/ viernes 9 de abril de 2021

Ronald Reagan, intento de asesinato | Primera parte

Un jovencito trastornado se abrió paso entre la multitud y quiso matar al gobernante estadounidense, cuando salía de una reunión en el Hotel Hilton, de Washington

¡Cruento ataque contra el presidente Reagan!

Un jovencito trastornado se abrió paso entre la multitud y quiso matar al gobernante estadounidense, cuando salía de una reunión en el Hotel Hilton, de Washington.

Hemeroteca Mario Vázquez Raña

Pocas veces Estados Unidos se ha visto tambaleante. Es tal su poderío que se asume como el gran héroe del planeta y suele matar sin piedad en nombre de la libertad. Sin embargo, ningún país está exento de capítulos oscuros, en cuyas horas padecieron el terror y se vieron vulnerables ante la muerte. Tal estela de horror vivieron los estadounidenses, el 30 de marzo de 1981, cuando un pistolero atacó al presidente Ronald Reagan, en el momento que abandonaba el Hotel Hilton en el centro de la ciudad de Washington D. C.

En la agenda del presidente Reagan, aquel día no exigía compromisos mayores. Por la mañana, un desayuno con algunos inversionistas y empresarios en la Casa Blanca y por la tarde, un acto rutinario, un encuentro con sindicalistas del gremio de la construcción en mencionado hotel.

A la cita llegó alrededor de las 13:50 horas. Reporteros y camarógrafos de las tres principales cadenas televisivas del país esperaron su arribo bajo una ligera lluvia. El presidente cumplió al pie de la letra con el protocolo y pronunció un breve pero emotivo discurso que duró apenas 20 minutos.

Afuera ya no llovía y los medios esperaban la salida de Reagan. Tenían que estar presentes, aunque el acto no fuera muy trascendente, la orden era clara, tratándose del presidente debían seguirlo a donde fuera.

Hemeroteca Mario Vázquez Raña

GRITOS, DISPAROS Y CUATRO HERIDOS

El ataque ocurrió muy rápido. Con el vértigo que muchas veces la muerte suele imprimir a sus embestidas. Ronald Reagan salió del hotel y saludó a las personas que se encontraban en la acera de enfrente. De su lado izquierdo, una ciudadana lo llamaba con insistencia: “¡Señor presidente, señor Reagan…!”

Reagan volteó y con una sonrisa levantó su brazo para saludarla. De pronto, sonaron varias detonaciones, sobrevinieron los gritos e imperó el caos.

Un joven rubio, con el cabello desalineado, se abrió paso entre los reporteros y camarógrafos y abrió fuego contra el presidente Reagan. Jaló el gatillo de su arma una y otra vez, seis disparos en tan sólo dos segundos: cuatro lesionados, entre ellos, el presidente de la nación más poderosa del mundo.

La secuencia de los disparos, según los informes de los peritos, reveló que la primera bala atravesó el cráneo de James Brady, el jefe de prensa de la Casa Blanca. La segunda, se alojó en la nuca del policía metropolitano, Thomas Delahanty; la tercera, en el abdomen de Timothy McCarthy, agente del Servicio Secreto, y la última, en el pecho del presidente Ronald Reagan.

Aquella tarde, ni un solo agente del Servicio Secreto que escoltaba al presidente, llevaba puesto el chaleco antibalas. Consideraron que la agenda sencilla de ese día no lo ameritaba. ¿Qué jodidos podía pasar?

Hemeroteca Mario Vázquez Raña

LOS ESCOLTAS PROTEGIERON AL PRESIDENTE

Cuando Reagan se encontraba a escasos dos o tres pasos de su limosina, Jim Varey, agente del Servicio Secreto, le abrió la puerta. En un parpadeo se escucharon las detonaciones. Tim McCarthy volteó hacia su lado derecho y pudo ver al agresor, entonces actuó conforme su adiestramiento recibido le dictaba en casos como ése. Extendió su cuerpo lo más que pudo, abrió piernas y brazos para proteger al presidente, y fue entonces, cuando una bala quemante se le alojó en el abdomen. De inmediato se llevó las manos hacia la herida y cayó sobre la banqueta.

Mientras eso sucedía, Jerry Parr, otro escolta del Servicio Secreto, empujó con fuerza al presidente Reagan hacia dentro de la limosina. Reagan cayó sobre el asiento bocabajo y las piernas le quedaron colgando fuera del vehículo, así que Parr terminó por meterlo como pudo, se subió también, cerró la portezuela y dio la orden al chofer de que arrancara lo más pronto posible. Todo ello en cuestión de segundos y en medio de la incertidumbre.

Cuando la limosina avanzaba a toda velocidad, el presidente Reagan dijo a Parr que lo habían herido. Se tocaba el pecho del lado izquierdo y tenía sangre, entonces Parr dio la orden al conductor de que tomara camino rumbo al Hospital Universitario George Washington.

Hemeroteca Mario Vázquez Raña

SOMETEN A JOHN WARNOCK HINCKLEY JR.

En el momento en que Jerry Parr metía al presidente a la limosina, el resto de los agentes del Servicio Secreto se multiplicaron para someter al agresor, se trataba de un joven rubio, con cabellera desalineada, quien todavía sostenía en sus manos el arma de fuego, incluso, aún jalaba del gatillo, pero las balas se le habían consumido.

Lo sometieron entre ocho o diez elementos, habían pasado sólo dos minutos desde iniciado el atentado contra Reagan. De pronto, apareció en medio del caos Robert Wanko, otro elemento del Servicio Secreto, pero en sus manos sostenía un subfusil Uzi, una de las armas más implacables inventadas por el hombre.

Wanko se replegó junto al grupo de escoltas que sometían al agresor, apuntaba su ametralladora en todas direcciones, invadido por la adrenalina, dispuesto a matar en cualquier momento por si se presentaba un segundo ataque. Fue sin duda, el hombre más armado del día.

CONMOCIÓN EN WASHINGTON

¡Ronald Reagan salvó la vida de milagro!

"¡Jerry, estoy herido, me duele el pecho!", dijo Reagan a Parr, quien vio que sangraba; así que el auto tomó rumbo hacia el Hospital George Washington

TRES HOMBRES EN EL SUELO

Con el agresor ya sometido, y mientras esperaban una patrulla para evacuarlo, los tres hombres heridos yacían en el pavimento. Así que Jim Varey y otros escoltas trataron de ayudarlos.

James Brady, el jefe de prensa de la Casa Blanca, tenía una impresionante lesión en la cabeza, de la cual emanaba mucha sangre. Jim Varey se acercó y trató de darle ánimos: “No te muevas James, todo va a estar bien. Pronto llegará una ambulancia y te llevará lo más rápido posible al hospital. Saldrás de ésta con ayuda de Dios”. Sin embargo, no estaba seguro de si Brady lo escuchaba.

Varey pedía desesperadamente que llamaran a las ambulancias y trataba de detener la hemorragia del cráneo de Brady con las manos, pero le era imposible. -¿Alguien tiene un pañuelo? ¡Por favor, necesito un pañuelo! –gritó.

En ese momento, Charlie Wilson, camarógrafo de la cadena televisiva CBS, lo escuchó y del bolsillo de su pantalón sacó el suyo y se lo entregó a Varey para que intentara detener la hemorragia de la herida de James Brady.

Por si faltara algo más, una mujer se acercó llorando a la caótica escena del atentado: ¡Mi marido! ¿Dónde está mi marido? –Se trataba nada menos que de Carolyn Parr, la esposa de Jerry, el escolta del Servicio Secreto que empujó hacia dentro de la limosina al presidente Reagan.

-¡Soy la esposa de Jerry Parr! ¿Dónde está mi marido? –exclamó con llanto la mujer.

-Se encuentra en el auto con el presidente, señora –le respondió otro escolta del Servicio Secreto. La mujer atravesó la avenida mientras trataba de contener la cordura, pero estaba segura de que su marido también estaba herido.

Por otro lado, varios compañeros intentaron tranquilizar a Timothy McCarthy, quien no se quitaba las manos de la herida, la presionaba para contener la hemorragia y su rostro expresaba el dolor tremendo que le causaba.

Thomas Delahanty era otro de los lesionados. El policía metropolitano yacía bocabajo y varios escoltas lo mantenían inmóvil, al menos hasta que llegaran las ambulancias y pudieran trasladarlos al hospital.

Mientras tanto, llegaron dos patrullas de la Policía Metropolitana de la ciudad de Washington, en una de ellas, subieron al agresor rumbo a la comandancia.

El joven rubio que había atentado contra la vida del presidente Ronald Reagan, se trataba de John Warnock Hinckley Jr., de 25 años.

Hemeroteca Mario Vázquez Raña

REPORTE RADIAL SOBRE EL ATAQUE A RONALD REAGAN

A la par de que se llevaron detenido a John W. Hinckley, llegaron varias ambulancias, las cuales trasladaron a los tres heridos al mismo hospital que el presidente: al George Washington.

En ese momento, Sam Donalson, corresponsal de la cadena ABC, tomó su micrófono y transmitió el primer mensaje de los hechos para la radio:

-Soy Sam Donalson, de ABC Noticias, esto no es un simulacro, el presidente Reagan sufrió un ataque a las afueras del Hotel Hilton. Se escucharon varios disparos y resultaron heridas al menos dos personas, entre ellas, el presidente, quien fue trasladado en su limosina al hospital.

El informe de Donalson no dio más detalles, pero fue el primero en retransmitirse una y otra vez en las horas posteriores al atentado.

Luego corrieron varios rumores: algunos decían que Reagan había recibido un balazo en el corazón y que no se salvaría. Otro, versaba sobre que el presidente había entrado al quirófano caminando y haciendo bromas a los médicos. Y un tercero, señaló que sería mejor que el vicepresidente George Bush fuera tomando el control de los Estados Unidos.

Hemeroteca Mario Vázquez Raña

EL GABINETE ENTRA EN CRISIS

Con el presidente en el quirófano, los miembros clave de la administración de Reagan, se reunieron en la Casa Blanca, en un hecho sin precedentes, para gestionar la emergencia; entre ellos se encontraron, el Secretario de Estado, Alexander Haig, el de Defensa, Caspar Weinberger y el Asesor de Seguridad, Richard Allen.

En un inicio, la reunión se enfocó en el potencial asesino. Tenían su nombre, de dónde era, pero aún no sabían por qué trató de asesinar al presidente Reagan. Para ello agentes del FBI ya lo interrogaban, pero Hinckley se mostraba muy displicente y no quería cooperar. Los investigadores se preguntaban intrigados ¿Quién era John W. Hinckley? ¿Qué motivos lo impulsaron a atentar contra el presidente? ¿A qué se dedicaba? En ese momento, el rubio de 25 años era todo un enigma para las autoridades.

¿QUIÉN ERA JOHN W. HINCLEY JR?

El joven agresor nació en Ardmore, Oklahoma, el 29 de mayo de 1955. Sus padres eran Jo Anne Moore y John Warnock Hinckley. Al parecer, su infancia fue normal y feliz, es decir, no se tenía registro de algún evento traumático que lo hubiera marcado de por vida. Fue un estudiante considerado normal, si no, una mente brillante, tampoco una trastornada. Hasta el día del ataque, se encontraba inscrito en la Universidad Tecnológica de Texas.

No obstante, por alguna extraña razón, los últimos años se encontraba algo obsesionado por los políticos.

Durante las campañas políticas de Ronald Reagan y Jimmy Carter en 1980, asistió a varios actos de ambos políticos. Jamás mostró apoyo en favor de alguno de ellos, por el contrario, los dos le resultaban nauseabundos, pero ahí estuvo, tampoco nunca se situó en primera fila de los mítines, se colocaba más bien hacia atrás, de forma tímida donde nadie reprochara sus reclamos a los candidatos.

Era indudable, que en su mente algo se estaba gestando. Una discordia contra Carter y Reagan que sólo él la conocía y entendía.

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¿HINCKLEY JR, UN SICARIO DE LA UNIÓN SOVIÉTICA?

El atentado perpetrado contra Ronald Reagan –a diferencia de lo que muchos pensaron-, no fue sólo más que el inicio de la trama.

El gabinete del gobierno estadounidense se planteó el peor escenario, y en ese sentido, la Unión Soviética era el enemigo inmediato de los Estados Unidos. Así que lo primero que sospecharon, fue que John W. Hinckley era un asesino contratado por el gobierno de aquel país, para matar al presidente.

Esta sospecha se sostenía debido a que Ronald Reagan era un ferviente detractor del comunismo, durante su campaña política en 1980, dejó muy claro en varios de sus discursos que la Unión Soviética representaba una seria amenaza no sólo para los Estados Unidos sino para el mundo.

Otra situación a considerar, fue que meses previos al atentado, el Partido Comunista soviético, liderado por Leonid Brezhnev, amenazó con invadir Polonia, en respuesta a la creciente fuerza del Movimiento Obrero de Liberación Solidaridad, cuyos ideales se oponían al comunismo.

La situación se tornó tensa porque Estados Unidos se pronunció en contra de dicha intervención. En respuesta, los soviéticos desplegaron fuerzas militares en los límites con Polonia y después enviaron una flota de submarinos que merodearon la Costa Este estadounidense.

Esta situación más la incertidumbre sobre el atentado contra el presidente Reagan, orilló al Secretario de Defensa, Caspar Weinberger, a dar la orden de máxima alerta a todo el ejército de los Estados Unidos.

Pero dicha decisión no la compartió el Secretario de Estado Alexander Haig, quien como militar durante la Guerra Fría, adquirió mucha experiencia en política exterior y no vio con buenos ojos, que se le insinuara a la Unión Soviética que ellos estaban detrás del atentado contra el presidente. Esta oposición entre ambos secretarios, hizo que la crisis y la tensión se agravaran aún más.

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SECRETARIO DE ESTADO DESCONCIERTA A LOS MEDIOS

Por otra parte, Alexander Haig, sin tomar en cuenta la opinión de los demás miembros del gabinete, asumió nada más y nada menos que el control de la Casa Blanca, al menos en lo que el vicepresidente George Bush se trasladaba de Texas a la ciudad de Washington.

Haig, también se hizo cargo de toda la información que llegaba a la Casa Blanca y la proveniente del Hospital George Washington. Luego, entre todos, acordaron hacer un comunicado de prensa, en el que se dejara bien claro, que la situación estaba bajo control y que el mando de la nación lo asumiría George Bush al llegar de Texas.

Alexander Haig pensó que, si daban a entender a los estadounidenses que no había alguien que asumiera el mando en la Casa Blanca, las consecuencias podrían ser fatales, y la Unión Soviética invadiría de inmediato a Polonia. O peor aún, prepararía un ataque contra los Estados Unidos.

Por ello, llamó de inmediato al Asesor de Seguridad Nacional, Richard Allen: -Tenemos que salir ante los medios, Richard. Tenemos que controlar todo este desastre. Ellos quieren saber quién está a cargo del Gobierno y nosotros se los vamos a dejar bien claro –enfatizó Haig.

De inmediato, Haig y Allen salieron a la sala de prensa de la Casa Blanca para intentar aclarar las cosas. Alexander se plantó sin dudar ante el micrófono y se dirigió hacia los medios: -Señoras y señores, sólo quiero aclarar algunos asuntos relacionados con la tragedia ocurrida hace unas horas. Les informo que el presidente resultó herido de bala en el pulmón izquierdo. Se encuentra en el quirófano y se encuentra estable. Hay varios agentes ahí, resguardándolo –dijo Haig.

Una bala se alojó en su pulmón izquierdo

Las radiografías revelaron que el proyectil pasó a escasos 2 cm del corazón del presidente, era expansivo, pero por alguna extraña razón, no fue letal

Sin embargo, en cuestión de segundos, el Secretario de Estado sufrió una transformación emocional extraordinaria. De mostrarse seguro, comenzó a temblar y su voz se volvió entrecortada. Se estremecía ante los cuestionamientos de los periodistas y parecía que se caería en cualquier momento. De pronto vino una pregunta mordaz:

-¿Quién está tomando las decisiones del Gobierno? ¿Quién está al frente, señor Secretario? Haig hacía lo que podía para controlarse, pero una reacción natural de su nerviosismo era tambalearse de un lado a otro frente al micrófono, pero logró dar una respuesta:

-Según la Constitución, caballeros, el orden es: el presidente, vicepresidente y el Secretario de Estado. Si el presidente decide transferir el mando al vicepresidente, lo hará, por el momento, yo estoy al mando de la Casa Blanca, a la espera de que llegue George Bush. Todas las decisiones hasta ahora, se están consultando con él. Muchas gracias, señores –Se despidió Haig y bajó sudando del estrado para volver a la sala de reuniones.

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Los periodistas se quedaron desconcertados. Alexander Haig trató de disipar las dudas sobre quién estaba al mando del Gobierno, pero fue obvio que su respuesta no los convenció.

Por otro lado, a las afueras del Hospital Universitario George Washington, el vocero de la Casa Blanca, David Gergen, dio la siguiente información a los medios de comunicación:

-Señores, quiero informarles que el presidente recibió esta tarde un disparo en el costado izquierdo mientras salía del Hotel Hilton.

“Su condición es estable. En estos momentos, los médicos analizan la posibilidad de retirar o no la bala. La Casa Blanca y el Vicepresidente Bush están en contacto, él en este momento viaja hacia Washington. Se espera que llegue alrededor de las siete de la noche y se reúna con los miembros del gabinete.

“Quisiera informarles también, que el presidente ingresó a pie al hospital y está estable –entonces Gergen fue interrumpido con el siguiente cuestionamiento: -¿Es cierto que por ahora al mando del Gobierno está el Secretario de Estado Alexander Haig? –A lo que Gergen contestó contundente: -No, debido a lo complicado de la situación, estamos esperando al vicepresidente George Bush. Él asumiría las decisiones en cuanto ponga un pie en la Casa Blanca, pero por el momento, no puedo darles más información.

La respuesta del vocero dejó muy mal parado al Secretario de Estado, quien minutos antes, se había autoproclamado el mando de la nación ante la prensa.

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LOS HIJOS DE REAGAN, CONSTERNADOS POR EL ATAQUE A SU PADRE

Por la tarde, los hijos del presidente Reagan fueron informados acerca del ataque contra su padre. Ronald Reagan Jr., bailarín de la compañía de ballet Joffrey II, de Nebraska, viajó de inmediato con su esposa hacia la ciudad de Washington para encontrarse con sus padres.

En la ciudad de Los Ángeles, Maureen y Michael, hijos del primer matrimonio de Reagan con la actriz Jane Wyman, recibieron la terrible noticia. Consternados declararon a los periodistas que viajarían a Washington porque consideraban importante que toda la familia Reagan se encontrara reunida en un momento tan difícil como ése.

Maureen con lágrimas en los ojos también señaló: -¡Ya basta de esta facilidad para que cualquiera cometa barbaridades! Hay que revisar la ley para que esto no vuelva a ocurrir.

Un periodista la cuestionó: -¿Cree que el Gobierno debería crear una ley para tener un control más estricto sobre la venta de armas?

-No sé con precisión qué es lo que se debería hacer, pero deben detener estos crímenes. Nadie debe sufrir por esto –respondió consternada Maureen, quien posó su cabeza en el hombro de su esposo Dennis Ravell, antes de abordar el avión que los llevaría a la ciudad de Washington.

INTERROGAN AL PADRE DE JOHN HINCKLEY JR.

Entretanto, varios agentes del Servicio Secreto fueron asignados para entrevistarse con los padres del trastornado agresor, en su casa de Evergreen, Colorado, la cual tuvo que ser custodiada por elementos del FBI, debido a que estaba rodeada de curiosos, la mayoría de ellos, asombrados al enterarse de lo que había hecho su conocido vecino, John W. Hinckley Jr., un joven en apariencia normal que jamás dio problemas.

De la charla con los padres, los investigadores pudieron saber que John era el menor de 5 hermanos y que el señor Hinckley pudo ofrecerle a su familia una vida acomodada, debido a ser uno de los propietarios de una firma petrolera llamada: Vanderblit Energy Corporated, especializada en realizar perforaciones en aguas del Oeste norteamericano y de Canadá.

El padre también dijo a los agentes del FBI, que no era de su conocimiento que su hijo tuviera armas en casa. “Siempre fue un buen chico, algo tímido, pero noble”, señaló el señor Hinckley.

“Al parecer John estaba desempleado. Hace poco me contó que había trabajado en una radiodifusora en Denver. A él le encantaba la música y el cine. Tenía una colección numerosa de películas y discos. Ya sabe, nada fuera de lo común, no puedo creer que mi hijo haya hecho lo que hizo. Estoy realmente sorprendido”, declaró el padre muy afligido.

"Provoca asco el presidente Reagan!"

El rebelde y perturbado John W. Hinckley Jr. se negaba a responder los interrogatorios de los agentes del FBI, pero afirmó que se sentía orgulloso de lo que había hecho.

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Los investigadores interrogaron también a algunos vecinos de la familia Hinckley, pero todos coincidían en que John había sido siempre un buen muchacho. “Tranquilo, no se metía con nadie”, dijeron algunos.

Y otros se atrevieron a decir: “Es probable que John se haya sumergido en esa pesadilla que últimamente ha invadido a todos los Estados Unidos: la compra de armas. Hoy, cualquier ciudadano puede adquirirlas como si fueran golosinas”, señalaron.

Así también, otros agentes del FBI se entrevistaron con autoridades de la universidad donde estudiaba John W. Hinckley, para saber si hallaban algún indicio que explicara lo que había hecho.

Se reunieron con el subgerente de publicaciones universitarias, Steve Lindell, quien mencionó que John ingresó a la Universidad Tecnológica de Texas en 1973, era un estudiante promedio de la carrera de administración de empresas, no destacaba por encima de los demás, pero tampoco tenía bajas calificaciones y mucho menos dio algún problema relacionado con su conducta.

Sin embargo, Lindell mencionó que John tenía un año que había dejado la escuela, situación que su familia no conocía. “Nos comunicamos varias veces con el muchacho y mencionó que tenía algunos problemas familiares, es decir, nos dio a entender que su familia estaba al tanto de que había dejado las clases; así que lo exhortamos a que volviera en cuanto pudiera, para terminar la carrera”, señaló el académico.

Así, a pesar de charlar con varias personas muy allegadas a John W. Hinckley, las autoridades no lograron recabar algún dato importante, todo parecía indicar, que hasta para la familia del joven agresor, éste se había convertido en todo un misterio, en una sombra irreconocible.

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REAGAN SALE DEL QUIRÓFANO

Minutos más tarde, a las 18:30 horas, a la sala de reuniones se comunicó James Biker, secretario de prensa de la Casa Blanca, e informó a los integrantes del gabinete, que el presidente Reagan había salido del quirófano sin complicaciones y con una gran expectativa de recuperación.

Media hora más tarde, el doctor Dennis O´Leary, vocero del Hospital George Washington, dio una pequeña conferencia de prensa en una sala de la clínica, para dar algunos detalles de la operación realizada al presidente Ronald Reagan.

-Damas, caballeros de la prensa, les informó que el presidente Reagan ha salido del quirófano. La operación ha sido un éxito y su vida está fuera de peligro –los aplausos y la alegría de los presentes fueron muy notorios.

La operación tardó poco más de lo normal, porque los cirujanos pasaron gran parte del tiempo verificando que el presidente no tuviera sangre en el abdomen, lo cual no ocurrió, así que hicieron una incisión de unos 15 centímetros debajo de su tetilla izquierda para extraerle una bala calibre .22, que se alojó en su pulmón y pasó a escasos 2 centímetros de su corazón; por ello, podemos decir que el señor Reagan se salvó de milagro –Los periodistas y curiosos se voltearon a ver unos a otros sorprendidos y se murmuraron también varios comentarios.

-El presidente tiene conectado un par de tubos pulmonares que le inyectan aire, pero mañana le serán retirados, deberá guardar algunos días de reposo, pero no hay mayores complicaciones, incluso, al despertar de la anestesia, Reagan bromeó con los doctores y dijo que mañana mismo vuelve a despachar en la Casa Blanca –el comentario arrancó las carcajadas de los presentes, mientras O´Leary agradecía su atención, se despedía y desapareció por una pequeña puerta del hospital.

Mientras O´Leary daba aquel reporte, el vicepresidente George Bush arribó a la Casa Blanca y se integró a la reunión. Después de ser informado sobre el estado de salud de Reagan, Bush pidió calma a sus colegas y los convenció de que esperaran al día siguiente, para saber si el presidente daba alguna instrucción especial. En ese momento, con su presencia y según lo establecido por la Constitución de los Estados Unidos, él asumía el cargo del Gobierno.

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GEORGE BUSH DIO UN BREVE MENSAJE

Por la noche, el vicepresidente Bush emitió un comunicado a los medios desde la Casa Blanca, mediante el cual trató de transmitir tranquilidad al pueblo estadounidense:


-Ciudadanos americanos, no hay nada de qué preocuparse, ya que el Gobierno estadounidense funciona total y eficazmente. El presidente Reagan se encuentra bastante bien, fuera de peligro y no tendrá ninguna lesión permanente.

Además, expresó su repudio por el atentado:

-Es absolutamente incomprensible que alguien pudiese albergar tanta malicia contra el presidente Reagan, como para atacarlo de esa manera –y añadió:

-Estamos muy agradecidos con toda la gente que se ha preocupado por su salud y por los que han estado relacionados de forma directa para salvarle la vida –y también habló sobre los demás heridos:

-Seguimos con atención sus progresos. Su situación es compleja, pero se hará todo lo posible por ellos. Les pido se unan a las plegarias para que todo salga bien –concluyó su mensaje el vicepresidente Bush.

En efecto, en el mismo hospital se encontraban los otros tres heridos, Mccarthy, Delahanty y Brady. Este último, con muy pocas esperanzas de sobrevivir, pues una bala le atravesó la sien derecha, afectando parte de su masa encefálica.

En tanto, en una de las oficinas del FBI en Washington, sentado en una silla con las manos esposadas, desconcertado, sudando y con la mirada perdida, yacía John Warnock Hinckley Jr., quien se negaba a hablar con los investigadores, pero con una frase que le daba vueltas y vueltas en su cabeza: “¡Todo lo hice por ti, mi amor, ahora ya sabes cuánto te amo!

Continuará…

BUSQUE Y LEA LA SEGUNDA PARTE DE ESTE ESTREMECEDOR CASO, EL PRÓXIMO VIERNES


¡Cruento ataque contra el presidente Reagan!

Un jovencito trastornado se abrió paso entre la multitud y quiso matar al gobernante estadounidense, cuando salía de una reunión en el Hotel Hilton, de Washington.

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Pocas veces Estados Unidos se ha visto tambaleante. Es tal su poderío que se asume como el gran héroe del planeta y suele matar sin piedad en nombre de la libertad. Sin embargo, ningún país está exento de capítulos oscuros, en cuyas horas padecieron el terror y se vieron vulnerables ante la muerte. Tal estela de horror vivieron los estadounidenses, el 30 de marzo de 1981, cuando un pistolero atacó al presidente Ronald Reagan, en el momento que abandonaba el Hotel Hilton en el centro de la ciudad de Washington D. C.

En la agenda del presidente Reagan, aquel día no exigía compromisos mayores. Por la mañana, un desayuno con algunos inversionistas y empresarios en la Casa Blanca y por la tarde, un acto rutinario, un encuentro con sindicalistas del gremio de la construcción en mencionado hotel.

A la cita llegó alrededor de las 13:50 horas. Reporteros y camarógrafos de las tres principales cadenas televisivas del país esperaron su arribo bajo una ligera lluvia. El presidente cumplió al pie de la letra con el protocolo y pronunció un breve pero emotivo discurso que duró apenas 20 minutos.

Afuera ya no llovía y los medios esperaban la salida de Reagan. Tenían que estar presentes, aunque el acto no fuera muy trascendente, la orden era clara, tratándose del presidente debían seguirlo a donde fuera.

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GRITOS, DISPAROS Y CUATRO HERIDOS

El ataque ocurrió muy rápido. Con el vértigo que muchas veces la muerte suele imprimir a sus embestidas. Ronald Reagan salió del hotel y saludó a las personas que se encontraban en la acera de enfrente. De su lado izquierdo, una ciudadana lo llamaba con insistencia: “¡Señor presidente, señor Reagan…!”

Reagan volteó y con una sonrisa levantó su brazo para saludarla. De pronto, sonaron varias detonaciones, sobrevinieron los gritos e imperó el caos.

Un joven rubio, con el cabello desalineado, se abrió paso entre los reporteros y camarógrafos y abrió fuego contra el presidente Reagan. Jaló el gatillo de su arma una y otra vez, seis disparos en tan sólo dos segundos: cuatro lesionados, entre ellos, el presidente de la nación más poderosa del mundo.

La secuencia de los disparos, según los informes de los peritos, reveló que la primera bala atravesó el cráneo de James Brady, el jefe de prensa de la Casa Blanca. La segunda, se alojó en la nuca del policía metropolitano, Thomas Delahanty; la tercera, en el abdomen de Timothy McCarthy, agente del Servicio Secreto, y la última, en el pecho del presidente Ronald Reagan.

Aquella tarde, ni un solo agente del Servicio Secreto que escoltaba al presidente, llevaba puesto el chaleco antibalas. Consideraron que la agenda sencilla de ese día no lo ameritaba. ¿Qué jodidos podía pasar?

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LOS ESCOLTAS PROTEGIERON AL PRESIDENTE

Cuando Reagan se encontraba a escasos dos o tres pasos de su limosina, Jim Varey, agente del Servicio Secreto, le abrió la puerta. En un parpadeo se escucharon las detonaciones. Tim McCarthy volteó hacia su lado derecho y pudo ver al agresor, entonces actuó conforme su adiestramiento recibido le dictaba en casos como ése. Extendió su cuerpo lo más que pudo, abrió piernas y brazos para proteger al presidente, y fue entonces, cuando una bala quemante se le alojó en el abdomen. De inmediato se llevó las manos hacia la herida y cayó sobre la banqueta.

Mientras eso sucedía, Jerry Parr, otro escolta del Servicio Secreto, empujó con fuerza al presidente Reagan hacia dentro de la limosina. Reagan cayó sobre el asiento bocabajo y las piernas le quedaron colgando fuera del vehículo, así que Parr terminó por meterlo como pudo, se subió también, cerró la portezuela y dio la orden al chofer de que arrancara lo más pronto posible. Todo ello en cuestión de segundos y en medio de la incertidumbre.

Cuando la limosina avanzaba a toda velocidad, el presidente Reagan dijo a Parr que lo habían herido. Se tocaba el pecho del lado izquierdo y tenía sangre, entonces Parr dio la orden al conductor de que tomara camino rumbo al Hospital Universitario George Washington.

Hemeroteca Mario Vázquez Raña

SOMETEN A JOHN WARNOCK HINCKLEY JR.

En el momento en que Jerry Parr metía al presidente a la limosina, el resto de los agentes del Servicio Secreto se multiplicaron para someter al agresor, se trataba de un joven rubio, con cabellera desalineada, quien todavía sostenía en sus manos el arma de fuego, incluso, aún jalaba del gatillo, pero las balas se le habían consumido.

Lo sometieron entre ocho o diez elementos, habían pasado sólo dos minutos desde iniciado el atentado contra Reagan. De pronto, apareció en medio del caos Robert Wanko, otro elemento del Servicio Secreto, pero en sus manos sostenía un subfusil Uzi, una de las armas más implacables inventadas por el hombre.

Wanko se replegó junto al grupo de escoltas que sometían al agresor, apuntaba su ametralladora en todas direcciones, invadido por la adrenalina, dispuesto a matar en cualquier momento por si se presentaba un segundo ataque. Fue sin duda, el hombre más armado del día.

CONMOCIÓN EN WASHINGTON

¡Ronald Reagan salvó la vida de milagro!

"¡Jerry, estoy herido, me duele el pecho!", dijo Reagan a Parr, quien vio que sangraba; así que el auto tomó rumbo hacia el Hospital George Washington

TRES HOMBRES EN EL SUELO

Con el agresor ya sometido, y mientras esperaban una patrulla para evacuarlo, los tres hombres heridos yacían en el pavimento. Así que Jim Varey y otros escoltas trataron de ayudarlos.

James Brady, el jefe de prensa de la Casa Blanca, tenía una impresionante lesión en la cabeza, de la cual emanaba mucha sangre. Jim Varey se acercó y trató de darle ánimos: “No te muevas James, todo va a estar bien. Pronto llegará una ambulancia y te llevará lo más rápido posible al hospital. Saldrás de ésta con ayuda de Dios”. Sin embargo, no estaba seguro de si Brady lo escuchaba.

Varey pedía desesperadamente que llamaran a las ambulancias y trataba de detener la hemorragia del cráneo de Brady con las manos, pero le era imposible. -¿Alguien tiene un pañuelo? ¡Por favor, necesito un pañuelo! –gritó.

En ese momento, Charlie Wilson, camarógrafo de la cadena televisiva CBS, lo escuchó y del bolsillo de su pantalón sacó el suyo y se lo entregó a Varey para que intentara detener la hemorragia de la herida de James Brady.

Por si faltara algo más, una mujer se acercó llorando a la caótica escena del atentado: ¡Mi marido! ¿Dónde está mi marido? –Se trataba nada menos que de Carolyn Parr, la esposa de Jerry, el escolta del Servicio Secreto que empujó hacia dentro de la limosina al presidente Reagan.

-¡Soy la esposa de Jerry Parr! ¿Dónde está mi marido? –exclamó con llanto la mujer.

-Se encuentra en el auto con el presidente, señora –le respondió otro escolta del Servicio Secreto. La mujer atravesó la avenida mientras trataba de contener la cordura, pero estaba segura de que su marido también estaba herido.

Por otro lado, varios compañeros intentaron tranquilizar a Timothy McCarthy, quien no se quitaba las manos de la herida, la presionaba para contener la hemorragia y su rostro expresaba el dolor tremendo que le causaba.

Thomas Delahanty era otro de los lesionados. El policía metropolitano yacía bocabajo y varios escoltas lo mantenían inmóvil, al menos hasta que llegaran las ambulancias y pudieran trasladarlos al hospital.

Mientras tanto, llegaron dos patrullas de la Policía Metropolitana de la ciudad de Washington, en una de ellas, subieron al agresor rumbo a la comandancia.

El joven rubio que había atentado contra la vida del presidente Ronald Reagan, se trataba de John Warnock Hinckley Jr., de 25 años.

Hemeroteca Mario Vázquez Raña

REPORTE RADIAL SOBRE EL ATAQUE A RONALD REAGAN

A la par de que se llevaron detenido a John W. Hinckley, llegaron varias ambulancias, las cuales trasladaron a los tres heridos al mismo hospital que el presidente: al George Washington.

En ese momento, Sam Donalson, corresponsal de la cadena ABC, tomó su micrófono y transmitió el primer mensaje de los hechos para la radio:

-Soy Sam Donalson, de ABC Noticias, esto no es un simulacro, el presidente Reagan sufrió un ataque a las afueras del Hotel Hilton. Se escucharon varios disparos y resultaron heridas al menos dos personas, entre ellas, el presidente, quien fue trasladado en su limosina al hospital.

El informe de Donalson no dio más detalles, pero fue el primero en retransmitirse una y otra vez en las horas posteriores al atentado.

Luego corrieron varios rumores: algunos decían que Reagan había recibido un balazo en el corazón y que no se salvaría. Otro, versaba sobre que el presidente había entrado al quirófano caminando y haciendo bromas a los médicos. Y un tercero, señaló que sería mejor que el vicepresidente George Bush fuera tomando el control de los Estados Unidos.

Hemeroteca Mario Vázquez Raña

EL GABINETE ENTRA EN CRISIS

Con el presidente en el quirófano, los miembros clave de la administración de Reagan, se reunieron en la Casa Blanca, en un hecho sin precedentes, para gestionar la emergencia; entre ellos se encontraron, el Secretario de Estado, Alexander Haig, el de Defensa, Caspar Weinberger y el Asesor de Seguridad, Richard Allen.

En un inicio, la reunión se enfocó en el potencial asesino. Tenían su nombre, de dónde era, pero aún no sabían por qué trató de asesinar al presidente Reagan. Para ello agentes del FBI ya lo interrogaban, pero Hinckley se mostraba muy displicente y no quería cooperar. Los investigadores se preguntaban intrigados ¿Quién era John W. Hinckley? ¿Qué motivos lo impulsaron a atentar contra el presidente? ¿A qué se dedicaba? En ese momento, el rubio de 25 años era todo un enigma para las autoridades.

¿QUIÉN ERA JOHN W. HINCLEY JR?

El joven agresor nació en Ardmore, Oklahoma, el 29 de mayo de 1955. Sus padres eran Jo Anne Moore y John Warnock Hinckley. Al parecer, su infancia fue normal y feliz, es decir, no se tenía registro de algún evento traumático que lo hubiera marcado de por vida. Fue un estudiante considerado normal, si no, una mente brillante, tampoco una trastornada. Hasta el día del ataque, se encontraba inscrito en la Universidad Tecnológica de Texas.

No obstante, por alguna extraña razón, los últimos años se encontraba algo obsesionado por los políticos.

Durante las campañas políticas de Ronald Reagan y Jimmy Carter en 1980, asistió a varios actos de ambos políticos. Jamás mostró apoyo en favor de alguno de ellos, por el contrario, los dos le resultaban nauseabundos, pero ahí estuvo, tampoco nunca se situó en primera fila de los mítines, se colocaba más bien hacia atrás, de forma tímida donde nadie reprochara sus reclamos a los candidatos.

Era indudable, que en su mente algo se estaba gestando. Una discordia contra Carter y Reagan que sólo él la conocía y entendía.

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¿HINCKLEY JR, UN SICARIO DE LA UNIÓN SOVIÉTICA?

El atentado perpetrado contra Ronald Reagan –a diferencia de lo que muchos pensaron-, no fue sólo más que el inicio de la trama.

El gabinete del gobierno estadounidense se planteó el peor escenario, y en ese sentido, la Unión Soviética era el enemigo inmediato de los Estados Unidos. Así que lo primero que sospecharon, fue que John W. Hinckley era un asesino contratado por el gobierno de aquel país, para matar al presidente.

Esta sospecha se sostenía debido a que Ronald Reagan era un ferviente detractor del comunismo, durante su campaña política en 1980, dejó muy claro en varios de sus discursos que la Unión Soviética representaba una seria amenaza no sólo para los Estados Unidos sino para el mundo.

Otra situación a considerar, fue que meses previos al atentado, el Partido Comunista soviético, liderado por Leonid Brezhnev, amenazó con invadir Polonia, en respuesta a la creciente fuerza del Movimiento Obrero de Liberación Solidaridad, cuyos ideales se oponían al comunismo.

La situación se tornó tensa porque Estados Unidos se pronunció en contra de dicha intervención. En respuesta, los soviéticos desplegaron fuerzas militares en los límites con Polonia y después enviaron una flota de submarinos que merodearon la Costa Este estadounidense.

Esta situación más la incertidumbre sobre el atentado contra el presidente Reagan, orilló al Secretario de Defensa, Caspar Weinberger, a dar la orden de máxima alerta a todo el ejército de los Estados Unidos.

Pero dicha decisión no la compartió el Secretario de Estado Alexander Haig, quien como militar durante la Guerra Fría, adquirió mucha experiencia en política exterior y no vio con buenos ojos, que se le insinuara a la Unión Soviética que ellos estaban detrás del atentado contra el presidente. Esta oposición entre ambos secretarios, hizo que la crisis y la tensión se agravaran aún más.

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SECRETARIO DE ESTADO DESCONCIERTA A LOS MEDIOS

Por otra parte, Alexander Haig, sin tomar en cuenta la opinión de los demás miembros del gabinete, asumió nada más y nada menos que el control de la Casa Blanca, al menos en lo que el vicepresidente George Bush se trasladaba de Texas a la ciudad de Washington.

Haig, también se hizo cargo de toda la información que llegaba a la Casa Blanca y la proveniente del Hospital George Washington. Luego, entre todos, acordaron hacer un comunicado de prensa, en el que se dejara bien claro, que la situación estaba bajo control y que el mando de la nación lo asumiría George Bush al llegar de Texas.

Alexander Haig pensó que, si daban a entender a los estadounidenses que no había alguien que asumiera el mando en la Casa Blanca, las consecuencias podrían ser fatales, y la Unión Soviética invadiría de inmediato a Polonia. O peor aún, prepararía un ataque contra los Estados Unidos.

Por ello, llamó de inmediato al Asesor de Seguridad Nacional, Richard Allen: -Tenemos que salir ante los medios, Richard. Tenemos que controlar todo este desastre. Ellos quieren saber quién está a cargo del Gobierno y nosotros se los vamos a dejar bien claro –enfatizó Haig.

De inmediato, Haig y Allen salieron a la sala de prensa de la Casa Blanca para intentar aclarar las cosas. Alexander se plantó sin dudar ante el micrófono y se dirigió hacia los medios: -Señoras y señores, sólo quiero aclarar algunos asuntos relacionados con la tragedia ocurrida hace unas horas. Les informo que el presidente resultó herido de bala en el pulmón izquierdo. Se encuentra en el quirófano y se encuentra estable. Hay varios agentes ahí, resguardándolo –dijo Haig.

Una bala se alojó en su pulmón izquierdo

Las radiografías revelaron que el proyectil pasó a escasos 2 cm del corazón del presidente, era expansivo, pero por alguna extraña razón, no fue letal

Sin embargo, en cuestión de segundos, el Secretario de Estado sufrió una transformación emocional extraordinaria. De mostrarse seguro, comenzó a temblar y su voz se volvió entrecortada. Se estremecía ante los cuestionamientos de los periodistas y parecía que se caería en cualquier momento. De pronto vino una pregunta mordaz:

-¿Quién está tomando las decisiones del Gobierno? ¿Quién está al frente, señor Secretario? Haig hacía lo que podía para controlarse, pero una reacción natural de su nerviosismo era tambalearse de un lado a otro frente al micrófono, pero logró dar una respuesta:

-Según la Constitución, caballeros, el orden es: el presidente, vicepresidente y el Secretario de Estado. Si el presidente decide transferir el mando al vicepresidente, lo hará, por el momento, yo estoy al mando de la Casa Blanca, a la espera de que llegue George Bush. Todas las decisiones hasta ahora, se están consultando con él. Muchas gracias, señores –Se despidió Haig y bajó sudando del estrado para volver a la sala de reuniones.

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Los periodistas se quedaron desconcertados. Alexander Haig trató de disipar las dudas sobre quién estaba al mando del Gobierno, pero fue obvio que su respuesta no los convenció.

Por otro lado, a las afueras del Hospital Universitario George Washington, el vocero de la Casa Blanca, David Gergen, dio la siguiente información a los medios de comunicación:

-Señores, quiero informarles que el presidente recibió esta tarde un disparo en el costado izquierdo mientras salía del Hotel Hilton.

“Su condición es estable. En estos momentos, los médicos analizan la posibilidad de retirar o no la bala. La Casa Blanca y el Vicepresidente Bush están en contacto, él en este momento viaja hacia Washington. Se espera que llegue alrededor de las siete de la noche y se reúna con los miembros del gabinete.

“Quisiera informarles también, que el presidente ingresó a pie al hospital y está estable –entonces Gergen fue interrumpido con el siguiente cuestionamiento: -¿Es cierto que por ahora al mando del Gobierno está el Secretario de Estado Alexander Haig? –A lo que Gergen contestó contundente: -No, debido a lo complicado de la situación, estamos esperando al vicepresidente George Bush. Él asumiría las decisiones en cuanto ponga un pie en la Casa Blanca, pero por el momento, no puedo darles más información.

La respuesta del vocero dejó muy mal parado al Secretario de Estado, quien minutos antes, se había autoproclamado el mando de la nación ante la prensa.

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LOS HIJOS DE REAGAN, CONSTERNADOS POR EL ATAQUE A SU PADRE

Por la tarde, los hijos del presidente Reagan fueron informados acerca del ataque contra su padre. Ronald Reagan Jr., bailarín de la compañía de ballet Joffrey II, de Nebraska, viajó de inmediato con su esposa hacia la ciudad de Washington para encontrarse con sus padres.

En la ciudad de Los Ángeles, Maureen y Michael, hijos del primer matrimonio de Reagan con la actriz Jane Wyman, recibieron la terrible noticia. Consternados declararon a los periodistas que viajarían a Washington porque consideraban importante que toda la familia Reagan se encontrara reunida en un momento tan difícil como ése.

Maureen con lágrimas en los ojos también señaló: -¡Ya basta de esta facilidad para que cualquiera cometa barbaridades! Hay que revisar la ley para que esto no vuelva a ocurrir.

Un periodista la cuestionó: -¿Cree que el Gobierno debería crear una ley para tener un control más estricto sobre la venta de armas?

-No sé con precisión qué es lo que se debería hacer, pero deben detener estos crímenes. Nadie debe sufrir por esto –respondió consternada Maureen, quien posó su cabeza en el hombro de su esposo Dennis Ravell, antes de abordar el avión que los llevaría a la ciudad de Washington.

INTERROGAN AL PADRE DE JOHN HINCKLEY JR.

Entretanto, varios agentes del Servicio Secreto fueron asignados para entrevistarse con los padres del trastornado agresor, en su casa de Evergreen, Colorado, la cual tuvo que ser custodiada por elementos del FBI, debido a que estaba rodeada de curiosos, la mayoría de ellos, asombrados al enterarse de lo que había hecho su conocido vecino, John W. Hinckley Jr., un joven en apariencia normal que jamás dio problemas.

De la charla con los padres, los investigadores pudieron saber que John era el menor de 5 hermanos y que el señor Hinckley pudo ofrecerle a su familia una vida acomodada, debido a ser uno de los propietarios de una firma petrolera llamada: Vanderblit Energy Corporated, especializada en realizar perforaciones en aguas del Oeste norteamericano y de Canadá.

El padre también dijo a los agentes del FBI, que no era de su conocimiento que su hijo tuviera armas en casa. “Siempre fue un buen chico, algo tímido, pero noble”, señaló el señor Hinckley.

“Al parecer John estaba desempleado. Hace poco me contó que había trabajado en una radiodifusora en Denver. A él le encantaba la música y el cine. Tenía una colección numerosa de películas y discos. Ya sabe, nada fuera de lo común, no puedo creer que mi hijo haya hecho lo que hizo. Estoy realmente sorprendido”, declaró el padre muy afligido.

"Provoca asco el presidente Reagan!"

El rebelde y perturbado John W. Hinckley Jr. se negaba a responder los interrogatorios de los agentes del FBI, pero afirmó que se sentía orgulloso de lo que había hecho.

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Los investigadores interrogaron también a algunos vecinos de la familia Hinckley, pero todos coincidían en que John había sido siempre un buen muchacho. “Tranquilo, no se metía con nadie”, dijeron algunos.

Y otros se atrevieron a decir: “Es probable que John se haya sumergido en esa pesadilla que últimamente ha invadido a todos los Estados Unidos: la compra de armas. Hoy, cualquier ciudadano puede adquirirlas como si fueran golosinas”, señalaron.

Así también, otros agentes del FBI se entrevistaron con autoridades de la universidad donde estudiaba John W. Hinckley, para saber si hallaban algún indicio que explicara lo que había hecho.

Se reunieron con el subgerente de publicaciones universitarias, Steve Lindell, quien mencionó que John ingresó a la Universidad Tecnológica de Texas en 1973, era un estudiante promedio de la carrera de administración de empresas, no destacaba por encima de los demás, pero tampoco tenía bajas calificaciones y mucho menos dio algún problema relacionado con su conducta.

Sin embargo, Lindell mencionó que John tenía un año que había dejado la escuela, situación que su familia no conocía. “Nos comunicamos varias veces con el muchacho y mencionó que tenía algunos problemas familiares, es decir, nos dio a entender que su familia estaba al tanto de que había dejado las clases; así que lo exhortamos a que volviera en cuanto pudiera, para terminar la carrera”, señaló el académico.

Así, a pesar de charlar con varias personas muy allegadas a John W. Hinckley, las autoridades no lograron recabar algún dato importante, todo parecía indicar, que hasta para la familia del joven agresor, éste se había convertido en todo un misterio, en una sombra irreconocible.

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REAGAN SALE DEL QUIRÓFANO

Minutos más tarde, a las 18:30 horas, a la sala de reuniones se comunicó James Biker, secretario de prensa de la Casa Blanca, e informó a los integrantes del gabinete, que el presidente Reagan había salido del quirófano sin complicaciones y con una gran expectativa de recuperación.

Media hora más tarde, el doctor Dennis O´Leary, vocero del Hospital George Washington, dio una pequeña conferencia de prensa en una sala de la clínica, para dar algunos detalles de la operación realizada al presidente Ronald Reagan.

-Damas, caballeros de la prensa, les informó que el presidente Reagan ha salido del quirófano. La operación ha sido un éxito y su vida está fuera de peligro –los aplausos y la alegría de los presentes fueron muy notorios.

La operación tardó poco más de lo normal, porque los cirujanos pasaron gran parte del tiempo verificando que el presidente no tuviera sangre en el abdomen, lo cual no ocurrió, así que hicieron una incisión de unos 15 centímetros debajo de su tetilla izquierda para extraerle una bala calibre .22, que se alojó en su pulmón y pasó a escasos 2 centímetros de su corazón; por ello, podemos decir que el señor Reagan se salvó de milagro –Los periodistas y curiosos se voltearon a ver unos a otros sorprendidos y se murmuraron también varios comentarios.

-El presidente tiene conectado un par de tubos pulmonares que le inyectan aire, pero mañana le serán retirados, deberá guardar algunos días de reposo, pero no hay mayores complicaciones, incluso, al despertar de la anestesia, Reagan bromeó con los doctores y dijo que mañana mismo vuelve a despachar en la Casa Blanca –el comentario arrancó las carcajadas de los presentes, mientras O´Leary agradecía su atención, se despedía y desapareció por una pequeña puerta del hospital.

Mientras O´Leary daba aquel reporte, el vicepresidente George Bush arribó a la Casa Blanca y se integró a la reunión. Después de ser informado sobre el estado de salud de Reagan, Bush pidió calma a sus colegas y los convenció de que esperaran al día siguiente, para saber si el presidente daba alguna instrucción especial. En ese momento, con su presencia y según lo establecido por la Constitución de los Estados Unidos, él asumía el cargo del Gobierno.

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GEORGE BUSH DIO UN BREVE MENSAJE

Por la noche, el vicepresidente Bush emitió un comunicado a los medios desde la Casa Blanca, mediante el cual trató de transmitir tranquilidad al pueblo estadounidense:


-Ciudadanos americanos, no hay nada de qué preocuparse, ya que el Gobierno estadounidense funciona total y eficazmente. El presidente Reagan se encuentra bastante bien, fuera de peligro y no tendrá ninguna lesión permanente.

Además, expresó su repudio por el atentado:

-Es absolutamente incomprensible que alguien pudiese albergar tanta malicia contra el presidente Reagan, como para atacarlo de esa manera –y añadió:

-Estamos muy agradecidos con toda la gente que se ha preocupado por su salud y por los que han estado relacionados de forma directa para salvarle la vida –y también habló sobre los demás heridos:

-Seguimos con atención sus progresos. Su situación es compleja, pero se hará todo lo posible por ellos. Les pido se unan a las plegarias para que todo salga bien –concluyó su mensaje el vicepresidente Bush.

En efecto, en el mismo hospital se encontraban los otros tres heridos, Mccarthy, Delahanty y Brady. Este último, con muy pocas esperanzas de sobrevivir, pues una bala le atravesó la sien derecha, afectando parte de su masa encefálica.

En tanto, en una de las oficinas del FBI en Washington, sentado en una silla con las manos esposadas, desconcertado, sudando y con la mirada perdida, yacía John Warnock Hinckley Jr., quien se negaba a hablar con los investigadores, pero con una frase que le daba vueltas y vueltas en su cabeza: “¡Todo lo hice por ti, mi amor, ahora ya sabes cuánto te amo!

Continuará…

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