A mediados de 1961, la tragedia pasional de la colonia Polanco fue tema de conversación. LA PRENSA informó que la señora María Luisa Nieto, ampliamente conocida en diversos círculos sociales del Distrito Federal, dio muerte a su esposo en un arranque de celos y, tras ocultarse por 70 días, se presentó ante las autoridades porque “sabía de la orden de aprehensión en su contra, pero ignoraba el delito del que se le acusaba”.
Algunos medios de información señalaron que “desde que era joven, en el Paso, Texas, comenzó a tener amoríos con un norteamericano cuando estaba por casarse con otro joven que la pretendía”.
También se habló de la forma en que conoció a Carlos Tamborell, con quien se casó y procreó dos hijos. Se afirmó que debido a la infidelidad de ella con un policía californiano hubo de sobrevenir el divorcio.
Afirmaron también ciertos informes policiacos que “ella no quería al doctor Rodolfo Ayala González (victimado de un tiro en la espalda, en lujosa residencia de la colonia Polanco), sino el dinero del médico, ya que es una mujer que gustaba de las alhajas y de la vida de lujo. Por ello, el doctor se sentía solo en su hogar y pensó en otra mujer”.
La investigadora universitaria Victoria Brocca supo y publicó, después de consultar los archivos de LA PRENSA, entre otros, que la existencia de un pasado turbio en la vida de María Luisa, así como el lado donjuanesco del doctor, se conjugaron para precipitar la tragedia.
Al doctor Ayala, fuera de su “cana al aire”, siempre se le presentó como un hombre respetable, aun cuando tomara pastillas de origen francés para calmar los nervios, las cuales no parecían surtirle efecto.
María Luisa, la más atacada por la prensa
María Luisa Nieto no fue la primera autoviuda registrada en los anales policiacos citadinos, pero sí fue una de las más atacadas por la prensa y la sociedad de su tiempo.
Numerosos factores concurrieron a ello e influyeron para que los argumentos esgrimidos, en su defensa, no le valieran como atenuantes para su pena. La justicia fue implacable con ella.
En las páginas centrales de LA PRENSA del 9 de julio de 1971, la nota publicada se leyó: “¡A sangre fría deshizo el triángulo amoroso”, pues de acuerdo con información obtenida hasta ese momento, se atribuyó el homicidio a un “ataque de celos”, que ofuscaron a la mujer, deprimida y temerosa por las golpizas propinadas por su también celoso esposo.
Y luego del ataque, huyó, pero en realidad fue escondida por el abogado de la familia, Augusto de Otayduz Álvarez, quien decidiría presentar a su cliente ante las autoridades hasta que lo considerara oportuno.
Si eso pareció extraño, de algún modo, quizás mayor asombro causó la actitud de los hijos de la familia Ayala Nieto, quienes se encontraban tan calmados como si nada hubiese sucedido, y a tal grado llegó la despreocupación de dos amigos o parientes -cuya identidad se desconoció puesto que no se identificaron-, que llegaron a la Novena Delegación para pedir la dispensa de la autopsia de la víctima.
El abogado de la familia declaró que denunció los hechos ante el licenciado Flores Sánchez, agente del Ministerio Público de la Novena Delegación, para lo cual se levantó el acta 31.225/61, con la declaración de De Otaduy Álvarez, quien se concretó a decir que estaba enterado del homicidio, pero desconocía cómo ocurrió el final del triángulo amoroso, pues él se encontraba en su domicilio cuando fue urgentemente requerido por Luis Ayala Nieto y su hermana, la joven María Dolores.
También dijo estar enterado de la discusión anterior al homicidio, pero reiteró que Luis y María Dolores podrían explicar la secuencia de los hechos registrados.
Y así fue como quedó registrado en los Archivos Secretos de Policía. Alrededor de las 21:30 horas del 7 de julio de 1961, en Eugenio Sue 45, colonia Polanco, ocurrió la tragedia. La sirvienta María del Carmen dijo que ese día no comieron en casa ni el doctor ni la señora.
María Luisa llegó como a las 20:00 horas y cerró la reja con llave. Estaba furiosa y ordenó a la servidumbre (María del Carmen, Petra y Columba) que se retiraran, “porque no quería que estuvieran ahí cuando llegara el doctor; tampoco quería que le abrieran la puerta”.
Al preguntarle por qué, respondió que “ya la tenía cansada, desde que comenzó a frecuentar a otra mujer”. Si el doctor se atrevía a entrar, “ya vería cómo le iba”...
El médico, sin embargo, entró a su residencia, se acomodó en su sofá, e instantes después sonó un disparo, y, dijeron las criadas, “como a las 5:00 de la mañana sacaron el cuerpo del doctor envuelto en una sábana”...
El 8 de julio de 1961, el abogado familiar, Augusto de Otaduy, denunció el caso en la Novena Delegación. Luis y María Dolores Ayala Nieto, hijos de la señora, declararon inicialmente haber sido “testigos de la tragedia”.
El licenciado Flores Sánchez interrogó a Luis Ayala Nieto, de 19 años y estudiante del Tecnológico de Monterrey. Empezó narrando que la noche del viernes pasado había acudido al Aeropuerto Central, junto con su hermana y unos amigos, a recibir a unas personas procedentes de Estados Unidos, sin especificar si se trataba de amistades, familiares o simples conocidos.
Posteriormente, a él y a su hermano los invitaron a cenar en casa de la familia Alarcón, adonde se dirigieron y poco después recibieron una llamada telefónica de su media hermana Emiré Larrazolo Nieto, quien les dijo que recientemente se había enterado que su madre sostenía una acalorada discusión con su padre y debían regresar a casa lo más pronto posible.
Los hermanos Ayala Nieto se dispensaron con los anfitriones y se dirigieron a su domicilio. Al llegar, alrededor de las 21:30 horas, Luis dijo: “Abrí la puerta y le cedí el paso a mi hermana, vi que mi mamá estaba sentada en un sillón viendo la televisión, pero tenía la cara enrojecida y lloraba”.
Añadió que ambos se percataron de que algo extraño sucedía y al preguntar sobre lo que ocurría, su padre, el doctor Ayala González, les ordenó que se recluyeran en sus habitaciones y no preguntaran más porque era cosa “entre los dos”.
Mientras se dirigían a la planta alta, la discusión siguió y Luis aseguró haber escuchado cuando su padre decía:
Yo puedo hacer lo que quiera con mi vida y a nadie le importa
El relato de Luis fue interrumpido para saber si había presenciado el final de la reyerta entre sus padres y contestó tajantemente:
La discusión en su clímax
Luis continuó con el relato. Dijo que cuando estaba a mitad de las escaleras, oyó a su madre recriminar la conducta del doctor, pues por decoro no debía presentarse así ante su hija adorada, quien no debía presenciar ese tipo de espectáculos.
-Reprímete, por favor, no seas descarado. Que no ves que ya llegó Lola -dijo María Luisa.
En ese momento, según la narración de Luis, Lola que aún no se había retirado, lo alcanzó en las escaleras y, cuando ambos estaban por meterse en sus respectivos dormitorios, se percataron del desequilibro emocional de su padre, quien luego del reclamo de su madre, este le dio unas bofetadas al tiempo que le dijo: “Esto no puede seguir así, tiene que terminar inmediatamente. ¡Ya basta!”
Luis continuó su relato, según recordaba del día de los hechos. Dijo que vio a su padre dirigirse hacia donde tenían un rifle calibre .22 y justo antes de llegar a donde estaba el arma, lo escuchó pronunciar la siguiente sentencia: “Ahorita mismo te mato”.
Ante tal circunstancia, según continuaba su relato Luis, María Luisa llegó al sillón en donde había una pistola Colt calibre .38 que días antes había comprado el doctor para protección de su casa.
-Mi madre tomó la pistola y estando a cuatro o cinco pasos de mi padre, cuando él le daba la espalda, ella disparó… Lo vi… Lo vi…
Un instante después, el doctor miró a su esposa, caminó hacia ella, pero trastabilló dirigiéndose hacia la cantina y antes de llegar a ésta, cayó sobre un sofá, donde falleció al cabo de unos minutos.
Luis actuó en ese momento, como si antes hubiera estado en pausa mirando, escuchando lo que ocurría sin intervenir, sin imaginar que sobrevendría un asesinato. Entonces, llegó hasta donde estaba su mamá, que permanecía paralizada, y le quitó el arma. Inmediatamente después, llegó Lola y los tres comenzaron a llorar.
Entretanto, premeditadamente, decidieron dejar la casa y dirigirse con su hermana Emiré, a quien narraron la fantástica historia.
Eduardo Iglesias, esposo de Emiré, también escuchó el relato y sugirió que lo mejor sería llamar al abogado de la familia. Así lo hicieron y De Otaduy Álvarez les manifestó que era necesario dar parte a las autoridades.
Lo que ocurrió a continuación pareció una invención, puesto que María Luisa desapareció sin que nadie se percatara de su ausencia.
Mentiras
Luego se supo que no estuvieron presentes, pero querían ayudar a su madre, a instancias del abogado, con el objeto de hacer creer un “homicidio en riña”, vieja triquiñuela “legal” utilizada generalmente en casos de homicidio entre personas acaudaladas, con los correspondientes beneficios económicos para quienes ayudan en la elaboración del “teatro”: agentes del ministerio público, peritos criminalistas, etcétera.
A sus hijos, llorando, les dijo la señora Nieto, antes de llegar a la delegación: “tuve una dificultad con su padre. Me insultó y no me aguanté. Le pegué un balazo. Que Dios me perdone. Ojalá y no hubiera muerto”...
El doctor Miguel Gilbón Maitrett, uno de los mejores médicos forenses mexicanos, explicó -tras la autopsia- que el doctor Ayala presentaba un orificio de bala en la espalda, con trayectoria de arriba-abajo, sin salida.
Tal informe desmentía la supuesta “riña”, porque colocaba automáticamente a la autoviuda en un plano superior y ventajoso respecto a su víctima.
Obviamente, el abogado defensor intentó hacer pasar el caso como “muerte natural” y para ello pidió al doctor Rafael Manjarrez, vecino y amigo, que extendiera un certificado de defunción normal. Como se negó a mentir el doctor Manjarrez, el abogado pidió entonces un millón de pesos a la familia “para engañar y comprar a la justicia”.
El joven Luis, por su parte, creía que su madre no merecía castigo por matar a su esposo, “mi padre no merecía que lo quisiera, nadie la puede juzgar más que Dios. Mi padre provocó la tragedia al gritarle que no la quería y que la iba a matar”. (Eso no le constaba al muchacho, pero su progenitora se lo “había jurado, por Dios”).
Agregó el declarante que su padre provocaba constantemente escenas violentas en el hogar y que seguramente su madre ya no tuvo fuerzas para tolerarlas. Afirmó también que su progenitora y su hermana Dolores estaban por salir a Europa, sólo esperaban que la primera presentara la demanda de divorcio, situación a la que María
Luisa decidió llegar después de solicitarle infructuosamente al doctor que abandonara a su amante, con la cual llevaba dos años de relaciones.
-La doctora Mejía anduvo con otros médicos hasta que “pescó a mi padre”. Él sabía que era explotado por ella y su marido, pero aguantó hasta lo último. Nunca los vi juntos, pero sabía que la visitaba dos o tres veces por semana-, comentó Luis.
Al conocerse la situación del abogado Otaduy, el Procurador de Justicia del Distrito, Fernando Román Lugo, declaró terminantemente que nadie desviaría la justicia en el crimen del doctor Ayala”.
Al abogado le fue “rescindido el contrato” y luego defendió a la autoviuda el licenciado Felipe Gómez Mont, quien seis años antes había logrado la libertad de otra autoviuda, la señora María Luisa Escobar, quien el jueves de la Semana Santa de 1955, en el Hotel Riviera, del puerto de Acapulco, disparó seis veces contra el ingeniero Rodolfo Rosas.
Por su parte, el doctor Ayala tenía un consultorio en la Avenida 5 de Mayo y fue fundador del Instituto de Hemoterapia; un mes antes de su deceso había sido nombrado también gerente del Banco de Sangre; era, además, propietario de una gran fortuna. Obraba en su favor el haber sido hermano del entonces recientemente fallecido doctor Abraham Ayala, quien fue médico de cabecera del ex Presidente Plutarco Elías Calles.
Y se llegó a insinuar cada vez con más insistencia, que el móvil del asesinato lo constituía la ambición, dado que el doctor había dejado una gran fortuna intestada, por lo cual la heredera sería la autoviuda. Se esgrimió como prueba adicional, el expediente con documentos que asentaban que, en 1959, se había promovido un juicio de divorcio como resultado del cual se giraron instrucciones para que la fortuna del doctor, quien era propietario de numerosos bienes raíces y acciones de la fábrica de algodón Chapultepec, quedara dividida en partes iguales, pues María Luisa y Rodolfo se habían casado bajo el régimen de sociedad conyugal.
La pareja desistió de continuar con los trámites en la segunda audiencia, por lo que el doctor Ayala solicitó a María Luisa la devolución de los bienes. Ella se negó a hacerlo, suscitándose por este hecho constantes desavenencias entre ellos.
En la cárcel, María Luisa da clases de moral
El día en que María Luisa ingresó a prisión, el 14 de septiembre de 1961, todas las reclusas quisieron conocerla, y el 18 de septiembre se le dictó auto de formal prisión. Era el principio de un largo proceso, seguido paso tras paso por la opinión pública.
María Luisa Nieto, por la difícil situación que atravesaba, se presentó a declarar ante el juez cuando ya había transcurrido un año de su entrada en el penal. Los testigos, entre tanto, rindieron uno a uno sus testimonios, mientras la señora Nieto se dedicaba a dar clases de costura, repostería, gimnasia y moral a sus compañeras de prisión.
Y fue hasta el 24 de agosto de 1962 cuando María Luisa confesó ante las autoridades haber matado por la espalda a su esposo en el interior de la residencia conyugal. Alegó un “estado de ofuscación derivado de que su marido la había agredido poco antes y la amagó con una pistola”.
-Lo desarmé sin saber cómo y luego traté de atemorizarlo. Apunté hacia el claro de la puerta y disparé, pero no fue mi intención matarlo -dijo.
Al rendir su declaración, la procesada se remontó a los días de su infancia y de la educación estrictamente cristiana que recibió en un colegio de monjas. Posteriormente, declaró haber contraído matrimonio por primera vez a los 16 años. Exhibió a su primer marido como maniático; al segundo, como irresponsable y al doctor Ayala como mujeriego, afecto al uso de estimulantes y perversiones.
-En todos los matrimonios fracasé -explicó la señora Nieto.
Con respecto al crimen, precisó que “no supo hasta cinco días después que Rodolfo había muerto. No sé a dónde me llevaron mis hijos, pues me encontraba aletargada debido a que me suministraron una medicina. Desde un principio fue mi intención entregarme, pero mis hijos me dijeron que no debía hacerlo hasta que se aclararan las cosas”...
Indicó que el día de los hechos, el doctor Ayala estaba ebrio y la golpeaba, y reiteró que “sólo trató de atemorizarlo”. Después salió “como loca” a casa de su hija Emiré, sin saber si había muerto el médico.
Pero el fiscal Bernabé Morales señaló que “se desprendía del interrogatorio que la procesada tenía motivos de resentimiento contra su esposo”. Y Luis Ayala Nieto declaró que su padre “desatendía sus obligaciones para con nosotros y hacía sufrir a mi madre por sus relaciones con otras mujeres.
El 17 de septiembre de 1962 se presentó ante las autoridades Sonia Mejía, la tercera en discordia. La doctora declaró haber cultivado una estrecha amistad con el doctor Ayala, desde que se conocieron cuando ella era pasante de medicina.
Posteriormente, entró a trabajar al Instituto de Hemoterapia y fungió como ayudante de su maestro. Negó haber viajado en su compañía y recibir regalos de su amigo. Dijo que el doctor era un caballero. Nunca lo vio ingerir bebidas alcohólicas y, desde su punto de vista, siempre fue sumamente amable con quienes le rodeaban.
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Un perito concluyó en su informe psiquiátrico que la señora Nieto no presentaba enfermedad demencial, sólo temperamento neurótico. “En la señora se desenvolvió intensa pasión celosa con relación a la persona del doctor durante los últimos años de matrimonio. No se indica la existencia de trastorno mental transitorio durante los mismos. Hubo, en cambio, un poderoso mecanismo emocional de carácter situacional, en el sentido psicológico, pero no hasta el punto de impedirle dirigir sus actos”.
El 26 de febrero de 1964 María Luisa Nieto fue sentenciada a 25 años de prisión. Al escuchar lo relacionado con la sentencia, la viuda asesina dijo: “esto es una injusticia”...
Luego se negó a hablar con celadoras y representantes de los medios de comunicación y enfiló sus pasos hacia la fría celda que le esperaba, la número 13.
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