/ sábado 9 de marzo de 2024

La muerte de "El kaiser": asesinato en el rincón de una cantina

La víctima yacía completamente desfigurada y de no ser porque todos sabían que sólo él estaba en aquel lugar, hubiera sido difícil determinar que se trataba del cantinero español José Allende Portilla

Un crimen cuyos rasgos tuvieron una “extraordinaria similitud” con otro cometido -no hacía mucho tiempo- en la persona de Chinta Aznar, señaló el reportero de LA PRENSA; y finalizó, detallando con precisión la hora y el lugar, a saber, el 27 de agosto de 1940 durante la madrugada, en el interior de una cantina situada en la esquina que formaban las calles de Peralvillo y Gorostiza, donde precisamente se ubicaba la entrada de la ciudad y en la desembocadura de la calzada de Guadalupe.

El español José Allende Portillo, de 48 años, y de apodo El Kaiser, fue quien resultó la víctima del crimen. El cadáver fue encontrado a las 0:30 horas en la trastienda de la cantina. Su cabeza, molida a tubazos, y el arma homicida, un tubo de cincuenta centímetros de largo, se encontraba a cierta distancia del cadáver, presentando aún adherencias de masa encefálica, cabellos y sangre.

El policía con placa 649, avisado del crimen por unas mujeres que atendían un puesto de café con “fuerte”, cercano a la cantina, informó a la Tercera Agencia Investigadora del Ministerio Público, y cuando el personal de esta dependencia judicial y policiaca llegó al lugar de los hechos, se vio el siguiente cuadro:

¡Muerto a tubazos!

En la trastienda de la cantina había una pequeña habitación donde Allende Portilla pernoctaba en aquellos días, debido a que tuvo un disgustó y distanciamiento con su amante María Trinidad Maciel, mujer con quien además compartía domicilio en Peralvillo 131.

El cuarto se encontraba en completo desorden y había huellas inequívocas de que se había registrado allí una feroz lucha. Las ropas de la cama se encontraban, algunas sobre sobre el catre y otras al parecer como si las hubieran esparcido sobre el suelo. Y, entintado en sangre a un lado de la cama, se encontraba sin vida el cantinero español.

Una precisión fue hecha: la sangre aún manaba del cuerpo moribundo.

La caja fuerte estaba abierta y había gran cantidad de papeles diseminados por el suelo; inclusive, se encontraron regadas monedas de un peso, que el o los bandidos dejaron olvidadas o ignoraron recoger tras la huida.

La víctima yacía completamente desfigurada y de no ser porque todos sabían que sólo él estaba en aquel lugar, hubiera sido difícil determinar que se trataba del cantinero español José Allende Portilla.

Trascendió, como dato curioso, que sobre el buró estaba dispuesta una cena frugal, consistente en unos emparedados y una limonada, de lo cual los agentes infirieron que al momento del ataque el occiso se disponía a comer; es decir, fue su última cena, pero no la pudo consumir.

Interviene la judicial

El comandante de la Policía Judicial, Crispín de Aguilar, y sus agentes averiguaron lo siguiente:

Que la señora María Trinidad Maciel se había enterado que José tenía otra amante y que, por eso, durante toda la noche, había quedado apostada en un puesto de limonadas que se encontraba precisamente frente a la cantina de su compañero sentimental, desde donde esperaba descubrir quién era la nueva mujer que le robaba el amor de José.

Pero alrededor de la medianoche, vio que una mujer de estatura baja salió de la cantina y en sus brazos llevaba un cartón de cerveza. Caminó hasta donde un automóvil la esperaba, lo abordó y finalmente se alejaron.

Fue entonces cuando María Trinidad decidió asomarse a la cantina, pues la puerta quedó entreabierta. Al llegar, dijo que sintió lo mismo que cuando eres el primero en llegar a un velorio y te recibe un silencio sepulcral. Avanzó y llegó hasta el cuarto donde dormía el español, pero lo que se encontró fue una escena de espanto.

Gritó inmediatamente al mirar el cuadro de horror, dio media vuelta y corrió a la salida. Sus gritos retumbaron en el local. Jesús García Carbajal, quien atendía el puesto de limonadas, y las dos mujeres que vendían café fueron los primeros en conocer los hechos, referidos por María, y se dirigieron a la cantina a corroborar lo qué les había referido.

Todos ellos vieron salir del establecimiento del español a la mujer menudita que llevaba en brazos el cartón de cerveza y que se alejaba en un automóvil de alquiler, por lo que en ese momento se pensó que ella hubiese sido la autora del crimen.

Pista fatal

Como a la una de la madrugada, se presentó ante las autoridades ministeriales el chofer José García, diciendo que, en la esquina de Gorostiza y Peralvillo, una mujer había solicitado sus servicios y, a la vez, su ayuda para subir al vehículo un cartón de cervezas.

-Pero aquel cartón pesaba mucho cuando la dejé en la esquina de Pintores y Carpintería, al bajar nuevamente el bulto sonaron muchos pesos.

Andrés Allende, quien vivía en Guerrero 20, se presentó en las oficinas de la comisaría, identificando el cadáver de su tío. Dijo que su extinto pariente guardaba en la caja fuerte más de 30 mil pesos. Y de las investigaciones que practicó Crispín Aguilar, se pudo confirmar que efectivamente había tal cantidad depositada en la caja del español sacrificado.

Los médicos calculaban que por lo menos el español recibió ocho golpes en el cráneo.

Por su parte, el detective Crispín dijo que, a juzgar por sus investigaciones realizadas hasta el momento, quedaba claro que hubo un cómplice, cuya pista ya era seguida, pues aquel individuo fue el responsable de causar la muerte del cantinero español.

Una circunstancia peculiar en el caso lo llevó a considerar la situación tal como fue planteada. Resulta que había otra puerta por el lado trasero, por donde el criminal probablemente con toda seguridad huyó.

La asesina del español Allende no obró sola

Las investigaciones policiacas llevadas a cabo en relación con el asesinato del tendero/cantinero, José Allende Portilla en el rincón de una cantina, llevaron a la conclusión de que en el crimen intervino un cómplice de la segunda amante del donjuán.

Se estableció que mientras la ésta quedó dentro de la tienda La Ciudad de México, sacando el dinero que el dependiente guardaba en una caja de madera, su cómplice huyó después de dar muerte al español.

En relación con el sobrino y heredero universal del español, Andrés Allende Guerrero, se comentó que sabía más de lo que decía y resultaba muy muy sospechoso el hecho de que la muerte del tío lo beneficiara con creces.

Lo que se conoció fue el hecho de que el sobrino se había convertido en un rival amoroso de su tío, disputándole las caricias de su segunda amante, una mujer que rondaba los 25 años y la cual aparecía como principal sospechosa en la muerte de El Kaiser.

Allende Guerrero fue interrogado y de manera tajante se negó a dar cualquier información relacionada con la segunda amante de su tío, alegando que los caballeros no tenían memoria.

Dijo que creyó saber a quién se referían, pero no recordó el nombre, salvo con vaguedad algo de cómo lucía, pero sin estar seguro. Lo cual indicaba que no quiso comprometerse y mucho menos comprometerla a ella en el homicidio.

No obstante, y con base en la investigación, se determinó que el sobrino se negó a decir la verdad, pues de sobra era sabido que conocía tanto el nombre como a la mujer que dirigió el crimen, pero su deseo era salvarla de la acción de la justicia.

Respecto a la sospechosa, sólo se tenían pocos datos sobre su fisonomía: morena, de estatura baja y no mayor de 25 años. No poseía una belleza sobresaliente, pero era astuta, pues logró meterse en líos con el tendero español tan pronto como se enteró que este guardaba cierta cantidad de dinero, de la cual le dio alguna cantidad de billetes en pago de “las primeras caricias” que le proporcionó la presunta meretriz.

La principal sospechosa fue presentada a su víctima por un amigo íntimo de ambos. Inmediatamente después, la interesada se percató de que su víctima guardaba buena cantidad de dinero, por lo cual pronto urdió el crimen en el cual se estima recibió ayuda de un matón de su confianza.

Lo que dice la primera amante

Trinidad Campos se ofreció a cooperar en todo lo que le fuera posible en la investigación, pese a que no conocía a la otra mujer, pues la noche del crimen, cuando la estuvo esperando en a la salida de la cantina La Ciudad de México, se retiró antes de que la criminal saliera de la tienda, pues una mujer que tenía un puesto frente al negocio se lo aconsejó.

Jesús García Carbajal, vendedor de limonadas, ayudó a la mujer morena y sospechosa del crimen a subir al auto de alquiler la caja que pesaba mucho y hasta recibió una propina de dos pesos.

El chofer Manzano que aseguró haber llevado a la misma mujer hasta la calle de Carpintería recibió también dos pesos por sus servicios, pero según dijo, creyó que la mujer trató de despistarlo al hacer que la llevara hasta la calle citada, pues en aquella “barriada” abundaba en su mayoría gente de escaso recurso y ella portaba un fino abrigo de pieles e iba vestida con elegancia, lo cual le pareció sumamente extraño.

La presunta asesina de "El Kaiser" cayó en poder de la policía

El 4 de septiembre de 1940 se informó del triunfo de las policías que, en una labor conjunta, lograron la captura de la amante del español Allende Portillo, Carmen Mejía Sánchez, sospechosa número uno del asesinato, así como la del chofer José García Manzano, señalado por ella como coautor del delito sanguinario.

Carmen era una mujer ya entrada en años, en cuyo rostro se reflejaban las huellas del tiempo inclemente que había vivido. A decir de los investigadores, se notaba que había sido aleccionada por alguien interesado en salvarla del abismo en que había caído, pues desde los primeros interrogatorios fue evidente que llevaba una coartada absurda con la cual pensaba eludir la acción de la justicia.

Carmen confesó un crimen, pero se únicamente de la sustracción de dinero en efectivo, cuyo monto no fue precisado, que era propiedad del asesinado; eso sí, y en eso fue enfática, ella no lo mató.

Y en su declaración así quiso comprobarlo, puesto que dijo que cuando llegó, el español yacía muerto, tendido en aquel rincón de la cantina, todo bañado en sangre.

Al principio, trastabilló y no supo qué hacer, pero pronto pensó en que si huía para evitar verse inmiscuida en el crimen, alguien podría llegar antes que la policía y llevarse el dinero que ella sabía que El Kaiser guardaba.

Entonces, abrió un cartón de cervezas, que era donde según dijo Allende Portilla ocultaba el dinero; y luego de comprobar que estuviera allí, lo tomó y salió con paso apresurado, llevándose el cartón repleto de dinero para ocultarlo.

Después, los detectives quisieron saber cuánto dinero se había llevado y dónde lo había ocultado; sin embargo, Carmen se hizo pasar por víctima, y en su relato intervino el taxista.

La sospechosa manifestó que el chofer José García se percató del botín cuando abordó el coche; acto seguido, la asaltó y se llevó todo para luego obligarla a bajar en un sitio despoblado y, finalmente, emprender la huida a toda velocidad.

En su defensa, el taxista dijo que todo se trató de una mentira por parte de Carmen, pues él solo la llevó dos calles “adelante” y cuando bajó de la unidad notó su gran nerviosidad, por lo cual resultaba improbable e imposible haber visto el dinero y menos asaltarla.

Todo quedó en suspenso aquel 4 de septiembre y se esperaba que ya bajo un interrogatorio más preciso, Carmen terminara por confesarlo todo, lo cual sucedería el día siguiente.

Insiste en que ella es la que macaneó a Allende Portilla y que no tiene cómplice

Efectivamente, cuando los agentes interrogaron con rigor a Carmen, todo salió a la luz y LA PRENSA anotó que “otro resonante triunfo acababa de anotarse el detective Crispín de Aguilar”. Y eso se debió a que, de acuerdo con la información que se dio a conocer, había resuelto el caso del homicidio del cantinero español a quien llamaban El Kaiser.

Se supo que el homicidio se originó en un drama de miseria vivido intensamente por una modesta familia, que fue de mal en peor, hasta verse involucrada en el asunto.

La policía informó que José Allende Portilla era conocido abarrotero español que llevaba 30 años en nuestro país. Sus amistades lo apodaron “El Kaiser”, debido a los grandes y elegantes bigotes que siempre usó el hispano.

El primero en denunciar el crimen fue el chofer José García Manzano, quien supuestamente llevó a una misteriosa mujer a la calle de Carpintería, habiéndole ayudado a colocar dentro del vehículo el cartón de cerveza -un bulto, dijo el chofer- que contenía una fuerte suma de dinero. Lo dicho por García Manzano generó ciertas sospechas sobre él, pero posteriormente se corroboró su implicación o su inocencia.

La mujer desconocida, después se supo, respondía al nombre de Carmen Mejía Sánchez y era la principal sospechosa.

A su familia se le localizó en Plomeros 17, y doña Regina Sánchez, madre de Carmen, dijo que su hija había desaparecido a causa de un disgusto entre sus parientes.

Carmen era antigua empleada del ilusionista y prestidigitador Alberto García. La joven tenía 18 años de edad y guardaba estupendos atractivos físicos. Revelaba cierta cultura y su léxico era muy correcto; su conversación era amena y aceptó plenamente la responsabilidad del crimen cometido en Peralvillo.

La mujer fue arrestada en el Distrito Federal. Carmen aseguró que su padre había abandonado a la familia desde hacía muchos años y que ella, desesperada por las tristes condiciones de sus parientes, se decidió a solicitar dinero al español, con quien la había presentado el prestidigitador.

Declaró con alarde de desenvoltura y mucha maldad

En la nueva declaración dijo que cierta ocasión en que El Kaiser la invitó a tomar una limonada, se dio cuenta de que guardaba una gran cantidad de dinero y eso la hizo sentir tentación de tomar un poco de lo mucho que miraba, puesto que pasaba por una crítica condición económica y casi estaba a punto de ser lanzada de su casa por falta del pago de renta.

-Primero se me ocurrió pedirle una cantidad de dinero prestada, pero temía que no accediera, siendo unos días después cuando decidí golpearlo -dijo Carmen.

Cuando Carmen le dio el primer golpe, El Kaiser comenzó a insultarla y por eso siguió golpeándolo, debido al coraje que le surgió tras escuchar que la llamaba “una tal por cual”.

Lo golpeó repetidamente en la cabeza hasta que logró someterlo y ya en el suelo, sin sentido, creyó que aun se movía, por eso se acercó hasta su víctima y le tocó el pulso, notando que ya no “brincaba”.

Su mano quedó ensangrentada al sujetarle la mano y así salió con el botín para emprender la huida en el taxi rumbo a su domicilio.

La tarde del jueves 6 de septiembre de 1940, se efectuó la reconstrucción del crimen. Carmen fue llevada a la escena, donde los agentes le pidieron a que les enseñara cómo sucedieron los acontecimientos. Más o menos, del mismo modo, la homicida comenzó con cierta timidez su relato.

Las variantes coincidían en sus rasgos esenciales y, salvo algunos detalles, lo que narró parecía reflejar cómo sucedieron los hechos. Aunque a la hora del hablar de dinero, pareció confusa, pues no recordaba cuánto gastó durante los días que estuvo prófuga, entre alimentos y ropa.

Recordó que le había entregado a su madre 80 pesos y le pareció que el resto, recuperado por la policía, debía ser alrededor de 2000 pesos o más, que estaban bien guardados en una caja de madera que “depositó en la casa de un señor cuyo nombre no recordaba”.

Pero cuando fue a recoger el dinero en la casa de una tal señora Rolón en la quinta calle de Herreros, la caja que había entregado perfectamente clavada, ahora yacía abierta y dentro sólo se encontraron 765 pesos con 25 centavos, el resto -según la culpable- había quedado en manos de sus custodios.

Al terminar la reconstrucción de los hechos, la joven parecía resignada a su suerte. Se mostraba un tanto apesadumbrada por la pena que había causado a su familia. Todavía antes de regresar a la Ampliación en la penitenciaría, fue en busca del redactor de LA PRENSA para informarle que a su madre, Regina Sánchez de Mejía, la habían emborrachado con cubas libres los agentes que investigaban la muerte de El Kaiser y a ella, salvo el caballeroso Crispín de Aguilar, los demás agentes la hicieron objeto de “burlas sangrientas”, pues la obligaron a desnudarse y a realizar ciertas contorsiones poco decorosas.

Una tercera versión le contó Carmen a LA PRENSA. Según registró el reportero del diario de las mayorías, la presunta asesina le relató el 6 de septiembre en la Ampliación de Mujeres que fue a visitar al español y, a insinuaciones de éste, se acostaron ambos en la cama que estaba en el rincón de la cantina y ya acostados, le pidió que le sirviera una cuba libre parándose El Kaiser a preparárselo.

-Fue en esos momentos en que me aproveché para pegarle, pues él se encontraba de espaldas preparando la cuba libre -dijo Carmen.

Un tubo hallado en el rincón de la cantina fue el que utilizó la homicida para terminar con la vida del español.

Después del primer golpe que recibió en la nuca, todo fue más sencillo, la víctima se desvaneció y cayó al piso, donde terminó de golpearlo hasta que creyó que había fallecido; entonces, se detuvo, se acercó a él para sentir su pulso, pero ya no “brincaba” y por eso siguió a su siguiente parte del plan, en la que se apoderó del dinero para huir, creyendo que quedaría impune.

Todavía, tiempo después, Carmen esgrimió otras versiones, en las cuales implicó al chofer García Manzano, no obstante, eran poco creíbles y aunado a ello se presentaban las anteriores declaraciones que prefiguraban la concepción de una mentira de la cual Carmen no podía ya salir, pero que en cierto modo terminaba por confirmar su actuación única en el crimen.

Por último, la señora Regina la desmintió: “Nunca me dio 80 pesos, sólo 40; esa bala suelta de mi hija, nada ni nadie la detiene, qué raro que ahora diga que delinquió por nuestra miseria. Jamás se preocupó por darnos dinero”.

Un pariente del español dijo que el dinero no lo guardaba el cantinero en el banco, porque cuando la Ley Calles, todo su capital que había en depósitos de oro nacional, le fue devuelto en plata, por ello jamás volvió a confiar en el sistema bancario.

Finalmente, Carmen declaró que estaba arrepentida de dar muerte al cantinero español José Allende Portilla mientras que un grupo de mujeres furiosas gritaban amenazas contra la homicida de Peralvillo, en 1940.

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A punto de aclarar el crimen

Aunque ya Carmen estaba tras las rejas, aún faltaba por esclarecer la participación del chofer García Manzano, quien quedó recluido en Lecumberri, pese a que siempre declaró que no tuvo nada que ver, e incluso así lo señalaron las evidencias.

Carmen declaró ser la responsable al principio, pero a los cuatro días se retractó e implicó al chofer. La policía lo detuvo y fue recluido en la Peni, donde permanecía en calidad de detenido, pero sin habérsele comprobado ninguna participación en el crimen, lo cual no hablaba bien del sistema de justicia.

La circunstancia que quizá determinaba que quizá hubo cierta culpabilidad, se sentaba sobre la suposición de que fue él quien dio aviso a las autoridades sobre lo que presenció la noche del crimen.

Entonces desde agosto de 1940 y todavía en enero de 1941, ambos indiciados permanecían encerrados. Lo que mantenía al chofer encerrado fue el hecho de que para los peritos resultaba imposible que Carmen hubiera podido cargar el tubo pesado con el que dieron muerte; es decir, solo la fuerza de un hombre hubiera sido capaz de propiciar tan brutal paliza a la víctima.

Y para este último punto de la investigación, la policía detuvo a dos familiares de Carmen, se trató de Ignacio Cabello y Ramón Vázquez Camello, tío y sobrino respectivamente, a quien en el fondo trató de salvar la criminal sin sospechar que tarde o temprano quedaría aclarada la trágica muerte de José Allende Portilla en el rincón de una cantina.

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Un crimen cuyos rasgos tuvieron una “extraordinaria similitud” con otro cometido -no hacía mucho tiempo- en la persona de Chinta Aznar, señaló el reportero de LA PRENSA; y finalizó, detallando con precisión la hora y el lugar, a saber, el 27 de agosto de 1940 durante la madrugada, en el interior de una cantina situada en la esquina que formaban las calles de Peralvillo y Gorostiza, donde precisamente se ubicaba la entrada de la ciudad y en la desembocadura de la calzada de Guadalupe.

El español José Allende Portillo, de 48 años, y de apodo El Kaiser, fue quien resultó la víctima del crimen. El cadáver fue encontrado a las 0:30 horas en la trastienda de la cantina. Su cabeza, molida a tubazos, y el arma homicida, un tubo de cincuenta centímetros de largo, se encontraba a cierta distancia del cadáver, presentando aún adherencias de masa encefálica, cabellos y sangre.

El policía con placa 649, avisado del crimen por unas mujeres que atendían un puesto de café con “fuerte”, cercano a la cantina, informó a la Tercera Agencia Investigadora del Ministerio Público, y cuando el personal de esta dependencia judicial y policiaca llegó al lugar de los hechos, se vio el siguiente cuadro:

¡Muerto a tubazos!

En la trastienda de la cantina había una pequeña habitación donde Allende Portilla pernoctaba en aquellos días, debido a que tuvo un disgustó y distanciamiento con su amante María Trinidad Maciel, mujer con quien además compartía domicilio en Peralvillo 131.

El cuarto se encontraba en completo desorden y había huellas inequívocas de que se había registrado allí una feroz lucha. Las ropas de la cama se encontraban, algunas sobre sobre el catre y otras al parecer como si las hubieran esparcido sobre el suelo. Y, entintado en sangre a un lado de la cama, se encontraba sin vida el cantinero español.

Una precisión fue hecha: la sangre aún manaba del cuerpo moribundo.

La caja fuerte estaba abierta y había gran cantidad de papeles diseminados por el suelo; inclusive, se encontraron regadas monedas de un peso, que el o los bandidos dejaron olvidadas o ignoraron recoger tras la huida.

La víctima yacía completamente desfigurada y de no ser porque todos sabían que sólo él estaba en aquel lugar, hubiera sido difícil determinar que se trataba del cantinero español José Allende Portilla.

Trascendió, como dato curioso, que sobre el buró estaba dispuesta una cena frugal, consistente en unos emparedados y una limonada, de lo cual los agentes infirieron que al momento del ataque el occiso se disponía a comer; es decir, fue su última cena, pero no la pudo consumir.

Interviene la judicial

El comandante de la Policía Judicial, Crispín de Aguilar, y sus agentes averiguaron lo siguiente:

Que la señora María Trinidad Maciel se había enterado que José tenía otra amante y que, por eso, durante toda la noche, había quedado apostada en un puesto de limonadas que se encontraba precisamente frente a la cantina de su compañero sentimental, desde donde esperaba descubrir quién era la nueva mujer que le robaba el amor de José.

Pero alrededor de la medianoche, vio que una mujer de estatura baja salió de la cantina y en sus brazos llevaba un cartón de cerveza. Caminó hasta donde un automóvil la esperaba, lo abordó y finalmente se alejaron.

Fue entonces cuando María Trinidad decidió asomarse a la cantina, pues la puerta quedó entreabierta. Al llegar, dijo que sintió lo mismo que cuando eres el primero en llegar a un velorio y te recibe un silencio sepulcral. Avanzó y llegó hasta el cuarto donde dormía el español, pero lo que se encontró fue una escena de espanto.

Gritó inmediatamente al mirar el cuadro de horror, dio media vuelta y corrió a la salida. Sus gritos retumbaron en el local. Jesús García Carbajal, quien atendía el puesto de limonadas, y las dos mujeres que vendían café fueron los primeros en conocer los hechos, referidos por María, y se dirigieron a la cantina a corroborar lo qué les había referido.

Todos ellos vieron salir del establecimiento del español a la mujer menudita que llevaba en brazos el cartón de cerveza y que se alejaba en un automóvil de alquiler, por lo que en ese momento se pensó que ella hubiese sido la autora del crimen.

Pista fatal

Como a la una de la madrugada, se presentó ante las autoridades ministeriales el chofer José García, diciendo que, en la esquina de Gorostiza y Peralvillo, una mujer había solicitado sus servicios y, a la vez, su ayuda para subir al vehículo un cartón de cervezas.

-Pero aquel cartón pesaba mucho cuando la dejé en la esquina de Pintores y Carpintería, al bajar nuevamente el bulto sonaron muchos pesos.

Andrés Allende, quien vivía en Guerrero 20, se presentó en las oficinas de la comisaría, identificando el cadáver de su tío. Dijo que su extinto pariente guardaba en la caja fuerte más de 30 mil pesos. Y de las investigaciones que practicó Crispín Aguilar, se pudo confirmar que efectivamente había tal cantidad depositada en la caja del español sacrificado.

Los médicos calculaban que por lo menos el español recibió ocho golpes en el cráneo.

Por su parte, el detective Crispín dijo que, a juzgar por sus investigaciones realizadas hasta el momento, quedaba claro que hubo un cómplice, cuya pista ya era seguida, pues aquel individuo fue el responsable de causar la muerte del cantinero español.

Una circunstancia peculiar en el caso lo llevó a considerar la situación tal como fue planteada. Resulta que había otra puerta por el lado trasero, por donde el criminal probablemente con toda seguridad huyó.

La asesina del español Allende no obró sola

Las investigaciones policiacas llevadas a cabo en relación con el asesinato del tendero/cantinero, José Allende Portilla en el rincón de una cantina, llevaron a la conclusión de que en el crimen intervino un cómplice de la segunda amante del donjuán.

Se estableció que mientras la ésta quedó dentro de la tienda La Ciudad de México, sacando el dinero que el dependiente guardaba en una caja de madera, su cómplice huyó después de dar muerte al español.

En relación con el sobrino y heredero universal del español, Andrés Allende Guerrero, se comentó que sabía más de lo que decía y resultaba muy muy sospechoso el hecho de que la muerte del tío lo beneficiara con creces.

Lo que se conoció fue el hecho de que el sobrino se había convertido en un rival amoroso de su tío, disputándole las caricias de su segunda amante, una mujer que rondaba los 25 años y la cual aparecía como principal sospechosa en la muerte de El Kaiser.

Allende Guerrero fue interrogado y de manera tajante se negó a dar cualquier información relacionada con la segunda amante de su tío, alegando que los caballeros no tenían memoria.

Dijo que creyó saber a quién se referían, pero no recordó el nombre, salvo con vaguedad algo de cómo lucía, pero sin estar seguro. Lo cual indicaba que no quiso comprometerse y mucho menos comprometerla a ella en el homicidio.

No obstante, y con base en la investigación, se determinó que el sobrino se negó a decir la verdad, pues de sobra era sabido que conocía tanto el nombre como a la mujer que dirigió el crimen, pero su deseo era salvarla de la acción de la justicia.

Respecto a la sospechosa, sólo se tenían pocos datos sobre su fisonomía: morena, de estatura baja y no mayor de 25 años. No poseía una belleza sobresaliente, pero era astuta, pues logró meterse en líos con el tendero español tan pronto como se enteró que este guardaba cierta cantidad de dinero, de la cual le dio alguna cantidad de billetes en pago de “las primeras caricias” que le proporcionó la presunta meretriz.

La principal sospechosa fue presentada a su víctima por un amigo íntimo de ambos. Inmediatamente después, la interesada se percató de que su víctima guardaba buena cantidad de dinero, por lo cual pronto urdió el crimen en el cual se estima recibió ayuda de un matón de su confianza.

Lo que dice la primera amante

Trinidad Campos se ofreció a cooperar en todo lo que le fuera posible en la investigación, pese a que no conocía a la otra mujer, pues la noche del crimen, cuando la estuvo esperando en a la salida de la cantina La Ciudad de México, se retiró antes de que la criminal saliera de la tienda, pues una mujer que tenía un puesto frente al negocio se lo aconsejó.

Jesús García Carbajal, vendedor de limonadas, ayudó a la mujer morena y sospechosa del crimen a subir al auto de alquiler la caja que pesaba mucho y hasta recibió una propina de dos pesos.

El chofer Manzano que aseguró haber llevado a la misma mujer hasta la calle de Carpintería recibió también dos pesos por sus servicios, pero según dijo, creyó que la mujer trató de despistarlo al hacer que la llevara hasta la calle citada, pues en aquella “barriada” abundaba en su mayoría gente de escaso recurso y ella portaba un fino abrigo de pieles e iba vestida con elegancia, lo cual le pareció sumamente extraño.

La presunta asesina de "El Kaiser" cayó en poder de la policía

El 4 de septiembre de 1940 se informó del triunfo de las policías que, en una labor conjunta, lograron la captura de la amante del español Allende Portillo, Carmen Mejía Sánchez, sospechosa número uno del asesinato, así como la del chofer José García Manzano, señalado por ella como coautor del delito sanguinario.

Carmen era una mujer ya entrada en años, en cuyo rostro se reflejaban las huellas del tiempo inclemente que había vivido. A decir de los investigadores, se notaba que había sido aleccionada por alguien interesado en salvarla del abismo en que había caído, pues desde los primeros interrogatorios fue evidente que llevaba una coartada absurda con la cual pensaba eludir la acción de la justicia.

Carmen confesó un crimen, pero se únicamente de la sustracción de dinero en efectivo, cuyo monto no fue precisado, que era propiedad del asesinado; eso sí, y en eso fue enfática, ella no lo mató.

Y en su declaración así quiso comprobarlo, puesto que dijo que cuando llegó, el español yacía muerto, tendido en aquel rincón de la cantina, todo bañado en sangre.

Al principio, trastabilló y no supo qué hacer, pero pronto pensó en que si huía para evitar verse inmiscuida en el crimen, alguien podría llegar antes que la policía y llevarse el dinero que ella sabía que El Kaiser guardaba.

Entonces, abrió un cartón de cervezas, que era donde según dijo Allende Portilla ocultaba el dinero; y luego de comprobar que estuviera allí, lo tomó y salió con paso apresurado, llevándose el cartón repleto de dinero para ocultarlo.

Después, los detectives quisieron saber cuánto dinero se había llevado y dónde lo había ocultado; sin embargo, Carmen se hizo pasar por víctima, y en su relato intervino el taxista.

La sospechosa manifestó que el chofer José García se percató del botín cuando abordó el coche; acto seguido, la asaltó y se llevó todo para luego obligarla a bajar en un sitio despoblado y, finalmente, emprender la huida a toda velocidad.

En su defensa, el taxista dijo que todo se trató de una mentira por parte de Carmen, pues él solo la llevó dos calles “adelante” y cuando bajó de la unidad notó su gran nerviosidad, por lo cual resultaba improbable e imposible haber visto el dinero y menos asaltarla.

Todo quedó en suspenso aquel 4 de septiembre y se esperaba que ya bajo un interrogatorio más preciso, Carmen terminara por confesarlo todo, lo cual sucedería el día siguiente.

Insiste en que ella es la que macaneó a Allende Portilla y que no tiene cómplice

Efectivamente, cuando los agentes interrogaron con rigor a Carmen, todo salió a la luz y LA PRENSA anotó que “otro resonante triunfo acababa de anotarse el detective Crispín de Aguilar”. Y eso se debió a que, de acuerdo con la información que se dio a conocer, había resuelto el caso del homicidio del cantinero español a quien llamaban El Kaiser.

Se supo que el homicidio se originó en un drama de miseria vivido intensamente por una modesta familia, que fue de mal en peor, hasta verse involucrada en el asunto.

La policía informó que José Allende Portilla era conocido abarrotero español que llevaba 30 años en nuestro país. Sus amistades lo apodaron “El Kaiser”, debido a los grandes y elegantes bigotes que siempre usó el hispano.

El primero en denunciar el crimen fue el chofer José García Manzano, quien supuestamente llevó a una misteriosa mujer a la calle de Carpintería, habiéndole ayudado a colocar dentro del vehículo el cartón de cerveza -un bulto, dijo el chofer- que contenía una fuerte suma de dinero. Lo dicho por García Manzano generó ciertas sospechas sobre él, pero posteriormente se corroboró su implicación o su inocencia.

La mujer desconocida, después se supo, respondía al nombre de Carmen Mejía Sánchez y era la principal sospechosa.

A su familia se le localizó en Plomeros 17, y doña Regina Sánchez, madre de Carmen, dijo que su hija había desaparecido a causa de un disgusto entre sus parientes.

Carmen era antigua empleada del ilusionista y prestidigitador Alberto García. La joven tenía 18 años de edad y guardaba estupendos atractivos físicos. Revelaba cierta cultura y su léxico era muy correcto; su conversación era amena y aceptó plenamente la responsabilidad del crimen cometido en Peralvillo.

La mujer fue arrestada en el Distrito Federal. Carmen aseguró que su padre había abandonado a la familia desde hacía muchos años y que ella, desesperada por las tristes condiciones de sus parientes, se decidió a solicitar dinero al español, con quien la había presentado el prestidigitador.

Declaró con alarde de desenvoltura y mucha maldad

En la nueva declaración dijo que cierta ocasión en que El Kaiser la invitó a tomar una limonada, se dio cuenta de que guardaba una gran cantidad de dinero y eso la hizo sentir tentación de tomar un poco de lo mucho que miraba, puesto que pasaba por una crítica condición económica y casi estaba a punto de ser lanzada de su casa por falta del pago de renta.

-Primero se me ocurrió pedirle una cantidad de dinero prestada, pero temía que no accediera, siendo unos días después cuando decidí golpearlo -dijo Carmen.

Cuando Carmen le dio el primer golpe, El Kaiser comenzó a insultarla y por eso siguió golpeándolo, debido al coraje que le surgió tras escuchar que la llamaba “una tal por cual”.

Lo golpeó repetidamente en la cabeza hasta que logró someterlo y ya en el suelo, sin sentido, creyó que aun se movía, por eso se acercó hasta su víctima y le tocó el pulso, notando que ya no “brincaba”.

Su mano quedó ensangrentada al sujetarle la mano y así salió con el botín para emprender la huida en el taxi rumbo a su domicilio.

La tarde del jueves 6 de septiembre de 1940, se efectuó la reconstrucción del crimen. Carmen fue llevada a la escena, donde los agentes le pidieron a que les enseñara cómo sucedieron los acontecimientos. Más o menos, del mismo modo, la homicida comenzó con cierta timidez su relato.

Las variantes coincidían en sus rasgos esenciales y, salvo algunos detalles, lo que narró parecía reflejar cómo sucedieron los hechos. Aunque a la hora del hablar de dinero, pareció confusa, pues no recordaba cuánto gastó durante los días que estuvo prófuga, entre alimentos y ropa.

Recordó que le había entregado a su madre 80 pesos y le pareció que el resto, recuperado por la policía, debía ser alrededor de 2000 pesos o más, que estaban bien guardados en una caja de madera que “depositó en la casa de un señor cuyo nombre no recordaba”.

Pero cuando fue a recoger el dinero en la casa de una tal señora Rolón en la quinta calle de Herreros, la caja que había entregado perfectamente clavada, ahora yacía abierta y dentro sólo se encontraron 765 pesos con 25 centavos, el resto -según la culpable- había quedado en manos de sus custodios.

Al terminar la reconstrucción de los hechos, la joven parecía resignada a su suerte. Se mostraba un tanto apesadumbrada por la pena que había causado a su familia. Todavía antes de regresar a la Ampliación en la penitenciaría, fue en busca del redactor de LA PRENSA para informarle que a su madre, Regina Sánchez de Mejía, la habían emborrachado con cubas libres los agentes que investigaban la muerte de El Kaiser y a ella, salvo el caballeroso Crispín de Aguilar, los demás agentes la hicieron objeto de “burlas sangrientas”, pues la obligaron a desnudarse y a realizar ciertas contorsiones poco decorosas.

Una tercera versión le contó Carmen a LA PRENSA. Según registró el reportero del diario de las mayorías, la presunta asesina le relató el 6 de septiembre en la Ampliación de Mujeres que fue a visitar al español y, a insinuaciones de éste, se acostaron ambos en la cama que estaba en el rincón de la cantina y ya acostados, le pidió que le sirviera una cuba libre parándose El Kaiser a preparárselo.

-Fue en esos momentos en que me aproveché para pegarle, pues él se encontraba de espaldas preparando la cuba libre -dijo Carmen.

Un tubo hallado en el rincón de la cantina fue el que utilizó la homicida para terminar con la vida del español.

Después del primer golpe que recibió en la nuca, todo fue más sencillo, la víctima se desvaneció y cayó al piso, donde terminó de golpearlo hasta que creyó que había fallecido; entonces, se detuvo, se acercó a él para sentir su pulso, pero ya no “brincaba” y por eso siguió a su siguiente parte del plan, en la que se apoderó del dinero para huir, creyendo que quedaría impune.

Todavía, tiempo después, Carmen esgrimió otras versiones, en las cuales implicó al chofer García Manzano, no obstante, eran poco creíbles y aunado a ello se presentaban las anteriores declaraciones que prefiguraban la concepción de una mentira de la cual Carmen no podía ya salir, pero que en cierto modo terminaba por confirmar su actuación única en el crimen.

Por último, la señora Regina la desmintió: “Nunca me dio 80 pesos, sólo 40; esa bala suelta de mi hija, nada ni nadie la detiene, qué raro que ahora diga que delinquió por nuestra miseria. Jamás se preocupó por darnos dinero”.

Un pariente del español dijo que el dinero no lo guardaba el cantinero en el banco, porque cuando la Ley Calles, todo su capital que había en depósitos de oro nacional, le fue devuelto en plata, por ello jamás volvió a confiar en el sistema bancario.

Finalmente, Carmen declaró que estaba arrepentida de dar muerte al cantinero español José Allende Portilla mientras que un grupo de mujeres furiosas gritaban amenazas contra la homicida de Peralvillo, en 1940.

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A punto de aclarar el crimen

Aunque ya Carmen estaba tras las rejas, aún faltaba por esclarecer la participación del chofer García Manzano, quien quedó recluido en Lecumberri, pese a que siempre declaró que no tuvo nada que ver, e incluso así lo señalaron las evidencias.

Carmen declaró ser la responsable al principio, pero a los cuatro días se retractó e implicó al chofer. La policía lo detuvo y fue recluido en la Peni, donde permanecía en calidad de detenido, pero sin habérsele comprobado ninguna participación en el crimen, lo cual no hablaba bien del sistema de justicia.

La circunstancia que quizá determinaba que quizá hubo cierta culpabilidad, se sentaba sobre la suposición de que fue él quien dio aviso a las autoridades sobre lo que presenció la noche del crimen.

Entonces desde agosto de 1940 y todavía en enero de 1941, ambos indiciados permanecían encerrados. Lo que mantenía al chofer encerrado fue el hecho de que para los peritos resultaba imposible que Carmen hubiera podido cargar el tubo pesado con el que dieron muerte; es decir, solo la fuerza de un hombre hubiera sido capaz de propiciar tan brutal paliza a la víctima.

Y para este último punto de la investigación, la policía detuvo a dos familiares de Carmen, se trató de Ignacio Cabello y Ramón Vázquez Camello, tío y sobrino respectivamente, a quien en el fondo trató de salvar la criminal sin sospechar que tarde o temprano quedaría aclarada la trágica muerte de José Allende Portilla en el rincón de una cantina.

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