/ sábado 4 de julio de 2020

De rojo a naranja

Con mucha cautela los habitantes de la ciudad de México recibieron el anuncio de la transición del semáforo de riesgo epidemiológico de color rojo a naranja, y aunque hubo algunas aglomeraciones en algunas zonas de la capital, la ciudadanía mostró nuevamente un alto nivel de entendimiento frente a mensajes políticos confusos y hasta contradictorios.

Los negocios tampoco se precipitaron a abrir sus puertas de par en par y prefirieron hacerlo de forma paulatina y respetando, en todo lo posible, las medidas de protección sanitaria.

Sin embargo, no faltaron quienes decidieron rifársela -como lo han venido haciendo durante toda la contingencia-, principalmente, en las alcaldías de Iztapalapa y Gustavo A. Madero; que pese a registrar las tasas de mortalidad y contagio más elevadas de toda la ciudad e incluso del país, el miedo a la enfermedad no es mayor al miedo al hambre, la pobreza y la inseguridad, con los que se vive todos los días, con y sin pandemia.

El número de casos a nivel nacional alcanzó, según el reporte del 2 de julio, un total de 238,511 casos confirmados acumulados; 76,423 sospechosos; 295,561 negativos; 25,565 confirmados activos; 26,189 defunciones y 610,495 personas estudiadas, por lo que en la ciudad de México se tomó la decisión de continuar en semáforo naranja y posponer la apertura de centros comerciales y tiendas departamentales hasta el próximo miércoles y de forma ordenada.

Es cierto que México es y ha sido un país profundamente desigual y que la pandemia de COVID-19 solo vino a mostrar y recordar estas ancestrales desventajas e incluso a empeorarlas.

Pero esa realidad no debe servir para quejarnos tristemente de esta desgracia o echar culpas que no se resuelven nada, sino para accionar todo el talento humano, así como las herramientas institucionales, operativas, presupuestales y estructurales a nuestro alcance para salir de este profundo bache y encaminar el país hacia un sano crecimiento y desarrollo, como lo han hecho otras muchas naciones a lo largo de la historia y, que hoy en día, son potencias mundiales.

México en varios momentos ha sido ejemplo de este esfuerzo y tenacidad, como lo demostró en los sismos de 1985 y 2017, cuando la población salió de forma espontánea a la calle a ayudar al prójimo, a remover escombros, a repartir alimentos e insumos para los que habían perdido seres queridos y bienes materiales.

Somos un país resiliente, que tiene la capacidad y la fortaleza para superar la adversidad, entonces ¿qué es lo que nos falta?

Con mucha cautela los habitantes de la ciudad de México recibieron el anuncio de la transición del semáforo de riesgo epidemiológico de color rojo a naranja, y aunque hubo algunas aglomeraciones en algunas zonas de la capital, la ciudadanía mostró nuevamente un alto nivel de entendimiento frente a mensajes políticos confusos y hasta contradictorios.

Los negocios tampoco se precipitaron a abrir sus puertas de par en par y prefirieron hacerlo de forma paulatina y respetando, en todo lo posible, las medidas de protección sanitaria.

Sin embargo, no faltaron quienes decidieron rifársela -como lo han venido haciendo durante toda la contingencia-, principalmente, en las alcaldías de Iztapalapa y Gustavo A. Madero; que pese a registrar las tasas de mortalidad y contagio más elevadas de toda la ciudad e incluso del país, el miedo a la enfermedad no es mayor al miedo al hambre, la pobreza y la inseguridad, con los que se vive todos los días, con y sin pandemia.

El número de casos a nivel nacional alcanzó, según el reporte del 2 de julio, un total de 238,511 casos confirmados acumulados; 76,423 sospechosos; 295,561 negativos; 25,565 confirmados activos; 26,189 defunciones y 610,495 personas estudiadas, por lo que en la ciudad de México se tomó la decisión de continuar en semáforo naranja y posponer la apertura de centros comerciales y tiendas departamentales hasta el próximo miércoles y de forma ordenada.

Es cierto que México es y ha sido un país profundamente desigual y que la pandemia de COVID-19 solo vino a mostrar y recordar estas ancestrales desventajas e incluso a empeorarlas.

Pero esa realidad no debe servir para quejarnos tristemente de esta desgracia o echar culpas que no se resuelven nada, sino para accionar todo el talento humano, así como las herramientas institucionales, operativas, presupuestales y estructurales a nuestro alcance para salir de este profundo bache y encaminar el país hacia un sano crecimiento y desarrollo, como lo han hecho otras muchas naciones a lo largo de la historia y, que hoy en día, son potencias mundiales.

México en varios momentos ha sido ejemplo de este esfuerzo y tenacidad, como lo demostró en los sismos de 1985 y 2017, cuando la población salió de forma espontánea a la calle a ayudar al prójimo, a remover escombros, a repartir alimentos e insumos para los que habían perdido seres queridos y bienes materiales.

Somos un país resiliente, que tiene la capacidad y la fortaleza para superar la adversidad, entonces ¿qué es lo que nos falta?

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