/ viernes 24 de abril de 2020

Sepultureros en tiempos de Covid-19

Su mayor preocupación radica en contraer el virus en esta época donde morir es la única certeza

La muerte no les da miedo, conviven con ella todos los días, le abren la puerta porque les da de comer, reciben a diario las furgonetas con cadáveres y cavan los pozos donde serán sepultados, arreglan las tumbas y les cantan a los difuntos mientras las familias buscan consuelo entre llantos

Sepultureros, personal de limpieza, vendedores de flores, porteros y cantantes les dan vida a los panteones, a su lugar de trabajo y sostén económico y, en tiempos del Covid-19, dicen que no temen morir, pero sí enfermarse porque no cuentan con las medidas para trabajar, se sienten expuestos y abandonados.

Foto: Arianna Alfaro

Antonio comenzó temprano a trabajar para la muerte y, junto a tres músicos más, le canta a los difuntos y a sus familias para darles el último adiós. Desde los ocho años comenzó a tocar el acordeón en su estado natal, Hidalgo; después llegó a CDMX a probar suerte, y aunque toca en fiestas, el cementerio le da un extra, en especial, en estos tiempos donde sólo la muerte es segura.

El músico dice que ahora “los entierros son más tristes porque sólo dejan pasar a cuatro personas cuando mucho, y, si bien nos va, nos contratan para cantar una o dos canciones, no nos alcanza para los cuatro, pero intentamos sobrevivir y llevar algo a la casa, donde también nos esperan”.

Foto: Arianna Alfaro

Para Antonio, a sus 47 años, las muertes que más le tocan el corazón son las de los adultos mayores, acompañados por una sola persona del asilo donde fueron abandonados, para llegar a estar más solos: “Sufrieron la soledad en sus últimos días y luego los vienen a dejar aquí, donde nadie los vendrá a ver o limpiar su tumba”, cuenta el acordeonista con una resignada sonrisa.

A los cuatro músicos les causa temor que las autoridades del cementerio les impidan el paso ante la fase 3 : “Queremos seguir tocando, pero que no nos falte el dinero, cargamos con nuestro cubrebocas para estar seguros y tratamos de mantener la higiene en las manos, además de que somos poquitos, ojalá no nos quiten”, afligido platicó.

El trabajo no le asusta, dice que la música es lo que más le apasiona, pero también ha hecho otros trabajos, igual que sus compañeros, mientras el empleo les permita generar un ingreso digno.

Foto: Arianna Alfaro

Al terminar de despedir a un difunto con sus canciones, regresan en sus bicicletas a la entrada principal, donde pacientes esperan la siguiente visita de la huesuda y, con ella, un poco de suerte para tocar en medio de tanta tristeza e incertidumbre.

Tan lejos de la gloria y tan dentro del panteón

La música se escucha a lo lejos, dos sepultureros hacen lo suyo con las palas mientras cuatro personas le lloran a su familiar a los pies de la tumba; casi no hay movimiento alrededor, sólo otros enterradores, quienes reparan tumbas dañadas por encargo, barren, sacan basura y esperan bajo una sombra, que con el paso de las horas caigan las labores también.

Las historias para Honorio, quien lleva 19 años enterrando muertos, son interminables, dice que ha visto de todo desde que trabaja en el panteón: misteriosos casos de difuntos, peleas de familiares en pleno entierro, gente que se suicida entre las tumbas y las almas en pena que vagan por los pasillos.

Foto: Arianna Alfaro

Nada de eso le entristece ya, dice el hombre con la ropa sucia tras limpiar y recoger basura, mientras recuerda: “A los 17 años me trajo mi papá, al principio no me gustaba pero después le fui tomando cariño al trabajo, a los muertos y a mis compañeros. Aquí aprendí a hacer de todo, de lo bueno y lo malo, como tomar y fumar, pero siempre honrando a los muertitos”, platicó.

Aquí no llega nunca nada, más que la muerte “a nosotros no nos dan nada, ni el famoso gel, ni cubrebocas, ni guantes; estamos expuestos”, expresa Honorio.

Foto: Arianna Alfaro

Para el resto de los sepultureros la situación no es distinta, lamentan que por la cuarentena tengan menos visitas aún, y, con ansia, esperan a que llegue la muerte a visitarlos, mientras no sea para llevarse a ninguno de ellos, que lo único que buscan al ir a trabajar es seguir vivos.

A bordo de sus bicicletas y con sus instrumentos a cuestas recorren el camposanto, algo descuidado por las autoridades y las pocas visitas.

La muerte no les da miedo, conviven con ella todos los días, le abren la puerta porque les da de comer, reciben a diario las furgonetas con cadáveres y cavan los pozos donde serán sepultados, arreglan las tumbas y les cantan a los difuntos mientras las familias buscan consuelo entre llantos

Sepultureros, personal de limpieza, vendedores de flores, porteros y cantantes les dan vida a los panteones, a su lugar de trabajo y sostén económico y, en tiempos del Covid-19, dicen que no temen morir, pero sí enfermarse porque no cuentan con las medidas para trabajar, se sienten expuestos y abandonados.

Foto: Arianna Alfaro

Antonio comenzó temprano a trabajar para la muerte y, junto a tres músicos más, le canta a los difuntos y a sus familias para darles el último adiós. Desde los ocho años comenzó a tocar el acordeón en su estado natal, Hidalgo; después llegó a CDMX a probar suerte, y aunque toca en fiestas, el cementerio le da un extra, en especial, en estos tiempos donde sólo la muerte es segura.

El músico dice que ahora “los entierros son más tristes porque sólo dejan pasar a cuatro personas cuando mucho, y, si bien nos va, nos contratan para cantar una o dos canciones, no nos alcanza para los cuatro, pero intentamos sobrevivir y llevar algo a la casa, donde también nos esperan”.

Foto: Arianna Alfaro

Para Antonio, a sus 47 años, las muertes que más le tocan el corazón son las de los adultos mayores, acompañados por una sola persona del asilo donde fueron abandonados, para llegar a estar más solos: “Sufrieron la soledad en sus últimos días y luego los vienen a dejar aquí, donde nadie los vendrá a ver o limpiar su tumba”, cuenta el acordeonista con una resignada sonrisa.

A los cuatro músicos les causa temor que las autoridades del cementerio les impidan el paso ante la fase 3 : “Queremos seguir tocando, pero que no nos falte el dinero, cargamos con nuestro cubrebocas para estar seguros y tratamos de mantener la higiene en las manos, además de que somos poquitos, ojalá no nos quiten”, afligido platicó.

El trabajo no le asusta, dice que la música es lo que más le apasiona, pero también ha hecho otros trabajos, igual que sus compañeros, mientras el empleo les permita generar un ingreso digno.

Foto: Arianna Alfaro

Al terminar de despedir a un difunto con sus canciones, regresan en sus bicicletas a la entrada principal, donde pacientes esperan la siguiente visita de la huesuda y, con ella, un poco de suerte para tocar en medio de tanta tristeza e incertidumbre.

Tan lejos de la gloria y tan dentro del panteón

La música se escucha a lo lejos, dos sepultureros hacen lo suyo con las palas mientras cuatro personas le lloran a su familiar a los pies de la tumba; casi no hay movimiento alrededor, sólo otros enterradores, quienes reparan tumbas dañadas por encargo, barren, sacan basura y esperan bajo una sombra, que con el paso de las horas caigan las labores también.

Las historias para Honorio, quien lleva 19 años enterrando muertos, son interminables, dice que ha visto de todo desde que trabaja en el panteón: misteriosos casos de difuntos, peleas de familiares en pleno entierro, gente que se suicida entre las tumbas y las almas en pena que vagan por los pasillos.

Foto: Arianna Alfaro

Nada de eso le entristece ya, dice el hombre con la ropa sucia tras limpiar y recoger basura, mientras recuerda: “A los 17 años me trajo mi papá, al principio no me gustaba pero después le fui tomando cariño al trabajo, a los muertos y a mis compañeros. Aquí aprendí a hacer de todo, de lo bueno y lo malo, como tomar y fumar, pero siempre honrando a los muertitos”, platicó.

Aquí no llega nunca nada, más que la muerte “a nosotros no nos dan nada, ni el famoso gel, ni cubrebocas, ni guantes; estamos expuestos”, expresa Honorio.

Foto: Arianna Alfaro

Para el resto de los sepultureros la situación no es distinta, lamentan que por la cuarentena tengan menos visitas aún, y, con ansia, esperan a que llegue la muerte a visitarlos, mientras no sea para llevarse a ninguno de ellos, que lo único que buscan al ir a trabajar es seguir vivos.

A bordo de sus bicicletas y con sus instrumentos a cuestas recorren el camposanto, algo descuidado por las autoridades y las pocas visitas.

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