/ viernes 24 de marzo de 2023

¿Crimen o suicidio? Lilian Vargas fue hallada sin vida junto con una nota de despedida

Tenían poco tiempo de haberse casado; no eran la pareja perfecta, pero algo había en su relación que los unió, al menos hasta que la muerte dictó su sentencia

La primera noticia fue clara y precisa: “La guapísima Lilian Vargas de Santoyo, quien apenas el 15 de diciembre pasado (1962) contrajo matrimonio con el dibujante Ramón Santoyo Castillo, se suicidó ayer de un tiro en el corazón “porque no sabía cocinar”...

La nota salió a la luz el viernes 8 de febrero de 1963. El cuerpo sin vida de la señora, quien tenía 25 años de edad, fue descubierto en su recámara de la casa 13, calle Jesús Terán, Ciudad Satélite.

Se informó que Lilian Vargas de Santoyo pertenecía a una familia de nuestra mejor sociedad en el Estado de México.

Poco antes de empuñar una pistola, calibre .380, para privarse de la vida, la desesperada señora escribió un recado para su marido:

“No, Ramón, no fue que me casé contigo por el vestido blanco, me casé porque te adoro, nada más. Ya sé que no sé cocinar, pero yo no soy capaz de hacerte daño y no apagué la luz, te lo juro. Créeme, es durísimo pasar como mentirosa. Tú eres el que no me quiere, ni me quiso nunca, pero algo pasa que tan cambiado estás. En fin, que Dios me perdone. Lilian”. Posdata: “Yo nunca he aconsejado mal a Vicente”...

Para los investigadores serios, tal documento habría sido el punto de partida para la averiguación. Pero, ¿lo habría escrito Lilian? Al ser comparada la letra se llegó a la conclusión de que Lilian redactó el recado, sin lugar a dudas.

En la cama estaba la escuadra .380 con cinco cartuchos útiles. A tres metros de la cama fue hallado un casquillo y a la entraba de la alcoba el proyectil que mató a la guapa mujer.

Se supo que en diciembre de 1961, durante una posada, se conocieron Lilian y Ramón. No tardaron en hacerse novios.

El dibujante, prestaba sus servicios en la Secretaría de Marina y en la UNAM, se enteró que su novia vivía sola en un departamento. Ella no trabajaba, pero recibía dinero de su padre, Alfonso Vázquez Briones.

Como la joven había sostenido un romance con un italiano llamado Dino, que murió posteriormente en un accidente de tránsito, Lilian se resistía a aceptar la boda con Santoyo Castillo... Un año después de conocerse se casaron.

La señora Estela Castillo, madre de Ramón, quien prestaba sus servicios en la burocracia, obtuvo un préstamo y lo cedió a su hijo para que comprara su casa en Ciudad Satélite. Ahí vivirían los tres. Se contrataron entonces los servicios del joven oaxaqueño Vicente Ambrosio Peralta.

La señora Castillo jamás pudo entenderse con su nuera y menos al enterarse que “no sabía cocinar”... El dibujante comenzó a discutir frecuentemente con Lilian, impulsado por los comentarios de su madre, quien adoraba a tres pequeños perros.

Uno de los canes enfermó en aquella época y su propietaria acondicionó un lugar en la recámara para que la perrita recibiera calor. El miércoles 6 de febrero de 1963, cuando llegaron de sus trabajos el dibujante y su progenitora, la emprendieron contra Lilian porque la lámpara no estaba encendida y la perrita tenía frío.

El empleado particular explicó que unos electricistas del gobierno habían hecho reparaciones en la calle y que por ello no hubo corriente eléctrica durante mucho tiempo. Luego, Lilian preguntó si gustaban pasar a la mesa y posteriormente cuestionó si les habían agradado los alimentos y Ramón dijo que sí, pero “que no anduviera preguntando a las vecinas cómo cocinar”...

Apresuradamente, un doctor inexperto dijo que el cuerpo de Lilian Vargas presentaba una herida de bala, “con orificio de entrada en la espalda y de salida en el tórax”...

Tal versión hacía tambalear la de Santoyo Castillo, quien tenía 29 años de edad. Dijo que el miércoles salió de su casa en compañía de su progenitora, a ella la dejó en Comunicaciones y Transportes y él se fue a la Secretaría de Marina, donde inició sus labores. Como a las 3 de la tarde volvieron a Ciudad Satélite. Más tarde volvió a salir el dibujante, para su empleo en la UNAM, donde estuvo hasta las 10 de la noche. Al retorno se percató de que Lilian estaba inmóvil, fría sobre la cama. El oaxaqueño Vicente Ambrosio dijo haber oído un trueno como a las 5 de la tarde, pero que no fue a la recámara de Lilian porque se lo tenían prohibido.

El doctor Alberto Moreno Galván, de la Cruz Roja de Naucalpan, afirmó rotundamente que “la bala entró por la espalda de la señora, siguió una trayectoria de abajo hacia arriba y salió por el tórax, a la altura del corazón”...

El 8 de febrero fue sepultada Lilian Vázquez. Sorpresivamente, el oaxaqueño cambió su declaración, al ubicar al dibujante en el lugar del presunto suicidio, como a las 5 de la tarde. Es decir, Ramón regresó exclusivamente para dar muerte a su mujer y luego salió, acomodándose unos guantes negros, según dicho del empleado particular, de 18 años de edad y quien apenas sabía algunas palabras castellanas.

Para algunas autoridades de Naucalpan, “Ramón aparecía como único sospechoso de asesinato” (ni siquiera habían confirmado el resultado de la autopsia y ya señalaban un sospechoso), pues el proyectil homicida “entró en el lado izquierdo de la espalda y salió por el corazón”. Esto descartaba automáticamente el suicidio, pues “resulta imposible operar un arma en tales circunstancias”...

Vicente Ambrosio Peralta sostenía que Ramón regresó a Ciudad Satélite, subió a la recámara de su esposa, “se escuchó un disparo”, bajó apresuradamente acomodándose unos guantes negros y huyó en su auto compacto.

Supuestamente el dibujante “no había podido explicar qué hacía en su casa a las 17 horas”. Pues este caso debería ser utilizado por los catedráticos de criminología, para ilustrar las relativamente frecuentes fallas de la justicia en México.

Comenzaron a surgir datos que aproximaron a Santoyo Castillo a su liberación absoluta. El detalle de los guantes fue sugerido al mozo por autoridades del ministerio público, así que fue descartado. Luego, médicos delegacionales encontraron huellas de tortura en el cuerpo del muchacho, quien dijo “que los guantes le habían pegado” para que dijera que Ramón había regresado a su domicilio, por la tarde del miércoles 6 de febrero de 1963. Además, hubo muchos testigos de calidad que vieron al dibujante en su oficina de la UNAM. Era indudable que Ramón no estuvo en su domicilio a la hora en que Lilian se pegó el tiro.

Por su parte, el doctor Miguel Gilbón Maitrett, considerado el mejor forense mexicano, comentó a LA PRENSA que “no tendría nada de raro que hubiera habido una equivocación y se señalara en forma inversa la trayectoria de la bala”. A propósito, cabía señalar que en noviembre de 1962, ocurrió un problema similar, debido al suicidio del juez Eulalio Aguirre Bárcena.

En el anfiteatro se observó que en el pecho del funcionario, donde debería situarse el orificio de entrada, de forma circular, se localizó lo que parecía un corte, de forma rectangular. Surgieron las dudas, intervino la Procuraduría y finalmente el doctor Gilbón, tras practicar la autopsia, explicó que no existía corte quirúrgico, sino que la herida era engañosa.

Y señaló Miguel Gilbón Maitrett que cuando el disparo se hace por contacto del arma sobre una región donde hay un plano óseo superficial, los gases que resultan de la deflagración son repelidos. Como los gases quedan a presión, se hace una especie de explosión para salir por el orificio que ha dejado la bala. En tal forma, esa herida que era circular se desgarra y da un orificio más grande. Consecuentemente, da la impresión de que el orificio es de entrada y viceversa.

Quedaba contra Ramón Santoyo la riesgosa “prueba de la parafina”, tan utilizada en las novelas policiacas de antaño, como el indicio que señalaba “si una persona había disparado o no un arma de fuego”.

En las manos de Lilian fue negativa (?). Así, la defensa de Santoyo insistió en el suicidio, mientras que los peritos del Estado de México, afirmaban que “habían aclarado un homicidio”.

Manuel Merino Alcantara, profesor de Medicina en la UNAM, postgraduado en medicina legal en Harvard, envió un dictamen en el que señalaba que la herida de bala era perfectamente compatible con la idea del suicidio.

Para el forense, Lilian Vázquez presentaba un orificio de entrada, de proyectil de arma de fuego, en la cara anterior del hemitórax izquierdo, sobre la región precordial, a seis centímetros de la línea media anterior, sobre la quinta costilla. El orificio era mayor que la bala que lo ocasionó, porque el disparo fue hecho en íntimo contacto sobre un plano de resistencia que en este caso fue la quinta costilla. El orificio situado en la espalda corresponde plenamente al de salida de la ojiva.

El juez de Tlalnepantla, Víctor Gómez Aldape, decretó la libertad de Ramón Santoyo Castillo, el viernes 15 de febrero de 1963 y giró un oficio en solicitud de exhumación del cuerpo de Lilian. “Queda usted en libertad, no encontré elementos para considerarlo como el homicida de su esposa”, le dijo el funcionario. El joven dibujante parecía no dar crédito a la buena noticia. Luego dejó correr el llanto en señal de agradecimiento.

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El encuentro entre madre e hijo fue dramático. Tuvo lugar en un departamento, donde una familia amiga la había protegido. La señora dijo que siempre supo que su hijo era inocente.

El martes 20 de febrero de 1963 fue exhumado el cadáver de Lilian y se comprobó que la joven se había quitado la vida disparándose un tiro en el pecho. Ramón Santoyo y su progenitora podían estar tranquilos. Ambos sufrieron una injusta persecución policiaca derivada de lo que fue considerado criminal error de las autoridades de San Bartolo Naucalpan.

La exhumación se realizó en el Panteón Francés, en presencia de 10 participantes de la Escuela Militar de Medicina. A las 11 horas en punto, cuatro bomberos al mando del capitán Juan Rojas, sacaron el féretro gris de la fosa 307 de la avenida 27, Panteón Francés de San Joaquín.

Contra lo que se esperaba, el cadáver no presentaba un estado de descomposición. El rostro de Lilian no estaba desfigurado. El cabello rojizo de la señora era abundante. El doctor Gilbón Maitrett comentó que los forenses de Naucalpan no sólo equivocaron la trayectoria de la bala, sino que omitieron descripciones que si hubieran sido asentadas, habrían hecho innecesaria la exhumación.

De tal modo que la suerte del joven dibujante cambió de rumbo y se le libró del injusto encierro en la fría celda del penal de Lecumberri.

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La primera noticia fue clara y precisa: “La guapísima Lilian Vargas de Santoyo, quien apenas el 15 de diciembre pasado (1962) contrajo matrimonio con el dibujante Ramón Santoyo Castillo, se suicidó ayer de un tiro en el corazón “porque no sabía cocinar”...

La nota salió a la luz el viernes 8 de febrero de 1963. El cuerpo sin vida de la señora, quien tenía 25 años de edad, fue descubierto en su recámara de la casa 13, calle Jesús Terán, Ciudad Satélite.

Se informó que Lilian Vargas de Santoyo pertenecía a una familia de nuestra mejor sociedad en el Estado de México.

Poco antes de empuñar una pistola, calibre .380, para privarse de la vida, la desesperada señora escribió un recado para su marido:

“No, Ramón, no fue que me casé contigo por el vestido blanco, me casé porque te adoro, nada más. Ya sé que no sé cocinar, pero yo no soy capaz de hacerte daño y no apagué la luz, te lo juro. Créeme, es durísimo pasar como mentirosa. Tú eres el que no me quiere, ni me quiso nunca, pero algo pasa que tan cambiado estás. En fin, que Dios me perdone. Lilian”. Posdata: “Yo nunca he aconsejado mal a Vicente”...

Para los investigadores serios, tal documento habría sido el punto de partida para la averiguación. Pero, ¿lo habría escrito Lilian? Al ser comparada la letra se llegó a la conclusión de que Lilian redactó el recado, sin lugar a dudas.

En la cama estaba la escuadra .380 con cinco cartuchos útiles. A tres metros de la cama fue hallado un casquillo y a la entraba de la alcoba el proyectil que mató a la guapa mujer.

Se supo que en diciembre de 1961, durante una posada, se conocieron Lilian y Ramón. No tardaron en hacerse novios.

El dibujante, prestaba sus servicios en la Secretaría de Marina y en la UNAM, se enteró que su novia vivía sola en un departamento. Ella no trabajaba, pero recibía dinero de su padre, Alfonso Vázquez Briones.

Como la joven había sostenido un romance con un italiano llamado Dino, que murió posteriormente en un accidente de tránsito, Lilian se resistía a aceptar la boda con Santoyo Castillo... Un año después de conocerse se casaron.

La señora Estela Castillo, madre de Ramón, quien prestaba sus servicios en la burocracia, obtuvo un préstamo y lo cedió a su hijo para que comprara su casa en Ciudad Satélite. Ahí vivirían los tres. Se contrataron entonces los servicios del joven oaxaqueño Vicente Ambrosio Peralta.

La señora Castillo jamás pudo entenderse con su nuera y menos al enterarse que “no sabía cocinar”... El dibujante comenzó a discutir frecuentemente con Lilian, impulsado por los comentarios de su madre, quien adoraba a tres pequeños perros.

Uno de los canes enfermó en aquella época y su propietaria acondicionó un lugar en la recámara para que la perrita recibiera calor. El miércoles 6 de febrero de 1963, cuando llegaron de sus trabajos el dibujante y su progenitora, la emprendieron contra Lilian porque la lámpara no estaba encendida y la perrita tenía frío.

El empleado particular explicó que unos electricistas del gobierno habían hecho reparaciones en la calle y que por ello no hubo corriente eléctrica durante mucho tiempo. Luego, Lilian preguntó si gustaban pasar a la mesa y posteriormente cuestionó si les habían agradado los alimentos y Ramón dijo que sí, pero “que no anduviera preguntando a las vecinas cómo cocinar”...

Apresuradamente, un doctor inexperto dijo que el cuerpo de Lilian Vargas presentaba una herida de bala, “con orificio de entrada en la espalda y de salida en el tórax”...

Tal versión hacía tambalear la de Santoyo Castillo, quien tenía 29 años de edad. Dijo que el miércoles salió de su casa en compañía de su progenitora, a ella la dejó en Comunicaciones y Transportes y él se fue a la Secretaría de Marina, donde inició sus labores. Como a las 3 de la tarde volvieron a Ciudad Satélite. Más tarde volvió a salir el dibujante, para su empleo en la UNAM, donde estuvo hasta las 10 de la noche. Al retorno se percató de que Lilian estaba inmóvil, fría sobre la cama. El oaxaqueño Vicente Ambrosio dijo haber oído un trueno como a las 5 de la tarde, pero que no fue a la recámara de Lilian porque se lo tenían prohibido.

El doctor Alberto Moreno Galván, de la Cruz Roja de Naucalpan, afirmó rotundamente que “la bala entró por la espalda de la señora, siguió una trayectoria de abajo hacia arriba y salió por el tórax, a la altura del corazón”...

El 8 de febrero fue sepultada Lilian Vázquez. Sorpresivamente, el oaxaqueño cambió su declaración, al ubicar al dibujante en el lugar del presunto suicidio, como a las 5 de la tarde. Es decir, Ramón regresó exclusivamente para dar muerte a su mujer y luego salió, acomodándose unos guantes negros, según dicho del empleado particular, de 18 años de edad y quien apenas sabía algunas palabras castellanas.

Para algunas autoridades de Naucalpan, “Ramón aparecía como único sospechoso de asesinato” (ni siquiera habían confirmado el resultado de la autopsia y ya señalaban un sospechoso), pues el proyectil homicida “entró en el lado izquierdo de la espalda y salió por el corazón”. Esto descartaba automáticamente el suicidio, pues “resulta imposible operar un arma en tales circunstancias”...

Vicente Ambrosio Peralta sostenía que Ramón regresó a Ciudad Satélite, subió a la recámara de su esposa, “se escuchó un disparo”, bajó apresuradamente acomodándose unos guantes negros y huyó en su auto compacto.

Supuestamente el dibujante “no había podido explicar qué hacía en su casa a las 17 horas”. Pues este caso debería ser utilizado por los catedráticos de criminología, para ilustrar las relativamente frecuentes fallas de la justicia en México.

Comenzaron a surgir datos que aproximaron a Santoyo Castillo a su liberación absoluta. El detalle de los guantes fue sugerido al mozo por autoridades del ministerio público, así que fue descartado. Luego, médicos delegacionales encontraron huellas de tortura en el cuerpo del muchacho, quien dijo “que los guantes le habían pegado” para que dijera que Ramón había regresado a su domicilio, por la tarde del miércoles 6 de febrero de 1963. Además, hubo muchos testigos de calidad que vieron al dibujante en su oficina de la UNAM. Era indudable que Ramón no estuvo en su domicilio a la hora en que Lilian se pegó el tiro.

Por su parte, el doctor Miguel Gilbón Maitrett, considerado el mejor forense mexicano, comentó a LA PRENSA que “no tendría nada de raro que hubiera habido una equivocación y se señalara en forma inversa la trayectoria de la bala”. A propósito, cabía señalar que en noviembre de 1962, ocurrió un problema similar, debido al suicidio del juez Eulalio Aguirre Bárcena.

En el anfiteatro se observó que en el pecho del funcionario, donde debería situarse el orificio de entrada, de forma circular, se localizó lo que parecía un corte, de forma rectangular. Surgieron las dudas, intervino la Procuraduría y finalmente el doctor Gilbón, tras practicar la autopsia, explicó que no existía corte quirúrgico, sino que la herida era engañosa.

Y señaló Miguel Gilbón Maitrett que cuando el disparo se hace por contacto del arma sobre una región donde hay un plano óseo superficial, los gases que resultan de la deflagración son repelidos. Como los gases quedan a presión, se hace una especie de explosión para salir por el orificio que ha dejado la bala. En tal forma, esa herida que era circular se desgarra y da un orificio más grande. Consecuentemente, da la impresión de que el orificio es de entrada y viceversa.

Quedaba contra Ramón Santoyo la riesgosa “prueba de la parafina”, tan utilizada en las novelas policiacas de antaño, como el indicio que señalaba “si una persona había disparado o no un arma de fuego”.

En las manos de Lilian fue negativa (?). Así, la defensa de Santoyo insistió en el suicidio, mientras que los peritos del Estado de México, afirmaban que “habían aclarado un homicidio”.

Manuel Merino Alcantara, profesor de Medicina en la UNAM, postgraduado en medicina legal en Harvard, envió un dictamen en el que señalaba que la herida de bala era perfectamente compatible con la idea del suicidio.

Para el forense, Lilian Vázquez presentaba un orificio de entrada, de proyectil de arma de fuego, en la cara anterior del hemitórax izquierdo, sobre la región precordial, a seis centímetros de la línea media anterior, sobre la quinta costilla. El orificio era mayor que la bala que lo ocasionó, porque el disparo fue hecho en íntimo contacto sobre un plano de resistencia que en este caso fue la quinta costilla. El orificio situado en la espalda corresponde plenamente al de salida de la ojiva.

El juez de Tlalnepantla, Víctor Gómez Aldape, decretó la libertad de Ramón Santoyo Castillo, el viernes 15 de febrero de 1963 y giró un oficio en solicitud de exhumación del cuerpo de Lilian. “Queda usted en libertad, no encontré elementos para considerarlo como el homicida de su esposa”, le dijo el funcionario. El joven dibujante parecía no dar crédito a la buena noticia. Luego dejó correr el llanto en señal de agradecimiento.

Si quieres recibir las noticias en tu Whatsapp, envía la palabra ALTA a este enlace

El encuentro entre madre e hijo fue dramático. Tuvo lugar en un departamento, donde una familia amiga la había protegido. La señora dijo que siempre supo que su hijo era inocente.

El martes 20 de febrero de 1963 fue exhumado el cadáver de Lilian y se comprobó que la joven se había quitado la vida disparándose un tiro en el pecho. Ramón Santoyo y su progenitora podían estar tranquilos. Ambos sufrieron una injusta persecución policiaca derivada de lo que fue considerado criminal error de las autoridades de San Bartolo Naucalpan.

La exhumación se realizó en el Panteón Francés, en presencia de 10 participantes de la Escuela Militar de Medicina. A las 11 horas en punto, cuatro bomberos al mando del capitán Juan Rojas, sacaron el féretro gris de la fosa 307 de la avenida 27, Panteón Francés de San Joaquín.

Contra lo que se esperaba, el cadáver no presentaba un estado de descomposición. El rostro de Lilian no estaba desfigurado. El cabello rojizo de la señora era abundante. El doctor Gilbón Maitrett comentó que los forenses de Naucalpan no sólo equivocaron la trayectoria de la bala, sino que omitieron descripciones que si hubieran sido asentadas, habrían hecho innecesaria la exhumación.

De tal modo que la suerte del joven dibujante cambió de rumbo y se le libró del injusto encierro en la fría celda del penal de Lecumberri.

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