/ viernes 12 de abril de 2024

¿El atraco perfecto? Para lograr ser médico, un joven robó el Banco de Comercio, pero terminó preso

Brillante trabajo policiaco realizó la Jefatura de Policía en 1938, en un caso que se presentó como un verdadero enigma y en donde todos eran sospechosos

Brillante trabajo policiaco remató la Jefatura de Policía en torno al robo que sufrió el 30 de abril de 1938 el Banco de Comercio, ubicado en la calle Venustiano Carranza, por la cantidad de 65 mil pesos, pues el caso se presentó como un verdadero enigma a los agentes policiacos, puesto que no contaban con más base que la de saber que se había sustraído de las cajas del establecimiento la cantidad citada, y los responsables no habían dejado en menor indicio, pues hasta el cheque del que se valieron para cometer el delito, lo habían desaparecido.

Al ser denunciado el asunto ante la Jefatura de Policía, se hizo cargo de las investigaciones el jefe de las comisiones de Seguridad, José Torres H., el comandante Álvaro Basail y los agentes José López Hernández y Manuel Bernal, sin que obtuvieran una pista que denunciara a los perpetradores.

Realizaron una minuciosa inspección en la sucursal, validaron sus protocolos de seguridad y todo parecía en orden, sin huellas, pistas, testigos ni declaraciones.

Sí desde luego se tuvo la certidumbre de que el ladrón se encontraba dentro del personal del banco, pero sin poder precisar quién, es decir, todos eran sospechosos y al mismo tiempo parecían inocentes. Y ese era, precisamente para los detectives, el punto crucial, conocer la identidad del astuto ladrón que, por el momento, se había salido con la suya, más que en sí mismo recuperar el dinero sustraído.

No hubo más remedio que esperar y desarrollar una labor de verdadera constancia, con la circunstancia de que quien más interesado estaba en la investigación era el detective Álvaro Basail, quien por circunstancias que no se conocen, fue sustituido por el comandante de agentes.

No obstante esta particular circunstancia, el detective no se deslindó por completo de las investigaciones, sino que continuó en el caso, mientras que, por su parte, los sabuesos Manuel Bernal y López Hernández trabajaron por su cuenta.

Y fue debido a esa tenacidad direccionada desde diferentes ángulos en el trabajo policiaco que se logró descubrir a los responsables, aunque no fue tan sencillo como podría imaginarse ya que requirió tiempo y demasiada paciencia.

Se realizó una labor de investigación sobre la vida de cada uno de los trabajadores de la sucursal bancaria y se logró aclarar algunos puntos dudosos sobre la conducta de ciertos personajes que parecían sospechosos.

Para ese entonces, se utilizaron micrófonos para escuchar de un departamento a otro, es decir, casi como en una película donde se espía a ciertos personajes para conocer el papel que desempeñaban en la trama y así descartarlos o continuar la investigación de modo más enfático en esa dirección.

Inesperada renuncia; vida de potentado

En el lapso que transcurrió desde el incidente hasta la conclusión de las investigaciones, se presentaron varias renuncias por parte de algunos empleados, tema que de inmediato llamó la atención de los detectives, quienes atisbaron sus movimientos tratando de descubrir a los culpables entre aquellos que se deslindaban de la institución, fuera cual fuera el motivo, ya que el curso del caso estaba en un punto álgido y esas dimisiones les parecieron demasiado inusuales.

Como la presión no cesaba, los culpables se sintieron acorralados y por ello huyeron, esa fue la hipótesis que plantearon los agentes. Y así ocurrió, a mediados de agosto de aquel 1938, el joven René Orozco Morgan fue quien dirigió un escrito a la gerencia en el cual manifestaba que, por razones personales, se veía obligado a renunciar.

Los agentes policiacos afinaron sus instintos, dirigieron su mirada inquisidora a ese muchacho y no tardaron en enterarse que Orozco Morgan -poseedor de un Dodge, que después había cambiado por un Buick- llegó a una agencia de autos lujosos y compró un Lincoln en 10 mil pesos, que pagó al riguroso contado.

López Hernández, Basail y Méndez se frotaron las manos al ver que estaban frente a una pista inmejorable y que cobró más fuerza cuando siguieron los pasos de René y se percataron de que comenzaba a darse una vida de opulencia, aunque si bien era cierto que le habían dado cierta cantidad de dinero luego de separarse de la empresa, todo lo que gastaba no era proporcional, es decir, gastaba más de lo que tenía o pudiera tener, de acuerdo con los oficiales.

Trascendió, en el balance que los agentes investigaron sobre sus gastos y actividades, un viaje que René realizó en aeroplano a Veracruz, lugar al que previamente su madre, Luz Morgan, había viajado del mismo modo; allí habían permanecido algunas semanas sin reparar en los gastos.

¿Cómo era posible costear todo aquello si el joven había renunciado, si además antes había comprado un auto de lujo a un precio elevado? Fueron estas y otras cuestiones las que encendieron las alarmas sobre la implicación del exempleado, situándolo en el papel protagónico de principal sospechoso.

En el expediente de René Orozco, donde los policías detallaron sus movimientos, también se detalló que éste mantenía una relación con una joven residente de la colonia Roma, a quien constantemente visitaba, elegantemente vestido y en su auto nuevo, y le llevaba presentes en cada ocasión.

Él, por su parte, también residía en la zona, en la calle de Jalapa #4, donde pagaba una fuerte cantidad de renta y en donde, además, los agentes habían comprobado que dedicaba gran parte de su tiempo y dinero a algunos asuntos triviales; y fueron estas delicadezas las que condujeron a los investigadores a una simple deducción: que gastaba a manos llenas dinero que no sabían de dónde obtenía.

Un golpe de audacia; sacrificio de una madre

La noche del último jueves del mes de agosto de 1938, René, acompañado de su novia, de su mamá y de otra persona, llegó a la casa de la calle de Jalapa, donde al descender del vehículo se le acercó un agente de la policía secreta para decirle que era necesaria su presencia en la Jefatura de Policía para solucionar alguna dificultad que se había presentado a causa de un atropellamiento que se le atribuía.

René pidió que por favor se le permitiera dejar a su novia y a su madre en una dirección de la Villa de Guadalupe Hidalgo. Y tan pronto como pudo cambiar algunas palabras con el policía, exclamó: “No me crea usted tan tarugo. Ya sé por qué me detienen; se trata del robo al banco”.

Y ya en ese plano favorable para la averiguación, se llevó al muchacho ante el jefe de las Comisiones de Seguridad, Torres H., quien comenzó a interrogarlo, tan hábilmente, que, a los pocos momentos, ese jefe policiaco ordenó la inmediata captura de la señora Morgan viuda de Orozco, por aparecer como cómplice en el robo.

Detenida la señora Morgan, al comparecer ante Torres H., no pretendió disculparse, por el contrario, trató de aparecer como la única responsable, ahondando en la investigación para “poner los puntos sobre las íes”.

Desde luego, se puso en claro la forma en cómo se cometió el robo, dato que parecía muy oscuro a los detectives. Orozco Morgan manifestó que en aquel tiempo estaba encargado de una de las máquinas contadoras en el banco y, aprovechando esa circunstancia, utilizó un cheque que tomó de una chequera vieja, lo expidió por sesenta y cinco mil setecientos pesos, lo endosó a su madre y colocó el documento en la canastilla de los cheques que entregan los cajeros para su revisión, teniendo buen cuidado antes, de falsificar, además, una contraseña de uno de los jefes, de apellido Navarro.

Con cada paso planeado y ejecutado por el pillo y llegado el documento a manos del cajero 5, amparado con la contraseña 64, de la que otra parte ya había entregado René a su mamá el empleado, como se acostumbraba en esos casos, gritó el número de referencia y, al presentarse en la ventanilla la señora Luz Morgan, le preguntó:

-¿Cuánto cobra?

A lo que la interpelada con la mayor sangre fría contestó:

-Sesenta y cinco mil setecientos pesos.

Por las manos del cajero resbalaron sesenta y cinco billetes de a mil pesos, y después los setecientos billetes de menor valor, los que guardó la señora Morgan en dos bolsas que llevaba ya preparadas, sin que ocurriera el menor incidente en la operación.

Después, el cheque lo regresó el cajero a las oficinas interiores del banco, de donde lo tomó René Orozco y lo hizo desaparecer, borrándose, por tanto, toda huella material del robo.

Una fortuna en un cuarto de trebejos

Durante el interrogatorio a que fue sometido René, manifestó que su principal táctica había sido precisamente no denunciarse al gastar el dinero; pero con el correr del tiempo, comenzó a sentir comezón en las manos, algo como un cosquilleo provocado por los billetes. Entonces pensó que ya había pasado suficiente tiempo y, considerándose en cierto modo seguro, comenzó por adquirir el coche Dodge, después el Buick y como se le volcó este en una carretera, ya encontrándose fuera del banco, optó por comprarse un buen carro para presumir en su tierra natal, Tehuacán.

Treinta mil pesos, que conservaba en efectivo, los colocó en un veliz que fue a depositar en una casa en las calles Cuauhtemotzín, encargando el equipaje a una señora Luz, quien no enterada del tesoro que guardaba, lo llevó al cuarto de los criados y entre algunos trapos sucios lo colocó.

El comandante López Hernández se encargó de rescatar esa parte de dinero, recogiéndose a René una libreta del Monte de Piedad que amparaba mil quinientos pesos, recuperándose, además, los coches que tenían un valor de varios miles de pesos, de tal suerte que, en realidad, el banco aminoró su pérdida.

La señora Morgan viuda de Orozco dijo que en los primeros momentos ignoró que el dinero fuera mal habido, y que, hasta ya cobrada la suma, René le confesó que tenía necesidad de hacerse de dinero para terminar su carrera de médico, y convencido de que como empleado no lo conseguiría, había optado por poner en juego la maniobra a que nos hemos referido.

Ella se indignó, pero madre al fin, no pudo denunciar a su hijo, pidiendo que sobre ella recayera todo todo el peso del castigo de la ley. Ambos fueron recluidos en Lecumberri.

Peligrosa amenaza de un desesperado delincuente

El caso dio un giro inusual luego de que se pensó que tras haber aclarado todo, ese sería el final; no obstante, una vez en prisión, el joven Morgan puso en complicaciones a las autoridades de la penitenciaría.

Resultó que René Orozco Morgan, luego de ser recluido, comenzó a idear la forma de hacer volar el penal con nitroglicerina, que él mismo iba a fabricar, debido a que “su temperamento” no se avenía con el ambiente de la reclusión, por lo que, para recobrar la libertad, comunicó sus intenciones a ciertos reclusos.

Pero uno de ellos, por ganar méritos o reducir su condena, lo denunció al jefe de la Policía. Confesó haber escuchado a los reclusos Orozco Morgan y Raúl Camarena en la crujía de distinción, donde ambos estaban alojados.

El nombre del delator no fue revelado para que no sufriera represalias por parte de otros internos, quienes no toleraban a los soplones.

El problema derivó luego de que su madre le comunicó que necesitaba ponerse una dentadura que le hacía falta, por lo que Orozco Morgan le mandó decir que podía disponer de los últimos mil pesos que le quedaban del robo, los cuales estaban escondidos en el tocador.

Sin embargo, como el recado fue interceptado, las autoridades acudieron a recuperar el dinero con la madre del recluso. Al enterarse René, su primera reacción fue colérica, lo cual lo llevó a planear “algo más”. Fue así como comunicó a Camarena que era imposible seguir en la Peni, por lo que aprovecharía sus conocimientos de química para conseguir los ingredientes necesarios y hacer suficiente nitroglicerina para volar el penal.

Camarena le hizo notar que no sólo volarían los policías, sino todo el mundo, pero Orozco estaba tan enfadado que respondió secamente: “Pueden irse todos al infierno”.

Pero como la conversación fue escuchada por otro preso y éste acudió a presentar la denuncia, todo quedó en el anecdotario de cosas asombrosas que los presos planean en prisión.

Víctimas de estafadores

Para abril de 1939, ya sin posibilidad de salir libre ni de llevar a cabo su plan de hacer volar en mil pedazos el penal, Orozco Morgan fue víctima de unos estafadores en prisión, quienes aprovechaban las vulnerabilidades de los presos y mediante sus deseos más profundos, los engañaban haciéndoles creer que ellos los ayudarían a conseguir lo que quisieran.

De tal suerte, un preso que se hacía llamar R. C. T. dijo que hacía tiempo se trabó amistad con el cajero ladrón, so pretexto de fingir que le llamaba la atención su caso y ganándose su confianza al decirle que lo que habían hecho los policías, al quitarle a su madre el último dinero del robo, había sido peor que la traición a un amigo.

No olvides seguirnos en Google Noticias para mantenerte informado

El preso R. C. T. comunicó todo lo que había indagado de René y sus compinches tramaron despojarlo hasta de su último centavo. De tal forma que se comisionó a un recluso para comunicarle al deseoso de fuga que se le daría protección cuando decidiera emprender la huida, pero debía pagar dos mil pesos.

Con el paso de los días, como no sucedía nada para lograr su fuga, Morgan quiso recuperar el dinero, pero este ya había sido repartido entre los cabecillas de los estafadores, quienes además amenazaron al recluso con denunciar ante las autoridades sus intentos de fuga para que lo confinaran en una celda exclusivamente vigilada las 24 horas.

Frustrado nuevamente, el cajero vio perder la esperanza de fuga, pero no le quedó más que aceptar su terrible situación. Aunque no por ello lo intentó en varias ocasiones posteriores.

Hasta que finalmente el 16 de junio de 1941, aquel joven -que para lograr su sueño de ser médico cometió un atraco al Banco de Comercio, luego quiso hacer explotar el penal y finalmente intentó fugarse en varias ocasiones- fue enviado a las Islas Marías, de donde nunca más se supo de él.

Premio para los detectives

En lo que respecta a la labor de los detectives, el Banco de Comercio otorgó una bonificación de 10 mil pesos a los detectives que se dedicaron a seguir las tenues pistas que había sobre el caso y, finalmente, capturar al responsable.

Tanto el jefe del Departamento Central como el jefe de la Policía accedieron a la petición que se les hizo para que sus subordinados recibieran el premio de referencia, con una sencilla ceremonia.

Síguenos en Facebook: La Prensa Oficial y en Twitter: @laprensaoem

Brillante trabajo policiaco remató la Jefatura de Policía en torno al robo que sufrió el 30 de abril de 1938 el Banco de Comercio, ubicado en la calle Venustiano Carranza, por la cantidad de 65 mil pesos, pues el caso se presentó como un verdadero enigma a los agentes policiacos, puesto que no contaban con más base que la de saber que se había sustraído de las cajas del establecimiento la cantidad citada, y los responsables no habían dejado en menor indicio, pues hasta el cheque del que se valieron para cometer el delito, lo habían desaparecido.

Al ser denunciado el asunto ante la Jefatura de Policía, se hizo cargo de las investigaciones el jefe de las comisiones de Seguridad, José Torres H., el comandante Álvaro Basail y los agentes José López Hernández y Manuel Bernal, sin que obtuvieran una pista que denunciara a los perpetradores.

Realizaron una minuciosa inspección en la sucursal, validaron sus protocolos de seguridad y todo parecía en orden, sin huellas, pistas, testigos ni declaraciones.

Sí desde luego se tuvo la certidumbre de que el ladrón se encontraba dentro del personal del banco, pero sin poder precisar quién, es decir, todos eran sospechosos y al mismo tiempo parecían inocentes. Y ese era, precisamente para los detectives, el punto crucial, conocer la identidad del astuto ladrón que, por el momento, se había salido con la suya, más que en sí mismo recuperar el dinero sustraído.

No hubo más remedio que esperar y desarrollar una labor de verdadera constancia, con la circunstancia de que quien más interesado estaba en la investigación era el detective Álvaro Basail, quien por circunstancias que no se conocen, fue sustituido por el comandante de agentes.

No obstante esta particular circunstancia, el detective no se deslindó por completo de las investigaciones, sino que continuó en el caso, mientras que, por su parte, los sabuesos Manuel Bernal y López Hernández trabajaron por su cuenta.

Y fue debido a esa tenacidad direccionada desde diferentes ángulos en el trabajo policiaco que se logró descubrir a los responsables, aunque no fue tan sencillo como podría imaginarse ya que requirió tiempo y demasiada paciencia.

Se realizó una labor de investigación sobre la vida de cada uno de los trabajadores de la sucursal bancaria y se logró aclarar algunos puntos dudosos sobre la conducta de ciertos personajes que parecían sospechosos.

Para ese entonces, se utilizaron micrófonos para escuchar de un departamento a otro, es decir, casi como en una película donde se espía a ciertos personajes para conocer el papel que desempeñaban en la trama y así descartarlos o continuar la investigación de modo más enfático en esa dirección.

Inesperada renuncia; vida de potentado

En el lapso que transcurrió desde el incidente hasta la conclusión de las investigaciones, se presentaron varias renuncias por parte de algunos empleados, tema que de inmediato llamó la atención de los detectives, quienes atisbaron sus movimientos tratando de descubrir a los culpables entre aquellos que se deslindaban de la institución, fuera cual fuera el motivo, ya que el curso del caso estaba en un punto álgido y esas dimisiones les parecieron demasiado inusuales.

Como la presión no cesaba, los culpables se sintieron acorralados y por ello huyeron, esa fue la hipótesis que plantearon los agentes. Y así ocurrió, a mediados de agosto de aquel 1938, el joven René Orozco Morgan fue quien dirigió un escrito a la gerencia en el cual manifestaba que, por razones personales, se veía obligado a renunciar.

Los agentes policiacos afinaron sus instintos, dirigieron su mirada inquisidora a ese muchacho y no tardaron en enterarse que Orozco Morgan -poseedor de un Dodge, que después había cambiado por un Buick- llegó a una agencia de autos lujosos y compró un Lincoln en 10 mil pesos, que pagó al riguroso contado.

López Hernández, Basail y Méndez se frotaron las manos al ver que estaban frente a una pista inmejorable y que cobró más fuerza cuando siguieron los pasos de René y se percataron de que comenzaba a darse una vida de opulencia, aunque si bien era cierto que le habían dado cierta cantidad de dinero luego de separarse de la empresa, todo lo que gastaba no era proporcional, es decir, gastaba más de lo que tenía o pudiera tener, de acuerdo con los oficiales.

Trascendió, en el balance que los agentes investigaron sobre sus gastos y actividades, un viaje que René realizó en aeroplano a Veracruz, lugar al que previamente su madre, Luz Morgan, había viajado del mismo modo; allí habían permanecido algunas semanas sin reparar en los gastos.

¿Cómo era posible costear todo aquello si el joven había renunciado, si además antes había comprado un auto de lujo a un precio elevado? Fueron estas y otras cuestiones las que encendieron las alarmas sobre la implicación del exempleado, situándolo en el papel protagónico de principal sospechoso.

En el expediente de René Orozco, donde los policías detallaron sus movimientos, también se detalló que éste mantenía una relación con una joven residente de la colonia Roma, a quien constantemente visitaba, elegantemente vestido y en su auto nuevo, y le llevaba presentes en cada ocasión.

Él, por su parte, también residía en la zona, en la calle de Jalapa #4, donde pagaba una fuerte cantidad de renta y en donde, además, los agentes habían comprobado que dedicaba gran parte de su tiempo y dinero a algunos asuntos triviales; y fueron estas delicadezas las que condujeron a los investigadores a una simple deducción: que gastaba a manos llenas dinero que no sabían de dónde obtenía.

Un golpe de audacia; sacrificio de una madre

La noche del último jueves del mes de agosto de 1938, René, acompañado de su novia, de su mamá y de otra persona, llegó a la casa de la calle de Jalapa, donde al descender del vehículo se le acercó un agente de la policía secreta para decirle que era necesaria su presencia en la Jefatura de Policía para solucionar alguna dificultad que se había presentado a causa de un atropellamiento que se le atribuía.

René pidió que por favor se le permitiera dejar a su novia y a su madre en una dirección de la Villa de Guadalupe Hidalgo. Y tan pronto como pudo cambiar algunas palabras con el policía, exclamó: “No me crea usted tan tarugo. Ya sé por qué me detienen; se trata del robo al banco”.

Y ya en ese plano favorable para la averiguación, se llevó al muchacho ante el jefe de las Comisiones de Seguridad, Torres H., quien comenzó a interrogarlo, tan hábilmente, que, a los pocos momentos, ese jefe policiaco ordenó la inmediata captura de la señora Morgan viuda de Orozco, por aparecer como cómplice en el robo.

Detenida la señora Morgan, al comparecer ante Torres H., no pretendió disculparse, por el contrario, trató de aparecer como la única responsable, ahondando en la investigación para “poner los puntos sobre las íes”.

Desde luego, se puso en claro la forma en cómo se cometió el robo, dato que parecía muy oscuro a los detectives. Orozco Morgan manifestó que en aquel tiempo estaba encargado de una de las máquinas contadoras en el banco y, aprovechando esa circunstancia, utilizó un cheque que tomó de una chequera vieja, lo expidió por sesenta y cinco mil setecientos pesos, lo endosó a su madre y colocó el documento en la canastilla de los cheques que entregan los cajeros para su revisión, teniendo buen cuidado antes, de falsificar, además, una contraseña de uno de los jefes, de apellido Navarro.

Con cada paso planeado y ejecutado por el pillo y llegado el documento a manos del cajero 5, amparado con la contraseña 64, de la que otra parte ya había entregado René a su mamá el empleado, como se acostumbraba en esos casos, gritó el número de referencia y, al presentarse en la ventanilla la señora Luz Morgan, le preguntó:

-¿Cuánto cobra?

A lo que la interpelada con la mayor sangre fría contestó:

-Sesenta y cinco mil setecientos pesos.

Por las manos del cajero resbalaron sesenta y cinco billetes de a mil pesos, y después los setecientos billetes de menor valor, los que guardó la señora Morgan en dos bolsas que llevaba ya preparadas, sin que ocurriera el menor incidente en la operación.

Después, el cheque lo regresó el cajero a las oficinas interiores del banco, de donde lo tomó René Orozco y lo hizo desaparecer, borrándose, por tanto, toda huella material del robo.

Una fortuna en un cuarto de trebejos

Durante el interrogatorio a que fue sometido René, manifestó que su principal táctica había sido precisamente no denunciarse al gastar el dinero; pero con el correr del tiempo, comenzó a sentir comezón en las manos, algo como un cosquilleo provocado por los billetes. Entonces pensó que ya había pasado suficiente tiempo y, considerándose en cierto modo seguro, comenzó por adquirir el coche Dodge, después el Buick y como se le volcó este en una carretera, ya encontrándose fuera del banco, optó por comprarse un buen carro para presumir en su tierra natal, Tehuacán.

Treinta mil pesos, que conservaba en efectivo, los colocó en un veliz que fue a depositar en una casa en las calles Cuauhtemotzín, encargando el equipaje a una señora Luz, quien no enterada del tesoro que guardaba, lo llevó al cuarto de los criados y entre algunos trapos sucios lo colocó.

El comandante López Hernández se encargó de rescatar esa parte de dinero, recogiéndose a René una libreta del Monte de Piedad que amparaba mil quinientos pesos, recuperándose, además, los coches que tenían un valor de varios miles de pesos, de tal suerte que, en realidad, el banco aminoró su pérdida.

La señora Morgan viuda de Orozco dijo que en los primeros momentos ignoró que el dinero fuera mal habido, y que, hasta ya cobrada la suma, René le confesó que tenía necesidad de hacerse de dinero para terminar su carrera de médico, y convencido de que como empleado no lo conseguiría, había optado por poner en juego la maniobra a que nos hemos referido.

Ella se indignó, pero madre al fin, no pudo denunciar a su hijo, pidiendo que sobre ella recayera todo todo el peso del castigo de la ley. Ambos fueron recluidos en Lecumberri.

Peligrosa amenaza de un desesperado delincuente

El caso dio un giro inusual luego de que se pensó que tras haber aclarado todo, ese sería el final; no obstante, una vez en prisión, el joven Morgan puso en complicaciones a las autoridades de la penitenciaría.

Resultó que René Orozco Morgan, luego de ser recluido, comenzó a idear la forma de hacer volar el penal con nitroglicerina, que él mismo iba a fabricar, debido a que “su temperamento” no se avenía con el ambiente de la reclusión, por lo que, para recobrar la libertad, comunicó sus intenciones a ciertos reclusos.

Pero uno de ellos, por ganar méritos o reducir su condena, lo denunció al jefe de la Policía. Confesó haber escuchado a los reclusos Orozco Morgan y Raúl Camarena en la crujía de distinción, donde ambos estaban alojados.

El nombre del delator no fue revelado para que no sufriera represalias por parte de otros internos, quienes no toleraban a los soplones.

El problema derivó luego de que su madre le comunicó que necesitaba ponerse una dentadura que le hacía falta, por lo que Orozco Morgan le mandó decir que podía disponer de los últimos mil pesos que le quedaban del robo, los cuales estaban escondidos en el tocador.

Sin embargo, como el recado fue interceptado, las autoridades acudieron a recuperar el dinero con la madre del recluso. Al enterarse René, su primera reacción fue colérica, lo cual lo llevó a planear “algo más”. Fue así como comunicó a Camarena que era imposible seguir en la Peni, por lo que aprovecharía sus conocimientos de química para conseguir los ingredientes necesarios y hacer suficiente nitroglicerina para volar el penal.

Camarena le hizo notar que no sólo volarían los policías, sino todo el mundo, pero Orozco estaba tan enfadado que respondió secamente: “Pueden irse todos al infierno”.

Pero como la conversación fue escuchada por otro preso y éste acudió a presentar la denuncia, todo quedó en el anecdotario de cosas asombrosas que los presos planean en prisión.

Víctimas de estafadores

Para abril de 1939, ya sin posibilidad de salir libre ni de llevar a cabo su plan de hacer volar en mil pedazos el penal, Orozco Morgan fue víctima de unos estafadores en prisión, quienes aprovechaban las vulnerabilidades de los presos y mediante sus deseos más profundos, los engañaban haciéndoles creer que ellos los ayudarían a conseguir lo que quisieran.

De tal suerte, un preso que se hacía llamar R. C. T. dijo que hacía tiempo se trabó amistad con el cajero ladrón, so pretexto de fingir que le llamaba la atención su caso y ganándose su confianza al decirle que lo que habían hecho los policías, al quitarle a su madre el último dinero del robo, había sido peor que la traición a un amigo.

No olvides seguirnos en Google Noticias para mantenerte informado

El preso R. C. T. comunicó todo lo que había indagado de René y sus compinches tramaron despojarlo hasta de su último centavo. De tal forma que se comisionó a un recluso para comunicarle al deseoso de fuga que se le daría protección cuando decidiera emprender la huida, pero debía pagar dos mil pesos.

Con el paso de los días, como no sucedía nada para lograr su fuga, Morgan quiso recuperar el dinero, pero este ya había sido repartido entre los cabecillas de los estafadores, quienes además amenazaron al recluso con denunciar ante las autoridades sus intentos de fuga para que lo confinaran en una celda exclusivamente vigilada las 24 horas.

Frustrado nuevamente, el cajero vio perder la esperanza de fuga, pero no le quedó más que aceptar su terrible situación. Aunque no por ello lo intentó en varias ocasiones posteriores.

Hasta que finalmente el 16 de junio de 1941, aquel joven -que para lograr su sueño de ser médico cometió un atraco al Banco de Comercio, luego quiso hacer explotar el penal y finalmente intentó fugarse en varias ocasiones- fue enviado a las Islas Marías, de donde nunca más se supo de él.

Premio para los detectives

En lo que respecta a la labor de los detectives, el Banco de Comercio otorgó una bonificación de 10 mil pesos a los detectives que se dedicaron a seguir las tenues pistas que había sobre el caso y, finalmente, capturar al responsable.

Tanto el jefe del Departamento Central como el jefe de la Policía accedieron a la petición que se les hizo para que sus subordinados recibieran el premio de referencia, con una sencilla ceremonia.

Síguenos en Facebook: La Prensa Oficial y en Twitter: @laprensaoem