/ viernes 19 de febrero de 2021

El quíntuple asesinato de la familia Balderas

De acuerdo con los primeros indicios que surgieron luego del múltiple crimen, los sicarios ya tenían vigilada a los Balderas, por lo cual se creyó que probablemente éstos conocían a sus verdugos

La mañana del 5 de diciembre de 1996, la policía del entonces Distrito Federal se presentó en el callejón Donato Guerra, debido a que los vecinos habían reportado un auto abandonado en el estacionamiento de una tintorería, el cual tenía las puertas entreabiertas. Al sitio se presentaron algunos uniformados, quienes se dieron a la tarea de inspeccionar la situación, todavía sin imaginar la brutalidad siniestra detrás de lo que, al parecer, se trataba de un simple auto robado y luego abandonado.

Lograron determinar que el vehículo, un Mustang rojo, pertenecía a un hombre que respondía al nombre Fernando Balderas, con domicilio en el número 360 de la calle Crestón, en la Colonia Jardines del Pedregal. Así pues, luego de cerciorarse que no contaba con reporte de robo, hicieron la diligencia a la casa del señor Balderas, para notificarle que debía mover su vehículo.

Algunas patrullas se apostaron frente a la residencia de la familia Balderas y al principio solo un elemento se encargó de acercarse a llamar a la puerta, esperando dialogar con el dueño del coche para así dar por terminada la tarea.

Foto: Archivos La Prensa

Sin embargo, cuando notó que algo no parecía normal, en cuanto a que las puertas no estaban entornadas, llamó a sus compañeros, quienes se acercaron a observar con detenimiento a través de un resquicio que había. No alcanzaron a notar nada, pero la inquietud o el sentido de sabueso de los agentes los puso en alerta. Llamaron con sus voces y tocaron con fuerza la puerta, también tocaron el interfon. Las casas de esa zona cuentan con una extensión grande de terreno y sus construcciones son amplias, por lo cual en la mayoría de los casos se apoyan con servidumbre, como choferes, sirvientas, etcétera.

Entonces, tomaron la determinación de ingresar al domicilio, toda vez que los elementos sospechosos se iban acumulando: un auto abandonado misteriosamente, la puerta principal de la mansión entreabierta, nadie contestaba a los llamados y había un silencio sepulcral.

Al ingresar en la casa, lo primero que percibieron los agentes fue el fuerte olor a muerte, la sangre derramada y los rastros de una batalla o de una masacre. Casi podían escuchar lamentos y gritos de terror como si éstos hubieran esperado a que alguien llegara para manifestarse.

Foto: Archivos La Prensa

Poco a poco se fue descubriendo la escena sangrienta. En las diferentes habitaciones, los cuerpos de seis personas fueron descubiertos todos asesinados tétricamente sin escrúpulos, casi como un hombre del campo asesina a un conejo o a una gallina, sin sentir que hace algo malo. Les tuerce el pescuezo y luego los desuella. Y por dentro no siente el mínimo reparo, porque lo ha hecho tantas veces para poder comer el pan suyo de cada día.

Los primeros en ser encontrados fueron los cuerpos del matrimonio, Fernando Balderas Sánchez y Yolanda Figueroa, dos personajes cuya historia es aún más turbulenta y sórdida de lo que ya el asesinato planteaba.

Luego, los cuerpos de Patricia Aline, Paul Farid y Fernando Carlos de 18, 13 y 8 años, fueron hallados cada uno en su habitación, completamente bañados en sangre; y, como si al final de la infame hazaña los perpetradores hubieran sentido remordimiento, intentaron cubrirlos con algunos cobertores, pero todo resultó añadir más misterio al caso. Eran dos grandes interrogantes: ¿por qué? y ¿quién pudo hacer eso?

Pero la incertidumbre creció cuando a uno de los seis cuerpos le detectaron signos vitales. Se trataba del chofer de la familia, que tenía la cabeza completamente ensangrentada y parecía deshecha como si lo hubieran molido a palos, pero aún consciente. Y antes de perder el conocimiento, indicó el nombre de un familiar de la familia Balderas que, supuestamente, podría haber sido el responsable, ya que tenía viejas rencillas con Fernando Balderas Sánchez.

Una cuestión trascendió a primera vista para los investigadores y fue que todos los cuerpos presentaban en la cabeza una herida que parecía ser la de un disparo tipo tiro de gracias a manera de ejecución.

Cuando los vecinos se enteraron y rindieron sus primeras declaraciones, aseguraron que había sido el martes 4 de diciembre cuando escucharon ruidos extraños provenientes de la casa de la familia Balderas Figueroa, pero que no le dieron mucha importancia, ya que el ruido cesó pronto y ellos olvidaron pronto el asunto.

PLANEARON TODO EN UN DÍA

El crimen tomó un rumbo misterioso y se relacionó con actividades ilícitas y con el narcotráfico, pero en realidad, detrás de las paredes de la mansión ocurría una historia turbulenta, cuyo trasfondo era aún más mórbido

Al realizar las primeras diligencias, los agentes investigadores se plantearon la posibilidad de que el crimen estuviera relacionado con una venganza entre capos de la droga o con actividades ilícitas, ya que Ferndando Balderas -que había sido coordinador de asesores de la Policía Judicial del Distrito Federal (PJDF)- contaba con antecedentes penales por robo, extorsión, privación de la libertad, entre otros cargos.

Foto: Archivos La Prensa

Por su parte, su esposa Yolanda Figueroa había publicado un libro que abordaba aspectos del capo Juan García Ábrego, quien había sido capturado hacía un par de meses ,y a decir de algunos colegas, el texto de su autoría no estaba documentado con precisión y más bien contenía datos sin validez, casi como chismes, lo cual le habría valido la inquina del capo. En cualquiera de las dos líneas, la venganza era la más sólida de las posibilidades.

La historia de la familia Balderas Figueroa era asaz peculiar. Amasaron una inmensa fortuna en un tiempo muy corto, pero era de llamar la atención que el modo de adquirirla no concordaba con sus actividades laborales.

Foto: Archivos La Prensa

Entre sus posesiones se encontraba la lujosa residencia en Jardines del Pedregal, además, no hacía mucho tiempo habían fundado una revista intitulada Cuarto Poder, cuya sede se ubicaba en Copa de Oro, en Ciudad Jardín; asimismo, contaban con una caballeriza en el Ajusco y un taller -que presumiblemente comerciaba con autos ilegales- en la céntrica calle de Izazaga y Eje Central Lázaro Cárdenas.

El excoordinador de asesores de la PJDF varias veces fue requerido por la autoridad mediante orden de aprehensión, pues se le acusó de extorsionar a agentes judiciales y comandantes; además, a través de su revista, se convirtió en artífice de la infame “lista de narcoperiodistas”, supuestamente inventada contra sus oponentes para ingresar a las filas de la PGR.

Todos estos elementos hacían pensar hasta al mejor y más perspicaz agente investigador que la respuesta se encontraba detrás de estos hechos. No había que buscarle tres pies al gato, simplemente seguir la línea que se presentaba ante ellos.

Sin embargo, había algo que no encajaba en todo el caso, que deshacía todas las conjeturas respecto al hecho evidente del asesinato contra la familia debido a sus actividades. ¿Por qué habían dejado a una persona con vida?

A todos los integrantes de la familia les habían dado el golpe de gracia en la cabeza con un objeto que se incrustó dentro de sus testas acabando con sus vidas de manera instantánea; pero ¿por qué al chofer no le había aplicado el mismo remedio contra la vida?

En tanto las investigaciones continuaban, también las autoridades esperaban que el sobreviviente despertara para que diera luz sobre el caso y sólo de ese modo poder llegar a la conclusión y obtener justicia.

FUERTES SOSPECHAS CONTRA EL CHOFER

Finalmente, luego de permanecer en el Hospital Xoco por 19 días en terapia intensiva y bajo un fuerte dispositivo de seguridad, Alejandro Pérez de la Rosa, quien presentaba traumatismo craneoencefálico, no estaba en coma, como se había referido inicialmente en las declaraciones de los investigadores, sino sólo lo mantenían fuertemente sedado.

El chofer de la familia Balderas Figueroa confesó, pero su relato estaba lleno de sexo, violencia, abuso, venganza y asesinato. Aceptó haber asesinado sólo a algunos miembros de la familia, pero no a todos; asimismo, indicó que el quíntuple homicidio lo realizó en complicidad con el jardinero Martín Hernández y su esposa Josefina Hernández, ya que Fernando Balderas había violado a Josefina y luego había intentado abusar sexualmente de María, la concubina de Alejandro.

Foto: Archivos La Prensa

De acuerdo con De la Rosa, el director de la revista Cuarto Poder y editor de la periodista Yolanda Figueroa se había convertido en un monstruo sexual luego del éxito del libro de su esposa, en relación con el capo de las drogas Juan García Ábrego. Meses después de la publicación, Balderas comenzó a abusar sexualmente de la mujer que ayudaba con las labores domésticas (la esposa del jardinero) así como también había intentado abusar de de la concubina del chofer, en la misma mansión donde vivía con su familia.

Despiadado y cruel, Balderas se sentía realmente poderoso, debido a que en varias ocasiones había sido requerido por la justicia mediante orden de aprehensión, pero en ninguna lo habían detenido, siempre impune, ya fuera por violación, secuestro, extorsión. Parecía tener un vínculo oscuro y secreto con las mismas autoridades, que se mostraban endebles para detener al monstruo. Pero el que a hierro mata a hierro muere, como suele decirse.

Por tal motivo, desesperanzados el jardinero y el chofer, así como Josefina, decidieron matar a la pareja, porque -según De la Rosa-, la esposa sabía todo lo que ocurría en su casa, pero nunca dijo nada; era periodista, debía estar al tanto.

Al parecer, tres días antes de perpetrar los asesinatos habían tomado la resolución de matar al jefe de familia y a la esposa; sin embargo, pronto cambiaron de idea, porque si dejaban vivos a los hijos, éstos podrían poner en sobreaviso a las autoridades, por lo cual tenían que acabar con todos y no dejar cabos sueltos.

Foto: Archivo La Prensa

Pero pronto la codicia se presentó ante los asesinos, ya que luego de acabar con la vida de la familia Balderas Figueroa, los hombres discutieron, pues no estaban de acuerdo en la repartición del dinero y las joyas que encontraron en la casa y que habían decidido robar. Así pues, Martín y Josefina atacaron a su cómplice Alejandro y lo dieron por muerto, dejándolo gravemente herido y desangrándose.

SU PATRÓN QUISO VIOLAR A SU PAREJA

El lunes 23 de diciembre de 1996, la ProcuradurÍa General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) informó a LA PRENSA que durante la madrugada, Alejandro Pérez de la Rosa había sido trasladado de Xoco a la escena del crimen para que relatara cómo ocurrieron los hechos al mismo tiempo que rindiera su declaración.

De acuerdo con que dijo el subprocurador Mariano Herrán, se estableció finalmente que Fernando Balderas intentó abusar sexualmente de la concubina de Alejandro Pérez de la Rosa, y que previamente había logrado violar a Josefina, esposa del jardinero. Éste fue el móvil del crimen, por este acto los tres empleados decidieron matarlo.

En relación con los hechos, el director de la PolicÍa Judicial, Luis Roberto Gutiérrez Flores, estableció que al momento en que los implicados agredieron a Fernando Balderas, éste se encontraba en la habitación principal y miraba la película Robin Hood, puesto que había discutido con su esposa, quien se había ido a recostar a un sillón en la sala.

Foto: Archivo La Prensa

No obstante, cuando la esposa escuchó ruidos extraños provenientes de la alcoba, que eran provocados por los golpes con el cincel con el cual luego le dieron muerte, decidió subir y, en ese momento, también fue sorprendida por los agresores. Luego de descargar su furia contra Fernando Balderas, la ira y sed de venganza crecieron. Secos, fuertes y contundentes, Yolanda recibió 12 golpes en la cabeza con la varilla.

Poseído por la maldad, enceguecido por la ira, Alejandro Pérez se dirigió a la recámara de Patricia Aline. Llamó a la puerta, con normalidad; ni siquiera intentó entrar por la fuerza ni abusó de la joven. Patricia se incorporó de la cama y abrió; parecía molesta. Al ver al chofer, le dio una bofetada, por inoportuno. Con los ojos encendidos por la rabia y con el arma en la mano, Alejandro Pérez le asestó también 12 contundentes golpes en la cabeza.

De acuerdo con De la Rosa, en ese momento se detuvo y le dio el arma a Martín. Y Martín se dirigió a la habitación de Paul Farid y sin demora lo golpeó en cuatro ocasiones en la cabeza, pero además le provocó una herida con un cuchillo. Al final, ya sólo quedaba vivo Fernando Carlos, a quien le dieron ocho golpes mortales también en la testa. Cuando saciaron su sed de venganza, los asesinos reunieron objetos de valor así como dinero, joyas y ropa. Pero en ese punto la historia cobró un giro inesperado.

Todos querían la mayor parte, pero sólo uno sería el que la tendría; entonces, se produjo un pleito entre homicidas. En ese momento, Martín Hernández decidió asesinar a su cómplice, el asesino, ya que la evidencia lo señalaría, pues no había utilizado guantes, como él, ni había cubierto sus zapatos con calcetines, para cubrir sus huellas. Así que tras golpearlo también en la cabeza, se dio a la fuga junto con los otros empleados.

Foto: Archivo La Prensa

Luego de pasar 19 días en recuperación y tras declarar en torno al caso y presentarse en el lugar de los hechos para la reconstrucción de éstos, finalmente se estableció que De la Rosa era uno de los culpables, así como los otros empleados, quienes se dieron a la fuga.

Cuando fue presentado ante los medios, Pérez de la Rosa reconoció haber atacado a Fernando Balderas porque quiso abusar de su mujer y aceptó haber matado a Yolanda Figueroa y a Patricia Aline “porque era muy payasa”.

Alejandro Pérez de la Rosa fue enviado al reclusorio una vez que fue dado de alta del Hospital Xoco y posteriormente se le dictó una sentencia de 150 años de prisión, aunque la pena máxima establecida por la ley en ese entonces era un de 50 años.

La mañana del 5 de diciembre de 1996, la policía del entonces Distrito Federal se presentó en el callejón Donato Guerra, debido a que los vecinos habían reportado un auto abandonado en el estacionamiento de una tintorería, el cual tenía las puertas entreabiertas. Al sitio se presentaron algunos uniformados, quienes se dieron a la tarea de inspeccionar la situación, todavía sin imaginar la brutalidad siniestra detrás de lo que, al parecer, se trataba de un simple auto robado y luego abandonado.

Lograron determinar que el vehículo, un Mustang rojo, pertenecía a un hombre que respondía al nombre Fernando Balderas, con domicilio en el número 360 de la calle Crestón, en la Colonia Jardines del Pedregal. Así pues, luego de cerciorarse que no contaba con reporte de robo, hicieron la diligencia a la casa del señor Balderas, para notificarle que debía mover su vehículo.

Algunas patrullas se apostaron frente a la residencia de la familia Balderas y al principio solo un elemento se encargó de acercarse a llamar a la puerta, esperando dialogar con el dueño del coche para así dar por terminada la tarea.

Foto: Archivos La Prensa

Sin embargo, cuando notó que algo no parecía normal, en cuanto a que las puertas no estaban entornadas, llamó a sus compañeros, quienes se acercaron a observar con detenimiento a través de un resquicio que había. No alcanzaron a notar nada, pero la inquietud o el sentido de sabueso de los agentes los puso en alerta. Llamaron con sus voces y tocaron con fuerza la puerta, también tocaron el interfon. Las casas de esa zona cuentan con una extensión grande de terreno y sus construcciones son amplias, por lo cual en la mayoría de los casos se apoyan con servidumbre, como choferes, sirvientas, etcétera.

Entonces, tomaron la determinación de ingresar al domicilio, toda vez que los elementos sospechosos se iban acumulando: un auto abandonado misteriosamente, la puerta principal de la mansión entreabierta, nadie contestaba a los llamados y había un silencio sepulcral.

Al ingresar en la casa, lo primero que percibieron los agentes fue el fuerte olor a muerte, la sangre derramada y los rastros de una batalla o de una masacre. Casi podían escuchar lamentos y gritos de terror como si éstos hubieran esperado a que alguien llegara para manifestarse.

Foto: Archivos La Prensa

Poco a poco se fue descubriendo la escena sangrienta. En las diferentes habitaciones, los cuerpos de seis personas fueron descubiertos todos asesinados tétricamente sin escrúpulos, casi como un hombre del campo asesina a un conejo o a una gallina, sin sentir que hace algo malo. Les tuerce el pescuezo y luego los desuella. Y por dentro no siente el mínimo reparo, porque lo ha hecho tantas veces para poder comer el pan suyo de cada día.

Los primeros en ser encontrados fueron los cuerpos del matrimonio, Fernando Balderas Sánchez y Yolanda Figueroa, dos personajes cuya historia es aún más turbulenta y sórdida de lo que ya el asesinato planteaba.

Luego, los cuerpos de Patricia Aline, Paul Farid y Fernando Carlos de 18, 13 y 8 años, fueron hallados cada uno en su habitación, completamente bañados en sangre; y, como si al final de la infame hazaña los perpetradores hubieran sentido remordimiento, intentaron cubrirlos con algunos cobertores, pero todo resultó añadir más misterio al caso. Eran dos grandes interrogantes: ¿por qué? y ¿quién pudo hacer eso?

Pero la incertidumbre creció cuando a uno de los seis cuerpos le detectaron signos vitales. Se trataba del chofer de la familia, que tenía la cabeza completamente ensangrentada y parecía deshecha como si lo hubieran molido a palos, pero aún consciente. Y antes de perder el conocimiento, indicó el nombre de un familiar de la familia Balderas que, supuestamente, podría haber sido el responsable, ya que tenía viejas rencillas con Fernando Balderas Sánchez.

Una cuestión trascendió a primera vista para los investigadores y fue que todos los cuerpos presentaban en la cabeza una herida que parecía ser la de un disparo tipo tiro de gracias a manera de ejecución.

Cuando los vecinos se enteraron y rindieron sus primeras declaraciones, aseguraron que había sido el martes 4 de diciembre cuando escucharon ruidos extraños provenientes de la casa de la familia Balderas Figueroa, pero que no le dieron mucha importancia, ya que el ruido cesó pronto y ellos olvidaron pronto el asunto.

PLANEARON TODO EN UN DÍA

El crimen tomó un rumbo misterioso y se relacionó con actividades ilícitas y con el narcotráfico, pero en realidad, detrás de las paredes de la mansión ocurría una historia turbulenta, cuyo trasfondo era aún más mórbido

Al realizar las primeras diligencias, los agentes investigadores se plantearon la posibilidad de que el crimen estuviera relacionado con una venganza entre capos de la droga o con actividades ilícitas, ya que Ferndando Balderas -que había sido coordinador de asesores de la Policía Judicial del Distrito Federal (PJDF)- contaba con antecedentes penales por robo, extorsión, privación de la libertad, entre otros cargos.

Foto: Archivos La Prensa

Por su parte, su esposa Yolanda Figueroa había publicado un libro que abordaba aspectos del capo Juan García Ábrego, quien había sido capturado hacía un par de meses ,y a decir de algunos colegas, el texto de su autoría no estaba documentado con precisión y más bien contenía datos sin validez, casi como chismes, lo cual le habría valido la inquina del capo. En cualquiera de las dos líneas, la venganza era la más sólida de las posibilidades.

La historia de la familia Balderas Figueroa era asaz peculiar. Amasaron una inmensa fortuna en un tiempo muy corto, pero era de llamar la atención que el modo de adquirirla no concordaba con sus actividades laborales.

Foto: Archivos La Prensa

Entre sus posesiones se encontraba la lujosa residencia en Jardines del Pedregal, además, no hacía mucho tiempo habían fundado una revista intitulada Cuarto Poder, cuya sede se ubicaba en Copa de Oro, en Ciudad Jardín; asimismo, contaban con una caballeriza en el Ajusco y un taller -que presumiblemente comerciaba con autos ilegales- en la céntrica calle de Izazaga y Eje Central Lázaro Cárdenas.

El excoordinador de asesores de la PJDF varias veces fue requerido por la autoridad mediante orden de aprehensión, pues se le acusó de extorsionar a agentes judiciales y comandantes; además, a través de su revista, se convirtió en artífice de la infame “lista de narcoperiodistas”, supuestamente inventada contra sus oponentes para ingresar a las filas de la PGR.

Todos estos elementos hacían pensar hasta al mejor y más perspicaz agente investigador que la respuesta se encontraba detrás de estos hechos. No había que buscarle tres pies al gato, simplemente seguir la línea que se presentaba ante ellos.

Sin embargo, había algo que no encajaba en todo el caso, que deshacía todas las conjeturas respecto al hecho evidente del asesinato contra la familia debido a sus actividades. ¿Por qué habían dejado a una persona con vida?

A todos los integrantes de la familia les habían dado el golpe de gracia en la cabeza con un objeto que se incrustó dentro de sus testas acabando con sus vidas de manera instantánea; pero ¿por qué al chofer no le había aplicado el mismo remedio contra la vida?

En tanto las investigaciones continuaban, también las autoridades esperaban que el sobreviviente despertara para que diera luz sobre el caso y sólo de ese modo poder llegar a la conclusión y obtener justicia.

FUERTES SOSPECHAS CONTRA EL CHOFER

Finalmente, luego de permanecer en el Hospital Xoco por 19 días en terapia intensiva y bajo un fuerte dispositivo de seguridad, Alejandro Pérez de la Rosa, quien presentaba traumatismo craneoencefálico, no estaba en coma, como se había referido inicialmente en las declaraciones de los investigadores, sino sólo lo mantenían fuertemente sedado.

El chofer de la familia Balderas Figueroa confesó, pero su relato estaba lleno de sexo, violencia, abuso, venganza y asesinato. Aceptó haber asesinado sólo a algunos miembros de la familia, pero no a todos; asimismo, indicó que el quíntuple homicidio lo realizó en complicidad con el jardinero Martín Hernández y su esposa Josefina Hernández, ya que Fernando Balderas había violado a Josefina y luego había intentado abusar sexualmente de María, la concubina de Alejandro.

Foto: Archivos La Prensa

De acuerdo con De la Rosa, el director de la revista Cuarto Poder y editor de la periodista Yolanda Figueroa se había convertido en un monstruo sexual luego del éxito del libro de su esposa, en relación con el capo de las drogas Juan García Ábrego. Meses después de la publicación, Balderas comenzó a abusar sexualmente de la mujer que ayudaba con las labores domésticas (la esposa del jardinero) así como también había intentado abusar de de la concubina del chofer, en la misma mansión donde vivía con su familia.

Despiadado y cruel, Balderas se sentía realmente poderoso, debido a que en varias ocasiones había sido requerido por la justicia mediante orden de aprehensión, pero en ninguna lo habían detenido, siempre impune, ya fuera por violación, secuestro, extorsión. Parecía tener un vínculo oscuro y secreto con las mismas autoridades, que se mostraban endebles para detener al monstruo. Pero el que a hierro mata a hierro muere, como suele decirse.

Por tal motivo, desesperanzados el jardinero y el chofer, así como Josefina, decidieron matar a la pareja, porque -según De la Rosa-, la esposa sabía todo lo que ocurría en su casa, pero nunca dijo nada; era periodista, debía estar al tanto.

Al parecer, tres días antes de perpetrar los asesinatos habían tomado la resolución de matar al jefe de familia y a la esposa; sin embargo, pronto cambiaron de idea, porque si dejaban vivos a los hijos, éstos podrían poner en sobreaviso a las autoridades, por lo cual tenían que acabar con todos y no dejar cabos sueltos.

Foto: Archivo La Prensa

Pero pronto la codicia se presentó ante los asesinos, ya que luego de acabar con la vida de la familia Balderas Figueroa, los hombres discutieron, pues no estaban de acuerdo en la repartición del dinero y las joyas que encontraron en la casa y que habían decidido robar. Así pues, Martín y Josefina atacaron a su cómplice Alejandro y lo dieron por muerto, dejándolo gravemente herido y desangrándose.

SU PATRÓN QUISO VIOLAR A SU PAREJA

El lunes 23 de diciembre de 1996, la ProcuradurÍa General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) informó a LA PRENSA que durante la madrugada, Alejandro Pérez de la Rosa había sido trasladado de Xoco a la escena del crimen para que relatara cómo ocurrieron los hechos al mismo tiempo que rindiera su declaración.

De acuerdo con que dijo el subprocurador Mariano Herrán, se estableció finalmente que Fernando Balderas intentó abusar sexualmente de la concubina de Alejandro Pérez de la Rosa, y que previamente había logrado violar a Josefina, esposa del jardinero. Éste fue el móvil del crimen, por este acto los tres empleados decidieron matarlo.

En relación con los hechos, el director de la PolicÍa Judicial, Luis Roberto Gutiérrez Flores, estableció que al momento en que los implicados agredieron a Fernando Balderas, éste se encontraba en la habitación principal y miraba la película Robin Hood, puesto que había discutido con su esposa, quien se había ido a recostar a un sillón en la sala.

Foto: Archivo La Prensa

No obstante, cuando la esposa escuchó ruidos extraños provenientes de la alcoba, que eran provocados por los golpes con el cincel con el cual luego le dieron muerte, decidió subir y, en ese momento, también fue sorprendida por los agresores. Luego de descargar su furia contra Fernando Balderas, la ira y sed de venganza crecieron. Secos, fuertes y contundentes, Yolanda recibió 12 golpes en la cabeza con la varilla.

Poseído por la maldad, enceguecido por la ira, Alejandro Pérez se dirigió a la recámara de Patricia Aline. Llamó a la puerta, con normalidad; ni siquiera intentó entrar por la fuerza ni abusó de la joven. Patricia se incorporó de la cama y abrió; parecía molesta. Al ver al chofer, le dio una bofetada, por inoportuno. Con los ojos encendidos por la rabia y con el arma en la mano, Alejandro Pérez le asestó también 12 contundentes golpes en la cabeza.

De acuerdo con De la Rosa, en ese momento se detuvo y le dio el arma a Martín. Y Martín se dirigió a la habitación de Paul Farid y sin demora lo golpeó en cuatro ocasiones en la cabeza, pero además le provocó una herida con un cuchillo. Al final, ya sólo quedaba vivo Fernando Carlos, a quien le dieron ocho golpes mortales también en la testa. Cuando saciaron su sed de venganza, los asesinos reunieron objetos de valor así como dinero, joyas y ropa. Pero en ese punto la historia cobró un giro inesperado.

Todos querían la mayor parte, pero sólo uno sería el que la tendría; entonces, se produjo un pleito entre homicidas. En ese momento, Martín Hernández decidió asesinar a su cómplice, el asesino, ya que la evidencia lo señalaría, pues no había utilizado guantes, como él, ni había cubierto sus zapatos con calcetines, para cubrir sus huellas. Así que tras golpearlo también en la cabeza, se dio a la fuga junto con los otros empleados.

Foto: Archivo La Prensa

Luego de pasar 19 días en recuperación y tras declarar en torno al caso y presentarse en el lugar de los hechos para la reconstrucción de éstos, finalmente se estableció que De la Rosa era uno de los culpables, así como los otros empleados, quienes se dieron a la fuga.

Cuando fue presentado ante los medios, Pérez de la Rosa reconoció haber atacado a Fernando Balderas porque quiso abusar de su mujer y aceptó haber matado a Yolanda Figueroa y a Patricia Aline “porque era muy payasa”.

Alejandro Pérez de la Rosa fue enviado al reclusorio una vez que fue dado de alta del Hospital Xoco y posteriormente se le dictó una sentencia de 150 años de prisión, aunque la pena máxima establecida por la ley en ese entonces era un de 50 años.

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