/ sábado 28 de marzo de 2020

¿Y la Madre Tierra?

Cuando escuchamos sobre el impacto del calentamiento global en los glaciares, quizá pensamos en el Ártico, pero sus efectos están más cerca de lo que imaginamos.

Recientemente, científicos del Instituto de Geofísica, de la UNAM, alertaron sobre la extinción del glaciar el Popocatépetl, y el peligro que corren los del Iztaccíhuatl y el Citlaltépetl (Pico de Orizaba).

El Iztaccíhuatl conserva cinco zonas glaciares de las 11 que tuvo. Mientras que el sistema glaciar del Citlaltépetl se ha ido perdiendo paulatinamente.

Este manto blanco sobre las más altas cimas de nuestro país tiene un enorme valor ambiental, pues en época de sequía se funde y aporta agua a cuencas y mantos freáticos. Sin glaciares no hay agua.

De hecho, hace 10 mil años los glaciares del Ajusco comenzaron a derretirse, dando origen al sistema lacustre de la Ciudad de México, que hoy subsiste en Xochimilco y Tláhuac.

La desaparición de los glaciares que nos quedan provocará cambios en el clima, pues la roca desnuda absorberá más radiación solar. Es decir, menos agua y más calor.

Podemos reforestar sus cumbres y conservar las áreas verdes circundantes para tratar de evitarlo, pero no será suficiente sin la participación de todas y todos.

El calentamiento global es producto de un sistema depredador que busca ganancias sin importar daños ni víctimas, por lo que debemos cambiar el paradigma de concebir al planeta como fuente inagotable de recursos y bote de basura.

Avanzar en el reconocimiento de la Madre Tierra como sujeto de derechos sería un gran paso, pero, insisto, no habrá cambio posible si todas y todos no modificamos también nuestros hábitos, principalmente de consumo.

Ahora que la virulencia ocupa la agenda nacional, recordemos que el descongelamiento del permafrost, en el Ártico, provoca emisiones masivas de carbono y metano, responsables del calentamiento global, creando un círculo vicioso que acelera dicho descongelamiento. Junto con esos gases, se liberarán virus de antiguas enfermedades, cuya resistencia aumenta en climas más cálidos.

Por ejemplo, han descubierto fragmentos de ácido ribonucleico del virus de la gripe española de 1918 en cadáveres enterrados en fosas comunes en la tundra de Alaska. Se cree que la viruela y la peste bubónica podrían estar enterradas en Siberia.

Es simple, con el cambio climático nos estamos jugamos nuestra supervivencia como especie.

Infórmate, organízate, actúa.

Cuando escuchamos sobre el impacto del calentamiento global en los glaciares, quizá pensamos en el Ártico, pero sus efectos están más cerca de lo que imaginamos.

Recientemente, científicos del Instituto de Geofísica, de la UNAM, alertaron sobre la extinción del glaciar el Popocatépetl, y el peligro que corren los del Iztaccíhuatl y el Citlaltépetl (Pico de Orizaba).

El Iztaccíhuatl conserva cinco zonas glaciares de las 11 que tuvo. Mientras que el sistema glaciar del Citlaltépetl se ha ido perdiendo paulatinamente.

Este manto blanco sobre las más altas cimas de nuestro país tiene un enorme valor ambiental, pues en época de sequía se funde y aporta agua a cuencas y mantos freáticos. Sin glaciares no hay agua.

De hecho, hace 10 mil años los glaciares del Ajusco comenzaron a derretirse, dando origen al sistema lacustre de la Ciudad de México, que hoy subsiste en Xochimilco y Tláhuac.

La desaparición de los glaciares que nos quedan provocará cambios en el clima, pues la roca desnuda absorberá más radiación solar. Es decir, menos agua y más calor.

Podemos reforestar sus cumbres y conservar las áreas verdes circundantes para tratar de evitarlo, pero no será suficiente sin la participación de todas y todos.

El calentamiento global es producto de un sistema depredador que busca ganancias sin importar daños ni víctimas, por lo que debemos cambiar el paradigma de concebir al planeta como fuente inagotable de recursos y bote de basura.

Avanzar en el reconocimiento de la Madre Tierra como sujeto de derechos sería un gran paso, pero, insisto, no habrá cambio posible si todas y todos no modificamos también nuestros hábitos, principalmente de consumo.

Ahora que la virulencia ocupa la agenda nacional, recordemos que el descongelamiento del permafrost, en el Ártico, provoca emisiones masivas de carbono y metano, responsables del calentamiento global, creando un círculo vicioso que acelera dicho descongelamiento. Junto con esos gases, se liberarán virus de antiguas enfermedades, cuya resistencia aumenta en climas más cálidos.

Por ejemplo, han descubierto fragmentos de ácido ribonucleico del virus de la gripe española de 1918 en cadáveres enterrados en fosas comunes en la tundra de Alaska. Se cree que la viruela y la peste bubónica podrían estar enterradas en Siberia.

Es simple, con el cambio climático nos estamos jugamos nuestra supervivencia como especie.

Infórmate, organízate, actúa.