/ viernes 16 de febrero de 2024

La daga en el pecho: Otilia asesinó a su esposo en legítima defensa

No fue ella la que se convirtió en asesina, la circunstancia la orilló a defenderse para poder vivir en paz

En 1960, La Prensa dio cuenta de la primera autoviuda del año. Los protagonistas de la tragedia fueron Otilia Lazcano García Rivera y Claudio Pardo de Fernández, de 32 y 52 años de edad, respectivamente, quienes se encontraban casados desde hacía cuatro años.

Se informó que, en presencia de sus dos hijas, tras agria discusión, la mujer española asesinó a su esposo de certera puñalada en el corazón. El escenario de la tragedia pasional fue en Plaza de Melchor Ocampo 14 departamento 1, colonia Cuauhtémoc. Los celos y el dinero fueron, en apariencia, los móviles del asesinato.

Ella argumentó -según relató el reportero-, entre un mar de lágrimas, que actuó en legítima defensa, pues por un instante no fue consciente de lo que estaba sucediendo, como si la realidad se enturbiara y no pudiera asimilar los acontecimientos y, mucho menos, lo que devendría; todo ello provocado por la reiteración de una prolongada vida expuesta al maltrato y el desprecio que le daba Claudio.

Desde hacía 90 días, aproximadamente, se encontraban separados y él sólo iba a visitar a sus hijas, María Teresa y Otilia, de cuatro y tres años de edad, respectivamente. Ellas fueron, como siempre ocurre en las disputas cuando hay un hiato entre amantes, las verdaderas víctimas de la tragedia.

Los hechos de sangre y lágrimas tuvieron lugar en los primeros minutos de la madrugada del lunes 4 de enero de 1960, cuando Otilia concluyó la discusión de un modo inesperado; sujetó un puñal que estaba sobre la mesa de centro y lo hundió en el corazón de su esposo, quien por extraño que pudiera parecer no murió instantáneamente, sino que padeció una terrible agonía media hora, hasta que expiró en el hospital de la Cruz Roja.

Otilia dijo que ni se dio cuenta de cómo segó la existencia de su marido y que, por esa razón, lo acompañó hasta las instalaciones de la benemérita institución, donde se puso a disposición de las autoridades.

-No sabía que le había dado muerte -declaró, Otilia, mientras se cubría con las manos el rostro y detrás de ese muro se escuchó su llanto tenue.

Cuando fue requerida para declarar, una vez que estuvo en los separos de la Policía Judicial del Distrito, permaneció en un histerismo profundo, como si dentro de ella las interrogaciones la asediaran, por qué, cómo, qué pasó. Algo que no podía responderse y mucho menos responder a alguien más, por eso se negó a dar más declaraciones y tampoco firmó el acta levantada por consejo de su abogado defensor.

Reportero de La Prensa entrevistó a la autoviuda

LA PRENSA habló con Otilia Lazcano, quien mostrándose sumamente nerviosa y sin dejar de llorar, cubriéndose el rostro con las manos y recargada sobre la reja de los separos de la Judicial del entonces Distrito Federal, empezó a hacer el relato de su vida. De acuerdo con sus declaraciones, durante cuatro años vivió entre la angustia y la pobreza, pues su marido era un despreocupado y pocas veces cumplió con sus obligaciones contraídas al casarse.

En muchas oportunidades, Claudio se concretó a darle 15 o 20 pesos diarios, pero la mayor parte de su matrimonio simplemente se dedicó a vivir a expensas de la ayuda de sus familiares. Y no fue sino hasta hacía un año, más o menos, cuando consiguió empleo, y, sin embargo, dijo Otilia, sólo veía por él.

Otilia era originaria de Extremadura, España, y se encontraba en México en calidad de emigrada. Antes, hacía seis años, permaneció en nuestro país como turista y fue cuando formalizó sus relaciones con Claudio.

Sin dejar de asirse a los barrotes de la reja, pero como si estuviera perdiendo las fuerzas en las piernas, Otilia siguió diciendo, muy pausadamente, que Claudio llevaba una vida regalada y sin importarle nada en absoluto.

De hecho, siempre se caracterizó por darle mala vida y por tenerla arrimada a otras familias, para así evitar los gastos del hogar, contó la extremeña al reportero del diario de las mayorías mientras buscaba en sus recuerdos algo grato o dulce que pudiera decir de su matrimonio, sin hallarlo.

En 1954 llegó a México, traída por Claudio, ya que éste acostumbraba ir a España en invierno, y en uno de sus viajes conoció a Otilia, quien al poco tiempo sería su esposa y aceptaría radicar en nuestro país.

-Claudio Pardo Fernández -dijo Otilia- no podía casarse conmigo en España, porque allá era casado, por esa razón decidimos venir a México y aquí fundar nuestro hogar que, desgraciadamente tuvo un final horrible…, infeliz…

Después, guardó silencio un momento, porque la tristeza se apoderó de sus sentimientos y comenzó a llorar, pero luego, entre sollozos, dijo que sabía que Claudio vivió mucho tiempo con su madre, Juana Champión, en la población de Huatusco, Veracruz, y que ella nunca supo de la mala vida que su hijo les daba, tanto a su mujer como a sus dos hijas.

-Nuestra vida era un infierno, no era posible seguir así -comentó, tras aferrarse nuevamente de los barrotes de la reja-. Sí, yo lo maté, pero, créanlo, él quiso hacer conmigo lo mismo y tuve que defenderme, no por mí, sino por mis hijas.

Al fin, después de mucho tiempo, levantó el rostro. Se arregló la mascada de seda amarilla; se quedó pensativa unos segundos y, sin dejar de llorar, preguntó por el paradero de las niñas.

-Deseo que María Teresa y Otilia se queden con mi amiga, Teresa López de Carrizona; ella las cuidará mientras salgo -dijo, para señalar a continuación que no había tenido otro recurso para salvarse que el de matar a Claudio.

Meses de angustia

El reportero de La Prensa prosiguió con la serie de preguntas, para tratar de desentrañar las vicisitudes del caso que por sí mismo encerraba una incógnita mayor al del simple asesinato y era el hecho de por qué o hasta cuanto dura eso que llamaba mala vida.

-Si él tenía dinero, como parece, ¿por qué no vivían en un solo departamento? -preguntó el reportero de aquella época.

-Cuando nos casamos, alquilamos un departamento en Vicente Suárez 99, esquina con Cuernavaca, pero nos lanzaron por adeudar varios meses de renta. Claudio fue siempre un desobligado.

-¿Qué hizo después Claudio ante esa situación? -se le inquirió a Otilia.

-Me dijo que nos fuéramos a la casa de mi amiga, María Teresa López de Carrizona, quien nos aceptó con gusto. Eso ocurrió hace tres meses.

Y sin hacer ninguna pregunta más, siguió hablando la señora, manifestando que estaba muy agobiada y que muchas cosas no sabía por qué las hacía o las decía.

-Hace 90 días empezó mi calvario, es decir, aumentó el infierno en nuestro hogar. Quince días después de haber llegado a la casa de María Teresa, mi marido y yo tuvimos un fuerte disgusto; no me pregunte por qué -dijo airadamente.

-¿Por qué fue ese disgusto y qué consecuencias tuvo de inmediato? -insistió el reportero de LA PRENSA.

-Antes de que llegáramos al departamento de María Teresa, Claudio se había vuelto un hombre de conducta pésima y se negó a seguir cubriendo los gastos; ustedes pueden imaginarse lo que esto ocasionó, pues no era posible seguir al lado de una amiga, para que nos mantuviera a todos.

Ante la tensa situación, tuvo que dedicarse a coser ropa para diversas casas comerciales. Mientras tanto, su marido recibía diferentes cantidades de dinero por parte de sus primos Juan y Martín Gómez, socios de Liverpool Motors, que despilfarraba. Claudio luego encontró empleo como representante comercial, siguió sin dar dinero para el sostenimiento de su hogar.

Y nuevamente, exclamó entre incontenible llanto:

-Me golpeaba, no se conformaba con no darme efectivo, sino que quería quitarme, incluso, la vida y dejar en la desgracia a mis hijas, eso no fue posible aguantarlo…

En momentos de crsisis, sobrevino la tragedia

Otilia después comenzó a narrar los acontecimientos de la noche trágica del domingo 3 y la madrugada del lunes 4 de enero de 1960. Comenzó el relato cuando Claudio fue a buscarla por la tarde, alrededor de las 17 horas, pero al no encontrarla se marchó para regresar más tarde.

Alrededor del cuarto para las 12 de la noche, llegó Claudio al edificio de Melchor Ocampo 14, y después habló por el interfono para que le abrieran la puerta, pero ante la negativa, entró por la fuerza, subió las escaleras y llegó al departamento número 1, donde dando puntapiés y lanzándose contra la puerta, logró abrirla.

Minutos después, comenzó la discusión -de la cual fue testigo el portero Abraham Díaz Baeza, hecho que confirmó el reportero de LA PRENSA-; entonces, hablaron sobre los problemas económicos y la necesidad de cambiar de vida, pues no podían seguir en calidad de “arrimados” en esa casa, pese que los habían recibido de muy buena manera.

Dijo Otilia que su marido, debido al disgusto, perdió los estribos y en ese momento despertaron las niñas por los gritos, entonces intervino la sirvienta Martha, pero Claudio la empujó para “que no se metiera en asuntos privados” y continuó el pleito.

-Entonces, sin pensar en matarlo, tomé un puñal que estaba en la mesa de centro, era un adorno de él, pues entre sus aficiones estaba la de cazar -relató la viuda al reportero mientras comenzaba nuevamente a temblar como si el recuerdo se tambaleante quisiera desaparecer, pero al mismo tiempo se aferrara.

Otilia hizo una pausa, recordando cómo actuaba su marido cuando salía a cazar, y entonces se dio cuenta que sintió la misma mirada de él cuando llegaba con una presa.

-Tuvimos un forcejeo -agregó-, pues quiso darme muerte también él y fue cuando no sé todavía cómo, le clavé el puñal en el corazón. Al ver que sangraba y se quejaba amargamente por su mala suerte, llamé a la Cruz Roja y todavía sobrevivió como 30 minutos.

Claudio falleció alrededor de la 1:25 de la madrugada. Otilia confesó no haber hecho nada malo.

Se estaban divorciando

En declaraciones que hizo la extremeña al Ministerio Público en la Séptima Delegación, asentó que por la mala vida que llevaba, estaba tramitando su divorcio, sólo que las diligencias quedaron pendientes por las vacaciones decembrinas, pero que, precisamente, a principios de enero iba a reanudar se el trámite.

Otilia expresó que Claudio siempre se negó a concederle la separación legal, pues él sabía que, de aceptar, tendría que pasar forzosamente una pensión alimenticia y no contaba con dinero suficiente para ello.

Más tarde, ante el licenciado Héctor Falcón Calderón, declaró la española que la crisis nerviosa que le atacó en aquellos momentos posteriores a la tragedia, la hacía olvidar muchas cosas y que sólo recordaba vagamente que un licenciado de apellido De Alba era quien llevaba adelante el divorcio.

Hasta el mediodía del lunes 4, el cuerpo de Claudio estaba depositado en el anfiteatro de la Cruz Roja; en el acta se asentó que había sido recibido con vida, presentando una lesión en el segundo espacio intercostal, a un centímetro del borde externo izquierdo (exactamente por donde cruza la aorta). La herida fue causada por arma punzocortante de 30 centímetros de largo, labrada en hueso y metal, misma que había sido entregada a las autoridades judiciales.

Al principio, nadie se había presentado para identificar el cadáver y solicitarlo; únicamente una señora de apellido De Sancho, esposa de un amigo del occiso, pero dijo que no podía identificar el cuerpo hasta que se presentara su marido.

Después de las 14 horas, fue autorizada la salida del cuerpo, que fue solicitado por los señores José Trápaga y Martín Gómez, primo de Claudio, quienes lo velaron y lo sepultaron en el Panteón Español.

Se niega a declarar y firmar

En la Mesa 15 de la Procuraduría de Justicia del Distrito, ante el licenciado Alfonso Guido, fue presentada Otilia, quien se hizo acompañar por su defensor, pero se negó a declarar y tampoco quiso firmar el acta levantada.

-No puedo más, ya no puedo más… Que no me retraten… no sé nada -dijo Otilia vagamente al ser interrogada.

Auxiliada por su defensor, manifestó que por el estado físico moral que pasaba, no podía decir nada y que, ante el juez, lo diría todo, ya con más calma. Y ante la constante negativa para declarar, solicitó un tiempo de descanso y aseguró que nada tenía que añadir.

Al día siguiente tuvo lugar un verdadero sainete. El sistema empleado por el defensor de Otilia Lazcano, licenciado Javier Olea Muñoz, era de la escuela de Gómez Mont, defensor de anteriores conyugicidas.

Otilia se desmayaba ante el personal del juzgado; la auxiliaba la defensa y pedía la intervención de un médico “con urgencia”; ella lloraba desconsolada y el abogado pedía que los fotógrafos de prensa fueran retirados del lugar y los testigos eran ocultados. Todo era la trama de una farsa para impresionar al titular del juzgado, en donde rindió su declaración preparatoria ante la licenciada Rosa María Ponce Esparza.

Intenso drama conyugal

Cuando la autoviuda estaba en los separos de la Procuraduría, un hombre vestido sobriamente de negro, con apariencia de sacerdote, había acudido a prestar “auxilio espiritual” a la homicida; y, al poco tiempo, el mismo individuo se presentó en un programa de televisión para hablar sobre el caso.

Las testigos, la nana Martha y la señora María Teresa, fueron retenidas para que no intervinieran, toda vez que la defensa trató de ganar tiempo, pero no fue mucho puesto que el juez pidió que se presentaran a testificar cuanto antes.

La declaración preparatoria de Otilia, por su parte, comenzó alrededor de las 14 horas en medio del aparato formado por la defensa.

-Sí, sí, ratifico mi declaración -dijo la acusada.

Y después, en su performance bien meditado y casi perfecto para causar el efecto deseado, el cual la llevaría a la libertad, prosiguió:

-Claudio llegó a casa hecho una fiera, así se ponía cuando tomaba o se inyectaba cocaína, rompió la puerta y empezó a golpearme en medio de tremendos insultos -dijo la hispana cautiva-. Caí en un sillón, medio perdí el conocimiento. Trataba de ahogarme con sus manos. La sirvienta Martha, tratando de librarme de la golpiza, recibió también su parte de tormento. Claudio se calmó un poco, entonces me dijo que se iba a llevar a mis hijitas porque yo no las podía mantener.

Arguyó que como le había pedido el divorcio para casarme, él recogería a las niñas y que, antes de permitirme contraer nuevas nupcias, me mataría. Cuando me decía aquello, Claudio se encendía más y más. En la mesita de sala había una daga toledana, de cacería, la tomó y se lanzó al teléfono mientras me gritaba que iba a llamar una patrulla para que se llevara a las niñas.

No pude más, cuando me sentí amenazada con perder a mis hijas, me abalancé sobre él. Claudio sostenía la daga entre sus manos, forcejeamos y sentí cómo se le enterraba en el pecho la hoja. Me miró espantado, se sacó el puñal que lo lastimaba mucho y cayó sentado en otro sillón.

Todo sucedió en un instante. Le tapé la herida con mis manos y después con algodón. Llegó una ambulancia y lo acompañé al hospital. Estaba asustada. En tres ocasiones anteriores él había intentado matarme, dos por estrangulación y otra a balazos.

Nada la salvó de pisar Lecumberri

El abogado defensor, Javier Olea Muñoz, esgrimió como armas principales el miedo grave y la defensa de la propia vida. Y el jueves 7 de enero de 1960, todo hacía suponer que al vencer el término constitucional que marca la ley para que se determinara la situación jurídica que correspondía a Otilia Lazcano García Rivera, la juez instructora de la causa iba a dictar el auto de formal prisión, basándose para ello en el dictamen de los médicos legistas encargados de practicar la autopsia al cadáver de Claudio Pardo, así como en la confesión inicial de la propia acusada.

Ese día declaró la dueña del departamento donde ocurrieron los hechos, que desde el principio se dio cuenta de la discusión, pero que no intervino porque se trataba de algo personal y familiar. Cuando volvió a poner atención era que Claudio había golpeado a Otilia, haciendo lo propio con la sirvienta y luego “se sacó del pecho una daga que le había lesionado de gravedad”.

Algunas compresas de nada sirvieron para contener la hemorragia y Claudio fue llevado a la benemérita institución, donde murió poco tiempo después de su ingreso.

Ella sabía, dijo, que Claudio era un desempleado irresponsable que cuando llevaba algún dinero a casa, era en calidad de préstamo facilitado por sus familiares.

Martha Ibarra, empleada doméstica, dijo que atendía a las niñas de los Pardo y que cuando tuvo lugar la riña, Claudio estaba sentado.

La autopsia demostró que, según la trayectoria de la daga toledana, Claudio estaba en un plano inferior en relación a su agresora, Otilia. Y los familiares del occiso dijeron que “calumnias de lo más infame es lo que Otilia había estado declarando”.

José “N”, funcionario de la negociación Liverpool Motors, aseguró que Claudio era un hombre de vida ordenada; en contadas ocasiones tomaba licor, no fumaba y menos era adicto a la cocaína. Era agente de una fábrica de caucho “y no tenía dinero suficiente para mantener a su familia, pero les entregaba lo más que podía”.

Le esperan 20 años de cárcel

Y la jueza Rosa María Ponce dictó auto de formal prisión contra Otilia Lazcano y dijo que por el momento no operaba la concurrencia de excluyente de responsabilidad a que hacía referencia el artículo 15 del Código Penal.

También expresó que no se aludió a un acto de Claudio que pudiera haber sido constitutivo de agresión, ya que, según los declarantes, tomó el teléfono teniendo en la mano una daga, pero con el arma no trató de hacer daño a Otilia, de tal suerte que para el 8 de junio de aquel año, le fue imposible eludir el encierro.

La resolución de la jueza resultó tras analizar la versión de la inculpada, pues expresó que se contradijo, ya que si hubiera sido golpeada -como afirmó- los impactos hubieran dejado forzosamente marcas, no obstante, al ser examinada por el médico legista, no se observó ninguna laceración, tal como lo acreditó el certificado; aun cuando la indiciada dijo que obró en legítima defensa al sentir que su vida corría peligro.

Por otra parte, también los testimonios de los testigos que hablaron a favor de la asesina, también incurrieron en inconsistencias, por lo que fue de llamar la atención que los hechos probablemente ocurrieron de un modo diferente a como los querían hacer pasar.

Los días pasaron y Otilia parecía estar en un túnel sin salida. El 1 de febrero de aquel año se llevó a cabo la reconstrucción de los hechos, al que asistió “La viuda alegre” o “La viuda número 10”, como dijo que la bautizaron sus compañeras de celda.

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La postura de la defensa de “La viuda alegre” fue que ella no mató a su esposo, sino que en un forcejeo él mismo se hirió; además, se adhirió a los principios de “miedo grave y defensa de la vida”.

Por su parte, el agente del Ministerio Público declaró para LA PRENSA: “La defensa quiere impresionar con esta maniobra -se refería a la reconstrucción de los hechos-, pero lo más seguro o más bien dicho, lo único que puede suceder es que se dicte un fallo condenatorio contra Otilia, y pude ser condenada a 20 años de prisión”.

Durante la reconstrucción, el abogado defensor interrumpió constantemente, pues a toda costa trató de que los testigos actuaran de acuerdo con el guión que les había enseñado.

Y, en su opinión, su defendida saldría libre por absolución, cosa que al Ministerio Público le resultaba imposible.

Al término de la diligencia, la acusada regresó a su celda a esperar a que el proceso siguiera su curso y a rezar porque pronto lograra salir de prisión para reunirse con sus hijas.

Pero no sucedió así, ya que a los días le siguieron las semanas y luego meses y ella aun no recobraba su libertad. La esperanza se iba diluyendo poco a poco y comenzaba a resignarse a pasar media vida tras las rejas.

Hasta que el jueves 30 de junio de 1930, el diario de las mayorías informó que al comprobarse la legítima defensa en la muerte de Claudio, Otilia recobró su libertad. Y todo se debió a la apelación que llevó a cabo su abogado, quien en todo momento creyó en la inocencia de su defendida y realizó todas las diligencias para comprobar que, en ese caso, la justicia se había equivocado y era preciso corregir la sentencia que liberaría a Otilia de prisión.

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En 1960, La Prensa dio cuenta de la primera autoviuda del año. Los protagonistas de la tragedia fueron Otilia Lazcano García Rivera y Claudio Pardo de Fernández, de 32 y 52 años de edad, respectivamente, quienes se encontraban casados desde hacía cuatro años.

Se informó que, en presencia de sus dos hijas, tras agria discusión, la mujer española asesinó a su esposo de certera puñalada en el corazón. El escenario de la tragedia pasional fue en Plaza de Melchor Ocampo 14 departamento 1, colonia Cuauhtémoc. Los celos y el dinero fueron, en apariencia, los móviles del asesinato.

Ella argumentó -según relató el reportero-, entre un mar de lágrimas, que actuó en legítima defensa, pues por un instante no fue consciente de lo que estaba sucediendo, como si la realidad se enturbiara y no pudiera asimilar los acontecimientos y, mucho menos, lo que devendría; todo ello provocado por la reiteración de una prolongada vida expuesta al maltrato y el desprecio que le daba Claudio.

Desde hacía 90 días, aproximadamente, se encontraban separados y él sólo iba a visitar a sus hijas, María Teresa y Otilia, de cuatro y tres años de edad, respectivamente. Ellas fueron, como siempre ocurre en las disputas cuando hay un hiato entre amantes, las verdaderas víctimas de la tragedia.

Los hechos de sangre y lágrimas tuvieron lugar en los primeros minutos de la madrugada del lunes 4 de enero de 1960, cuando Otilia concluyó la discusión de un modo inesperado; sujetó un puñal que estaba sobre la mesa de centro y lo hundió en el corazón de su esposo, quien por extraño que pudiera parecer no murió instantáneamente, sino que padeció una terrible agonía media hora, hasta que expiró en el hospital de la Cruz Roja.

Otilia dijo que ni se dio cuenta de cómo segó la existencia de su marido y que, por esa razón, lo acompañó hasta las instalaciones de la benemérita institución, donde se puso a disposición de las autoridades.

-No sabía que le había dado muerte -declaró, Otilia, mientras se cubría con las manos el rostro y detrás de ese muro se escuchó su llanto tenue.

Cuando fue requerida para declarar, una vez que estuvo en los separos de la Policía Judicial del Distrito, permaneció en un histerismo profundo, como si dentro de ella las interrogaciones la asediaran, por qué, cómo, qué pasó. Algo que no podía responderse y mucho menos responder a alguien más, por eso se negó a dar más declaraciones y tampoco firmó el acta levantada por consejo de su abogado defensor.

Reportero de La Prensa entrevistó a la autoviuda

LA PRENSA habló con Otilia Lazcano, quien mostrándose sumamente nerviosa y sin dejar de llorar, cubriéndose el rostro con las manos y recargada sobre la reja de los separos de la Judicial del entonces Distrito Federal, empezó a hacer el relato de su vida. De acuerdo con sus declaraciones, durante cuatro años vivió entre la angustia y la pobreza, pues su marido era un despreocupado y pocas veces cumplió con sus obligaciones contraídas al casarse.

En muchas oportunidades, Claudio se concretó a darle 15 o 20 pesos diarios, pero la mayor parte de su matrimonio simplemente se dedicó a vivir a expensas de la ayuda de sus familiares. Y no fue sino hasta hacía un año, más o menos, cuando consiguió empleo, y, sin embargo, dijo Otilia, sólo veía por él.

Otilia era originaria de Extremadura, España, y se encontraba en México en calidad de emigrada. Antes, hacía seis años, permaneció en nuestro país como turista y fue cuando formalizó sus relaciones con Claudio.

Sin dejar de asirse a los barrotes de la reja, pero como si estuviera perdiendo las fuerzas en las piernas, Otilia siguió diciendo, muy pausadamente, que Claudio llevaba una vida regalada y sin importarle nada en absoluto.

De hecho, siempre se caracterizó por darle mala vida y por tenerla arrimada a otras familias, para así evitar los gastos del hogar, contó la extremeña al reportero del diario de las mayorías mientras buscaba en sus recuerdos algo grato o dulce que pudiera decir de su matrimonio, sin hallarlo.

En 1954 llegó a México, traída por Claudio, ya que éste acostumbraba ir a España en invierno, y en uno de sus viajes conoció a Otilia, quien al poco tiempo sería su esposa y aceptaría radicar en nuestro país.

-Claudio Pardo Fernández -dijo Otilia- no podía casarse conmigo en España, porque allá era casado, por esa razón decidimos venir a México y aquí fundar nuestro hogar que, desgraciadamente tuvo un final horrible…, infeliz…

Después, guardó silencio un momento, porque la tristeza se apoderó de sus sentimientos y comenzó a llorar, pero luego, entre sollozos, dijo que sabía que Claudio vivió mucho tiempo con su madre, Juana Champión, en la población de Huatusco, Veracruz, y que ella nunca supo de la mala vida que su hijo les daba, tanto a su mujer como a sus dos hijas.

-Nuestra vida era un infierno, no era posible seguir así -comentó, tras aferrarse nuevamente de los barrotes de la reja-. Sí, yo lo maté, pero, créanlo, él quiso hacer conmigo lo mismo y tuve que defenderme, no por mí, sino por mis hijas.

Al fin, después de mucho tiempo, levantó el rostro. Se arregló la mascada de seda amarilla; se quedó pensativa unos segundos y, sin dejar de llorar, preguntó por el paradero de las niñas.

-Deseo que María Teresa y Otilia se queden con mi amiga, Teresa López de Carrizona; ella las cuidará mientras salgo -dijo, para señalar a continuación que no había tenido otro recurso para salvarse que el de matar a Claudio.

Meses de angustia

El reportero de La Prensa prosiguió con la serie de preguntas, para tratar de desentrañar las vicisitudes del caso que por sí mismo encerraba una incógnita mayor al del simple asesinato y era el hecho de por qué o hasta cuanto dura eso que llamaba mala vida.

-Si él tenía dinero, como parece, ¿por qué no vivían en un solo departamento? -preguntó el reportero de aquella época.

-Cuando nos casamos, alquilamos un departamento en Vicente Suárez 99, esquina con Cuernavaca, pero nos lanzaron por adeudar varios meses de renta. Claudio fue siempre un desobligado.

-¿Qué hizo después Claudio ante esa situación? -se le inquirió a Otilia.

-Me dijo que nos fuéramos a la casa de mi amiga, María Teresa López de Carrizona, quien nos aceptó con gusto. Eso ocurrió hace tres meses.

Y sin hacer ninguna pregunta más, siguió hablando la señora, manifestando que estaba muy agobiada y que muchas cosas no sabía por qué las hacía o las decía.

-Hace 90 días empezó mi calvario, es decir, aumentó el infierno en nuestro hogar. Quince días después de haber llegado a la casa de María Teresa, mi marido y yo tuvimos un fuerte disgusto; no me pregunte por qué -dijo airadamente.

-¿Por qué fue ese disgusto y qué consecuencias tuvo de inmediato? -insistió el reportero de LA PRENSA.

-Antes de que llegáramos al departamento de María Teresa, Claudio se había vuelto un hombre de conducta pésima y se negó a seguir cubriendo los gastos; ustedes pueden imaginarse lo que esto ocasionó, pues no era posible seguir al lado de una amiga, para que nos mantuviera a todos.

Ante la tensa situación, tuvo que dedicarse a coser ropa para diversas casas comerciales. Mientras tanto, su marido recibía diferentes cantidades de dinero por parte de sus primos Juan y Martín Gómez, socios de Liverpool Motors, que despilfarraba. Claudio luego encontró empleo como representante comercial, siguió sin dar dinero para el sostenimiento de su hogar.

Y nuevamente, exclamó entre incontenible llanto:

-Me golpeaba, no se conformaba con no darme efectivo, sino que quería quitarme, incluso, la vida y dejar en la desgracia a mis hijas, eso no fue posible aguantarlo…

En momentos de crsisis, sobrevino la tragedia

Otilia después comenzó a narrar los acontecimientos de la noche trágica del domingo 3 y la madrugada del lunes 4 de enero de 1960. Comenzó el relato cuando Claudio fue a buscarla por la tarde, alrededor de las 17 horas, pero al no encontrarla se marchó para regresar más tarde.

Alrededor del cuarto para las 12 de la noche, llegó Claudio al edificio de Melchor Ocampo 14, y después habló por el interfono para que le abrieran la puerta, pero ante la negativa, entró por la fuerza, subió las escaleras y llegó al departamento número 1, donde dando puntapiés y lanzándose contra la puerta, logró abrirla.

Minutos después, comenzó la discusión -de la cual fue testigo el portero Abraham Díaz Baeza, hecho que confirmó el reportero de LA PRENSA-; entonces, hablaron sobre los problemas económicos y la necesidad de cambiar de vida, pues no podían seguir en calidad de “arrimados” en esa casa, pese que los habían recibido de muy buena manera.

Dijo Otilia que su marido, debido al disgusto, perdió los estribos y en ese momento despertaron las niñas por los gritos, entonces intervino la sirvienta Martha, pero Claudio la empujó para “que no se metiera en asuntos privados” y continuó el pleito.

-Entonces, sin pensar en matarlo, tomé un puñal que estaba en la mesa de centro, era un adorno de él, pues entre sus aficiones estaba la de cazar -relató la viuda al reportero mientras comenzaba nuevamente a temblar como si el recuerdo se tambaleante quisiera desaparecer, pero al mismo tiempo se aferrara.

Otilia hizo una pausa, recordando cómo actuaba su marido cuando salía a cazar, y entonces se dio cuenta que sintió la misma mirada de él cuando llegaba con una presa.

-Tuvimos un forcejeo -agregó-, pues quiso darme muerte también él y fue cuando no sé todavía cómo, le clavé el puñal en el corazón. Al ver que sangraba y se quejaba amargamente por su mala suerte, llamé a la Cruz Roja y todavía sobrevivió como 30 minutos.

Claudio falleció alrededor de la 1:25 de la madrugada. Otilia confesó no haber hecho nada malo.

Se estaban divorciando

En declaraciones que hizo la extremeña al Ministerio Público en la Séptima Delegación, asentó que por la mala vida que llevaba, estaba tramitando su divorcio, sólo que las diligencias quedaron pendientes por las vacaciones decembrinas, pero que, precisamente, a principios de enero iba a reanudar se el trámite.

Otilia expresó que Claudio siempre se negó a concederle la separación legal, pues él sabía que, de aceptar, tendría que pasar forzosamente una pensión alimenticia y no contaba con dinero suficiente para ello.

Más tarde, ante el licenciado Héctor Falcón Calderón, declaró la española que la crisis nerviosa que le atacó en aquellos momentos posteriores a la tragedia, la hacía olvidar muchas cosas y que sólo recordaba vagamente que un licenciado de apellido De Alba era quien llevaba adelante el divorcio.

Hasta el mediodía del lunes 4, el cuerpo de Claudio estaba depositado en el anfiteatro de la Cruz Roja; en el acta se asentó que había sido recibido con vida, presentando una lesión en el segundo espacio intercostal, a un centímetro del borde externo izquierdo (exactamente por donde cruza la aorta). La herida fue causada por arma punzocortante de 30 centímetros de largo, labrada en hueso y metal, misma que había sido entregada a las autoridades judiciales.

Al principio, nadie se había presentado para identificar el cadáver y solicitarlo; únicamente una señora de apellido De Sancho, esposa de un amigo del occiso, pero dijo que no podía identificar el cuerpo hasta que se presentara su marido.

Después de las 14 horas, fue autorizada la salida del cuerpo, que fue solicitado por los señores José Trápaga y Martín Gómez, primo de Claudio, quienes lo velaron y lo sepultaron en el Panteón Español.

Se niega a declarar y firmar

En la Mesa 15 de la Procuraduría de Justicia del Distrito, ante el licenciado Alfonso Guido, fue presentada Otilia, quien se hizo acompañar por su defensor, pero se negó a declarar y tampoco quiso firmar el acta levantada.

-No puedo más, ya no puedo más… Que no me retraten… no sé nada -dijo Otilia vagamente al ser interrogada.

Auxiliada por su defensor, manifestó que por el estado físico moral que pasaba, no podía decir nada y que, ante el juez, lo diría todo, ya con más calma. Y ante la constante negativa para declarar, solicitó un tiempo de descanso y aseguró que nada tenía que añadir.

Al día siguiente tuvo lugar un verdadero sainete. El sistema empleado por el defensor de Otilia Lazcano, licenciado Javier Olea Muñoz, era de la escuela de Gómez Mont, defensor de anteriores conyugicidas.

Otilia se desmayaba ante el personal del juzgado; la auxiliaba la defensa y pedía la intervención de un médico “con urgencia”; ella lloraba desconsolada y el abogado pedía que los fotógrafos de prensa fueran retirados del lugar y los testigos eran ocultados. Todo era la trama de una farsa para impresionar al titular del juzgado, en donde rindió su declaración preparatoria ante la licenciada Rosa María Ponce Esparza.

Intenso drama conyugal

Cuando la autoviuda estaba en los separos de la Procuraduría, un hombre vestido sobriamente de negro, con apariencia de sacerdote, había acudido a prestar “auxilio espiritual” a la homicida; y, al poco tiempo, el mismo individuo se presentó en un programa de televisión para hablar sobre el caso.

Las testigos, la nana Martha y la señora María Teresa, fueron retenidas para que no intervinieran, toda vez que la defensa trató de ganar tiempo, pero no fue mucho puesto que el juez pidió que se presentaran a testificar cuanto antes.

La declaración preparatoria de Otilia, por su parte, comenzó alrededor de las 14 horas en medio del aparato formado por la defensa.

-Sí, sí, ratifico mi declaración -dijo la acusada.

Y después, en su performance bien meditado y casi perfecto para causar el efecto deseado, el cual la llevaría a la libertad, prosiguió:

-Claudio llegó a casa hecho una fiera, así se ponía cuando tomaba o se inyectaba cocaína, rompió la puerta y empezó a golpearme en medio de tremendos insultos -dijo la hispana cautiva-. Caí en un sillón, medio perdí el conocimiento. Trataba de ahogarme con sus manos. La sirvienta Martha, tratando de librarme de la golpiza, recibió también su parte de tormento. Claudio se calmó un poco, entonces me dijo que se iba a llevar a mis hijitas porque yo no las podía mantener.

Arguyó que como le había pedido el divorcio para casarme, él recogería a las niñas y que, antes de permitirme contraer nuevas nupcias, me mataría. Cuando me decía aquello, Claudio se encendía más y más. En la mesita de sala había una daga toledana, de cacería, la tomó y se lanzó al teléfono mientras me gritaba que iba a llamar una patrulla para que se llevara a las niñas.

No pude más, cuando me sentí amenazada con perder a mis hijas, me abalancé sobre él. Claudio sostenía la daga entre sus manos, forcejeamos y sentí cómo se le enterraba en el pecho la hoja. Me miró espantado, se sacó el puñal que lo lastimaba mucho y cayó sentado en otro sillón.

Todo sucedió en un instante. Le tapé la herida con mis manos y después con algodón. Llegó una ambulancia y lo acompañé al hospital. Estaba asustada. En tres ocasiones anteriores él había intentado matarme, dos por estrangulación y otra a balazos.

Nada la salvó de pisar Lecumberri

El abogado defensor, Javier Olea Muñoz, esgrimió como armas principales el miedo grave y la defensa de la propia vida. Y el jueves 7 de enero de 1960, todo hacía suponer que al vencer el término constitucional que marca la ley para que se determinara la situación jurídica que correspondía a Otilia Lazcano García Rivera, la juez instructora de la causa iba a dictar el auto de formal prisión, basándose para ello en el dictamen de los médicos legistas encargados de practicar la autopsia al cadáver de Claudio Pardo, así como en la confesión inicial de la propia acusada.

Ese día declaró la dueña del departamento donde ocurrieron los hechos, que desde el principio se dio cuenta de la discusión, pero que no intervino porque se trataba de algo personal y familiar. Cuando volvió a poner atención era que Claudio había golpeado a Otilia, haciendo lo propio con la sirvienta y luego “se sacó del pecho una daga que le había lesionado de gravedad”.

Algunas compresas de nada sirvieron para contener la hemorragia y Claudio fue llevado a la benemérita institución, donde murió poco tiempo después de su ingreso.

Ella sabía, dijo, que Claudio era un desempleado irresponsable que cuando llevaba algún dinero a casa, era en calidad de préstamo facilitado por sus familiares.

Martha Ibarra, empleada doméstica, dijo que atendía a las niñas de los Pardo y que cuando tuvo lugar la riña, Claudio estaba sentado.

La autopsia demostró que, según la trayectoria de la daga toledana, Claudio estaba en un plano inferior en relación a su agresora, Otilia. Y los familiares del occiso dijeron que “calumnias de lo más infame es lo que Otilia había estado declarando”.

José “N”, funcionario de la negociación Liverpool Motors, aseguró que Claudio era un hombre de vida ordenada; en contadas ocasiones tomaba licor, no fumaba y menos era adicto a la cocaína. Era agente de una fábrica de caucho “y no tenía dinero suficiente para mantener a su familia, pero les entregaba lo más que podía”.

Le esperan 20 años de cárcel

Y la jueza Rosa María Ponce dictó auto de formal prisión contra Otilia Lazcano y dijo que por el momento no operaba la concurrencia de excluyente de responsabilidad a que hacía referencia el artículo 15 del Código Penal.

También expresó que no se aludió a un acto de Claudio que pudiera haber sido constitutivo de agresión, ya que, según los declarantes, tomó el teléfono teniendo en la mano una daga, pero con el arma no trató de hacer daño a Otilia, de tal suerte que para el 8 de junio de aquel año, le fue imposible eludir el encierro.

La resolución de la jueza resultó tras analizar la versión de la inculpada, pues expresó que se contradijo, ya que si hubiera sido golpeada -como afirmó- los impactos hubieran dejado forzosamente marcas, no obstante, al ser examinada por el médico legista, no se observó ninguna laceración, tal como lo acreditó el certificado; aun cuando la indiciada dijo que obró en legítima defensa al sentir que su vida corría peligro.

Por otra parte, también los testimonios de los testigos que hablaron a favor de la asesina, también incurrieron en inconsistencias, por lo que fue de llamar la atención que los hechos probablemente ocurrieron de un modo diferente a como los querían hacer pasar.

Los días pasaron y Otilia parecía estar en un túnel sin salida. El 1 de febrero de aquel año se llevó a cabo la reconstrucción de los hechos, al que asistió “La viuda alegre” o “La viuda número 10”, como dijo que la bautizaron sus compañeras de celda.

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La postura de la defensa de “La viuda alegre” fue que ella no mató a su esposo, sino que en un forcejeo él mismo se hirió; además, se adhirió a los principios de “miedo grave y defensa de la vida”.

Por su parte, el agente del Ministerio Público declaró para LA PRENSA: “La defensa quiere impresionar con esta maniobra -se refería a la reconstrucción de los hechos-, pero lo más seguro o más bien dicho, lo único que puede suceder es que se dicte un fallo condenatorio contra Otilia, y pude ser condenada a 20 años de prisión”.

Durante la reconstrucción, el abogado defensor interrumpió constantemente, pues a toda costa trató de que los testigos actuaran de acuerdo con el guión que les había enseñado.

Y, en su opinión, su defendida saldría libre por absolución, cosa que al Ministerio Público le resultaba imposible.

Al término de la diligencia, la acusada regresó a su celda a esperar a que el proceso siguiera su curso y a rezar porque pronto lograra salir de prisión para reunirse con sus hijas.

Pero no sucedió así, ya que a los días le siguieron las semanas y luego meses y ella aun no recobraba su libertad. La esperanza se iba diluyendo poco a poco y comenzaba a resignarse a pasar media vida tras las rejas.

Hasta que el jueves 30 de junio de 1930, el diario de las mayorías informó que al comprobarse la legítima defensa en la muerte de Claudio, Otilia recobró su libertad. Y todo se debió a la apelación que llevó a cabo su abogado, quien en todo momento creyó en la inocencia de su defendida y realizó todas las diligencias para comprobar que, en ese caso, la justicia se había equivocado y era preciso corregir la sentencia que liberaría a Otilia de prisión.

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