, según los primeros peritajes médicos.

Y mientras se intentaba salvarla, el aspirante a autoviudo actuaba de modo extraño: decía a gritos que temía por su vida, daba muestras de sufrir delirios de persecución y asumía una actitud de desconfianza. También dejó correr algunas lágrimas “al recordar su tragedia”.

Galeno, sin salvación

El peritaje de balística señaló que el médico disparó contra su esposa cuando caía o estaba arrodillada. Asimismo, se comprobó que el doctor hizo varios disparos fallidos, según los impactos que aparecían en la lujosa residencia donde ocurrió el drama.

El día 5 de marzo, el doctor Morales declaró que al disparar sobre su esposa era víctima de “una explosión indefinible de sentimientos que lo hicieron perder el control de sí mismo”.

Sin embargo, el fiscal pensaba que el acusado no tenía salvación, que su declaración se veía empañada por un atisbo de mentira.

Antes, Morales había lanzado cieno sobre su suegro, a quien calificaba como “ebrio” y cuando María Cristina “me dijo que el señor Rizo utilizaría toda su influencia para hundirme, en ese momento terminó mi resistencia, que no es limitada: jalé el gatillo de mi revólver y disparé tres veces consecutivas sobre mi esposa...”.

El fiscal le dijo que era médico y supo que había inferido lesiones graves a su esposa, pero en lugar de auxiliarla como era su deber, la abandonó a su suerte.

-Su intención fue matarla y por ningún momento puede alegar ofuscación, puesto que su comportamiento posterior fue de una persona normal -dijo el agente del Ministerio Público.

Tal vez en un intento por conmover a las autoridades, Morales se remontó a los tiempos de su niñez, cuando tenía dificultades económicas y se trasladó de su natal Guadalajara hacia el Distrito Federal.

En 1949 se casó con María Cristina, pero “mi suegra pretendía decir hasta lo que debían comer los niños”. Y hasta entonces declaró que había sido con una pistola, calibre .32 con la que intentó lastimar a su mujer.

Afirmó que necesitaba andar armado “por las amenazas de muerte que le había lanzado su suegro”, pero había una laguna en su planteamiento: su suegro vivía lejos de donde él y pocas veces se veían.

Si quieres recibir las noticias en tu Whatsapp, envía la palabra ALTA a este enlace

El secretario del juzgado le dijo posteriormente: “queda usted formalmente preso por los delitos de homicidio en grado de tentativa, lesiones, disparo de arma de fuego sobre persona y ataque peligroso”.

El acusado movió la cabeza hacia los lados y se alejó, luego de señalar que “sus hijos no debían estar en compañía de sus abuelos”. En ningún momento preguntó por la salud de su mujer, ni mostraba arrepentimiento por la agresión que podía resultar mortal finalmente. Todas sus reacciones y palabras reflejaban rencor.

La hermosa mujer se repuso de sus heridas, afortunadamente, y salió del hospital en mayo de 1962. No arrojó la investigación hemerográfica de la época, en posteriores publicaciones, la suerte que corrió el médico detenido, pero lo más probable es que haya pisado la prisión, aunque quizás con el dinero que había robado pudo pagarse un buen abogado.

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Policiaca

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