/ jueves 29 de agosto de 2019

El estrangulador de Coyoacán

  • Millonaria anciana y su sirvienta fueron asesinadas sin piedad
  • Una vida de resentimientos y adicciones dieron pábulo al drama

“¡Soy Carlos y vine a matarte!”, le vaticinó el nieto desheredado

Fue un enigma el epílogo de este caso que indignó a la sociedad

Dos crímenes sacudieron a la sociedad en 1971. El periódico LA PRENSA informaba que el 1 de noviembre habían sido estranguladas una anciana millonaria y su sirvienta en una residencia de Coyoacán.

En un principio se manejó la información en el sentido de que el móvil había sido el robo, pero el Servicio Secreto sospechó que el responsable de los asesinatos fue el nieto de la acaudalada Gracia Cuéllar, de 68 años.

Jaime Antonio Huerdo era adicto a las drogas y tenía 21 años en esa época. Sus padres se divorciaron y luego lo abandonaron a su suerte, debido a su mala conducta, ya que optó por el camino de la perdición.

Cuando fue detenido confesó que mató a su abuela porque la odiaba, más aún al enterarse que había sido desheredado. Y elaboró un cínico relato a los periodistas que lo cuestionaban una vez capturado.

A su nieto, la señora lo llamaba Carlos, ya que nunca le gustó su nombre y a decir del doble homicida, toda la familia era culpable de la vida de sufrimiento que había llevado.

El joven fue detenido en un hotelucho de Guadalajara. Dijo que él fue único autor de los dos asesinatos. También fue aprehendida su esposa, pero días después recobró su libertad. Habían contraído matrimonio una semana antes de la tragedia de la abuela.

Jaime declaró que para entrar a la residencia de Presidente Carranza 90, saltó la reja del jardín y logró entrar sin problema.

Sólo se encontraban su abuela y la empleada. Un hijo de la anciana que vivía con ella, había salido de vacaciones a Acapulco. Se supo luego que se salvó de milagro esa noche fatídica.

Jaime se dirigió de inmediato a la recámara de Gracia Cuéllar en la oscuridad de aquella madrugada.

La anciana escuchó que abrían la puerta y preguntó:

-¿Quién es?

-Soy Carlos. Vine a matarte.

Jaime se abalanzó contra su abuela, que se había sentado en la cama al oír que abrían la puerta, y con las manos intentó ahorcarla.

-¡Suéltame! ¡suéltame¡ -gritó la anciana, a la vez que lanzaba manotazos.

Ante el silencio de su victimario, Gracia le dijo:

-Te doy lo que quieras, pero no me mates.

Y pese a que la millonaria abuela pidió clemencia a su nieto, éste la estranguló para librarse del odio acumulado durante años contra ella.

Al ver que no podía asesinarla con las manos, Jaime tomó el lazo que llevaba sobre los hombros. Le dio dos vueltas alrededor del cuello y apretó hasta que oyó que uno de los pies de víctima azotó contra el suelo.

De inmediato salió de la recámara y se dirigió a toda prisa al cuarto de la sirvienta y repitió con ella el mismo procedimiento de muerte.

Luego se llevó el auto de la casa, así como algunas joyas, aparatos y valiosos abrigos, que más tarde vendería.

En su huida, Jaime traía a su mente escenas de odio hacia su abuela.

Recordó su dura infancia, cuando la señora aseguraba que no era su nieto y que su hijo no era su verdadero padre.

Dijo que se sentía liberado mentalmente después de estrangulara su abuela y que no estaba arrepentido. Esbozaba una sonrisa siniestra cuando relataba los detalles de su monstruoso crimen.

Fue llevado a la cárcel de Coyoacán, donde se fugó el 8 de junio de 1972. Una niña fue testigo cuando el asesino se escapaba de la prisión, descolgándose de un muro con un lazo de más de cinco metros.

El caso tendía a enrarecerse. Detectives seguían la pista del Estrangulador de Coyoacán. Pero Jaime Antonio Huerdo pudo eludir a sus perseguidores y se suponía que viajaba en compañía de su esposa hacia el interior de la república.

La señora esperaba un hijo y la policía creía que ese fue el motivo principal que impulsó a Huerdo a fugarse de aquella cárcel, donde purgaba una pena de cuarenta años.

Y veinte días después, se anunciaba que el joven prófugo había muerto envenenado con hongos silvestres en Oaxaca. Obviamente nadie creyó en lo más mínimo la versión policíaca.

Lo único cierto es que nada se supo después de aquel asesino y el caso fue cerrado y archivado.

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Fue un enigma el epílogo de este caso que indignó a la sociedad

Dos crímenes sacudieron a la sociedad en 1971. El periódico LA PRENSA informaba que el 1 de noviembre habían sido estranguladas una anciana millonaria y su sirvienta en una residencia de Coyoacán.

En un principio se manejó la información en el sentido de que el móvil había sido el robo, pero el Servicio Secreto sospechó que el responsable de los asesinatos fue el nieto de la acaudalada Gracia Cuéllar, de 68 años.

Jaime Antonio Huerdo era adicto a las drogas y tenía 21 años en esa época. Sus padres se divorciaron y luego lo abandonaron a su suerte, debido a su mala conducta, ya que optó por el camino de la perdición.

Cuando fue detenido confesó que mató a su abuela porque la odiaba, más aún al enterarse que había sido desheredado. Y elaboró un cínico relato a los periodistas que lo cuestionaban una vez capturado.

A su nieto, la señora lo llamaba Carlos, ya que nunca le gustó su nombre y a decir del doble homicida, toda la familia era culpable de la vida de sufrimiento que había llevado.

El joven fue detenido en un hotelucho de Guadalajara. Dijo que él fue único autor de los dos asesinatos. También fue aprehendida su esposa, pero días después recobró su libertad. Habían contraído matrimonio una semana antes de la tragedia de la abuela.

Jaime declaró que para entrar a la residencia de Presidente Carranza 90, saltó la reja del jardín y logró entrar sin problema.

Sólo se encontraban su abuela y la empleada. Un hijo de la anciana que vivía con ella, había salido de vacaciones a Acapulco. Se supo luego que se salvó de milagro esa noche fatídica.

Jaime se dirigió de inmediato a la recámara de Gracia Cuéllar en la oscuridad de aquella madrugada.

La anciana escuchó que abrían la puerta y preguntó:

-¿Quién es?

-Soy Carlos. Vine a matarte.

Jaime se abalanzó contra su abuela, que se había sentado en la cama al oír que abrían la puerta, y con las manos intentó ahorcarla.

-¡Suéltame! ¡suéltame¡ -gritó la anciana, a la vez que lanzaba manotazos.

Ante el silencio de su victimario, Gracia le dijo:

-Te doy lo que quieras, pero no me mates.

Y pese a que la millonaria abuela pidió clemencia a su nieto, éste la estranguló para librarse del odio acumulado durante años contra ella.

Al ver que no podía asesinarla con las manos, Jaime tomó el lazo que llevaba sobre los hombros. Le dio dos vueltas alrededor del cuello y apretó hasta que oyó que uno de los pies de víctima azotó contra el suelo.

De inmediato salió de la recámara y se dirigió a toda prisa al cuarto de la sirvienta y repitió con ella el mismo procedimiento de muerte.

Luego se llevó el auto de la casa, así como algunas joyas, aparatos y valiosos abrigos, que más tarde vendería.

En su huida, Jaime traía a su mente escenas de odio hacia su abuela.

Recordó su dura infancia, cuando la señora aseguraba que no era su nieto y que su hijo no era su verdadero padre.

Dijo que se sentía liberado mentalmente después de estrangulara su abuela y que no estaba arrepentido. Esbozaba una sonrisa siniestra cuando relataba los detalles de su monstruoso crimen.

Fue llevado a la cárcel de Coyoacán, donde se fugó el 8 de junio de 1972. Una niña fue testigo cuando el asesino se escapaba de la prisión, descolgándose de un muro con un lazo de más de cinco metros.

El caso tendía a enrarecerse. Detectives seguían la pista del Estrangulador de Coyoacán. Pero Jaime Antonio Huerdo pudo eludir a sus perseguidores y se suponía que viajaba en compañía de su esposa hacia el interior de la república.

La señora esperaba un hijo y la policía creía que ese fue el motivo principal que impulsó a Huerdo a fugarse de aquella cárcel, donde purgaba una pena de cuarenta años.

Y veinte días después, se anunciaba que el joven prófugo había muerto envenenado con hongos silvestres en Oaxaca. Obviamente nadie creyó en lo más mínimo la versión policíaca.

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