/ domingo 15 de septiembre de 2019

La ruta de la canción

Afortunadamente, querido bohemio lector, quien estas líneas le escribe ha tenido oportunidad de viajar y conocer otros países desde que era niño y confieso que como un ser cuyo alimento del alma es la música, gran parte de mi curiosidad e interés por conocer otras latitudes sucedió gracias al tesoro cultural que muchas de estas naciones han forjado a través de los tiempos.

Atendiendo esta necesidad impulsiva y natural de la gran mayoría de seres humanos quienes encontramos en la música un estilo de vida es que la industria del turismo, en comunión con instituciones y sociedad organizada ha sabido preservar el espíritu de los lugares en cuyos espacios se desarrollaron momentos históricos en la vida musical del mundo, de modo que hoy dichos lugares son referente como atracción turística a nivel internacional.

Algunas grandes capitales del mundo, contra toda expectativa, han sorprendido mi imaginación positiva y negativamente resultando, a veces, las menos prolíficas en su bagaje artístico aquellas cuya labor de resguardo está increíble y celosamente enraizado y preservado.

A partir de estas ideas es que hoy quiero confesle, entrañable bohemio irredento, que, comenzando por la República mexicana, fue el flaco de oro Agustín Lara quien me inspiró a conocer Tlacotalpan y el mismísimo puerto de la Villa Rica de la Vera Cruz a través de sus memorables boleros tales como “Veracruz”, “Noche criolla”, ”Sueño Guajiro” o “Casita Blanca”. Puedo jurar que esas canciones recorrieron mi espíritu antes, durante y después de mi encuentro con dichas tierras. Es más, si de confesiones se trata le cuento que probablemente mi interés nunca se hubiera despertado por conocer Janitzio, Madrid o Granada, de no haber sido por los bordados de poesía y música que el flaco de oro realizó.

¿Qué sería de Mazatlán, Puerto Vallarta, Atotonilco, Zacazonapan, Zacatlán, Tehuantepec, Matamoros, Monterrey, Sinaloa, Chihuahua, Tamaulipas, Tabasco, San Luis Potosí o Zacatecas sin sus corridos y canciones?

¿Quién de ustedes, imbatibles bohemios, no idealizó Mérida (Ciudad Blanca), Chapala, Guadalajara, Cocula o los altos de Jalisco sino a través de la pluma del pintor musical de México Pepe Guízar o el maestro Manuel Esperón? ¿Quién no vivió a flor de piel la pelea de gallos de Aguascalientes sin siquiera haber estado en su feria gracias a la magistral composición de Juan S. Garrido? ¿A qué extranjero conoce usted que no mencione, casi como decreto, que nuestro país es lindo y querido? Es más; niégueme que en sus viajes por carretera su alma no le exija reproducir aunque sea mental e incansablemente los ”Caminos de Guanajuato” de José Alfredo o los ”Caminos de Michoacán” de Bulmaro Bermúdez. ¿O es que alguna vez en las noches de Acapulco no se le ha antojado con sus manos enjuagar las estrellitas en el mar juguete?

En el mundo sucede lo mismo, son las canciones populares y la vida de los artistas parte fundamental de los inseparables activos subvalorados y menos alentados de la atracción turística internacional. Como andamos ya en confianza entrados, cómplices míos, también les confieso que si algo más recuerdo y atesoro en mi memoria afectiva es haber recorrido la calle de “Caminito” en el barrio de la Boca en Buenos Aires o pasar junto a la inexistente dirección fantasma del número 348 de la avenida Corrientes en Argentina. Declaro mi hazaña personal al conocer la casa de Beethoven en la pequeña ciudad de Bonn, Alemania, visitar el museo de Chopin en Varsovia, haberme fotografiado en el cruce peatonal de zebra en Abbey Road en Londres, sin pasar por alto la ilusión que me causó conocer después de las canciones sitios como el viejo San Juan, mirar la luna sobre Matanzas, vibrar las noches de Moscú, ver caer la tarde en la Lisboa antigua, contemplar la ribera de la Arauca vibrador venezolana, navegar sobre el lago azul de Ipacaraí, nostalgiar los recuerdos de la Alhambra, caminar la esquina de Prado y Neptuno, descubrir Santiago de Cuba, la tierra de donde -se dice- son los cantantes, vivir emociones profundas sobre la góndola en un sereno canal de romántica luz en Venecia, beber café en una de las más famosas terrazas de Ipanema, en la del Bar do Veloso (hoy bar Garota de Ipanema), ubicado en la antigua calle Montenegro (hoy calle Vinicius de Moraes). Estas son, bohemio mío, de las mejores experiencias de mi vida.

En fin… Más allá del vituperio qué pueda causar esta aparente presunción del privilegio vivido, esta entrega de #PeligroSóloBohemios propugna por dos propuestas:

1. Establecer la urgente declaratoria por establecer la ruta del bolero y la canción mexicana desde Tijuana hasta Yucatán pasando por la ciudad de México, en donde urge un museo de la canción que bien puede instalarse en sitios emblemáticos que hoy están en el auténtico abandono, tales como el cabaret “El Patio” o el otrora icónico centro nocturno “Qüid”, en donde debutara mi maestro, nuestro maestro Armando Manzanero.


2. Para activar un importante sector económico y abrir múltiples plazas de trabajo para nuestros artistas y trabajadores del espectáculo, muy al estilo de Las Vegas, urge destinar una zona geográfica de nuestro país para crear la capital latinoamericana del entretenimiento en México. No sé si sea en el desierto de Sonora o en algún destino turístico, pero no es posible que en nuestro país no existan propuestas de shows de primer nivel que contemplen la expresión artística nacional como atractivo turístico. Es momento de pensar en Las Vegas mexicanas.

Y parafraseando a mi amigo Nino Canún: ¿Y usted qué opina? Para contestarme hágalo al correo personal que yo siempre contesto: rodrigodelacadena@yahoo.com

¡Ni una línea más!

Afortunadamente, querido bohemio lector, quien estas líneas le escribe ha tenido oportunidad de viajar y conocer otros países desde que era niño y confieso que como un ser cuyo alimento del alma es la música, gran parte de mi curiosidad e interés por conocer otras latitudes sucedió gracias al tesoro cultural que muchas de estas naciones han forjado a través de los tiempos.

Atendiendo esta necesidad impulsiva y natural de la gran mayoría de seres humanos quienes encontramos en la música un estilo de vida es que la industria del turismo, en comunión con instituciones y sociedad organizada ha sabido preservar el espíritu de los lugares en cuyos espacios se desarrollaron momentos históricos en la vida musical del mundo, de modo que hoy dichos lugares son referente como atracción turística a nivel internacional.

Algunas grandes capitales del mundo, contra toda expectativa, han sorprendido mi imaginación positiva y negativamente resultando, a veces, las menos prolíficas en su bagaje artístico aquellas cuya labor de resguardo está increíble y celosamente enraizado y preservado.

A partir de estas ideas es que hoy quiero confesle, entrañable bohemio irredento, que, comenzando por la República mexicana, fue el flaco de oro Agustín Lara quien me inspiró a conocer Tlacotalpan y el mismísimo puerto de la Villa Rica de la Vera Cruz a través de sus memorables boleros tales como “Veracruz”, “Noche criolla”, ”Sueño Guajiro” o “Casita Blanca”. Puedo jurar que esas canciones recorrieron mi espíritu antes, durante y después de mi encuentro con dichas tierras. Es más, si de confesiones se trata le cuento que probablemente mi interés nunca se hubiera despertado por conocer Janitzio, Madrid o Granada, de no haber sido por los bordados de poesía y música que el flaco de oro realizó.

¿Qué sería de Mazatlán, Puerto Vallarta, Atotonilco, Zacazonapan, Zacatlán, Tehuantepec, Matamoros, Monterrey, Sinaloa, Chihuahua, Tamaulipas, Tabasco, San Luis Potosí o Zacatecas sin sus corridos y canciones?

¿Quién de ustedes, imbatibles bohemios, no idealizó Mérida (Ciudad Blanca), Chapala, Guadalajara, Cocula o los altos de Jalisco sino a través de la pluma del pintor musical de México Pepe Guízar o el maestro Manuel Esperón? ¿Quién no vivió a flor de piel la pelea de gallos de Aguascalientes sin siquiera haber estado en su feria gracias a la magistral composición de Juan S. Garrido? ¿A qué extranjero conoce usted que no mencione, casi como decreto, que nuestro país es lindo y querido? Es más; niégueme que en sus viajes por carretera su alma no le exija reproducir aunque sea mental e incansablemente los ”Caminos de Guanajuato” de José Alfredo o los ”Caminos de Michoacán” de Bulmaro Bermúdez. ¿O es que alguna vez en las noches de Acapulco no se le ha antojado con sus manos enjuagar las estrellitas en el mar juguete?

En el mundo sucede lo mismo, son las canciones populares y la vida de los artistas parte fundamental de los inseparables activos subvalorados y menos alentados de la atracción turística internacional. Como andamos ya en confianza entrados, cómplices míos, también les confieso que si algo más recuerdo y atesoro en mi memoria afectiva es haber recorrido la calle de “Caminito” en el barrio de la Boca en Buenos Aires o pasar junto a la inexistente dirección fantasma del número 348 de la avenida Corrientes en Argentina. Declaro mi hazaña personal al conocer la casa de Beethoven en la pequeña ciudad de Bonn, Alemania, visitar el museo de Chopin en Varsovia, haberme fotografiado en el cruce peatonal de zebra en Abbey Road en Londres, sin pasar por alto la ilusión que me causó conocer después de las canciones sitios como el viejo San Juan, mirar la luna sobre Matanzas, vibrar las noches de Moscú, ver caer la tarde en la Lisboa antigua, contemplar la ribera de la Arauca vibrador venezolana, navegar sobre el lago azul de Ipacaraí, nostalgiar los recuerdos de la Alhambra, caminar la esquina de Prado y Neptuno, descubrir Santiago de Cuba, la tierra de donde -se dice- son los cantantes, vivir emociones profundas sobre la góndola en un sereno canal de romántica luz en Venecia, beber café en una de las más famosas terrazas de Ipanema, en la del Bar do Veloso (hoy bar Garota de Ipanema), ubicado en la antigua calle Montenegro (hoy calle Vinicius de Moraes). Estas son, bohemio mío, de las mejores experiencias de mi vida.

En fin… Más allá del vituperio qué pueda causar esta aparente presunción del privilegio vivido, esta entrega de #PeligroSóloBohemios propugna por dos propuestas:

1. Establecer la urgente declaratoria por establecer la ruta del bolero y la canción mexicana desde Tijuana hasta Yucatán pasando por la ciudad de México, en donde urge un museo de la canción que bien puede instalarse en sitios emblemáticos que hoy están en el auténtico abandono, tales como el cabaret “El Patio” o el otrora icónico centro nocturno “Qüid”, en donde debutara mi maestro, nuestro maestro Armando Manzanero.


2. Para activar un importante sector económico y abrir múltiples plazas de trabajo para nuestros artistas y trabajadores del espectáculo, muy al estilo de Las Vegas, urge destinar una zona geográfica de nuestro país para crear la capital latinoamericana del entretenimiento en México. No sé si sea en el desierto de Sonora o en algún destino turístico, pero no es posible que en nuestro país no existan propuestas de shows de primer nivel que contemplen la expresión artística nacional como atractivo turístico. Es momento de pensar en Las Vegas mexicanas.

Y parafraseando a mi amigo Nino Canún: ¿Y usted qué opina? Para contestarme hágalo al correo personal que yo siempre contesto: rodrigodelacadena@yahoo.com

¡Ni una línea más!