/ martes 27 de octubre de 2020

Un hombre vuelve a su casa luego de 40 años de estar perdido

“El artista” vivía en la calle, ahora, a sus 72 años de edad, su sueño es poder construir un cuarto en el terreno de su finada madre, recuperar su salud y reintegrarse a un trabajo, pero un cisticerco se cruzó en su vida

Acompañado solo de un carrito desvencijado y cobijado por la humildad de sus palabras, Pablo, un hombre de 72 años, que vivió en situación de calle, un día apareció en el domicilio de sus familiares después de 40 años de silencio, de ausencia y de vivir bajo la ley del asfalto.

Era mediodía, cuando el hombre tocó el portón, con la primera noticia que se encontró fue que Doña Lolita, su madre, había muerto hace años, ella preguntándose por su hijo desaparecido y lamentando no haberlo ayudado cuando inmerso en las drogas y en el rechazo familiar, desapareció.

Ahora, a la distancia relata: “Me fui para evitarle sufrimientos y librarme de las agresiones, ira y rechazo de mi familia”.

Los años que decidió mantenerse alejado no han logrado sanar las heridas y Pablo, cuatro décadas después, no tuvo el recibimiento que en lo más profundo de su corazón anhelaba, pues a sus días de ausencia se sumó el repudio acumulado, la indolencia y desprecio hasta de familiares; no obstante, el tiempo que duró en la calle.

Pese a todo, él, dice, no guardar rencor, al contrario, ha perdonado, quiere dejar todo atrás, la calle le enseñó la dura lección y aunque en sus últimos años, quisiera al menos sentir que a alguien le importa.

Ataviado con una vieja chamarra que alguien le regaló, aún con la barba que le cubre la identidad y le da ese aspecto de quien ha olvidado el cuidado personal, deja que su mirada se pierda en el infinito, mientras describe esa gota de esperanza guardada en lo más íntimo de su ser, para que lo quieran quienes hace muchos años le soltaron a la buena de Dios, hasta que un día no regresó.

¿Cómo es que tomó la decisión de volver? Ni él mismo lo sabe, lo único es que una fuerza casi celestial condujo sus pasos a casa, esa donde una vez se sintió seguro, esa que muchas veces miró de lejos en su andar por las calles.

Ese día tocó la puerta, quien le abrió su fue su hermana, pero no se reconocieron.

-Busco a la señora Lolita, dijo y la respuesta le cayó como balde de agua fría.

No señor, ella ya no vive aquí, ella falleció hace mucho tiempo.

Quiso llorar, pero las lágrimas no llegaron a sus ojos, la calle lo hizo duro.Entonces descubrió su identidad

-Soy Pablo, yo vivía en esta casa.

Y si las escenas de película fueran sacadas de la realidad quizá se habrían abrazado y llorado por el reencuentro, pero la distancia en la juventud y el paso de los años hicieron sentir como dos desconocidos a esos dos hermanos.

Ya repuesta de la sorpresa ella le hizo pasar, de la misma forma que él, algo la movió para invitar a pasar a ese andrajoso desconocido.

Una sobrina del desconocido se interesó en él, quería saber quién era tío Pablo, y fue necesario hacerle muchas preguntas, saber más de ese hombre, del que muchos hablaban mal, indagar su vida, en su corazón, en sus recuerdos.

Luego de la plática le ofrecieron un pequeño espacio, aún incómodas y sin reponerse de la sorpresa madre e hija le dejaron quedarse.

“Sólo necesito recuperar mi salud física y mental; estar sano y poder autoemplearme o conseguir un trabajo de acuerdo a mis condiciones para poder construir un cuarto”, fue lo dicho por Pablo.

Desde ese día a la fecha, han sido largas hora de plática, en las que Pablo recuerda pasajes de su infancia, misma que resume como precaria y sin tiempo para el amor:

-“Mi madre vendía en las ferias, se esforzaba porque tuviéramos algo para comer, mi padrastro nos ponía a vender y sí no acabábamos la mercancía nos iba mal, muy mal y sólo había golpes.

Pero no todo fue malo, pese a las penumbras y vejaciones que padeció en su infancia; la adolescencia y juventud de Pablo parecían prometedora, trabajó como taxista y después fue contratado en el hotel María Isabel Sheraton, que aún se encuentra en avenida Reforma de la Ciudad de México.

Ahí, dice: “Fui un hábil valet parking.

Pero las malas amistades, los cotidianos problemas familiares y la falta de apoyo para salir de las adicciones, lo trastornaron provocando episodios de violencia que aumentaron los conflictos y desencuentro con familiares, y en el trabajo.

Al paso del tiempo creyó encontrar un nuevo hogar, el que en sus delirios creía un sitio de hermandad, y sí, estas eran las cloacas y los callejones más oscuros de la ciudad donde la violencia entre los compañeros lo enseñaron a sobrevivir a como diera lugar para salvaguardar su seguridad.

-“La gente mala es mucha, también hay gente buena, pero son los menos, la gente que vive en la calle guarda mucho rencor y odio, nadie es de fiar, hay traición y el consumo de sustancias nos vuelve salvajes“, dice, mientras mira sus manos callosas y sucias de recoger desperdicios para revender en centros de recliclaje.

Pablo aprendió que vivir en la calle trae, entre otras cosas, el desprecio de la sociedad, al ser vistos como criminales; en su día a día se padece el rechazo social, algo que Pablo trata ya de no ver “eso es siempre, pero ya no pienso en eso, lo paso de largo, a la gente le doy miedo, pero no, ahora yo respeto a todos, damas y caballeros “.

Tal vez hubo desencuentros con la policía, dice, pero sostiene: “Ellos te van conociendo, te ubican y sabes que sí te vas por la derecha te dejan respirar.

Existimos los que se ganan una moneda por la buena, yo tiendo mi puesto en el suelo, vendo cosas que encuentro o busco en la basura ahí en una zona, y me acomido con la gente de ahí y ya me dan dos o cinco pesos”.

Curtido por esa vida aprendió a observar, a pensar sobre su existencia, ver sus errores, por lo que sostiene:

-“Yo ya dejé la violencia, ahora pido perdón a quien lastimé sin ser consciente.

La adversidad y la inmundicia en la que ha vivido aún no logran borrar del todo la sonrisa de Pablo.

Es algo así como una mueca, cuando cuenta que en el bajo mundo de la calle lo conocen como “El Artista”.

Al preguntarle ¿por qué? Explica que ha sido filmado y fotografiado en varias películas con locaciones en el barrio de Tepito y la Guerrero.

“Pues no sé, dice, pero me han agarrado de extra para varias películas como “Amores Perros”, ahí andaba yo por la Guerrero, hasta fotos me tomaron, también en otra aparecí, dice, se llama De la Calle y Dios Da, creo que me decían que iban hacer un personaje parecido a mí, no sé, ni siquiera las he visto “ contó.

Al volver a la dura realidad cuenta que, si existe alguna ayuda como albergues, pero ya vivió esa experiencia:

-“Sí, pero hay mucha gente, demasiada, es muy difícil al igual o más que en la calle, los compañeros que hay te agreden o te contagias de enfermedades.

Los doctores y las enfermeras la pasan muy mal porque muchos no colaboran, ahí también mucha gente se muere, y se los sacan en camillas ya no se sabe qué pasa con ellos, o donde los dejan”.

Sobre una reflexión de su vida, dijo que no le desea a nadie lo que la gente de la calle vive:

-“Ahí nos tragamos nuestras lágrimas, pero tampoco ya sabemos cómo volver a la superficie, te rechazan y cuando los del gobierno se ocupan, se fijan en los más jóvenes, los viejos ya no”.

Con respecto a la pandemia que vive el mundo por el coronavirus “El Artista”, dice tener desconocimiento y no saber cómo se contagia:

-“Nadie nos dice nada, no sabía cómo era ese virus, hasta ahora”, por lo que al preguntarle sobre sí ya le tocó atención por parte de la brigada de la Unidad Médica Móvil que reporta la Secretaria de Bienestar Social de la Ciudad de México, asegura con desgano que no hay ningún tipo de atención médica para ellos, los de la calle.

La experiencia de Pablo, como persona en situación de calle por casi toda una vida, le da la posibilidad de alertar a los jóvenes de no caer en el asfalto y de pedir ayuda.

-“Es muy difícil, es como toparse con pared, casi nadie aprende o entiende en cabeza ajena, muchas veces se tiene que caer muy bajo, pero la atención son lo mejor, debe existir en las familias “.

Ya se ha cumplido más de un mes desde que “El Artista”, regresó deseando una segunda oportunidad para vivir una vida diferente, y hasta ahora lo único que tiene es un sillón donde dormir y la esperanza de recibir una ayuda que lo impuse para salir adelante.

Su hermana ha solicitado ayuda a la Secretaria de Inclusión y Bienestar Social CDMX y al Instituto para el Envejecimiento Digno, pero hasta el momento no hay respuesta sólo una llamada a medias como para taparle el ojo al macho, total es sólo una persona más en situación de calle, entre los miles que pareciera están condenadas al infortunio.

El fin de semana sufrió convulsiones, al ser llevado a un hospital diagnosticaron un cisticerco en la cabeza y requiere atención médica, medicamentos, mientras el solo quiere redimir ese pasado.


Acompañado solo de un carrito desvencijado y cobijado por la humildad de sus palabras, Pablo, un hombre de 72 años, que vivió en situación de calle, un día apareció en el domicilio de sus familiares después de 40 años de silencio, de ausencia y de vivir bajo la ley del asfalto.

Era mediodía, cuando el hombre tocó el portón, con la primera noticia que se encontró fue que Doña Lolita, su madre, había muerto hace años, ella preguntándose por su hijo desaparecido y lamentando no haberlo ayudado cuando inmerso en las drogas y en el rechazo familiar, desapareció.

Ahora, a la distancia relata: “Me fui para evitarle sufrimientos y librarme de las agresiones, ira y rechazo de mi familia”.

Los años que decidió mantenerse alejado no han logrado sanar las heridas y Pablo, cuatro décadas después, no tuvo el recibimiento que en lo más profundo de su corazón anhelaba, pues a sus días de ausencia se sumó el repudio acumulado, la indolencia y desprecio hasta de familiares; no obstante, el tiempo que duró en la calle.

Pese a todo, él, dice, no guardar rencor, al contrario, ha perdonado, quiere dejar todo atrás, la calle le enseñó la dura lección y aunque en sus últimos años, quisiera al menos sentir que a alguien le importa.

Ataviado con una vieja chamarra que alguien le regaló, aún con la barba que le cubre la identidad y le da ese aspecto de quien ha olvidado el cuidado personal, deja que su mirada se pierda en el infinito, mientras describe esa gota de esperanza guardada en lo más íntimo de su ser, para que lo quieran quienes hace muchos años le soltaron a la buena de Dios, hasta que un día no regresó.

¿Cómo es que tomó la decisión de volver? Ni él mismo lo sabe, lo único es que una fuerza casi celestial condujo sus pasos a casa, esa donde una vez se sintió seguro, esa que muchas veces miró de lejos en su andar por las calles.

Ese día tocó la puerta, quien le abrió su fue su hermana, pero no se reconocieron.

-Busco a la señora Lolita, dijo y la respuesta le cayó como balde de agua fría.

No señor, ella ya no vive aquí, ella falleció hace mucho tiempo.

Quiso llorar, pero las lágrimas no llegaron a sus ojos, la calle lo hizo duro.Entonces descubrió su identidad

-Soy Pablo, yo vivía en esta casa.

Y si las escenas de película fueran sacadas de la realidad quizá se habrían abrazado y llorado por el reencuentro, pero la distancia en la juventud y el paso de los años hicieron sentir como dos desconocidos a esos dos hermanos.

Ya repuesta de la sorpresa ella le hizo pasar, de la misma forma que él, algo la movió para invitar a pasar a ese andrajoso desconocido.

Una sobrina del desconocido se interesó en él, quería saber quién era tío Pablo, y fue necesario hacerle muchas preguntas, saber más de ese hombre, del que muchos hablaban mal, indagar su vida, en su corazón, en sus recuerdos.

Luego de la plática le ofrecieron un pequeño espacio, aún incómodas y sin reponerse de la sorpresa madre e hija le dejaron quedarse.

“Sólo necesito recuperar mi salud física y mental; estar sano y poder autoemplearme o conseguir un trabajo de acuerdo a mis condiciones para poder construir un cuarto”, fue lo dicho por Pablo.

Desde ese día a la fecha, han sido largas hora de plática, en las que Pablo recuerda pasajes de su infancia, misma que resume como precaria y sin tiempo para el amor:

-“Mi madre vendía en las ferias, se esforzaba porque tuviéramos algo para comer, mi padrastro nos ponía a vender y sí no acabábamos la mercancía nos iba mal, muy mal y sólo había golpes.

Pero no todo fue malo, pese a las penumbras y vejaciones que padeció en su infancia; la adolescencia y juventud de Pablo parecían prometedora, trabajó como taxista y después fue contratado en el hotel María Isabel Sheraton, que aún se encuentra en avenida Reforma de la Ciudad de México.

Ahí, dice: “Fui un hábil valet parking.

Pero las malas amistades, los cotidianos problemas familiares y la falta de apoyo para salir de las adicciones, lo trastornaron provocando episodios de violencia que aumentaron los conflictos y desencuentro con familiares, y en el trabajo.

Al paso del tiempo creyó encontrar un nuevo hogar, el que en sus delirios creía un sitio de hermandad, y sí, estas eran las cloacas y los callejones más oscuros de la ciudad donde la violencia entre los compañeros lo enseñaron a sobrevivir a como diera lugar para salvaguardar su seguridad.

-“La gente mala es mucha, también hay gente buena, pero son los menos, la gente que vive en la calle guarda mucho rencor y odio, nadie es de fiar, hay traición y el consumo de sustancias nos vuelve salvajes“, dice, mientras mira sus manos callosas y sucias de recoger desperdicios para revender en centros de recliclaje.

Pablo aprendió que vivir en la calle trae, entre otras cosas, el desprecio de la sociedad, al ser vistos como criminales; en su día a día se padece el rechazo social, algo que Pablo trata ya de no ver “eso es siempre, pero ya no pienso en eso, lo paso de largo, a la gente le doy miedo, pero no, ahora yo respeto a todos, damas y caballeros “.

Tal vez hubo desencuentros con la policía, dice, pero sostiene: “Ellos te van conociendo, te ubican y sabes que sí te vas por la derecha te dejan respirar.

Existimos los que se ganan una moneda por la buena, yo tiendo mi puesto en el suelo, vendo cosas que encuentro o busco en la basura ahí en una zona, y me acomido con la gente de ahí y ya me dan dos o cinco pesos”.

Curtido por esa vida aprendió a observar, a pensar sobre su existencia, ver sus errores, por lo que sostiene:

-“Yo ya dejé la violencia, ahora pido perdón a quien lastimé sin ser consciente.

La adversidad y la inmundicia en la que ha vivido aún no logran borrar del todo la sonrisa de Pablo.

Es algo así como una mueca, cuando cuenta que en el bajo mundo de la calle lo conocen como “El Artista”.

Al preguntarle ¿por qué? Explica que ha sido filmado y fotografiado en varias películas con locaciones en el barrio de Tepito y la Guerrero.

“Pues no sé, dice, pero me han agarrado de extra para varias películas como “Amores Perros”, ahí andaba yo por la Guerrero, hasta fotos me tomaron, también en otra aparecí, dice, se llama De la Calle y Dios Da, creo que me decían que iban hacer un personaje parecido a mí, no sé, ni siquiera las he visto “ contó.

Al volver a la dura realidad cuenta que, si existe alguna ayuda como albergues, pero ya vivió esa experiencia:

-“Sí, pero hay mucha gente, demasiada, es muy difícil al igual o más que en la calle, los compañeros que hay te agreden o te contagias de enfermedades.

Los doctores y las enfermeras la pasan muy mal porque muchos no colaboran, ahí también mucha gente se muere, y se los sacan en camillas ya no se sabe qué pasa con ellos, o donde los dejan”.

Sobre una reflexión de su vida, dijo que no le desea a nadie lo que la gente de la calle vive:

-“Ahí nos tragamos nuestras lágrimas, pero tampoco ya sabemos cómo volver a la superficie, te rechazan y cuando los del gobierno se ocupan, se fijan en los más jóvenes, los viejos ya no”.

Con respecto a la pandemia que vive el mundo por el coronavirus “El Artista”, dice tener desconocimiento y no saber cómo se contagia:

-“Nadie nos dice nada, no sabía cómo era ese virus, hasta ahora”, por lo que al preguntarle sobre sí ya le tocó atención por parte de la brigada de la Unidad Médica Móvil que reporta la Secretaria de Bienestar Social de la Ciudad de México, asegura con desgano que no hay ningún tipo de atención médica para ellos, los de la calle.

La experiencia de Pablo, como persona en situación de calle por casi toda una vida, le da la posibilidad de alertar a los jóvenes de no caer en el asfalto y de pedir ayuda.

-“Es muy difícil, es como toparse con pared, casi nadie aprende o entiende en cabeza ajena, muchas veces se tiene que caer muy bajo, pero la atención son lo mejor, debe existir en las familias “.

Ya se ha cumplido más de un mes desde que “El Artista”, regresó deseando una segunda oportunidad para vivir una vida diferente, y hasta ahora lo único que tiene es un sillón donde dormir y la esperanza de recibir una ayuda que lo impuse para salir adelante.

Su hermana ha solicitado ayuda a la Secretaria de Inclusión y Bienestar Social CDMX y al Instituto para el Envejecimiento Digno, pero hasta el momento no hay respuesta sólo una llamada a medias como para taparle el ojo al macho, total es sólo una persona más en situación de calle, entre los miles que pareciera están condenadas al infortunio.

El fin de semana sufrió convulsiones, al ser llevado a un hospital diagnosticaron un cisticerco en la cabeza y requiere atención médica, medicamentos, mientras el solo quiere redimir ese pasado.


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