/ viernes 2 de octubre de 2020

2 de octubre de 1968: A 54 años, ni perdón ni olvido

Alcira Soust y Elena Garro: leyenda y mito del 68. la poeta sobrevivió a la toma de la universidad por el ejército y la novelista fue obligada al exilio

Sócrates A. Campos Lemus

¿Subversivo o traidor?

El líder del Consejo Nacional de Huelga confesó que la intención del movimiento estudiantil era derrocar al gobierno de Díaz Ordaz e implantar un régimen comunista

El teléfono sonó y María Collado contestó la llamada. Una voz extraña del otro lado del auricular lanzó una amenaza: “Usted tiene ahí a esas dos cabronas. Las vamos a volar”, y colgó. María tenía escondidas en su departamento a Elena Garro y a su hija Helena Paz, desde una semana atrás.

La escritora y su retoño abandonaron su cómoda casa, ubicada en Lomas Virreyes, la madrugada del 29 de septiembre de 1968, debido a varias amenazas de muerte que recibieron por parte del gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz.

A pie y con mucho esfuerzo, la escritora y su hija llegaron hasta la calle de Lisboa, número 17, en pleno centro de la Ciudad de México, donde María, su tía política, las acogió con mucho temor y más obligada por las circunstancias que por gusto.

Aquella mañana 6 de octubre del 68, Elena Garro leyó varias notas en los principales diarios que hablaban de ella y su amigo, el político Carlos A. Madrazo. En las páginas de los rotativos, Sócrates Amado Campos Lemus, uno de los dirigentes estudiantiles capturados en la Plaza de las Tres Culturas el día dos, los señalaba de ser unos de los principales agitadores del movimiento estudiantil contra el gobierno.

Archivo | La Prensa OEM

Elena, desesperada y a la vez molesta, decidió llamar a Carlos A. Madrazo para conocer su opinión respecto a las acusaciones que les hacían. En aquella conversación, acordaron convocar a la prensa para responder a las imputaciones y desmentir a Campos Lemus, a quien, ambos, apenas conocían.

Mientras tanto, afuera del edificio se notaba mucho movimiento inusual, Teresa, preocupada, aseguró a Elena que la policía estaba rodeando el inmueble, que sólo esperaban la orden de arriba para entrar y atraparlas, así que les pidió a “las güeras”, que era como también llamaban a Elena y su hija, que se escaparan. Pero la escritora, muy reacia, le contestó que ellas no eran culpables de nada y que lo demostrarían.

No obstante, al poco rato cambiaron de parecer y planearon su fuga, se les ocurrió vestirse de “indias”, con rebosos, faldas largas y teñirse el cabello de negro, para escapar por la puerta trasera del edificio, donde pensaron, habría menos policías.

Así que Helena Paz pidió a María que fuera a comprar el tinte, ésta obedeció y les entregó un Miss Clairol, terciopelo negro, el cual se lo aplicaron en el baño. Con la cabellera oscura, ambas mujeres se veían fatal, pero ya lo habían hecho y sólo les importaba escapar.

Pasado el mediodía, “las güeras” cambiaron de parecer y decidieron volver a lo pactado con Carlos A. Madrazo, así que llamaron a las redacciones de todos los periódicos, para charlar largo y tendido con los periodistas.

Archivo | La Prensa OEM

5 DE OCTUBRE, CAMPO MILITAR MARTE 1

Derrocar al gobierno e implantar un régimen comunista, era el objetivo del movimiento estudiantil, eso dijo Sócrates Amado Campos Lemus, estudiante del quinto año de la Escuela Superior de Economía del IPN, durante el interrogatorio al que fue sometido por parte de agentes de la Procuraduría General de la República.

Ante decenas de periodistas, tanto nacionales como extranjeros –entre los que se encontraban Alfredo Moraflores y Raúl Calvillo, de La Prensa-, el detenido narró que el movimiento estudiantil recibía apoyos económicos por parte de algunos políticos y mencionó los nombres de: Humberto Romero Pérez, Carlos A. Madrazo, Braulio Maldonado, Ángel Veraza, entre otros.

Asimismo, denunció que el movimiento se partió en dos corrientes al incrustarse gente ajena a sus ideales; unos formaron la llamada “línea ultradura” y otros, la de “los tiernos”.

Por otra parte, Campos Lemus instó a sus compañeros estudiantes a seguir luchando por las demandas que beneficiaran al pueblo, pero que estuvieran atentos con la filtración de extraños, para evitar otra masacre como la acontecida recientemente, pues señaló, esa gente aprovecha la buena fe de los jóvenes para utilizarlos como carne de cañón.

Archivo | La Prensa OEM

EL CONTROVERTIDO ENCUENTRO CON UNA RUBIA EN UN VALIANT ROJO

El joven, impulsado por cierta confianza, narró que una noche a mediados de agosto, la escritora Elena Garro lo convocó a sostener una entrevista con ella, el cual se dio a bordo de un automóvil rojo, donde le propuso que: “en vista de que el movimiento tomaba cauces populares, era necesario que tuvieran un líder con fuerza y prestigio nacional”, y trató de convencerlo de que Carlos A. Madrazo era la persona adecuada para dicho fin.

Ante la propuesta de la escritora, según Sócrates Amado, la comisión estudiantil no aceptó, ya que desde un principio el movimiento acordó que sus líderes tenían que ser estudiantes y no permitirían personas de otra índole.

Por último, Campos Lemus hizo énfasis en que revelaba todo el engranaje de la conjura, con el objetivo de que se supiera la verdad, la cual, remarcó, el movimiento estudiantil fue en un inicio genuino, pero se infiltraron personas ajenas, quienes crearon el caos y estropearon su lucha limpia y sincera. “Por tal motivo, estamos pidiendo a las mismas autoridades que nos dejen colaborar con ellas para que sea conocida toda la verdad”, culminó.

EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL DEL 68...

La injuria eterna contra Elena Garro

La escritora sufrió hostigamiento: el gobierno vigiló sus actividades, ya que la tomó por instigadora comunista y el movimiento la inculpó de traidora; por lo cual se exilió 20 años en el extranjero

Archivo | La Prensa OEM

ELENA GARRO DESMIENTE A CAMPOS LEMUS

Los periodistas se instalaron como pudieron en el departamento, Elena se ubicó en una esquina, sentada en una pequeña silla. Los reporteros, muy inquietos e insistentes, presionaron a la escritora para que diera los nombres de los estudiantes y políticos que estaban inmiscuidos en la conjura, según lo dicho por Sócrates Amado, el día anterior.

Elena contestó: “Ese muchacho está loco. Estoy dispuesta a carearme con él para ver si me sostiene lo afirmado”, mientras los fotógrafos no cesaban de tomarles placas a ella y a su hija.

Archivo | La Prensa OEM

Entonces la novelista se refirió al encuentro que tuvo con Campos Lemus una noche de agosto: “Cuando el movimiento estaba en plena efervescencia, aquella noche un grupo de jóvenes armados llegó a mi casa en las Lomas, querían que los acompañara a conocer al dirigente estudiantil. No era una invitación, era una orden”. Dijo que aceptó porque sabía que Sócrates era una de las cabezas más radicales del movimiento.

Así que los acompañó, la subieron a un auto Valiant rojo y la condujeron a las afueras del cine Chapultepec, sobre Paseo de la Reforma, ahí los esperaba Sócrates Amado, subió al coche y entonces discutieron sobre el movimiento estudiantil.

Archivo | La Prensa OEM

Elena atizó a Sócrates que el movimiento estudiantil era un conflicto entre políticos del PRI e intelectuales, en el que jóvenes de izquierda estaban siendo usados como carne de cañón. Esto molesto al estudiante del Poli y se hicieron de palabras. Garro le contestó que: era muy valiente o estaba vendido. Sócrates le mentó la madre y la calificó de “pequeñoburguesa”.

Antes de despedirse, Sócrates le dijo que necesitaban un líder con fuerte presencia nacional, y la persona indicada era su amigo Carlos A. Madrazo, así que le pidió que le comunicara su propuesta al joven priista. Elena le respondió que no se prestaría a tal cosa y que no contaran con ella. Y con más insultos terminaron aquel encuentro.

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LA ESCRITORA ACUSA AL RECTOR BARROS SIERRA DE TODO EL CONFLICTO CON LOS ESTUDIANTES

Entonces, el reportero de La Prensa, Juan Nieto Martínez, la cuestionó sin rodeos: -¿Señora Garro, díganos, cuál fue su participación en el movimiento estudiantil? –Algunos miembros del Consejo Nacional de Huelga se acercaron a mí para que los aconsejara sobre los problemas que tenían, pues varios catedráticos e intelectuales que los adoctrinaron les dieron la espalda. “Yo les comenté que por desgracia, su lucha era inútil porque estaba mal encauzada, ya que pedir la destitución de un jefe policiaco no cambiaría ninguna situación”.

Relató que en varias ocasiones los estudiantes acudieron a su casa, a pedirle ayuda, atemorizados porque los perseguía la policía y les dio alojamiento algunos días, pero negó que ella fuese la intermediaria de políticos para entregar dinero a los jóvenes con el objetivo de continuar adelante con el movimiento.

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ACUSA A CATEDRÁTICOS E INTELECTUALES DE LA UNAM

Nieto volvió a preguntar: -¿Qué opinión tiene acerca de que no le fue aceptada la renuncia al rector Barros Sierra? –Todo fue un juego. A nadie en la UNAM le conviene que Barros Sierra renuncie, porque en esta forma continúan protegiendo sus intereses, pero el foco del movimiento está en la UNAM.

“Allí fue donde nació el movimiento estudiantil que tanto mal ha causado a México, pero los jóvenes estudiantes no son los responsables. Son los catedráticos y los intelectuales de izquierda que los embarcaron en la empresa y luego los traicionaron.

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“¡Qué den la cara ahora, si se atreven, son unos cobardes! Que hablen ellos, los que lanzaron a los estudiantes a las calles. Ahora se murieron los muchachos y ellos están escondidos debajo de la cama. ¿Quieren nombres? Ahí están todos los que firmaron los manifiestos”, comentó Elena, entristecida e iracunda a la vez, acomodándose la húmeda y oscura cabellera.

PIDIÓ SER DETENIDA

La escritora contó a los periodistas que durante el día había hecho varias llamadas a Gobernación y a la DFS para que la detuvieran, pues a su juicio, estaría más segura en cualquier celda que en otra parte. Los articulistas se notaron escépticos, pues les pareció ilógico que ella misma pidiera su captura. Elena se sintió desafiada y ante su presencia tomó de nuevo el teléfono y buscó al secretario de Gobernación: “Habla Elena Garro, insisto en que vengan a detenerme. Que me fusilen si soy culpable…” Del otro lado de la línea le respondieron que no estaba el jefe y ella respondió: “Pues que lo llamen. Aquí estoy esperando. Tengo menos miedo del gobierno que de los terroristas…”.

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Al ver aquello, el reportero de La Prensa, Juan Nieto, le dijo: “Qué valiente es usted”. Garro pareció no entender mucho las palabras del periodista, pero contó que una semana atrás, varios hombres entraron a su casa e hicieron varios destrozos, además de robarse objetos personales. Luego de eso la llamaron por teléfono para amenazarla: “¡Elena Garro, date por muerta!”.

Entrada la noche, los periodistas tenían lo que querían, se despidieron de las tres mujeres, se retiraron del departamento y se dirigieron a sus respectivas redacciones a escribir sus notas.

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GARRO SE PRESENTA EN LA DFS Y LUEGO HACE MALETAS PARA HUIR

Pasada la media noche las tres mujeres estaban por irse a tratar de dormir, cuando de pronto llamaron a la puerta, eran los agentes de la Dirección Federal de Seguridad, Salazar y Mayorga, que iban para llevarse detenida a Elena. Ella sin poner resistencia sólo tomó un abrigo y acompañó a los policías, quienes la llevaron a las oficinas de la DFS, ubicadas en una de las esquinas de la explanada del Monumento a la Revolución.

El director de la Federal de Seguridad, Fernando Gutiérrez Barrios, fue quien recibió a Elena Garro aquella noche. Ella pensó que sería encarcelada, pero el temible funcionario le dijo que podría hacerlo, aunque no tenían pruebas suficientes para ello. Así que le recomendó que se cambiara de casa o se fuera del país, porque ya no solamente gente del gobierno la quería matar, sino también algunos integrantes del movimiento estudiantil que la tomaron por traidora.

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Gutiérrez Barrios dio la orden a dos agentes que acompañaran a Elena y a su hija a su casa en Lomas Virreyes, para que pudieran rescatar algunos objetos de valor y empacar algo de ropa. Cuando llegaron, su perra Agripina y sus dos gatos saltaron de gusto al verlas.

“Las güeras” hicieron maletas, no pudieron levarse mucho, sin embargo, sí se despidieron para siempre de sus libros, cuadros, manuscritos y otros objetos que atesoraban con mucho cariño, pues no volvieron a pisar esa casa.

Archivo | La Prensa OEM

Escoltadas por los hombres de la DFS, madre e hija fueron a dejar a sus dos gatos con María Collado, no pudieron llevarse a Agripina. Esa madrugada, se hospedaron en el Hotel Casa Blanca, a espaldas de la DFS, cortesía de Fernando Gutiérrez Barrios.

La escritora y su hija anduvieron errantes escondiéndose en distintas casas hasta 1973, año en que decidieron exiliarse. Vivieron en Estados Unidos, Francia y España, donde Elena escribió varias obras. Garro volvió a México en 1993 y se domicilió en la ciudad de Cuernavaca hasta el día de su muerte.

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Alcira Soust, la poeta que sobrevivió al Ejército en CU

Fue un día particularmente triste, porque además de que se violó la autonomía de la Universidad, murió el poeta León Felipe

Abordar cada instante del movimiento estudiantil de 1968 es hazaña para una obra mayor. Yo les quiero hablar de un lapso en el cual interviene una poeta que sobrevivió al escrutinio del Ejército, a la violación de la autonomía en la universidad.

Su nombre es Alcira y hoy, cuentan, es leyenda. Alcira Soust Scaffo nació en Uruguay en 1924 y llegó a México en 1952, a los 29 años, becada para estudiar en la Universidad Nicolaíta de Michoacán. Fue maestra rural por un tiempo y años más tarde se dirigió al Distrito Federal, donde finalmente se instaló en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Contaba el maestro Huberto Batis que, literalmente, Alcira vivía en la universidad y recordaba cómo a Rubén Bonifaz Nuño le daba una especie de espasmo cuando abría la puerta de su oficina y la veía paseándose toda como era ella por los pasillos de la Torre de Humanidades.

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FALLECE EL POETA LEÓN FELIPE

El 18 de septiembre de 1968 fue un día particularmente triste, porque además de que el Ejército mexicano violó la autonomía de la Universidad Nacional Autónoma de México, también registró el fallecimiento del poeta español radicado en México desde 1938, Felipe Camino Galicia de la Rosa, mejor conocido como León Felipe.

Este episodio es muy significativo porque Alcira Soust Scaffo conocía al poeta y gustaba de su poesía, ella misma poetisa y poesía en sí misma.

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Es de particular relevancia, puesto que al momento en que el ejército ingresa a Ciudad Universitaria, es recibido con poemas de León Felipe que, se cuenta, Alcira se había encargado de reproducir en los altoparlantes con el disco “Voz Viva”.

En las páginas de LA PRENSA se daba a conocer el 19 de septiembre de 1968 la noticia de su deceso: “[…] el ilustre poeta y dramaturgo de origen español, enlutó ayer a México. Dejó de existir a los 84 años de edad en el Sanatorio Español”, donde estuvo internado desde hacía más de 20 días. Murió a las 2:30 horas del miércoles 18 de septiembre de 1968 a consecuencia de un paro cardiaco.

Semanas antes, Carlos Arruza, generoso sobrino del poeta, le había regalado un viaje a España, que tanto deseaba emprender el poeta desde hacía tiempo; sin embargo, el día que partiría rumbo a Madrid ya no salió de la cama, porque se le estaba descoyuntando el corazón “a quien, sin tener una patria, ni una comarca, ni una casa, ni un abuelo belicoso, ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada, fue siempre un varón y artista ejemplar”, diría el escritor Antonio Acevedo Escobedo.

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Doce días de encierro en septiembre de 1968

La Torre de Humanidades I fue la casa de Alcira antes de la llegada del ejército; cuando irrumpió se convirtió en un refugio donde estuvo a salvo

La respuesta por parte del gobierno ante la demostración de fuerza política convocada en la Marcha del Silencio fue la ocupación militar de Ciudad Universitaria, en una operación relámpago con alrededor de 10,000 soldados precedidos de tanquetas y carros de asalto, ocurrida el 18 de septiembre.

Alcira se involucró activamente en el movimiento estudiantil de 1968 a finales de agosto, para ese entonces tanto la comunidad estudiantil como profesores e intelectuales la reconocían como alguien especial.

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Pronto se integró al Comité de Lucha de la facultad, en el que estaban, entre otros, Luis González de Alba y María Eugenia Espinoza, entre otros. Su actividad o participación consistía en reproducir volantes en el mimeógrafo del comité por las madrugadas, para posteriormente distribuirlas en los pasillos y en la cafetería.

Así pues, el 18 de septiembre, por la mañana, había fallecido el poeta León Felipe y por la tarde-noche el Ejército mexicano tomaría violentamente C.U.

De acuerdo con El Diario de las Mayorías, a las 22:00 horas en punto se había iniciado la ocupación de la C.U. y tan sólo media hora después la operación había terminado. El acontecimiento era relevante no sólo en el sentido de una clara violación a la autonomía, sino por otra parte, una clara cacería contra los dirigentes más importantes del movimiento, quienes habían acordado reunirse ese día preciso a las 22:00 en el auditorio de Medicina; aunque la cita no tuvo lugar y el Ejército se fue con las manos semivacías.

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Aquel día, cuentan, no aceptó una invitación de Jorge Martínez, quien amablemente dejaba que Alcira se duchara en su casa. Es por ello por lo que cuando los militares entran y Alcira los ve dentro del campus, se aterroriza y quiere ocultarse porque siendo ella extranjera no debía inmiscuirse en asuntos de la nación. Sin embargo, hace lo impensable para muchos, como una mujer que se domina y domina el miedo y todos los temores.

Su decisión es la que marca el rumbo de la resistencia clandestina, la de la poeta silenciosa y sobreviviente: los recibe con el poema de León Felipe “¡Qué lástima!”, a través de los altoparlantes. Y entonces corra a esconderse en el baño de hombres del octavo piso de la Torre de Humanidades I.

A partir de ese momento vivirá en la incertidumbre sobre el exterior, el movimiento, sobre todo, en aislamiento, como si se tratara de una guerra y tuviera que esconderse al estilo de Ana Frank. Durante 12 días conocerá la desdicha de la soledad y el silencio autoimpuesto -y sin poder gritarlo.

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Sin poder hacer nada más que sobrevivir, pasa el día recitando poesía o redactando los suyos, también sueña al principio y después viene el delirio en el que su abuelo se aparece ante ella luego de varios días sin comer y le lleva comida.

El lunes 30, cuando las tropas salieron de CU dejando un rastro de robos y destrozos, -pero no todo atribuible al Ejército sino más bien a la policía-, Alcira, que había permanecido encerrada durante 12 días en los baños fue encontrada por el poeta Rubén Bonifaz Nuño, que tenía su cubículo en el mismo piso.

Al escuchar gritos provenientes de los baños, se acercó y vio a Alcira casi desfallecida; entonces la recogió para llevarla a Servicios Médicos. Ella relataría más tarde lo que había vivido. “Estuve en este baño para que no me vieran los soldados. Me subía a la taza y ponía el seguro para que al entrar no vieran a nadie”. Cuando los militares salían del baño, Alcira bajaba de la taza y se asomaba por la ventana para ver si podía salir, pero se daba cuenta de que ahí seguían. Durante esos días que estuvo agazapada, sólo tuvo por alimentos agua y papel higiénico, debido a lo cual, cuenta Hermann Bellinghausen, “le dio escorbuto como a los náufragos, perdió los dientes y quedó tocada”.

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Sócrates A. Campos Lemus

¿Subversivo o traidor?

El líder del Consejo Nacional de Huelga confesó que la intención del movimiento estudiantil era derrocar al gobierno de Díaz Ordaz e implantar un régimen comunista

El teléfono sonó y María Collado contestó la llamada. Una voz extraña del otro lado del auricular lanzó una amenaza: “Usted tiene ahí a esas dos cabronas. Las vamos a volar”, y colgó. María tenía escondidas en su departamento a Elena Garro y a su hija Helena Paz, desde una semana atrás.

La escritora y su retoño abandonaron su cómoda casa, ubicada en Lomas Virreyes, la madrugada del 29 de septiembre de 1968, debido a varias amenazas de muerte que recibieron por parte del gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz.

A pie y con mucho esfuerzo, la escritora y su hija llegaron hasta la calle de Lisboa, número 17, en pleno centro de la Ciudad de México, donde María, su tía política, las acogió con mucho temor y más obligada por las circunstancias que por gusto.

Aquella mañana 6 de octubre del 68, Elena Garro leyó varias notas en los principales diarios que hablaban de ella y su amigo, el político Carlos A. Madrazo. En las páginas de los rotativos, Sócrates Amado Campos Lemus, uno de los dirigentes estudiantiles capturados en la Plaza de las Tres Culturas el día dos, los señalaba de ser unos de los principales agitadores del movimiento estudiantil contra el gobierno.

Archivo | La Prensa OEM

Elena, desesperada y a la vez molesta, decidió llamar a Carlos A. Madrazo para conocer su opinión respecto a las acusaciones que les hacían. En aquella conversación, acordaron convocar a la prensa para responder a las imputaciones y desmentir a Campos Lemus, a quien, ambos, apenas conocían.

Mientras tanto, afuera del edificio se notaba mucho movimiento inusual, Teresa, preocupada, aseguró a Elena que la policía estaba rodeando el inmueble, que sólo esperaban la orden de arriba para entrar y atraparlas, así que les pidió a “las güeras”, que era como también llamaban a Elena y su hija, que se escaparan. Pero la escritora, muy reacia, le contestó que ellas no eran culpables de nada y que lo demostrarían.

No obstante, al poco rato cambiaron de parecer y planearon su fuga, se les ocurrió vestirse de “indias”, con rebosos, faldas largas y teñirse el cabello de negro, para escapar por la puerta trasera del edificio, donde pensaron, habría menos policías.

Así que Helena Paz pidió a María que fuera a comprar el tinte, ésta obedeció y les entregó un Miss Clairol, terciopelo negro, el cual se lo aplicaron en el baño. Con la cabellera oscura, ambas mujeres se veían fatal, pero ya lo habían hecho y sólo les importaba escapar.

Pasado el mediodía, “las güeras” cambiaron de parecer y decidieron volver a lo pactado con Carlos A. Madrazo, así que llamaron a las redacciones de todos los periódicos, para charlar largo y tendido con los periodistas.

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5 DE OCTUBRE, CAMPO MILITAR MARTE 1

Derrocar al gobierno e implantar un régimen comunista, era el objetivo del movimiento estudiantil, eso dijo Sócrates Amado Campos Lemus, estudiante del quinto año de la Escuela Superior de Economía del IPN, durante el interrogatorio al que fue sometido por parte de agentes de la Procuraduría General de la República.

Ante decenas de periodistas, tanto nacionales como extranjeros –entre los que se encontraban Alfredo Moraflores y Raúl Calvillo, de La Prensa-, el detenido narró que el movimiento estudiantil recibía apoyos económicos por parte de algunos políticos y mencionó los nombres de: Humberto Romero Pérez, Carlos A. Madrazo, Braulio Maldonado, Ángel Veraza, entre otros.

Asimismo, denunció que el movimiento se partió en dos corrientes al incrustarse gente ajena a sus ideales; unos formaron la llamada “línea ultradura” y otros, la de “los tiernos”.

Por otra parte, Campos Lemus instó a sus compañeros estudiantes a seguir luchando por las demandas que beneficiaran al pueblo, pero que estuvieran atentos con la filtración de extraños, para evitar otra masacre como la acontecida recientemente, pues señaló, esa gente aprovecha la buena fe de los jóvenes para utilizarlos como carne de cañón.

Archivo | La Prensa OEM

EL CONTROVERTIDO ENCUENTRO CON UNA RUBIA EN UN VALIANT ROJO

El joven, impulsado por cierta confianza, narró que una noche a mediados de agosto, la escritora Elena Garro lo convocó a sostener una entrevista con ella, el cual se dio a bordo de un automóvil rojo, donde le propuso que: “en vista de que el movimiento tomaba cauces populares, era necesario que tuvieran un líder con fuerza y prestigio nacional”, y trató de convencerlo de que Carlos A. Madrazo era la persona adecuada para dicho fin.

Ante la propuesta de la escritora, según Sócrates Amado, la comisión estudiantil no aceptó, ya que desde un principio el movimiento acordó que sus líderes tenían que ser estudiantes y no permitirían personas de otra índole.

Por último, Campos Lemus hizo énfasis en que revelaba todo el engranaje de la conjura, con el objetivo de que se supiera la verdad, la cual, remarcó, el movimiento estudiantil fue en un inicio genuino, pero se infiltraron personas ajenas, quienes crearon el caos y estropearon su lucha limpia y sincera. “Por tal motivo, estamos pidiendo a las mismas autoridades que nos dejen colaborar con ellas para que sea conocida toda la verdad”, culminó.

EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL DEL 68...

La injuria eterna contra Elena Garro

La escritora sufrió hostigamiento: el gobierno vigiló sus actividades, ya que la tomó por instigadora comunista y el movimiento la inculpó de traidora; por lo cual se exilió 20 años en el extranjero

Archivo | La Prensa OEM

ELENA GARRO DESMIENTE A CAMPOS LEMUS

Los periodistas se instalaron como pudieron en el departamento, Elena se ubicó en una esquina, sentada en una pequeña silla. Los reporteros, muy inquietos e insistentes, presionaron a la escritora para que diera los nombres de los estudiantes y políticos que estaban inmiscuidos en la conjura, según lo dicho por Sócrates Amado, el día anterior.

Elena contestó: “Ese muchacho está loco. Estoy dispuesta a carearme con él para ver si me sostiene lo afirmado”, mientras los fotógrafos no cesaban de tomarles placas a ella y a su hija.

Archivo | La Prensa OEM

Entonces la novelista se refirió al encuentro que tuvo con Campos Lemus una noche de agosto: “Cuando el movimiento estaba en plena efervescencia, aquella noche un grupo de jóvenes armados llegó a mi casa en las Lomas, querían que los acompañara a conocer al dirigente estudiantil. No era una invitación, era una orden”. Dijo que aceptó porque sabía que Sócrates era una de las cabezas más radicales del movimiento.

Así que los acompañó, la subieron a un auto Valiant rojo y la condujeron a las afueras del cine Chapultepec, sobre Paseo de la Reforma, ahí los esperaba Sócrates Amado, subió al coche y entonces discutieron sobre el movimiento estudiantil.

Archivo | La Prensa OEM

Elena atizó a Sócrates que el movimiento estudiantil era un conflicto entre políticos del PRI e intelectuales, en el que jóvenes de izquierda estaban siendo usados como carne de cañón. Esto molesto al estudiante del Poli y se hicieron de palabras. Garro le contestó que: era muy valiente o estaba vendido. Sócrates le mentó la madre y la calificó de “pequeñoburguesa”.

Antes de despedirse, Sócrates le dijo que necesitaban un líder con fuerte presencia nacional, y la persona indicada era su amigo Carlos A. Madrazo, así que le pidió que le comunicara su propuesta al joven priista. Elena le respondió que no se prestaría a tal cosa y que no contaran con ella. Y con más insultos terminaron aquel encuentro.

Archivo | La Prensa OEM

LA ESCRITORA ACUSA AL RECTOR BARROS SIERRA DE TODO EL CONFLICTO CON LOS ESTUDIANTES

Entonces, el reportero de La Prensa, Juan Nieto Martínez, la cuestionó sin rodeos: -¿Señora Garro, díganos, cuál fue su participación en el movimiento estudiantil? –Algunos miembros del Consejo Nacional de Huelga se acercaron a mí para que los aconsejara sobre los problemas que tenían, pues varios catedráticos e intelectuales que los adoctrinaron les dieron la espalda. “Yo les comenté que por desgracia, su lucha era inútil porque estaba mal encauzada, ya que pedir la destitución de un jefe policiaco no cambiaría ninguna situación”.

Relató que en varias ocasiones los estudiantes acudieron a su casa, a pedirle ayuda, atemorizados porque los perseguía la policía y les dio alojamiento algunos días, pero negó que ella fuese la intermediaria de políticos para entregar dinero a los jóvenes con el objetivo de continuar adelante con el movimiento.

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ACUSA A CATEDRÁTICOS E INTELECTUALES DE LA UNAM

Nieto volvió a preguntar: -¿Qué opinión tiene acerca de que no le fue aceptada la renuncia al rector Barros Sierra? –Todo fue un juego. A nadie en la UNAM le conviene que Barros Sierra renuncie, porque en esta forma continúan protegiendo sus intereses, pero el foco del movimiento está en la UNAM.

“Allí fue donde nació el movimiento estudiantil que tanto mal ha causado a México, pero los jóvenes estudiantes no son los responsables. Son los catedráticos y los intelectuales de izquierda que los embarcaron en la empresa y luego los traicionaron.

Archivo | La Prensa OEM

“¡Qué den la cara ahora, si se atreven, son unos cobardes! Que hablen ellos, los que lanzaron a los estudiantes a las calles. Ahora se murieron los muchachos y ellos están escondidos debajo de la cama. ¿Quieren nombres? Ahí están todos los que firmaron los manifiestos”, comentó Elena, entristecida e iracunda a la vez, acomodándose la húmeda y oscura cabellera.

PIDIÓ SER DETENIDA

La escritora contó a los periodistas que durante el día había hecho varias llamadas a Gobernación y a la DFS para que la detuvieran, pues a su juicio, estaría más segura en cualquier celda que en otra parte. Los articulistas se notaron escépticos, pues les pareció ilógico que ella misma pidiera su captura. Elena se sintió desafiada y ante su presencia tomó de nuevo el teléfono y buscó al secretario de Gobernación: “Habla Elena Garro, insisto en que vengan a detenerme. Que me fusilen si soy culpable…” Del otro lado de la línea le respondieron que no estaba el jefe y ella respondió: “Pues que lo llamen. Aquí estoy esperando. Tengo menos miedo del gobierno que de los terroristas…”.

Archivo | La Prensa OEM

Al ver aquello, el reportero de La Prensa, Juan Nieto, le dijo: “Qué valiente es usted”. Garro pareció no entender mucho las palabras del periodista, pero contó que una semana atrás, varios hombres entraron a su casa e hicieron varios destrozos, además de robarse objetos personales. Luego de eso la llamaron por teléfono para amenazarla: “¡Elena Garro, date por muerta!”.

Entrada la noche, los periodistas tenían lo que querían, se despidieron de las tres mujeres, se retiraron del departamento y se dirigieron a sus respectivas redacciones a escribir sus notas.

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GARRO SE PRESENTA EN LA DFS Y LUEGO HACE MALETAS PARA HUIR

Pasada la media noche las tres mujeres estaban por irse a tratar de dormir, cuando de pronto llamaron a la puerta, eran los agentes de la Dirección Federal de Seguridad, Salazar y Mayorga, que iban para llevarse detenida a Elena. Ella sin poner resistencia sólo tomó un abrigo y acompañó a los policías, quienes la llevaron a las oficinas de la DFS, ubicadas en una de las esquinas de la explanada del Monumento a la Revolución.

El director de la Federal de Seguridad, Fernando Gutiérrez Barrios, fue quien recibió a Elena Garro aquella noche. Ella pensó que sería encarcelada, pero el temible funcionario le dijo que podría hacerlo, aunque no tenían pruebas suficientes para ello. Así que le recomendó que se cambiara de casa o se fuera del país, porque ya no solamente gente del gobierno la quería matar, sino también algunos integrantes del movimiento estudiantil que la tomaron por traidora.

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Gutiérrez Barrios dio la orden a dos agentes que acompañaran a Elena y a su hija a su casa en Lomas Virreyes, para que pudieran rescatar algunos objetos de valor y empacar algo de ropa. Cuando llegaron, su perra Agripina y sus dos gatos saltaron de gusto al verlas.

“Las güeras” hicieron maletas, no pudieron levarse mucho, sin embargo, sí se despidieron para siempre de sus libros, cuadros, manuscritos y otros objetos que atesoraban con mucho cariño, pues no volvieron a pisar esa casa.

Archivo | La Prensa OEM

Escoltadas por los hombres de la DFS, madre e hija fueron a dejar a sus dos gatos con María Collado, no pudieron llevarse a Agripina. Esa madrugada, se hospedaron en el Hotel Casa Blanca, a espaldas de la DFS, cortesía de Fernando Gutiérrez Barrios.

La escritora y su hija anduvieron errantes escondiéndose en distintas casas hasta 1973, año en que decidieron exiliarse. Vivieron en Estados Unidos, Francia y España, donde Elena escribió varias obras. Garro volvió a México en 1993 y se domicilió en la ciudad de Cuernavaca hasta el día de su muerte.

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Alcira Soust, la poeta que sobrevivió al Ejército en CU

Fue un día particularmente triste, porque además de que se violó la autonomía de la Universidad, murió el poeta León Felipe

Abordar cada instante del movimiento estudiantil de 1968 es hazaña para una obra mayor. Yo les quiero hablar de un lapso en el cual interviene una poeta que sobrevivió al escrutinio del Ejército, a la violación de la autonomía en la universidad.

Su nombre es Alcira y hoy, cuentan, es leyenda. Alcira Soust Scaffo nació en Uruguay en 1924 y llegó a México en 1952, a los 29 años, becada para estudiar en la Universidad Nicolaíta de Michoacán. Fue maestra rural por un tiempo y años más tarde se dirigió al Distrito Federal, donde finalmente se instaló en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Contaba el maestro Huberto Batis que, literalmente, Alcira vivía en la universidad y recordaba cómo a Rubén Bonifaz Nuño le daba una especie de espasmo cuando abría la puerta de su oficina y la veía paseándose toda como era ella por los pasillos de la Torre de Humanidades.

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FALLECE EL POETA LEÓN FELIPE

El 18 de septiembre de 1968 fue un día particularmente triste, porque además de que el Ejército mexicano violó la autonomía de la Universidad Nacional Autónoma de México, también registró el fallecimiento del poeta español radicado en México desde 1938, Felipe Camino Galicia de la Rosa, mejor conocido como León Felipe.

Este episodio es muy significativo porque Alcira Soust Scaffo conocía al poeta y gustaba de su poesía, ella misma poetisa y poesía en sí misma.

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Es de particular relevancia, puesto que al momento en que el ejército ingresa a Ciudad Universitaria, es recibido con poemas de León Felipe que, se cuenta, Alcira se había encargado de reproducir en los altoparlantes con el disco “Voz Viva”.

En las páginas de LA PRENSA se daba a conocer el 19 de septiembre de 1968 la noticia de su deceso: “[…] el ilustre poeta y dramaturgo de origen español, enlutó ayer a México. Dejó de existir a los 84 años de edad en el Sanatorio Español”, donde estuvo internado desde hacía más de 20 días. Murió a las 2:30 horas del miércoles 18 de septiembre de 1968 a consecuencia de un paro cardiaco.

Semanas antes, Carlos Arruza, generoso sobrino del poeta, le había regalado un viaje a España, que tanto deseaba emprender el poeta desde hacía tiempo; sin embargo, el día que partiría rumbo a Madrid ya no salió de la cama, porque se le estaba descoyuntando el corazón “a quien, sin tener una patria, ni una comarca, ni una casa, ni un abuelo belicoso, ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada, fue siempre un varón y artista ejemplar”, diría el escritor Antonio Acevedo Escobedo.

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Doce días de encierro en septiembre de 1968

La Torre de Humanidades I fue la casa de Alcira antes de la llegada del ejército; cuando irrumpió se convirtió en un refugio donde estuvo a salvo

La respuesta por parte del gobierno ante la demostración de fuerza política convocada en la Marcha del Silencio fue la ocupación militar de Ciudad Universitaria, en una operación relámpago con alrededor de 10,000 soldados precedidos de tanquetas y carros de asalto, ocurrida el 18 de septiembre.

Alcira se involucró activamente en el movimiento estudiantil de 1968 a finales de agosto, para ese entonces tanto la comunidad estudiantil como profesores e intelectuales la reconocían como alguien especial.

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Pronto se integró al Comité de Lucha de la facultad, en el que estaban, entre otros, Luis González de Alba y María Eugenia Espinoza, entre otros. Su actividad o participación consistía en reproducir volantes en el mimeógrafo del comité por las madrugadas, para posteriormente distribuirlas en los pasillos y en la cafetería.

Así pues, el 18 de septiembre, por la mañana, había fallecido el poeta León Felipe y por la tarde-noche el Ejército mexicano tomaría violentamente C.U.

De acuerdo con El Diario de las Mayorías, a las 22:00 horas en punto se había iniciado la ocupación de la C.U. y tan sólo media hora después la operación había terminado. El acontecimiento era relevante no sólo en el sentido de una clara violación a la autonomía, sino por otra parte, una clara cacería contra los dirigentes más importantes del movimiento, quienes habían acordado reunirse ese día preciso a las 22:00 en el auditorio de Medicina; aunque la cita no tuvo lugar y el Ejército se fue con las manos semivacías.

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Aquel día, cuentan, no aceptó una invitación de Jorge Martínez, quien amablemente dejaba que Alcira se duchara en su casa. Es por ello por lo que cuando los militares entran y Alcira los ve dentro del campus, se aterroriza y quiere ocultarse porque siendo ella extranjera no debía inmiscuirse en asuntos de la nación. Sin embargo, hace lo impensable para muchos, como una mujer que se domina y domina el miedo y todos los temores.

Su decisión es la que marca el rumbo de la resistencia clandestina, la de la poeta silenciosa y sobreviviente: los recibe con el poema de León Felipe “¡Qué lástima!”, a través de los altoparlantes. Y entonces corra a esconderse en el baño de hombres del octavo piso de la Torre de Humanidades I.

A partir de ese momento vivirá en la incertidumbre sobre el exterior, el movimiento, sobre todo, en aislamiento, como si se tratara de una guerra y tuviera que esconderse al estilo de Ana Frank. Durante 12 días conocerá la desdicha de la soledad y el silencio autoimpuesto -y sin poder gritarlo.

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Sin poder hacer nada más que sobrevivir, pasa el día recitando poesía o redactando los suyos, también sueña al principio y después viene el delirio en el que su abuelo se aparece ante ella luego de varios días sin comer y le lleva comida.

El lunes 30, cuando las tropas salieron de CU dejando un rastro de robos y destrozos, -pero no todo atribuible al Ejército sino más bien a la policía-, Alcira, que había permanecido encerrada durante 12 días en los baños fue encontrada por el poeta Rubén Bonifaz Nuño, que tenía su cubículo en el mismo piso.

Al escuchar gritos provenientes de los baños, se acercó y vio a Alcira casi desfallecida; entonces la recogió para llevarla a Servicios Médicos. Ella relataría más tarde lo que había vivido. “Estuve en este baño para que no me vieran los soldados. Me subía a la taza y ponía el seguro para que al entrar no vieran a nadie”. Cuando los militares salían del baño, Alcira bajaba de la taza y se asomaba por la ventana para ver si podía salir, pero se daba cuenta de que ahí seguían. Durante esos días que estuvo agazapada, sólo tuvo por alimentos agua y papel higiénico, debido a lo cual, cuenta Hermann Bellinghausen, “le dio escorbuto como a los náufragos, perdió los dientes y quedó tocada”.

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