/ martes 19 de enero de 2021

Entre desconocidos, así entierran a las víctimas de Covid

No hay rituales, ni palabras pronunciadas. Quince minutos y la familia debe irse

Son menos de 30, todos con la cabeza inclinada. Sus sollozos rompen el silencio al mismo tiempo que los obreros rellenan frenéticamente la tumba de tierra. No hay rituales, ni palabras pronunciadas. Quince minutos y la familia debe irse.

Esta escena, que provoca una gran ira entre la población y a la que un equipo de la AFP pudo asistir en el cementerio de Glen Forest, en la capital de Zimbabue, se repite en los últimos días tras una directiva gubernamental destinada a evitar la propagación del nuevo coronavirus.

Ngonidzashe Machawira, sepulturero de 30 años, tiene el corazón partido. Ha visto esta escena demasiadas veces. "Es terrible asistir a la angustia de las familias que querrían proceder a los rituales" que consuelan, como la exposición del cuerpo, los cantos, las oraciones y los discursos.

A partir de ahora, hay que ser enterrado en el lugar donde se muere. Sin ceremonia o bien la mínima indispensable. Algo muy difícil de aceptar para numerosos zimbabuenses afligidos. Sobre todo en Harare, la capital, donde muchos solo vienen a buscar trabajo, lejos de casa.

En el campo, la presencia de un muerto, no demasiado lejos, es considerada tranquilizadora. Este familiar, incluso bajo tierra, puede cuidar de los suyos, proteger sus casas.

La segunda ola de la pandemia, presumiblemente subestimada en este país con una economía siniestrada y un sistema de salud sumamente fragilizado, ha creado cierto pánico.

El gobierno anunció un estricto confinamiento de 30 días a principios de enero, y luego una moratoria sobre el transporte de cadáveres. Muchos la viven como una bofetada frente al deber hacia los mayores y hacia la tradición, en este país conservador.

Es también un castigo suplementario, habida cuenta de todas las demás dificultades, en particular económicas, que hay que soportar.

ATAÚDES TRIPLES

En Zimbabue no es bien visto enterrar a un muerto en el extranjero. Pero tampoco en la ciudad. A menos que el fallecido haya perdido todo arraigo con el campo.

Muchos denuncian un desprecio de los valores culturales por parte de las autoridades.

En absoluto, replica el ministro de Información Nick Mangwana. Simplemente "vivimos una época extraña, estamos luchando para salvar vidas", explica.

En Harare, "que para la mayoría no es nuestro hogar, es incorrecto ser enterrado por extraños, en medio de desconocidos", comenta un hombre de 49 años, que da solo su apellido, Kepekepe.

"Queremos descansar junto a nuestros antepasados, el poder debe revertir su directiva", argumenta. Deberían "contentarse con preocuparse por el uso de mascarillas y las distancias necesarias durante estas reuniones".

Según el taxista Chakanetsa Hafandi, la limitación de los participantes en los funerales no sirve de mucho, ya que luego regresan a sus barrios. "No realizan pruebas de detección de covid-19 ni antes ni después del entierro", afirma.

A mediados de enero, el país tenía más de 26.000 casos y cerca de 700 muertes registradas oficialmente. Desde hace una semana, los cuerpos solo pueden ser transportados de la funeraria o del hospital al cementerio.

Pero la ira es tan fuerte que las autoridades han tenido que conceder un arreglo: si el cuerpo está debidamente embalado, "herméticamente en ataúdes triples", su desplazamiento es tolerado.

Demasiado complicado y costoso. La mayoría de los zimbabuenses sobreviven gracias a pequeños trabajos. Y el covid-19 obviamente no mejoró la situación económica.

El embalaje hermético, "se practica generalmente para los cuerpos que llegan del extranjero", señala Chengetai Jones, empleada en la funeraria First Funeral. Pero con la pandemia, "nos contentamos con envolver el muerto en plástico antes de colocarlo en el ataúd".



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Son menos de 30, todos con la cabeza inclinada. Sus sollozos rompen el silencio al mismo tiempo que los obreros rellenan frenéticamente la tumba de tierra. No hay rituales, ni palabras pronunciadas. Quince minutos y la familia debe irse.

Esta escena, que provoca una gran ira entre la población y a la que un equipo de la AFP pudo asistir en el cementerio de Glen Forest, en la capital de Zimbabue, se repite en los últimos días tras una directiva gubernamental destinada a evitar la propagación del nuevo coronavirus.

Ngonidzashe Machawira, sepulturero de 30 años, tiene el corazón partido. Ha visto esta escena demasiadas veces. "Es terrible asistir a la angustia de las familias que querrían proceder a los rituales" que consuelan, como la exposición del cuerpo, los cantos, las oraciones y los discursos.

A partir de ahora, hay que ser enterrado en el lugar donde se muere. Sin ceremonia o bien la mínima indispensable. Algo muy difícil de aceptar para numerosos zimbabuenses afligidos. Sobre todo en Harare, la capital, donde muchos solo vienen a buscar trabajo, lejos de casa.

En el campo, la presencia de un muerto, no demasiado lejos, es considerada tranquilizadora. Este familiar, incluso bajo tierra, puede cuidar de los suyos, proteger sus casas.

La segunda ola de la pandemia, presumiblemente subestimada en este país con una economía siniestrada y un sistema de salud sumamente fragilizado, ha creado cierto pánico.

El gobierno anunció un estricto confinamiento de 30 días a principios de enero, y luego una moratoria sobre el transporte de cadáveres. Muchos la viven como una bofetada frente al deber hacia los mayores y hacia la tradición, en este país conservador.

Es también un castigo suplementario, habida cuenta de todas las demás dificultades, en particular económicas, que hay que soportar.

ATAÚDES TRIPLES

En Zimbabue no es bien visto enterrar a un muerto en el extranjero. Pero tampoco en la ciudad. A menos que el fallecido haya perdido todo arraigo con el campo.

Muchos denuncian un desprecio de los valores culturales por parte de las autoridades.

En absoluto, replica el ministro de Información Nick Mangwana. Simplemente "vivimos una época extraña, estamos luchando para salvar vidas", explica.

En Harare, "que para la mayoría no es nuestro hogar, es incorrecto ser enterrado por extraños, en medio de desconocidos", comenta un hombre de 49 años, que da solo su apellido, Kepekepe.

"Queremos descansar junto a nuestros antepasados, el poder debe revertir su directiva", argumenta. Deberían "contentarse con preocuparse por el uso de mascarillas y las distancias necesarias durante estas reuniones".

Según el taxista Chakanetsa Hafandi, la limitación de los participantes en los funerales no sirve de mucho, ya que luego regresan a sus barrios. "No realizan pruebas de detección de covid-19 ni antes ni después del entierro", afirma.

A mediados de enero, el país tenía más de 26.000 casos y cerca de 700 muertes registradas oficialmente. Desde hace una semana, los cuerpos solo pueden ser transportados de la funeraria o del hospital al cementerio.

Pero la ira es tan fuerte que las autoridades han tenido que conceder un arreglo: si el cuerpo está debidamente embalado, "herméticamente en ataúdes triples", su desplazamiento es tolerado.

Demasiado complicado y costoso. La mayoría de los zimbabuenses sobreviven gracias a pequeños trabajos. Y el covid-19 obviamente no mejoró la situación económica.

El embalaje hermético, "se practica generalmente para los cuerpos que llegan del extranjero", señala Chengetai Jones, empleada en la funeraria First Funeral. Pero con la pandemia, "nos contentamos con envolver el muerto en plástico antes de colocarlo en el ataúd".



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