/ lunes 7 de mayo de 2018

LA VIDA MILAGROSA DEL NIÑO FIDENCIO

Admirable en sus obras y realizador de hechos prodigiosos, JoséFidencio de Jesús Constantino Síntora, el Niño Fidencio, quizáel mejor curandero mexicano de todos los tiempos, dedicó su vida aluchar contra la enfermedad; salvó a mucha gente, rechazó honoresy riquezas y sucumbió joven en el Espinazo, Nuevo León. Algunasde las curaciones documentadas mencionan que Fidencio utilizaba unpedazo de botella, común y corriente, como bisturí para extirparel mal. También arrojaba entre la multitud granos de maíz conmagia blanca y diversas frutas para realizar curas colectivas, enuna de las cuales una mujer sintió “como una puñalada” ysegundos después disfrutó de un gran alivio, como nunca lo habíatenido desde que la gastritis le lastimaba el estómago...

La fama le llegó de golpe y trascendió fronteras. En LaHabana, no menos de 10 mil personas querían cruzar el mar parallegar hasta el modesto campamento que Fidencio atendía, día ynoche, en El Espinazo, Nuevo León. También el rey hispano AlfonsoXIII se sentía muy enfermo, deprimido, en 1928 y hasta anunciósus intenciones de consultar a Fidencio, personalmente. Susproblemas políticos le impidieron ir a Nuevo León y en 1931 optópor el destierro, después del triunfo de la República... pero seafirma que jamás dejó de creer en los poderes extraordinarios deJosé Fidencio de Jesús Constantino Síntora. El Niño Fidencio,quien era denominado así no por su aspecto juvenil, sino por lacostumbre provinciana mexicana de referirse con cierto respeto aquienes parecen o son poderosos, fue hijo de Socorro Constantino,jornalero, de 40 años de edad y María Tránsito Síntora, de 31,guanajuatenses, quienes residían en Irámuco, municipio deAcámbaro, cuando nació el famoso taumaturgo, el 13 de noviembrede 1898. Él, por la admiración y el amor que dijo guardar siemprea su madre, alteró el orden de sus apellidos y se hizo llamar:José Fidencio de Jesús Constantino Síntora. Fue un niño aisladoy muy acomedido, dado a colaborar en peregrinaciones. Cursó apenashasta el tercer grado de primaria. Los niños le vendaban los ojosy podía identificarlos e incluso, muchas veces, describía aciegas el gesto que le estaban haciendo. A la edad de seis años sumadre “lo prestó” a una viuda, que sólo tenía un hijollamado Enrique López de la Fuente, quien años después y hastael final de sus días fue su padre adoptivo. Dicen también quevivió su infancia entre ellos como un arrimado, haciendoquehaceres domésticos, hasta que la revolución lo obligó allevar una vida errante e incierta. Anduvo por Michoacán, luegotrabajó en las fincas henequeneras en Yucatán (en su adolescenciaFidencio y su hermano Joaquín se “engancharon” para trabajaren una hacienda en esa región, pues su familia estaba compuestapor 25 hermanos). Y se sabe que de 1914 a 1923 se hizo a la marcomo cocinero. Llegó a Espinazo al final de sus travesíasmarítimas en busca de Enrique López de la Fuente, hombre rudo quehabía luchado al lado de los Dorados de Villa. El señor López dela Fuente era para entonces el administrador de una hacienda,propiedad de un alemán espiritista de nombre Teodoro Von Wernich.En Espinazo, Fidencio prestó sus servicios como peón, perosiempre le atrajeron las labores domésticas. Fue un experto en elarte de hacer tortillas, pero en particular gustaba de lavar laropa de los partos, la que estaba más sucia. En la hacienda deEspinazo curaba a los animales con hierbas y secretamente asistíaa familias que vivían cerca del rancho. En especial era solicitadocomo partero.

LA LEYENDA Carlos del Castillo publicó en SanAntonio, Texas, que en 1928 había peregrinaciones de millares decreyentes en los poderes del Niño Fidencio, quien, de acuerdo a laleyenda -matizada de fe inquebrantable- “llevaba luz a losciegos, voz a los mudos, movimiento a los inválidos, curación alos supuestamente incurables, razón a los enfermos de lamente”... Con hierbas machacadas y hervidas con frutas de laregión (Espinazo, Nuevo León), Fidencio preparaba ungüentos ybrebajes, gotas para los ojos y pedía constantemente botellaslimpias, para romperlas y utilizar como bisturí un pedazo devidrio. Los relatos de los creyentes indicaban que cuando operabacon vidrio, “no se producía dolor y el proceso de cicatrizaciónera acelerado con pomadas”. Quienes no creían en el NiñoFidencio, le acusaban de no observar las reglas elementales deasepsia y de no aplicar la anestesia, aunque los casos nonecesariamente resultaran fatales. Emil Mayers, ciego“sanantoniano”, declaró ante medios de información en 1928que las narraciones parecían ser creíbles, ya que había asistidocon un amigo invidente al campamento que Fidencio tenía enEspinazo, sitio ubicado en los límites con Coahuila, frente a laSierra La Gavia. Entonces había apenas como 14 mil enfermos enespera de ser atendidos por Fidencio... “mi amigo llevaba 25años sin ver luz”. En el área había chozas improvisadas, sincomodidades para los esperanzados individuos. No había drenaje.Tampoco suficiente agua potable. En un enorme “charco”,Fidencio hacía curaciones con lodo. Cinco meses atrás, elEspinazo era una solitaria estación ferroviaria, con cuatro casasy algunos jacales para los peones y sus familias. De pronto, alestallar la fama de Fidencio, la zona se pobló con otros 15 milvisitantes; surgieron por doquier algunos establecimientoscomerciales, molinos de nixtamal y más de 1,500 carpas, jacales deadobe o de madera, para alojar al enorme número de pacientes. Esfácil imaginar los problemas de higiene. Había personas conenfermedades contagiosas y generalmente se trataba de individuossin recursos económicos, que emprendían dramática peregrinaciónen busca de la salud.

TAMBIÉN LE ATRIBUÍAN DOTES DE ADIVINO, QUE HACÍAHABLAR A LOS MUDOS Los tullidos (no todos) de prontoarrojaban las muletas al aire y se incorporaban. Algunos invidenteseran tendidos, de noche, para que procuraran abrir los párpados asu máximo, durante 10 minutos, luego, el Niño Fidencio lesaplicaba gotas de su “laboratorio” improvisado en las montañasde Nuevo León y les vendaba por 24 horas. No muchos se retirabansin volver a ver la luz. Otros veían nuevamente, cosas borrosas,pero finalmente las percibían. Y en ocasiones seleccionaba a uninválido y le decía: “Deje las muletas, no las use más, yapuede andar”. Y el individuo obedecía porque la fe obraba elmilagro. Sólo en ocasiones excepcionales salía de Espinazo eltaumaturgo, como aquella vez que una mujer estuvo a punto de moriren la sierra de Nuevo León. Cuando “el mago de los cristales”llegó al jacal, encontró muy pálida a la paciente, quien teníaun tumor canceroso en el estómago. En los momentos en que seesperaba que Fidencio sacara el crucifijo, presintiendo lo peor, ylo colocara entre las manos agonizantes de la señora, el curanderocolocó una piedra junto a la cabeza de la enferma. De su morralsacó una botella de refresco y la rompió contra la piedra. Uno delos filosos pedazos sirvió como bisturí. Con cuidado abrió lacavidad abdominal de la desconcertada y, sin que ella sintieradolor, comenzó a desalojar “el mal”. Como si hubiera recibidoadiestramiento para cortar donde debía, Fidencio retiró tejidossin vida, colocó ungüento como para acelerar la cicatrización,cerró la pequeña herida con mucho cuidado, como para hacercoincidir exactamente los bordes y vendó de manera especial a laseñora. -Nada más y nada menos puedo hacer. Ten fe en el Señor.Mucha fe. Pide que te deje un poco más en la tierra- comentó alretirarse. Ninguna instrucción para la crisis dolorosa que pudierasobrevenir. Ningún consejo a los parientes para que cambiaran elvendaje. Fidencio se retiró tras alimentarse precariamente. Perola señora salvó la vida y luego mostraba la cicatriz. Elveracruzano Faustino Urrera, de 22 años de edad, trabajaba en elpuerto en un molino de nixtamal, cuando comenzó a sentir molestiasen los ojos. Paulatinamente se quedó sin visión. Su padre gastóhasta sus últimos ahorros, pero ningún oftalmólogo pudo curar enel puerto de Veracruz a Faustino. Como lo hacía con algunosinvidentes, Fidencio le aplicó gotas, un ungüento, le vendódurante 24 horas y Faustino pudo incorporarse, con la vista normal,al molino de nixtamal ubicado en las calles Corral e Hidalgo. Enlos alrededores de la estación ferroviaria había un árbol grandeque denominaban “La Catedral”, porque ahí se rezaba para quela Providencia pusiera remedio a los males en general, a manos deFidencio. Y se decía que el joven -tenía 30 años en 1928; erasoltero y no le atraía demasiado el sexo opuesto- bajo la sombrade “La Catedral”, había recibido “altos poderes divinos paraaliviar la miseria de la Humanidad”... Su tiempo lo dedicaba porentero a sus pacientes y al cuidado de sus animales. Y el progresollegó al Espinazo, la que fuera vieja y solitaria estaciónferroviaria. Una de las primeras calles de “la población” fuedenominada “Fidencio S. Constantino”. En proyecto estaba unaadministración de correos y varias mejoras a la “Colonia” quese llamaría “Villa Elías Calles”, para halagar al Presidenteen funciones. La empresa estadounidense Great Building ConstructionAssociation, con sede en San Francisco, California, planeó enviarun “hotel transportable”, para proteger de la intemperie a lospacientes y se denominaría “Sanatorio Fidencio”. El hoteltransportable iba a tener 500 habitaciones dotadas de baño y otrascomodidades que harían menos pesada la jornada a los peregrinos,en su mayoría insolventes. Hasta 1928 no había ningún hotel deese tipo en México. Las remesas de madera comenzaron a llegar.¿Por qué tanta generosidad? Porque Fidencio curaba a quien pedíael favor, sin importarle nacionalidades o religiones. Losperiódicos en inglés se habían ocupado extensamente del caso deJosephine Humprey, quien había mejorado tanto de sus males“incurables”, que juró dedicar mucho tiempo a publicitar “lamagia blanca” de Fidencio. El esfuerzo no parecía cansar alcurandero. Mucha gente afirmaba que no dormía para atender a tantodesamparado y no pocos magnates o parientes de millonarios.

EL SECRETO DE SUS CURACIONES Enrique López dela Fuente cuenta que la fama la alcanzó el Niño Fidencio cuandole llevaron entre quince y diecisiete mutilados por una caída quehubo en la mina La Reforma y “los curó casi a todos”. Aliviótambién la dolencia que, desde niño, padecía el hacendadoalemán Teodoro Von Wernich. En agradecimiento éste le dijo: “Tevoy a regalar una propaganda en todo el mundo, que sepan lo que túeres”. Von Wernich lo mandó fotografiar con su traje, camisablanca y corbata, sus manos al frente apoyadas en la cabeza de unbastón y el labio inferior “caído en forma característica”.Fue reproducida por miles y marcó en definitiva la afición deFidencio por la cámara oscura. Él siempre eligió las poses enlas que fue retratado. Alguna vez le dijo al fotógrafo Casasola:“Tome fotografías, pero si no me regala una, entonces una poruna se le borrarán”... Hubo un día, sin fecha precisa, en quecuando era peón lo corrieron de la hacienda donde trabajaba. Hayquienes dicen que fue por flojo, pero él sostuvo que fue por nopoder desempeñar una faena superior a sus fuerzas. “Me fui porahí -contaba el Niño Fidencio- lleno de tristeza, pensando en queme moriría de hambre, sin un amparo, sin un amigo, absolutamentesolo en la vida”. En el mediodía se hincó al pie de un arbolitoy lloró hasta que “su corazón descansó”. En eso se oyó unavoz que le dijo: “Fidencio, no llores, que vas a recibir el donque mi padre celestial te ha dado, tú serás el doctor de losdoctores y todas las enfermedades que mi padre ha mandado, tú lascurarás con puras hierbitas del campo que a ti te gusten, lascocerás y ésa será la medicina para todas las enfermedades”...A partir de entonces, Fidencio decidió no salir más de Espinazo.En su amplio perímetro encontró su mundo. Nunca quiso tener unsolo centavo ni recibió pago alguno por sus servicios. Cuentatambién la leyenda que nunca tuvo barba ni bigote. A los 35 añosde edad seguía siendo travieso, alegre y juguetón, a pesar de quepadeció físicamente la crueldad de sus protectores. “Parecíaque se complacía en sufrir, y lo cierto es que nunca trató derebelarse al castigo”, atestiguaron algunos ancianos que vieronlas terribles golpizas que recibió Fidencio. Incluso el látigocon el que fue golpeado colgaba del Árbol de Espinazo: un pirúbajo el cual, se dice, obtuvo el don de la curación y que fueconocido como La Catedral de Espinazo... ceras, milagros, dinero,piezas de ropa, calzado, huevo fresco, dulces y animales seacumulaban bajo el árbol milagroso. Su tronco está desnudo decorteza pues fue utilizada como chiqueador por los dolientes,incluso arrancaban sus retoños. Fidencio repartía todo cuanto eradepositado salvo las hierbas, las flores y frutas que servían parapreparar la medicina que utilizó como parte del tratamiento. Lasenfermedades de origen nervioso las curaba provocando en lospacientes una fuerte impresión, valiéndose de repentinos ybruscos movimientos en un columpio; los males que necesitaban delbisturí, especialmente los tumores, los extirpaba empleandofragmentos de vidrio de botella; era común que extrajera muelascon unas pinzas y para hacer amputaciones empleaba tijeras depodar. Utilizaba siempre una pomada compuesta de brea, jabón,tizne, miel de colmena y hierbas. La medicina que hervía en ungran perol estaba hecha con frutas y plantas. Conocía laspropiedades medicinales de más de 200 hierbas. Daba masajes y aveces tomaba el pulso. Frecuentemente recetaba agua, tanto paratomar como para bañarse. Podía curar también con tan sólo tocaral enfermo o untándole su propia saliva. En un charco dabatratamiento a los dementes y los enfermos de sífilis, ceguera olepra. A los locos que vivían en un corralón cercado con ramasespinosas los levantaba en la madrugada y los azotaba. Luego jugabacon ellos, “como un niño”. Aun enfermo, Fidencio curaba desdesu lecho a sus pacientes. En otras ocasiones, cansado de jornadasde hasta 72 horas, se dormía recargado en el paciente y dicen queentonces sus dones eran más eficaces. Un día a la semana hacíacuraciones colectivas: se trepaba a la barda de su casa y desdeallí arrojaba “con toda la fuerza de sus puños” frutas,legumbres, tortillas, huevos y todo cuanto estuviera a su alcance.Cuando se bañaba lo espiaban y recogían hasta la última gota deagua para friccionarse con ella. A sus enfermos les recetaba,además de la medicina, baños y risas... También les hacíafiestas y bailaba con sus pacientes. El humor fue parte de laterapia: “Una vez estaba Fidencio pintando un cuarto y en esollegó un enfermo. Niño Santo -le dijo el enfermo- quiero que mehaga usted el favor. Fidencio no lo dejó terminar. Por sorpresa ledio varios brochazos en la cara... con eso lo curó”.

MUERTE Pero el 19 de octubre de 1938, a los 40años de edad, Fidencio murió en la estación El Espinazo. Murió,como al nacer, rodeado de misterio... Fue por una “crisishepática”, dicen algunos informes... Lo mató la “fiebre”,según está escrito en su certificado de defunción. Su cuerpoestaba agotado, aseveran quienes estuvieron con él los últimosaños. Tenía casi 10 años de construido su sepulcro. En febrerode 1928, don Francisco Hernández, un “distinguido yagradecido” marmolero de Torreón, le envió al Niño su bustotallado en piedra y los mármoles esculpidos para su tumba. Pocoantes de ese 19 de octubre, Fidencio acudió a la tienda másgrande y mejor surtida de Espinazo y adquirió una gran cantidad delistón negro. Acompañado de su hijo adoptivo, Ulises, colocó unmoño negro en cada una de las viviendas. “Yo me tengo ya quemorir... y después de mi muerte vendrán muchos Fidencios”, lesdecía. Habría que imaginar el caso en esa región. Miles depersonas sufrieron terrible impacto psicológico al enterarse deldeceso del taumaturgo. Miles de enfermos que, de golpe, volvían ala desesperanza. Miles de personas que, aunque usted no lo crea,esperaron pacientemente a que Fidencio se incorporara de su tumbapara volver a beneficiarlos. La policía resultó insuficiente pararecuperar el cuerpo de Fidencio y sepultarlo en tierra sagrada; sedice que la gente lo enterró a “flor de tierra” en elcampamento, con la ilusión de que pudiera salir “cuando lodecidiera” y seguir con sus curaciones. Cuando murió encontraronen su corazón impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe; supaladar se conserva aún en Espinazo, pues en él está marcada unacruz y alguna vez lo usó como molde para imprimirla en cera.Llegó a ser la única esperanza de los desposeídos ydesahuciados. Fueron miles los devotos que llegaron a Espinazo abuscar en las manos y la voz del Niño cura para sus males oconsuelo para su fatal destino.

FIDENCIO CURABA CON SU MAGIA BLANCA Elfilósofo S. Hernández supone que su afición por curar naciócuando Fidencio tenía ocho años de edad, su progenitora serompió un brazo y, el niño, sin tener la menor idea de cómohacerlo correctamente, entablilló la fractura. Lo que nadie dudabaes que conocía las propiedades de muchas yerbas, que hervía ymezclaba con jugo de frutas; preparaba ungüentos perfumados y losexperimentaba con su perro “El Pastor”. Y llegó la fama cuandolibró de la muerte a hermosa joven, esposa de Manuel RíosZertuche, en la estación ferroviaria La Luna. Ella estaba graveporque su feto había muerto hacía varios días y sufría fuertesdolores. Se afirma que la mujer fue tendida en el suelo, junto auna roca. Luego, el curandero rompió una botella en la piedra y,con filoso pedazo de vidrio, comenzó a operar sin que ellasintiera dolor. El desafortunado producto de la concepción, antesde su cabal desarrollo, fue sepultado en el panteón respectivo,mientras la madre se recuperaba, luego de la aplicación deungüento especial y cuidadoso vendaje, realizados por eltaumaturgo guanajuatense. Fidencio decía que el ungüento sólocontenía manteca de cerdo y yerbas machacadas que crecen por ahí.Esa curación lo llevó posteriormente a Monclova, Coahuila, dondela prensa lo atacó sin misericordia, pagada por médicosenvidiosos. Por cierto, los doctores no tenían realmente pretextopara agredir a su “colega sin título”, pues jamás cobró porlas consultas y lo que recibía en especie lo repartíagenerosamente entre los mismos que acudían a confiarle sus malesfísicos. Un día, en medio de centenares de aspirantes a laconsulta, llegó una niña que le suplicó la curara, pues ledolía mucho la cabeza. Fidencio observó durante varios minutos ala criatura. No sin tristeza le dijo que “se retirara, porque nopodía aliviarla, ya que era producto de un romance entre primos yno debía darle falsas esperanzas”. Casi nadie conocía a laniña. Sus padres, efectivamente, eran primos hermanos y,acongojados, se llevaron a la menor. ¿Cómo supo nuestro secreto?-inquirió el papá. “Lo supe, simplemente”, contestó el NiñoFidencio. Un potentado estadounidense tenía un rebeldepadecimiento crónico (asma) que nadie parecía poder controlar enel área médica de San Antonio, Texas. El ya famoso Niño Fidenciosumergió en lodo “curativo” al extranjero y lo bañó con aguacaliente y una planta de nombre “jarilla”, mientras le daba aaspirar plantas machacadas de eucalipto. No faltaban los crédulosque propalaban que el barro era radiactivo. El primer día hubo unacrisis asmática. El segundo día, el estadounidense pudo respirartodo el oxígeno que quiso. Al tercer día, estaba curado “parasiempre”. El magnate intentó dejar en México, para Fidencio, elautomóvil último modelo que traía (un Ford modelo 1928), yderramó lágrimas al comprender que el rechazo amable de parte delcurandero, no era una pose sino una actitud que respetaría elresto de su vida. Al despedirse, el millonario, como todos los quese alivian en sanatorios oficiales, “prometió muchas cosas” enbeneficio de los peregrinos, pero nunca cumplió su palabra. Secomenta que el magnate era dueño de ranchos, donde más tarde sedescubrieron pozos petroleros, en el Estado de Texas. Antes quedesapareciera en su valioso vehículo, preguntó al Niño Fidenciopor qué lo había hecho esperar “como si fuera cualquiera” yEl Niño comentó que en el Espinazo, “todos eran iguales yrepresentaban lo mismo: seres con esperanza de curación”...-Pero, amigo, tú puedes ser muy rico en mi país. Yo te pagoresidencia, el viaje y te instalaré un consultorio de lujo,además de recomendarte entre mis amistades acaudaladas -le dijo.-Ve con Dios, hermano, yo no tengo ambición económica. Y a tuscompatriotas, que los curen en Estados Unidos, si pueden-respondió tranquilamente el taumaturgo. Fidencio parecíainagotable. Nunca rechazaba a las multitudes que a gritos lepedían atención. El gobierno de Nuevo León le ofreció empleo yadiestramiento en una facultad de Medicina, para que no continuaraen el Espinazo, “donde ni agua corriente tienen”... Pero elcurandero era feliz ahí. Tenía muchos amigos, también bastantesenemigos entre los doctores titulados, gente agradecida y un éxodoconstante entre el que se contaban casos dolorosos, dramáticos ymuy tristes. Cuando la gente que buscaba cura veía en las manos deFidencio un crucifijo en lugar de yerbas y ungüentos“mágicos”, malo estaba el asunto para alguno. El NiñoFidencio colocaba el sagrado objeto entre las manos del enfermo ymuchas lágrimas rodaban en silencio. Poco después llegaba lamuerte para el desahuciado paciente. -Hay algunos asuntos que noestán en mi libro. Nada puedo hacer al respecto -se lamentabaprofundamente Fidencio.

Plutarco Elías Calles llegó a bordo del Tren Olivo a laantigua estación ferroviaria Espinazo a las seis de la tarde delmiércoles 8 de febrero de 1928. Funcionarios y militares queacompañaban a Elías Calles se dispusieron a conocer al NiñoFidencio. “Todas las personas querían tocar al Presidente, verlode cerca, y rompiendo la valla se precipitaron a saludarlo...”“Yo me alarmé de verdad por el peligro que representaba para elgeneral Calles una situación como ésa, en la época de larebelión cristera”, revelaría entonces Enrique López de laFuente. El Presidente Calles estuvo a solas con el Niño Fidenciopor más de tres horas. Dicen que lo curó de una grave enfermedad.Poco después el general, el mismo que combatía al fanatismoreligioso, salió vestido con una de las túnicas del curandero yapareció ante la multitud que agitaba las banderas nacionales ygritaba vivas al Presidente. En 1928, Carlos del Castillo publicóen San Antonio, Texas, que Fidencio Síntora Constantino fuepersonalmente a saludar al Presidente Calles y obsequió una bebidaa los visitantes distinguidos. En el mismo Tren Olivo conversaron,según Del Castillo, y Fidencio confesó que no poseía títuloprofesional, pero que Dios le había mostrado la forma de aliviarel sufrimiento del prójimo, a base de hierbas diversas y pócimasde frutas de la región neoleonesa. Entre los testigos de lareunión se contaba el general Juan Andrew Almazán, entonces jefede Operaciones Militares de Nuevo León. Algunos médicos asociadoscontra Fidencio hicieron llegar sus quejas al Presidente Calles(cuya ausencia en la capital se había explicado con un “viaje dedescanso” a su hacienda de Soledad de la Mota), peroinexplicablemente no se tomaron medidas contra el curandero yCalles ingirió sin temor el refresco que les había ofrecidoFidencio. El filósofo Severiano Hernández explicó en una revistade gran circulación que “José Nieves Delgado, ayudante deFidencio, había dicho que Elías Calles parecía tener unaenfermedad incurable. "El Presidente habría descendido del TrenOlivo a los acordes del Himno Nacional, entre las aclamaciones demucha gente y el silencio de aquellos que tenían en la mente laidea de que el general era un comecuras y el anticristomexicano”. Según partes oficiales -señala Severiano Hernández-el general “había llegado hasta el Niño Fidencio para juzgarpor sí mismo el papel que realmente jugaba con la IglesiaCatólica; y por la respuesta que él mismo recibió, se puedededucir que quedó satisfecho, ya que Fidencio era un ser singularcon gran personalidad, sencillo, modesto. "Sus prácticas eran, atodas luces, inofensivas para el gobierno. El Niño Fidencio era uncristiano devoto y fiel a sus creencias”. Sigue Hernández surelato: “El taumaturgo recibió al Presidente Calles a las seisde la tarde, y el propio general hubo de abrirse paso entre lamuchedumbre, no sin cierto trabajo, pues el lugar estabapropiamente abarrotado; el Jefe Máximo llegó hasta la casa deFidencio, acompañado de su comitiva. Fidencio llevaba bata blanca,lo saludó con deferencia, y hay quienes dicen que le ofreció unataza de té de pétalos de rosa de Castilla que el Presidenteendulzó con miel y tomó con agrado”. Y según la versión dedon Enrique López de la Fuente, el Niño Fidencio estuvo con elPresidente de México a solas y le practicó una curación,frotándolo con miel de abeja pura y posteriormente lo vendó concuidado. José Nieves declaró después: “El Niño lo trató conjabón y tomate y se le hicieron ciertos vendajes”... Pero “sedebe dejar asentado el hecho de que el Presidente Calles aceptóvestir una de las túnicas blancas del Niño Fidencio y quepermitió que así lo contemplara el público, que atestaba ellugar. Y que Elías Calles comentara que Fidencio era el único quele decía la verdad de lo que tenía”. Y según está asentado enpublicaciones de nuestros archivos, este prodigioso jovencitotambién, al parecer, tenía ciertos poderes de adivinación. Unhermano suyo falleció en Torreón, Coahuila, cuando operaba unatrilladora en la hacienda de Efraín López. Sin tiempo para avisara Fidencio, el cuerpo fue sepultado en San Pedro de las Colonias,sitio que no conocía el curandero, mucho menos el panteón. Peroal llegar al cementerio, sin preguntar a nadie, se dirigió a latumba de su hermano y comenzó a decir en voz alta: “No tepreocupes por tu familia, vendrá un sindicalista para entregarlesla indemnización de ley”... Efectivamente, como si le hubieraavisado a Fidencio, llegó un líder para entregar dinero enefectivo. Una hermana suya le preguntó con mucha curiosidad:-¿Cómo llegaste a la fosa sin saber previamente la ubicación?-Tú me lo dijiste, sin saberlo- respondió. ¿Y lo del líder?...“No sé, pero supe que estaba por llegar para beneficiar a micuñada y sobrinos”. El famoso curandero utilizaba siempre unamisma clase de brebajes y ungüentos. Casi nunca los modificaba.Pero funcionaban en la mayoría de casos. Tenía calderas más omenos grandes, donde hervía yerbas y raíces de “alguna parte deMéxico”. De nuestro país tomaba lo que “iba necesitando”. Yde hecho parecían sencillas las curaciones. A los mudos lossentaba en semicírculos y, sin previo aviso, ordenaba en voz alta:“¡Digan mamá!” No todos los mudos se aliviaban, pero muchoscomenzaban a balbucear y derramaban llanto al escuchar sus“extraños sonidos”. Tal vez algunas personas habían quedadosin habla por algún choque emocional y, al recordar de golpe a lamujer que les había dado vida... comenzaban a romper el silencioen medio de indescriptible alegría.

Admirable en sus obras y realizador de hechos prodigiosos, JoséFidencio de Jesús Constantino Síntora, el Niño Fidencio, quizáel mejor curandero mexicano de todos los tiempos, dedicó su vida aluchar contra la enfermedad; salvó a mucha gente, rechazó honoresy riquezas y sucumbió joven en el Espinazo, Nuevo León. Algunasde las curaciones documentadas mencionan que Fidencio utilizaba unpedazo de botella, común y corriente, como bisturí para extirparel mal. También arrojaba entre la multitud granos de maíz conmagia blanca y diversas frutas para realizar curas colectivas, enuna de las cuales una mujer sintió “como una puñalada” ysegundos después disfrutó de un gran alivio, como nunca lo habíatenido desde que la gastritis le lastimaba el estómago...

La fama le llegó de golpe y trascendió fronteras. En LaHabana, no menos de 10 mil personas querían cruzar el mar parallegar hasta el modesto campamento que Fidencio atendía, día ynoche, en El Espinazo, Nuevo León. También el rey hispano AlfonsoXIII se sentía muy enfermo, deprimido, en 1928 y hasta anunciósus intenciones de consultar a Fidencio, personalmente. Susproblemas políticos le impidieron ir a Nuevo León y en 1931 optópor el destierro, después del triunfo de la República... pero seafirma que jamás dejó de creer en los poderes extraordinarios deJosé Fidencio de Jesús Constantino Síntora. El Niño Fidencio,quien era denominado así no por su aspecto juvenil, sino por lacostumbre provinciana mexicana de referirse con cierto respeto aquienes parecen o son poderosos, fue hijo de Socorro Constantino,jornalero, de 40 años de edad y María Tránsito Síntora, de 31,guanajuatenses, quienes residían en Irámuco, municipio deAcámbaro, cuando nació el famoso taumaturgo, el 13 de noviembrede 1898. Él, por la admiración y el amor que dijo guardar siemprea su madre, alteró el orden de sus apellidos y se hizo llamar:José Fidencio de Jesús Constantino Síntora. Fue un niño aisladoy muy acomedido, dado a colaborar en peregrinaciones. Cursó apenashasta el tercer grado de primaria. Los niños le vendaban los ojosy podía identificarlos e incluso, muchas veces, describía aciegas el gesto que le estaban haciendo. A la edad de seis años sumadre “lo prestó” a una viuda, que sólo tenía un hijollamado Enrique López de la Fuente, quien años después y hastael final de sus días fue su padre adoptivo. Dicen también quevivió su infancia entre ellos como un arrimado, haciendoquehaceres domésticos, hasta que la revolución lo obligó allevar una vida errante e incierta. Anduvo por Michoacán, luegotrabajó en las fincas henequeneras en Yucatán (en su adolescenciaFidencio y su hermano Joaquín se “engancharon” para trabajaren una hacienda en esa región, pues su familia estaba compuestapor 25 hermanos). Y se sabe que de 1914 a 1923 se hizo a la marcomo cocinero. Llegó a Espinazo al final de sus travesíasmarítimas en busca de Enrique López de la Fuente, hombre rudo quehabía luchado al lado de los Dorados de Villa. El señor López dela Fuente era para entonces el administrador de una hacienda,propiedad de un alemán espiritista de nombre Teodoro Von Wernich.En Espinazo, Fidencio prestó sus servicios como peón, perosiempre le atrajeron las labores domésticas. Fue un experto en elarte de hacer tortillas, pero en particular gustaba de lavar laropa de los partos, la que estaba más sucia. En la hacienda deEspinazo curaba a los animales con hierbas y secretamente asistíaa familias que vivían cerca del rancho. En especial era solicitadocomo partero.

LA LEYENDA Carlos del Castillo publicó en SanAntonio, Texas, que en 1928 había peregrinaciones de millares decreyentes en los poderes del Niño Fidencio, quien, de acuerdo a laleyenda -matizada de fe inquebrantable- “llevaba luz a losciegos, voz a los mudos, movimiento a los inválidos, curación alos supuestamente incurables, razón a los enfermos de lamente”... Con hierbas machacadas y hervidas con frutas de laregión (Espinazo, Nuevo León), Fidencio preparaba ungüentos ybrebajes, gotas para los ojos y pedía constantemente botellaslimpias, para romperlas y utilizar como bisturí un pedazo devidrio. Los relatos de los creyentes indicaban que cuando operabacon vidrio, “no se producía dolor y el proceso de cicatrizaciónera acelerado con pomadas”. Quienes no creían en el NiñoFidencio, le acusaban de no observar las reglas elementales deasepsia y de no aplicar la anestesia, aunque los casos nonecesariamente resultaran fatales. Emil Mayers, ciego“sanantoniano”, declaró ante medios de información en 1928que las narraciones parecían ser creíbles, ya que había asistidocon un amigo invidente al campamento que Fidencio tenía enEspinazo, sitio ubicado en los límites con Coahuila, frente a laSierra La Gavia. Entonces había apenas como 14 mil enfermos enespera de ser atendidos por Fidencio... “mi amigo llevaba 25años sin ver luz”. En el área había chozas improvisadas, sincomodidades para los esperanzados individuos. No había drenaje.Tampoco suficiente agua potable. En un enorme “charco”,Fidencio hacía curaciones con lodo. Cinco meses atrás, elEspinazo era una solitaria estación ferroviaria, con cuatro casasy algunos jacales para los peones y sus familias. De pronto, alestallar la fama de Fidencio, la zona se pobló con otros 15 milvisitantes; surgieron por doquier algunos establecimientoscomerciales, molinos de nixtamal y más de 1,500 carpas, jacales deadobe o de madera, para alojar al enorme número de pacientes. Esfácil imaginar los problemas de higiene. Había personas conenfermedades contagiosas y generalmente se trataba de individuossin recursos económicos, que emprendían dramática peregrinaciónen busca de la salud.

TAMBIÉN LE ATRIBUÍAN DOTES DE ADIVINO, QUE HACÍAHABLAR A LOS MUDOS Los tullidos (no todos) de prontoarrojaban las muletas al aire y se incorporaban. Algunos invidenteseran tendidos, de noche, para que procuraran abrir los párpados asu máximo, durante 10 minutos, luego, el Niño Fidencio lesaplicaba gotas de su “laboratorio” improvisado en las montañasde Nuevo León y les vendaba por 24 horas. No muchos se retirabansin volver a ver la luz. Otros veían nuevamente, cosas borrosas,pero finalmente las percibían. Y en ocasiones seleccionaba a uninválido y le decía: “Deje las muletas, no las use más, yapuede andar”. Y el individuo obedecía porque la fe obraba elmilagro. Sólo en ocasiones excepcionales salía de Espinazo eltaumaturgo, como aquella vez que una mujer estuvo a punto de moriren la sierra de Nuevo León. Cuando “el mago de los cristales”llegó al jacal, encontró muy pálida a la paciente, quien teníaun tumor canceroso en el estómago. En los momentos en que seesperaba que Fidencio sacara el crucifijo, presintiendo lo peor, ylo colocara entre las manos agonizantes de la señora, el curanderocolocó una piedra junto a la cabeza de la enferma. De su morralsacó una botella de refresco y la rompió contra la piedra. Uno delos filosos pedazos sirvió como bisturí. Con cuidado abrió lacavidad abdominal de la desconcertada y, sin que ella sintieradolor, comenzó a desalojar “el mal”. Como si hubiera recibidoadiestramiento para cortar donde debía, Fidencio retiró tejidossin vida, colocó ungüento como para acelerar la cicatrización,cerró la pequeña herida con mucho cuidado, como para hacercoincidir exactamente los bordes y vendó de manera especial a laseñora. -Nada más y nada menos puedo hacer. Ten fe en el Señor.Mucha fe. Pide que te deje un poco más en la tierra- comentó alretirarse. Ninguna instrucción para la crisis dolorosa que pudierasobrevenir. Ningún consejo a los parientes para que cambiaran elvendaje. Fidencio se retiró tras alimentarse precariamente. Perola señora salvó la vida y luego mostraba la cicatriz. Elveracruzano Faustino Urrera, de 22 años de edad, trabajaba en elpuerto en un molino de nixtamal, cuando comenzó a sentir molestiasen los ojos. Paulatinamente se quedó sin visión. Su padre gastóhasta sus últimos ahorros, pero ningún oftalmólogo pudo curar enel puerto de Veracruz a Faustino. Como lo hacía con algunosinvidentes, Fidencio le aplicó gotas, un ungüento, le vendódurante 24 horas y Faustino pudo incorporarse, con la vista normal,al molino de nixtamal ubicado en las calles Corral e Hidalgo. Enlos alrededores de la estación ferroviaria había un árbol grandeque denominaban “La Catedral”, porque ahí se rezaba para quela Providencia pusiera remedio a los males en general, a manos deFidencio. Y se decía que el joven -tenía 30 años en 1928; erasoltero y no le atraía demasiado el sexo opuesto- bajo la sombrade “La Catedral”, había recibido “altos poderes divinos paraaliviar la miseria de la Humanidad”... Su tiempo lo dedicaba porentero a sus pacientes y al cuidado de sus animales. Y el progresollegó al Espinazo, la que fuera vieja y solitaria estaciónferroviaria. Una de las primeras calles de “la población” fuedenominada “Fidencio S. Constantino”. En proyecto estaba unaadministración de correos y varias mejoras a la “Colonia” quese llamaría “Villa Elías Calles”, para halagar al Presidenteen funciones. La empresa estadounidense Great Building ConstructionAssociation, con sede en San Francisco, California, planeó enviarun “hotel transportable”, para proteger de la intemperie a lospacientes y se denominaría “Sanatorio Fidencio”. El hoteltransportable iba a tener 500 habitaciones dotadas de baño y otrascomodidades que harían menos pesada la jornada a los peregrinos,en su mayoría insolventes. Hasta 1928 no había ningún hotel deese tipo en México. Las remesas de madera comenzaron a llegar.¿Por qué tanta generosidad? Porque Fidencio curaba a quien pedíael favor, sin importarle nacionalidades o religiones. Losperiódicos en inglés se habían ocupado extensamente del caso deJosephine Humprey, quien había mejorado tanto de sus males“incurables”, que juró dedicar mucho tiempo a publicitar “lamagia blanca” de Fidencio. El esfuerzo no parecía cansar alcurandero. Mucha gente afirmaba que no dormía para atender a tantodesamparado y no pocos magnates o parientes de millonarios.

EL SECRETO DE SUS CURACIONES Enrique López dela Fuente cuenta que la fama la alcanzó el Niño Fidencio cuandole llevaron entre quince y diecisiete mutilados por una caída quehubo en la mina La Reforma y “los curó casi a todos”. Aliviótambién la dolencia que, desde niño, padecía el hacendadoalemán Teodoro Von Wernich. En agradecimiento éste le dijo: “Tevoy a regalar una propaganda en todo el mundo, que sepan lo que túeres”. Von Wernich lo mandó fotografiar con su traje, camisablanca y corbata, sus manos al frente apoyadas en la cabeza de unbastón y el labio inferior “caído en forma característica”.Fue reproducida por miles y marcó en definitiva la afición deFidencio por la cámara oscura. Él siempre eligió las poses enlas que fue retratado. Alguna vez le dijo al fotógrafo Casasola:“Tome fotografías, pero si no me regala una, entonces una poruna se le borrarán”... Hubo un día, sin fecha precisa, en quecuando era peón lo corrieron de la hacienda donde trabajaba. Hayquienes dicen que fue por flojo, pero él sostuvo que fue por nopoder desempeñar una faena superior a sus fuerzas. “Me fui porahí -contaba el Niño Fidencio- lleno de tristeza, pensando en queme moriría de hambre, sin un amparo, sin un amigo, absolutamentesolo en la vida”. En el mediodía se hincó al pie de un arbolitoy lloró hasta que “su corazón descansó”. En eso se oyó unavoz que le dijo: “Fidencio, no llores, que vas a recibir el donque mi padre celestial te ha dado, tú serás el doctor de losdoctores y todas las enfermedades que mi padre ha mandado, tú lascurarás con puras hierbitas del campo que a ti te gusten, lascocerás y ésa será la medicina para todas las enfermedades”...A partir de entonces, Fidencio decidió no salir más de Espinazo.En su amplio perímetro encontró su mundo. Nunca quiso tener unsolo centavo ni recibió pago alguno por sus servicios. Cuentatambién la leyenda que nunca tuvo barba ni bigote. A los 35 añosde edad seguía siendo travieso, alegre y juguetón, a pesar de quepadeció físicamente la crueldad de sus protectores. “Parecíaque se complacía en sufrir, y lo cierto es que nunca trató derebelarse al castigo”, atestiguaron algunos ancianos que vieronlas terribles golpizas que recibió Fidencio. Incluso el látigocon el que fue golpeado colgaba del Árbol de Espinazo: un pirúbajo el cual, se dice, obtuvo el don de la curación y que fueconocido como La Catedral de Espinazo... ceras, milagros, dinero,piezas de ropa, calzado, huevo fresco, dulces y animales seacumulaban bajo el árbol milagroso. Su tronco está desnudo decorteza pues fue utilizada como chiqueador por los dolientes,incluso arrancaban sus retoños. Fidencio repartía todo cuanto eradepositado salvo las hierbas, las flores y frutas que servían parapreparar la medicina que utilizó como parte del tratamiento. Lasenfermedades de origen nervioso las curaba provocando en lospacientes una fuerte impresión, valiéndose de repentinos ybruscos movimientos en un columpio; los males que necesitaban delbisturí, especialmente los tumores, los extirpaba empleandofragmentos de vidrio de botella; era común que extrajera muelascon unas pinzas y para hacer amputaciones empleaba tijeras depodar. Utilizaba siempre una pomada compuesta de brea, jabón,tizne, miel de colmena y hierbas. La medicina que hervía en ungran perol estaba hecha con frutas y plantas. Conocía laspropiedades medicinales de más de 200 hierbas. Daba masajes y aveces tomaba el pulso. Frecuentemente recetaba agua, tanto paratomar como para bañarse. Podía curar también con tan sólo tocaral enfermo o untándole su propia saliva. En un charco dabatratamiento a los dementes y los enfermos de sífilis, ceguera olepra. A los locos que vivían en un corralón cercado con ramasespinosas los levantaba en la madrugada y los azotaba. Luego jugabacon ellos, “como un niño”. Aun enfermo, Fidencio curaba desdesu lecho a sus pacientes. En otras ocasiones, cansado de jornadasde hasta 72 horas, se dormía recargado en el paciente y dicen queentonces sus dones eran más eficaces. Un día a la semana hacíacuraciones colectivas: se trepaba a la barda de su casa y desdeallí arrojaba “con toda la fuerza de sus puños” frutas,legumbres, tortillas, huevos y todo cuanto estuviera a su alcance.Cuando se bañaba lo espiaban y recogían hasta la última gota deagua para friccionarse con ella. A sus enfermos les recetaba,además de la medicina, baños y risas... También les hacíafiestas y bailaba con sus pacientes. El humor fue parte de laterapia: “Una vez estaba Fidencio pintando un cuarto y en esollegó un enfermo. Niño Santo -le dijo el enfermo- quiero que mehaga usted el favor. Fidencio no lo dejó terminar. Por sorpresa ledio varios brochazos en la cara... con eso lo curó”.

MUERTE Pero el 19 de octubre de 1938, a los 40años de edad, Fidencio murió en la estación El Espinazo. Murió,como al nacer, rodeado de misterio... Fue por una “crisishepática”, dicen algunos informes... Lo mató la “fiebre”,según está escrito en su certificado de defunción. Su cuerpoestaba agotado, aseveran quienes estuvieron con él los últimosaños. Tenía casi 10 años de construido su sepulcro. En febrerode 1928, don Francisco Hernández, un “distinguido yagradecido” marmolero de Torreón, le envió al Niño su bustotallado en piedra y los mármoles esculpidos para su tumba. Pocoantes de ese 19 de octubre, Fidencio acudió a la tienda másgrande y mejor surtida de Espinazo y adquirió una gran cantidad delistón negro. Acompañado de su hijo adoptivo, Ulises, colocó unmoño negro en cada una de las viviendas. “Yo me tengo ya quemorir... y después de mi muerte vendrán muchos Fidencios”, lesdecía. Habría que imaginar el caso en esa región. Miles depersonas sufrieron terrible impacto psicológico al enterarse deldeceso del taumaturgo. Miles de enfermos que, de golpe, volvían ala desesperanza. Miles de personas que, aunque usted no lo crea,esperaron pacientemente a que Fidencio se incorporara de su tumbapara volver a beneficiarlos. La policía resultó insuficiente pararecuperar el cuerpo de Fidencio y sepultarlo en tierra sagrada; sedice que la gente lo enterró a “flor de tierra” en elcampamento, con la ilusión de que pudiera salir “cuando lodecidiera” y seguir con sus curaciones. Cuando murió encontraronen su corazón impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe; supaladar se conserva aún en Espinazo, pues en él está marcada unacruz y alguna vez lo usó como molde para imprimirla en cera.Llegó a ser la única esperanza de los desposeídos ydesahuciados. Fueron miles los devotos que llegaron a Espinazo abuscar en las manos y la voz del Niño cura para sus males oconsuelo para su fatal destino.

FIDENCIO CURABA CON SU MAGIA BLANCA Elfilósofo S. Hernández supone que su afición por curar naciócuando Fidencio tenía ocho años de edad, su progenitora serompió un brazo y, el niño, sin tener la menor idea de cómohacerlo correctamente, entablilló la fractura. Lo que nadie dudabaes que conocía las propiedades de muchas yerbas, que hervía ymezclaba con jugo de frutas; preparaba ungüentos perfumados y losexperimentaba con su perro “El Pastor”. Y llegó la fama cuandolibró de la muerte a hermosa joven, esposa de Manuel RíosZertuche, en la estación ferroviaria La Luna. Ella estaba graveporque su feto había muerto hacía varios días y sufría fuertesdolores. Se afirma que la mujer fue tendida en el suelo, junto auna roca. Luego, el curandero rompió una botella en la piedra y,con filoso pedazo de vidrio, comenzó a operar sin que ellasintiera dolor. El desafortunado producto de la concepción, antesde su cabal desarrollo, fue sepultado en el panteón respectivo,mientras la madre se recuperaba, luego de la aplicación deungüento especial y cuidadoso vendaje, realizados por eltaumaturgo guanajuatense. Fidencio decía que el ungüento sólocontenía manteca de cerdo y yerbas machacadas que crecen por ahí.Esa curación lo llevó posteriormente a Monclova, Coahuila, dondela prensa lo atacó sin misericordia, pagada por médicosenvidiosos. Por cierto, los doctores no tenían realmente pretextopara agredir a su “colega sin título”, pues jamás cobró porlas consultas y lo que recibía en especie lo repartíagenerosamente entre los mismos que acudían a confiarle sus malesfísicos. Un día, en medio de centenares de aspirantes a laconsulta, llegó una niña que le suplicó la curara, pues ledolía mucho la cabeza. Fidencio observó durante varios minutos ala criatura. No sin tristeza le dijo que “se retirara, porque nopodía aliviarla, ya que era producto de un romance entre primos yno debía darle falsas esperanzas”. Casi nadie conocía a laniña. Sus padres, efectivamente, eran primos hermanos y,acongojados, se llevaron a la menor. ¿Cómo supo nuestro secreto?-inquirió el papá. “Lo supe, simplemente”, contestó el NiñoFidencio. Un potentado estadounidense tenía un rebeldepadecimiento crónico (asma) que nadie parecía poder controlar enel área médica de San Antonio, Texas. El ya famoso Niño Fidenciosumergió en lodo “curativo” al extranjero y lo bañó con aguacaliente y una planta de nombre “jarilla”, mientras le daba aaspirar plantas machacadas de eucalipto. No faltaban los crédulosque propalaban que el barro era radiactivo. El primer día hubo unacrisis asmática. El segundo día, el estadounidense pudo respirartodo el oxígeno que quiso. Al tercer día, estaba curado “parasiempre”. El magnate intentó dejar en México, para Fidencio, elautomóvil último modelo que traía (un Ford modelo 1928), yderramó lágrimas al comprender que el rechazo amable de parte delcurandero, no era una pose sino una actitud que respetaría elresto de su vida. Al despedirse, el millonario, como todos los quese alivian en sanatorios oficiales, “prometió muchas cosas” enbeneficio de los peregrinos, pero nunca cumplió su palabra. Secomenta que el magnate era dueño de ranchos, donde más tarde sedescubrieron pozos petroleros, en el Estado de Texas. Antes quedesapareciera en su valioso vehículo, preguntó al Niño Fidenciopor qué lo había hecho esperar “como si fuera cualquiera” yEl Niño comentó que en el Espinazo, “todos eran iguales yrepresentaban lo mismo: seres con esperanza de curación”...-Pero, amigo, tú puedes ser muy rico en mi país. Yo te pagoresidencia, el viaje y te instalaré un consultorio de lujo,además de recomendarte entre mis amistades acaudaladas -le dijo.-Ve con Dios, hermano, yo no tengo ambición económica. Y a tuscompatriotas, que los curen en Estados Unidos, si pueden-respondió tranquilamente el taumaturgo. Fidencio parecíainagotable. Nunca rechazaba a las multitudes que a gritos lepedían atención. El gobierno de Nuevo León le ofreció empleo yadiestramiento en una facultad de Medicina, para que no continuaraen el Espinazo, “donde ni agua corriente tienen”... Pero elcurandero era feliz ahí. Tenía muchos amigos, también bastantesenemigos entre los doctores titulados, gente agradecida y un éxodoconstante entre el que se contaban casos dolorosos, dramáticos ymuy tristes. Cuando la gente que buscaba cura veía en las manos deFidencio un crucifijo en lugar de yerbas y ungüentos“mágicos”, malo estaba el asunto para alguno. El NiñoFidencio colocaba el sagrado objeto entre las manos del enfermo ymuchas lágrimas rodaban en silencio. Poco después llegaba lamuerte para el desahuciado paciente. -Hay algunos asuntos que noestán en mi libro. Nada puedo hacer al respecto -se lamentabaprofundamente Fidencio.

Plutarco Elías Calles llegó a bordo del Tren Olivo a laantigua estación ferroviaria Espinazo a las seis de la tarde delmiércoles 8 de febrero de 1928. Funcionarios y militares queacompañaban a Elías Calles se dispusieron a conocer al NiñoFidencio. “Todas las personas querían tocar al Presidente, verlode cerca, y rompiendo la valla se precipitaron a saludarlo...”“Yo me alarmé de verdad por el peligro que representaba para elgeneral Calles una situación como ésa, en la época de larebelión cristera”, revelaría entonces Enrique López de laFuente. El Presidente Calles estuvo a solas con el Niño Fidenciopor más de tres horas. Dicen que lo curó de una grave enfermedad.Poco después el general, el mismo que combatía al fanatismoreligioso, salió vestido con una de las túnicas del curandero yapareció ante la multitud que agitaba las banderas nacionales ygritaba vivas al Presidente. En 1928, Carlos del Castillo publicóen San Antonio, Texas, que Fidencio Síntora Constantino fuepersonalmente a saludar al Presidente Calles y obsequió una bebidaa los visitantes distinguidos. En el mismo Tren Olivo conversaron,según Del Castillo, y Fidencio confesó que no poseía títuloprofesional, pero que Dios le había mostrado la forma de aliviarel sufrimiento del prójimo, a base de hierbas diversas y pócimasde frutas de la región neoleonesa. Entre los testigos de lareunión se contaba el general Juan Andrew Almazán, entonces jefede Operaciones Militares de Nuevo León. Algunos médicos asociadoscontra Fidencio hicieron llegar sus quejas al Presidente Calles(cuya ausencia en la capital se había explicado con un “viaje dedescanso” a su hacienda de Soledad de la Mota), peroinexplicablemente no se tomaron medidas contra el curandero yCalles ingirió sin temor el refresco que les había ofrecidoFidencio. El filósofo Severiano Hernández explicó en una revistade gran circulación que “José Nieves Delgado, ayudante deFidencio, había dicho que Elías Calles parecía tener unaenfermedad incurable. "El Presidente habría descendido del TrenOlivo a los acordes del Himno Nacional, entre las aclamaciones demucha gente y el silencio de aquellos que tenían en la mente laidea de que el general era un comecuras y el anticristomexicano”. Según partes oficiales -señala Severiano Hernández-el general “había llegado hasta el Niño Fidencio para juzgarpor sí mismo el papel que realmente jugaba con la IglesiaCatólica; y por la respuesta que él mismo recibió, se puedededucir que quedó satisfecho, ya que Fidencio era un ser singularcon gran personalidad, sencillo, modesto. "Sus prácticas eran, atodas luces, inofensivas para el gobierno. El Niño Fidencio era uncristiano devoto y fiel a sus creencias”. Sigue Hernández surelato: “El taumaturgo recibió al Presidente Calles a las seisde la tarde, y el propio general hubo de abrirse paso entre lamuchedumbre, no sin cierto trabajo, pues el lugar estabapropiamente abarrotado; el Jefe Máximo llegó hasta la casa deFidencio, acompañado de su comitiva. Fidencio llevaba bata blanca,lo saludó con deferencia, y hay quienes dicen que le ofreció unataza de té de pétalos de rosa de Castilla que el Presidenteendulzó con miel y tomó con agrado”. Y según la versión dedon Enrique López de la Fuente, el Niño Fidencio estuvo con elPresidente de México a solas y le practicó una curación,frotándolo con miel de abeja pura y posteriormente lo vendó concuidado. José Nieves declaró después: “El Niño lo trató conjabón y tomate y se le hicieron ciertos vendajes”... Pero “sedebe dejar asentado el hecho de que el Presidente Calles aceptóvestir una de las túnicas blancas del Niño Fidencio y quepermitió que así lo contemplara el público, que atestaba ellugar. Y que Elías Calles comentara que Fidencio era el único quele decía la verdad de lo que tenía”. Y según está asentado enpublicaciones de nuestros archivos, este prodigioso jovencitotambién, al parecer, tenía ciertos poderes de adivinación. Unhermano suyo falleció en Torreón, Coahuila, cuando operaba unatrilladora en la hacienda de Efraín López. Sin tiempo para avisara Fidencio, el cuerpo fue sepultado en San Pedro de las Colonias,sitio que no conocía el curandero, mucho menos el panteón. Peroal llegar al cementerio, sin preguntar a nadie, se dirigió a latumba de su hermano y comenzó a decir en voz alta: “No tepreocupes por tu familia, vendrá un sindicalista para entregarlesla indemnización de ley”... Efectivamente, como si le hubieraavisado a Fidencio, llegó un líder para entregar dinero enefectivo. Una hermana suya le preguntó con mucha curiosidad:-¿Cómo llegaste a la fosa sin saber previamente la ubicación?-Tú me lo dijiste, sin saberlo- respondió. ¿Y lo del líder?...“No sé, pero supe que estaba por llegar para beneficiar a micuñada y sobrinos”. El famoso curandero utilizaba siempre unamisma clase de brebajes y ungüentos. Casi nunca los modificaba.Pero funcionaban en la mayoría de casos. Tenía calderas más omenos grandes, donde hervía yerbas y raíces de “alguna parte deMéxico”. De nuestro país tomaba lo que “iba necesitando”. Yde hecho parecían sencillas las curaciones. A los mudos lossentaba en semicírculos y, sin previo aviso, ordenaba en voz alta:“¡Digan mamá!” No todos los mudos se aliviaban, pero muchoscomenzaban a balbucear y derramaban llanto al escuchar sus“extraños sonidos”. Tal vez algunas personas habían quedadosin habla por algún choque emocional y, al recordar de golpe a lamujer que les había dado vida... comenzaban a romper el silencioen medio de indescriptible alegría.

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