/ martes 13 de febrero de 2024

OPINIÓN POR VICENTE GUTIÉRREZ CAMPOSECO | Palabras huecas y fracaso

No es casual que el uso de palabras como la “politiquería” se incluya en un Diccionario de Americanismos. El lamentable nivel político y la enorme pobreza intelectual de muchos gobernantes, en sus tres niveles de gobierno, la utilizan hoy en día como una herramienta de la megalomanía, es pues, una palabra que, con frecuencia, emplean en diversas situaciones como prácticas políticas que consideramos engañosas, truculentas o tramposas. Lastimosamente en México vivimos en un entuerto, la insuperable necesidad de aparecer mediáticamente y en redes sociales, de quienes sirven a la sociedad le otorgan dos significados: primero, la actuación en “política” mediante intrigas, mitomanía o excesos y, el segundo aferrarse a palabras huecas con la intensión de conseguir o mantener el poder mediante falsas promesas o el dispendio de la billetiza disfrazada de programas sociales.

En política, la vanidad es expresión de castración ideológica. De ahí que hay quienes actúan como agentes de la ambigüedad pues la indecisión propia de su proceder, muchas veces determinan, paradójicamente, el curso de los hechos políticos. Como bien dice el escritor Antonio José Monagas son ellos los llamados “eunucos políticos, quienes, en obscura complicidad con arrogantes posturas, pedantes presunciones y erradas opiniones, se amparan en una asombrosa y particular capacidad para desnaturalizarse ante circunstancias críticas”. Justamente por la carencia de principios que descaradamente exhiben para entonces desvirtuar situaciones, falsear reflexiones y adulterar condiciones.

En México desafortunadamente las palabras huecas son parte del discurso oficialista, a grado tal que, ya genera un enorme y creciente hartazgo social…la impunidad. “estamos investigando”, “llegaremos hasta las últimas consecuencias”, “cero corrupciones”, Caiga quién caiga”, “la Ley es la Ley”, “el que la hace la paga”, “No habrá impunidad”, son solo algunas de las frases que recurrentemente escuchamos y leemos en los discursos mediáticos, como decía mi abuela, “sin ton ni son”. Más que buscar respuestas en la ciencia política para descifrar el actuar de los politiqueros, se puede acreditar más aproximaciones al concepto de ejercer el poder mediante la gangrena del corredor amoral que el propio Maquiavelo siempre subrayó, no como juicio sumario en una inmoralidad, sino en estar desprovisto de moral.

Ciertamente la corrupción, el servilismo y clientelismo ha empañado el noble oficio del servicio público y ha permitido que los nefastos comportamientos de muchos servidores que quiebran la esperanza de los ciudadanos. Hoy, lo que México necesita es resultados, unidad y trabajo. La única forma es que la sociedad participe en las intervenciones de gobierno, porque a veces, en lugar de solucionar hacen más grave un problema, solo baste recordar el desvío millonario de recursos públicos a los elefantes blancos. En este tenor podemos comprender que haya gobiernos frívolos, ineptos y corruptos, pero ¿hasta cuándo?

No es casual que el uso de palabras como la “politiquería” se incluya en un Diccionario de Americanismos. El lamentable nivel político y la enorme pobreza intelectual de muchos gobernantes, en sus tres niveles de gobierno, la utilizan hoy en día como una herramienta de la megalomanía, es pues, una palabra que, con frecuencia, emplean en diversas situaciones como prácticas políticas que consideramos engañosas, truculentas o tramposas. Lastimosamente en México vivimos en un entuerto, la insuperable necesidad de aparecer mediáticamente y en redes sociales, de quienes sirven a la sociedad le otorgan dos significados: primero, la actuación en “política” mediante intrigas, mitomanía o excesos y, el segundo aferrarse a palabras huecas con la intensión de conseguir o mantener el poder mediante falsas promesas o el dispendio de la billetiza disfrazada de programas sociales.

En política, la vanidad es expresión de castración ideológica. De ahí que hay quienes actúan como agentes de la ambigüedad pues la indecisión propia de su proceder, muchas veces determinan, paradójicamente, el curso de los hechos políticos. Como bien dice el escritor Antonio José Monagas son ellos los llamados “eunucos políticos, quienes, en obscura complicidad con arrogantes posturas, pedantes presunciones y erradas opiniones, se amparan en una asombrosa y particular capacidad para desnaturalizarse ante circunstancias críticas”. Justamente por la carencia de principios que descaradamente exhiben para entonces desvirtuar situaciones, falsear reflexiones y adulterar condiciones.

En México desafortunadamente las palabras huecas son parte del discurso oficialista, a grado tal que, ya genera un enorme y creciente hartazgo social…la impunidad. “estamos investigando”, “llegaremos hasta las últimas consecuencias”, “cero corrupciones”, Caiga quién caiga”, “la Ley es la Ley”, “el que la hace la paga”, “No habrá impunidad”, son solo algunas de las frases que recurrentemente escuchamos y leemos en los discursos mediáticos, como decía mi abuela, “sin ton ni son”. Más que buscar respuestas en la ciencia política para descifrar el actuar de los politiqueros, se puede acreditar más aproximaciones al concepto de ejercer el poder mediante la gangrena del corredor amoral que el propio Maquiavelo siempre subrayó, no como juicio sumario en una inmoralidad, sino en estar desprovisto de moral.

Ciertamente la corrupción, el servilismo y clientelismo ha empañado el noble oficio del servicio público y ha permitido que los nefastos comportamientos de muchos servidores que quiebran la esperanza de los ciudadanos. Hoy, lo que México necesita es resultados, unidad y trabajo. La única forma es que la sociedad participe en las intervenciones de gobierno, porque a veces, en lugar de solucionar hacen más grave un problema, solo baste recordar el desvío millonario de recursos públicos a los elefantes blancos. En este tenor podemos comprender que haya gobiernos frívolos, ineptos y corruptos, pero ¿hasta cuándo?