/ viernes 19 de abril de 2024

Atacan Los Burreros: hermanos asesinan a estudiante suizo por dinero fácil

A la luz del día en la avenida Constituyentes, joven turista asaltado y asesinado a puñaladas

Aquel día, el desconcierto fue total para la policía luego de darse a conocer el asesinato misterioso de un hombre de nacionalidad suiza, que respondía al nombre de Werner Ruckli Felber, quien recibió tres puñaladas cuando daba una caminata en compañía de una perra pastor alemán.

Los hechos habían ocurrido el sábado 11 de febrero de 1967, alrededor de las 16:00 horas y, debido a las circunstancias en que se cometió el crimen, los agentes no tuvieron pistas, indicios o testigos; para ese momento sólo era un cadáver con tres puñaladas y demasiadas interrogantes al respecto, máxime que la víctima era un extranjero, lo cual dificultó aún más la labor policiaca.

¿Quién era Werner Ruckli?

Werner Ruckli llegó para vacacionar en la Ciudad de México, hospedándose en casa de unos parientes, ya que próximamente cumpliría 25 años. Para ese entonces, aquel joven extranjero radicaba en Los Ángeles, California, y era evidente que carecía de enemigos en México.

Lo único claro para los agentes fue el hecho de que el atentado se cometió a un costado del Panteón Civil de Dolores, sin señas de la identidad del o los responsables.

Luego de ello, dos samaritanos se encargaron de velar por el lesionado, conduciéndolo hasta la casa de Corregidores 620, en Lomas de Chapultepec, donde radicaban los familiares de la víctima, lugar que dejaron de inmediato para llevarlo con prontitud mortal al Hospital Inglés, donde finalmente falleció.

Francisco y Enrique, quienes ayudaron al lesionado extranjero, narraron que mientras circulaban en su automóvil cerca del panteón, unos niños los alertaron sobre el reciente atentado cometido contra el extranjero, por lo cual de inmediato se dirigieron a la escena del crimen.

Asimismo, confesaron que no fue fácil al principio brindarle los primeros auxilios, debido a la perra que lo acompañaba, pues no los dejaba acercarse a su dueño, e incluso temieron varias veces ser atacados por el animal.

Hasta que finalmente lograron calmar a la mascota para poder acercarse al lesionado; y fue entonces que con dificultades lograron subirlo en el automóvil para llevarlo hasta la residencia de sus familiares, como se los pidió, en lugar de llevarlo al hospital.

Werner Ruckli no hablaba español, así que para los agentes fue plausible plantear que su desconfianza lo hubiera obligado a pedir que lo llevaran con algún conocido, antes que al hospital en vista de lo ocurrido.

María Reuter, al verlo en un estado crítico cuando llegó a la casa de Corregidora, trató de saber lo que había sucedido. Así que con el poco aliento que le quedaba, Werner contó que hacía poco tiempo mientras daba un paseo con la perra, dos sujetos se le acercaron para atacarlo, despojándolo de su reloj y cartera.

Y en tanto el joven moribundo narraba su historia, María lo llevó al hospital, donde los médicos no pudieron hacer nada por él, pues cuando se disponían a atenderlo, murió.

Werner Ruckli estudiaba en una escuela para joyeros, en Los Ángeles, California. Vino a México a visitar a su tío Ernesto Felber Elmiger, esposo de María Reuter de Felber, quienes notificarían a sus padres, que radicaban en Suiza.

La policía no descartó la posibilidad de un asalto, en virtud de que, cerca del sitio donde fue lesionado el joven suizo, se localizaban unas cuevas con restos óseos humanos, utilizadas por los maleantes para ocultarse.

Para el Servicio Secreto fue desconcertante que los asesinos hubieran actuado en pleno día (en aquel entonces, por decirlo de algún modo, el 99% de los crímenes ocurrían en la noche y lo que acababa de ocurrir con el extranjero era novedad) y que la perra pastor alemán no los hubiera agredido.

Un agente se aventuró a declarar:

No debe descartarse el asalto, pero trabajaremos hasta borrar toda duda

Los asesinos se esfumaron

Pasaron un par de días sin que avance alguno fuera evidente en la investigación y, por el contrario, se temía que el caso quedara sin resolver. Incluso, había otro caso bastante similar, ocurrido por las mismas fechas contra una mujer llamada Rosa Ofelia Aguirre.

A ambos los habían atacado y los responsables habían desaparecido, en eso coincidían; aunque en el caso del suizo, se pensó que pudo haberse tratado de dos sujetos, uno de los cuales probablemente para ese momento estaría padeciendo los efectos de la hidrofobia, a causa de la mordida de la perra pastor alemán que acompañaba al joven al momento del ataque, pues ésta no estaba vacunada contra la rabia.

El comandante Joaquín Salazar Gutiérrez, del Servicio Secreto, se mostraba optimista respecto a la solución del caso y esperaba capturar a los asesinos en un lapso no mayor a 72 horas.

Dijo que, aunque no conocía las identidades de los homicidas, había muchas probabilidades de llegar al esclarecimiento del crimen, pues de no dar celeridad correspondiente, el expediente de los hechos podría quedar en el archivo en menos tiempo del pensado.

Sus palabras no eran en vano, pues en aquel entonces, el hampa estaba controlada por el Servicio Secreto (por las buenas o las malas); de tal suerte que los agentes conocían a los maleantes principales de cada colonia popular y a los “audaces” hampones que pretendían “trabajar” de día, en ocasiones se les encontraba “ahogados” en el Gran Canal o acribillados a tiros en sitios despoblados, víctimas de una “ley fuga” que las autoridades jamás reconocían. Los agentes secretos mantenían a raya a muchos asaltantes.

Pasó un solo día luego de las declaraciones del comandante Joaquín Salazar Gutiérrez cuando la Policía Judicial -que consideraba un crimen poco común el de Werner Ruckli- dijo contar con un “contacto” que podía arrojar luz sobre los presuntos homicidas.

Y en los medios policiacos, trascendió la noticia de que el comandante del primer grupo, Luis Portillo Sotomayor, dirigía personalmente las pesquisas. Un hombre, cuya identidad no fue revelada, pero que había sido asaltado en dos ocasiones en el sitio donde Werner fue atacado a puñaladas, era uno de los principales informantes de los detectives, pues colaboraba con ellos y tenía su domicilio cerca del lugar donde, se creía, vivían los criminales.

Las fuentes que eran consultadas por los reporteros de LA PRENSA se mostraban escépticas, sobre todo porque tratándose de un crimen poco común, sería aún más dificultoso resolverlo, aunque los sabuesos mostraran un optimismo espectacular.

El dato más preciso con que se contaba consistió en saber que los asesinos vivían en unas cuevas o barrancas cercanas al panteón de Dolores, lo cual se infirió tras las reiteradas denuncias de otros atracos cometidos en la misma zona que habían quedado sin resolver.

Por ello, para el comandante especial: “Esto quiere decir que la situación del lugar les permite salir y asaltar, para inmediatamente después ocultarse”.

Exitosa investigación del servicio secreto

En su edición del sábado 18 de febrero de 1967, LA PRENSA dio a conocer que la noche anterior habían sido detenidos los asesinos del turista suizo Werner Ruckli Felber.

La nota señaló lo siguiente: “Atraparon a los dos asesinos del estudiante suizo”. La detención ocurrió durante la noche.

Los criminales fueron Francisco y Raymundo Moreno Reyes, quienes pertenecían a una banda de delincuentes conocida como Los Burreros. Tras su detención, declararon que “había sido una equivocación matar al güerito, que sólo querían asustarlo con el cuchillo, pero que iban con la idea de asaltar al primero que encontraran en su camino”.

Agregaron que por la mañana del sábado 11 habían estado tomando alcohol, y que como se les acabó el dinero, a Francisco se le ocurrió cometer un atraco para obtenerlo de manera fácil, ya que tenían varios días sin trabajar.

Dijeron que vieron a un joven que paseaba con su perra y “se animaron a asaltarlo”, ya que antes sólo se habían encontrado con seis niños que jugaban en la calle; así que decidieron asustarlos solamente.

Seguramente fueron los niños quienes dieron aviso a los rescatadores del suizo el día de los hechos.

Luego se percataron que su víctima era el joven suizo, que caminaba solo con su perra, y bajo esta circunstancia, se atrevieron a “asustarlo”.

Francisco dijo que le aplicó “la llave china” (la persona es inmovilizada por detrás, con riesgo de ser estrangulada) y Raymundo le quitó el reloj. En principio, Los Burreros negaron haberse apoderado de la cartera de Werner.

-La perra trató de defender a su amo, por lo que intenté proteger a mi hermano y el turista cayó y se clavó el cuchillo -explicó con torpeza Francisco, ya que era obvio que Werner no se desplomó tres ocasiones sobre el arma.

Hubo demasiadas inconsistencias y contradicciones en las declaraciones de los hermanos, pero en específico de Francisco, quien al parecer deseaba que toda la culpa recayera sobre él, tratando de proteger a su hermano, sin embargo, Raimundo ya había afirmado que él fue el primero que hirió al estudiante suizo.

Junto con ellos fue detenida María del Rocío Vélez Juárez, de 17 años, quien vivía en unión libre con Francisco, en Artificios 2, Tacubaya. La muchacha fue quien entregó a la policía un reloj que el sábado 11 de febrero de 1967, le había regalado su amigo. Muy tarde se enteró que los hermanos habían “dado unos piquetitos” a un turista extranjero para quitarle la joya y su cartera. Solamente fue acusada de encubrimiento.

Solo querían asaltarlo y no deseaban hacerle daño

Seis días después del crimen, el 19 de febrero de 1967 -ya con los asesinos bajo custodia-, en la ampliación de declaraciones, dijeron que únicamente querían asaltarlo, pues su intención consistía única y exclusivamente en obtener dinero fácil para continuar la parranda.

Los hermanos Moreno Reyes eran los últimos integrantes de Los Burreros, por lo que tras su detención y futuras sentencias quedaría completamente desarticulada esa peligrosa banda que se dedicaba a asolar la zona del Panteón de Dolores, así como la periferia de las Lomas.

Tan sólo unos meses antes, Jesús y Emiliano, otros dos hermanos y miembros de la peligrosa banda, habían sido abatidos a tiros cuando asaltaron una tortillería en la colonia El Capulín.

La Procuraduría de Justicia procedió con apego a la ley y decretó la libertad de los agentes involucrados, toda vez que al defender su vida y la del prójimo, segaron las de los hermanos Moreno.

Derivado del deceso de sus parientes, Raimundo y Francisco consideraron que aquello fue una injusticia por parte de las autoridades y por ello se declararon enemigos de la sociedad.

Su ira estaba tan enconada, que decían que sólo se sentirían satisfechos en cuanto acabaran con la vida de los dueños de la tortillería en donde perdieron la vida sus hermanos, pues los consideraban responsables de la tragedia.

Para Francisco era más complejo, ya que al ser el mayor de los sobrevivientes se sentía como el que cuidaría de su hermano menor. Por eso, insistió tanto en que se le considerara como el único responsable.

Pero al ver que los días de ambos terminarían tras las rejas, tomó la determinación de suicidarse; y aunque lograron evitarlo, prometió que lo intentaría hasta tener éxito.

Liquidar a los Burreros, la meta de la policía

El 21 de febrero de 1967, se informó que al día siguiente serían consignados los hermanos asesinos por los delitos de homicidio, robo, portación de arma prohibida y malvivencia.

El licenciado y agente del Ministerio Público, Heriberto Prado Reséndiz -quien posteriormente fue uno de los mejores jueces penales que ha tenido la justicia mexicana-, redactó la ponencia de consignación de los hermanos Moreno Reyes.

El representante de la ley indicó que se reunían todos los elementos a efecto de que el juez que conociera el caso, condenara a los delincuentes por un homicidio calificado, con las agravantes de alevosía y ventaja.

Se comprobó que los hermanos caminaron sigilosamente detrás de su víctima para que ésta no se percatara de su presencia, y, acto seguido, le asestaron tres puñaladas por la espalda, lo cual demostró la alevosía y ventaja.

El delito de robo quedó demostrado cuando la joven amasia de Francisco entregó el reloj que le habían quitado el joven estudiante. Asimismo, también quedó comprobado el delito de portación de arma prohibida, pues los crueles bandidos entregaron el puñal que utilizaron el día del crimen. En cuanto a la malvivencia, resultó simple demostrar, debido a que, al tener no tener un modo honesto de vivir, se dedicaban a delinquir.

Diez años de cárcel a los Burreros

Tres años después, el 2 de marzo de 1970, los infames integrantes de la banda de Los Burreros, asesinos confesos del joven suizo, fueron sentenciados. Se reconoció que aquel grupo de delincuentes tenía asolada la zona de Tacubaya, en donde realizaban asaltos a mano armada, cuyas víctimas muchas veces eran turistas.

Fueron los jueces de la segunda corte penal quienes sentenciaron a 10 años de prisión a Francisco, quien apenas había alcanzado la mayoría de edad, en tanto que para Raimundo la sentencia fue de 37 años, además, en ambos casos se les ordenó pagar una multa de 1300 pesos o, en su defecto, compurgar una pena de 40 días más de prisión.

Los hermanos Moreno confesaron ser autores de diversos asaltos y robos a mano armada. Confesaron haber asaltado a una estadunidense, también a la enfermera Gloria Mejiz Enríquez y al estudiante suizo Werner Ruckli Felber, a quien dieron muerte.

Por cierto, el suizo sólo quería pasar quince días en México, para retornar a Los Ángeles, donde le urgía terminar sus estudios especiales de joyería fina, sueño que ya no se cumplió.

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Raimundo, el burrero, apeló su sentencia

En 1972 -ya transcurrido bastante tiempo del crimen y la sentencia, recluido en la penitenciaría del Distrito Federal-, Raimundo Moreno Reyes para ese entonces sentenciado a una pena global de 81 años, apeló ante los magistrados por la última condena que se le impuso de 36 años, también por homicidio calificado.

Preso desde 1967, cuando fue condenado por el homicidio del joven estudiante suizo junto con su perra, para robarle el reloj y la cartera.

Ya en prisión, victimó a un compañero de presidio, recibiendo una nueva condena de ocho años que aunada a la primera sumaban 45 años. Sin embargo, el 10 de abril de 1972, asesinó con la hoja de unas tijeras a otro recluso cuando se encontraba en su celda. De tal modo que se le impuso una pena de 36 años más, para sumar un total de 81 años de cárcel.

En su defensa dijo que había matado porque el otro hombre lo estafó, ya que le había pagado por un paquete de droga, el cual no le entregó, además, el mismo sujeto había lesionado a su hermano con la misma hoja de tijeras con la cual Raimundo finalmente le dio muerte.

Es decir, su defensa fue que actuó en defensa, pero a los ojos de la justicia pareció que lo hizo por venganza.

La vida para los hermanos Moreno fue de mal en peor, para Ray, condena tras condena por los constantes asesinatos; en tanto que para Francisco -que era muy joven y al quedar recluidos su salud se deterioró- todo fue agresiones en su contra y un fuerte deseo de morir, por lo que constantemente buscó suicidarse.

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Aquel día, el desconcierto fue total para la policía luego de darse a conocer el asesinato misterioso de un hombre de nacionalidad suiza, que respondía al nombre de Werner Ruckli Felber, quien recibió tres puñaladas cuando daba una caminata en compañía de una perra pastor alemán.

Los hechos habían ocurrido el sábado 11 de febrero de 1967, alrededor de las 16:00 horas y, debido a las circunstancias en que se cometió el crimen, los agentes no tuvieron pistas, indicios o testigos; para ese momento sólo era un cadáver con tres puñaladas y demasiadas interrogantes al respecto, máxime que la víctima era un extranjero, lo cual dificultó aún más la labor policiaca.

¿Quién era Werner Ruckli?

Werner Ruckli llegó para vacacionar en la Ciudad de México, hospedándose en casa de unos parientes, ya que próximamente cumpliría 25 años. Para ese entonces, aquel joven extranjero radicaba en Los Ángeles, California, y era evidente que carecía de enemigos en México.

Lo único claro para los agentes fue el hecho de que el atentado se cometió a un costado del Panteón Civil de Dolores, sin señas de la identidad del o los responsables.

Luego de ello, dos samaritanos se encargaron de velar por el lesionado, conduciéndolo hasta la casa de Corregidores 620, en Lomas de Chapultepec, donde radicaban los familiares de la víctima, lugar que dejaron de inmediato para llevarlo con prontitud mortal al Hospital Inglés, donde finalmente falleció.

Francisco y Enrique, quienes ayudaron al lesionado extranjero, narraron que mientras circulaban en su automóvil cerca del panteón, unos niños los alertaron sobre el reciente atentado cometido contra el extranjero, por lo cual de inmediato se dirigieron a la escena del crimen.

Asimismo, confesaron que no fue fácil al principio brindarle los primeros auxilios, debido a la perra que lo acompañaba, pues no los dejaba acercarse a su dueño, e incluso temieron varias veces ser atacados por el animal.

Hasta que finalmente lograron calmar a la mascota para poder acercarse al lesionado; y fue entonces que con dificultades lograron subirlo en el automóvil para llevarlo hasta la residencia de sus familiares, como se los pidió, en lugar de llevarlo al hospital.

Werner Ruckli no hablaba español, así que para los agentes fue plausible plantear que su desconfianza lo hubiera obligado a pedir que lo llevaran con algún conocido, antes que al hospital en vista de lo ocurrido.

María Reuter, al verlo en un estado crítico cuando llegó a la casa de Corregidora, trató de saber lo que había sucedido. Así que con el poco aliento que le quedaba, Werner contó que hacía poco tiempo mientras daba un paseo con la perra, dos sujetos se le acercaron para atacarlo, despojándolo de su reloj y cartera.

Y en tanto el joven moribundo narraba su historia, María lo llevó al hospital, donde los médicos no pudieron hacer nada por él, pues cuando se disponían a atenderlo, murió.

Werner Ruckli estudiaba en una escuela para joyeros, en Los Ángeles, California. Vino a México a visitar a su tío Ernesto Felber Elmiger, esposo de María Reuter de Felber, quienes notificarían a sus padres, que radicaban en Suiza.

La policía no descartó la posibilidad de un asalto, en virtud de que, cerca del sitio donde fue lesionado el joven suizo, se localizaban unas cuevas con restos óseos humanos, utilizadas por los maleantes para ocultarse.

Para el Servicio Secreto fue desconcertante que los asesinos hubieran actuado en pleno día (en aquel entonces, por decirlo de algún modo, el 99% de los crímenes ocurrían en la noche y lo que acababa de ocurrir con el extranjero era novedad) y que la perra pastor alemán no los hubiera agredido.

Un agente se aventuró a declarar:

No debe descartarse el asalto, pero trabajaremos hasta borrar toda duda

Los asesinos se esfumaron

Pasaron un par de días sin que avance alguno fuera evidente en la investigación y, por el contrario, se temía que el caso quedara sin resolver. Incluso, había otro caso bastante similar, ocurrido por las mismas fechas contra una mujer llamada Rosa Ofelia Aguirre.

A ambos los habían atacado y los responsables habían desaparecido, en eso coincidían; aunque en el caso del suizo, se pensó que pudo haberse tratado de dos sujetos, uno de los cuales probablemente para ese momento estaría padeciendo los efectos de la hidrofobia, a causa de la mordida de la perra pastor alemán que acompañaba al joven al momento del ataque, pues ésta no estaba vacunada contra la rabia.

El comandante Joaquín Salazar Gutiérrez, del Servicio Secreto, se mostraba optimista respecto a la solución del caso y esperaba capturar a los asesinos en un lapso no mayor a 72 horas.

Dijo que, aunque no conocía las identidades de los homicidas, había muchas probabilidades de llegar al esclarecimiento del crimen, pues de no dar celeridad correspondiente, el expediente de los hechos podría quedar en el archivo en menos tiempo del pensado.

Sus palabras no eran en vano, pues en aquel entonces, el hampa estaba controlada por el Servicio Secreto (por las buenas o las malas); de tal suerte que los agentes conocían a los maleantes principales de cada colonia popular y a los “audaces” hampones que pretendían “trabajar” de día, en ocasiones se les encontraba “ahogados” en el Gran Canal o acribillados a tiros en sitios despoblados, víctimas de una “ley fuga” que las autoridades jamás reconocían. Los agentes secretos mantenían a raya a muchos asaltantes.

Pasó un solo día luego de las declaraciones del comandante Joaquín Salazar Gutiérrez cuando la Policía Judicial -que consideraba un crimen poco común el de Werner Ruckli- dijo contar con un “contacto” que podía arrojar luz sobre los presuntos homicidas.

Y en los medios policiacos, trascendió la noticia de que el comandante del primer grupo, Luis Portillo Sotomayor, dirigía personalmente las pesquisas. Un hombre, cuya identidad no fue revelada, pero que había sido asaltado en dos ocasiones en el sitio donde Werner fue atacado a puñaladas, era uno de los principales informantes de los detectives, pues colaboraba con ellos y tenía su domicilio cerca del lugar donde, se creía, vivían los criminales.

Las fuentes que eran consultadas por los reporteros de LA PRENSA se mostraban escépticas, sobre todo porque tratándose de un crimen poco común, sería aún más dificultoso resolverlo, aunque los sabuesos mostraran un optimismo espectacular.

El dato más preciso con que se contaba consistió en saber que los asesinos vivían en unas cuevas o barrancas cercanas al panteón de Dolores, lo cual se infirió tras las reiteradas denuncias de otros atracos cometidos en la misma zona que habían quedado sin resolver.

Por ello, para el comandante especial: “Esto quiere decir que la situación del lugar les permite salir y asaltar, para inmediatamente después ocultarse”.

Exitosa investigación del servicio secreto

En su edición del sábado 18 de febrero de 1967, LA PRENSA dio a conocer que la noche anterior habían sido detenidos los asesinos del turista suizo Werner Ruckli Felber.

La nota señaló lo siguiente: “Atraparon a los dos asesinos del estudiante suizo”. La detención ocurrió durante la noche.

Los criminales fueron Francisco y Raymundo Moreno Reyes, quienes pertenecían a una banda de delincuentes conocida como Los Burreros. Tras su detención, declararon que “había sido una equivocación matar al güerito, que sólo querían asustarlo con el cuchillo, pero que iban con la idea de asaltar al primero que encontraran en su camino”.

Agregaron que por la mañana del sábado 11 habían estado tomando alcohol, y que como se les acabó el dinero, a Francisco se le ocurrió cometer un atraco para obtenerlo de manera fácil, ya que tenían varios días sin trabajar.

Dijeron que vieron a un joven que paseaba con su perra y “se animaron a asaltarlo”, ya que antes sólo se habían encontrado con seis niños que jugaban en la calle; así que decidieron asustarlos solamente.

Seguramente fueron los niños quienes dieron aviso a los rescatadores del suizo el día de los hechos.

Luego se percataron que su víctima era el joven suizo, que caminaba solo con su perra, y bajo esta circunstancia, se atrevieron a “asustarlo”.

Francisco dijo que le aplicó “la llave china” (la persona es inmovilizada por detrás, con riesgo de ser estrangulada) y Raymundo le quitó el reloj. En principio, Los Burreros negaron haberse apoderado de la cartera de Werner.

-La perra trató de defender a su amo, por lo que intenté proteger a mi hermano y el turista cayó y se clavó el cuchillo -explicó con torpeza Francisco, ya que era obvio que Werner no se desplomó tres ocasiones sobre el arma.

Hubo demasiadas inconsistencias y contradicciones en las declaraciones de los hermanos, pero en específico de Francisco, quien al parecer deseaba que toda la culpa recayera sobre él, tratando de proteger a su hermano, sin embargo, Raimundo ya había afirmado que él fue el primero que hirió al estudiante suizo.

Junto con ellos fue detenida María del Rocío Vélez Juárez, de 17 años, quien vivía en unión libre con Francisco, en Artificios 2, Tacubaya. La muchacha fue quien entregó a la policía un reloj que el sábado 11 de febrero de 1967, le había regalado su amigo. Muy tarde se enteró que los hermanos habían “dado unos piquetitos” a un turista extranjero para quitarle la joya y su cartera. Solamente fue acusada de encubrimiento.

Solo querían asaltarlo y no deseaban hacerle daño

Seis días después del crimen, el 19 de febrero de 1967 -ya con los asesinos bajo custodia-, en la ampliación de declaraciones, dijeron que únicamente querían asaltarlo, pues su intención consistía única y exclusivamente en obtener dinero fácil para continuar la parranda.

Los hermanos Moreno Reyes eran los últimos integrantes de Los Burreros, por lo que tras su detención y futuras sentencias quedaría completamente desarticulada esa peligrosa banda que se dedicaba a asolar la zona del Panteón de Dolores, así como la periferia de las Lomas.

Tan sólo unos meses antes, Jesús y Emiliano, otros dos hermanos y miembros de la peligrosa banda, habían sido abatidos a tiros cuando asaltaron una tortillería en la colonia El Capulín.

La Procuraduría de Justicia procedió con apego a la ley y decretó la libertad de los agentes involucrados, toda vez que al defender su vida y la del prójimo, segaron las de los hermanos Moreno.

Derivado del deceso de sus parientes, Raimundo y Francisco consideraron que aquello fue una injusticia por parte de las autoridades y por ello se declararon enemigos de la sociedad.

Su ira estaba tan enconada, que decían que sólo se sentirían satisfechos en cuanto acabaran con la vida de los dueños de la tortillería en donde perdieron la vida sus hermanos, pues los consideraban responsables de la tragedia.

Para Francisco era más complejo, ya que al ser el mayor de los sobrevivientes se sentía como el que cuidaría de su hermano menor. Por eso, insistió tanto en que se le considerara como el único responsable.

Pero al ver que los días de ambos terminarían tras las rejas, tomó la determinación de suicidarse; y aunque lograron evitarlo, prometió que lo intentaría hasta tener éxito.

Liquidar a los Burreros, la meta de la policía

El 21 de febrero de 1967, se informó que al día siguiente serían consignados los hermanos asesinos por los delitos de homicidio, robo, portación de arma prohibida y malvivencia.

El licenciado y agente del Ministerio Público, Heriberto Prado Reséndiz -quien posteriormente fue uno de los mejores jueces penales que ha tenido la justicia mexicana-, redactó la ponencia de consignación de los hermanos Moreno Reyes.

El representante de la ley indicó que se reunían todos los elementos a efecto de que el juez que conociera el caso, condenara a los delincuentes por un homicidio calificado, con las agravantes de alevosía y ventaja.

Se comprobó que los hermanos caminaron sigilosamente detrás de su víctima para que ésta no se percatara de su presencia, y, acto seguido, le asestaron tres puñaladas por la espalda, lo cual demostró la alevosía y ventaja.

El delito de robo quedó demostrado cuando la joven amasia de Francisco entregó el reloj que le habían quitado el joven estudiante. Asimismo, también quedó comprobado el delito de portación de arma prohibida, pues los crueles bandidos entregaron el puñal que utilizaron el día del crimen. En cuanto a la malvivencia, resultó simple demostrar, debido a que, al tener no tener un modo honesto de vivir, se dedicaban a delinquir.

Diez años de cárcel a los Burreros

Tres años después, el 2 de marzo de 1970, los infames integrantes de la banda de Los Burreros, asesinos confesos del joven suizo, fueron sentenciados. Se reconoció que aquel grupo de delincuentes tenía asolada la zona de Tacubaya, en donde realizaban asaltos a mano armada, cuyas víctimas muchas veces eran turistas.

Fueron los jueces de la segunda corte penal quienes sentenciaron a 10 años de prisión a Francisco, quien apenas había alcanzado la mayoría de edad, en tanto que para Raimundo la sentencia fue de 37 años, además, en ambos casos se les ordenó pagar una multa de 1300 pesos o, en su defecto, compurgar una pena de 40 días más de prisión.

Los hermanos Moreno confesaron ser autores de diversos asaltos y robos a mano armada. Confesaron haber asaltado a una estadunidense, también a la enfermera Gloria Mejiz Enríquez y al estudiante suizo Werner Ruckli Felber, a quien dieron muerte.

Por cierto, el suizo sólo quería pasar quince días en México, para retornar a Los Ángeles, donde le urgía terminar sus estudios especiales de joyería fina, sueño que ya no se cumplió.

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Raimundo, el burrero, apeló su sentencia

En 1972 -ya transcurrido bastante tiempo del crimen y la sentencia, recluido en la penitenciaría del Distrito Federal-, Raimundo Moreno Reyes para ese entonces sentenciado a una pena global de 81 años, apeló ante los magistrados por la última condena que se le impuso de 36 años, también por homicidio calificado.

Preso desde 1967, cuando fue condenado por el homicidio del joven estudiante suizo junto con su perra, para robarle el reloj y la cartera.

Ya en prisión, victimó a un compañero de presidio, recibiendo una nueva condena de ocho años que aunada a la primera sumaban 45 años. Sin embargo, el 10 de abril de 1972, asesinó con la hoja de unas tijeras a otro recluso cuando se encontraba en su celda. De tal modo que se le impuso una pena de 36 años más, para sumar un total de 81 años de cárcel.

En su defensa dijo que había matado porque el otro hombre lo estafó, ya que le había pagado por un paquete de droga, el cual no le entregó, además, el mismo sujeto había lesionado a su hermano con la misma hoja de tijeras con la cual Raimundo finalmente le dio muerte.

Es decir, su defensa fue que actuó en defensa, pero a los ojos de la justicia pareció que lo hizo por venganza.

La vida para los hermanos Moreno fue de mal en peor, para Ray, condena tras condena por los constantes asesinatos; en tanto que para Francisco -que era muy joven y al quedar recluidos su salud se deterioró- todo fue agresiones en su contra y un fuerte deseo de morir, por lo que constantemente buscó suicidarse.

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