/ lunes 10 de agosto de 2020

Historias en el Metro: Películas Piratas

Desde diciembre de 2019, Diego decidió dejar el negocio de la venta de películas pirata afuera de la estación Allende del Metro

Me lo encontraba muy seguido cuando yo trabajaba en la Secretaría de Educación Pública en la calle de Brasil porque a la hora de la comida me gustaba caminar por la calle de Tacuba, donde está la estación Allende del Metro. Es un lugar muy tradicional del Centro Histórico de la Ciudad de México.

Cuando pasaba por la estación, en la entrada estaba el puesto de Diego, y él siempre amable, me ofrecía su paquete de películas pirata o clones, a diez pesos cada una. Cuando tenía tiempo me quedaba unos minutos revisando “las novedades” y fue así como a veces charlábamos no sólo de películas, sino de la situación económica, de su familia, de sus proyectos. Me cayó muy bien.

Cuando salí de la SEP en diciembre de 2018, dejé de ver a Diego. Apenas hace unos días lo volví a encontrar coincidentemente porque llegó a entregarme un pedido de la empresa Rappi. Con todo y cubrebocas lo reconocí ¿Tú eres Diego? Sí ¿Cómo sabe mi nombre? Me miró extrañado, pero varios segundos después reaccionó ¡Ah es usted el señor de la SEP! ¡Era de la SEP! Le contesté.

Desde diciembre de 2019, Diego decidió dejar el negocio de la venta de películas pirata afuera de la estación Allende del Metro, que, por cierto, por ahora permanece cerrada. Me dijo que desde hace diez años se dedicaba a esa actividad.

Diego tiene 25 años de edad y habla como un hombre mucho mayor. Se le oye un tanto fastidiado y hasta molesto cuando se refiere al negocio en el que trabajó tanto tiempo.

¿Te fastidió vender películas pirata? ¿No es un buen negocio? Me respondió que fue un buen negocio hasta septiembre de 2017. Después del sismo ya no se vendió como antes, la competencia es muy canija; la policía y las autoridades no dejan de molestar porque el puesto es legal, tiene todos los permisos, pero es ilícita la venta de esta mercancía y te desalojan cuando se les pega la gana. Me dijo que la ganancia en una sola pieza es del 200 por ciento. Antes era del 300 y hasta 400 por ciento.

Ahorita con la pandemia está peor porque no hay venta, desalojaron a todos los vendedores de las entradas de las estaciones y los que se dedican a esto no tienen ingresos ¡Lo dejé a tiempo! Me dijo, aunque la mayoría de su familia sigue en ese negocio.

Siempre buscó superarse, me comentó. Estudió como pudo la preparatoria y luego inició la carrera de Administración en el Instituto Politécnico Nacional, pero no pudo seguir porque su novia se embarazó. Tuvieron dos hijos, se separaron y ahora vive con otra muchacha con quien acaba de tener un bebé.

Como conductor de moto de la empresa Rappi, Diego es dueño de su tiempo y le pagan comisión por los ocho o diez pedidos que hace diario. Me comentó que así vive mucho más tranquilo.

Le di 40 pesos de propina por el pedido y nos despedimos al estilo japonés, con una reverencia a la distancia y un ¡Nos vemos! Que difícilmente ocurrirá.



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Me lo encontraba muy seguido cuando yo trabajaba en la Secretaría de Educación Pública en la calle de Brasil porque a la hora de la comida me gustaba caminar por la calle de Tacuba, donde está la estación Allende del Metro. Es un lugar muy tradicional del Centro Histórico de la Ciudad de México.

Cuando pasaba por la estación, en la entrada estaba el puesto de Diego, y él siempre amable, me ofrecía su paquete de películas pirata o clones, a diez pesos cada una. Cuando tenía tiempo me quedaba unos minutos revisando “las novedades” y fue así como a veces charlábamos no sólo de películas, sino de la situación económica, de su familia, de sus proyectos. Me cayó muy bien.

Cuando salí de la SEP en diciembre de 2018, dejé de ver a Diego. Apenas hace unos días lo volví a encontrar coincidentemente porque llegó a entregarme un pedido de la empresa Rappi. Con todo y cubrebocas lo reconocí ¿Tú eres Diego? Sí ¿Cómo sabe mi nombre? Me miró extrañado, pero varios segundos después reaccionó ¡Ah es usted el señor de la SEP! ¡Era de la SEP! Le contesté.

Desde diciembre de 2019, Diego decidió dejar el negocio de la venta de películas pirata afuera de la estación Allende del Metro, que, por cierto, por ahora permanece cerrada. Me dijo que desde hace diez años se dedicaba a esa actividad.

Diego tiene 25 años de edad y habla como un hombre mucho mayor. Se le oye un tanto fastidiado y hasta molesto cuando se refiere al negocio en el que trabajó tanto tiempo.

¿Te fastidió vender películas pirata? ¿No es un buen negocio? Me respondió que fue un buen negocio hasta septiembre de 2017. Después del sismo ya no se vendió como antes, la competencia es muy canija; la policía y las autoridades no dejan de molestar porque el puesto es legal, tiene todos los permisos, pero es ilícita la venta de esta mercancía y te desalojan cuando se les pega la gana. Me dijo que la ganancia en una sola pieza es del 200 por ciento. Antes era del 300 y hasta 400 por ciento.

Ahorita con la pandemia está peor porque no hay venta, desalojaron a todos los vendedores de las entradas de las estaciones y los que se dedican a esto no tienen ingresos ¡Lo dejé a tiempo! Me dijo, aunque la mayoría de su familia sigue en ese negocio.

Siempre buscó superarse, me comentó. Estudió como pudo la preparatoria y luego inició la carrera de Administración en el Instituto Politécnico Nacional, pero no pudo seguir porque su novia se embarazó. Tuvieron dos hijos, se separaron y ahora vive con otra muchacha con quien acaba de tener un bebé.

Como conductor de moto de la empresa Rappi, Diego es dueño de su tiempo y le pagan comisión por los ocho o diez pedidos que hace diario. Me comentó que así vive mucho más tranquilo.

Le di 40 pesos de propina por el pedido y nos despedimos al estilo japonés, con una reverencia a la distancia y un ¡Nos vemos! Que difícilmente ocurrirá.



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