/ lunes 7 de septiembre de 2020

HISTORIAS EN EL METRO: Amigo organillero

La música de organillo es parte del patrimonio cultural de la Ciudad de México desde 1975

Hace tiempo lo conozco. Antes lo veía casi todos los días afuera de la estación Zócalo del Metro, frente a la Catedral Metropolitana. Viste uniforme caqui, alto, bronceado por el Sol, un poco pasado de peso y muy agradable. Se llama Odilón Jardines y es organillero.

Siempre que paso por ahí camino al Metro, le doy unas monedas. Bromeó con él. Le digo: voy a pasar por la aduana de los organilleros; aquí le va mi colaboración. Y le doy unas monedas. Él sonríe y me saluda según la hora del día.

Odilón tiene 20 años en ese oficio, pero viene de una familia de organilleros desde 1884. Su papá empezó en el negocio desde muy niño y ahora ya está retirado a los 76 años, pero es propietario de varios instrumentos que renta de 120 a 200 pesos diarios.

La música de organillo es parte del patrimonio cultural de la Ciudad de México desde 1975. Odilón me dijo que no son muchos los instrumentos que existen de este tipo ya que debe haber unos 200 en todo el mundo y aquí, de 50 a 75. De la capital salen a todo el país.

Los organilleros del Centro Histórico de la Ciudad de México estuvieron más de tres meses sin poder trabajar por la pandemia. Volvieron hace unas semanas, pero no pueden estar todo el día como antes; les recortaron el horario de las 11 de la mañana a las cinco de la tarde.

A la pregunta si es negocio el oficio de organillero, Odilón me contesta: mire, mi familia está aquí desde 1884 y esta música se escucha desde 1739. A lo mejor no se ve tanto como negocio, pero sale para comer. La nostalgia de la gente nos ayuda a seguir viviendo de esto. Sonríe cuando subraya que si fuera negocio, toda la gente estuviera en esto.

Reconoció que tampoco es fácil traer a cuestas el organillo – por eso dicen que es más difícil cargarlo que tocarlo --. Pesa entre 35 y 50 kilogramos cada aparato y hay que estar muchas horas a la intemperie, llueve, truene o relampagueé o bajo los intensos rayos del Sol.

Hay diferentes tipos y marcas de instrumentos. Los que usan la mayoría de los “músicos” del Centro Histórico de la Ciudad de México son marca Harmonipan, alemanes. Cada uno contiene un cartucho con solamente ocho melodías. Hay unos modernos organillos llamados MIDI que tienen una tarjeta de memoria con tres mil canciones, pero de esos no hay en el país.

Otro de los organilleros de la zona, se llama Crescencio y tiene casi los mismos años en el trabajo que Odilón. Es chaparrito, moreno, muy simpático y con un bigote enroscado y cuidadosamente recortado. Mueve la manivela del aparato mientras su hijo estira el kepi para solicitar una moneda a todos quienes cruzan por ahí. Está de acuerdo con Odilón en que ésta es una tradición que jamás morirá.

Escuchar la música de los organilleros para mi es recordar con nostalgia un México que nunca volverá.



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Hace tiempo lo conozco. Antes lo veía casi todos los días afuera de la estación Zócalo del Metro, frente a la Catedral Metropolitana. Viste uniforme caqui, alto, bronceado por el Sol, un poco pasado de peso y muy agradable. Se llama Odilón Jardines y es organillero.

Siempre que paso por ahí camino al Metro, le doy unas monedas. Bromeó con él. Le digo: voy a pasar por la aduana de los organilleros; aquí le va mi colaboración. Y le doy unas monedas. Él sonríe y me saluda según la hora del día.

Odilón tiene 20 años en ese oficio, pero viene de una familia de organilleros desde 1884. Su papá empezó en el negocio desde muy niño y ahora ya está retirado a los 76 años, pero es propietario de varios instrumentos que renta de 120 a 200 pesos diarios.

La música de organillo es parte del patrimonio cultural de la Ciudad de México desde 1975. Odilón me dijo que no son muchos los instrumentos que existen de este tipo ya que debe haber unos 200 en todo el mundo y aquí, de 50 a 75. De la capital salen a todo el país.

Los organilleros del Centro Histórico de la Ciudad de México estuvieron más de tres meses sin poder trabajar por la pandemia. Volvieron hace unas semanas, pero no pueden estar todo el día como antes; les recortaron el horario de las 11 de la mañana a las cinco de la tarde.

A la pregunta si es negocio el oficio de organillero, Odilón me contesta: mire, mi familia está aquí desde 1884 y esta música se escucha desde 1739. A lo mejor no se ve tanto como negocio, pero sale para comer. La nostalgia de la gente nos ayuda a seguir viviendo de esto. Sonríe cuando subraya que si fuera negocio, toda la gente estuviera en esto.

Reconoció que tampoco es fácil traer a cuestas el organillo – por eso dicen que es más difícil cargarlo que tocarlo --. Pesa entre 35 y 50 kilogramos cada aparato y hay que estar muchas horas a la intemperie, llueve, truene o relampagueé o bajo los intensos rayos del Sol.

Hay diferentes tipos y marcas de instrumentos. Los que usan la mayoría de los “músicos” del Centro Histórico de la Ciudad de México son marca Harmonipan, alemanes. Cada uno contiene un cartucho con solamente ocho melodías. Hay unos modernos organillos llamados MIDI que tienen una tarjeta de memoria con tres mil canciones, pero de esos no hay en el país.

Otro de los organilleros de la zona, se llama Crescencio y tiene casi los mismos años en el trabajo que Odilón. Es chaparrito, moreno, muy simpático y con un bigote enroscado y cuidadosamente recortado. Mueve la manivela del aparato mientras su hijo estira el kepi para solicitar una moneda a todos quienes cruzan por ahí. Está de acuerdo con Odilón en que ésta es una tradición que jamás morirá.

Escuchar la música de los organilleros para mi es recordar con nostalgia un México que nunca volverá.



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