Gracias a los millones de mexicanos egoístas que han utilizado durante toda la pandemia el cubrebocas, el saldo de letalidad y contagio por Covid-19, no ha sido mucho peor.
Él hubiera no existe, el tiempo ha puesto a cada quien en su lugar y ha demostrado que el cubrebocas ha sido una de las medidas sanitarias más efectivas para cortar la cadena de contagio del virus SARS-CoV-2.
A pesar de las campañas opositoras al uso de cubrebocas, la ciudadanía decidió protegerse y proteger a los demás, como una de las expresiones más acabadas de la solidaridad humana, la empatía, el bien común y el amor al prójimo y, que la frase: “soy hombre, nada de lo humano me es ajeno”, escrita en el año 165 a.C., por el dramaturgo romano, Publio Terencio en su obra “El enemigo de sí mismo”, puede sintetizar perfectamente.
La ciudadanía demostró tener otros datos y ante la llegada del nuevo virus prefirió tomar todas las precauciones en una lógica sencilla que no requiere mucha explicación científica, pues comprendió que si el Covid-19 era un virus respiratorio, la puerta de entrada eran la nariz y la boca.
En un hecho insólito estas campañas de desprestigio y oposición al cubrebocas no vinieron de extraños grupos anti-vacunas, promotores de teorías de la conspiración o charlatanes vaticinadores de fatalidades, sino de las más altas esferas gubernamentales que han dicho que este insumo sanitario “brindaba una falsa seguridad”, e incluso, muchos lo llaman despectivamente “bozal”.
Pues gracias a los millones de mexicanos egoístas que hasta ahora usan el cubrebocas, como se observa en el transporte público de la Ciudad de México, en los mercados, centros comerciales, escuelas, oficinas, e incluso, espacios al aire libre, las cifras de mortalidad y contagio no han sido mucho peores.
¡Qué lástima! que a más de un año siete meses sigamos hablando del cubrebocas, cuando niños y mujeres con cáncer ruegan por acceso a medicamentos, niños con comorbilidad hayan tenido que recurrir al amparo para lograr ser vacunados tras quedar olvidados en los programas de vacunación, y más grave aún, ¡qué lástima! que el quehacer público se haya convertido en un espectáculo de adoctrinamiento ideológico que busca el halago del aplauso fácil y zalamero.