Con mucha cautela los habitantes de la ciudad de México recibieron el anuncio de la transición del semáforo de riesgo epidemiológico de color rojo a naranja, y aunque hubo algunas aglomeraciones en algunas zonas de la capital, la ciudadanía mostró nuevamente un alto nivel de entendimiento frente a mensajes políticos confusos y hasta contradictorios.
Los negocios tampoco se precipitaron a abrir sus puertas de par en par y prefirieron hacerlo de forma paulatina y respetando, en todo lo posible, las medidas de protección sanitaria.
Sin embargo, no faltaron quienes decidieron rifársela -como lo han venido haciendo durante toda la contingencia-, principalmente, en las alcaldías de Iztapalapa y Gustavo A. Madero; que pese a registrar las tasas de mortalidad y contagio más elevadas de toda la ciudad e incluso del país, el miedo a la enfermedad no es mayor al miedo al hambre, la pobreza y la inseguridad, con los que se vive todos los días, con y sin pandemia.
El número de casos a nivel nacional alcanzó, según el reporte del 2 de julio, un total de 238,511 casos confirmados acumulados; 76,423 sospechosos; 295,561 negativos; 25,565 confirmados activos; 26,189 defunciones y 610,495 personas estudiadas, por lo que en la ciudad de México se tomó la decisión de continuar en semáforo naranja y posponer la apertura de centros comerciales y tiendas departamentales hasta el próximo miércoles y de forma ordenada.
Es cierto que México es y ha sido un país profundamente desigual y que la pandemia de COVID-19 solo vino a mostrar y recordar estas ancestrales desventajas e incluso a empeorarlas.
Pero esa realidad no debe servir para quejarnos tristemente de esta desgracia o echar culpas que no se resuelven nada, sino para accionar todo el talento humano, así como las herramientas institucionales, operativas, presupuestales y estructurales a nuestro alcance para salir de este profundo bache y encaminar el país hacia un sano crecimiento y desarrollo, como lo han hecho otras muchas naciones a lo largo de la historia y, que hoy en día, son potencias mundiales.
México en varios momentos ha sido ejemplo de este esfuerzo y tenacidad, como lo demostró en los sismos de 1985 y 2017, cuando la población salió de forma espontánea a la calle a ayudar al prójimo, a remover escombros, a repartir alimentos e insumos para los que habían perdido seres queridos y bienes materiales.
Somos un país resiliente, que tiene la capacidad y la fortaleza para superar la adversidad, entonces ¿qué es lo que nos falta?