/ viernes 9 de julio de 2021

Alfredo Ríos Galeana, el enemigo público número uno

Desafió y se burló cuantas veces quiso de la justicia mexicana por más de una década; lastimó a la sociedad con sus múltiples delitos, para darse una vida de lujos y placeres

La tarde del 9 de enero de 1985, el “Charro Misterioso” iba a deleitar a su público con música ranchera, acompañado de un mariachi en un palenque clandestino -una casa de seguridad alquilada por Leonel, uno de sus cómplices- en la colonia Valle de Aragón, 3a. sección, en el Estado de México, pero cuando llegó al lugar, agentes de la Policía Judicial, bajo las órdenes del comandante Luis Aranda Zorrivas, ya lo esperaban para detenerlo.

Apenas se abrieron las puertas, el peculiar cantante sacó su pistola, disparó contra los policías y emprendió la fuga. Metros más adelante, sobre Avenida Central, subió a un camión de pasajeros y en otro que venía atrás, lo siguieron sus captores, después bajó de esa unidad y tomó por rehén al conductor de una Caribe, varias patrullas se sumaron a la cacería y después de varios minutos de una intensa balacera, lograron por fin detenerlo y remitirlo a la 34a. agencia del Ministerio Público, en El Rosario.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

El viernes 11 de enero de 1985, se informó en exclusiva, a través de las páginas de LA PRENSA, que ese peculiar charro detenido, era nada más y nada menos, que Alfredo Ríos Galeana; así pues, se había capturado al “enemigo público número uno de México”; quien no contaba con que su cómplice Salvador Ornelas Rojas -quien había sido capturado tres meses antes, en el estado de Guanajuato- había dado el “chivatazo” para el comandante Zorrivas y así, dio información precisa que ayudó a su captura.

En sus primeras declaraciones, obtenidas por El Diario de las Mayorías, Ríos Galeana relató con ese aire carismático y altanero que lo caracterizaba, la manera en cómo lo detuvieron: “Desafortunadamente al correr por primera vez, se me cayeron cuatro cargadores y ya no pude disparar más, pero si eso no hubiera ocurrido, no me pescan, además de que me hirieron en un pie”.

Aquel día en que cayó el buscado delincuente, lo hizo junto con varios de sus cómplices más cercanos, en posesión de armas largas y alrededor de 100 millones de pesos; por tanto, su única opción fue la de rendirse.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

Pero ¿por qué a este sujeto se le consideraba el enemigo público número uno del país? ¿Qué credenciales delictivas poseía para que fuera buscado por toda la república, e incluso, en el extranjero? Porque Alfredo Ríos Galeana forjó un imperio criminal muy poderoso y se burló de la ley durante varias décadas, donde en muchas ocasiones, cometió sus delitos en complicidad con las autoridades, y muchas otras, desnudó su incompetencia.

En efecto, estimados lectores, Ríos Galeana fue un criminal que se adiestró en el seno de las mismas corporaciones policiacas, por ello, conocía su modo de operar y de ahí, el éxito de su trayectoria delictiva.

ORÍGENES Y SU ASCENSO AL MUNDO DEL HAMPA

En una comunidad marginada llamada Arenal de Álvarez, en el estado de Guerrero, el matrimonio entre Sabino Ríos y María Damiana Galeana se llenó de hijos porque así era la costumbre. En 1950 tuvieron a un varoncito a quien le pusieron el nombre de Alfredo. Con muchas carencias en su hogar y pocas oportunidades para proveerse de un futuro digno, Alfredo fijó muy joven sus esperanzas en las filas del Ejército mexicano, institución a la que logró ingresar, apenas cumplió los 18 años.

En la milicia demostró aptitudes y pronto alcanzó el grado de sargento primero en la Brigada de Fusileros Paracaidistas, pero años después, en 1976, desertó y decidió radicar en el Estado de México, donde ingresó a la Policía Preventiva del Estado de México y se ganó el grado de comandante del Batallón de Radiopatrullas (Barapem), en Tlalnepantla.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

No obstante, los rangos no conseguían llenar las expectativas de Alfredo, no se conformaba con llevar una vida modesta, de sus entrañas surgía un impulso incontenible por tener una vida llena de lujos, y tenía la certeza de que con su salario como policía, eso no sería posible.

El Barapem fue una corporación que se dedicaba a custodiar bancos, desde su interior, Ríos Galeana conoció todos los movimientos y estrategias de cómo operaba, en consecuencia, también supo cuáles eran sus puntos más vulnerables, así que fue el lugar ideal para formar y adiestrar su banda delictiva. Otro factor importante que explotó, fue la corrupción que existía dentro de la institución, donde los propios mandos estaban coludidos con delincuentes. La conjunción de estos factores sirvió para que Ríos Galeana forjara su leyenda criminal.

Homicida y asaltabancos

Ríos Galeana y su banda planeaban escrupulosamente sus atracos, pero su éxito radicaba en el factor sorpresa, y para ello contaban con todo un repertorio de disfraces y otros aditamentos, para despistar a las autoridades

Por boca del mismo delincuente, se sabe que su primer bancazo lo dio en el año de 1978. En un inicio su banda la conformaban entre 10 y 15 sujetos, pronto la suerte los acompañó en sus correrías y sus asaltos se volvieron más frecuentes. Uno de sus mayores golpes fue el que dieron en 1979, cuando desplumaron una sucursal de Bancomer en Tlaxcoapan, Hidalgo, donde se llevaron un botín de medio millón de pesos. Después, ya no sólo atracaban bancos, sino también instituciones gubernamentales y residencias de familias adineradas.

El dinero y su fama de delincuente astuto ensancharon el ego y la estima de Alfredo Ríos Galeana, se había proveído de mucho dinero y empezó a darse la vida que siempre anheló: lujos como casas, autos deportivos, joyas, viajes, mujeres y el poder de saberse inatrapable por la policía. Por fin, se sintió incluido en el mundo, sitio en el que desde muy pequeño lo había excluido y expulsado como a la escoria. Pero en ese momento, la suerte estaba de su lado.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

Durante tres años de bonanza, la banda de Ríos Galeana extendió sus tentáculos y operaba en varios estados del país. Así también, el cabecilla más buscado en México dio rienda suelta a otra de sus pasiones: la música ranchera. Entonces, se cuenta que grabó dos discos de larga duración derrochando sus dotes como cantante de melodías vernáculas, donde nació su mote de “El Charro Misterioso”.

Sin embargo, el panorama se nubló para Ríos Galeana, pues a mediados de 1981, después de una serie de atracos consecutivos, agentes de la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD), le echaron el guante junto con cuatro de sus cómplices. En aquella ocasión les decomisaron un arsenal poderoso, varios vehículos de lujo y una suma elevada de dinero en efectivo.

De aquella captura, el Feyo, como le llamaban sus compinches, dijo ante los medios de comunicación con los aires de soberbia que lo caracterizaban: “Soy un delincuente muy astuto, quizás como ninguno. Soy más listo que la policía mexicana, que es sumamente incapaz de aprehender a los auténticos asaltantes”, y se jactó de que no sería detenido nuevamente, ya que pensaba fugarse lo más pronto posible del lugar donde lo confinaran. Pocos días después, fue recluido en el Cereso de Pachuca Hidalgo.

Con gran paciencia, Ríos Galeana planeó su fuga, ésta la llevó a cabo al siguiente año, en el mes de diciembre. Se cuenta que sobornó a custodios del penal y se llevó consigo a Juana Sánchez Ramírez, Yadira Areli Berber, Gabriel García Chávez y a Caritino Carmona Cortés; como una linda familia, juntos llegaron y juntos se fueron.

Con su líder en libertad, la organización criminal volvió a tomar fuerza, se reunían en el Distrito Federal y Estado de México en casas de seguridad, donde planeaban con detalle sus delitos. En muchas ocasiones, aquellos concilios terminaban en excéntricos pachangones, acompañados de alcohol, drogas y mujeres: un auténtico edén en la Tierra hecho realidad para Galeana y sus secuaces.

Con los recuerdos muy recientes de su última estancia en prisión, Ríos Galeana y su banda criminal decidieron en venganza, dar con mayor fuerza sus atracos. Su ambición y deseos “por vivir bien” -como él decía-, los llevaron a realizar una larga cadena de atracos, secuestros y asesinatos, en apenas un año.

Entre sus golpes más exitosos, se cuenta el asalto que dieron al Instituto Nacional de Cardiología, de donde obtuvieron una cantidad de 20 millones (de viejos pesos); el allanamiento al Banco de Cédulas Hipotecarias, cuando junto con diez de sus cómplices, hicieron una perforación con explosivos hasta las cajas de seguridad, llevándose un botín de más de 250 millones de pesos. Y, por si fuera poco, también robaron las arcas de la Delegación Tlalpan, diversas Conasupos y obtuvieron altas cantidades de dinero por el rescate de varios empresarios y comerciantes que secuestraron. Todos sus golpes fueron tan espectaculares, que habrían podido ser guiones exitosos para alguna película con tintes policiacos.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

En octubre de 1983, Ríos Galeana y varios de sus cómplices asaltaron una de las residencias de la acaudalada familia Díaz Bojalil, en Puebla. De ese allanamiento escaparon con un jugoso botín valuado en 35 millones 800 mil pesos, entre joyas, pinturas, dinero en efectivo y alhajas, sin embargo, días después, la Policía Judicial logró capturar a varios de ellos y recuperar parte de lo robado. Y aunque fueron recluidos en el Penal de Santa Marta, en 1984, se fugaron del penal con la ayuda del Feyo, quien una vez más se burlaba de la justicia mexicana.

Las autoridades mexicanas, cansadas de las burlas de “El Enemigo Público Número Uno”, asignaron el caso a uno de los comandantes más destacados de la Policía Judicial, Luis Aranda Zorrivas, quien metódico y disciplinado, logró dar con el paradero de varios cómplices de Ríos Galeana en el estado de Guanajuato, y mediante ellos, logró jalar el hilo conductor que condujo a su aprehensión en enero de 1985.

Al día siguiente de su captura, Ríos Galeana y sus compinches fueron interrogados durante varias horas, por agentes de la Procuraduría General de la República. Galeana y su banda sólo se responsabilizaron de cuatro robos y un homicidio, sobre los millones de dólares que obtuvieron en sus múltiples atracos, negaron tenerlos en su poder.

Lo más probable era que el Feyo los tuviera muy bien resguardados en una cuenta bancaria en el extranjero o en poder de alguno de sus hombres o amantes, pues según lo dicho por él, tenía pensado retirarse algún día de la delincuencia e irse a los Estados Unidos, a disfrutar de sus millones hurtados y vivir tranquilamente, ¿pero con esa trayectoria criminal se podría alcanzar tal cosa?

PRESENTACIÓN ANTE LA PRENSA

Fue la tarde del 11 de enero, cuando Alfredo Ríos Galeana apareció detrás de las rejas y el bullicio y los flashes de las cámaras irrumpieron en el ambiente. Las oficinas de la Procuraduría estaban repletas por una muchedumbre de periodistas que deseaban hacer la mejor foto para sus medios. El comandante Aranda Zorivas en realidad se encontraba muy inquieto, pues no sabía con qué sorna iba a contestar el Feyo a los medios de comunicación. En contraste, a Ríos Galeana le regodeaba la fama, que se hablara de él y que su figura apareciera en todos los periódicos y noticieros; y ahora ante él, se encontraban los medios más importantes del país para atenderlo, fotografiarlo y escucharlo.

Con un rostro muy distinto al de años atrás –debido a las múltiples cirugías faciales a las que se había sometido para evadir a la justicia-, reporteros y fotoperiodistas se arremolinaron en torno al delincuente más buscado, quien altivo y sereno dijo: “(…) yo soy muy inteligente y mi captura no fue por un error, sino por un ‘chivatazo’ de uno de los elementos de mi banda. Cuando salga de la cárcel, continuaré con mis actividades delictivas”.

También declaró que le gustaba lo bueno, vestir bien, pasear y seducir a las mujeres, y el único modo de conseguirlo era asaltando bancos. Además recalcó que su sueldo como policía era miserable, que llevando una vida honrada jamás le iba a dar para sus gustos y comodidades, y mucho menos, cuando los mismos mandos policiacos les exigían entregar un soborno.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

Y continuó: “No soy un héroe ni pretendo constituirme en un Chucho “El Roto”, pero traté de ayudar económicamente a los familiares de policías que asesiné, por desgracia, nunca pude hacerlo”.

El criminal se sentía bastante cómodo, era fluido de palabras y se enorgullecía de narrar sus fechorías ante las cámaras y micrófonos. Con su ego elevado, contó algunas anécdotas sobre lo ingenioso de sus planes para dar varios bancazos. Como la vez que asaltaron el Banco de Cédulas Hipotecarias en 1984: “En esa ocasión me presenté elegantemente vestido a las puertas de la institución y le dije al vigilante que llevaba un regalo para el gerente. El uniformado abrió rápidamente las puertas y mis compañeros y yo aprovechamos para someterlo e ingresar al establecimiento, después amagamos al personal, abrimos la bóveda y nos llevamos más de 230 millones de pesos. En realidad fue muy sencillo”.

Sintiéndose genio y figura, el detenido envolvía a los presentes dando las mejores notas y falsetes sobre sus atracos. Y con la certeza de que su estancia en prisión sería algo temporal, se ufanó de ser uno de los delincuentes más astutos de todo el mundo, con un registro de 40 atracos a bancos, aunque al final, reconoció que fue capturado, debido a la sagacidad del comandante Luis Aranda Zorrivas, a quien de paso felicitó: “Soy un asaltante muy inteligente, pero él lo fue más que yo esta vez, y eso hay que reconocerlo”.

¡Aranda Zorrivas, el detective salvaje!

El asaltabancos más peligroso tentó al comandante Zorrivas, le ofreció varios millones de pesos por dejarlo en libertad, pero su captor rechazó su jugosa oferta

Ante la procuradora Victoria Adato, viuda de Ibarra, delgado, de amplia frente y cabello crespo oscuro, con un gesto incrédulo mas no distinguido, casi como si el homenaje le causara molestia, el comandante Aranda estira la diestra para rendirse ante ambas manos de la señora Adato de Ibarra, quien emocionada entrega una carta de felicitación que dice: “con copia para el expediente personal”.

Quizá Aranda piensa, “¿y de qué me sirve una carta de agradecimiento sincera?”. Tal vez le cruza por la mente la oferta que le hiciera previamente Ríos Galeana: “Lo voy a hacer millonario, comandante. Déjeme en libertad, no se va a arrepentir. Se lo juro por ésta”. Y en la memoria esas palabras vuelven una y otra vez; aquella insinuación del enemigo público número uno que el honesto comandante rechazó.

Desde que tomó posesión del cargo a principios del sexenio de Miguel de la Madrid, el comandante José Luis Aranda Zorrivas reinició las pesquisas para ir tras ese delincuente a quien llamaban “El Toro” o “El Feyo”, por su más de metro ochenta de estatura, su gran corpulencia y su nada agraciada apariencia.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

Continuador de la tradición familiar dentro de las fuerzas del orden, pues su padre también se desempeñaba en este sector como jefe de grupo de la Primera Comandancia, Aranda Zorrivas se había titulado en 1980 de la licenciatura en Derecho, pero no sólo eso, cuando logró la captura del famoso, pero infame delincuente, el comandante, tal como lo documenta LA PRENSA en su edición del domingo 13 de enero de 1985, contaba además con conocimientos en criminología.

Así pues, dos fuerzas antagónicas clásicas se enfrentaban: el detective contra el bandolero. Ríos Galena había transgredido la ley y el orden desde hacía años, y en su carrera criminal había evadido a la justicia en varias ocasiones, fugándose de prisión y asesinando a policías con tal de gozar de la libertad.

De tal modo, Aranda Zorrivas quizá sin proponérselo intentó devolver cierto orden moral a la sociedad, o eso quiere creer mientras mira a la procuradora y recibe una carta de agradecimiento para él y otros 19 elementos bajo su mando, quienes lograron librar a la ciudadanía de un peligro tan grande como era la banda de Ríos Galeana, no sólo del hombre sino de todo un grupo, hazaña que probablemente se antojaba imposible.

Resuena en la memoria de José Aranda lo que le respondió a “El Charro Misterioso” mientras el auditorio está pletórico: “Recuerde que usted ha incitado con su conducta a decenas de jóvenes a asaltar bancos. Usted ha sido uno de sus más fervientes ídolos. Inclusive, ahora matan a los policías con tal de obtener unos millones fácilmente. Siguen su camino. Piense todo el daño que ha venido haciendo…”.

En casi dos años de cacería, desde su última fuga del penal de Santa Martha, estuvo Aranda Zorrivas reuniendo indicios (no muchos, a decir verdad) sobre el paradero del criminal más buscado. En tanto, asesinatos y robos continuaban.

Pero si bien es cierto que el excomandante del Barapem se consideraba a sí mismo inteligente y sagaz, y dudaba de que pudieran atraparlo por la ineptitud de las autoridades y por la colusión de algunos policías, cuando en 1985 fue aprehendido, no cejó en afirmar que su captor había sido más inteligente. Y de nuevo en el auditorio, escucha las palabras de la viuda de Ibarra: “Reciban nuestro reconocimiento, con la convicción de que está reconocida por la tranquilidad y seguridad que a todos proporciona el saber…”, pero nada calma su interior, ya que sabe que en el fondo ha sido un golpe de suerte.

Pues como es fama, la verdad tiene dos o más caras y, de este modo, el azar jugó su papel, y aunque es cierto que se logró la captura del delincuente, no fue debido a la perspicacia de los elementos policiacos o las pesquisas minuciosas, sino en gran medida gracias al “chivatazo” de uno de los cómplices de la banda de Ríos Galeana.

Pero la procuradora continúa su discurso ante agentes de las 13 comandancias de la Policía Judicial: “Me constan los esfuerzos fallidos en las anteriores tentativas de su captura. De aquí la importancia de la actitud tenaz y perseverante de este grupo de investigadores”.

Aranda une las piezas que lo han llevado a ese instante. Fue a raíz de la fuga de algunos de sus cómplices, en 1983, que retomó el caso, pues se cometió un atraco bancario durante su guardia, del cual se identificó plenamente a la banda de “El Feyo”.

Temible, vanidoso y sanguinario

El Feyo se adiestró en las mismas entrañas del sistema corrupto y se convirtió en su peor pesadilla

Y, no obstante, se pudo seguir el rastro de los prófugos hasta Irapuato, en el Estado de Guanajuato, donde se logró la captura de dos evadidos, quienes a la larga terminarían cantando el corrido de la captura del “El Charro Cantor”.

Así pues, sabiendo esto, el detective Aranda Zorrivas no desaprovechó la oportunidad y destinó a varios agentes a custodiar los antros de vicio en el Estado de México. El resto, entre balas, persecución y resignación es historia. Cayó Ríos Galeana junto con cuatro de sus cómplices y el único consuelo que le queda es que pronto volverá a escapar como lo hizo ya anteriormente.

Con Ríos Galeana se inaugura la época de la delincuencia a gran escala, donde entra en juego la pericia de las autoridades, quienes en muchas ocasiones estaban coludidas con los malhechores. Había buenos detectives que, a la sombra de los reflectores, lejos de las grandes nominaciones, realizaban su labor en silencio y con resultados.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

Pero como en la vida no hay principios claros ni finales rotundos, la historia continúa, ya que el inspector trascendió en su carrera gracias a esta hazaña inaudita, pero que lamentablemente al poco tiempo, como es sabido, el Alfredo Ríos Galeana desapareció para convertirse en alguien más, para ser un mito.

El asunto se ponía muy oscuro para la banda criminal, pues con el paso de las horas, se sumaban más pruebas contundentes en su contra, por ello, la tarde del 14 de enero, más de 80 elementos de distintas corporaciones policiacas, dispuestos en sus patrullas y motocicletas, custodiaron el convoy en el que Ríos Galeana y cuatro de sus cómplices fueron trasladados al Reclusorio Sur. En la retaguardia y en calidad de héroe, viajaba en un auto negro el condecorado comandante Aranda Zorrivas.

En el centro de reclusión, el juez 29 de lo penal, les imputó más de 44 asaltos a mano armada cometidos a diferentes instituciones, donde obtuvieron más de 100 millones de pesos y asesinaron al menos a 16 personas, por lo cual, ninguno alcanzaba la libertad bajo fianza. También se ordenó incautar varias propiedades de la banda en el Distrito Federal, Estado de México, Puebla, Hidalgo, San Luis Potosí, además de joyas, electrodomésticos, autos de lujo y hasta obras de arte.

El viernes 18 de enero, “El Enemigo Público Número Uno” aceptó la larga cadena de delitos que se le imputaron, Por ello, la jueza Judith Benítez Martell decretó la formal prisión a Alfredo Ríos Galeana y a sus cuatro camaradas, a quienes se les acusó de los delitos de robo a mano armada con violencia, asociación delictuosa, daños en propiedad ajena y portación de armas de uso exclusivo del ejército. Con esos crímenes en su contra, “el hombre que quiso vivir bien” pasaría al menos 40 años en prisión y se analizó trasladarlo a las Islas Marías por el peligro que representaba a la sociedad y para evitar que se volviera a fugar.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

EL CHARRO DE DIOS

A finales de 1986, Ríos Galeana se disponía a encarar una audiencia en el Reclusorio Sur, caminó por el pasillo de los juzgados penales hacia la rejilla de prácticas, se presentó ante el juez 33 en materia penal, lo miró a los ojos y le sonrió, cuando en cuestión de minutos, del lado de la calle, un sujeto apodado “El Marino” sacó de entre sus ropas una granada, le quitó la piña y la arrojó hacia el muro. El Feyo, enterado de lo que iba a pasar, se tiró al piso para protegerse de la lluvia de piedras y concreto. Cuando en el lugar todo era caos y no se veía nada por el polvo, el reo aprovechó para escaparse por tercera vez de prisión.

Entonces Ríos Galeana se volvió a someter a varias cirugías plásticas para modificar su rostro de nuevo y se cambió también el nombre, se hizo llamar Arturo Montoya. Se cuenta que por los rumbos de Cuautitlán Izcalli, el hampón más buscado se convirtió al cristianismo, siguió cantando música ranchera, pero ya no para las mujeres, sino para Jesucristo y se dedicó a llevar adonde fuera la palabra del Señor.

EMIGRA A ESTADOS UNIDOS

El sueño de Ríos Galeana de retirarse de la vida criminal e irse a vivir a Estados Unidos, lo cumplió sólo por algunos años, debido a que en junio de 2005, un vecino suyo en Los Ángeles, California, indagó en su pasado y lo delató a la policía.

Fue así, como el mayor asaltante bancario en la historia de este país, regresó a prisión, ahora al penal de máxima seguridad del Altiplano.

El 15 de enero del año pasado, por la noche, una noticia circuló por todos los medios de comunicación y fue tendencia en las redes sociales: “Muere Alfredo Ríos Galeana, el asaltabancos y enemigo público número uno en los años 80”. La versión oficial señaló que la causa de su muerte fue una sepsis (una infección en la sangre). Así, el legendario criminal que nunca conoció los sentimientos de culpa y se ufanó siempre de su sangre fría, llegó a su fin.

La tarde del 9 de enero de 1985, el “Charro Misterioso” iba a deleitar a su público con música ranchera, acompañado de un mariachi en un palenque clandestino -una casa de seguridad alquilada por Leonel, uno de sus cómplices- en la colonia Valle de Aragón, 3a. sección, en el Estado de México, pero cuando llegó al lugar, agentes de la Policía Judicial, bajo las órdenes del comandante Luis Aranda Zorrivas, ya lo esperaban para detenerlo.

Apenas se abrieron las puertas, el peculiar cantante sacó su pistola, disparó contra los policías y emprendió la fuga. Metros más adelante, sobre Avenida Central, subió a un camión de pasajeros y en otro que venía atrás, lo siguieron sus captores, después bajó de esa unidad y tomó por rehén al conductor de una Caribe, varias patrullas se sumaron a la cacería y después de varios minutos de una intensa balacera, lograron por fin detenerlo y remitirlo a la 34a. agencia del Ministerio Público, en El Rosario.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

El viernes 11 de enero de 1985, se informó en exclusiva, a través de las páginas de LA PRENSA, que ese peculiar charro detenido, era nada más y nada menos, que Alfredo Ríos Galeana; así pues, se había capturado al “enemigo público número uno de México”; quien no contaba con que su cómplice Salvador Ornelas Rojas -quien había sido capturado tres meses antes, en el estado de Guanajuato- había dado el “chivatazo” para el comandante Zorrivas y así, dio información precisa que ayudó a su captura.

En sus primeras declaraciones, obtenidas por El Diario de las Mayorías, Ríos Galeana relató con ese aire carismático y altanero que lo caracterizaba, la manera en cómo lo detuvieron: “Desafortunadamente al correr por primera vez, se me cayeron cuatro cargadores y ya no pude disparar más, pero si eso no hubiera ocurrido, no me pescan, además de que me hirieron en un pie”.

Aquel día en que cayó el buscado delincuente, lo hizo junto con varios de sus cómplices más cercanos, en posesión de armas largas y alrededor de 100 millones de pesos; por tanto, su única opción fue la de rendirse.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

Pero ¿por qué a este sujeto se le consideraba el enemigo público número uno del país? ¿Qué credenciales delictivas poseía para que fuera buscado por toda la república, e incluso, en el extranjero? Porque Alfredo Ríos Galeana forjó un imperio criminal muy poderoso y se burló de la ley durante varias décadas, donde en muchas ocasiones, cometió sus delitos en complicidad con las autoridades, y muchas otras, desnudó su incompetencia.

En efecto, estimados lectores, Ríos Galeana fue un criminal que se adiestró en el seno de las mismas corporaciones policiacas, por ello, conocía su modo de operar y de ahí, el éxito de su trayectoria delictiva.

ORÍGENES Y SU ASCENSO AL MUNDO DEL HAMPA

En una comunidad marginada llamada Arenal de Álvarez, en el estado de Guerrero, el matrimonio entre Sabino Ríos y María Damiana Galeana se llenó de hijos porque así era la costumbre. En 1950 tuvieron a un varoncito a quien le pusieron el nombre de Alfredo. Con muchas carencias en su hogar y pocas oportunidades para proveerse de un futuro digno, Alfredo fijó muy joven sus esperanzas en las filas del Ejército mexicano, institución a la que logró ingresar, apenas cumplió los 18 años.

En la milicia demostró aptitudes y pronto alcanzó el grado de sargento primero en la Brigada de Fusileros Paracaidistas, pero años después, en 1976, desertó y decidió radicar en el Estado de México, donde ingresó a la Policía Preventiva del Estado de México y se ganó el grado de comandante del Batallón de Radiopatrullas (Barapem), en Tlalnepantla.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

No obstante, los rangos no conseguían llenar las expectativas de Alfredo, no se conformaba con llevar una vida modesta, de sus entrañas surgía un impulso incontenible por tener una vida llena de lujos, y tenía la certeza de que con su salario como policía, eso no sería posible.

El Barapem fue una corporación que se dedicaba a custodiar bancos, desde su interior, Ríos Galeana conoció todos los movimientos y estrategias de cómo operaba, en consecuencia, también supo cuáles eran sus puntos más vulnerables, así que fue el lugar ideal para formar y adiestrar su banda delictiva. Otro factor importante que explotó, fue la corrupción que existía dentro de la institución, donde los propios mandos estaban coludidos con delincuentes. La conjunción de estos factores sirvió para que Ríos Galeana forjara su leyenda criminal.

Homicida y asaltabancos

Ríos Galeana y su banda planeaban escrupulosamente sus atracos, pero su éxito radicaba en el factor sorpresa, y para ello contaban con todo un repertorio de disfraces y otros aditamentos, para despistar a las autoridades

Por boca del mismo delincuente, se sabe que su primer bancazo lo dio en el año de 1978. En un inicio su banda la conformaban entre 10 y 15 sujetos, pronto la suerte los acompañó en sus correrías y sus asaltos se volvieron más frecuentes. Uno de sus mayores golpes fue el que dieron en 1979, cuando desplumaron una sucursal de Bancomer en Tlaxcoapan, Hidalgo, donde se llevaron un botín de medio millón de pesos. Después, ya no sólo atracaban bancos, sino también instituciones gubernamentales y residencias de familias adineradas.

El dinero y su fama de delincuente astuto ensancharon el ego y la estima de Alfredo Ríos Galeana, se había proveído de mucho dinero y empezó a darse la vida que siempre anheló: lujos como casas, autos deportivos, joyas, viajes, mujeres y el poder de saberse inatrapable por la policía. Por fin, se sintió incluido en el mundo, sitio en el que desde muy pequeño lo había excluido y expulsado como a la escoria. Pero en ese momento, la suerte estaba de su lado.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

Durante tres años de bonanza, la banda de Ríos Galeana extendió sus tentáculos y operaba en varios estados del país. Así también, el cabecilla más buscado en México dio rienda suelta a otra de sus pasiones: la música ranchera. Entonces, se cuenta que grabó dos discos de larga duración derrochando sus dotes como cantante de melodías vernáculas, donde nació su mote de “El Charro Misterioso”.

Sin embargo, el panorama se nubló para Ríos Galeana, pues a mediados de 1981, después de una serie de atracos consecutivos, agentes de la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD), le echaron el guante junto con cuatro de sus cómplices. En aquella ocasión les decomisaron un arsenal poderoso, varios vehículos de lujo y una suma elevada de dinero en efectivo.

De aquella captura, el Feyo, como le llamaban sus compinches, dijo ante los medios de comunicación con los aires de soberbia que lo caracterizaban: “Soy un delincuente muy astuto, quizás como ninguno. Soy más listo que la policía mexicana, que es sumamente incapaz de aprehender a los auténticos asaltantes”, y se jactó de que no sería detenido nuevamente, ya que pensaba fugarse lo más pronto posible del lugar donde lo confinaran. Pocos días después, fue recluido en el Cereso de Pachuca Hidalgo.

Con gran paciencia, Ríos Galeana planeó su fuga, ésta la llevó a cabo al siguiente año, en el mes de diciembre. Se cuenta que sobornó a custodios del penal y se llevó consigo a Juana Sánchez Ramírez, Yadira Areli Berber, Gabriel García Chávez y a Caritino Carmona Cortés; como una linda familia, juntos llegaron y juntos se fueron.

Con su líder en libertad, la organización criminal volvió a tomar fuerza, se reunían en el Distrito Federal y Estado de México en casas de seguridad, donde planeaban con detalle sus delitos. En muchas ocasiones, aquellos concilios terminaban en excéntricos pachangones, acompañados de alcohol, drogas y mujeres: un auténtico edén en la Tierra hecho realidad para Galeana y sus secuaces.

Con los recuerdos muy recientes de su última estancia en prisión, Ríos Galeana y su banda criminal decidieron en venganza, dar con mayor fuerza sus atracos. Su ambición y deseos “por vivir bien” -como él decía-, los llevaron a realizar una larga cadena de atracos, secuestros y asesinatos, en apenas un año.

Entre sus golpes más exitosos, se cuenta el asalto que dieron al Instituto Nacional de Cardiología, de donde obtuvieron una cantidad de 20 millones (de viejos pesos); el allanamiento al Banco de Cédulas Hipotecarias, cuando junto con diez de sus cómplices, hicieron una perforación con explosivos hasta las cajas de seguridad, llevándose un botín de más de 250 millones de pesos. Y, por si fuera poco, también robaron las arcas de la Delegación Tlalpan, diversas Conasupos y obtuvieron altas cantidades de dinero por el rescate de varios empresarios y comerciantes que secuestraron. Todos sus golpes fueron tan espectaculares, que habrían podido ser guiones exitosos para alguna película con tintes policiacos.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

En octubre de 1983, Ríos Galeana y varios de sus cómplices asaltaron una de las residencias de la acaudalada familia Díaz Bojalil, en Puebla. De ese allanamiento escaparon con un jugoso botín valuado en 35 millones 800 mil pesos, entre joyas, pinturas, dinero en efectivo y alhajas, sin embargo, días después, la Policía Judicial logró capturar a varios de ellos y recuperar parte de lo robado. Y aunque fueron recluidos en el Penal de Santa Marta, en 1984, se fugaron del penal con la ayuda del Feyo, quien una vez más se burlaba de la justicia mexicana.

Las autoridades mexicanas, cansadas de las burlas de “El Enemigo Público Número Uno”, asignaron el caso a uno de los comandantes más destacados de la Policía Judicial, Luis Aranda Zorrivas, quien metódico y disciplinado, logró dar con el paradero de varios cómplices de Ríos Galeana en el estado de Guanajuato, y mediante ellos, logró jalar el hilo conductor que condujo a su aprehensión en enero de 1985.

Al día siguiente de su captura, Ríos Galeana y sus compinches fueron interrogados durante varias horas, por agentes de la Procuraduría General de la República. Galeana y su banda sólo se responsabilizaron de cuatro robos y un homicidio, sobre los millones de dólares que obtuvieron en sus múltiples atracos, negaron tenerlos en su poder.

Lo más probable era que el Feyo los tuviera muy bien resguardados en una cuenta bancaria en el extranjero o en poder de alguno de sus hombres o amantes, pues según lo dicho por él, tenía pensado retirarse algún día de la delincuencia e irse a los Estados Unidos, a disfrutar de sus millones hurtados y vivir tranquilamente, ¿pero con esa trayectoria criminal se podría alcanzar tal cosa?

PRESENTACIÓN ANTE LA PRENSA

Fue la tarde del 11 de enero, cuando Alfredo Ríos Galeana apareció detrás de las rejas y el bullicio y los flashes de las cámaras irrumpieron en el ambiente. Las oficinas de la Procuraduría estaban repletas por una muchedumbre de periodistas que deseaban hacer la mejor foto para sus medios. El comandante Aranda Zorivas en realidad se encontraba muy inquieto, pues no sabía con qué sorna iba a contestar el Feyo a los medios de comunicación. En contraste, a Ríos Galeana le regodeaba la fama, que se hablara de él y que su figura apareciera en todos los periódicos y noticieros; y ahora ante él, se encontraban los medios más importantes del país para atenderlo, fotografiarlo y escucharlo.

Con un rostro muy distinto al de años atrás –debido a las múltiples cirugías faciales a las que se había sometido para evadir a la justicia-, reporteros y fotoperiodistas se arremolinaron en torno al delincuente más buscado, quien altivo y sereno dijo: “(…) yo soy muy inteligente y mi captura no fue por un error, sino por un ‘chivatazo’ de uno de los elementos de mi banda. Cuando salga de la cárcel, continuaré con mis actividades delictivas”.

También declaró que le gustaba lo bueno, vestir bien, pasear y seducir a las mujeres, y el único modo de conseguirlo era asaltando bancos. Además recalcó que su sueldo como policía era miserable, que llevando una vida honrada jamás le iba a dar para sus gustos y comodidades, y mucho menos, cuando los mismos mandos policiacos les exigían entregar un soborno.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

Y continuó: “No soy un héroe ni pretendo constituirme en un Chucho “El Roto”, pero traté de ayudar económicamente a los familiares de policías que asesiné, por desgracia, nunca pude hacerlo”.

El criminal se sentía bastante cómodo, era fluido de palabras y se enorgullecía de narrar sus fechorías ante las cámaras y micrófonos. Con su ego elevado, contó algunas anécdotas sobre lo ingenioso de sus planes para dar varios bancazos. Como la vez que asaltaron el Banco de Cédulas Hipotecarias en 1984: “En esa ocasión me presenté elegantemente vestido a las puertas de la institución y le dije al vigilante que llevaba un regalo para el gerente. El uniformado abrió rápidamente las puertas y mis compañeros y yo aprovechamos para someterlo e ingresar al establecimiento, después amagamos al personal, abrimos la bóveda y nos llevamos más de 230 millones de pesos. En realidad fue muy sencillo”.

Sintiéndose genio y figura, el detenido envolvía a los presentes dando las mejores notas y falsetes sobre sus atracos. Y con la certeza de que su estancia en prisión sería algo temporal, se ufanó de ser uno de los delincuentes más astutos de todo el mundo, con un registro de 40 atracos a bancos, aunque al final, reconoció que fue capturado, debido a la sagacidad del comandante Luis Aranda Zorrivas, a quien de paso felicitó: “Soy un asaltante muy inteligente, pero él lo fue más que yo esta vez, y eso hay que reconocerlo”.

¡Aranda Zorrivas, el detective salvaje!

El asaltabancos más peligroso tentó al comandante Zorrivas, le ofreció varios millones de pesos por dejarlo en libertad, pero su captor rechazó su jugosa oferta

Ante la procuradora Victoria Adato, viuda de Ibarra, delgado, de amplia frente y cabello crespo oscuro, con un gesto incrédulo mas no distinguido, casi como si el homenaje le causara molestia, el comandante Aranda estira la diestra para rendirse ante ambas manos de la señora Adato de Ibarra, quien emocionada entrega una carta de felicitación que dice: “con copia para el expediente personal”.

Quizá Aranda piensa, “¿y de qué me sirve una carta de agradecimiento sincera?”. Tal vez le cruza por la mente la oferta que le hiciera previamente Ríos Galeana: “Lo voy a hacer millonario, comandante. Déjeme en libertad, no se va a arrepentir. Se lo juro por ésta”. Y en la memoria esas palabras vuelven una y otra vez; aquella insinuación del enemigo público número uno que el honesto comandante rechazó.

Desde que tomó posesión del cargo a principios del sexenio de Miguel de la Madrid, el comandante José Luis Aranda Zorrivas reinició las pesquisas para ir tras ese delincuente a quien llamaban “El Toro” o “El Feyo”, por su más de metro ochenta de estatura, su gran corpulencia y su nada agraciada apariencia.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

Continuador de la tradición familiar dentro de las fuerzas del orden, pues su padre también se desempeñaba en este sector como jefe de grupo de la Primera Comandancia, Aranda Zorrivas se había titulado en 1980 de la licenciatura en Derecho, pero no sólo eso, cuando logró la captura del famoso, pero infame delincuente, el comandante, tal como lo documenta LA PRENSA en su edición del domingo 13 de enero de 1985, contaba además con conocimientos en criminología.

Así pues, dos fuerzas antagónicas clásicas se enfrentaban: el detective contra el bandolero. Ríos Galena había transgredido la ley y el orden desde hacía años, y en su carrera criminal había evadido a la justicia en varias ocasiones, fugándose de prisión y asesinando a policías con tal de gozar de la libertad.

De tal modo, Aranda Zorrivas quizá sin proponérselo intentó devolver cierto orden moral a la sociedad, o eso quiere creer mientras mira a la procuradora y recibe una carta de agradecimiento para él y otros 19 elementos bajo su mando, quienes lograron librar a la ciudadanía de un peligro tan grande como era la banda de Ríos Galeana, no sólo del hombre sino de todo un grupo, hazaña que probablemente se antojaba imposible.

Resuena en la memoria de José Aranda lo que le respondió a “El Charro Misterioso” mientras el auditorio está pletórico: “Recuerde que usted ha incitado con su conducta a decenas de jóvenes a asaltar bancos. Usted ha sido uno de sus más fervientes ídolos. Inclusive, ahora matan a los policías con tal de obtener unos millones fácilmente. Siguen su camino. Piense todo el daño que ha venido haciendo…”.

En casi dos años de cacería, desde su última fuga del penal de Santa Martha, estuvo Aranda Zorrivas reuniendo indicios (no muchos, a decir verdad) sobre el paradero del criminal más buscado. En tanto, asesinatos y robos continuaban.

Pero si bien es cierto que el excomandante del Barapem se consideraba a sí mismo inteligente y sagaz, y dudaba de que pudieran atraparlo por la ineptitud de las autoridades y por la colusión de algunos policías, cuando en 1985 fue aprehendido, no cejó en afirmar que su captor había sido más inteligente. Y de nuevo en el auditorio, escucha las palabras de la viuda de Ibarra: “Reciban nuestro reconocimiento, con la convicción de que está reconocida por la tranquilidad y seguridad que a todos proporciona el saber…”, pero nada calma su interior, ya que sabe que en el fondo ha sido un golpe de suerte.

Pues como es fama, la verdad tiene dos o más caras y, de este modo, el azar jugó su papel, y aunque es cierto que se logró la captura del delincuente, no fue debido a la perspicacia de los elementos policiacos o las pesquisas minuciosas, sino en gran medida gracias al “chivatazo” de uno de los cómplices de la banda de Ríos Galeana.

Pero la procuradora continúa su discurso ante agentes de las 13 comandancias de la Policía Judicial: “Me constan los esfuerzos fallidos en las anteriores tentativas de su captura. De aquí la importancia de la actitud tenaz y perseverante de este grupo de investigadores”.

Aranda une las piezas que lo han llevado a ese instante. Fue a raíz de la fuga de algunos de sus cómplices, en 1983, que retomó el caso, pues se cometió un atraco bancario durante su guardia, del cual se identificó plenamente a la banda de “El Feyo”.

Temible, vanidoso y sanguinario

El Feyo se adiestró en las mismas entrañas del sistema corrupto y se convirtió en su peor pesadilla

Y, no obstante, se pudo seguir el rastro de los prófugos hasta Irapuato, en el Estado de Guanajuato, donde se logró la captura de dos evadidos, quienes a la larga terminarían cantando el corrido de la captura del “El Charro Cantor”.

Así pues, sabiendo esto, el detective Aranda Zorrivas no desaprovechó la oportunidad y destinó a varios agentes a custodiar los antros de vicio en el Estado de México. El resto, entre balas, persecución y resignación es historia. Cayó Ríos Galeana junto con cuatro de sus cómplices y el único consuelo que le queda es que pronto volverá a escapar como lo hizo ya anteriormente.

Con Ríos Galeana se inaugura la época de la delincuencia a gran escala, donde entra en juego la pericia de las autoridades, quienes en muchas ocasiones estaban coludidas con los malhechores. Había buenos detectives que, a la sombra de los reflectores, lejos de las grandes nominaciones, realizaban su labor en silencio y con resultados.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

Pero como en la vida no hay principios claros ni finales rotundos, la historia continúa, ya que el inspector trascendió en su carrera gracias a esta hazaña inaudita, pero que lamentablemente al poco tiempo, como es sabido, el Alfredo Ríos Galeana desapareció para convertirse en alguien más, para ser un mito.

El asunto se ponía muy oscuro para la banda criminal, pues con el paso de las horas, se sumaban más pruebas contundentes en su contra, por ello, la tarde del 14 de enero, más de 80 elementos de distintas corporaciones policiacas, dispuestos en sus patrullas y motocicletas, custodiaron el convoy en el que Ríos Galeana y cuatro de sus cómplices fueron trasladados al Reclusorio Sur. En la retaguardia y en calidad de héroe, viajaba en un auto negro el condecorado comandante Aranda Zorrivas.

En el centro de reclusión, el juez 29 de lo penal, les imputó más de 44 asaltos a mano armada cometidos a diferentes instituciones, donde obtuvieron más de 100 millones de pesos y asesinaron al menos a 16 personas, por lo cual, ninguno alcanzaba la libertad bajo fianza. También se ordenó incautar varias propiedades de la banda en el Distrito Federal, Estado de México, Puebla, Hidalgo, San Luis Potosí, además de joyas, electrodomésticos, autos de lujo y hasta obras de arte.

El viernes 18 de enero, “El Enemigo Público Número Uno” aceptó la larga cadena de delitos que se le imputaron, Por ello, la jueza Judith Benítez Martell decretó la formal prisión a Alfredo Ríos Galeana y a sus cuatro camaradas, a quienes se les acusó de los delitos de robo a mano armada con violencia, asociación delictuosa, daños en propiedad ajena y portación de armas de uso exclusivo del ejército. Con esos crímenes en su contra, “el hombre que quiso vivir bien” pasaría al menos 40 años en prisión y se analizó trasladarlo a las Islas Marías por el peligro que representaba a la sociedad y para evitar que se volviera a fugar.

Foto: Hemeroteca Mario Vázquez Raña | La Prensa

EL CHARRO DE DIOS

A finales de 1986, Ríos Galeana se disponía a encarar una audiencia en el Reclusorio Sur, caminó por el pasillo de los juzgados penales hacia la rejilla de prácticas, se presentó ante el juez 33 en materia penal, lo miró a los ojos y le sonrió, cuando en cuestión de minutos, del lado de la calle, un sujeto apodado “El Marino” sacó de entre sus ropas una granada, le quitó la piña y la arrojó hacia el muro. El Feyo, enterado de lo que iba a pasar, se tiró al piso para protegerse de la lluvia de piedras y concreto. Cuando en el lugar todo era caos y no se veía nada por el polvo, el reo aprovechó para escaparse por tercera vez de prisión.

Entonces Ríos Galeana se volvió a someter a varias cirugías plásticas para modificar su rostro de nuevo y se cambió también el nombre, se hizo llamar Arturo Montoya. Se cuenta que por los rumbos de Cuautitlán Izcalli, el hampón más buscado se convirtió al cristianismo, siguió cantando música ranchera, pero ya no para las mujeres, sino para Jesucristo y se dedicó a llevar adonde fuera la palabra del Señor.

EMIGRA A ESTADOS UNIDOS

El sueño de Ríos Galeana de retirarse de la vida criminal e irse a vivir a Estados Unidos, lo cumplió sólo por algunos años, debido a que en junio de 2005, un vecino suyo en Los Ángeles, California, indagó en su pasado y lo delató a la policía.

Fue así, como el mayor asaltante bancario en la historia de este país, regresó a prisión, ahora al penal de máxima seguridad del Altiplano.

El 15 de enero del año pasado, por la noche, una noticia circuló por todos los medios de comunicación y fue tendencia en las redes sociales: “Muere Alfredo Ríos Galeana, el asaltabancos y enemigo público número uno en los años 80”. La versión oficial señaló que la causa de su muerte fue una sepsis (una infección en la sangre). Así, el legendario criminal que nunca conoció los sentimientos de culpa y se ufanó siempre de su sangre fría, llegó a su fin.

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