/ martes 10 de agosto de 2021

¡Que pongan el color que quieran!

La división dentro de la 4T es cada vez más evidente, pero lo malo es que en sus pleitos dejan a la población en medio, que ya no sabe ni en qué color de semáforo epidemiológico vive.

Quizá la pregunta a estas alturas de la pandemia es saber ¿si nos debe interesar el color del semáforo?, cuando ya no hay reglas ni indicadores que valgan para definirlo y puede cambiar más por razones políticas que científicas, como ocurrió durante el proceso electoral del 6 de julio pasado, o cuando se dijo que era requisito indispensable que estuviera en verde para el regreso a clases presenciales, y ahora ya no es así.

A más de un año y medio de pandemia, la población ha sido testigo, que funcionarios, legisladores y gobiernos locales de la 4T no han podido consolidar un mensaje uniforme, claro y con base en evidencia científica en temas tan sencillos como el uso de cubrebocas -al que algunos incluso llaman despectivamente “bozal”- ¿qué nos puede hacer pensar que en la definición del semáforo epidemiológico o el protocolo para el regreso a clases sea distinto?

La 4T ya advirtió que se regresará a clases, así “llueva, truene o relampaguee”, justo en la tercera ola de la pandemia por Covid-19 provocada por la nueva variante Delta que es más contagiosa, incluso para niños y jóvenes; con la Ciudad de México y seis entidades más en semáforo rojo y 15 estados más en naranja.

A más de 15 meses, el errático manejo de la pandemia no solo ha dejado un saldo escalofriante de muertes y contagios, sino también efectos devastadores en la economía de las familias, como lo reveló el Coneval al dar a conocer que en el periodo 2018-2020, la pobreza se incrementó de 41.9% a 43.9%, lo que representa 3.8 millones de personas más en esta situación; mientras que el porcentaje de población en pobreza extrema se elevó de 7.0% a 8.5%, un aumento de 2.1 millones de personas más en este segmento.

Los cuatroeteros tendrán siempre otros datos, pero la realidad se impone al falso discurso, esa realidad que viven millones de familias todos los días y que representa, hoy más que nunca, el mayor peligro de que sus hijos dejen definitivamente la escuela, por la insuficiencia de recursos para sufragar los más elementales gastos que implicaría el regreso a clases.

La división dentro de la 4T es cada vez más evidente, pero lo malo es que en sus pleitos dejan a la población en medio, que ya no sabe ni en qué color de semáforo epidemiológico vive.

Quizá la pregunta a estas alturas de la pandemia es saber ¿si nos debe interesar el color del semáforo?, cuando ya no hay reglas ni indicadores que valgan para definirlo y puede cambiar más por razones políticas que científicas, como ocurrió durante el proceso electoral del 6 de julio pasado, o cuando se dijo que era requisito indispensable que estuviera en verde para el regreso a clases presenciales, y ahora ya no es así.

A más de un año y medio de pandemia, la población ha sido testigo, que funcionarios, legisladores y gobiernos locales de la 4T no han podido consolidar un mensaje uniforme, claro y con base en evidencia científica en temas tan sencillos como el uso de cubrebocas -al que algunos incluso llaman despectivamente “bozal”- ¿qué nos puede hacer pensar que en la definición del semáforo epidemiológico o el protocolo para el regreso a clases sea distinto?

La 4T ya advirtió que se regresará a clases, así “llueva, truene o relampaguee”, justo en la tercera ola de la pandemia por Covid-19 provocada por la nueva variante Delta que es más contagiosa, incluso para niños y jóvenes; con la Ciudad de México y seis entidades más en semáforo rojo y 15 estados más en naranja.

A más de 15 meses, el errático manejo de la pandemia no solo ha dejado un saldo escalofriante de muertes y contagios, sino también efectos devastadores en la economía de las familias, como lo reveló el Coneval al dar a conocer que en el periodo 2018-2020, la pobreza se incrementó de 41.9% a 43.9%, lo que representa 3.8 millones de personas más en esta situación; mientras que el porcentaje de población en pobreza extrema se elevó de 7.0% a 8.5%, un aumento de 2.1 millones de personas más en este segmento.

Los cuatroeteros tendrán siempre otros datos, pero la realidad se impone al falso discurso, esa realidad que viven millones de familias todos los días y que representa, hoy más que nunca, el mayor peligro de que sus hijos dejen definitivamente la escuela, por la insuficiencia de recursos para sufragar los más elementales gastos que implicaría el regreso a clases.

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