/ martes 21 de marzo de 2023

En ruinas, legendarios teatros de la CDMX

Están en el olvido los teatros Blanquita, Lírico, Fru Fru, y los cines Orfeón y Ópera, donde se presentaron los más grandes artistas y se disfrutaron grandes producciones  

La Ciudad de México se reconoce -como todas las grandes capitales del mundo-, por sus principales barrios, cuya importancia radica en el esplendor que dan a la vida urbana, al entorno en el que se mueven sus habitantes, quienes se sienten parte del paisaje, porque en ellos han escrito parte de sus vidas. Ahí están sus recuerdos más entrañables, sus victorias, sus derrotas, pero siempre ahí, en esos espacios donde se concentra lo extraordinario, donde se forja la historia de una metrópoli inigualable como la nuestra.

El Centro Histórico o también llamado primer cuadro de la ciudad es quizá el barrio más importante de la urbe, así lo fue desde la antigua Tenochtitlán, y luego reconvertida por los españoles sobre sus ruinas, para construir lo que Alexander von Humboldt llamaría “La ciudad de los palacios”.

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La magnificencia y prosapia de sus edificaciones de corte europeo son evidentes, varias de ellas situadas en las más emblemáticas calles del Centro Histórico, y entre estas se levantaron cinco obras arquitectónicas sublimes que hoy están en el abandono: los cines Ópera y Orfeón, además de los teatros Fru Fru, Lírico y quizás el más famoso, el Blanquita.

Los cinco inmuebles tienen varias cosas en común, una de ellas, es que se encuentran dentro de la demarcación que conforma hoy la alcaldía Cuauhtémoc; otra, es que cuentan con un pasado majestuoso porque fueron de los más populares cada uno en sus respectivas épocas. En ellos se escribieron un sinfín de historias, pasaron los artistas más importantes, nacionales e internacionales y se forjó lo que Carlos Monsiváis considera: “La Edad de Oro de la Vida Nocturna de la Ciudad de México”. Y, por último, que se encuentran en la actualidad en el descuido y en condiciones deplorables.

El Teatro Fru Fru

En el número 24 de la calle de Donceles se mantiene a pesar del paso implacable del tiempo. Su pesada reja está cerrada y asegurada con una cadena, pero a través de ella se aprecia el pasillo que conduce a sus puertas interiores, las cuales, mudas, aguardan hasta el día en que se abran nuevamente.

Fue en agosto de 1899, cuando el presidente Porfirio Díaz y su esposa Carmen Romero Rubio llegaron en un pomposo carruaje por San Juan de Letrán para inaugurarlo en ese entonces, con el nombre de El Teatro Renacimiento.

Se dice que se le nombró así, emulando a la revista cultural que llevaba ese mismo nombre y que fundó el escritor Ignacio Manuel Altamirano. En los tiempos de Porfirio Díaz hacía falta un lugar donde se pudieran representar las obras literarias de la época, y donde se realizaran las llamadas “veladas literarias”; con ese objetivo el presidente ordenó la construcción del teatro, el cual contó con los avances tecnológicos más avanzados, fue el primero en tener luz eléctrica y estuvo hecho a semejanza de los teatros modernos franceses.

De este modo, el Renacimiento se volvió el sitio predilecto de la alta sociedad, de políticos y del entorno intelectual de la época. Si alguien quería destacar, tenía que hacerlo frecuentando su ambiente.

El Fru Fru, un lugar de magia e historia / Foto: Jaime Llera / El Fru Fru, un lugar de magia e historia / Foto: Jaime Llera

Rebautizado como Virginia Fábregas

Al tener un protagonismo importante en la vida social de la incipiente Ciudad de México, en 1906, el empresario Francisco Cardona se interesa en el recinto y lo compra para regalárselo a su esposa, la actriz Virginia Fábregas, quien por esos años, era considerada una de las artistas más importantes del país. Así que, el Renacimiento cambió de nombre y llevó el de la afamada estrella de cine.

Con la caída del poder de Porfirio Díaz en 1911 y en plena Revolución mexicana, los géneros literarios cambiaron y surgió el llamado Teatro de Género Chico, el cual tenía sus orígenes en el sainete, el astracán, la zarzuela española y el género de revista político y musical, donde se exaltaba el movimiento social armado, por lo cual, el Virginia Fábregas pasó a ser un recinto concurrido por el pueblo y menos de alta sociedad como ocurrió durante el Porfiriato.

Durante casi tres décadas, el teatro gozó de buena salud y de éxitos, pero en 1930, la pareja Fábregas Cardona padeció una crisis económica y tuvieron que bajar el telón. Fue la primera vez que el recinto estuvo cerrado por un tiempo prolongado, hasta que en 1973, fue adquirido por un nuevo dueño.

Surge el Fru Fru

Fue la cantante y actriz Irma Serrano, “La Tigresa”, quien después de consolidarse en la fama ofreció una buena cantidad de billetes y se hizo del Teatro Virginia Fábregas en 1973. Ella lo remodeló, le cambió el nombre a El Fru Fru y montó el concepto “Teatro de medianoche”, espectáculo para deleitar al público adulto, en específico del sexo masculino.

Las obras representadas en esos años en el Fru Fru eran sobre temas prohibidos: homosexualidad, prostitución y muchos desnudos abarrotaban cada noche el recinto de Donceles, por lo que adquirió fama de “lugar de perdición”.

El Fru Fru llegó hasta los años 90, pero cada vez con más problemas para operar, escaso público, obras que no despegaron, así que el recinto tuvo que ampliar sus expectativas y comenzó a funcionar también como galería, locación para películas, conciertos de rock y presentaciones de libros, hasta llegar a lo que es hoy, un sitio abandonado, lleno de basura y que cobija limosneros en su fachada.

El Cine Orfeón, un grande en el olvido

Está en el número 40 de la calle Luis Moya, en la colonia Centro. Sí, también se encuentra cerrado y olvidado. A pesar de ello, su fachada estilo Art Déco sigue impresionando por su belleza. Sus cortinas que hoy lucen opacas se abrieron por vez primera en 1938 y su construcción estuvo a cargo del despacho de arquitectos estadounidense John y Drew Eberson.

El Cine Orfeón forma parte de aquellas construcciones que se erigieron en la Ciudad de México entre los años de 1925 a 1940, cuando el Art Déco, proveniente de Europa, se adhirió de distintas maneras en el tejido urbano.

Con su construcción, el recinto formó parte de los edificios más bellos y modernos de la capital, además de ser uno de los cines más grandes del país, con un aforo de 4 mil 628 asientos. El lugar contaba con una confitería, cafetería y por sus enormes ventanales en la fachada, los asistentes podían asomarse y disfrutar del paisaje urbano, con mucha vida, por su ubicación en pleno Centro Histórico.

Casi todos los días había funciones, pero los fines de semana, los capitalinos no perdían oportunidad de acudir a ver una película en el Orfeón, por lo que la calle Luis Moya se atiborraba de Cadillacs, Packards, Chevrolets y Fords en los que el público llegaba y sobre la banqueta, interminables hacían las filas de la taquilla para comprar los boletos.

Foto Google Maps

"Hoy, María Félix, en la mujer sin alma"

En 1944, una de las películas con más tiempo en la cartelera del Orfeón fue La Mujer sin alma, protagonizada por María Félix, Fernando y Andrés Soler y Antonio Badú, bajo la dirección del célebre director Fernando de Fuentes.

Este exitoso filme registró llenos absolutos durante varios meses, incluso, personas que ya habían visto la película, volvieron a verla varias veces más, pero mucho tenía que ver el recinto, pues era todo un deleite disfrutar de las películas en el imponente y cómodo Orfeón.

Hoy, caminando por el lugar, asomándose a través de sus cortinas, es duro ver las condiciones en las que se encuentra, pues también se ha vuelto refugio de vagabundos y personas en situación de calle.

No obstante, el majestuoso recinto de Luis Moya cerró sus puertas a mediados de los años 70 y fue hasta 1996, cuando la empresa OCESA, a través de la Corporación Interamericana de Entretenimiento (CIE), llegó a un arreglo con el dueño particular y lo reinauguraron.

Al año siguiente, un grupo de actores encabezado por Lolita Cortés y Roberto Blandón montaron el musical: La Bella y la Bestia, con un modesto éxito; sin embargo, meses después, el dueño y la CIE entraron en conflicto y se fueron a juicio, lo que causó la suspensión de actividades que mantienen al Orfeón hasta hoy, hundido en el abandono y el deterioro.

Teatro Lírico

Unos grafitis han sido plasmados sobre su fachada, aquella que lució imponente en 1907, cuando se inauguraba el primer teatro de la naciente urbe capitalina, con el nombre de Teatro Lírico.

Es el número 46 de la calle República de Cuba, en pleno Centro Histórico y de este emblemático recinto, sólo permanece su fachada original, la cual, luce opaca y sucia; una parte por el paso innegable del tiempo y otra, por la indulgencia de los capitalinos que lo tratan ahora con cierta indiferencia.

Pero el mérito de su esplendor se debe en gran medida a la visita de la compañía francesa ¡Voila le Ba-ta-clan!, encabezada por la artista madame Berthe Rasimi, la cual era un grupo de bailarinas conocidas como tiples, cuyos cuerpos exhibían semidesnudos solo adornados por plumas y medias transparentes, que en 1925 se presentó en el Lírico, causando gran revuelo sobre todo en el público masculino.

En 1907 se inauguró el primer teatro de la naciente urbe capitalina, con el nombre de Lírico / Foto: Jaime Llera / En 1907 se inauguró el primer teatro de la naciente urbe capitalina, con el nombre de Lírico / Foto: Jaime Llera

El Mexican Rataplán, todo una época en el lírico

Así que al empresario mexicano José Campillo, después de ver aquello, se le ocurrió la brillante idea de crear un Bataclán mexicano, el cual nombró de forma irónica como el Mexican Rataplán.

Las principales diferencias entre la compañía francesa y mexicana, fueron que las tiples nacionales no usaban medias, dejando más desnudos sus cuerpos; respecto a la escenografía, esta era con ambientes principalmente rurales, poniendo énfasis en la artesanía mexicana: molcajetes, jícaras, cazuelas y diversas figurillas eran parte del paisaje mientras las chicas movían sus voluptuosas curvas.

El Rataplán mexicano fue un exitazo que llenó de alegría a los habitantes de la naciente Ciudad de México, fue un recinto que amalgamó a todas las clases sociales, lo mismo acudían políticos y artistas que el ferrocarrilero y el comerciante modesto.

Por el escenario del Teatro Lírico pasaron estrellas de la talla de Joaquín Pardavé, Lupe Vélez, Alicia Murillo, Agustín Lara, María Griver, Pedro Infante y Jorge Negrete.

Foxtrot el "no se vaya a infartar caballero"

“¡Encendidos los reflectores, listas las tiples, comienza la función!”, gritaba el presentador y los ritmos y armonías de los discos de 78 revoluciones por segundo comenzaban a sonar y las bataclanas (bailarinas) hacían Foxtrot, el baile de moda durante los años 20, que consistía en mover el cuerpo de manera provocativa arrancando los alaridos de los machos mexicanos que tenían que refrescarse con aguarrás o pulque los calores del cuerpo.

Así, el Rataplán en el Lírico marcó la década de los años 20, una época de paz luego de la Revolución mexicana y le dio auge a la vida social nocturna, hasta que el bolero fue apagando poco a poco al Foxtrot y el teatro tuvo que acoger otro tipo de público y de puestas en escena.

Entre remodelaciones y el temblor de 1985

El Lírico sufrió dos remodelaciones en 1935 y 1965, respectivamente, pero su estructura se vio severamente dañada por el sismo de 1985, por lo cual, parte de los palcos, plateas y anfiteatro tuvieron que ser destruidas, manteniendo solo su fachada original.

Fue hasta el 25 de abril, que reabrió sus puertas tras una seria reconstrucción respaldada por el gobierno de la Ciudad de México. Fue con la comedia musical La viuda alegre, protagonizada por Angélica María, que inició una nueva etapa, la cual fue intermitente, por periodos se mantenía en operación presentando obras de distintos géneros, pero también tuvo sus rachas en las que se mantuvo cerrado.

Con cada vez menos actividad, el legendario Teatro Lírico bajó el telón de forma definitiva y cerró sus puertas en 2002, manteniéndose desde entonces en el abandono.

Hace algunos años, la Asamblea Legislativa aprobó dos puntos de acuerdo para reconstruirlo, sin embargo, el proyecto se mantiene estancado, los días pasan y cada vez menos personas se acuerdan del esplendor que tuvo.

Al Cine Ópera el tiempo le ha otorgado el encanto del misterio / Foto: Jaime Llera / Al Cine Ópera el tiempo le ha otorgado el encanto del misterio / Foto: Jaime Llera

El Cine Ópera, una joya en la colonia San Rafael

Luce imponente por la estrecha calle de Serapio Rendón, en la colonia San Rafael, pese a estar abandonado, cacarizo y sucio. Se trata del Cine Ópera, cuyo tiempo le ha otorgado el encanto del misterio.

La historia de este septuagenario comenzó en 1949 ––año en que la obra encargada al arquitecto Félix T. Nuncio y al decorador Manuel Fontanals––, abrió sus puertas y el público causó gran revuelo para conocerlo; la primera película que se proyectó aquella noche fue El quinto patio, protagonizada por Emilia Guiú, Emilio Tuero, Chula Prieto, Carlos López Moctezuma y Bárbara Gil.

La obra se configuró en el estilo Art Decó, que tanto resplandor dio a la Ciudad de México, pero su fachada, sin duda, era imponente compuesta por un gran ventanal por donde la luz del sol iluminaba de forma natural su hermoso vestíbulo, y en su marquesina dos imponentes musas: Thalía y Melpómene, una sosteniendo la máscara de la comedia y otra la de la tragedia.

La construcción de este recinto coincidió con los últimos años de la llamada Época de Oro del Cine Mexicano, por lo que en los años 50 y 60 en el Ópera el público pudo disfrutar de cintas como María Candelaria, Campeón sin corona, Salón México, Ahí está el detalle, Macario, Tizoc, Los Olvidados, entre tantas otras.

El TLC y la crisis del cine nacional

El coloso de la colonia San Rafael tuvo algunos altibajos, y el temblor de 1985 causó el desprendimiento de su monumental pantalla, por lo que sufrió reparaciones que le hicieron pasar algunas vicisitudes, no obstante, el Ópera y el público se arroparon mutuamente para llegar a la década de los 90, pero con la firma del Tratado de Libre Comercio, este se encargó de quitar de en medio a varias empresas nacionales, por lo que COTSA, compañía que administraba varios de los cines más importantes de la Ciudad de México, quebró y el recinto tuvo que dejar de operar por algún tiempo.

La crisis por el TLC laceró principalmente a los negocios nacionales, y en consecuencia, también afectó la producción de películas mexicanas, por lo que, el cine dejó de ser un negocio rentable y el Ópera como muchos otros cinemas y teatros tuvieron que adaptarse a los nuevos tiempos, así que comenzaron a incluir nuevos espectáculos y los conciertos musicales encajaron perfectamente en sus escenarios.

El Cine Ópera, en el abandono / Foto: Jaime Llera / El Cine Ópera, en el abandono / Foto: Jaime Llera

Un lugar de culto para bandas de culto

Con la juventud ávida de espacios para sacar toda esa rebeldía contenida, el Cine Ópera les tenía reservadas noches memorables, entonces del público ataviado con pipa y guante de las décadas de los 40 y 50, pasó a amparar a jóvenes con ropas extravagantes, tatuajes, perforaciones en varias partes de sus cuerpos , pantalones de mezclillas rotos y peinados estrambóticos.

Así se dieron las veladas mágicas con grupos emblemáticos del rock nacional como La Castañeda, la presentación del disco Babel, de Santa Sabina, en 1996, con una voz deslumbrante de su bruja viajera, Rita Guerrero.

Luego vinieron las bandas internacionales: Los Héroes del Silencio, los ingleses Love and Rockets y para culminar, en 1998, el vampiro gótico, Peter Murphy, junto con todo el grupo de Bauhaus. Tanto fue el éxito de este concierto, que el Ópera fue insuficiente para albergar a los miles de seguidores y todo derivó en caos y un memorable “portazo” que provocó la presencia de las autoridades capitalinas y que colocaran los sellos de clausura en las casi derribadas cortinas del cine, las cuales sólo fueron reparadas para mantener cerrado el coloso hasta nuestros días.

Hoy todo ese esplendor se derrumbó hasta quedar sólo polvo, madera podrida y basura. En 2011 quedó en resguardo del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), con un proyecto para remodelarlo y convertirlo en un centro cultural, no obstante, el lugar sigue cerrado y en un deterioro notable.

Teatro Blanquita

Una reja impide llegar hasta sus puertas. Fue colocada hace unos años porque los pilares de su fachada se volvieron morada de vagabundos, niños de la calle y desamparados, y el ambiente estaba inundado por vapores nauseabundos.

Su fachada luce descarapelada, sucia, su letrero y marquesina ya no brillan como cuando anunciaban a Tin Tán, Dámaso Pérez Prado, "El cara de foca", Juan Gabriel, Tongolele, Cantinflas, Clavillazo, Palillo, Toña La Negra, Lucha Villa, La Sonora Santanera o en sus últimos años el musical Aventurera, pero la Ciudad de México no sería la misma sin el Blanquita.

El gran teatro Circo Orrin

Los orígenes del Blanquita se remontan a 1881, cuando Edward Walter Orrin construyó en esos terrenos una plazuela con un circo techado, baños, butacas cómodas y un amplio escenario. El Gran Circo Orrin contaba con mucho éxito pero se consolidó cuando el señor Edward contrató a Richard Bell, un payaso de origen inglés, que trabajaba por su cuenta, lo llevó a su espectáculo y la conexión con el público fue inmediata. Las tardes de gloria se prolongaron por casi 20 años y con giras por todo el país.

Con una fortuna consolidada, Edward Walter Orrin decidió desmontar el circo y llevarlo a la ciudad de Tamaulipas, entonces el terreno quedó por varias décadas abandonado.

Foto La Prensa

La Carpa Margo Su

Fue la escritora y actriz Margarita Su López, quien después de sacarse la lotería, compró el terreno en 1949 y junto con su esposo Félix Cervantes, construyeron un teatro, que el público bautizó como La carpa Margo Su.

En ese mismo año, en la carpa Margo Su debutó una joven cantante muy guapa, se hacía llamar María Victoria. Su magnífica voz y carisma de inmediato la ascendieron a la fama y a grabar también varias películas con artistas como Luis Aguilar, Pedro Vargas, Lola Beltrán, Meche Barba, Silvia Pinal, Mauricio Garcés, Pedro Infante, entre muchos otros.

Con una consolidada carrera artística, María Victoria fue bautizada como “La Novia de México” y se le inmortalizó con una estatua años más tarde, en la explanada de El Blanquita.

Década de los 50, la época de las redadas

Con la proliferación y éxito de los espectáculos de revista, recintos como el Tivoli, El Blanquita, el Lírico y otros, se convirtieron en lugares pecaminosos, vulgares, que atentaban contra las “buenas costumbres”, por lo que la sociedad más conservadora presionó a las autoridades capitalinas a “terminar con esa bola de depravados” que eran un mal ejemplo para los niños y jóvenes.

Así que el momento le venía como anillo al dedo al regente de la Ciudad de México, Ernesto P Uruchurtu –cuyos deseos de escalar en la política lo quemaban por dentro–, tenía que demostrar que estaba a la altura de las circunstancias, así que implementó multas a los recintos de esparcimiento y llevó a cabo sus famosas redadas, que consistían en esperar a que los teatros o cabarets estuvieran hasta el gorro para después, caerles con toda la violencia policiaca y hacer detenciones sin distinción alguna.

Foto: Yennyfer Mena | La Prensa

Sobre ese actuar del regente Uruchurtu, Carlos Monsiváis señala: “Fue una etapa en la que eso de la tolerancia no rifaba, y había chantajes y violencia policiaca y redadas contra atavíos y multas por todo y mordidas y el ‘acompáñame, no te hagas pendejo’”, el fin era acabar con el “pecado”, ese motor de la Vida Nocturna de aquellos años, pero al fin y al cabo el mandamás de la capital lo consiguió y no por nada su actuar le valió el mote de “el regente de hierro”.

Así fue como el regente ordenó la demolición de la Carpa Margo Su en 1958, y haría lo mismo con el emblemático Tivoli, en noviembre de 1963, pues había que “moralizar la ciudad e imponer la decencia pública”, fueron las palabras que utilizó el mismo funcionario para defender lo que a todas luces era una infamia.


Nace el Blanquita

Sin embargo, Margarita y Félix lograron levantar un nuevo centro de espectáculos en 1960, e inspirados en su pequeña hija Blanca Eva Cervantes, decidieron bautizar el lugar con el nombre de El Teatro Blanquita. Su inauguración fue en grande, con lleno total para ver a la cantante Libertad Lamarque y el recinto gozó de varios años de esplendor.

Por su escenario pasaron cantantes, actores y comediantes que nacieron en el teatro de carpa y, que después, gozaron de fama plena: Fernando Soto, “Mantequilla”, Clavillazo, Tin Tan, Cantinflas, Dámaso Pérez Prado, Carmen Salinas, Alfonso Arau, Leo Dan, Adalberto Martínez, “Resortes”, Los Panchos, Ninón Sevilla, Katy Jurado, Lilia Prado, Olga Guillot, Marga López, Cepillín, La Sonora Matancera, Marco Antonio Muñiz, Angélica María, Chabelo, entre muchos más.

Margo Su abandona la administración del teatro

Y como nada es para siempre, el éxito de El Blanquita vino a menos y en la década de los 90, Margo Su entregó la administración del recinto a tres empresarios: Darío León, Rodolfo Ayala y Alejandro Soberón, quienes lograron un acuerdo con el gobierno de la Ciudad de México y la empresa Ocesa, para rescatar el inmueble.

No obstante, el auge de la televisión y los programas musicales como el de Siempre en Domingo, reordenaron no solo la vida popular sino también, la formación de los artistas, quienes abandonaron las tablas por los sets televisivos, los cuales les garantizaba la fama a corto plazo.

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Después, los conciertos masivos terminaron por rematar a recintos como El Blanquita, pues los artistas y empresarios preferían organizarlos en lugares mucho más grandes como el Palacio de los Deportes o el Auditorio Nacional y llevarse también mayores ganancias.

Pese a esta situación, el gobierno y los empresarios invirtieron un millón de dólares en remodelar El Blanquita; se arreglaron camerinos, mobiliario, lobby, el interior del recinto y el escenario.

El Blanquita se resistía a morir, y Vicente Fernández hizo una temporada exitosa y después el proyecto de Aventurera, de Carmen Salinas, le devolvió las noches gloriosas al recinto, que alojó por más de una década a la obra.

Foto: Especial

"La última y nos vamos"

La marquesina del Blanquita anunciaba: “Víctimas del Doctor Cerebro, 31 de octubre de 2015”; la banda de Nezahualcóyotl quiso un escenario emblemático para festejar 26 años de carrera. No erraron, fue una noche inolvidable para “El Ranas”, “El chipotle”, “El Abulón” y compañía.

Ni el grupo ni el público sabían que acudían al epílogo de un grande como El Blanquita, el recinto que arropó a miles de urbanos y a otros tantos que de paso tuvieron el placer de conocerlo. El que arropó a miles que bebieron, bailaron y se precipitaron a la parranda.

Hoy, el futuro de El Blanquita es incierto, su dueña Blanca Eva Cervantes se resiste a perder el regalo que le heredaron sus padres. Por otra parte, se rumora que el gobierno capitalino tiene en mente derribarlo para construir una plaza comercial, sin embargo, son solo especulaciones.

"La alcaldía Cuauhtémoc no tiene injerencia sobre ellos"

Por otra parte, este diario contacto con la alcaldía Cuauhtémoc, para saber si existe algún proyecto por parte de las autoridades que contemple el rescate de estos recintos emblemáticos de la Ciudad de México.

Al respecto, Carlos Velasco, jefe de Comunicación Social de la alcaldía, señaló que los foros: Teatro Blanquita, Lírico, Cine Orfeón, y el Teatro Fru Fru cuentan con dueños particulares, por lo cual, la alcaldía no tiene injerencia alguna sobre ellos.

Sobre el Cine Ópera, precisó que es propiedad del Gobierno federal e ignoran si existe algún interés en remodelarlo para después reabrirlo. Además, en el caso del Teatro Blanquita, indicó que la dueña está más interesada en venderlo, sin embargo, desconocen con precisión cuáles son los planes o intereses respecto a ellos.

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De este modo, es como hicimos un breve recorrido por la historia de estos recintos gloriosos de la Ciudad de México, los que ahora padecen el olvido y el deterioro de la peor manera porque su brillo no fue procurado y hoy se encuentran opacos y literalmente polvosos.

Sin embargo, muchas veces, en distintas etapas fueron el gran escenario y al mismo tiempo espectadores de varias décadas de gran auge nocturno, en la que los asistentes hicieron suyos los espectáculos, los artistas y se entregaron al goce y al mismo tiempo hicieron un gran homenaje colectivo a la Ciudad de México y al dios Baco.

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La Ciudad de México se reconoce -como todas las grandes capitales del mundo-, por sus principales barrios, cuya importancia radica en el esplendor que dan a la vida urbana, al entorno en el que se mueven sus habitantes, quienes se sienten parte del paisaje, porque en ellos han escrito parte de sus vidas. Ahí están sus recuerdos más entrañables, sus victorias, sus derrotas, pero siempre ahí, en esos espacios donde se concentra lo extraordinario, donde se forja la historia de una metrópoli inigualable como la nuestra.

El Centro Histórico o también llamado primer cuadro de la ciudad es quizá el barrio más importante de la urbe, así lo fue desde la antigua Tenochtitlán, y luego reconvertida por los españoles sobre sus ruinas, para construir lo que Alexander von Humboldt llamaría “La ciudad de los palacios”.

Lee también: Surca cielos de Neza el Festival del Papalote

La magnificencia y prosapia de sus edificaciones de corte europeo son evidentes, varias de ellas situadas en las más emblemáticas calles del Centro Histórico, y entre estas se levantaron cinco obras arquitectónicas sublimes que hoy están en el abandono: los cines Ópera y Orfeón, además de los teatros Fru Fru, Lírico y quizás el más famoso, el Blanquita.

Los cinco inmuebles tienen varias cosas en común, una de ellas, es que se encuentran dentro de la demarcación que conforma hoy la alcaldía Cuauhtémoc; otra, es que cuentan con un pasado majestuoso porque fueron de los más populares cada uno en sus respectivas épocas. En ellos se escribieron un sinfín de historias, pasaron los artistas más importantes, nacionales e internacionales y se forjó lo que Carlos Monsiváis considera: “La Edad de Oro de la Vida Nocturna de la Ciudad de México”. Y, por último, que se encuentran en la actualidad en el descuido y en condiciones deplorables.

El Teatro Fru Fru

En el número 24 de la calle de Donceles se mantiene a pesar del paso implacable del tiempo. Su pesada reja está cerrada y asegurada con una cadena, pero a través de ella se aprecia el pasillo que conduce a sus puertas interiores, las cuales, mudas, aguardan hasta el día en que se abran nuevamente.

Fue en agosto de 1899, cuando el presidente Porfirio Díaz y su esposa Carmen Romero Rubio llegaron en un pomposo carruaje por San Juan de Letrán para inaugurarlo en ese entonces, con el nombre de El Teatro Renacimiento.

Se dice que se le nombró así, emulando a la revista cultural que llevaba ese mismo nombre y que fundó el escritor Ignacio Manuel Altamirano. En los tiempos de Porfirio Díaz hacía falta un lugar donde se pudieran representar las obras literarias de la época, y donde se realizaran las llamadas “veladas literarias”; con ese objetivo el presidente ordenó la construcción del teatro, el cual contó con los avances tecnológicos más avanzados, fue el primero en tener luz eléctrica y estuvo hecho a semejanza de los teatros modernos franceses.

De este modo, el Renacimiento se volvió el sitio predilecto de la alta sociedad, de políticos y del entorno intelectual de la época. Si alguien quería destacar, tenía que hacerlo frecuentando su ambiente.

El Fru Fru, un lugar de magia e historia / Foto: Jaime Llera / El Fru Fru, un lugar de magia e historia / Foto: Jaime Llera

Rebautizado como Virginia Fábregas

Al tener un protagonismo importante en la vida social de la incipiente Ciudad de México, en 1906, el empresario Francisco Cardona se interesa en el recinto y lo compra para regalárselo a su esposa, la actriz Virginia Fábregas, quien por esos años, era considerada una de las artistas más importantes del país. Así que, el Renacimiento cambió de nombre y llevó el de la afamada estrella de cine.

Con la caída del poder de Porfirio Díaz en 1911 y en plena Revolución mexicana, los géneros literarios cambiaron y surgió el llamado Teatro de Género Chico, el cual tenía sus orígenes en el sainete, el astracán, la zarzuela española y el género de revista político y musical, donde se exaltaba el movimiento social armado, por lo cual, el Virginia Fábregas pasó a ser un recinto concurrido por el pueblo y menos de alta sociedad como ocurrió durante el Porfiriato.

Durante casi tres décadas, el teatro gozó de buena salud y de éxitos, pero en 1930, la pareja Fábregas Cardona padeció una crisis económica y tuvieron que bajar el telón. Fue la primera vez que el recinto estuvo cerrado por un tiempo prolongado, hasta que en 1973, fue adquirido por un nuevo dueño.

Surge el Fru Fru

Fue la cantante y actriz Irma Serrano, “La Tigresa”, quien después de consolidarse en la fama ofreció una buena cantidad de billetes y se hizo del Teatro Virginia Fábregas en 1973. Ella lo remodeló, le cambió el nombre a El Fru Fru y montó el concepto “Teatro de medianoche”, espectáculo para deleitar al público adulto, en específico del sexo masculino.

Las obras representadas en esos años en el Fru Fru eran sobre temas prohibidos: homosexualidad, prostitución y muchos desnudos abarrotaban cada noche el recinto de Donceles, por lo que adquirió fama de “lugar de perdición”.

El Fru Fru llegó hasta los años 90, pero cada vez con más problemas para operar, escaso público, obras que no despegaron, así que el recinto tuvo que ampliar sus expectativas y comenzó a funcionar también como galería, locación para películas, conciertos de rock y presentaciones de libros, hasta llegar a lo que es hoy, un sitio abandonado, lleno de basura y que cobija limosneros en su fachada.

El Cine Orfeón, un grande en el olvido

Está en el número 40 de la calle Luis Moya, en la colonia Centro. Sí, también se encuentra cerrado y olvidado. A pesar de ello, su fachada estilo Art Déco sigue impresionando por su belleza. Sus cortinas que hoy lucen opacas se abrieron por vez primera en 1938 y su construcción estuvo a cargo del despacho de arquitectos estadounidense John y Drew Eberson.

El Cine Orfeón forma parte de aquellas construcciones que se erigieron en la Ciudad de México entre los años de 1925 a 1940, cuando el Art Déco, proveniente de Europa, se adhirió de distintas maneras en el tejido urbano.

Con su construcción, el recinto formó parte de los edificios más bellos y modernos de la capital, además de ser uno de los cines más grandes del país, con un aforo de 4 mil 628 asientos. El lugar contaba con una confitería, cafetería y por sus enormes ventanales en la fachada, los asistentes podían asomarse y disfrutar del paisaje urbano, con mucha vida, por su ubicación en pleno Centro Histórico.

Casi todos los días había funciones, pero los fines de semana, los capitalinos no perdían oportunidad de acudir a ver una película en el Orfeón, por lo que la calle Luis Moya se atiborraba de Cadillacs, Packards, Chevrolets y Fords en los que el público llegaba y sobre la banqueta, interminables hacían las filas de la taquilla para comprar los boletos.

Foto Google Maps

"Hoy, María Félix, en la mujer sin alma"

En 1944, una de las películas con más tiempo en la cartelera del Orfeón fue La Mujer sin alma, protagonizada por María Félix, Fernando y Andrés Soler y Antonio Badú, bajo la dirección del célebre director Fernando de Fuentes.

Este exitoso filme registró llenos absolutos durante varios meses, incluso, personas que ya habían visto la película, volvieron a verla varias veces más, pero mucho tenía que ver el recinto, pues era todo un deleite disfrutar de las películas en el imponente y cómodo Orfeón.

Hoy, caminando por el lugar, asomándose a través de sus cortinas, es duro ver las condiciones en las que se encuentra, pues también se ha vuelto refugio de vagabundos y personas en situación de calle.

No obstante, el majestuoso recinto de Luis Moya cerró sus puertas a mediados de los años 70 y fue hasta 1996, cuando la empresa OCESA, a través de la Corporación Interamericana de Entretenimiento (CIE), llegó a un arreglo con el dueño particular y lo reinauguraron.

Al año siguiente, un grupo de actores encabezado por Lolita Cortés y Roberto Blandón montaron el musical: La Bella y la Bestia, con un modesto éxito; sin embargo, meses después, el dueño y la CIE entraron en conflicto y se fueron a juicio, lo que causó la suspensión de actividades que mantienen al Orfeón hasta hoy, hundido en el abandono y el deterioro.

Teatro Lírico

Unos grafitis han sido plasmados sobre su fachada, aquella que lució imponente en 1907, cuando se inauguraba el primer teatro de la naciente urbe capitalina, con el nombre de Teatro Lírico.

Es el número 46 de la calle República de Cuba, en pleno Centro Histórico y de este emblemático recinto, sólo permanece su fachada original, la cual, luce opaca y sucia; una parte por el paso innegable del tiempo y otra, por la indulgencia de los capitalinos que lo tratan ahora con cierta indiferencia.

Pero el mérito de su esplendor se debe en gran medida a la visita de la compañía francesa ¡Voila le Ba-ta-clan!, encabezada por la artista madame Berthe Rasimi, la cual era un grupo de bailarinas conocidas como tiples, cuyos cuerpos exhibían semidesnudos solo adornados por plumas y medias transparentes, que en 1925 se presentó en el Lírico, causando gran revuelo sobre todo en el público masculino.

En 1907 se inauguró el primer teatro de la naciente urbe capitalina, con el nombre de Lírico / Foto: Jaime Llera / En 1907 se inauguró el primer teatro de la naciente urbe capitalina, con el nombre de Lírico / Foto: Jaime Llera

El Mexican Rataplán, todo una época en el lírico

Así que al empresario mexicano José Campillo, después de ver aquello, se le ocurrió la brillante idea de crear un Bataclán mexicano, el cual nombró de forma irónica como el Mexican Rataplán.

Las principales diferencias entre la compañía francesa y mexicana, fueron que las tiples nacionales no usaban medias, dejando más desnudos sus cuerpos; respecto a la escenografía, esta era con ambientes principalmente rurales, poniendo énfasis en la artesanía mexicana: molcajetes, jícaras, cazuelas y diversas figurillas eran parte del paisaje mientras las chicas movían sus voluptuosas curvas.

El Rataplán mexicano fue un exitazo que llenó de alegría a los habitantes de la naciente Ciudad de México, fue un recinto que amalgamó a todas las clases sociales, lo mismo acudían políticos y artistas que el ferrocarrilero y el comerciante modesto.

Por el escenario del Teatro Lírico pasaron estrellas de la talla de Joaquín Pardavé, Lupe Vélez, Alicia Murillo, Agustín Lara, María Griver, Pedro Infante y Jorge Negrete.

Foxtrot el "no se vaya a infartar caballero"

“¡Encendidos los reflectores, listas las tiples, comienza la función!”, gritaba el presentador y los ritmos y armonías de los discos de 78 revoluciones por segundo comenzaban a sonar y las bataclanas (bailarinas) hacían Foxtrot, el baile de moda durante los años 20, que consistía en mover el cuerpo de manera provocativa arrancando los alaridos de los machos mexicanos que tenían que refrescarse con aguarrás o pulque los calores del cuerpo.

Así, el Rataplán en el Lírico marcó la década de los años 20, una época de paz luego de la Revolución mexicana y le dio auge a la vida social nocturna, hasta que el bolero fue apagando poco a poco al Foxtrot y el teatro tuvo que acoger otro tipo de público y de puestas en escena.

Entre remodelaciones y el temblor de 1985

El Lírico sufrió dos remodelaciones en 1935 y 1965, respectivamente, pero su estructura se vio severamente dañada por el sismo de 1985, por lo cual, parte de los palcos, plateas y anfiteatro tuvieron que ser destruidas, manteniendo solo su fachada original.

Fue hasta el 25 de abril, que reabrió sus puertas tras una seria reconstrucción respaldada por el gobierno de la Ciudad de México. Fue con la comedia musical La viuda alegre, protagonizada por Angélica María, que inició una nueva etapa, la cual fue intermitente, por periodos se mantenía en operación presentando obras de distintos géneros, pero también tuvo sus rachas en las que se mantuvo cerrado.

Con cada vez menos actividad, el legendario Teatro Lírico bajó el telón de forma definitiva y cerró sus puertas en 2002, manteniéndose desde entonces en el abandono.

Hace algunos años, la Asamblea Legislativa aprobó dos puntos de acuerdo para reconstruirlo, sin embargo, el proyecto se mantiene estancado, los días pasan y cada vez menos personas se acuerdan del esplendor que tuvo.

Al Cine Ópera el tiempo le ha otorgado el encanto del misterio / Foto: Jaime Llera / Al Cine Ópera el tiempo le ha otorgado el encanto del misterio / Foto: Jaime Llera

El Cine Ópera, una joya en la colonia San Rafael

Luce imponente por la estrecha calle de Serapio Rendón, en la colonia San Rafael, pese a estar abandonado, cacarizo y sucio. Se trata del Cine Ópera, cuyo tiempo le ha otorgado el encanto del misterio.

La historia de este septuagenario comenzó en 1949 ––año en que la obra encargada al arquitecto Félix T. Nuncio y al decorador Manuel Fontanals––, abrió sus puertas y el público causó gran revuelo para conocerlo; la primera película que se proyectó aquella noche fue El quinto patio, protagonizada por Emilia Guiú, Emilio Tuero, Chula Prieto, Carlos López Moctezuma y Bárbara Gil.

La obra se configuró en el estilo Art Decó, que tanto resplandor dio a la Ciudad de México, pero su fachada, sin duda, era imponente compuesta por un gran ventanal por donde la luz del sol iluminaba de forma natural su hermoso vestíbulo, y en su marquesina dos imponentes musas: Thalía y Melpómene, una sosteniendo la máscara de la comedia y otra la de la tragedia.

La construcción de este recinto coincidió con los últimos años de la llamada Época de Oro del Cine Mexicano, por lo que en los años 50 y 60 en el Ópera el público pudo disfrutar de cintas como María Candelaria, Campeón sin corona, Salón México, Ahí está el detalle, Macario, Tizoc, Los Olvidados, entre tantas otras.

El TLC y la crisis del cine nacional

El coloso de la colonia San Rafael tuvo algunos altibajos, y el temblor de 1985 causó el desprendimiento de su monumental pantalla, por lo que sufrió reparaciones que le hicieron pasar algunas vicisitudes, no obstante, el Ópera y el público se arroparon mutuamente para llegar a la década de los 90, pero con la firma del Tratado de Libre Comercio, este se encargó de quitar de en medio a varias empresas nacionales, por lo que COTSA, compañía que administraba varios de los cines más importantes de la Ciudad de México, quebró y el recinto tuvo que dejar de operar por algún tiempo.

La crisis por el TLC laceró principalmente a los negocios nacionales, y en consecuencia, también afectó la producción de películas mexicanas, por lo que, el cine dejó de ser un negocio rentable y el Ópera como muchos otros cinemas y teatros tuvieron que adaptarse a los nuevos tiempos, así que comenzaron a incluir nuevos espectáculos y los conciertos musicales encajaron perfectamente en sus escenarios.

El Cine Ópera, en el abandono / Foto: Jaime Llera / El Cine Ópera, en el abandono / Foto: Jaime Llera

Un lugar de culto para bandas de culto

Con la juventud ávida de espacios para sacar toda esa rebeldía contenida, el Cine Ópera les tenía reservadas noches memorables, entonces del público ataviado con pipa y guante de las décadas de los 40 y 50, pasó a amparar a jóvenes con ropas extravagantes, tatuajes, perforaciones en varias partes de sus cuerpos , pantalones de mezclillas rotos y peinados estrambóticos.

Así se dieron las veladas mágicas con grupos emblemáticos del rock nacional como La Castañeda, la presentación del disco Babel, de Santa Sabina, en 1996, con una voz deslumbrante de su bruja viajera, Rita Guerrero.

Luego vinieron las bandas internacionales: Los Héroes del Silencio, los ingleses Love and Rockets y para culminar, en 1998, el vampiro gótico, Peter Murphy, junto con todo el grupo de Bauhaus. Tanto fue el éxito de este concierto, que el Ópera fue insuficiente para albergar a los miles de seguidores y todo derivó en caos y un memorable “portazo” que provocó la presencia de las autoridades capitalinas y que colocaran los sellos de clausura en las casi derribadas cortinas del cine, las cuales sólo fueron reparadas para mantener cerrado el coloso hasta nuestros días.

Hoy todo ese esplendor se derrumbó hasta quedar sólo polvo, madera podrida y basura. En 2011 quedó en resguardo del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), con un proyecto para remodelarlo y convertirlo en un centro cultural, no obstante, el lugar sigue cerrado y en un deterioro notable.

Teatro Blanquita

Una reja impide llegar hasta sus puertas. Fue colocada hace unos años porque los pilares de su fachada se volvieron morada de vagabundos, niños de la calle y desamparados, y el ambiente estaba inundado por vapores nauseabundos.

Su fachada luce descarapelada, sucia, su letrero y marquesina ya no brillan como cuando anunciaban a Tin Tán, Dámaso Pérez Prado, "El cara de foca", Juan Gabriel, Tongolele, Cantinflas, Clavillazo, Palillo, Toña La Negra, Lucha Villa, La Sonora Santanera o en sus últimos años el musical Aventurera, pero la Ciudad de México no sería la misma sin el Blanquita.

El gran teatro Circo Orrin

Los orígenes del Blanquita se remontan a 1881, cuando Edward Walter Orrin construyó en esos terrenos una plazuela con un circo techado, baños, butacas cómodas y un amplio escenario. El Gran Circo Orrin contaba con mucho éxito pero se consolidó cuando el señor Edward contrató a Richard Bell, un payaso de origen inglés, que trabajaba por su cuenta, lo llevó a su espectáculo y la conexión con el público fue inmediata. Las tardes de gloria se prolongaron por casi 20 años y con giras por todo el país.

Con una fortuna consolidada, Edward Walter Orrin decidió desmontar el circo y llevarlo a la ciudad de Tamaulipas, entonces el terreno quedó por varias décadas abandonado.

Foto La Prensa

La Carpa Margo Su

Fue la escritora y actriz Margarita Su López, quien después de sacarse la lotería, compró el terreno en 1949 y junto con su esposo Félix Cervantes, construyeron un teatro, que el público bautizó como La carpa Margo Su.

En ese mismo año, en la carpa Margo Su debutó una joven cantante muy guapa, se hacía llamar María Victoria. Su magnífica voz y carisma de inmediato la ascendieron a la fama y a grabar también varias películas con artistas como Luis Aguilar, Pedro Vargas, Lola Beltrán, Meche Barba, Silvia Pinal, Mauricio Garcés, Pedro Infante, entre muchos otros.

Con una consolidada carrera artística, María Victoria fue bautizada como “La Novia de México” y se le inmortalizó con una estatua años más tarde, en la explanada de El Blanquita.

Década de los 50, la época de las redadas

Con la proliferación y éxito de los espectáculos de revista, recintos como el Tivoli, El Blanquita, el Lírico y otros, se convirtieron en lugares pecaminosos, vulgares, que atentaban contra las “buenas costumbres”, por lo que la sociedad más conservadora presionó a las autoridades capitalinas a “terminar con esa bola de depravados” que eran un mal ejemplo para los niños y jóvenes.

Así que el momento le venía como anillo al dedo al regente de la Ciudad de México, Ernesto P Uruchurtu –cuyos deseos de escalar en la política lo quemaban por dentro–, tenía que demostrar que estaba a la altura de las circunstancias, así que implementó multas a los recintos de esparcimiento y llevó a cabo sus famosas redadas, que consistían en esperar a que los teatros o cabarets estuvieran hasta el gorro para después, caerles con toda la violencia policiaca y hacer detenciones sin distinción alguna.

Foto: Yennyfer Mena | La Prensa

Sobre ese actuar del regente Uruchurtu, Carlos Monsiváis señala: “Fue una etapa en la que eso de la tolerancia no rifaba, y había chantajes y violencia policiaca y redadas contra atavíos y multas por todo y mordidas y el ‘acompáñame, no te hagas pendejo’”, el fin era acabar con el “pecado”, ese motor de la Vida Nocturna de aquellos años, pero al fin y al cabo el mandamás de la capital lo consiguió y no por nada su actuar le valió el mote de “el regente de hierro”.

Así fue como el regente ordenó la demolición de la Carpa Margo Su en 1958, y haría lo mismo con el emblemático Tivoli, en noviembre de 1963, pues había que “moralizar la ciudad e imponer la decencia pública”, fueron las palabras que utilizó el mismo funcionario para defender lo que a todas luces era una infamia.


Nace el Blanquita

Sin embargo, Margarita y Félix lograron levantar un nuevo centro de espectáculos en 1960, e inspirados en su pequeña hija Blanca Eva Cervantes, decidieron bautizar el lugar con el nombre de El Teatro Blanquita. Su inauguración fue en grande, con lleno total para ver a la cantante Libertad Lamarque y el recinto gozó de varios años de esplendor.

Por su escenario pasaron cantantes, actores y comediantes que nacieron en el teatro de carpa y, que después, gozaron de fama plena: Fernando Soto, “Mantequilla”, Clavillazo, Tin Tan, Cantinflas, Dámaso Pérez Prado, Carmen Salinas, Alfonso Arau, Leo Dan, Adalberto Martínez, “Resortes”, Los Panchos, Ninón Sevilla, Katy Jurado, Lilia Prado, Olga Guillot, Marga López, Cepillín, La Sonora Matancera, Marco Antonio Muñiz, Angélica María, Chabelo, entre muchos más.

Margo Su abandona la administración del teatro

Y como nada es para siempre, el éxito de El Blanquita vino a menos y en la década de los 90, Margo Su entregó la administración del recinto a tres empresarios: Darío León, Rodolfo Ayala y Alejandro Soberón, quienes lograron un acuerdo con el gobierno de la Ciudad de México y la empresa Ocesa, para rescatar el inmueble.

No obstante, el auge de la televisión y los programas musicales como el de Siempre en Domingo, reordenaron no solo la vida popular sino también, la formación de los artistas, quienes abandonaron las tablas por los sets televisivos, los cuales les garantizaba la fama a corto plazo.

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Después, los conciertos masivos terminaron por rematar a recintos como El Blanquita, pues los artistas y empresarios preferían organizarlos en lugares mucho más grandes como el Palacio de los Deportes o el Auditorio Nacional y llevarse también mayores ganancias.

Pese a esta situación, el gobierno y los empresarios invirtieron un millón de dólares en remodelar El Blanquita; se arreglaron camerinos, mobiliario, lobby, el interior del recinto y el escenario.

El Blanquita se resistía a morir, y Vicente Fernández hizo una temporada exitosa y después el proyecto de Aventurera, de Carmen Salinas, le devolvió las noches gloriosas al recinto, que alojó por más de una década a la obra.

Foto: Especial

"La última y nos vamos"

La marquesina del Blanquita anunciaba: “Víctimas del Doctor Cerebro, 31 de octubre de 2015”; la banda de Nezahualcóyotl quiso un escenario emblemático para festejar 26 años de carrera. No erraron, fue una noche inolvidable para “El Ranas”, “El chipotle”, “El Abulón” y compañía.

Ni el grupo ni el público sabían que acudían al epílogo de un grande como El Blanquita, el recinto que arropó a miles de urbanos y a otros tantos que de paso tuvieron el placer de conocerlo. El que arropó a miles que bebieron, bailaron y se precipitaron a la parranda.

Hoy, el futuro de El Blanquita es incierto, su dueña Blanca Eva Cervantes se resiste a perder el regalo que le heredaron sus padres. Por otra parte, se rumora que el gobierno capitalino tiene en mente derribarlo para construir una plaza comercial, sin embargo, son solo especulaciones.

"La alcaldía Cuauhtémoc no tiene injerencia sobre ellos"

Por otra parte, este diario contacto con la alcaldía Cuauhtémoc, para saber si existe algún proyecto por parte de las autoridades que contemple el rescate de estos recintos emblemáticos de la Ciudad de México.

Al respecto, Carlos Velasco, jefe de Comunicación Social de la alcaldía, señaló que los foros: Teatro Blanquita, Lírico, Cine Orfeón, y el Teatro Fru Fru cuentan con dueños particulares, por lo cual, la alcaldía no tiene injerencia alguna sobre ellos.

Sobre el Cine Ópera, precisó que es propiedad del Gobierno federal e ignoran si existe algún interés en remodelarlo para después reabrirlo. Además, en el caso del Teatro Blanquita, indicó que la dueña está más interesada en venderlo, sin embargo, desconocen con precisión cuáles son los planes o intereses respecto a ellos.

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De este modo, es como hicimos un breve recorrido por la historia de estos recintos gloriosos de la Ciudad de México, los que ahora padecen el olvido y el deterioro de la peor manera porque su brillo no fue procurado y hoy se encuentran opacos y literalmente polvosos.

Sin embargo, muchas veces, en distintas etapas fueron el gran escenario y al mismo tiempo espectadores de varias décadas de gran auge nocturno, en la que los asistentes hicieron suyos los espectáculos, los artistas y se entregaron al goce y al mismo tiempo hicieron un gran homenaje colectivo a la Ciudad de México y al dios Baco.

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