Todo comenzó en 1943, cuando Matilde y Román decidieron ser amantes. Procrearon un hijo, que era su adoración. Eran nativos de Milpa Alta y quienes los conocieron, aseguraron que se querían mucho.
Nadie criticó nunca –que se supiera– su situación sentimental. Matilde era profesora de una escuela secundaria en Xochimilco y se enamoró perdidamente de Román, quien olvidó a su familia para vivir en amasiato con la maestra.
Y los siguientes 27 años los pasaron juntos, casi como en una historia de amor cuyo final se auguraba feliz, cuando el destino los colocó en un fatídico epílogo pasional.
Dos disparos pusieron dramático punto final a dos vidas que, quizá en extraño pacto, buscaron prolongar sus alegrías, decepciones y esperanzas en el más allá.
Los cuerpos fueron encontrados en el interior de un automóvil, modelo 1968, obsequiado dos años antes a la señora.
En el vehículo y con las huellas digitales de Román, estaba el revólver, con algunos cartuchos útiles y tres quemados, presuntamente calibre .32; según comentaron los primeros respondientes, el arma tenía registro a nombre de Audiffred Martínez.
Las autoridades del Ministerio Público interrogaron a vecinos y familiares de los fallecidos y llegaron a una conclusión “lógica”, a su parecer; según ellos, no habían encontrado indicios que establecieran la presencia de una tercera persona en los trágicos acontecimientos, entonces, en el auto solamente se habría encontrado a Matilde y Román.
Por lo tanto, y para simplificar todas las cosas, el hombre habría abierto fuego contra la profesora para, posteriormente, quitarse la vida, aunque eso no pudiera comprobarse hasta no realizar las pruebas forenses necesarias, así como hasta agotar todas las posibilidades para descartar el crimen.
Lo cierto era que, al parecer, el introductor de ganado había intentado romper las prolongadas relaciones amorosas, pero siempre retornaba a los brazos de su amada con promesas de no tocar nuevamente el tema de la ruptura.
Y, por su parte, la maestra parecía estar dispuesta a “cometer una locura” antes que perder el cariño y la protección para el hijo que había procreado junto al ganadero.
Había otra realidad, eso también era cierto, la cruda verdad acerca de que ella tenía una pareja (porque no eran esposos, nunca se habían casado) que le había perdonado infidelidades con la condición de que no lo abandonara; y él, por su parte, contaba con un pasado en el que abandonó a su primera esposa y a los hijos que había procreado con ella, quienes, por lo demás, jamás le reprocharon sus actos, según se comentaba.
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Pese a todo, los amantes despechados se consideraban presas del remordimiento, aunque a lo largo de esos 27 años juntos siempre encontraron pretexto para amarse y confiarse mutuamente sus problemas.
Bueno, aunque no todo era miel sobre hojuelas, pues durante los primeros 18 años vivieron entre algunos pleitos de enamorados y sus respectivas reconciliaciones. Hasta que la gran reconciliación llegó con el nacimiento de su primogénito. Quizá eso fue únicamente lo que los mantenía unidos y a lo que se aferraban, porque tal vez lo suyo, la llama del amor, se estaba extinguiendo.
Un prudente médico legista calculó que el crimen y suicidio habían ocurrido a las 12 de la noche del 21 de abril de 1970. Los cadáveres presentaban rigidez y, ésta, como es fama, sobreviene a las seis o siete horas del deceso.
Se creyó que, en este caso, tardó un poco más, por el intensísimo calor que imperaba dentro del vehículo, según comentó el médico.
Algunos vecinos de Milpa Alta informaron que la maestra Matilde Salomón Amure y el introductor de ganado, Román Audiffred Martínez, eran amantes desde hacía 27 años.
(Matilde era hija de árabes y prima del capitán José Salomón Tanús, jefe del segundo grupo del Servicio Secreto).
Procrearon un hijo, quien en la fecha del trágico desenlace de los amantes, tenía nueve años. Se llamaba Jorge y "era la adoración de sus padres", según contaron los vecinos al reportero de LA PRENSA, Julio Villarreal.
De acuerdo con lo narrado por la señora Elena Salomón Amure, hermana de la víctima, la profesora y el introductor de ganado se querían mucho, por lo que nadie criticaba su situación social.
-Algunas veces pensé en decir a mi hermana que eso no estaba bien, pero llegué a la conclusión de que no debía meterme en vidas ajenas -añadió la señora.
Luego agregó que, hacía una semana, Matilde le había dicho con toda seriedad: “Hermanita... Román quiere dejarme, pero antes que lo haga... ¡lo mato!”
-¿Por eso compró una pistola calibre .32? –preguntó Julio Villarreal.
-No –contestó-, la pistola era de mi cuñado, según sé. Cuando oí que deseaba matar a Román, dije a Matilde que pensara muy bien las cosas, antes de actuar, pues nuestro apellido no debía ser mezclado con asuntos policiacos.
-¿La señora Matilde tenía problemas con Guadalupe Blancas de Audiffred, esposa de Román? –inquirió el reportero.
-No. Nunca tuvieron dificultades. Ignoro por qué razón. Pero sé que jamás riñeron por Román.
-¿Cuál fue la causa del crimen y suicidio?
-Lo ignoro, pero supongo que mi hermana y Román discutieron porque éste quería dejarla, después de 27 años de amasiato.
El señor David Salomón Amure, hermano de la occisa Matilde Salomón Amure, identificó legalmente a su hermana y dijo que, efectivamente, no creía siquiera que Román y Matilde hubiesen sido asesinados, pero no se explicaba lo ocurrido.
-La pistola era de mi cuñado. Sé que casi nunca cargaba armas, pero esa pistola sí le pertenecía. Se la vi en varias ocasiones. Él hirió a mi hermana y luego se mató -dijo.
La gente que conoció perfectamente al rico introductor de ganado y a la profesora, indicó a LA PRENSA que Matilde era madre de tres hijas, dos de las cuales ya tenían descendencia, y Román era padre de tres jóvenes, casados también.
Matilde después de tanto tiempo se había convertido en abuela por sus tres hijas, y lo mismo ocurrió con Román, que fue convertido en abuelo por sus tres hijos; cuestión que los hacía sonreír en ocasiones y pensaban en ¿cómo podían quererse tanto un par de "viejos"?
“Ambos eran abuelos”, dijo con asombro al reportero Villarreal, a lo que éste preguntó si sabía un poco más sobre su historia; entonces, el hombre contó al reportero del diario de las mayorías lo siguiente:
“Matilde y Román nacieron aquí, en Milpa Alta. Ella era muy bonita. Sus padres eran originarios de Jerusalén. Román tenía mucho dinero, pues se dedicaba a introducir ganado fino.
Ella era maestra de una escuela secundaria ubicada en Xochimilco y se enamoró perdidamente de Román, quien olvidó a su familia y vivió en amasiato con la profesora desde hace unos 27 años.
La maestra tuvo un hijo hace muchos años. El joven se recibió de profesor y falleció de cáncer. Ese muchacho no era hijo de Román.
Luego nació Jorge, un niño de nueve años cuando ocurrió la tragedia, al que Matilde y Román querían mucho, lo adoraban.
Por otra parte, Guadalupe Blancas –la esposa legítima o la primera esposa de Alfredo- era una mujer muy seria, decente y nunca envenenó la mente de sus hijos, confiándoles los supuestos malos pasos de su padre, a quien respetaron hasta el último de sus días, porque pese a todo, este los respetó mucho.
Claro, lo que pasó, son cosas de la vida. Creemos que nadie puede ni hubiera podido evitarlas.
Durante un tiempo, Román y Matilde se separaron. No se supo el motivo, pero la profesora se fue a vivir a Tláhuac con un anciano llamado Pedro Rivera, quien tenía 73 años en ese entonces.
Luego se supo que la profesora se casó con el anciano ‘como Dios manda’, pero ella siguió viendo a Román, con quien nunca se había unido en matrimonio, por eso se les conocía como los eternos amantes".
Es verdad que Matilde y Román nunca se casaron con era debido y que más bien vivían en amasiato, pero nada de eso fue impedimento para que realizaran una vida sin complicaciones.
Eso sí, nunca se pudieron ocultar las murmuraciones que algunas personas hacían respecto a su forma de hacer las cosas. A no pocos les disgustaba la idea de ver que un hombre abandonara a su esposa por otra mujer, y menos cuando había hijos de por medio.
Por su parte, de Matilde no se decía mucho porque en su caso, ella era la que había perdido al marido y la llegada o el retorno de Román a su vida era como una señal de que el pasado vuelve para bien o para mal.
Cuando fueron jóvenes se les negó la oportunidad de estar juntos y, entonces, ambos hicieron sus vidas sin pensar en el reencuentro. Las cosas se dieron y aunque Matilde intentó frenar lo inevitable, no hubo freno para el amor que habían puesto en pausa.
Pero lo que para unos es dicha, para otros representa la peor tortura. Alguien había quizás receloso de lo que ellos hacían. Para alguien, el abandono y la doble vida era algo impensable, pero nunca dijo nada sino hasta mucho tiempo después.
Se supo que la profesora tenía algunos pretendientes a quienes no despreciaba, pero tampoco estaba dispuesta a dejar al amor de su vida por otro hombre que no le hacía sentir lo que solo Román podía.
Sin embargo, eso no la detuvo para casarse de la forma correcta con un hombre todavía mucho mayor que ella. Nunca se supo con qué objeto. Ella no era pobre y aquel anciano no tenía nada que pudiera ella desear tanto como para terminar sus días con él, o eso parecía, porque por algo se casaron.
Nunca se le cruzó por la mente a los agentes que él tuviera algo que ver en la muerte de su esposa, porque pese a estar casada, ella no dejaba de frecuentar a Román.
Nunca algún agente se acercó a preguntarle a Pedro su opinión respecto a lo ocurrido; ni nadie se asombró de la ausencia de él ante la tumba de su difunta esposa, ni tampoco a nadie le extrañó que Pedro Rivera no reclamara el cuerpo de su amada esposa.
Y todos dieron por hecho lo que parecía obvio, aunque a Román y a Matilde no los uniera ya nada sino la idea de que alguna vez entre ellos hubo tanto amor que creyeron ser inseparables. Eran, hasta donde se sabía, buenos amigos que se acompañaban en las buenas y en las malas.
Y el mero hecho de verlos juntos dispensaba cualquier resquicio de duda sobre su muerte. Para los amigos y familiares la muerte simbolizó “juntos para siempre” incluso en la muerte.
Siempre se manejó la versión de que no hubo un tercer implicado, pero una duda bastante razonable quedó en suspenso.
De acuerdo con el estudio forense, las balas de sus cabezas, de las cuales por lo demás nunca podría ser identificado el calibre, no podían explicarse en un acto de suicidio entre amantes, máxime que parecían ser tiros de gracia en sus respectivas cabezas.
El arma, en posesión de Román, perfectamente acomodada en su mano, como si le hubiera dado tiempo de volarse la cabeza y bajar la mano con cuidado para reposarla sobre sus piernas.
La verdad es que había minucias respecto a la validez de la teoría del crimen y suicidio, porque daban la imagen de ser un doble homicidio.
Y a pesar de que no se trató de figuras públicas, el caso se cerró demasiado rápido y las conclusiones en su totalidad giraron en torno al dictamen del o los médicos, pero sobre una verdadera investigación policiaca no se vio por ningún lado. Incluso, siendo la occisa familiar de un agente secreto, no se le dio mayor trascendencia, sino a contrario.
Fue él quien se apresuró a comentar que no había mucho que investigar porque el caso era lo que parecía. Pero no contestaba los por qué. Por qué condujeron hasta a un lugar específico tan solo para cometer un crimen; por qué no se indagó sobre si los fallecidos tenían deudas o problemas; por qué demoraron más en divulgar la noticia que en hacer una autopsia, un funeral y un entierro en menos de 24 horas. Por qué no se indagó al esposo Pedro Rivera. Por qué, aunque se dio a conocer que en el auto se encontraron objetos inusuales, no se investigó de quién eran, para qué eran o por qué estaban allí.
En conclusión, alguien quería que ese capítulo se cerrara pronto. Quizá debido a su linaje, descendiente de árabes, para quienes –según algunos preceptos de la religión del islam- el suicidio es un grave pecado, aunque en este caso no fue Matilde la que cometió ese acto, sino Román, pero precisamente para deslindarse de todo problema, lo más adecuado habría sido cerrar el caso, culpando quizás únicamente al amor, ya sea por exceso o por falta de este.
El macabro hallazgo
Un campesino avisó durante la madrugada del miércoles 22 de abril, a las autoridades de San Agustín Atenco, que en el interior del Opel verde, placas GBG 99, estaban los cadáveres de un hombre y una mujer en un lugar denominado Xalitlili o Parada de El Capote.
La mujer estaba frente al volante con la nuca recargada en el siento. Más o menos igual quedó introductor de ganado. Este tenía un orificio de bala en el parietal derecho y una pistola cerca de la mano derecha. La profesora recibió dos tiros casi en el mismo sitio parietal, región parietal derecha.
El agente del Ministerio Público de Milpa Alta recogió 160 pesos que traía Román y 195 pesos que en su bolso tenía Matilde. También cogió un reloj, una libreta, un llavero y un cortaúñas, propiedad el comerciante en ganado. Además, un juego de aretes de oro, un reloj, esclava de oro, anillo de oro, un prendedor de metal y un llavero de Matilde.
Se informó que el occiso tenía 55 años de edad y la profesora como 10 años menos. En el interior del auto, estaban dos bolsas de plástico azul y una cubeta de plástico, del mismo color.
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El comandante José Salomón Tanús de inmediato ordenó la investigación del caso y se percató que, aparte de su prima Matilde y el ganadero Román, nadie más había intervenido en el drama.
Las autoridades de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal decidieron dispensar las necropsias respectivas en virtud de que “no había delito que perseguir”.
Cuatro médicos dictaminaron que se había tratado de un crimen y un suicidio, pues desde cualquier ángulo que se examinara, el introductor de ganado disparó contra la maestra y después se voló la bóveda palatina. Pero si la intención primigenia había sido la de matar y matarse, solo bastaban dos tiros, entonces ¿por qué tres casquillos percutidos?
Pero ese fue el fin, la dispensa de una autopsia, el reconocimiento de que no hubo crimen que perseguir y una historia cuyo final trágico quedaba en total misterio.
Se dijo que las tres hermanas y los tres hermanos del pequeño, todos casados y con familia, juraron apoyarlo y protegerlo en la medida de las posibilidades hasta que tuviera la edad suficiente para integrar su propia familia, pero de eso ya nadie supo nada.
El velorio y sepelio fueron impresionantes en Milpa Alta, por el control y serenidad de que hicieron gala los deudos de la maestra y el introductor de ganado: un sacerdote se refirió sutilmente a la antiquísima lección cristiana de "arrojar la primera piedra" y los ahora desaparecidos llegaron en paz a su última morada.
Sin embargo, los rumores no desaparecieron con la rapidez deseada. Milpa Alta, desde hacía muchos años, era una zona poco afectada por sucesos sangrientos, en comparación con otras zonas del Distrito Federal, así que el asunto se prestaba para muchos comentarios. Sin embargo, de pronto, otras noticias hicieron olvidar el drama.
Fue así como aquel misterioso caso quedó cerrado y, así, de forma tan trágica y súbita, quedó sellado el secreto que los amantes se llevaron a la tumba acerca de su siniestro fin.
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