/ domingo 16 de agosto de 2020

Familias que han vivido la muerte en esta pandemia, necesitan la fuerza de la fe: Arquidiócesis

En su homilía, el Cardenal Aguiar  comentó que la fe es un don, un regalo, pero es una semilla que crece y está en nuestras manos el desarrollarla.

No hay duda que la muerte siempre será difícil de asimilar, más cuando se suman variables como el encierro, la inseguridad, el aumento de desempleo, la crisis económica derivado de la pandemia por el Covid-19 o la incertidumbre ante el futuro, destacó la Arquidiócesis de México, al señalar que por ello resulta necesario acompañar a los dolientes con nuevos modos y ambientes sociales más humanos.

Ya son miles de familias las que han vivido el trance de la muerte en los últimos cinco meses y todas ellas necesitan tanto de la fuerza de la fe, de la profundidad de la esperanza, como de nuestro abrazo, de nuestro amor y cercanía.

En su editorial, titulado “Unidos en la esperanza, afrontemos el dolor”, indicó que en los ámbitos civiles se han hecho homenajes y memoriales para recordar a los que han fallecido a causa de la pandemia: es una manera pública de sobrellevar el duelo.

En la misa dominical en la Basílica de Guadalupe, el arzobispo primado de México, Carlos Aguiar Retes resaltó que "todas las personas tienen el don de la fe", el cual pueden desarrollar y hacer crecer.

“Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse”, agregó.

En su homilía, el Cardenal Aguilar comentó que la fe es un don, un regalo, pero es una semilla que crece y está en nuestras manos el desarrollarla.

La transmisión de la fe, mediante un proceso evangelizador, que comienza en la familia de padres a hijos, continua con la ayuda de la comunidad parroquial, con la enseñanza catequética, que debe extenderse, mediante el testimonio atrayente de los cristianos, en todos los ambientes, especialmente en la atención de los necesitados, enfermos, reclusos, indigentes, adictos a todo tipo de dependencias esclavizantes.

En su editorial dijo que en la Iglesia han florecido múltiples estrategias creativas para acompañar espiritualmente a los deudos, y todo con un claro objetivo: proclamar que la última palabra no la tiene ni el dolor ni la muerte, sino la esperanza y la vida.

La sede eclesiástica capitalina destacó el porqué Cristo resucitó, “sabemos que resucitaremos con él, y -como se proclama en la Misa por los difuntos- “aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la esperanza de la futura inmortalidad; porque para quienes creemos en ti, Señor, la vida no termina, sólo se transforma”.

Indicó que la pandemia ha trastocado lo que tradicionalmente hacemos en torno a un duelo: hoy no hay cercanía, ni abrazos e incluso a veces ni velorio.

Al celebrar apenas la Asunción de la Virgen María, queremos llamar la atención sobre la conclusión de la vida humana, constatando que así como ocurre en las bodas, los velorios y novenarios por los difuntos son los eventos que suelen tener más amplia convocatoria en una familia.

Pero la pandemia, agregó, también ha trastocado lo que tradicionalmente hacemos en torno a un duelo: por medidas sanitarias ha impedido la cercanía con el enfermo, con el agonizante y con quienes viven la muerte de un familiar. No hay abrazos, no hay presencia física, a veces ni velorio, y el consuelo debe caminar hasta por medios virtuales.

Cuando afirmamos desde la fe que María no conoció la corrupción del sepulcro, sino que fue llevada hasta Dios en cuerpo y alma, estamos afirmando que vivió la conclusión de su vida con la esperanza que llegaba a su cumplimiento: el encuentro definitivo y total con Jesús, su Hijo, el Salvador del mundo.

Parece una ironía, pero gracias a las plataformas tecnológicas se ha facilitado también el acompañamiento en tan duro trance: reunir amigos y familias para un novenario, para compartir fotos y anécdotas, para renovar el contacto y hacer que la cercanía se extienda hasta llegar al consuelo y la esperanza.

Si al término de su vida en este mundo la Virgen María fue llevada a lo más alto de los cielos por los ángeles, veamos de qué modo aprovechamos lo que tenemos al alcance de la mano para dar gracias a Dios por la vida y el cariño de quienes ya murieron y que podamos llevarlos siempre en lo más cálido del corazón.


No hay duda que la muerte siempre será difícil de asimilar, más cuando se suman variables como el encierro, la inseguridad, el aumento de desempleo, la crisis económica derivado de la pandemia por el Covid-19 o la incertidumbre ante el futuro, destacó la Arquidiócesis de México, al señalar que por ello resulta necesario acompañar a los dolientes con nuevos modos y ambientes sociales más humanos.

Ya son miles de familias las que han vivido el trance de la muerte en los últimos cinco meses y todas ellas necesitan tanto de la fuerza de la fe, de la profundidad de la esperanza, como de nuestro abrazo, de nuestro amor y cercanía.

En su editorial, titulado “Unidos en la esperanza, afrontemos el dolor”, indicó que en los ámbitos civiles se han hecho homenajes y memoriales para recordar a los que han fallecido a causa de la pandemia: es una manera pública de sobrellevar el duelo.

En la misa dominical en la Basílica de Guadalupe, el arzobispo primado de México, Carlos Aguiar Retes resaltó que "todas las personas tienen el don de la fe", el cual pueden desarrollar y hacer crecer.

“Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse”, agregó.

En su homilía, el Cardenal Aguilar comentó que la fe es un don, un regalo, pero es una semilla que crece y está en nuestras manos el desarrollarla.

La transmisión de la fe, mediante un proceso evangelizador, que comienza en la familia de padres a hijos, continua con la ayuda de la comunidad parroquial, con la enseñanza catequética, que debe extenderse, mediante el testimonio atrayente de los cristianos, en todos los ambientes, especialmente en la atención de los necesitados, enfermos, reclusos, indigentes, adictos a todo tipo de dependencias esclavizantes.

En su editorial dijo que en la Iglesia han florecido múltiples estrategias creativas para acompañar espiritualmente a los deudos, y todo con un claro objetivo: proclamar que la última palabra no la tiene ni el dolor ni la muerte, sino la esperanza y la vida.

La sede eclesiástica capitalina destacó el porqué Cristo resucitó, “sabemos que resucitaremos con él, y -como se proclama en la Misa por los difuntos- “aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la esperanza de la futura inmortalidad; porque para quienes creemos en ti, Señor, la vida no termina, sólo se transforma”.

Indicó que la pandemia ha trastocado lo que tradicionalmente hacemos en torno a un duelo: hoy no hay cercanía, ni abrazos e incluso a veces ni velorio.

Al celebrar apenas la Asunción de la Virgen María, queremos llamar la atención sobre la conclusión de la vida humana, constatando que así como ocurre en las bodas, los velorios y novenarios por los difuntos son los eventos que suelen tener más amplia convocatoria en una familia.

Pero la pandemia, agregó, también ha trastocado lo que tradicionalmente hacemos en torno a un duelo: por medidas sanitarias ha impedido la cercanía con el enfermo, con el agonizante y con quienes viven la muerte de un familiar. No hay abrazos, no hay presencia física, a veces ni velorio, y el consuelo debe caminar hasta por medios virtuales.

Cuando afirmamos desde la fe que María no conoció la corrupción del sepulcro, sino que fue llevada hasta Dios en cuerpo y alma, estamos afirmando que vivió la conclusión de su vida con la esperanza que llegaba a su cumplimiento: el encuentro definitivo y total con Jesús, su Hijo, el Salvador del mundo.

Parece una ironía, pero gracias a las plataformas tecnológicas se ha facilitado también el acompañamiento en tan duro trance: reunir amigos y familias para un novenario, para compartir fotos y anécdotas, para renovar el contacto y hacer que la cercanía se extienda hasta llegar al consuelo y la esperanza.

Si al término de su vida en este mundo la Virgen María fue llevada a lo más alto de los cielos por los ángeles, veamos de qué modo aprovechamos lo que tenemos al alcance de la mano para dar gracias a Dios por la vida y el cariño de quienes ya murieron y que podamos llevarlos siempre en lo más cálido del corazón.


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