Ahora, “los abrazos y los besos, de repente se convierten en armas, y no visitar a padres y amigos se convierte en un acto de amor”, diría el texto de Alexis Espóstio, que circula en redes sociales, palabras que escapan del entendimiento de algunas personas que, mientras profesan el amor entre las calles, acaban con su sana distancia.
El índice de personas hospitalizadas y fallecidas nos hablan del fracaso del distanciamiento prudente en todos lados, dentro y fuera de casa, que el uso de cubrebocas y la higiene en las manos, pueden salvarnos y salvar a los que amamos pero la realidad es otra, y el riesgo es una amenaza latente.
Poco falta para que el reloj marque las siete de la mañana, la fila de personas en la parada del autobús en Tacubaya, no perdona ni un milímetro, todos quieren subir aunque no les toque un asiento, sacan su dinero, donde es posible que también viaje el virus, el conductor, si se acordó, llevará las ventanas abiertas, y dará cambios sin pensar en el contagio y sin restringir el número de pasajeros, todos apretados.
Los altercados no se hacen esperar, se avientan, se desesperan y se gritan mientras todos tocan el mismo pasamanos al interior de la unidad, pocos son los que usan gel en el trayecto y, la vieja costumbre de maquillarse en el camino, sigue vigente para algunas mujeres, el virus en el aire, en un espacio cerrado, al acecho de cada uno.
Pareciera que al grueso de los ciudadanos nos preocupa más llegar a tiempo al trabajo, viajando codo a codo de un extraño del que desconocemos sus hábitos, que mantener a resguardo la salud propia y la de los que nos rodean, para entonces, llegar tarde a un hospital.
En comerciales de televisión, spots de radio, en periódicos, revistas y anuncios en las redes sociales, se pudo ser testigo de las campañas donde, Susana Distancia, ponía el ejemplo para estar a salvo, en los negocios, nos encontramos marcas en el piso para no estar hombro a hombro y así, evitar un posible contagio, pero el fracaso lo gritan en silencio los cerca de 137 mil muertes en todo México.
Sin distancia ni consciencia
En las calles, vemos amigos que se reencuentran, que acuden a un puesto a comer, parejas que se besan y caminan de la mano, sin considera un posible contagio, o en dado caso, el momento se los borra. Transmiten el mensaje de que nada pasará sin respetar la sana distancia, que nada ha cambiado y que son inmunes.
Marilú y Sonia van juntas al trabajo, se toman un respiro en el descanso para despejarse, si comen algo dejan el cubrebocas de lado, y de la sana distancia, ni hablamos, se entrelazan el brazo y caminan juntas, ellas dicen que se cuidan, "tratamos de no exagerar para que no nos dé miedo y no enfermarnos, hay que seguir viviendo y trabajando", dice una de ellas.
Algunos deportistas practican en los parques o avenidas con la boca al descubierto, el uso de este artefacto les produce más cansancio, “además hay aire libre, aquí no hay donde se congregue el bicho y así fortalecemos el sistema”, dice Carlos, quien corre a lo largo de un camellón, donde pierde de vista al resto de corredores que, al igual que él, hablan, gritan, tosen y no lo usan.
A lo lejos, se ven caminar de la mano a Paola y su pareja, ellos comentan tener miedo, pero también aseguran cuidarse, llevan puesto el cubrebocas, mencionan que usan gel. Se encuentran en la calle para comprar algo de comer y después, regresar a sus empleos, ahí conviven con otras personas y luego, con más, al regresar a sus respectivos hogares en transporte público.
"Gracias a dios, estamos sanos, no podemos dejar de hacer nuestra vida, de todos modos nos vamos a morir de algo "¿a poco no?", pregunta la mujer entre risas, un argumento ante el que no ríen médicos, así como tampoco más de más de 9 mil hospitalizados en la Ciudad de México, ni sus familiares a la espera de informes, ansiando la llamada que les indique que su ser querido, al que posiblemente tomaron de la mano o besaron, será dado de alta.
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