/ viernes 31 de diciembre de 2021

Saqueo al Museo de Antropología, el robo del siglo

En 1985, dos estudiantes hurtaron 140 reliquias prehispánicas, patrimonio cultural de la nación

Nuestro país es un ente desgarrado por sus violencias inesperadas. Lo extraordinario no es que suceda lo inhóspito, sino que éste no acontezca. En estos menesteres nos superamos y poseemos un nada presumible bagaje de infamias.

La historia insólita que hoy les contaré, tiene como protagonista un museo, el cual es víctima y escena del crimen a la vez. Un ultraje que al mismo tiempo ofendió y atentó contra todos los mexicanos y su extraordinario tesoro cultural, cuando apenas la capital del país cobraba conciencia de otra tragedia: el sismo del 19 de septiembre.

Un grupo de guardias festeja la Navidad

Sucedió la Nochebuena de 1985, los asaltantes se escudaron bajo los festejos de Navidad para dar el golpe, quizás porque la atención y el ajetreo de la ciudad estarían centrados en los miles de hogares de los capitalinos y no levantarían sospechas. Incluso, aquel par de hampones celebró primero la Natividad con sus familias y después, se reunieron para concretar su plan.

Alrededor de las 00:30 horas, Carlos pasó a recoger a su amigo Ramón en su sedán Volkswagen y enfilaron por Paseo de la Reforma con rumbo al poniente de la ciudad, en específico, al Museo Nacional de Antropología.

Cuando llegaron, de inmediato brincaron el barandal de dos metros de altura, se desplazaron con velocidad y cruzaron los jardines hasta la escalera que daba hacia el Sótano. No había rastro de algún vigilante o policía, así que después se internaron en las entrañas de los ductos del aire acondicionado y por ahí se deslizaron hacia las salas que se fijaron como objetivo.

Era cerca de la una de la mañana y el grupo de ocho vigilantes de la Policía Bancaria destinado a salvaguardar el patrimonio cultural del museo, se encontraba reunido en su caseta festejando la Navidad, ingiriendo algunos alimentos y bebidas alcohólicas. Muy despreocupados, departían, se hacían bromas y “echaban cotorreo”, como decimos los mexicanos, mientras dos jóvenes se internaban en la sala Maya y se apoderaban de varias piezas prehispánicas.

Durante tres horas, los hampones desmantelaron con varias herramientas alrededor de siete vitrinas de las salas Maya, Mexica y Monte Albán, Oaxaca. El tamaño de los vestigios favoreció su transportación, pues los pudieron guardar en varias maletas. Cuando se dieron por bien servidos con el botín, emprendieron la huida a través de la misma ruta por donde habían ingresado.

Una vez afuera del museo, Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina García abordaron el Volkswagen y se dirigieron rumbo al domicilio de los padres de Perches, ubicada en la calle Colorines número 60, colonia Jardines de San Mateo, en Ciudad Satélite.

Archivo | La Prensa

Los policías, cada vez más enfiestados, se olvidaron por completo de realizar sus rondines cada dos horas por las salas del museo, total, qué podía pasar, era Nochebuena, ni un loco se atrevería a pasar por aquel lugar y mucho menos en una noche como esa.

Así que los guardias continuaron con el convite, sin tener la menor idea, de que tres salas habían sido desmanteladas y que dentro de pocas horas, estarían en serios problemas por la deshonestidad con la que aquella madrugada desempeñaron su trabajo.

A las 7:30 de la mañana, antes del cambio de guardia, realizaron su rondín -el que no hicieron cada dos horas-, el festejo y hasta las copas que habían ingerido se les bajaron, sus ojos no dieron crédito a lo que vieron, varias vitrinas saqueadas. Dos jóvenes se habían burlado de ellos en sus barbas.

Archivo | La Prensa


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¡Repudiable atropello al patrimonio cultural!

Los hampones tenían muy bien identificados los vestigios que hurtarían, pues durante seis meses planearon el golpe; además, la suerte jugó de su lado aquella madrugada, en la que pudieron maniobrar con toda calma por tres horas

A las 08:00 horas se hizo el cambio de guardia, entonces los vigilantes se vieron obligados a notificar el saqueo de tres salas del museo y de inmediato pidieron el apoyo de las autoridades para iniciar la búsqueda de las piezas hurtadas.

Sin embargo, fue hasta cuatro horas después, que las autoridades se hicieron presentes. Primero llegó el director del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Enrique Florescano, quien, al tomar conocimiento del robo, decidió desalojar y cerrar el recinto cultural. Luego dio parte a la PGR, ésta designó al comandante Florentino Ventura para que encabezara la investigación, mientras decenas de elementos de esa corporación recababan minuciosamente las primeras pistas del robo por las distintas salas del museo.

En esos momentos, la noticia sobre el asalto al Museo de Antropología ya estaba en boca de los capitalinos. Los medios de comunicación no tardaron también en arribar al recinto de Chapultepec. Así que las autoridades culturales decidieron improvisar una conferencia de prensa, que encabezó el historiador Florescano.

En medio del desorden, el director del INAH dio algunas explicaciones y se supo que el museo no contaba con algún sistema de alarmas, en defensa señaló: “El sistema actual de seguridad demostró durante 20 años que era eficaz”. Sin embargo, en más de un reportero surgió la pregunta de cómo era posible que uno de los patrimonios culturales del país se encontrara tan vulnerable. No sonaba coherente que un museo de la talla del de Antropología no tuviera una sola chicharra que alertara algún peligro.

También se informó que la seguridad se remitía a 32 policías bancarios que resguardaban el museo durante el día y otro grupo de ocho que los relevaba a las ocho de la noche, con la misión de realizar rondines por todo el recinto cada dos horas.

Por otro lado, señaló que los ocho vigilantes que se encontraban de turno quedaron detenidos de forma preventiva para que dieran su declaración ante el MP, sin embargo, por su irresponsable desempeño, de inmediato surgieron las sospechas de que alguno o varios de ellos estaban coludidos con los asaltantes. También, el maestro Florescano señaló que, según el inventario, los delincuentes se llevaron alrededor de 140 piezas, principalmente de las salas Maya, Mexica y de Monte Albán.

Archivo | La Prensa

Una red de traficantes de arte tras el robo

La voz de los intelectuales no tardó en expresarse sobre el sorprendente robo. El presidente del Colegio de Antropólogos, Carlos Serrano, condenó el acto criminal el cual calificó de inadmisible. Por su parte, el reconocido historiador Silvio Zavala manifestó que el lamentable hurto no era un hecho aislado ni un hecho que sucediera sólo en México, sino que lo relacionó con una serie de asaltos similares, cometidos en distintos museos del mundo como el de Louvre, en París, el de Arte de Nueva York o el de Historia en Italia.

-Tal parece que la delincuencia internacional se ha venido interesando cada vez más en el tráfico de obras de arte y en los hurtos a los recintos culturales más relevantes –declaró a La Prensa.

Añadió que los sucesos ocurridos en el Museo de Antropología e Historia, ponían en evidencia la urgente necesidad de reforzar los sistemas de seguridad de todos los museos y zonas arqueológicas del país.

Archivo | La Prensa

Peritajes demostraron que sustrajeron las piezas de mayor valor

Asimismo, investigadores de la Policía Judicial y de la Interpol coincidieron en que los asaltantes eran museógrafos y antropólogos debido a las piezas que se hurtaron, pues seleccionaron con esmero los objetos de mayor valor, pues de la sala Maya sustrajeron cerámica post clásica que data entre 800 y 1,200 años después de Cristo. Además de invaluables joyas que pertenecieron a un rey de la ciudad de Palenque, Chiapas, entre éstas: collares, anillos, pendientes y una máscara tallada con adornos de oro y jade.

De la sala Del Golfo hurtaron pectorales y joyas elaboradas en oro y plata, lo que demostró el amplio conocimiento de los delincuentes sobre las piezas arqueológicas.

Del montículo de Monte Albán se robaron una máscara de piedra verde, perteneciente al Dios Murciélago, collares, aretes y anillos con adornos de oro. En total, los expertos del museo coincidieron en que los ladrones se llevaron alrededor de 140 piezas con un valor incalculable y que formaban parte del gran patrimonio cultural de la nación.

Después de realizar los primeros peritajes, el procurador de Justicia, Sergio García Ramírez, dio la orden para que se levantara la averiguación previa número 8811/85, donde se estableció todo lo relacionado con el hurto de las piezas arqueológicas.

Archivo | La Prensa

Intervino el Presidente

Debido a la gran indignación colectiva, el presidente Miguel de la Madrid dio instrucciones al procurador García Ramírez para que todas las policías del país fueran tras los hampones. Por ello se implementaron operativos en las principales carreteras del país y escrupulosas revisiones en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. El Ejército y la Marina también se sumaron a la búsqueda. En los principales puertos del país también se implementaron retenes. En los límites fronterizos del país se registraron a decenas de vehículos con el afán de recuperar el tesoro arqueológico. Las autoridades temieron en un principio que la red de traficantes sacara del país las piezas para comercializarlas en el mercado negro internacional, porque de esa forma, sería casi imposible recuperarlas.

Por la noche, el presidente Miguel de la Madrid pidió la cooperación de toda la ciudadanía para recuperar el patrimonio que pertenecía a todos los mexicanos y condenó el atraco, el cual también calificó como uno de los mayores en la historia de México.

Mientras tanto, Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina García, los autores del robo, evaluaban con detalle las piezas sustraídas en la habitación del primero, donde las tenían ocultas en varias mochilas y maletas. En ese momento, apenas cobraban conciencia de las dimensiones del atraco que habían cometido y se encontraban algo nerviosos.

Archivo | La Prensa

Ramón propuso a Carlos buscar la manera de devolver las piezas, pero éste se negó: -¡Estás loco! Ahora menos que nunca. No vamos a echar todo a perder después del trabajo que nos costó. Cálmate Ramoncho, estás asustado porque todo esto está muy caliente, pero verás que con el paso de los días todo se calma. Mientras tenemos que buscar dónde y con quién vamos a vender las piezas. Por el momento ni una palabra a nadie sobre esto, ¿entendido? A nadie Ramoncho, ni en la escuela ni en ningún lugar.

-Está bien Carlos, pero tengo miedo. No quiero ir a la cárcel. –No va a pasar nada, sólo tenemos que encontrar un buen cliente, vendemos las piezas, y nos hacemos de una buena lana. –En realidad no sé por qué hicimos esto, Carlos, dinero no nos falta, ¿o sí? Que yo sepa tus padres te dan todo, y los míos también. –Sí, Ramoncho, pero tenemos que demostrarles que también somos chingones y que podemos tener lana sin su ayuda. Además, imagínate, con lana todas las viejas andarán detrás de nosotros y hasta nos daremos el lujo de escoger. ¡No seas güey! Piensa tantito. Déjamelo todo a mí, nomás no la vayas a cagar. –Persuadió Carlos a su amigo, mientras se deleitaban con las joyas prehispánicas.

Archivo | La Prensa

Ofrecieron jugosa recompensa

A tres días del hurto, la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Antropología realizó una colecta en la que reunieron 50 millones de pesos, la cual destinaron para ofrecerla como recompensa a quien proporcionara información que condujera a la recuperación del tesoro cultural. Al respecto se realizó un aviso que se publicó en varios periódicos de la capital mexicana y circuló durante varios meses.

Intentaron vender los vestigios a un narco, en Acapulco

El destino cruzó a Carlos Perches y Ramón Sardina con dos traficantes de cocaína, al final, uno de ellos los delató y facilitó su captura

Pasaron los meses y no hubo éxito en la captura de los ladrones ni sobre el paradero de las piezas prehispánicas. Las autoridades dejaron en libertad a los ocho policías detenidos y que formaron parte de la guardia nocturna la madrugada que se cometió el atraco, pues no se pudo comprobar su participación de ninguna forma con el delito.

A finales de enero de 1986, el Museo Nacional de Antropología estrenó un sistema sofisticado de alarmas electrónicas contra robo –como siempre pasa en nuestro país, después de ahogado el niño, se tapó el pozo-, además, también se instaló un circuito de cerrado de cámaras para complementar la seguridad en el recinto cultural.

En diciembre de ese mismo año, el presidente Miguel de la Madrid anunció en su informe de gobierno que destinaría 700 millones de pesos para reforzar la seguridad en los museos del INAH y las principales zonas arqueológicas del país, pero sobre la captura de los hampones y el patrimonio saqueado, no había avances.

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Dos estudiantes de veterinaria, un narco y una vedette

Los meses transcurridos les vinieron muy bien a Perches y Sardina, sin embargo, todavía no conseguían al cliente que les comprara las piezas de arte. No obstante, Perches investigó que en Acapulco vivía un gringo que traficaba con obras de arte y quizás él se interesaría en las joyas. Así que no dudaron en ir al paradisiaco puerto en busca de ese sujeto.

En Acapulco, el par de delincuentes tenía trazado su destino, pues para su fortuna, entablaron conversación con un tipo de nombre José Serrano, quien resultó ser un traficante de cocaína. Después de algunos días, Perches decidió contarle a Serrano sobre las joyas que tenían en su poder con el objetivo de que éste pudiera ayudarlos a comercializarlas.

Serrano, por su parte, prometió a Perches y Sardina que los ayudaría a vender el botín, y también les ofreció trabajar con él, traficando con distintas drogas, pero su mercancía que más movía era la cocaína. Los jóvenes aceptaron con la esperanza de que Serrano les consiguiera el gran conecte para hacerse ricos.

Perches y Sardina prolongaron su estancia en el puerto y se dedicaban a conseguir clientes para Serrano. Por las noches, los tres acudían a un congal, propiedad de una de las amantes del narcotraficante, quien resultó ser una conocida vedete, quien en sus años de gloria brilló bajo el nombre de “La Princesa Yamal”.

Durante dos años, los estudiantes de veterinaria se movían de Acapulco a la Ciudad de México de manera intermitente, hasta que en diciembre de 1988, su amigo Serrano los contacto con otro narcotraficante de nombre Salvador Gutiérrez, alias “El Cabo”, un exmilitar que aprendió muchas mañas en el Ejército para después dedicarse a comercializar también cocaína.

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El comienzo del fin

Las ilusiones de los jóvenes aumentaron y sentían más cerca la posibilidad de comercializar los vestigios prehispánicos. Todo su esfuerzo estaba a punto de ser recompensando. Sus idas al museo cada fin de semana durante seis meses, durante las cuales tomaron decenas de fotos sobre las piezas que iban a robar. Una extensa lista de apuntes, donde detallaban las características de las salas, vitrinas y trazaban las distintas rutas de acceso y escape que tomarían el día del golpe.

Porque eso sí, hay que mencionarlo, la gran virtud de estos jóvenes fue la paciencia, en ella radicó el éxito de su atraco. No fue la violencia, ni su destreza con las armas, ni siquiera la velocidad con que ejecutarían el robo. Fue la paciencia que tuvieron para saquear tres salas del Museo de Antropología. Ahora estaban muy cerca de demostrarles a todos que eran brillantes, aunque fuera en algo despreciable, como lo que habían hecho.

“El Cabo” y Perches concretaron por teléfono verse en la primera semana de enero de 1989, para concretar la venta de las piezas con un contacto del narcotraficante, sin embargo, en un operativa sorpresa, Salvador Gutiérrez, “El Cabo”, fue detenido el 1o. de enero en la ciudad de Guadalajara, Jalisco.

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¡Dos jóvenes, los que hurtaron las piezas!

Por inverosímil que parezca, los estudiantes de veterinaria tuvieron ocultas las reliquias, la mayor parte del tiempo, en el clóset de la habitación de Carlos Perches Treviño

Durante el largo interrogatorio al que fue sometido por los agentes de la PGR, “El Cabo” soltó la sopa y dijo que “contaba con información para resolver un caso muy grueso”. Los federales le preguntaron a qué se refería y él mencionó que al llamado “robo del siglo”, acontecido en el Museo de Antropología la Nochebuena de 1985.

Para ese momento, la investigación del caso se encontraba empantanada, en el olvido, pero cuando Gutiérrez contó todo lo que sabía, las autoridades reabrieron el caso y se dedicaron a ubicar y después a vigilar a Carlos Perches.

Los investigadores exigieron a “El Cabo” una prueba contundente de que Perches tenía en su poder el tesoro prehispánico, así que éste pidió al joven que le pagara su dosis de cocaína que periódicamente le distribuía con algunas piezas que había robado, Perches no sospechó nada y saldó con dos hermosos pendientes mayas. Cuando el narcotraficante mostró las piezas a los agentes de la PGR, éstos le creyeron y se dedicaron a pisarle los talones a Perches.

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Carlos Perches, vigilado día y noche

Por si fuera poco, “El Cabo” engañó a Perches diciéndole que la policía estaba detrás de ellos y sería mejor que volviera al DF en lo que se enfriaba la situación, el joven le creyó y en los primeros días de abril regresó a su domicilio en la calle de Manuel Pastrana número 6, colonia Diplomáticos, en Ciudad Satélite. Ahí resguardó el material arqueológico en su clóset. Sin darse cuenta, los elementos de la Policía Judicial y de la PGR lo vigilaban a todos los sitios donde acudía e incluso, organizaron guardias para acecharlo en los alrededores de su domicilio. Esta situación duró casi 50 días.

Se concretó la captura de los hampones

Cuando las dudas se disiparon y las autoridades estaban seguras de tener cercado al autor del saqueo al Museo de Antropología, el subprocurador de Investigación y Lucha contra el Narcotráfico, Javier Coello Trejo, encabezó con varios elementos de la PGR un operativo para capturar a Carlos Perches Treviño. Éste se dio inicio a las 21:00 horas del 9 de junio, pero fue hasta la madrugada del 10 cuando federales ingresaron al domicilio ubicado en la calle Colorines, número 60, colonia Jardines de San Mateo, en Ciudad Satélite y aprehendieron a los hermanos Carlos y Luis Perches Treviño, quienes tenían en varias maletas de lona más de 100 piezas arqueológicas.

De inmediato los hampones fueron llevados a los separos de la PGR, junto con los vestigios hurtados y horas más tarde, gracias a las confesiones que lograron sacarle a los detenidos, se capturaron a 7 personas más en distintos operativos.

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Se recuperó el legado histórico

Al filo de las 13:30 horas, el presidente Carlos Salinas de Gortari arribó a los separos de la PGR, en la calle de López, para testificar la captura de los hermanos Perches. A su retirada del inmueble, donde estuvo por espacio de 45 minutos, el mandatario dio algunas declaraciones en medio de empellones: “He hecho un reconocimiento al procurador, al subprocurador y al comandante Valverde y a todos los responsables de esta exitosa investigación… Esta acción emociona a todos los mexicanos, ya que dicho robo era un verdadero despojo a la nación”.

Regresan las piezas al museo

El 14 de junio, en una ceremonia en el Museo de Antropología, encabezada por el presidente, miembros de su gabinete y autoridades del INAH, más de 120 piezas robadas por Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina García, fueron devueltas a sus vitrinas.

En el acto solemne, el mandatario entregó reconocimientos a varios elementos de la PRG, entre ellos al procurador Javier Coello Trejo y al comandante Fausto Valverde, responsables de la investigación.

Entre los distinguidos personajes que asistieron, se contó con la presencia del Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, quien declaró a los medios de comunicación, que acudió al acto como novelista, ya que el tema le inspiraba para escribir una historia: “Es increíble cómo estas joyas permanecieron tanto tiempo en un clóset, con su historia, con su magia… me intriga de verdad todo esto que sucedió”, declaró El Gabo.

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Nuestro país es un ente desgarrado por sus violencias inesperadas. Lo extraordinario no es que suceda lo inhóspito, sino que éste no acontezca. En estos menesteres nos superamos y poseemos un nada presumible bagaje de infamias.

La historia insólita que hoy les contaré, tiene como protagonista un museo, el cual es víctima y escena del crimen a la vez. Un ultraje que al mismo tiempo ofendió y atentó contra todos los mexicanos y su extraordinario tesoro cultural, cuando apenas la capital del país cobraba conciencia de otra tragedia: el sismo del 19 de septiembre.

Un grupo de guardias festeja la Navidad

Sucedió la Nochebuena de 1985, los asaltantes se escudaron bajo los festejos de Navidad para dar el golpe, quizás porque la atención y el ajetreo de la ciudad estarían centrados en los miles de hogares de los capitalinos y no levantarían sospechas. Incluso, aquel par de hampones celebró primero la Natividad con sus familias y después, se reunieron para concretar su plan.

Alrededor de las 00:30 horas, Carlos pasó a recoger a su amigo Ramón en su sedán Volkswagen y enfilaron por Paseo de la Reforma con rumbo al poniente de la ciudad, en específico, al Museo Nacional de Antropología.

Cuando llegaron, de inmediato brincaron el barandal de dos metros de altura, se desplazaron con velocidad y cruzaron los jardines hasta la escalera que daba hacia el Sótano. No había rastro de algún vigilante o policía, así que después se internaron en las entrañas de los ductos del aire acondicionado y por ahí se deslizaron hacia las salas que se fijaron como objetivo.

Era cerca de la una de la mañana y el grupo de ocho vigilantes de la Policía Bancaria destinado a salvaguardar el patrimonio cultural del museo, se encontraba reunido en su caseta festejando la Navidad, ingiriendo algunos alimentos y bebidas alcohólicas. Muy despreocupados, departían, se hacían bromas y “echaban cotorreo”, como decimos los mexicanos, mientras dos jóvenes se internaban en la sala Maya y se apoderaban de varias piezas prehispánicas.

Durante tres horas, los hampones desmantelaron con varias herramientas alrededor de siete vitrinas de las salas Maya, Mexica y Monte Albán, Oaxaca. El tamaño de los vestigios favoreció su transportación, pues los pudieron guardar en varias maletas. Cuando se dieron por bien servidos con el botín, emprendieron la huida a través de la misma ruta por donde habían ingresado.

Una vez afuera del museo, Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina García abordaron el Volkswagen y se dirigieron rumbo al domicilio de los padres de Perches, ubicada en la calle Colorines número 60, colonia Jardines de San Mateo, en Ciudad Satélite.

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Los policías, cada vez más enfiestados, se olvidaron por completo de realizar sus rondines cada dos horas por las salas del museo, total, qué podía pasar, era Nochebuena, ni un loco se atrevería a pasar por aquel lugar y mucho menos en una noche como esa.

Así que los guardias continuaron con el convite, sin tener la menor idea, de que tres salas habían sido desmanteladas y que dentro de pocas horas, estarían en serios problemas por la deshonestidad con la que aquella madrugada desempeñaron su trabajo.

A las 7:30 de la mañana, antes del cambio de guardia, realizaron su rondín -el que no hicieron cada dos horas-, el festejo y hasta las copas que habían ingerido se les bajaron, sus ojos no dieron crédito a lo que vieron, varias vitrinas saqueadas. Dos jóvenes se habían burlado de ellos en sus barbas.

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¡Repudiable atropello al patrimonio cultural!

Los hampones tenían muy bien identificados los vestigios que hurtarían, pues durante seis meses planearon el golpe; además, la suerte jugó de su lado aquella madrugada, en la que pudieron maniobrar con toda calma por tres horas

A las 08:00 horas se hizo el cambio de guardia, entonces los vigilantes se vieron obligados a notificar el saqueo de tres salas del museo y de inmediato pidieron el apoyo de las autoridades para iniciar la búsqueda de las piezas hurtadas.

Sin embargo, fue hasta cuatro horas después, que las autoridades se hicieron presentes. Primero llegó el director del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Enrique Florescano, quien, al tomar conocimiento del robo, decidió desalojar y cerrar el recinto cultural. Luego dio parte a la PGR, ésta designó al comandante Florentino Ventura para que encabezara la investigación, mientras decenas de elementos de esa corporación recababan minuciosamente las primeras pistas del robo por las distintas salas del museo.

En esos momentos, la noticia sobre el asalto al Museo de Antropología ya estaba en boca de los capitalinos. Los medios de comunicación no tardaron también en arribar al recinto de Chapultepec. Así que las autoridades culturales decidieron improvisar una conferencia de prensa, que encabezó el historiador Florescano.

En medio del desorden, el director del INAH dio algunas explicaciones y se supo que el museo no contaba con algún sistema de alarmas, en defensa señaló: “El sistema actual de seguridad demostró durante 20 años que era eficaz”. Sin embargo, en más de un reportero surgió la pregunta de cómo era posible que uno de los patrimonios culturales del país se encontrara tan vulnerable. No sonaba coherente que un museo de la talla del de Antropología no tuviera una sola chicharra que alertara algún peligro.

También se informó que la seguridad se remitía a 32 policías bancarios que resguardaban el museo durante el día y otro grupo de ocho que los relevaba a las ocho de la noche, con la misión de realizar rondines por todo el recinto cada dos horas.

Por otro lado, señaló que los ocho vigilantes que se encontraban de turno quedaron detenidos de forma preventiva para que dieran su declaración ante el MP, sin embargo, por su irresponsable desempeño, de inmediato surgieron las sospechas de que alguno o varios de ellos estaban coludidos con los asaltantes. También, el maestro Florescano señaló que, según el inventario, los delincuentes se llevaron alrededor de 140 piezas, principalmente de las salas Maya, Mexica y de Monte Albán.

Archivo | La Prensa

Una red de traficantes de arte tras el robo

La voz de los intelectuales no tardó en expresarse sobre el sorprendente robo. El presidente del Colegio de Antropólogos, Carlos Serrano, condenó el acto criminal el cual calificó de inadmisible. Por su parte, el reconocido historiador Silvio Zavala manifestó que el lamentable hurto no era un hecho aislado ni un hecho que sucediera sólo en México, sino que lo relacionó con una serie de asaltos similares, cometidos en distintos museos del mundo como el de Louvre, en París, el de Arte de Nueva York o el de Historia en Italia.

-Tal parece que la delincuencia internacional se ha venido interesando cada vez más en el tráfico de obras de arte y en los hurtos a los recintos culturales más relevantes –declaró a La Prensa.

Añadió que los sucesos ocurridos en el Museo de Antropología e Historia, ponían en evidencia la urgente necesidad de reforzar los sistemas de seguridad de todos los museos y zonas arqueológicas del país.

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Peritajes demostraron que sustrajeron las piezas de mayor valor

Asimismo, investigadores de la Policía Judicial y de la Interpol coincidieron en que los asaltantes eran museógrafos y antropólogos debido a las piezas que se hurtaron, pues seleccionaron con esmero los objetos de mayor valor, pues de la sala Maya sustrajeron cerámica post clásica que data entre 800 y 1,200 años después de Cristo. Además de invaluables joyas que pertenecieron a un rey de la ciudad de Palenque, Chiapas, entre éstas: collares, anillos, pendientes y una máscara tallada con adornos de oro y jade.

De la sala Del Golfo hurtaron pectorales y joyas elaboradas en oro y plata, lo que demostró el amplio conocimiento de los delincuentes sobre las piezas arqueológicas.

Del montículo de Monte Albán se robaron una máscara de piedra verde, perteneciente al Dios Murciélago, collares, aretes y anillos con adornos de oro. En total, los expertos del museo coincidieron en que los ladrones se llevaron alrededor de 140 piezas con un valor incalculable y que formaban parte del gran patrimonio cultural de la nación.

Después de realizar los primeros peritajes, el procurador de Justicia, Sergio García Ramírez, dio la orden para que se levantara la averiguación previa número 8811/85, donde se estableció todo lo relacionado con el hurto de las piezas arqueológicas.

Archivo | La Prensa

Intervino el Presidente

Debido a la gran indignación colectiva, el presidente Miguel de la Madrid dio instrucciones al procurador García Ramírez para que todas las policías del país fueran tras los hampones. Por ello se implementaron operativos en las principales carreteras del país y escrupulosas revisiones en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. El Ejército y la Marina también se sumaron a la búsqueda. En los principales puertos del país también se implementaron retenes. En los límites fronterizos del país se registraron a decenas de vehículos con el afán de recuperar el tesoro arqueológico. Las autoridades temieron en un principio que la red de traficantes sacara del país las piezas para comercializarlas en el mercado negro internacional, porque de esa forma, sería casi imposible recuperarlas.

Por la noche, el presidente Miguel de la Madrid pidió la cooperación de toda la ciudadanía para recuperar el patrimonio que pertenecía a todos los mexicanos y condenó el atraco, el cual también calificó como uno de los mayores en la historia de México.

Mientras tanto, Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina García, los autores del robo, evaluaban con detalle las piezas sustraídas en la habitación del primero, donde las tenían ocultas en varias mochilas y maletas. En ese momento, apenas cobraban conciencia de las dimensiones del atraco que habían cometido y se encontraban algo nerviosos.

Archivo | La Prensa

Ramón propuso a Carlos buscar la manera de devolver las piezas, pero éste se negó: -¡Estás loco! Ahora menos que nunca. No vamos a echar todo a perder después del trabajo que nos costó. Cálmate Ramoncho, estás asustado porque todo esto está muy caliente, pero verás que con el paso de los días todo se calma. Mientras tenemos que buscar dónde y con quién vamos a vender las piezas. Por el momento ni una palabra a nadie sobre esto, ¿entendido? A nadie Ramoncho, ni en la escuela ni en ningún lugar.

-Está bien Carlos, pero tengo miedo. No quiero ir a la cárcel. –No va a pasar nada, sólo tenemos que encontrar un buen cliente, vendemos las piezas, y nos hacemos de una buena lana. –En realidad no sé por qué hicimos esto, Carlos, dinero no nos falta, ¿o sí? Que yo sepa tus padres te dan todo, y los míos también. –Sí, Ramoncho, pero tenemos que demostrarles que también somos chingones y que podemos tener lana sin su ayuda. Además, imagínate, con lana todas las viejas andarán detrás de nosotros y hasta nos daremos el lujo de escoger. ¡No seas güey! Piensa tantito. Déjamelo todo a mí, nomás no la vayas a cagar. –Persuadió Carlos a su amigo, mientras se deleitaban con las joyas prehispánicas.

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Ofrecieron jugosa recompensa

A tres días del hurto, la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Antropología realizó una colecta en la que reunieron 50 millones de pesos, la cual destinaron para ofrecerla como recompensa a quien proporcionara información que condujera a la recuperación del tesoro cultural. Al respecto se realizó un aviso que se publicó en varios periódicos de la capital mexicana y circuló durante varios meses.

Intentaron vender los vestigios a un narco, en Acapulco

El destino cruzó a Carlos Perches y Ramón Sardina con dos traficantes de cocaína, al final, uno de ellos los delató y facilitó su captura

Pasaron los meses y no hubo éxito en la captura de los ladrones ni sobre el paradero de las piezas prehispánicas. Las autoridades dejaron en libertad a los ocho policías detenidos y que formaron parte de la guardia nocturna la madrugada que se cometió el atraco, pues no se pudo comprobar su participación de ninguna forma con el delito.

A finales de enero de 1986, el Museo Nacional de Antropología estrenó un sistema sofisticado de alarmas electrónicas contra robo –como siempre pasa en nuestro país, después de ahogado el niño, se tapó el pozo-, además, también se instaló un circuito de cerrado de cámaras para complementar la seguridad en el recinto cultural.

En diciembre de ese mismo año, el presidente Miguel de la Madrid anunció en su informe de gobierno que destinaría 700 millones de pesos para reforzar la seguridad en los museos del INAH y las principales zonas arqueológicas del país, pero sobre la captura de los hampones y el patrimonio saqueado, no había avances.

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Dos estudiantes de veterinaria, un narco y una vedette

Los meses transcurridos les vinieron muy bien a Perches y Sardina, sin embargo, todavía no conseguían al cliente que les comprara las piezas de arte. No obstante, Perches investigó que en Acapulco vivía un gringo que traficaba con obras de arte y quizás él se interesaría en las joyas. Así que no dudaron en ir al paradisiaco puerto en busca de ese sujeto.

En Acapulco, el par de delincuentes tenía trazado su destino, pues para su fortuna, entablaron conversación con un tipo de nombre José Serrano, quien resultó ser un traficante de cocaína. Después de algunos días, Perches decidió contarle a Serrano sobre las joyas que tenían en su poder con el objetivo de que éste pudiera ayudarlos a comercializarlas.

Serrano, por su parte, prometió a Perches y Sardina que los ayudaría a vender el botín, y también les ofreció trabajar con él, traficando con distintas drogas, pero su mercancía que más movía era la cocaína. Los jóvenes aceptaron con la esperanza de que Serrano les consiguiera el gran conecte para hacerse ricos.

Perches y Sardina prolongaron su estancia en el puerto y se dedicaban a conseguir clientes para Serrano. Por las noches, los tres acudían a un congal, propiedad de una de las amantes del narcotraficante, quien resultó ser una conocida vedete, quien en sus años de gloria brilló bajo el nombre de “La Princesa Yamal”.

Durante dos años, los estudiantes de veterinaria se movían de Acapulco a la Ciudad de México de manera intermitente, hasta que en diciembre de 1988, su amigo Serrano los contacto con otro narcotraficante de nombre Salvador Gutiérrez, alias “El Cabo”, un exmilitar que aprendió muchas mañas en el Ejército para después dedicarse a comercializar también cocaína.

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El comienzo del fin

Las ilusiones de los jóvenes aumentaron y sentían más cerca la posibilidad de comercializar los vestigios prehispánicos. Todo su esfuerzo estaba a punto de ser recompensando. Sus idas al museo cada fin de semana durante seis meses, durante las cuales tomaron decenas de fotos sobre las piezas que iban a robar. Una extensa lista de apuntes, donde detallaban las características de las salas, vitrinas y trazaban las distintas rutas de acceso y escape que tomarían el día del golpe.

Porque eso sí, hay que mencionarlo, la gran virtud de estos jóvenes fue la paciencia, en ella radicó el éxito de su atraco. No fue la violencia, ni su destreza con las armas, ni siquiera la velocidad con que ejecutarían el robo. Fue la paciencia que tuvieron para saquear tres salas del Museo de Antropología. Ahora estaban muy cerca de demostrarles a todos que eran brillantes, aunque fuera en algo despreciable, como lo que habían hecho.

“El Cabo” y Perches concretaron por teléfono verse en la primera semana de enero de 1989, para concretar la venta de las piezas con un contacto del narcotraficante, sin embargo, en un operativa sorpresa, Salvador Gutiérrez, “El Cabo”, fue detenido el 1o. de enero en la ciudad de Guadalajara, Jalisco.

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¡Dos jóvenes, los que hurtaron las piezas!

Por inverosímil que parezca, los estudiantes de veterinaria tuvieron ocultas las reliquias, la mayor parte del tiempo, en el clóset de la habitación de Carlos Perches Treviño

Durante el largo interrogatorio al que fue sometido por los agentes de la PGR, “El Cabo” soltó la sopa y dijo que “contaba con información para resolver un caso muy grueso”. Los federales le preguntaron a qué se refería y él mencionó que al llamado “robo del siglo”, acontecido en el Museo de Antropología la Nochebuena de 1985.

Para ese momento, la investigación del caso se encontraba empantanada, en el olvido, pero cuando Gutiérrez contó todo lo que sabía, las autoridades reabrieron el caso y se dedicaron a ubicar y después a vigilar a Carlos Perches.

Los investigadores exigieron a “El Cabo” una prueba contundente de que Perches tenía en su poder el tesoro prehispánico, así que éste pidió al joven que le pagara su dosis de cocaína que periódicamente le distribuía con algunas piezas que había robado, Perches no sospechó nada y saldó con dos hermosos pendientes mayas. Cuando el narcotraficante mostró las piezas a los agentes de la PGR, éstos le creyeron y se dedicaron a pisarle los talones a Perches.

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Carlos Perches, vigilado día y noche

Por si fuera poco, “El Cabo” engañó a Perches diciéndole que la policía estaba detrás de ellos y sería mejor que volviera al DF en lo que se enfriaba la situación, el joven le creyó y en los primeros días de abril regresó a su domicilio en la calle de Manuel Pastrana número 6, colonia Diplomáticos, en Ciudad Satélite. Ahí resguardó el material arqueológico en su clóset. Sin darse cuenta, los elementos de la Policía Judicial y de la PGR lo vigilaban a todos los sitios donde acudía e incluso, organizaron guardias para acecharlo en los alrededores de su domicilio. Esta situación duró casi 50 días.

Se concretó la captura de los hampones

Cuando las dudas se disiparon y las autoridades estaban seguras de tener cercado al autor del saqueo al Museo de Antropología, el subprocurador de Investigación y Lucha contra el Narcotráfico, Javier Coello Trejo, encabezó con varios elementos de la PGR un operativo para capturar a Carlos Perches Treviño. Éste se dio inicio a las 21:00 horas del 9 de junio, pero fue hasta la madrugada del 10 cuando federales ingresaron al domicilio ubicado en la calle Colorines, número 60, colonia Jardines de San Mateo, en Ciudad Satélite y aprehendieron a los hermanos Carlos y Luis Perches Treviño, quienes tenían en varias maletas de lona más de 100 piezas arqueológicas.

De inmediato los hampones fueron llevados a los separos de la PGR, junto con los vestigios hurtados y horas más tarde, gracias a las confesiones que lograron sacarle a los detenidos, se capturaron a 7 personas más en distintos operativos.

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Se recuperó el legado histórico

Al filo de las 13:30 horas, el presidente Carlos Salinas de Gortari arribó a los separos de la PGR, en la calle de López, para testificar la captura de los hermanos Perches. A su retirada del inmueble, donde estuvo por espacio de 45 minutos, el mandatario dio algunas declaraciones en medio de empellones: “He hecho un reconocimiento al procurador, al subprocurador y al comandante Valverde y a todos los responsables de esta exitosa investigación… Esta acción emociona a todos los mexicanos, ya que dicho robo era un verdadero despojo a la nación”.

Regresan las piezas al museo

El 14 de junio, en una ceremonia en el Museo de Antropología, encabezada por el presidente, miembros de su gabinete y autoridades del INAH, más de 120 piezas robadas por Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina García, fueron devueltas a sus vitrinas.

En el acto solemne, el mandatario entregó reconocimientos a varios elementos de la PRG, entre ellos al procurador Javier Coello Trejo y al comandante Fausto Valverde, responsables de la investigación.

Entre los distinguidos personajes que asistieron, se contó con la presencia del Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, quien declaró a los medios de comunicación, que acudió al acto como novelista, ya que el tema le inspiraba para escribir una historia: “Es increíble cómo estas joyas permanecieron tanto tiempo en un clóset, con su historia, con su magia… me intriga de verdad todo esto que sucedió”, declaró El Gabo.

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